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Mensaje por berny_girl Jue 21 Jun - 1:43

Capítulo 6

Me despertaron unos golpes bruscos en la puerta y me desperecé en la cama, gozando de los recuerdos que aún me quedaban de unos sueños increíbles.
¡Sueños! No pesadillas.
Mi sonrisa se hizo todavía más grande al pensarlo. Hasta aquel momento Jackson Steele estaba demostrando ser la encarnación del hombre ideal. Encantador, divertido, guapísimo. Y, pese a su actitud dominante, no me había provocado ni una sola pesadilla.
Tan alegre estaba que canturreé mientras me ponía una bata. No me di prisa; no eran ni las ocho de la mañana de un sábado. Quien me requiriera iba a tener que esperar. De todos modos, grité: «¡Un momento!», mientras me ataba el cinturón de la bata e iba a abrir.
Eché un vistazo por la mirilla, pero no vi a nadie. Picada por la curiosidad, abrí la puerta para mirar hacia la calle, pero solo encontré una caja en el felpudo envuelta en un bonito papel de regalo. Al cogerla vi una tarjetita sujeta bajo el lazo. «Llévame.»
Me reí y me sentí un poco como Alicia a su llegada al País de las Maravillas, a pesar de que no me cabía duda de que el paquete era de Jackson. Cuando entré y lo abrí mis sospechas se confirmaron.
Dentro había un vestido envuelto en papel de seda. Era amarillo intenso, una verdadera preciosidad, con un corpiño ajustado, una falda vaporosa y grandes botones blancos desde el escote hasta el dobladillo. Venía con unas sandalias de tacón bajo a juego. Me las probé; eran justo de mi número. Pero fue la última parte del regalo la que me hizo estremecer de la cabeza a los pies. Ocultos debajo de un fino pliegue del papel de seda descubrí unas finas medias de seda, un liguero y un diminuto tanga de encaje negros. También había un sujetador, igual de minúsculo, cuyas reducidas copas estaban pensadas sin duda para que los pechos rebosaran por arriba, lo que aumentaba su turgencia al tiempo que dejaba los pezones a la vista.
Me pasé la lengua por los labios y me puse la ropa interior, procurando no hacer ninguna carrera en las medias al desenrollarlas en cada pierna. Luego me coloqué delante de mi espejo de cuerpo entero y me observé desde todos los ángulos.
Estaba matadora.
Lo que era más importante, así era como me sentía. Cachonda. Salvaje. Atrevida.
Y no podía negar el cosquilleo que notaba entre las piernas al imaginar a Jackson comprando aquellas prendas. Viéndome vestida con ellas. Y, después, viendo cómo me las quitaba.
Sin pensar, metí la mano por debajo del tanga y apenas me rocé el clítoris con el dedo antes de encontrar la vulva. «Oh, cielos, estoy mojada.» Y cuando aquel conocido cosquilleo empezó a extenderse por mi cuerpo saqué la mano de golpe, sintiéndome tan culpable como una adolescente.
No porque no quisiera correrme, sino porque quería que fuera Jackson quien me llevara al clímax.
Excitada y también nerviosa, me puse el vestido y me alegró ver que me quedaba como un guante.
Luego me di tanta prisa en peinarme y maquillarme que estaba arreglada mucho antes de las diez y media, la hora a la que Jackson vendría. Estaba tan impaciente que me pasé el tiempo que quedaba sintiéndome igual que cuando tenía trece años y estaba esperando a que Billy Tyson, el primer chico que me había invitado a salir, pasara a buscarme para ir al cine ya comer una hamburguesa en compañía de sus padres. Eso fue cuando mi vida rebosaba ilusión y asombro. Cuando confiaba en que mis padres me protegerían y velarían por mí. Cuando vivía en una burbuja que, necia de mí, creía que
era impenetrable.
Eso fue antes de que mi hermano se pusiera enfermo.
Eso fue antes de él.
¡Basta!
Cerré los puños y aparté de mi mente esos recuerdos. Estaba a punto de salir con un hombre, todo un acontecimiento para mí. Y, maldita sea, me gustaba la sensación. Quería aferrarme a ella. Más que eso, merecía aferrarme a ella.
Me mantuve ocupada preparando café, pero no quise bebérmelo por temor a que me oliera el aliento. Cuando Jackson llamó enérgicamente a la puerta a las diez y media en punto casi me lancé a ella.
—Hola- dije sin aliento al abrirla, y aún me costó más respirar cuando lo vi, alto y delgado, con el pelo oscuro revuelto por el viento lo justo para tener un aire sexy y perturbador. En cuanto entró su penetrante olor a hombre me envolvió. Tierra, madera y lluvia, en una combinación que era exclusiva de él.
—No te muevas —me pidió al entrar en el recibidor—. Quiero mirarte.
—Me gusta el vestido —dije—. Gracias.
—De nada —respondió mientras me miraba con tal intensidad que no me cupo duda de que estaba viendo el vestido y lo que había debajo.
—También me gusta la ropa interior —añadí con descaro, y me vi recompensada por el fuego de sus ojos y su forma de apretar la mandíbula, como si le costara dominarse.
—¿Ah, sí?
Esas dos simples palabras parecían encerrar infinidad de preguntas.
Levanté un poco la barbilla y le contesté en un susurro:
—Sí. ¿Quieres que te la enseñe?
—Lo estoy deseando. Pero no hasta esta noche. Mientras tanto, pensaré en cómo te la voy a dejar a la vista.
—Jackson…
Me resultó imposible disimular el deseo de mi voz.
Negó con la cabeza, con la mirada teñida de pasión y promesas.
—Eso será esta noche. Ahora mismo, te invito a comer.
Me contuve para no acribillarlo a preguntas —¿adónde íbamos?, ¿qué comeríamos?, ¿cuándo regresaríamos?—, y me obligué a dejarme llevar. A permitir que fuera Jackson quien tomara las decisiones. Curiosamente, no me resultó difícil. Aunque rara vez cedía el mando, con aquel hombre me parecía natural hacerlo. Como si en mi fuero interno supiera que, pasara lo que pasase, él jamás me presionaría.
Aunque, en realidad, no sabía si aquella impresión era acertada o si sencillamente quería hacerme ilusiones.
Ya en el Porsche, Jackson maniobró con soltura entre el tráfico de aquel sábado por la mañana. Terminamos en el parque Olímpico del Centenario. Únicamente llevaba unas semanas en Atlanta, pero conocía bien ese parque porque el despacho de Reggie estaba en Marietta Street, a solo unas manzanas de allí, y había ido un par de veces a la plaza durante mi hora del almuerzo. Es grande, con zonas verdes, un estanque reflectante y la famosa fuente de los Anillos.
—¿Un picnic? —pregunté nada más bajar del coche—. No llevamos cesta.
Casi esperaba que abriera el maletero y sacara una, pero solo me cogió de la mano.
—Hamburguesas —respondió, y me eché a reír—. ¿Te parece mala idea?
Negué con la cabeza, todavía riéndome.
—La primera vez que salí con un chico fuimos a comer una hamburguesa. Y me he sentido casi igual de nerviosa mientras te esperaba. Supongo que la coincidencia me ha parecido graciosa. ¿Qué?— añadí al reparar en la intensidad de su mirada.
—Es que me sorprendes. Hay cosas que no me dices… No, no te preocupes, no voy a insistirte… pero hay veces en que tu franqueza me desarma.
—No suelo ser así —reconocí.
No le dije que me sentía cómoda con él. Demasiado cómoda, quizá.
No se lo dije, pero estaba segura de que él lo sabía.
—Sabes que estamos en un parque, ¿verdad? —comenté en tono alegre, esperando poder cambiar de tema—. A menos que tengas pensado hacer tú las hamburguesas, en sitios como este no es usual que haya hamburgueserías.
—Creía que ya te habías dado cuenta de que no soy… usual.
Entrecerré los ojos, pero, en lugar de darme explicaciones, Jackson echó a andar por la plaza, donde la fuente de los Anillos arrojaba agua al cielo mientras un montón de niños miraban, corrían y chapoteaban en los chorros de los surtidores.
—¿Te apetece? —preguntó.
—Es tentador —reconocí—. Pero este vestido me gusta demasiado para estropearlo. Además, me muero de hambre.
—En ese caso vayamos a darte de comer.
Dimos la vuelta y recorrimos la plaza bordeada de árboles hasta llegar a la zona verde, el centro de información turística y la curiosa hamburguesería.
—Googie Burger —explicó Jackson, señalando el anguloso edificio que me recordaba tanto a la vieja serie animada de Los Supersónicos como a las atracciones futuristas de Disneylandia—. Abrió hace poco.
—¿Se llama así de verdad? —pregunté mientras inspeccionaba la hamburguesería rodeada de mesas.
Jackson se puso en la cola.
—Sí. ¿Sabes por qué?
Ladeé la cabeza.
—¿Me estás examinando?
Se rio.
—Me has pillado.
—Difícilmente puedo haberme criado en Los Ángeles, adorar la arquitectura y no saber qué significa Googie —respondí—. Es un estilo de diseño futurista. Muy a lo era atómica. Explosiones de color y tejados ascendentes. Y muchas formas de boomerang. El edificio del aeropuerto internacional de Los Ángeles, el emblemático cartel romboidal de Las Vegas, tropecientos trenes de lavado. Está por todas partes. ¿Aprobada?
—Con nota.
—Pero la pregunta verdaderamente importante es, ¿qué tal son las hamburguesas?
—Tan espectaculares como el edificio —me aseguró.
Y tenía razón. Panecillos tiernos, carne en su punto, lechuga y tomates frescos y patatas fritas de vicio. Charlamos mientras comíamos, de todo y nada, y cuando alargué la mano para limpiarle un poco de mostaza de la comisura de la boca me sorprendió darme cuenta de que, pese a lo poco que lo conocía, estar con él era tan fácil que parecía que lleváramos toda la vida juntos.
No obstante, la familiaridad que se había creado entre los dos no había disminuido nuestra atracción y, cuando me cogió el dedo y se lo metió en la boca, se me escapó un gemido, tanto por la sorpresa como por la súbita explosión de chispas que se originó en la yema de mi dedo y se me concentró, irrefrenable y apremiante, entre los muslos.
Luego, sin despegar los ojos de los míos, tan despacio que tuve la sensación de que iba a derretirme, me acarició el dedo con la lengua antes de mordisqueármelo.
—Esta noche —dijo—. Esta noche voy a saborearte entera.
Separé los labios como si fuera a responder, pero no fui capaz de articular palabra.
Sonrió, un poco engreído y muy sexy. Acto seguido se levantó y me tendió la mano, que acepté encantada.
—¿Adónde vamos?
—Había pensado enseñarte algunos de mis lugares favoritos. Has dicho que te criaste en Los Ángeles, ¿verdad? ¿Cuánto llevas en Atlanta?
—No mucho. Vine justo después de graduarme, en agosto. Conocí a mi jefe en Los Ángeles. Estaba negociando un trato para Damien Stark, así que sabía que Reggie era legal. Reggie Gale —aclaré—. El necesitaba una asistente, yo quería adquirir experiencia en el sector inmobiliario, y nos pusimos de
acuerdo.
—Stark —dijo Jackson en tono inexpresivo.
—Sabes quién es, ¿no? Se retiró del tenis profesional no hace mucho e irrumpió en el mundo de los negocios. Ganó un pastón con algunas inversiones inmobiliarias antes de dejar las raquetas, y apostó por montar una empresa de alta tecnología y montones de empresas más.
—Sé quién es. No estoy muy seguro de qué pensar de él. Ni de su éxito.
—¿En serio? —Me encogí de hombros. Por lo que había visto, Stark tenía talento—. De hecho, había solicitado trabajo como asistente en su empresa, pero cuando Reggie me ofreció este puesto lo acepté. Era más de mi sector.
—Y Gale te trajo a Atlanta.
—Eso. Así que solo llevo aquí unas semanas. Y he tenido tanto trabajo con el proyecto del Brighton Consortium que apenas me ha dado tiempo a conocer la ciudad. Por tanto, sí —añadí—. Esto es perfecto.
No mencioné que sobre todo era perfecto porque sabía que mi estancia en Atlanta podía ser breve. Nada más despedirme, Reggie envió un correo electrónico al departamento de Recursos Humanos de Stark International pidiéndoles que fueran tan amables de tener en cuenta mi solicitud si el puesto de asistente seguía vacante. Aunque no me contrataran, sabía que lo más probable era que regresara a Los Ángeles. Allí tenía amigos y contactos. Y, en definitiva, mi prioridad era encontrar trabajo.
No obstante, en ese momento no quería angustiarme por mis perspectivas laborales. Solo quería disfrutar del día con Jackson.
Terminó siendo un día incluso más maravilloso de lo que imaginaba porque me llevó por toda la ciudad para enseñarme sus edificios favoritos y explicarme por qué le gustaban.
Empezamos tomando una copa en el hotel Marriott Marquis, cuyo atrio de techos altísimos parecía sacado de la película Alien. A continuación fuimos al Acuario de Georgia, que tenía el mismo aire futurista que Googie Burger. Entramos, nos encaminamos a la pecera más grande y nos sentamos en
la oscuridad. No sabría decir qué criaturas vivían en aquel hábitat inmenso. En ese momento solo era consciente de Jackson. De su fuego, su olor, su presencia. Apenas era capaz de pensar y aún menos de concentrarme, y cuando me besó en la sien incluso aquel roce tan dulce e inocente bastó para que me retorciera de tanto que lo deseaba.
Del mundo submarino del acuario me llevó a una estación de metro subterránea.
—Esta es mi favorita.
Extendió los brazos para abarcar la estación Peachtree Marta, construida a más de treinta y cinco metros bajo tierra. El techo y el suelo estaban pulimentados, pero los lados del túnel eran de tosca roca dinamitada.
—Aquí es donde el hombre modeló el mundo como creyó oportuno —dijo, y sus palabras fueron una confirmación de mis pensamientos—. Parece algo sencillo, pero ahora miles de personas pueden desplazarse a través de un lecho de roca, y el diseño, con la piedra a la vista, subraya eso.
Terminó nuestro recorrido en el impresionante Museo de Arte High, proyectado por un arquitecto galardonado con el premio Pritzker y ampliado más adelante por un gran arquitecto italiano. Paseamos por sus galerías y lo exploramos a fondo, pero nos dedicamos, sobre todo, a ver la exposición temporal sobre Cézanne y las obras de la muestra fotográfica permanente. Nuestro día de la Arquitectura por fin terminó en Table 1280, el restaurante de cocina de mercado del museo.
—Hay más —dijo Jackson mientras me daba de comer una fresa—. Pero cuanto más tiempo paso contigo, menos interesado estoy en la arquitectura y más en desnudarte.
Casi me atraganté con la fresa.
—No eres muy sutil, ¿verdad?
—Sé lo que quiero —arguyó—. Lo sé y voy tras ello. Te lo dije anoche. Y, Sylvia, pensaba que tenías claro que te quería a ti.
—¿Lo que tú quieres? Parece un poco unilateral.
—No lo es —me aseguró—. También sé lo que tú quieres. —Su forma de sonreír me hizo pensar en la que el lobo le dedica a Caperucita Roja. «Para comerte mejor.»—. ¿No es así?
«Oh, santo Dios, sí.»
No hice caso a mi corazón desbocado y aparté el plato sin haber probado la tarta de queso. No entendía la intensidad de mi reacción hacia aquel hombre. Lo único que sabía era que Jackson había provocado un cambio dentro de mí. Y era innegable que la sensación me gustaba.
El breve paseo hasta su Porsche se me hizo eterno y el trayecto en coche casi me resultó doloroso. Notaba la vibración del motor en todo el cuerpo y, cada vez que Jackson cambiaba de marcha, lo sentía entre las piernas. Tenía los pezones duros y tan sensibles que, con cada movimiento, el roce del encaje del sujetador era una tortura.
Estaba de los nervios, tan alterada que pensaba que pronto perdería el control. Yo no era una mujer fácil de encandilar. De hecho, era justo lo contrario. Por lo general me retraía o me quedaba fría si un hombre me perseguía con tanta intensidad como Jackson. Cierto que él no me había presionado ni me había puesto entre la espada y la pared. Joder, hasta se había echado atrás nada más conocernos cuando me había dicho que diera un paseo con él.
Pero aquello no cambiaba el hecho de que la imagen que proyectaba fuera de control y poder. Justo lo que a mí solía crisparme y descolocarme.
Entonces ¿por qué me sentía así en aquel momento?
Ni idea. Fuera como fuese en aquel preciso instante estaba histérica. Pero en otro sentido. Más agradable. Con la piel hormigueándome y el sexo palpitante. Todo mi cuerpo ansiaba sus caricias.
Unas caricias que yo quería. Que quizá hasta necesitaba.
—Adelante —dijo en voz baja pero con un sutil tono autoritario.
Me volví para mirarlo, sin comprender.
—Tócate.
Esa vez su orden fue innegable. Como también lo fue la reacción inmediata y visceral de mi cuerpo. La ebullición instantánea de mi sangre. La súbita ansia entre los muslos. La turgencia de mis senos.
Tragué saliva y me obligué a no cerrar los puños cuando el pánico empezó a crecer en mis entrañas, aún peor recibido porque creía haberlo superado con Jackson.
—Creo que no.
Mis palabras fueron firmes y me sentí orgullosa de haber sabido disimular mi preocupación.
—Quieres hacerlo —dijo sin más.
—No, yo…
—No ignores tus deseos, Sylvia. ¿Crees que no siento yo también tu calor? ¿De veras crees que no sé de sobra que, si te metiera el dedo por debajo del tanga, te encontraría caliente y mojada?
Fruncí los labios, excitada y frustrada por la facilidad con que veía lo que yo no quería enseñarle.
—Pensé en ti anoche —continuó—. Me senté en mi salón con un vaso de bourbon y pensé en ti.
Cambié un poco de postura para ponerme de cara a él, pero no dije nada.
—Te imaginé en tu piso, en tu cama. Te imaginé desnuda, Sylvia. Abierta de piernas, con una mano en un pecho y bajando la otra hasta tocarte el clítoris, tan caliente… tan sensible. ¿Te diste placer, nena? ¿Jugaste con tu clítoris y después te metiste los dedos? ¿Estabas cachonda y mojada? ¿Te follaste anoche, Sylvia? ¿Te metiste los dedos hasta el fondo? ¿Imaginaste que era mi polla lo que tenías dentro? Dime, nena, quiero saberlo.
—Sí —murmuré, porque era cierto y porque quería que lo supiera.
—Entonces hazlo ahora. ¿Por qué negarte un placer que es tan evidente que deseas?
—Yo… Jackson, no.
Me mordí el labio inferior. Esperaba que se me viniera encima una avalancha de recuerdos tan angustiosos y paralizantes que acabaría retrayéndome y permitiendo que el mundo se volviera gris solo para encontrar un espacio dentro de mí donde poder respirar.
Pero no hubo avalancha. Por el contrario, poco a poco, el pánico fue desapareciendo, eclipsado por la fuerza de mi deseo.
—Cierra los ojos —dijo—. Nada más. Solo cierra los ojos.
Como eso era fácil, lo hice.
—Eres preciosa. —Me acarició la mejilla y luego me pasó los dedos por el pelo—. Tremendamente hermosa. Y aún más con el sol dándote en la piel. ¿Lo notas, ya bajo, a través de la ventanilla? ¿Acariciándote? ¿Despertándote los sentidos? ¿Aflojándote, ablandándote, calentándote?
—Sí.
Lo dije susurrando, y ni tan siquiera me había dado cuenta de cuánto me había relajado en el poco tiempo que llevaba hablándome, seduciéndome con tanta precisión y habilidad como esos dedos que yo sabía que luego me tocarían.
—Ponte las manos en las rodillas, Sylvia.
Obedecí e inspiré para serenarme. Me notaba la piel demasiado tirante y el cuerpo demasiado caliente. No tenía otra palabra para describir lo que sentía aparte de «necesidad».
Y lo que necesitaba era a Jackson.
—Desabróchate el vestido, Sylvia —me ordenó—. Pero no abras los ojos.
Tragué saliva antes de bajar la mano y encontrar el último botón. No me costó sacarlo del ojal. El siguiente estaba unos diez centímetros más arriba y también lo desabroché. Seguí hasta llegar a la entrepierna.
—Jacks…
—No. —Me puso un dedo en los labios con suavidad—. No hables. No pienses. Solo haz y siente. Asiente si lo entiendes.
Asentí.
—Ahora acaba de desabrocharte el vestido.
Obedecí y las manos me temblaron un poco cuando llegué a la cintura y pasé a desabrocharme los botones del corpiño hasta los pechos.
—Ahora separa las piernas y, al mismo tiempo, ábrete el vestido.
Para entonces estaba respirando de forma entrecortada, imaginando lo que él veía. La tela amarilla apartada de golpe y yo en ropa interior de encaje y medias negras, con los pechos rebosándome por encima del minúsculo sujetador. Con los ojos cerrados, estaba sumida en una nube de sensualidad, en sintonía con el movimiento del coche y el sonido de su voz, pero no me esperaba el roce de su dedo en mi pezón y no pude contener un grito de placer cuando la caricia me provocó un estremecimiento entre el pecho y el sexo.
Arqueé la espalda y dejé que aquella sensación gloriosa me recorriera el cuerpo. Ni tan siquiera disimulé la sonrisa cuando Jackson murmuró:
—Eso es, nena… Tu forma de responder es increíble, joder.
¡Increíble!
Me contuve para no suspirar. Si ser increíble significaba que podía sentirme así, por mí perfecto.
—Abate el asiento —dijo—. Solo un poco. Así está bien. ¿Sigues alcanzándote las rodillas? No llegas del todo, pero no pasa nada. Quiero que te pongas una mano en el muslo. Perfecto. Ahora sube la otra hacia el pecho. No —corrigió—, así no. Hazlo sin dejar de tocarte —instruyó, y colocó su mano derecha sobre la mía y empezó a subírmela por el muslo, lenta y suavemente.
La sensación era indescriptible y, mientras nuestros dedos seguían ascendiendo por mis caderas y mi vientre, eché la cabeza hacia atrás, extasiada por aquel ataque apasionado y erótico a mis sentidos. Jackson me detuvo la mano justo debajo del pecho izquierdo para que pudiera notar el delicado encaje del sujetador y, cuando me subió el dedo índice despacio, me mordisqueé el labio inferior para, poco después, mordérmelo con fuerza cuando palpé mi pezón, duro y erecto por encima de la copa del sujetador.
—Eso es, nena —dijo—. Juega con él. Tócatelo. La sientes, lo sé. La dureza de tu pezón. Quieres pellizcártelo. Notarlo duro entre los dedos. Hazlo, nena —me urgió, y oí su quedo gemido cuando hice lo que me pedía y arqueé la espalda, sorprendida por la placentera descarga eléctrica que me llegó hasta el mismo sexo—. Oh, sí… —Hablaba con una voz tan baja y ronca que supe que estaba
casi tan excitado como yo—. Empieza a subir la mano derecha —ordenó.
Me asombró lo poco que tardé en obedecerle. Me pasé los dedos por la cara interna de los muslos hasta tocar el borde de mi tanga ya empapado.
—Muy bien, nena. Separa más las piernas y aparta el tanga. Quiero verte el coño. Quiero ver lo mojada que estás. Quiero ver cómo te metes el dedo. Y quiero ver cómo tu cuerpo se estremece cuando estés a punto de correrte. Pero solo a punto. No vas a correrte hasta que yo esté dentro de ti. Voy a follarte bien, nena. Voy a metértela tan adentro que gritarás mi nombre cuando te corras y vas a gritármelo en la boca.
Las palabras me sorprendieron. No porque fueran vulgares, descaradas e inesperadas, sino porque, en vez de sentirme utilizada por lo que me proponía, me sentí especial. En vez de sentirme sucia, me sentí poderosa. Como si, de algún modo, fuera yo la que estaba al mando y no aquel hombre que me
exigía tanto sometimiento y sumisión.
—Por Dios, cómo me pones —exclamó mientras yo me acariciaba el sexo empapado con los dedos.
Temblaba y gemía. Estaba cerca, muy cerca, y lo único que anhelaba era explotar entre sus brazos.
Quería más, quería sexo, ¡sexo apasionado! Y, siguiendo sus órdenes, hice lo que pedía: me toqué el clítoris, me metí bien el dedo y reprimí el impulso de suplicarle que parara el coche e hiciera el favor de follarme ya.
—Jackson —gemí cuando comencé a notar un cosquilleo en la cara interna de los muslos; el anuncio de la explosión que tanto ansiaba.
—Todavía no, nena —ordenó. Cerró la mano sobre la mía, y el mero roce de su piel casi bastó para que me corriera de todas formas—. No hasta que yo lo diga.
—Por favor —musité, más salvaje, más excitada de lo que me había sentido nunca.
—¿Por favor qué?
—Por favor, fóllame.
—Oh, nena. Créeme, lo estoy deseando. Pero, ahora mismo, creo que es la hora.
—La… hora ¿de qué?
—De entrar —respondió—. Y de muchas más cosas.
Abrí los ojos y miré alrededor, sorprendida de ver que estábamos en el aparcamiento de mi edificio. No tenía la menor idea de que habíamos salido de la autopista y aún menos de que habíamos aparcado.
Sin decir nada más Jackson se inclinó hacia mí y, muy despacio, me abotonó el vestido. Bajó del coche, pero yo me quedé sentada, con la respiración entrecortada e intentando regresar a la realidad. Mi sentido común me dictaba que debería correr a la puerta y encerrarme en mi piso para protegerme de Jackson y del mundo.
Sin embargo, el sentido común no parecía regir mis actos. Actuaba por puro instinto y, por primera vez en mucho tiempo, confiaba en él. Ansiaba soltarme y dejarme llevar, permitir que cada instante me condujera a una cima tan asombrosa como desconocida, que todavía no había alcanzado.
—Tu expresión… —dijo Jackson cuando me abrió la puerta y me tendió la mano para ayudarme a bajar del coche—. ¿En qué piensas?
—No pienso —respondí, y sonreí al reparar en el tono alocado de mi voz—. ¿No es maravilloso?
No pienso en nada.
—Entonces ¿qué haces? —preguntó mientras me abrazaba.
Me colgué de su cuello.
—Siento —respondí—. Por favor, Jackson. Hazme sentir más. Hazme sentirlo todo.
—Cariño… Lo que tú digas.
Me reí, extasiada y sorprendida, cuando me cogió en brazos y me llevó hasta mi puerta. Me agarré bien a él, con la cabeza apoyada en su hombro, mientras intentaba entender qué diablos me había sucedido.
A mí, que era siempre tan cauta. Una mujer que nunca se soltaba y jamás permitía que un hombre le llegara al corazón.
Por algún motivo Jackson era distinto, pensé. Jackson podía protegerme. Y, si mis demonios se debocaban, bueno, quizá fuera el hombre capaz de acabar con ellos.
—Quédate aquí —dijo al dejarme en el suelo delante de mi mesa de centro. Miró alrededor y la apartó con el pie para que no hubiera nada entre el sofá y yo—. Bien —añadió—. Ahora espera.
—Que espere… ¿qué?
Se limitó a negar con la cabeza al tiempo que se llevaba el índice a los labios.
—Me has pedido que te haga sentir, Sylvia. Y te prometo que lo haré.
Estuve a punto de responder, pero lo cierto era que no sabía qué decir. Además, él ya había entrado en la cocina.
Me quedé en mi salón, cambiando el peso de un pie a otro, preguntándome qué haría Jackson si me sentaba, pero con miedo de probarlo por temor a que se marchara. Y, la verdad, no quería que se marchara.
Cuando regresó llevaba en las manos dos copas de vino. Dejó una en la mesa de centro y se sentó en el sofá con la otra.
Miré el vino de la mesa con el rabillo del ojo y enarqué una ceja. Él tomó un sorbo del suyo antes de responderme con una única palabra.
—Después.
—¿Después de qué?
—Después de que te desnudes.
Su voz había cambiado. Era grave. Autoritaria. Y muy, muy sexy.
Inspiré y esperé que las frías garras de mis pesadillas me arañaran la espalda. Pero no sentí frío, sino únicamente calor, deseo y la intensidad de sus ojos, tan penetrantes que tuve la sensación de que no necesitaba quitarme la ropa porque ya me estaba viendo desnuda.
—No… no estoy segura —dije.
Pero, incluso antes de terminar la frase, supe que solo lo había dicho por quedar bien. No estaba tensa; por el contrario, me notaba suelta. Caliente. Incluso ansiosa.
El miedo que esperaba sentir estaba muy lejos y, en su lugar, notaba impaciencia. Porque deseaba la sensación de sus manos tocándome y el privilegio de que estuviera mirándome.
—¿No estás segura?
Se levantó del sofá con la copa en la mano. Se acercó a mí e introdujo un dedo en el vino antes de acariciarme con él el labio inferior.
—Yo creo que sí lo estás, Sylvia.
Bajó el dedo por mi cuello y me lo pasó por la clavícula con tanta sensualidad que esa delicada caricia me estremeció.
—Te he observado en el coche, ¿recuerdas? Tan atrevida. Tan salvaje. Te he dicho lo que quería y te has excitado. Te he dicho lo que debías hacer y te has puesto mojada.
Apreté los labios para no gemir.
—Quieres entregarte a mí, Sylvia. Quieres cederme el poder de darte placer.
Sus palabras me asustaron. No solo porque eran ciertas, sino porque no entendía por qué deseaba tanto lo que él me exigía. En los últimos años había mantenido muy pocas relaciones. Y cuando salía, cuando la imperiosa necesidad de desahogarme y evadirme me acuciaba tanto que me empujaba a la acción, era yo quien esgrimía el poder. Era yo quien ponía las condiciones y llevaba la voz cantante, no ellos.
Y en esas escasas ocasiones jamás sentía nada aparte del desahogo físico del orgasmo y el intenso sofoco que sigue a toda buena sesión de ejercicio cardiovascular.
Más importante aún, era yo quien me largaba después.
Aquella era mi forma de actuar, mi forma de protegerme.
Pero allí estaba, abierta y vulnerable.
Y, maldita sea, tremendamente excitada.
—Quieres esto tanto como yo —dijo mientras me rodeaba. Se detuvo justo detrás de mí y se inclinó para susurrarme al oído—: Lo veo en cómo me miras. En cómo respondes a mí. ¿Qué es lo que dijiste en el coche sobre mi profesión? ¿Que es poder y control? Tenías razón. Pero eso no solo
es lo que hago. Es quien soy.
Me cogió por la cintura y me atrajo hacia él hasta que tuve la espalda pegada a su cuerpo. Noté su erección y sentí una descarga entre los muslos. Y en ese momento lamenté no haber hecho ya lo que me había pedido, porque no había nada que deseara más que estar desnuda con sus manos en mi piel.
Las subió para cogerme los pechos.
—Me excita saber que controlo tu placer. Que puedo llevarte al clímax o no hacerlo. Que soy dueño de tu confianza y tu pasión.
Me soltó y apenas fui capaz de contener un gemido.
—Así que dime, Sylvia —continuó mientras volvía a sentarse en el sofá—, ¿qué quieres? ¿Quieres entregarte? ¿O quieres que me marche?
En vez de responder con palabras, alcé las manos despacio y volví a desabrocharme el vestido.
No obstante, esa vez no me lo abrí. Dejé que resbalara por mi cuerpo hasta caer al suelo para quedarme ante él únicamente con mi ropa interior recién estrenada y las sandalias.
Lo siguiente que hice fue descalzarme, aunque perdí más de cinco centímetros de estatura y me sentí incluso más vulnerable.
A continuación tenía que quitarme las medias y empecé a agacharme para hacerlo. Pero alcé la cabeza y el fuego que vi en sus ojos me espoleó la imaginación. Di dos pasos hacia él. Luego levanté una pierna y apoyé el pie en el borde del sofá, justo entre sus muslos. Y, sin prisas, empecé a enrollar
la media pantorrilla abajo. Cuando llegué al pie me la quité poco a poco. Me levanté despacio, con la media en la mano, y dejé que la fina seda le rozara la entrepierna.
—Qué traviesa…
Supe por su sonrisa que estaba encantado.
Yo también lo estaba.
Repetí el proceso con la otra media, pero esa vez estiré la pierna para poner el pie sobre el cojín y
rozarle la polla, que casi le reventaba los vaqueros. Además, sabía que, al tener una pierna levantada, el minúsculo tanga poco ocultaba lo mojada que estaba y en aquel momento Jackson tenía un asiento de primera fila con unas vistas increíbles.
Después, para que tuviera cuanto quería, me recorrí la pierna con un dedo hasta llegar al sexo. Gemí cuando melo metí entero, sin despegar los ojos de él porque no deseaba perderme ni una sola de las chispas de pasión que le encendieron el rostro.
—¿A qué sabes? —preguntó, y yo me introduje el dedo en la boca despacio y lo dejé mirar mientras me lo chupaba—. Sabe dulce —respondí por fin—. ¿Te gustan los dulces?
—Oh, sí —respondió; me agarró por las caderas y se arrodilló delante de mí—. Solo un poquito.
Se inclinó y me besó el sexo. Luego me lo lamió y chupó con tanta intensidad que creo que me habría desplomado si no me hubiera estado sujetando.
—Delicioso —murmuró cuando se apartó y yo gemí apenada.
—Por favor… —Confía en mí.
Bajó las manos, encontró la cinturilla de mi liguero y me lo bajó por las piernas hasta que pude sacar los pies.
Se levantó e hizo un movimiento circular con el dedo.
—Date la vuelta.
Obedecí y, al momento, suspiré cuando me desabrochó el sujetador y me lo quitó. Lo arrojó a la alfombra, y me quedé completamente desnuda y excitada de espaldas a él.
—Esto —dijo—. Esto me gusta mucho.
Me cogió los pechos desde atrás y empezó a besarme. Repasó el contorno de mis tatuajes, pero sin preguntarme por ellos. Despacio, me besó cada vértebra y noté el suave roce de sus labios en los hoyuelos del final de la espalda. Luego se arrodilló y me pasó la lengua por el sensible pliegue de carne entre la nalga y el muslo.
Había convertido todo mi cuerpo en una zona erógena y yo estaba temblando, tan inestable que levanté las manos y las coloqué sobre las suyas, como si agarrarme a mis propios pechos fuera, de algún modo, a mantenerme en equilibrio.
Cuando me pidió que volviera a darme la vuelta, lo hice sin vacilar. Tenía la boca a la altura de mi sexo, y le vi sonreír con picardía al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás para mirarme a los ojos.
—Eres preciosa —repitió.
Despacio, me pasó un dedo por los pechos, los tatuajes, el ombligo.
—Una cinta —continuó cuando llegó a la cinta roja que tenía tatuada entre el muslo y el torso—. Y un candado —añadió al tocar el primer tatuaje que Cass me hizo sobre el hueso púbico hace tanto tiempo—. ¿Por qué? ¿Qué hay escrito en la cinta?
—Nada —mentí—. Me gustaron cuando los vi en el catálogo, solo eso.
Me sostuvo un momento la mirada como si me estuviera desafiando, pero yo seguí muda. ¿Cómo iba a revelarle la verdad? ¿Cómo iba a explicarle que, en contra de lo que le había dicho, aquellos tatuajes no solo no eran nada sino que lo eran todo? Marcas tanto de vergüenza como de poder. Un testimonio de la persona que fui y jamás volvería a ser.
—Algún día me contarás la verdad —dijo mientras me pasaba el dedo pulgar por el sexo—. Pero ahora mismo lo único que quiero es saborearte.
Y, sin más aviso que aquel, me besó el sexo y me pasó la lengua por el clítoris con tanta delicadeza que el mundo se oscureció y se llenó de estrellas ante mis ojos.
—No será así todo el tiempo —explicó.
—¿Cómo?
—Delicado. Solo un poquito, cariño, y luego voy a hacerte gritar.
Cumplió lo prometido, y me excitó con la lengua mientras me acariciaba con las manos y me sujetaba lo justo para que no me cayera al suelo. Pero noté el cambio cuando me agarró por las nalgas y me exigió que separara las piernas. Me lamió con largos lengüetazos antes de meterme la lengua, probarme y provocarme. Me retorcía contra él, deseando que me tomara con más ímpetu, que me llevara más lejos.
Estaba totalmente desinhibida, con aquel hombre arrodillado ante mí, atormentándome con la boca de una forma tan violenta. Y quería más. Lo quería todo.
—Por favor —supliqué, cuando estuve segura de que ya no podía soportarlo—. Por favor, Jackson.
—Dime qué deseas —susurró, separando la boca de mi sexo solo el tiempo suficiente para murmurar las palabras contra mi piel.
—A ti. Oh… Dios mío, por favor. Te deseo a ti.
—Lo que tú digas.
Se levantó del suelo y me llevó al sofá. Con calma, se quitó la camisa y los vaqueros; después le llegó el turno a los slips, bajo los cuales pugnaba su voluminosa erección. Inspiré hondo, impresionada por la perfección del cuerpo de aquel hombre. Un hombre que los dioses sin duda esculpieron en un momento de especial inspiración. Se había sacado una caja de preservativos del bolsillo y lo observé, hipnotizada, mientras se ponía uno.
Luego se sentó en el sofá y me tendió la mano. Me acerqué al instante, me puse a horcajadas sobre él y noté su calor y su tentadora dureza en mi sexo.
—Quiero verte la cara cuando te corras —dijo—. Y quiero que te des el placer que necesites.
Me pasé la lengua por los labios al comprender que me estaba indicando que yo llevara la iniciativa. Que me moviera sobre él. Que lo cabalgara. Que nos condujera a los dos al clímax.
Y, oh, santo Dios, yo también lo deseaba.
Era terreno conocido, ser quien estaba al mando. Salvo que, con Jackson, sabía de sobra que en realidad no me lo había cedido.
Aun así, mientras estuviera entre sus brazos, no me importaba nada.
—Eso es, nena —dijo mientras yo me movía sobre él, frotándome contra su glande y excitándonos a los dos.
Entonces me besó con ardor y pasión. Me bajé para que me penetrara, tan mojada que me resultó fácil acogerlo por completo y subir otra vez para luego volver a bajar. Con una lentitud exasperante.
Dejando que el placer y la expectación aumentaran.
Lo miré a los ojos y vi comprensión.
—Te gusta calentarme.
—No —repliqué—. Solo quiero que dure.
Pero ninguno de los dos pudo aguantar, y Jackson no tardó en sujetarme por las caderas y guiar mis movimientos.
—Pensaba que mandaba yo —argüí jadeando.
—Olvídalo… Quiero sentirte estallar.
Nuestros movimientos fueron cada vez más bruscos e impetuosos. Seguí cabalgándolo, tomándolo todo, deseándolo todo. Sus caricias, su pasión, la explosión de placer que estaba a punto de llegar.
Y cuando llegó, cuando todo mi cuerpo se tensó alrededor de su polla y el mundo entero giró cuajado de luz y color, grité su nombre, tal como él había dicho que haría.
—Creo que no voy a moverme más —susurré cuando me desplomé sobre él abrazada a su cuello.
—Lo harás.
Se incorporó y me llevó en brazos al dormitorio. Y tenía razón. Cuando se colocó encima de mí, cuando me besó y acarició, cuando me hizo el amor con ternura y suavidad, volví a moverme sin ningún problema.
Después me acurruqué contra él y pensé que quizá, solo quizá, había ganado la batalla.
Pero no era cierto.
No había ganado.
Y cuando las garras del horror me visitaron en sueños comprendí por vez primera cuánto había perdido verdaderamente y el alto precio que había pagado por mi pasado.



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Mensaje por yiniva Jue 21 Jun - 14:03

Pobre Sylvia, después de tanto tiempo aún vive atormentada lo por que le paso, Jackson sabe lo que le gusta y ella se deja llevar aunque no quiera.
gracias Berny


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Mensaje por berny_girl Vie 22 Jun - 1:14

Capitulo 7

Miro el edificio de estuco gris con la puerta de acero y me encojo cuando se torna rojo y palpitante.
Me vuelvo en el coche para mirar a mi padre, segura de que también lo ha visto. Segura de que no me obligará a entrar otra vez ahí. Porque es peligroso, como en una película de terror. Y yo no quiero ser la chica de la película que entra confiada en ese lugar tan espeluznante.
—Papá…
—Ve, Elle —dice—. Vas a llegar tarde.
—Ahora me llamo Sylvia.
—Soy Eleanor Sylvia Brooks, aunque siempre había sido Elle. Hasta que Bob empezó a llamarme así. Ahora, con catorce años, odio mi nombre. Ahora me llamo Sylvia.
—Lo sé —dice mi padre—. Sé todo lo que pasa ahí dentro. Al fin y al cabo, lo he organizado yo.
—¿Lo sabes? —Arrugo la frente—. ¿De verdad lo sabes?
—Él te dijo eso, ¿no?
Pienso en lo que Bob me dijo la semana anterior cuando me metió los dedos por debajo de las bragas. Dijo que había acordado esto con mi padre. Que íbamos a ganar mucho dinero. Mucho más de lo que vale una fotografía tonta, sobre todo cuando ni tan siquiera vende todas las fotografías que hace.
—Eres guapa, Elle, pero ¿en serio crees que de mayor vas a ser modelo?
Niego con la cabeza.
—Entonces, pregúntate para qué estoy pagando a tu padre.
—Él no haría eso —replico, pero quizá sí… porque necesitamos el dinero.
De repente mi hermano, Ethan, va en el asiento trasero.
—Está bien, porque me quieres. Y si dejas de hacerlo y me muero, será culpa tuya.
Mi madre aparece a su lado.
—¿Qué adolescente no estaría encantada de ser modelo? Tienes muchísima suerte. ¡Y ya has salido en un anuncio!
Me enseña el anuncio de un comercio local sobre la vuelta al colegio. Por un momento me quedo desconcertada porque todavía no lo hemos hecho, pero entonces recuerdo que esto es un sueño. De inmediato, mi madre y mi hermano desaparecen.
—Es hora de entrar —dice mi padre.
Ahora estoy dentro del edificio, apoyada en una pared. Al otro lado de la habitación me veo a mí misma.
Mi otra yo posa apoyada en una columna romana falsa. Bob está delante de mí. Es un fotógrafo que vende sus fotografías a publicistas, diseñadores gráficos y gente así. Se apellida Cabot, pero se supone que debo llamarlo Bob.
No sé qué edad tiene, aunque no le echo más de treinta y cinco años. Va bien afeitado, y tiene una sedosa melena oscura que le llega a los hombros y que a veces se recoge con una cinta de piel cuando trabaja. Cuando lo conocí me pareció que era mono. Ahora me dan náuseas nada más verlo.
Miro alrededor para ver si hay alguien más en el estudio. Bob tiene estudiantes en prácticas y unos cuantos ayudantes. Incluso una mujer que aporta el vestuario. Pero hoy no hay nadie.
Y yo sé por qué.
—Estupendo, Elle —dice—. Así está bien… Aunque falta algo.
Se coloca delante de mí y conecta el ventilador. Mi pelo, aún largo, aún ondulado, empieza a moverse.
—Oh, sí. Es fantástico. Perfecto para esta toma.
Se me encoge el estómago.
—Pero el vestido…
Se acerca a mí y, aunque estoy oculta entre las sombras al otro lado del estudio, noto el roce de sus dedos mientras arregla el vestido a mi otra yo. Es azul claro y corto, con botones por delante y ceñido en la cintura. La tela es lo bastante fina para que la brisa artificial me pegue la falda a las piernas.
—Así está mejor —dice después de desabrocharme los primeros botones—. Pero tu cara… Vamos,
Elle, necesito que tengas un aire tierno, sensual. ¿Lo harás para mí?
Observo con los labios apretados. No digo nada.
—Sube los brazos —me indica—. Cógete a la columna.
Lo hago.
—Muy bien. Una composición bonita y elegante.
Baja el dedo por mi brazo hasta el monte de mi pecho. Se detiene ahí y me lo aprieta. Miro mientras mi otra yo cierra los ojos.
—De hecho —dice—, no está mal. La joven púber apoyada en una columna romana. Es casi un tema mitológico. Casi como si fueras Afrodita.
Empieza a desabrocharme el vestido.
—¡No! —exclamo desde las sombras.
—No —dice mi yo de la columna.
—¿Quién manda? —me pregunta Bob—. ¿Para qué pago? Mientras estás aquí eres mía, ¿recuerdas? Tienes que confiar en mí. Mi trabajo es que quedes guapa, ¿no?
Me abre el vestido y me descubre los pechos, aprisionados en un sujetador que me queda pequeño.
Me veo apretar más los ojos.
—La foto no va a salir bien si no te relajas. Pero no te preocupes, Elle. Forma parte de mi cometido. Asegurarme de que quedas favorecida en la fotografía. Asegurarme de que te relajas por completo.
Mientras habla me desabrocha los botones que quedan. Lo veo acariciarme y tocarme. Recuerdo todo lo que ha hecho, todo lo que hace ahora. Dónde están sus manos. Dónde está su boca.
No lo miro a él; no puedo. El mundo que me rodea se está volviendo gris y solo quiero huir de estos recuerdos, pero ¿cómo voy a marcharme cuando esa otra yo seguiría atrapada aquí, enfadada, asustada y muerta de vergüenza?
Oigo las palabras de Bob, roncas y urgentes, y aprieto los dientes. No despego los ojos del rostro de mi otra yo. Ella sigue de pie, con los brazos levantados. Y Bob está de rodillas delante de mí. Ya no habla.
Grito a mi otra yo que lo aparte de un empujón. Que le abra la cabeza de un golpe. Que le dé un rodillazo y le rompa la mandíbula.
Pero ella no lo hace. De hecho, hace todo lo contrario, conforme pierde poco a poco el control.
Relaja la mandíbula. Separa los labios. La piel se le enrojece. Veo cómo se retuerce. Oigo sus quedos jadeos.
Y entonces nota una tensión que va creciendo. Siente que se avecina un estallido. Está apoderándose de ella, de mí, de las dos. Y, oh, joder, es agradable. Cada vez es mayor y bajo la vista, pero no es Bob quien está tocándonos. Utilizándonos.
Es Jackson.
Y es entonces cuando ocurre. Un violento orgasmo me hace temblar y me doy cuenta de que no hay otra yo, sino solo Elle. Solo Sylvia.
Solo vergüenza. Y confusión. Y el miedo frío y profundo de que si continúo rompiéndome así, jamás conseguiré rehacerme.


Mi grito me arranca tanto de mi pesadilla como del recuerdo.
Miro alrededor porque temo que la gente me haya oído. Pero solo he gritado mentalmente.
Me quedo inmóvil y respiro despacio, intentando olvidarme de la pesadilla de la cabeza mientras me recupero. Estoy en Los Ángeles, en Hollywood Boulevard, de pie en la acera junto a la entrada de la estación de metro Hollywood/Vine. Y estoy agarrada a un poste indicador.
Atlanta ya no está.
El pasado ya no está.
Pero el sueño sigue aquí. Y Jackson, el hombre al que podría haber amado, el hombre al que dejé de una forma tan cruel, también sigue aquí.
Me paso los dedos por el pelo. He estado tan absorta en mis recuerdos, tan concentrada en Jackson, que no he prestado atención a nada. He andado varias manzanas, una caminata de más de quince minutos, sin siquiera darme cuenta de lo que hacía.
—¡Mierda!
Suelto la palabrota a media voz, más asustada que enfadada, porque hacía tiempo que no me abstraía tanto. Me digo que no pasa nada. Solo estoy alterada y algo mareada. Pero, mientras lucho contra los recuerdos, el miedo y las ganas de vomitar, sé que tengo que serenarme.
Vuelvo a mirar alrededor, si bien esta vez lo hago para disimular más que para orientarme. Sé dónde estoy. Más que eso, sé lo que quiero. Lo que necesito.
Estoy casi vibrando de la energía que he acumulado y necesito desahogarme. Necesito hacerme con el control, ser la que manda.
Y sé exactamente cómo conseguirlo.
Dejo Hollywood Boulevard y giro por Vine Street. Delante de mí, el edificio cilíndrico de Capitol Records se alza en la noche como un faro que me alumbra el camino. Sin embargo, no voy tan lejos. Me dirijo a Avalon, un emblemático club de Hollywood que ha pasado por varias fases desde la
década de 1920. En la actualidad es una discoteca de moda con excelentes DJ y música tecno bastante buena los viernes. Lo que es más importante, tiene una pista de baile impresionante y siempre se llena. Lo sé porque aquí es a donde solía venir para desmelenarme antes de conocer a Jackson.
Aún vengo a bailar o a desconectar cuando tengo un mal día. A veces sola, otras con amigos. Pero eso es todo. Me limito a dejarme llevar por la música.
Hoy no vengo a eso.
Esta noche estoy rota. Y dispuesta a repararme de la única manera que sé.
Como de costumbre hay cola, pero avanza con rapidez. Así que no tardo en entrar y sustituir el ruido del tráfico y las luces de Hollywood por la atronadora música tecno y el violento parpadeo de los focos morados, blancos y azules que alumbran la pista de baile, ya repleta de cuerpos que se
contorsionan. Ahí, me digo, y empiezo a abrirme paso entre la multitud.
Miro las caras al pasar, buscando la correcta. Porque hoy no vengo a bailar. Vengo a quitarme este puto día de encima. Vengo a borrar mis recuerdos y mis pesadillas.
Sobre todo, vengo a demostrarme que ya no soy una niñita débil que se deja intimidar y asustar.
Pero no es solo eso, y lo sé de sobra. Esto es por Jackson. Por cómo me ha rechazado. Por cómo me ha tocado. Y por el maldito pacto con el diablo que ha intentado obligarme a hacer.
Un pacto que no puedo aceptar. ¿Acaso no hui ya de él una vez?
Estoy en la pista, con los brazos levantados y moviendo las caderas al son de la música, cuando lo veo. No a Jackson; de hecho, este tío ni tan siquiera se le parece. Pero es alto y moreno y ahora mismo me basta. Está de pie junto a la pista; no puede decirse que baile, pero está moviéndose. Tiene un vaso de tubo en la mano de lo que parece whisky aguado y, cada poco, da un sorbo. Me dirijo a él bailando y tonteo con algunos otros candidatos antes de detenerme delante del que he elegido.
—Lo haces todo mal —digo.
Se pone la mano libre ahuecada tras la oreja.
—¿Qué?
Me acerco hasta casi rozarle la sien con los labios.
—He dicho que lo haces todo mal.
—¿A qué te refieres?
Le quito el vaso y lo dejo sobre un altavoz que hay cerca.
—A bailar —respondo, y lo tomo de las muñecas—. Te enseñaré cómo se hace.
Lo llevo a la pista sin darle la oportunidad de protestar. Encontramos un hueco entre el resto de las parejas sudorosas que vibran, se tocan, coquetean, se acercan peligrosamente y se separan. Esa es la danza de apareamiento de los jóvenes sin pareja, y este hombre y yo estamos echando toda la carne
en el asador. Cada vez más atrevidos, cogiéndonos de las manos, juntando las caderas. Y cuando le miro la cara y veo que me desea sé que es hora de pasar a la siguiente fase.
Jadeando, me acerco a él y me cuelgo de su cuello.
—¿Cómo te llamas?
—Louis Dale. ¿Y tú?
Niego con la cabeza.
—No, este juego no es así, Louis.
—¿Qué juego?
Me limito a sonreírle y a agarrarle una mano.
—¿Tienes un coche cerca?
—Esto… sí. Sí, claro.
Dejo que me saque de la discoteca y me lleve a un aparcamiento de pago que está cruzando la calle. Se detiene delante de un deportivo Lexus de color gris.
—Bonita máquina —digo, y lo empujo con delicadeza contra el coche. Tengo las palmas de las manos apoyadas en su pecho—. ¿Qué más tienes para mí que sea bonito?
Me arrimo a él y me encanta sentirlo duro. No lo deseo a él; lo que deseo es esto. El control. El poder. Saber que cuanto tome o dé esta noche será porque yo así lo quiera. Hacía años que no necesitaba con tanta ansia tener esta sensación, pero ¡a la porra con todo!, hoy me urge.
—Me parece que nos hace falta un hotel, Louis, ¿no crees?
—Joder, sí —responde.
Me aparta de un empujón y me da la vuelta para apoyarme contra el coche y se apretuja contra mí.
Está jadeando, bajando la cabeza para besarme, pero yo vuelvo la cara.
—Todavía no —digo, porque esta noche mando yo.
Pero al momento grito cuando alguien lo separa de mí con brusquedad y él, con una expresión de asombro casi cómica, da varios pasos hacia atrás hasta caer al suelo de culo a más de dos metros del coche.
—¿Todavía no? —gruñe Jackson—. Ni lo intentes.
Me agarra la mano y tira de mí con tanto ímpetu que me estampo contra él. Me rodea por la cintura de inmediato y, pese a mi sorpresa y enfado, pese a la vergüenza que siento, no puedo evitar el torrente de alivio y deseo que me inunda.
Pero no quiero sentirme aliviada, de modo que lo hago a un lado con un manotazo y entierro mi hondo malestar bajo la fuerza de mis palabras.
—¿Qué coño…? ¿Qué coño te crees que haces?
Me ignora. Señala a Louis con un dedo.
—Tú. Lárgate cagando leches.
Louis mira de reojo; al coche, más que a mí. Luego se arrastra hacia atrás como si fuera un cangrejo antes de levantarse y alzar las manos con aire suplicante.
—Oye, tío, ella…
—Que te largues —repite Jackson.
Louis obedece y se aleja corriendo.
En cuanto se pierde entre las sombras, Jackson me agarra por los brazos. Tira de mí y me arrima tanto a él que nuestros alientos se funden en uno. Está temblando de ira y, por un instante, no sé si quiere besarme o pegarme.
No hace ninguna de las dos cosas.
Veo su lucha interna reflejada en su rostro. Luego me empuja contra el coche de Louis.
—¿Qué hostias haces? —exige saber—. ¿Te gusta el peligro? Prueba conmigo, Sylvia, porque no tienes ni idea de lo peligroso que puedo ser. —Me aprieta los brazos—. ¿O a lo mejor quieres sexo anónimo? También te valgo, porque si crees que me conoces, princesa, te prometo que no es así.
—Jackson…
—¡No!
Me suelta un brazo para pasarse los dedos por el pelo y, al momento, se aparta de mí con brusquedad, con lo que rompe por completo el contacto. Pego las manos al lado del coche para obligarme a no moverme, a quedarme donde estoy. Porque juro por Dios que ahora mismo no sé si me apetece darle un bofetón o que me abrace.
—¿De veras crees que puedes volver después de tanto tiempo, hacerme ojitos y esperar que pierda el culo por ayudarte?
—No es eso. Yo…
—¿Y para él, para el puto Damien Stark? Hemos terminado, princesa —dice, y apunta hacia mi cara con un dedo—. Me pediste que me fuera, cariño. Y al cabo de cinco años pretendes entrar en mi vida de nuevo. A bombo y platillo, además.
Me paso la lengua por los labios.
—Son solo negocios.
—Y una mierda.
Percibo su cortante tono de crispación, tan peligroso como un cuchillo afilado. La lucha también se refleja en su rostro, y me apretujo contra el coche, deseando poder fundirme con el metal. Jackson es fuego y furia, y no tengo la menor idea de qué va a hacer. Lo único que sé es que toda su pasión va dirigida a mí y que, pase lo que pase, no saldré indemne de este aparcamiento.
Lo veo primero en sus ojos, un destello de ferocidad antes de estampar la mano contra el Lexus.
Luego me abraza y, sin darme tiempo a pensar, me besa.
El beso es violento. Exigente, desesperado. Y cuando abro la boca para respirar aprovecha para meterme la lengua. Me sujeta la cabeza con una mano y me coge un pecho con la otra. Me besa con más pasión, poseyéndome con tanta intensidad que sé que no seguiría en pie si él no me estuviera
sujetando.
La fina tela de mi vestido apenas consigue entibiar el calor de su mano y menos aún mi excitación. Me noto el pecho turgente y, cada vez que me pasa el dedo pulgar por el pezón, tan erecto que me duele, quiero suplicarle que me baje el dichoso vestido para sentir el roce de su piel en la mía.
Me pellizca el pezón mientras me muerde el labio inferior. Grito en su boca, de dolor y deseo. Luego baja la mano por mi cuerpo y cuando la posa en mi sexo se me escapa un gemido. Entonces deja de besarme el tiempo suficiente para mirarme a los ojos, y veo deseo y dureza en los suyos.
Pero vuelve a besarme y, maldita sea, ni tan siquiera protesto para quedar bien. Lo acepto, lo acojo. Paladeo su sabor cuando me sube la falda. Cuando encuentra mi sexo caliente, mojado y palpitante.
Esto no es romántico. Ni tierno. Me aparta las braguitas de encaje con brusquedad para dejar vía libre a sus dedos. Me los mete en la vagina y gimo mientras me tensó toda yo alrededor de su mano porque quiero sentirlo adentro, muy adentro, y quiero más. Porque quiero perderme en este momento
y aferrarme con fuerza a todo esto que estoy sintiendo y sé que no puedo tener.
Sus dedos están húmedos cuando me acaricia el clítoris, juega con él y casi hace que me corra. Mi cuerpo vibra, los labios me tiemblan y los pezones se me están poniendo tan duros y erectos que casi me duelen. Quiero que me toque, quiero que me penetre.
Sencillamente, lo deseo.
—Ahora —gruñe, y consigue que me olvide del miedo y también de la realidad—. Maldita sea, Sylvia. Córrete para mí.
Obedezco. Y cuando me deshago entre sus brazos, cuando echo a volar y estallo en la noche cuajada de luz, no puedo sino desear que ojalá pudiera quedarme así, colmada de placer con este hombre. Pero sé demasiado bien que no hay que creer en los deseos y, en cuanto regreso a la realidad, me inclino hacia atrás para apoyarme otra vez en el coche en lugar de hacerlo en Jackson.
Me mira un momento más, pero no sé interpretar su expresión. Después da un paso atrás.
—Maldita seas, Sylvia —susurra, y levanta las manos como si estuviera sorprendido—. Maldita mil veces…
Me pongo a temblar, perdida, mareada y confundida.
—Pensaba… pensaba que habías dicho que habíamos terminado.
—Puede que hayamos terminado, pero esto no se ha acabado. Está muy lejos de acabarse, joder.
Su tono aún es áspero, pero percibo un atisbo de otra emoción. ¿Pena? ¿Resignación?
No lo sé, pero, sea lo que sea, me desgarra el corazón.
Se pasa los dedos por el pelo y suelta todo el aire de los pulmones. Me mira de arriba abajo. No dice nada sobre lo que acaba de ocurrir. Nada sobre nuestro pasado. Nada sobre el presente. Su expresión es severa, dura e inescrutable.
Pero sus ojos…
Sus ojos no mienten y la ternura que veo en ellos casi me destroza. Porque la ternura de Jackson me desarma.
—Vamos —dice, y me sorprende cuando me coge del brazo.
—¿Adónde?
—A menos que quieras que el pobre Louis vuelva a casa andando, probablemente deberíamos alejarnos de su coche. Imagino que debe de estar escondido por aquí.
—Sí. Claro.
Respiro hondo y me obligo a ordenar mis pensamientos. Lo que cuenta no soy yo. Ni tampoco Jackson. Ni nosotros, porque no hay un nosotros.
Lo que cuenta es el resort, y no debería olvidarlo.
—Tiene que haber una cafetería abierta en el boulevard —digo—. Vayamos a tomar un café y un trozo de tarta… Y quizá podríamos hablar del proyecto.
—Ya te he puesto mis condiciones, princesa.
No me molesto en responder. No me lo he tomado como un ultimátum. Es un hombre de negocios demasiado competente y este proyecto es demasiado bueno. Así que en cuanto se le pase el enfado podremos hablar en serio.
No obstante, por la expresión de su cara me parece que el resort es la menor de sus preocupaciones. De todas formas echa a andar hacia Hollywood Boulevard, y siento que es una pequeña victoria.
Pero no llegamos tan lejos, porque cambia de dirección en cuanto pasamos la discoteca y me lleva a la puerta del Redbury Hotel, un hotelito de lujo que Cass me ha puesto por las nubes en varias ocasiones.
—Ni hablar —le suelto. Sin embargo, recuerdo la sensación de sus dedos dentro de mí hace un momento, y tengo que obligarme a quedarme clavada al suelo delante del hotel—. Ni de coña.
Se vuelve hacia mí y espero percibir frustración o irritación en su rostro. En cambio, veo que se ablanda un poco.
—No —dice sin más, casi con dulzura.
Entonces baja la cabeza y me besa, esta vez con tanta ternura y delicadeza que temo derretirme.
—No soy el hombre que crees que soy.
—Sí que lo eres —replico. «Y ahí radica el problema», me callo.
Vacila solo un instante antes de entrar. Me tienta continuar protestando, pero estoy tan confusa y agotada que no me quedan fuerzas para luchar. Seguiré a su lado, decido, para ver adónde nos lleva esto.
—Jackson Steele —dice al recepcionista—. ¿Trabaja esta noche Jennifer?
—Por supuesto, señor Steele. Un momento.
Poco después una mujer despampanante con una ajustada falda de tubo se reúne con nosotros en el vestíbulo. Lleva una tarjeta con su nombre prendida en la solapa de la chaqueta: Jennifer Trane, gerente de noche.
—Jackson —exclama, y le estrecha la mano de un modo que, estoy segura, habría sido un beso apasionado si esta fuera su noche libre—. No sabía que estabas en el hotel.
—No estoy hospedado aquí. Al final hice lo más sensato y me compré un apartamento. Pero mi amiga necesita un sitio donde dormir. ¿Podrías buscarle una habitación? Sylvia Brooks —añade—. Pero yo correré con los gastos.
—Y un cuerno —protesto.
—Le buscaremos una habitación —dice la gerente de noche Jennifer Trane, como si yo no hubiera abierto la boca.
Si me tiene celos, los disimula muy bien. De todas formas, no puedo evitar preguntarme de qué se conocen. Y, nada más hacerlo, quiero darme una patada en el culo. Porque no tengo ninguna necesidad de ir por este camino.
—Todo listo —nos informa el recepcionista, y entrega a Jennifer un sobrecito con mi llave electrónica.
—Por aquí, señorita Brooks —dice Jennifer, y la sigo.
Por un instante se me pasa por la cabeza correr hasta la calle y coger un taxi. Pero de repente me parece que mi piso de Santa Mónica está muy lejos y tener una cama mullida cerca me tienta demasiado.
Me vuelvo, esperando ver a Jackson detrás de mí, pero se ha quedado en el vestíbulo.
—Adiós, Sylvia.
Por segunda vez esta noche, Jackson Steele se va.


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Mensaje por yiniva Vie 22 Jun - 13:39

Lo de la primera parte fue un recuerdo? pobre Sylvia, debería buscar ayuda para superar todo lo que carga, gracias Berny


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Mensaje por citlalic_mm Sáb 23 Jun - 1:53

Wow!! Avanzo muy rápido la lectura, me pondré al corriente el fin de semana.... Espero

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Mensaje por berny_girl Sáb 23 Jun - 13:46

Capitulo 8

«Sylvia…»
«Sylvia…»
«¡Sylvia!»
Me incorporo como impulsada por un resorte, respirando de forma entrecortada. Estoy a oscuras en una habitación que me resulta desconocida, y oigo un zumbido insistente que mi mente atormentada interpreta como el sonido de mi nombre repetido sin cesar.
Pero no es mi nombre. Es el timbre de mi móvil. Y mientras lo busco a tientas regreso a la realidad.
Estoy en la habitación de un hotel. Sola.
Y Jackson se mantiene firme en su ultimátum sobre el resort.
Que se vaya a la mierda.
En cuanto a lo demás, los recuerdos, mi ensimismamiento, su forma de tocarme, no quiero pensar en ello.
Pero, por mucho que lo intento, no puedo evitar sentirme decepcionada cuando por fin miro mi móvil ya mudo y veo que la llamada no es de Jackson.
¡Maldita sea!
Me desperezo mientras escucho el mensaje de voz. Es de Cass.
—Hola, guapa. Ayer te busqué y alguien me dijo que te había visto salir con Jackson pisándote los talones. Así que espero que te haya dicho que sí al resort y que estés en casa durmiendo para celebrar la victoria. O que te haya dicho que no y estés en casa durmiendo para olvidar la derrota. En cualquier caso, confío en que no hayas hecho ninguna tontería. Zee y yo vamos a dormir unas horas, pero, si oyes esto enseguida, llámame. Son, ummmm, casi las ocho. Y si no tengo noticias tuyas antes de las diez, voy a cabrearme horrores. No hay excusa, Syl. Llámame.
El teléfono enmudece otra vez.
De acuerdo, me digo. La llamaré.
Pero no tengo claro que me apetezca hablar. Con todo, me recuerdo que es Cass y que me quiere, y, aunque no lo ha dicho abiertamente, sé que además está preocupada. Así pues, hago de tripas corazón y la llamo.
—Mala pécora —me suelta ya de entrada—. Ni tan siquiera me mandaste un mensaje de texto. ¿Dónde te metiste? ¿Estuviste con Jackson?
—Lo siento, no se me ocurrió. Y no… Es decir, sí. O sea, después. Estuve con Jackson después.
—¿Y ahora estás en casa?
Miro a mi alrededor y frunzo el ceño.
—Estoy en el Redbury.
Hay un silencio tan largo que me separo el móvil de la oreja para asegurarme de que la llamada no se ha cortado.
—¿Habéis follado?
—¡No! —Mi tono es de dignidad ofendida, lo que, teniendo en cuenta que Jackson me metió los dedos por debajo de las braguitas, es un poco hipócrita—. Ni tan siquiera estuve con él la mayor parte del tiempo. Fui… Oh, mierda, Cass, fui a Avalon.
—No me jodas. Syl. ¿En serio?
Ahora la preocupación está patente en su voz y me queda claro que ha entendido que no fui solo para bailar.
Me apresuro a tranquilizarla.
—No pasa nada. Estoy bien.
—¿Tendré que hacerte otro tatuaje?
Habla con control, despacio. No está enfadada, creo. Está asustada.
—No —respondo, agradecida de que Jackson apareciera cuando lo hizo—. Casi —reconozco—. Pero no.
—Voy para ahí.
—No, Cass, en serio. Estoy bien. Me arreglaré un poco y me iré a la oficina. A ver si puedo encontrar otro arquitecto que contente a los inversores —digo en tono alegre, aunque sé que será misión imposible.
—¿Estás segura? No tienes coche, y yo no estoy muy lejos.
—Estoy segura, sí —respondo—. Y tú no querrás dejar a Zee, y ella no querrá pasarse la mañana conmigo. Cass, todo va bien, de verdad.
—Vale. Oye, Zee vive en Silver Lake y aquí la cobertura es un asco, así que, si me llamas y no lo cojo, déjame un mensaje y te telefonearé desde su fijo.
—No te llamaré. Estoy bien. Basta ya de hacerme de mami.
—Estoy preocupada por ti.
—No lo estés —digo con dulzura—. Todo va bien.
Casi veo su expresión insatisfecha.
—De acuerdo. Pues nos vemos por la tarde. Tengo un cliente a la una que debería llevarme un par de horas, pero después estoy libre. ¿Te pasas por la tienda a las tres?
Y como las dos necesitamos quedarnos tranquilas sabiendo que estoy bien, le digo que sí.
Podemos comer juntas… aunque sea un poco tarde.
—Nada de comer, Syl. A mí va a apetecerme beber juntas… aunque sea un poco temprano.
Me río y colgamos.
Por un momento me planteo si debería quedarme durmiendo unas horas más o coger un taxi y largarme de aquí ya. No obstante, después de ir al baño opto por una solución intermedia: darme una ducha. Porque este cuarto de baño es espectacular. Con las paredes de azulejos negros, accesorios ultramodernos y una cabina con efecto lluvia.
Giro el mando del agua y, mientras espero a que la temperatura se regule, me quedo desnuda delante del espejo.
«¿Tendré que hacerte otro tatuaje?»
Esas palabras de Cass parecen resonar en el cuarto de baño y bajo la mano hasta tocarme el candado que mi amiga me tatuó justo por encima del vello púbico. El primero de muchos. El espejo no es de cuerpo entero, pero si me alejo lo suficiente me veo casi completa. Sea como sea, lo cierto es que no necesito verme. Sé dónde están todos. Cada trofeo. Cada marca. Cada tormento y cada recuerdo.
Vuelvo la pierna hacia fuera y me miro la sinuosa cinta roja que tengo tatuada en la delicada piel cerca de la ingle del muslo izquierdo, una espiral roja que discurre entre mi pubis y mi cadera. Y las barrocas iniciales que lleva escritas, «TS», «KC», «DW». Pequeñas e intrincadas, como el texto de un manuscrito medieval, de tal modo que casi parecen un dibujo al azar. Naturalmente, son cualquier cosa menos eso.
Recuerdo aquella noche con Jackson, una sola noche que concentró toda la fuerza y la emoción de una vida. Pasó un dedo por la cinta y me preguntó qué significaba. Le respondí que nada, pero era mentira. Las iniciales lo significan todo. Son una marca de vergüenza y poder. Me recuerdan a la persona que fui y ya no volveré a ser jamás.
Representan a hombres como Louis. Hombres a los que perseguí antes de conocer a Jackson. Hombres con los que decidí acostarme para usarlos, y no al revés.
Me toco el labio inferior y, sin palabras, doy las gracias a Jackson por detenerme anoche. Por impedirme atravesar la línea que me habría obligado a añadir «LD», las iniciales de Louis Dale, a mi colección.
No había hecho eso, no había puesto a un hombre en mi punto de mira ni lo había acorralado de esa forma, desde antes de Atlanta. Pero anoche ansiaba ese desahogo, ese control. Esta mañana solo lo habría lamentado.
Me pongo de costado y observo mi espalda. En esta postura solo alcanzo a ver que tengo algo tatuado en rojo entre los dos hoyuelos sobre mis nalgas. Pero da lo mismo. Conozco el tatuaje. Aunque solo haya visto esa imagen reflejada en un espejo, conozco la recta y las curvas. Una decorativa «J» entrelazada con una «S» formando un bonito monograma.
Son las iniciales de Jackson, y estoy marcada con ellas.
Suspiro y me llevo el brazo a la espalda para poner la mano sobre el tatuaje. Acudí a Cass el día que regresé de Atlanta. No le di explicaciones, no dije una palabra. Transcurrió al menos un mes antes de que le hablara de Jackson y yo. Pero necesité el tatuaje nada más llegar. Necesité el dolor que teñía el recuerdo. Y necesité que un pedazo de él estuviera siempre conmigo.
Tengo más tatuajes. En los pechos, entre los omóplatos, en las caderas. Un sendero mudo que serpentea por el sufrimiento de mi vida. Todos discretos, para que ninguna falda ni ninguna blusa revele nunca mis secretos. Pero están ahí cuando los necesito.
Ahora mismo, me digo, no los necesito. Me va bien. Tengo una profesión en la que estoy haciendo progresos, buenos amigos, un jefe estupendo. Estoy avanzando en la vida; ya no tengo que ponerme desnuda delante del espejo y reseguir el camino de mis triunfos y tragedias para hacer acopio de fuerzas.
Y durante años me he sentido fuerte, capaz y al mando.
Ahora, sin embargo, el mundo está volviéndose otra vez gris y el control al que siempre me he aferrado con uñas y dientes se me está escapando de las manos como si tuviera los dedos untados de mantequilla.
El pánico abre grietas en mi coraza de nuevo, y sé la razón. Porque, en vez de conquistar mis miedos, me escondí de ellos. Hui de Jackson lo más rápido que pude y después me hice un ovillo para vivir ajena a cuanto me rodeaba.
Pero ahora ha regresado y tengo todo el cuerpo electrizado, como cuando se te duerme una extremidad y empieza a hormiguearte, y sinceramente no sé si puedo soportarlo.
No, eso no es cierto. Sé qué no puedo soportarlo. Lo sé, porque la primera vez no pude.
No sé cómo, pero tengo que quitarme a Jackson Steele de la cabeza.
Pero, Dios mío, lo deseo.
Ya está, lo he dicho, aunque solo sea mentalmente. ¡Lo deseo!
El tiempo y la distancia no han disminuido el deseo más de lo que han hecho el dolor y la ira.
Deseo sus caricias. Deseo sus manos. Deseo todo lo que puede darme.
Pero juro que no quiero volver a perder el control. No quiero estar tan abrumada que me lo puedan arrebatar. No quiero que mi propia reacción me asuste.
No soporto la sensación de estar perdida fuera de mí, como si la que siente, la que hace, fuera otra persona.
Y, desde luego, no puedo soportar las pesadillas que la acompañan. Pesadillas que ya casi había olvidado y me niego a volver a tener. Ni ahora ni nunca.
Más aun, no quiero que me utilicen.
No quiero ser propiedad de nadie.
Solo de pensarlo me entra pánico y tengo que cerrar los ojos, rodearme con los brazos y respirar lentamente.
Joder, a lo mejor debería estar agradecida a Jackson por el ultimátum. Porque fui una idiota al pensar que podría trabajar con él, aun cuando ese fuera el único modo de salvar el resort.
¡No! No puedo darme por vencida. No hasta que lo haya intentado todo.
Lo que significa que voy a tener que hurgar en el voluminoso archivo que la empresa tiene sobre todos los proyectos inmobiliarios del mundo.
Y aunque ya sé que todos los posibles sustitutos tienen trabajo para varios años, también sé que he de intentarlo.
Hay una estación de la línea roja de metro en la esquina de Hollywood con Vine y, como esa línea me deja a una manzana de la Stark Tower, decido que lo más práctico es ir directamente a la oficina con mi vestido de fiesta, ponerme la muda de ropa que guardo en la taquilla del gimnasio y empezar
a trabajar.
Al final me salto la ducha, me visto a toda prisa y corro a la estación. Por fuera casi toda es de metal gris, pero por dentro está bañada por la luz amarilla procedente de las baldosas doradas de vidrio que cubren las paredes y proporcionan iluminación al vestíbulo y la escalera que baja a la estación propiamente dicha.
No llevo el bono de transporte, pero sí una tarjeta de crédito, de modo que compro un billete y acelero el paso para coger el tren que entra en la estación. Estoy rodeada de turistas y me dejo llevar por la marea humana. Tengo que viajar de pie, pero cuando llegamos a la parada de Western se apea un hombre trajeado. Agradecida, ocupo el asiento que ha dejado vacío. Entonces veo un rostro conocido entre la multitud.
¿Jackson?
Parpadeo y, cuando vuelvo a mirar, ya no está.
Sé que debe de haber sido una ilusión. Alguien con sus ojos, su pelo. Pero da igual. Aún me siento triste y bastante perdida.
«Esto es como un duelo», pienso. Y es cierto. Estoy llorando la pérdida de mi carrera profesional y del resort, que ya no podrá construirse. Pero, sobre todo, estoy llorando la pérdida de Jackson hace cinco años. De la felicidad que me negué de una forma tan rotunda y dolorosa cuando le pedí que se
fuera.

Me desperté envuelta en un sudor frío, con las sábanas empapadas, aún con la imagen de la cara de Jackson confundiéndose con la de Bob.
A mi lado, Jackson dormía. Bajé de la cama y me quedé agachada en el suelo, combatiendo las náuseas, concentrada en respirar, hasta que estuve segura de que no vomitaría.
No dio resultado. Me tapé la boca, corrí al baño y llegué justo a tiempo. Luego abrí el agua de la ducha, esperé a que saliera casi hirviendo y me metí en la bañera.
No me puse de pie. Me senté con las rodillas pegadas al pecho y la cabeza gacha mientras el agua caía sobre mí. Y, aunque estaba envuelta en una nube de vapor, toda yo temblaba.
Aquello era un error. Aquel hombre había dominado tanto mi voluntad que ni siquiera había pensado en cómo me afectaría. Había ignorado las señales de advertencia. Los atisbos de pánico y temor.
Creía que había mantenido cierto control. Pero no era verdad.
Me había entregado a él por completo. En cuerpo y alma. Había respondido a cada caricia suya, cedido a cada uno de sus caprichos.
Habíamos sentido placer, por Dios, era innegable, pero estaba mancillado por sus exigencias. Y, más aún, por mi forma de responder a él. Por el hecho de que el control que yo creía haber conservado había sido un simple espejismo, porque lo único que Jackson había tenido que hacer era pedirme que me abriera de piernas y yo había obedecido de inmediato. Sin ningún pudor.
Yo solo me exigía una cosa, y aquel hombre peligroso lo había destruido todo.
Jackson había irrumpido en mi vida como una tormenta, veloz, irrefrenable e imprevisible, y su fuerza e intensidad me habían sobrecogido de tal modo que no se me ocurrió pensar que me haría daño. Llevaba años esforzándome por no perder el control jamás. Por mantener a raya a todos los demonios que Bob me había metido en el cuerpo. Y lo había conseguido. Había hallado la manera. Quizá no fuera perfecta, pero me daba resultado. O lo había hecho hasta esa noche.
Porque esa noche Jackson había arrasado con todo. Y yo me había quedado destrozada.
No sabía qué hacer. Solo sabía que quería echar a correr, pero temía que Jackson me siguiera.
El corazón se me encogió solo de pensarlo, quizá por miedo, quizá por deseo. Decidí que tenía que romper con él cuanto antes. Mientras fuera reciente. Mientras fuera fácil.
Salvo que no sería fácil.
Por el contrario, sería lo más duro que haría en mi vida.
Pero más duro aún sería quedarme con él.
Y, aunque una parte de mí me suplicaba que no lo hiciera, todas las demás sabían que yo no era tan fuerte y que, si quería sobrevivir, tenía que romper con él.
Aunque romper nos hiciera pedazos a los dos.


Cuando el tren se detiene en la estación de Civic Center parpadeo para ahuyentar los recuerdos, salgo a la calle junto con el resto de los pasajeros y ando por la acera hasta la Stark Tower. Joe está en el puesto de seguridad y enarca las cejas al verme.
—¿Se encuentra bien, señorita Brooks? —pregunta mientras se levanta, y me doy cuenta de que, con mi arrugado vestido de fiesta y el maquillaje corrido, debe de parecer que he pasado la noche con alguien. En fin, supongo que, en cierto modo, es así.
Alzo una mano para indicarle que no debe preocuparse.
—Estoy estupendamente, de verdad. He tenido una mala noche. Pero todo va bien. Solo tengo que ir a mi taquilla.
No parece muy convencido. Aun así, moviendo los dedos me indica que pase para coger el ascensor.
—Ábrame la puerta del gimnasio, por favor —le pido, refiriéndome al gimnasio privado de la planta veinte—. Tengo una tarjeta de acceso de recambio en mi taquilla, así que luego podré salir.
El gimnasio rara vez está lleno los sábados porque si los empleados vienen durante el fin de semana suelen hacerlo para trabajar, no para hacer ejercicio, lo que me permite llegar al vestuario de mujeres sin que nadie me vea. Como todo lo que lleva el sello de Stark International, el gimnasio es impresionante y compite con los centros de fitness más lujosos de Los Ángeles. Me doy una ducha, me pongo la falda y la blusa que guardo en la taquilla para emergencias como esta, junto con unos zapatos de tacón a juego, y dedico un rato a maquillarme. Dudo que Damien esté en la torre ya que últimamente suele trabajar desde su casa de Malibú los fines de semana, pero si por casualidad acabo viendo a mi jefe quiero darle una imagen de profesionalidad y seguridad.
Si nada se tuerce mi investigación solo me llevará unas horas. Luego puedo llamarle a su casa para reunirme allí con él esta tarde o, en el peor de los casos, programar una reunión en la oficina para primera hora de la mañana.
Pase lo que pase el tiempo se agota, y rezo para que la suerte esté de mi parte.
Cojo el ascensor hasta el ático, donde está el despacho de Damien y también su apartamento en la ciudad.
El ascensor se abre por el lado del despacho. Veo a Rachel sentada a mi mesa, con la cabeza baja, escuchando la voz de Damien por el interfono.
—Llámala a casa.
—Ya lo he hecho —dice Rachel—. También me ha saltado el contestador de voz. Supongo que está fuera y que se ha quedado sin batería en el móvil, pero estoy segura de que mirará si tiene mensajes en cuanto se dé cuenta… ¡Oh! ¡Está aquí! —Rachel alza la vista y relaja los hombros, visiblemente aliviada—. La hago pasar ahora mismo.
Desconecta el interfono en cuanto me acerco y me pasa una sección del periódico.
—Léelo después —dice—. Pero que sepas que estás espectacular.
—¿Qué pasa?
—Está en el despacho con Aiden. ¡Ve!
—¿Con Aiden?
Aiden es el vicepresidente de Stark Real State Development, así pues, mi supervisor inmediato en este proyecto. Enterarme de que está aquí con Damien y de que ambos me buscan me mosquea.
—Pero ¿qué ha ocurrido? —insisto.
Estoy segura de que Rachel lo sabe. Trabajar detrás de esta mesa significa estar al corriente de casi todo.
—Aiden ha recibido una llamada de uno de los inversores de la isla.
—¿Ah, sí? ¿De quién? ¿Cuándo?
—No lo sé. Ha llamado a Damien y han quedado en verse en su despacho. Damien lleva media hora aquí y Aiden ha llegado poco después que él.
—Mierda. —Miro mi móvil. En efecto, se ha quedado sin batería. Se lo paso a Rachel—. Cárgalo, por favor.
—Hecho —dice. Acto seguido vuelve a señalarme la puerta—. ¡Ve! —insiste.
Voy.
—¡Por fin! —exclama Damien en cuanto cruzo la puerta.
Está de pie junto a la pared acristalada, contemplando la ciudad. Aiden ocupa el sofá y me saluda inclinando la cabeza. Nació en Londres, pero se marchó de Inglaterra con su familia cuando era adolescente. Confieso que me encanta su forma de hablar, muy de la costa Este con un ligerísimo acento británico.
Pese a los años que lleva en Estados Unidos, aún tiene el aire de un gentleman. Porte, clase, todo. Alguien me dijo una vez que ocupa el puesto ciento y algo en la línea de sucesión al trono. Mirándolo, lo creo, aunque dudo que se haga ilusiones.
Ahora me llena un vaso de agua y lo deja en la mesa enfrente de él. Me siento en la silla más próxima al agua y tomo un sorbo, agradecida.
—Rachel me ha explicado lo básico —digo—. ¿Qué ha pasado?
—Dallas Sykes me ha llamado a casa —explica Aiden, refiriéndose al director general de una de las cadenas de grandes almacenes más importante del país—. Estaba bastante… anonadado.
Enarco una ceja por la palabra que ha elegido. Dallas Sykes es un habitual en la prensa del corazón, un atractivo chico malo que heredó su buena vida y se la pasa yendo de los brazos de una mujer a los de otra mujer. Por alguna razón, «anonadado» no me parece un término apropiado para él. Además, no me imagino qué ha podido suceder para dejarlo tan perturbado. Sin embargo, no digo nada. Estoy segura de que Aiden o Damien me lo explicarán.
Y confirmo que estoy en lo cierto cuando mi jefe se da la vuelta para mirarnos.
—Por lo visto, un periodista ha llamado a Dallas esta mañana justo después de que amaneciera. Corre el rumor de que el proyecto se ha ido al garete.
—¿Qué?
Damien me mira a los ojos, pero no deja de hablar.
—El periodista sabía que Glau se había marchado, lo que quizá haya filtrado a la prensa el propio equipo de Glau. Sin embargo, también estaba enterado de que nuestra primera posible alternativa ha mandado a la mierda a Stark International.
Noto una punzada en el pecho, como si alguien me hubiera clavado un cuchillo.
—Eso es… —Iba a decir «absurdo», pero, de hecho, no lo es. Jackson ha dicho más o menos eso. Y me ha ofrecido una única vía para aceptar, un camino que no tengo ninguna intención de seguir.
—No sé de dónde puede haber sacado el periodista esa información —afirmo, en cambio—. Steele no me ha dicho que sí, pero tampoco lo contrario. —Me remuevo en la silla, con el periódico en el regazo—. Y si los demás inversores se enteran de esto…
Me levanto y lanzo sobre la mesa de centro el periódico, que cae abierto justo para mostrar una fotografía tomada en la gala en la que aparezco cerca de Jackson y aquella morena despampanante, a la que tiene rodeada por la cintura. Verlos me retuerce las entrañas y me contengo para no soltar un
taco de los gordos.
—Maldita sea, lo he manejado todo mal —digo—. No solo no conseguí fichar a Steele anoche sino que, de algún modo, me las he arreglado para que la noticia se filtre. —Los miro—. Lo siento.
Lo cierto es que no sé en qué me he equivocado, pero este proyecto es responsabilidad mía y, si algo se tuerce, yo soy quien debe cargar con las culpas.
—¿Dijiste a alguien que Steele era nuestra primera alternativa a Glau? —me pregunta Stark.
—A Cass y a Wyatt —respondo—. Pero ellos no tienen ningún interés personal en esto.
—¿Y a Steele? —pregunta Aiden.
—Claro. Pero, teniendo en cuenta que fui yo la que me puse en contacto con él, eso habría sido obvio de todas formas.
Aiden enarca una ceja de un modo que considero muy británico y mira a Damien.
—No me sorprendería nada —dice.
Los observo.
—Un momento, ¿estáis insinuando que Jackson Steeleha filtrado esto a un periodista? ¿Por qué diablos haría algo así?
—Investigué un poco después de que se negara a participar en el proyecto de las Bahamas de una forma tan rotunda —explica Damien—. Resulta que, mientras que varios proyectos míos han prosperado, varios de los suyos han sido un fiasco. —Me mira a los ojos—. Sabía que las posibilidades de que se subiera al carro eran escasas. No se me había ocurrido que haría correr el
rumor.
—No me lo puedo creer —exclamo, aunque no tengo claro si estoy enfadada o estupefacta.
Voy a decirles que estoy convencida de que Jackson es incapaz de hacer algo así, pero entonces recuerdo lo que me dijo sobre vengarse. Si quiere ensañarse conmigo, puede que vaya a por todas.
—Tú has hecho todo lo que estaba a tu alcance —añade Aiden mientras empiezo a enfadarme—. Y tu trabajo ha sido impecable. Consigue que Damien te eche y te daré un despacho en la planta veintisiete cuando quieras.
Me obligo a sonreír. Stark Real Estate Development ocupa toda la planta 27, con treinta y tres filiales en el mundo entero. Pero lo importante no es mi puesto, sino el proyecto.
Un proyecto que Jackson Steele me ha quitado de las manos.
¡Mierda!
Miro a Damien a los ojos.
—Este es el fin, ¿verdad?
—A menos que, por puro milagro, Steele acepte, sí, eso me temo. —Centra su atención en Aiden—. Ya tenemos programada la videoconferencia para el lunes, así que pediré al departamento de Relaciones Públicas que, hasta entonces, responda con un «sin comentarios». Después de la conferencia haremos pública una declaración. Syl —me dice—, tráeme el borrador mañana por la mañana.
—Me pongo con eso de inmediato —respondo, agradecida de tener un motivo para marcharme porque ahora mismo lo único que quiero es salir de este despacho.
Me despido y me dispongo a marcharme cuando suena el interfono de Damien. Como la puerta está entreabierta, oigo la voz de Rachel en estéreo.
—Señor Stark, Jackson Steele ha venido a verle.
Me quedo petrificada delante de la puerta, con el brazo estirado. Un momento después, él está al otro lado, con la mano en el picaporte, a punto de terminar de abrirla, de modo que tengo que moverme si no quiero acabar en el suelo.
Consigo serenarme y retrocedo como mejor puedo.
—Señorita Brooks…
Jackson me coge la mano, aunque no sé si lo hace para saludarme o para impedir que me caiga. Al instante me suelta y se acerca a Damien con paso seguro.
—Señor Stark —dice, y le estrecha la mano—. Es un placer volver a verle. Siento presentarme sin avisar, pero quería decirle personalmente lo ilusionado que estoy de participar en el proyecto del resort de Cortez.


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Mensaje por berny_girl Sáb 23 Jun - 13:47

Capítulo 9

Estoy tan furiosa que apenas me entero del resto de la reunión, pero consigo contenerme hasta que Jackson y yo salimos del despacho para que Damien y Aiden puedan llamar personalmente a Sykes y al resto de los inversores con el doble propósito de acabar con los rumores y anunciar la participación de Jackson.
Consigo mantener la boca cerrada hasta haber llevado a Jackson a la única sala de reuniones que hay en esta planta.
—¿De qué vas? —le espeto en cuanto la puerta se cierra—. ¿Qué coño acabas de hacer?
Paso rápidamente por su lado camino del mueble donde está el mando de las persianas electrónicas y pulso el interruptor que las baja. Voy a ponerme a chillar y a despotricar de un momento a otro, y, desde luego, no quiero tener público cuando lo haga.
Jackson, mal que me pese, está de lo más calmado.
—Solo estoy asegurándome de que todo el mundo tiene toda la información necesaria.
—¿Qué quieres decir con eso?
Se dirige hacia la ventana y se queda junto a ella, con la ciudad de Los Ángeles extendida detrás de él. Me viene a la memoria la fotografía del estreno del documental: Jackson de pie sobre las dos vigas en vaqueros y con casco, irradiando poder y control, fuerza y movimiento.
Hoy lleva un elegante traje confeccionado a medida y está impecable.
O casi.
Porque es imposible no fijarse en la herida de su mejilla. Lleva una sutura adhesiva, pero el corte y la magulladura no están cubiertos del todo. Le miro las manos, y veo que también tiene los nudillos en carne viva.
Anoche no tenía esas lesiones y, mientras lo miro, tengo la certeza de que yo soy la causa.
No sé muy bien cómo me hace sentir eso.
Puede que esté herido, pero desde luego no parece una víctima.
Por el contrario, es un hombre habituado a conseguir lo que quiere, y sé que ahora mismo está haciendo precisamente eso.
—Stark es un hombre poderoso —declara, y se vuelve hacia mí—. No quiero que tenga una mala opinión de mí porque piense que he rechazado su proyecto.
—No te lo crees ni tú —replico—. Rechazaste el resort de las Bahamas sin tan siquiera pestañear.
Se encoge de hombros.
—Puede que estuviera hasta el cuello de trabajo. Puede que las condiciones fueran inaceptables.
—O puede que dijeras a Stark que no te interesaba participar en un proyecto de International Stark. Que hace mucha sombra con sus influencias.
—Cierto —reconoce—. Pero ¿no te parece razonable que ahora quiera demostrar al señor Stark que me precipité? Porque la verdad es que yo también soy muy influyente, y si hago esto a la larga se conocerá como un proyecto de Jackson Steele. —Me mira a los ojos, sin emoción, pero tuerce la
boca lo suficiente para dejar claro que está divirtiéndose—. ¿No estás de acuerdo conmigo?
Tal y como me ha restregado mis palabras por la cara, difícilmente puedo discrepar.
—Estoy listo para ponerme a trabajar de inmediato —continúa—. Stark tenía que saberlo. La única duda es si los términos del acuerdo me convienen, y tengo entendido que eso es lo que Stark te pidió que resolvieras conmigo.
Es cierto. En un principio Damien dejó en mis manos decidir las cláusulas del contrato con Glau y ahora se supone que tengo que hacer lo mismo con Steele.
Qué curioso que ya sepa cuál va a ser nuestro punto de fricción. ¡Yo!
Su sonrisa es tan radiante como presuntuosa.
—Si al final no conseguimos ponernos de acuerdo, puedes comunicárselo. Pero al menos me iré de aquí sabiendo que Damien Stark no ignora que estuve dispuesto, por un tiempo al menos, a trabajar en su resort. Incluso ilusionado —añade, y me mira de arriba abajo.
De repente siento un placer sensual que juro que no deseo sentir. No quiero caer en sus redes. Lo que quiero es echar a correr.
Me obligo a erguirme en toda mi estatura. A hablar con claridad y sequedad a pesar de los nervios. Y, sí, a pesar de mi odioso deseo.
—¿Por qué lo haces?
—Ya lo sabes —responde, y viene hacia mí a grandes zancadas. Me quedo donde estoy, combatiendo el impulso de retroceder y agarrarme al mueble que tengo detrás—. Porque te deseo, Sylvia.
Alarga la mano y me pasa el dedo por la clavícula mientras me esfuerzo por no estremecerme con su caricia.
—Te quiero desnuda —susurra con una voz tremendamente seductora—. Te quiero expuesta. Te quiero abierta a mí. Y creo —añade en un tono que no admite discusión— que tú también me deseas.
Exhalo despacio y me obligo a mirarlo.
—Malditos seas, Jackson Steele.
—Una vez te dije que soy un hombre que persigue lo que quiere y eso continúa siendo cierto. Pero tengo una pregunta para ti, Sylvia. ¿Eres tú una mujer que hace lo mismo? Afirmas que quieres este proyecto, el resort. Demuéstralo. Que sea tuyo está en tus manos. Ahora mismo el único obstáculo eres tú.
No digo nada porque si hablo tengo miedo de lo que puedo decir.
Sus ojos, cual fuego azul, se clavan en los míos.
—Esta noche. A las ocho. Te quiero lista para mí.

En cuanto abro la puerta de Totally Tattoo los colores chillones y la música estridente agreden mis sentidos.
—¡Sylvia!
Joy me choca esos cinco cuando me acerco a la vitrina acristalada que sirve tanto de mostrador para la caja registradora como de expositor para los diversos aros y barras del salón. Cass no pone piercings, pero contrató a Joy hace poco menos de un año y ambas están contentas con el arreglo.
—¿Cuándo vas a ponerte un piercing en la lengua, colega? —me pregunta como hace siempre que entro.
—Más bien nunca —respondo… como hago siempre que vengo.
En teoría no tengo nada contra los piercings en la lengua. En la práctica soy demasiado cagada.
—Llegas prontísimo, pero ¡ya casi he terminado! —grita Cass desde el fondo.
Joy se vuelve hacia mí.
—Cass casi ha terminado. Dice que puedes pasar.
—¡Puedes pasar! —repite Cass desde el fondo del salón.
Intercambio una sonrisa con Joy y voy a su mesa.
Cass se ha levantado y está quitándose los guantes de látex mientras su cliente, un hombre alto y calvo con unos brazos que parecen pantorrillas, está de pie con el torso desnudo, admirando el enorme dragón de colores que mi amiga le ha tatuado en la espalda.
—Está genial —digo.
—Es una pasada —asiente el hombre.
—Está genial de momento —rectifica Cass—. Ven dentro de dos semanas, Gar, y verás cómo cobra vida.
—Tienes razón, Cass —reconoce el cliente, antes de ponerse una camiseta con un logo que no me suena de nada, aunque supongo que es de una banda de heavy metal o de alguna marca de motocicletas.
—Es un amor —dice Cass en cuanto el tal Gar se ha ido—. Quiere tener el tatuaje terminado antes de casarse, en enero. Supongo que se van de luna a miel a Cozumel y le apetece causar sensación si va a estar casi todo el tiempo sin camiseta.
Mientras habla limpia su cabina, y yo, sin quitarle ojo, me siento en la mesa y me pongo cómoda.
—Dame diez minutos para recogerlo todo y podremos salir. Hoy no tengo más clientes, y Tamra está aquí por si entra alguno de la calle.
Miro alrededor buscando a la esquiva Tamra.
—¿Está escondida debajo de una de las mesas? —pregunto, lo cual no es totalmente descabellado ya que Tamra es la mujer más menuda que he visto nunca, bajita y delgada, aunque muy bien proporcionada.
—Qué graciosa. No, está en la trastienda. En fin —continúa Cass alzando la voz para darme a entender que me perdona por mi absurda interrupción pero que quizá no será tan magnánima si vuelvo a hacerlo—, me apetece comer con alcohol y después comprar sin inhibiciones.
—¿Y el alcohol es la única manera de que aflojes la mosca?
—Desde luego. Y tengo que ir de compras porque necesito un disfraz para Halloween.
—¿En serio?
Desde que la conozco, Cass lleva todos los años el mismo disfraz. Una falda de flores estampada, una camiseta lisa de color rosa y zapatos de tacón de aguja de casi ocho centímetros. Su disfraz de chica hetero.
—Zee da una fiesta —dice—. Tengo que llevar algo nuevo.
Ladeo la cabeza.
—¿Enamorándote de alguien que no tiene tu sentido del humor?
—Solo soy precavida —arguye, un poco avergonzada—. Me gusta, ¿vale?
Asiento. Lo poco que he visto de Zee también me ha gustado. Pero Cass es un pelín alocada, un tanto excéntrica y nada convencional. Le da lo mismo vestirse con ropa femenina, grunge, de deporte o elegante, y tiene casi tantas reglas asociadas a su sexualidad como germinado de trigo tiene en su cocina. Que es nada en absoluto.
Si le da miedo que a Zee no le guste su disfraz de chica hetero, eso me preocupa.
—Tranqui, mamá —dice—. Solo quiero cambiar. Novia nueva. Disfraz nuevo. No se hundirá el mundo por eso.
—Pues estupendo —convengo—. Y, en ese caso, ojalá encuentres un disfraz alucinante.
—Te cayó bien, ¿verdad?
Una vez más la miro de reojo, porque Cass no es la clase de persona que necesita la opinión de nadie para estar con alguien. Así que, una de dos, o está loca por esa chica o no lo tiene nada claro.
Como no las tengo todas conmigo, decido no dar más vueltas al asunto y apoyarla como hacen las buenas amigas.
—Me cayó muy bien —respondo, y no me cuesta nada decirlo porque es lo que pienso—. ¿A qué se dedica, por cierto?
—Es copropietaria de un restaurante. Mola, ¿eh? O sea, me encanta comer.
Echo un vistazo a su cabina, donde suele tener dos botes con chuches. En uno hay gominolas y en el otro barritas de chocolate. Sus gustos en cuestión de comida —la de verdad—no son muy distintos.
—¿Estás diciendo que en su restaurante sirven bollos congelados y cereales crujientes Cap’n Crunch?
Me mira con el ceño fruncido mientras lo revisa todo por si se ha olvidado de guardar o limpiar algún utensilio.
—Los cereales son un componente fundamental de uno de los grupos de alimentos básicos.
—Por supuesto —convengo—. Igual que el vino puede incluirse en el grupo de las frutas.
—Sí. Exacto.
—Pues si tiene un restaurante, deberías preguntarle por el tema de la franquicia.
Cass quiere expandir Totally Tatto por toda California y quizá también por otros estados. Se está planteando crear una franquicia y le dije que le conseguiría una reunión con uno de los abogados de Bender, Twain & McGuire, el principal bufete de Stark, para que analicen juntos sus opciones.
Cass alza la vista de la mesa que está limpiando.
—Muy buena idea. Aunque no creo que su restaurante sea una franquicia.
—No pierdes nada preguntando —arguyo—. La información siempre va bien. Además, si hablas de eso con ella en su restaurante, a lo mejor comes gratis.
Me río para que vea que es broma. En su mayor parte.
—Mierda. Vaya hambre me está entrando. ¡Démonos prisa!
—Sí, por cierto…
Me interrumpo con una mueca y Cass se detiene en seco, con las manos en las caderas.
—Venga, suéltalo.
—El caso es que necesito que me hagas un tatuaje.
—Mala pécora. Me dijiste que no te habías acostado con él.
—Y no lo he hecho. Te lo juro. Esto no es por sexo. Es por… —Inspiro hondo—. Vale, esto es lo que ha pasado.
Le hago un resumen y veo cómo los ojos se le agrandan cada vez más.
—El muy capullo…
—Ya le he llamado eso —reconozco—. Además de otras sutilezas parecidas. —Subo los pies a la mesa y me rodeo las rodillas con los brazos—. Me ha tendido una trampa y me está utilizando, Cass. Me está utilizando, y quiero tatuarme una puta cadena porque estoy dejando que lo haga, y eso es algo
que juré que jamás volvería a permitir. Pero aquí estoy, cediendo… Es que no puedo renunciar al resort.
Cierro los ojos con fuerza, obligándome a llorar. Deseando llorar. Y sin poder derramar una puta lágrima.
«Ni tan siquiera puedo eso», pienso. Ni tan siquiera soy capaz de algo tan insignificante como desahogarme llorando.
—Me tiene bien pillada —digo, y abro los ojos para mirarla—. Una cadena. Quiero una cadena.
—¡No! —La expresión de Cass es tan feroz como su voz—. No, ni se te ocurra enfocarlo así. Podrías renunciar. Pero el resort significa mucho para ti. Así que eres tú quien lo está utilizando. Tú—repite, y me da un toque en el hombro con el dedo—. Tú lo estás utilizando a él. Lo estás utilizando para conseguir lo que quieres.
—El resort —digo—. Quiero el resort. Y estoy trabajándomelo.
—Sí, joder. De igual forma que al principio le propusiste la idea a Stark. Estás haciendo todo lo necesario para que el proyecto se lleve a cabo. Tu proyecto.
—Sí —declaro, porque me gusta cómo piensa—. Pero, con mi proyecto, Jackson y yo casi vamos a ser inseparables. Esta noche nos vemos —añado—. Y mañana también.
Enarca las cejas.
—Esperas no dormir en toda la noche, ¿eh?
Me paso la lengua por los labios.
—Teniendo en cuenta las condiciones de Jackson, ¿no crees que sería lo lógico?
Hace una mueca.
—Perdona.
—Tranquila. Además, no me refería a eso. —Me callo un momento para que el efecto sea mayor
—. Nikki y Damien nos han invitado a tomar unos cócteles mañana por la tarde. En su casa. En Malibú.
—¿En serio?
—Nikki me ha llamado cuando venía hacia aquí. Ya había preguntado a Jackson. Solo será un picoteo con copas, ha dicho. Para celebrar que el proyecto sigue adelante. Y ya debería habérmelo imaginado, porque este trabajo es así. Soy la directora del proyecto y vamos justos de tiempo. Tendremos que trabajar bastante estrechamente.
Respiro hondo, porque lo cierto es que, si pienso en el ultimátum de Jackson, no va a haber muchos momentos desde ahora hasta la conclusión del proyecto en los que no estemos juntos.
—Inseparables —repito—. Así que quiero que me tatúes una cadena, en serio.
—Ni hablar, Syl.
—¡Maldita sea, Cass!
Me conoce. Sabe que lo necesito.
Pero, antes de que pueda echarle una bronca, alza una mano.
—Tienes que creértelo. Como he dicho, tú eres quien lo utiliza. Tu resort. Tu proyecto. Así que no te tatuaré una cadena. Te tatuaré una llama.
—¿Una llama?
Sonríe con una pizca de picardía
—Huir del fuego, nena.
Me río. No puedo evitarlo.
—¿Para caer en las brasas?
—Sí, joder.
Inspiro y asiento.
—Sí —acepto—. Creo que eso puedo soportarlo.


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Mensaje por berny_girl Sáb 23 Jun - 13:48

Capítulo 10

Al final Cass y yo no vamos ni de copas ni de compras. Hay un límite en la cantidad de alcohol que debo ingerir si quiero seguir sintiéndome segura con Jackson. Y, aunque podría ocultarme bajo un
disfraz, creo que en este momento siempre puedo confiar en la minúscula pero brillante llama que llevo tatuada en el lado de mi pecho izquierdo.
Así pues, cuando Zee ha llamado a Cass para invitarla a pasar la tarde viendo la tele en el sofá, no me ha importado separarme de ella.
Ahora ni tan siquiera son las seis y ya estoy en casa. Y mientras subo en ascensor a mi piso de la tercera planta me alegro de tener más tiempo del que esperaba. Jackson ha dicho que pasaría a recogerme a las ocho. De manera que tengo dos horas para relajarme. Y espero que para reconciliarme con mi decisión.
Introduzco mi clave en el panel, oigo el conocido chirrido de las cerraduras y abro la puerta. Pese a las montañas de cajas de embalaje que estropean el paisaje de mi salón, mi estado de ánimo enseguida mejora. El piso es minúsculo, pero es todo mío. Bueno, mío y del banco.
Damien me dio una prima al nombrarme directora del proyecto y me lancé de cabeza al maravilloso e imprevisible mundo de los propietarios de una vivienda. Ahora soy dueña y señora de un piso de sesenta y cinco metros cuadrados situado sobre un centro comercial en Third Street Promenade de Santa Mónica. Y aunque el acceso a las tiendas es sin duda una ventaja, lo mejor son las vistas.
Toda la pared del fondo funciona como la puerta de un garaje. Bajada, es un mosaico de paneles de cristal muy chulo. Subida, proporciona más espacio habitable al abrirse a un balcón desde el que se ven las calles y el mar tras ellas. Y, por supuesto, permite la entrada de una corriente de aire muy
agradable.
Pulso el botón instalado junto a la puerta del apartamento, y me río como una tonta cuando el mecanismo se pone en movimiento y la pared del fondo comienza a subir.
Pero después me quedo ahí parada, sin saber qué hacer.
¡Jackson!
Va a venir dentro de solo dos horas. Y, sí, puede que esté resuelta a utilizarlo antes de que él pueda utilizarme a mí, a tratarlo únicamente como a uno de los hombres cuyas iniciales llevo tatuadas en mi cuerpo, pero eso no cambia el hecho de que, al final, serán sus manos las que me acariciarán. Será su
boca la que me besará.
Y, oh, Dios mío, será su polla la que me penetrará.
¿Y la retorcida verdad?
Aunque me ha apretado las clavijas y ha utilizado sus malas artes para meterse en mi cama, no puedo negar que lo quiero ahí. Y me odio un poco por eso.
Mi móvil se pone a sonar y agradezco la distracción. Aún lo agradezco más cuando veo en la pantalla que la llamada es de Jamie.
—Hola, ¿qué tal?
—Te llamo para avisarte de que te he mandado una invitación por correo electrónico —dice.
—¿Me llamas para decirme que me has mandado un correo electrónico?
No cabe duda de que es raro, pero no me sorprende. Conocí a Jamie a través de Nikki y me cayó bien de inmediato. Dice lo que piensa y no tiene pelos en la lengua y, como amiga, no hay nadie más fiel que ella. Y, además, cuando bebe se pone muy chistosa.
—Quiero asegurarme de que no te ha llegado como correo no deseado. Es una invitación a mi fiesta de Halloween. Faltan tres semanas —explica—. Así que tienes un montón de tiempo para encontrar el disfraz ideal.
—Parece divertido —digo, y lo pienso.
—Pues claro. Será la primera fiesta que daré en mi apartamento. Bueno, desde que he regresado —se corrige. Jamie alquiló su piso cuando regresó a Texas para vivir un tiempo con sus padres. Pero ya está de vuelta, intentando trabajar como actriz y saliendo con Ryan Hunter, el jefe de seguridad de
Stark International.
—¿Así que ya estás otra vez instalada?
—Oh, sí. Alquilé el apartamento amueblado, con la cocina equipada y toda la ropa de casa. Así que cuando el inquilino se ha ido y he vuelto yo, ha sido como si me hubiera ido de vacaciones. Coser y cantar.
Miro mi montón de cajas de mudanza mal etiquetadas y hago una mueca.
—Creo que ahora mismo te odio.
—¿Necesitas ayuda?
—No —respondo—. Lo haré yo.
—Bien, porque hoy no pienso hacer nada aparte de quedarme desnuda en la cama vagueando y mandando invitaciones.
—¿Está Ryan contigo? —pregunto.
—Así es.
—Entonces, apuesto a que no solo estáis… vagueando.
—¿Ves?, por eso trabajas para un tío como Damien. Eres un genio. A propósito, he visto tus fotos del estreno. Molan cantidad.
—¿Las del periódico?
—El vestido es una pasada —dice—. Y qué astucia la tuya.
—¿Astucia?
—Nikki me ha contado la putada que os ha hecho el arquitecto. Y que acabaste yendo al estreno para verte con Jackson Steele. Y lo convenciste…
Ha dicho esto último en un tono muy insinuante.
—¿Eso te ha contado Nikki? —pregunto, más avergonzada aún por lo mucho que se ha acercado a la verdad.
—Solo que lo convenciste —responde—. El tono glamuroso lo he puesto yo. Le da jugo.
Pongo los ojos en blanco.
—En fin, creo que ese tal Jackson es mucha mejor alternativa que Martin Glau.
Me echo a reír.
—Jamie, no tienes ni idea de arquitectura.
—Cierto. Pero sé que Glau debe de tener unos sesenta tacos, está tan redondo como Hitchcock y tiene papada. ¡Papada! Y Steele sale por todo internet esta mañana y está cañón. Pero supongo que Irena Kent no intimaría con un adefesio.
—¿Quién?
—Jackson Steele.
—No, la mujer. ¿Has dicho Irena Kent? ¿La actriz?
—Sí.
Frunzo el entrecejo. Por eso me resultaba tan familiar la morena colgada del brazo de Jackson. Recuerdo qué aspecto tenían anoche y que, cuando he visto su fotografía en el periódico, he sentido algo parecido a una puñalada.
Me digo que no voy a preguntarle por eso, pero, por supuesto, hago justo lo contrario.
—¿A qué te refieres con intimar?
—Se rumorea que salen juntos —responde Jamie y, teniendo en cuenta que frecuenta el círculo de Hollywood, debe de estar informada.
—¿Salen en serio?
Me arrepiento en cuanto lo suelto. No estoy con Jackson, dejando aparte nuestro absurdo pacto, y no tengo ninguna intención de estar con él. Así que no es asunto mío con quién folla.
—No creo —responde Jamie, y siento un alivio que me incomoda pero es innegable—. Si te soy sincera, creo que le gusta la protagonista de esa película que están haciendo sobre la casa que construyó en Santa Fe. Ya sabes, la que salió tanto en la prensa del corazón después de que la familia se instalara. Sexo, asesinato y suicido.
—Conozco la historia —digo—. Y estaba enterada de que en Hollywood se hablaba de rodar una película centrada en Jackson. Pero ignoraba que era sobre esa casa. —Con franqueza, no estaba segura de por qué habría de serlo. El asesinato y el suicidio sucedieron cuando la casa estaba terminada y Jackson ya se había ido para conquistar su siguiente monte de piedra y acero—. ¿Por qué diablos no me he enterado?
—¿Por qué ibas a enterarte? —replica, lo que es una buena pregunta teniendo en cuenta que no sabe que en estos cinco años he leído todo lo que se ha escrito sobre Jackson—. Creo que no es del dominio público —continúa—. Conozco a un tío que conoce al tío que reescribió el guión. Lo están llevando bastante en secreto, según parece. Supongo que a Jackson no le hace ninguna gracia. Mi amigo me ha contado que la mujer se puso como loca por su culpa.
—¿La mujer?
Estoy completamente desconcertada.
—La de la historia. La mujer que asesinó a su hermana y luego se suicidó. Fue por Jackson. Al menos, en el guión. En la vida real no estoy segura.
Me doy cuenta de que estoy agarrando el móvil con tanta fuerza que la mano me duele.
—Oh, Dios mío —digo, porque no se me ocurre nada más—. ¿Es cierto? Es decir, ¿qué significa eso de «por Jackson»?
—Ni idea. Pero corre otro rumor de que molió a palos al primer guionista. También sin confirmar —señala Jamie.
No puedo evitar pensar en el genio que tiene Jackson. En el corte de su mejilla y lo despellejados que tenía los nudillos esta mañana.
—Pero lo que sí puedo confirmar —continúa— es que no quiere de ninguna manera que la película se ruede. Sé que eso es así porque lo representa uno de los colegas de Ollie.
Ollie es el abogado que espero poder poner en contacto con Cass para que despeje sus dudas sobre crear una franquicia. También es amigo de Jamie. No sé quién es el abogado de Jackson, pero no veo motivo alguno para cuestionar la información de Jamie. En lo que a chismes respecta, Jamie tiene madera de detective.
—Vaya desastre —opino, porque de momento es la única conclusión que puedo sacar.
—¡Un puto lío de los gordos! —dice Jamie en tono alegre—. En fin, ya he cumplido con mi obligación de darte tu dosis diaria de chismes. Ahora tengo que mandar otro millón de invitaciones y hacer otro millón de llamadas. No tengo ni idea de cómo vamos a meter a tanta gente en mi apartamento, pero ¡lo conseguiré! Te apuntas, ¿no?
—No me lo perdería por nada del mundo.
—Estupendo. Ciao! Y gracias.
No estoy segura de cuánto tiempo me quedo de pie en el salón, sin poder quitarme a Jackson de la cabeza, confusa por la extraña mezcla de deseo, incertidumbre, angustia y expectación que siento. Pero no estoy dispuesta a obsesionarme durante otra hora; de hecho, ni un solo minuto más. De manera que cojo un cuchillo de la cocina y corto la cinta adhesiva de una de las cajas que tengo en la mesa de centro.
Como me mudé con prisas, no me molesté en etiquetar nada que no fueran artículos de primera necesidad como la ropa o la comida. Por ese motivo vaciar las cajas es tan frustrante como excitante, porque nunca sé cuándo puedo estar a punto de abrir un cofre del tesoro.
En esta caja encuentro mis fotografías.
Montones de fotografías de todos los tamaños, de grana pequeño formato. Saco unas cuantas y me estremezco por la coincidencia, porque son fotos del edificio Winn de Nueva York. El imponente testimonio que Jackson construyó en Manhattan y yo fui a visitar el verano pasado.
Viajaba por trabajo con Damien para reunirnos con diversos ejecutivos de la costa Este. Aún no había visto el edificio Winn, aunque había leído todo lo que había podido encontrar sobre él. Una tarde dije a Damien que me iba de museos. No estoy segura de por qué le mentí, la verdad, ya que lo cierto es que me fui al distrito financiero. Me quedé en la otra acera del Winn, con la cabeza
levantada, y simplemente me dejé llevar por el placer de contemplar sus líneas puras y perfectas tocando un cielo tan azul como los ojos que yo recordaba tan bien.
Y, sí, de algún modo estar allí, a la sombra de lo que Jackson construía, fue un poco como estar junto al hombre de carne y hueso.
Saqué montones de fotografías, pero cuando ahora las miro me doy cuenta de que ninguna refleja ni por asomo lo que sigue tan vivo en mi recuerdo.
Hablando de fotos… ¡Tengo que cambiar la hora de mi clase con Wyatt y Nikki!
Pero antes de que pueda llamar a Wyatt suena el interfono. Ni tan siquiera he empezado a arreglarme y me sobresalto un poco, pero me relajo aliviada cuando una voz masculina anuncia:
—¡Traigo un paquete para Sylvia Brooks!
Abro la puerta del edificio y cuando acto seguido abro la de casa un mensajero que lleva unos vaqueros, una sudadera enorme y una gorra de béisbol puesta de medio lado con el logotipo de una empresa de reparto sale a toda prisa del ascensor y me entrega una caja envuelta en papel blanco corriente con un llamativo lazo rojo en la parte de arriba.
Debajo del lazo hay una tarjeta en la que leo: «Llévame».
Muy a mi pesar, sonrío. Pero la sonrisa se me borra en cuanto abro la caja y levanto el papel de seda. Un vestido. Mi vestido… Este es rojo, pero es idéntico al amarillo con botones blancos que Jackson me regaló en Atlanta. Me llevo la mano a la boca y se me escapa un gemido al notar que las piernas me fallan.
Estoy junto a la mesa de la cocina y me sujeto en el respaldo de una silla, porque no me cabe ninguna duda de que esto me hará pedazos.
Y comprendo que eso es precisamente lo que Jackson intenta hacer. En definitiva, esto es una venganza. Jackson quiere vengarse de mí por lo que sucedió en Atlanta.
Inspiro y espiro varias veces para intentar serenarme. ¿Quiere jugar sucio? Pues que le den.
Si quiere jugar, de acuerdo. Jugaremos.
Voy al dormitorio. Tardo un rato, pero encuentro la caja con mis prendas de lencería. No tengo mucha ropa interior fashion, pero sí tengo un conjunto. Un sujetador negro muy sexy, un tanga minúsculo, un liguero y unas elegantes medias de seda.
Es el conjunto que Jackson me regaló en Atlanta, y me alivia encontrar la suave bolsa rosa que compré para guardarlo.
Estuve a punto de tirarlos a la basura, tanto el vestido como las prendas de lencería. Pero no lo hice. De hecho, el vestido amarillo está doblado debajo de la bolsa rosa.
Pienso en ponerme este en vez del rojo, pero no. Ya tengo un plan, y es más sutil.
No sé por qué no ha incluido lencería con el vestido rojo… Quizá significa que no espera nada atrevido. «Me temo que se ha olvidado», me digo, y, en vez de enfadarme, esa posibilidad me entristece. Porque cada momento que he pasado con Jackson está grabado a fuego en mi memoria.
Llevo cinco años aferrándome a esos recuerdos, rememorándolos para serenarme cuando me siento sola y perdida.
Lo nuestro no duró. ¿Cómo iba a hacerlo cuando soy un caso perdido? Pero al menos conservo esos recuerdos y sé que viví un amor perfecto que, aunque breve, fue dulce y maravilloso.
Durante años he estado agradecida a Jackson por haberme dejado esos recuerdos. He volcado el tiempo que pasamos juntos en fantasías nocturnas y sueños diurnos. Y lo he convertido en un héroe.
Un caballero, un protector. Un hombre dispuesto a sacrificarse para protegerme. Me lo demostró marchándose cuando se lo pedí.
Ese Jackson jamás trataría de vengarse ni intentaría destrozarme. Era un hombre digno de mis fantasías.
Y no es el hombre que llamará a mi puerta esta tarde.
«Tengo que recordar eso», pienso. Necesito tener muy claro que el Jackson de ahora está jugando conmigo. Y, si quiero tener alguna posibilidad de sobrevivir a este combate, también tengo que jugar con él. Más que eso: tengo que vencerle.


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Mensaje por berny_girl Dom 24 Jun - 7:58

Capitulo 11

Estoy en el corto pasillo que conduce a mi dormitorio cuando el interfono suena a las ocho en punto.
Llevo un rato aquí, mirándome en el espejo con el vestido sin abotonar y puesta ligeramente de lado para que las prendas de lencería se me vean bien. Me paso los dedos por los tatuajes, al menos por los que van a darme fuerza esta noche.
La llama que Cass me ha tatuado en el pecho, un poco resbaladiza por la pomada analgésica que ha aplicado para calmar el dolor y protegerla.
El candado que queda oculto bajo el minúsculo tanga.
Y la cinta con las iniciales de los hombres que he poseído.
Porque todos ellos me recuerdan que sé hacer esto.
Todos ellos son un símbolo de que puedo mantener la situación bajo control. De que puedo demostrarnos a Jackson y a mí que yo soy quien lo utiliza a él para conseguir lo que quiero, y no al revés.
Empiezo a abotonarme el vestido, esperando que el interfono suene otra vez. Que Jackson vuelva a llamar enfadado porque ¿cómo me atrevo a hacerle esperar?
Pero lo que oigo no es el interfono, sino un enérgico golpeteo en la puerta, y me tenso porque esa pequeña desviación del plan es suficiente para ponerme los nervios de punta.
«Serénate, Syl. Mantén la puta calma.»
—¡Un momento! —grito y, despacio, sigo abrochándome el vestido.
No es que quiera hacerle esperar —bueno, eso sería un beneficio añadido—, sino porque las manos me tiemblan tanto que tardo más de lo habitual.
Respiro hondo varias veces. Y me dirijo hacia la puerta.
Antes de abrirla me pongo erguida. Quiero aparentar seguridad. Indiferencia. Dar la impresión de que esto solo es una cita más en un día cualquiera. Pero todas mis buenas intenciones se van a hacer puñetas en cuanto lo veo.
Está apoyado como si tal cosa en el quicio de la puerta, y lleva un pantalón caqui y una camisa vaquera descolorida. Se ha peinado hacia atrás con fijador y tiene los ojos ocultos tras unas gafas de sol que le tapan parcialmente el corte de la mejilla. No se ha afeitado, y tengo que contenerme para no acariciarle esa barba incipiente que le confiere un aspecto incluso más varonil y apetecible.
Sin decir una palabra se quita las gafas, y detecto tal picardía en su mirada que cobro conciencia de lo poco que llevo bajo el vestido.
No es la reacción que deseo; esta vez es él quien debería derretirse por mí y no al revés. Así pues, ladeo la cabeza y adopto una expresión impasible, esa cara de póquer que me ha ayudado a sobrellevar muchas de las reuniones de negocios de Damien en las que debo limitarme a tomar notas sin reaccionar a la marcha de las negociaciones.
—¿Quién te ha abierto?
—Soy un hombre de recursos —responde.
Pasa junto a mí para entrar en el recibidor. Nuestras manos se rozan y, aunque no quiero sentir nada, no puedo negar las chispas que este hombre genera en mí. Me digo que no pasa nada. Puedo utilizarlo. Puedo dejar que mi atracción por él me espolee.
Y puedo dejar que su atracción por mí sea su ruina.
—El vestido te queda precioso —dice mientras me examina con una mirada tan incendiaria que es un milagro que la sangre no me hierva—. Pero ya lo sabía. Te recuerdo como si fuera ayer, vestida de amarillo con ese aire tan inocente. Claro que tú no tenías nada de inocente, ¿verdad?
Mi recibidor es minúsculo y me apoyo en la pared junto a la puerta, sintiéndome un poco atrapada con Jackson justo delante de mí, tan cerca que invade mi espacio personal. Tan cerca que percibo su olor.
Tan cerca que me es imposible no recordar.
—No me digas que lo has olvidado.
Sus palabras son un inquietante reflejo de mis pensamientos, y cuando alarga la mano inspiro con fuerza porque no estoy preparada para que me toque. Pero no lo hace; solo quiere cerrar la puerta. Al reparar en ello suelto el aire de forma entrecortada y me maldigo por sentirme tan decepcionada.
—Pues yo no —continúa, nada preocupado, según parece, de que yo todavía no haya abierto la boca—. Tú de amarillo, tan luminosa como el sol que entraba por la ventanilla del coche. Tú desabrochándote el vestido y mostrándote a mí. Tocándote, acariciándote. Y me imaginabas a mí, ¿a
que sí, princesa? Yo ocupaba tu pensamiento. Yo te ponía cachonda. Me necesitabas a mí. Abre los ojos —exige, y yo obedezco, sorprendida porque ni tan siquiera me había dado cuenta de que los había cerrado.
Está tan pegado a mí que siento su calor. Tan cerca que me bastaría con inclinarme un poco hacia delante para notarlo caliente y duro contra mí.
Hago justo lo contrario: me inclino hacia atrás y apoyo las palmas de las manos en la pared, deseando con todas mis fuerzas poder hundirme en el tabique de yeso y desaparecer.
—Dime que lo recuerdas, princesa. Dime que recuerdas lo que sentiste.
Quiero seguir callada, demostrarle que, aunque crea que se ha hecho con el control nada más entrar, no es así.
Salvo que, por supuesto, lo es. A pesar de que confiaba en ser capaz de mantener el control, debería haber sabido que eso no iba a ocurrir. Lo conozco, ¿no? Y también me conozco a mí.
—Dímelo —repite.
Alzo la cabeza. Lo miro a los ojos. Y le doy la respuesta que espera.
—Sí, lo recuerdo. Y recuerdo que tú también me deseabas.
—Sí. Y sigo deseándote. —Esboza una sonrisa astuta y algo pícara—. Parece que estoy a punto de tener lo que quiero.
Con la suavidad de un soplo de brisa de verano, me roza el pecho con la yema del dedo.
Inspiro, resuelta a luchar contra el calor que me provoca incluso una caricia tan leve.
—Creo que tú también vas a tener lo que quieres, princesa.
—Yo quiero el resort, Jackson. —Lo miro a los ojos y me aseguro de que los míos no transmitan nada que no sea frialdad calculada—. ¡El resort! Y, al igual que tú, estoy dispuesta a hacer todo lo necesario para conseguir lo que quiero.
Pero mis palabras no lo desconciertan en absoluto. En todo caso, parece divertido.
—Y por eso es rojo tu vestido nuevo. Has perdido tu inocencia, princesa.
—Deja de llamarme así.
Ladea la cabeza, como si reflexionara.
—Mis reglas —dice—. ¿O ya lo has olvidado?
—Maldita sea, Jackson.
No sé por qué me molesta el apelativo cariñoso cuando sus caricias no lo hacen. En definitiva, «princesa» no es más que una palabra. Pero sus caricias, y mi reacción a ellas, lo dicen todo.
Aun así, no me gusta que me llame así. Y me molesta tanto que me separo de la pared y lo aparto para salir del rincón en el que me tiene atrapada, donde mi rostro y mi cuerpo me delatan demasiado.
Cruzo mi pequeño salón en dos zancadas y me detengo delante de la puerta acristalada que da al exterior. Apoyo la mano en uno de los cristales y miro afuera. Ahí es donde quiero estar, no atrapada aquí dentro con mi pasado y un hombre que aún deseo y ya no puedo tener. Un hombre cuya mera presencia me vuelve loca cuando lo que necesito es mantenerme fría y racional.
No oigo sus pasos, pero veo su reflejo y no me sorprendo cuando me pone la mano en el hombro. De todas formas cierro los ojos para defenderme del inesperado sentimiento de nostalgia que se abate sobre mí cuando baja la cabeza y me besa en la nuca.
—Para —susurro.
—¿Que pare? Creo que las condiciones de mi oferta han sido claras. —Da un paso atrás y se saca el móvil del bolsillo. Mira a mi reflejo a los ojos—. Así que dime, ¿hemos llegado a un acuerdo? ¿O debería llamar a Damien para decirle que, finalmente, no soy tu hombre?
—Maldita sea, Jackson. ¿Por qué haces esto?
—Tú ya lo sabes.
Niego con la cabeza, aunque es mentira. Porque, en efecto, lo sé. Es por venganza. Es para castigarme.
Me salvé de un infierno únicamente para lanzarme de cabeza a otro.
—¿No? Pues entonces permíteme que te lo diga: hago esto porque quiero que recuerdes.
Vuelve a rozarme el cuello con los labios y va subiendo hasta besarme el lóbulo de la oreja con tanta sensualidad que tiemblo de deseo.
—Hago esto porque quiero que sepas a lo que renunciaste.
Me acaricia los hombros y baja las manos por las mangas cortas de mi vestido hasta tocarme la piel de los brazos. Continúa y, cuando por fin alcanza mis manos, entrelaza sus dedos con los míos.
—Quiero que conozcas el futuro que arrojaste por la borda, princesa —afirma mientras me levanta las manos y me las coloca sobre los pechos.
Tenso el cuerpo, presa de una vorágine de emociones y sensaciones. Quiero desquitarme con él, mandarlo bien lejos porque sé de sobra a lo que renuncié. Lo sé… igual que sé que tuve que hacerlo.
Pero, al mismo tiempo, quiero fundirme con él. Dejar que sus caricias me transporten a todos los lugares que he imaginado en estos últimos cinco años. Permitir que me posea tan plena y completamente que acabe consumida y ya no haya espacio para el miedo, las pesadillas ni los recuerdos.
Eso es imposible, y lo sé.
Aun así, lo que más ansío ahora es envolverme en sus brazos y besarlo. Quiero al Jackson que una vez tuve, no al que está aquí hoy. El que solo ve a la mujer que lo hizo sufrir y no a la que podría haberse enamorado de él.
Así pues, no hago nada. Me quedo quieta, esforzándome por ignorar la sensación que me producen sus manos en el cuerpo, sus manos sobre las mías. Intentando respirar. Intentando centrarme.
Poniendo todo mi empeño en recordar que mi intención era llevar las riendas de la situación y preguntándome cómo es posible que todo se haya torcido tanto.
Por fin bajo las manos haciendo fuerza y me obligo a darme la vuelta aunque Jackson no se aparta. Está tan cerca que nuestros cuerpos se rozan y tengo que alzar la cabeza para verle la cara.
—En realidad se trata de eso, ¿no? Solo quieres castigarme.
—Joder, sí —responde—. Y creo que tú también lo quieres.
—¿Perdona?
—A lo mejor te sientes culpable por haber roto como lo hiciste. A lo mejor por eso has aceptado mis condiciones.
—Yo no he aceptado nada. Tú me has puesto entre la espada y la pared.
Por un momento me parece percibir compasión en sus ojos, pero enseguida vuelven a enfriársele. Bien. Quiero que sean hielo. Quiero que me dejen helada. No quiero derretirme por este hombre. No quiero sentir este fuego. No quiero sucumbir a la culpa acerca de la que tanta razón tiene.
—Te leo el pensamiento, princesa —dice por fin—. Y puedes jugar conmigo todo lo que te apetezca, pero los dos sabemos que estás peleando. Pues ¿sabes una cosa? Yo también estoy peleando. Y no estoy acostumbrado a perder.
Alarga la mano y, muy despacio, me desabrocha el primer botón del vestido.
—¿Qué haces?
—Lo que tú me estás dejando hacer.
—Yo…
—En tus manos está que me detenga, princesa. Basta con que lo digas.
Me paso la lengua por los labios, pero no me muevo ni protesto. Me digo que no puedo echarme atrás; no puedo renunciar al resort.
Pero esa no es toda la verdad y lo sé tan bien como él.
Lo cierto es que yo también quiero esto. Y, como no se lo puedo dar sin sentirme mal, consentiré en dejar que lo tome.
—Buena chica.
Me desabrocha el segundo botón y luego el tercero para descubrir mi sujetador negro de media copa, la curva de mis pechos y mis pezones, tremendamente erectos y sensibles.
—Lo que yo decía —murmura. Se inclina para apresarme el pezón entre los labios. Me mordisquea la sensible carne y una explosión de deseo recorre mi cuerpo hasta palpitarme violentamente entre las piernas—. Ansías esto tanto como yo.
—Eres un cabrón —digo, y él solo se ríe.
—Princesa, ni te lo imaginas.
Vuelve a besarme el pecho y me pasa los labios por el canalillo camino de mi otro pezón.
—¿Por qué no terminas de desabrocharte el vestido? —masculla sin despegar los labios de mi piel.
—¿Qué?
No termino de asimilar lo que acaba de decir, al menos hasta que me coge la mano y me la coloca sobre el cuarto botón. Luego noto sus dedos subiéndome por el cuerpo y acariciándome el pezón que ha abandonado, frío y erecto, y aún impregnado de su saliva.
¡Oh, Dios mío!
Mientras me lo mordisquea otra vez arqueo la espalda y comprendo que no solo pretende excitarme sino poseerme.
Y, mal que me pese, obedezco y me desabrocho el vestido sin prisa pero sin pausa. Sigo con la espalda pegada a la puerta acristalada porque lo que está haciéndole a mis pechos me está volviendo loca y me da miedo que, sin este apoyo, las piernas me fallen.
Cuando casi he terminado de desabrocharme el vestido se aparta y, al separar la boca de mi pecho, tengo que contenerme para no gemir en señal de protesta.
—No te resistas, princesa —dice—. Lo veo en tu cara, en el rubor de tu piel. Incluso en tus ojos, veo que intentas mostrarte fría y dura. ¿Es que no sabes que veo lo que quieres? ¿Que siento lo que necesitas?
Mi cuerpo traicionero suspira por recibir sus caricias, pero me quedo petrificada, incapaz de seguirle el juego y nada dispuesta a hacerlo.
—Adelante —continúa como si de verdad me leyera el pensamiento—. Tócate. Enséñame cómo te gusta. Enséñame cómo quieres que te acaricie.
Niego con la cabeza.
—Jackson. No.
—Mis reglas, princesa, ¿recuerdas?
Me quita el vestido despacio. Luego lo arroja hacia atrás y cae en el sofá. Me quedo inmóvil, vestida únicamente con mi conjunto de lencería sexy y mis sugerentes zapatos rojos de tacón.
—Joder, eres preciosa…
Percibo una excitación tan sincera en su voz que no puedo evitar sentir que esto ya lo he vivido antes. No es la primera vez que estoy así. Vestida de esta forma o, mejor dicho, desvestida de esta forma. Caliente, mojada y anhelante, con los ojos de Jackson fijos en mí, tan rebosantes de deseo que podría ahogarme en ellos.
Pero esa noche yo lo quería todo de él y no tenía miedo. Todavía. El miedo me asaltó después.
Esta noche, Dios mío, también lo quiero. Pero estoy muerta de miedo.
—Adelante, princesa —repite. Me coge una mano y me la apoya en el vientre— Quiero ver cómo te derrites.
Lo miro a los ojos, donde espero ver fuego. Pero solo veo la máscara de un hombre que está controlando sus emociones.
Que le den. Si me obliga a jugar, jugaré a ganar.
—¿Es esto lo que quieres? —pregunto.
Subo la mano y encuentro el pezón que acaba de abandonar. Me cojo el pecho y me lo estrujo. Luego, tan despacio que casi me exaspera, me paso el dedo por la dura areola.
—¿O quizá quieres esto? —continúo, y me aprieto el pezón entre los dedos índice y pulgar.
Respiro por la boca, más excitada por mi actuación de lo que pretendía, pero veo el brillo del deseo en sus ojos.
¡Objetivo conseguido!
—¿Te gusta mirar, Jackson?
Bajo la otra mano por mi vientre hasta la cinturilla elástica del minúsculo tanga y el triángulo de encaje que apenas me tapa el sexo. La bajo más aún.
—¿O quieres más? ¿Es eso, Jackson? ¿Quieres tocarme? ¿Quieres follarme?
Aprieta la mandíbula. Veo cómo se le mueve la nuez al tragar saliva. Y saboreo el placer de mi triunfo.
—¿Sabes lo mojada que estoy? ¿Lo bien que me siento?
No estoy mintiendo. Pese a la situación (quizá por ella, joder), mi cuerpo me traiciona excitándose y, mientras me acaricio el clítoris, no puedo negar que aún estoy más excitada porque sé que está mirándome.
Me digo que no pasa nada. Mi único objetivo es no permitir que me arrebate el control. Si de paso tengo un orgasmo, me limitaré a considerarlo un beneficio adicional.
No aparto los ojos de él. Observo su cara y me complace ver que mantiene la mandíbula apretada, un reflejo de sus esfuerzos por no perder el control.
«Bien —pienso mientras me acaricio el sexo sin ningún pudor—. Lo quiero a punto de correrse. Lo quiero fuera de sí.»
Cierro los ojos y me insto a dejarme llevar. A desafiar los límites. A desafiarlo a él.
Pero entonces me agarra por la muñeca. Y, cuando abro los ojos, está justo delante de mí.
—No —dice con voz autoritaria—. Este orgasmo me pertenece, nena.
Y, así sin más, ha dado la vuelta a la tortilla.
¡De acuerdo! Pues yo volveré a dársela.
—¿Ah, sí? —digo. Alargo la mano y le cojo la polla—. Entonces… esta me pertenece a mí. — Se ríe y da un paso atrás para separarse.
—¿Crees que la que manda eres tú? Piénsalo bien, princesa.
Cuando lo miro a los ojos me doy cuenta de que sabe desde el principio lo que yo solo acabo de comprender. Que no tengo el control. Que nunca lo he tenido. Y que, mientras juguemos a esto, él es quien pone las reglas.
—Prohibido tocarte —dice—. A menos que te toque yo. Pero no te preocupes —añade al tiempo que me pasa un dedo por el vientre desnudo y la curva de mi pecho—. Tengo intención de tocarte mucho.
Sus manos electrizan mi piel sensible y, muy a mi pesar, echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos ante esta explosión de placer.
—Eres preciosa, maldita sea —masculla mientras me toca, acaricia y excita—. Me pregunto… — Me pone la mano en el sexo—. Me pregunto si aún sabes tan bien como guapa eres.
Se arrodilla, agarrándome por las caderas, y con mucha suavidad me besa la ingle. Gimo y espero sentir su boca en mi sexo, pero me tortura metiendo un dedo por debajo del tanga y me encuentra caliente, húmeda y muy dispuesta.
—Oh, sí —exclama—. Creo que esto te gusta.
Me atormenta con el dedo; me lo pasa por la sensible carne y, cuando me lo introduce con brusquedad, el cuerpo se me contrae alrededor de él porque quiere mucho más que esta mera pero maravillosa caricia.
Cuando lo saca se pone de pie y me pasa el dedo con el que me ha penetrado por los labios.
—Chúpalo —exige, y yo lo hago con avidez, saboreando mi propia excitación y viendo el reflejo de la suya en sus ojos.
Un momento después retira el dedo y me coge la mano. Me lleva al sofá, pero se detiene junto a la mesa de centro. Al principio me quedo desconcertada, pero luego me doy cuenta de que ha visto las fotografías que hay esparcidas sobre ella.
Hago una mueca, porque son un secreto que no estoy lista para compartir.
Me suelta la mano y se acerca a la mesa. Mira la serie de fotografías que me he dejado ahí y coge unas cuantas.
—¿Quién la ha sacado? —pregunta, y me enseña una foto del edificio del Union Bank de Las Vegas.
Se me pasa por la cabeza mentir, pero esa foto es importante para mí y no quiero renegar de ella.
—Yo.
Lo miro a los ojos en actitud desafiante.
—¿Cuándo?
No me molesto en responder; la fotografía lo dice todo.
—¿Fuiste a la inauguración?
—Estaba en Las Vegas por trabajo.
Falso. Estaba en Las Vegas por la inauguración.
Me mira durante tanto tiempo que creo que se ha dado cuenta de que miento. Luego me enseña la foto del edificio Winn.
—¿Y esta?
—Voy a Nueva York con Damien constantemente. Y soy aficionada a la fotografía. Creo que te lo comenté en Atlanta. ¿O lo has olvidado?
—No he olvidado nada de Atlanta. —Habla en voz baja y firme, y no despega los ojos de mí—. Ni un solo instante.
No digo nada, pero me sorprende notarme la boca seca.
—¿Por qué? —pregunta—. Debe de haber más de una docena de fotos de edificios míos en esta mesa. Quiero saber por qué.
—Ya te lo dije en Atlanta: me gusta la arquitectura.
—Quiero la verdad, Sylvia.
Mi nombre suena tan dulce en sus labios que flaqueo un poco en mi actitud desafiante.
—Puede que no fuera del todo sincera cuando te dije que no había seguido tu carrera.
Ladea la cabeza.
—¿Tú hiciste todas estas fotos? ¿De montones de mis edificios?
—Me gusta la arquitectura —repito.
Regresa a la mesa y saca un puñado de las fotografías que contiene la caja abierta. Las primeras siguen siendo de edificios suyos. Pero debajo encuentra mis fotos de casas.
Saca una, dos, ocho, una docena. Después de esparcirlas sobre la mesa se vuelve hacia mí.
—Sé que te gusta la arquitectura —dice con la voz teñida de ironía—. Pero nunca me pareció que fueras aficionada a las viviendas.
—Me gusta mirar casas —arguyo, y me encojo de hombros porque, en realidad, eso es todo.
—¿Por qué?
—¿Acaso importa?
Me acerco a la mesa y recojo las fotos: chalés modestos, grandes mansiones, cabañas de madera, casas de adobe. Algunas situadas en barrios elegantes, otras en arrabales. Algunas de lugares como Brentwood, donde crecí.
—Vuelvo a meterlas en la caja.
—¿Por qué? —vuelve a preguntar, esta vez con más dulzura.
—No lo sé.
Solo es mentira a medias. Llevo años haciendo esto. Incluso cuando era pequeña recorría el barrio con una cámara desechable, y puedo pasarme horas mirando una casa, inventando historias sobre las personas que la habitan. En la universidad estudié fotografía y dediqué buena parte de mi tiempo a inmortalizar casas. Ahora es tanto una obsesión como una pasión.
No obstante, no explico nada de esto a Jackson y sigo sin darle una respuesta. Lo cierto es que desconozco por qué lo hago. No estoy segura de lo que espero encontrar cuando miro por el objetivo. Solo sé que no lo he encontrado todavía.
Por un momento Jackson no dice nada y se limita a mirarme. Luego recoge mi vestido del sofá y me lo da.
—Póntelo.
—Pero…
Me siento confusa.
—Son las ocho pasadas —dice, aunque su voz parece tan cansada que bien podría ser más de medianoche—. Creo que es hora de que te lleve a cenar.


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Mensaje por berny_girl Dom 24 Jun - 7:59

Capitulo 12

Jackson me ha desabrochado la falda y tiene la mano en mi muslo cuando una camarera corre la mampara de papel para entrar en el íntimo reservado.
Cuando lo hace Jackson se inclina hacia mí y me besa en la oreja mientras me susurra:
—Silencio.
Al principio no entiendo a qué se refiere, pero, al momento, sube la mano hasta tocarme el tanga. Me quedo inmóvil porque me aterra que vaya a hacer justo lo que estoy segura de que hará. Y, aunque me muero por correrme al cojín contiguo, una minúscula y traicionera parte de mí quiere lo que me
ofrece. Una caricia prohibida. Un placer secreto.
«Dios santo, ¿en qué estoy pensando?»
Empiezo a separarme en señal de protesta, pero Jackson me mira a los ojos y niega con la cabeza de forma casi imperceptible mientras la camera, vestida con un quimono, hace una inclinación y se arrodilla con delicadeza al otro lado de la mesa. Cuando deposita una bonita bandeja de sushi y sashimi delante de nosotros Jackson mete los dedos por debajo del tanga para excitarme y jugar conmigo.
Estamos sentados en un banco bajo y sin respaldo repleto de cojines, con los pies en el hueco que hay debajo de la mesa a ras de suelo, en este lujoso restaurante de comida japonesa de Beverly Hills.
Es el tipo de restaurante al que los ejecutivos vienen a negociar acuerdos millonarios. No es el tipo de restaurante que esconde la lujuria y la pasión en rincones oscuros mientras el resto del mundo mira hacia otra parte.
Y, no obstante, aquí está Jackson, acariciándome el clítoris con suavidad mientras la camarera nos sirve otro vaso de sake.
Y aquí estoy yo, mordiéndome el labio inferior, sin duda con las mejillas al rojo, intentando quedarme completamente quieta mientras todo mi cuerpo tiembla de placer.
Deba o no estarlo, no puedo negar que estoy mojada, muy mojada. Y que, ahora mismo, quiero más.
Jackson no me decepciona y contengo un gemido de sorpresa y placer cuando me mete el dedo antes de agarrarme al canto de la mesa con ambas manos.
La camarera no deja de sonreír en ningún momento mientras recoge nuestros cuencos de sopa vacíos, se levanta y se marcha sin decir nada después de volver a inclinarse en la puerta.
—Jackson… —susurro su nombre en un tono que raya en el pánico.
—Sigue contándome —dice—. ¿Cómo reaccionó Galway cuando le comunicaste que Stark quería comprar la isla?
Cuando hemos llegado al restaurante no sabía qué esperar. Jackson había cambiado de humor en mi piso para pasar de mostrarse exigente y sexual a comportarse con ensayada educación, como si fuéramos una pareja en nuestra primera cita, un poco cohibidos entre nosotros.
También me ha sorprendido el restaurante que ha elegido. En Atlanta no fuimos a comer sushi, pero recuerdo que mencioné en una ocasión que era mi comida favorita. He pensado en preguntarle si ha elegido este sitio a propósito, pero lo cierto es que prefiero creer que ha sido así a enterarme de que solo ha sido una mera coincidencia.
Ha insistido en que nos sentáramos juntos, de modo que cada uno lo ha hecho en un cojín de colores en el lado de la mesa opuesto a la puerta corredera. Desde el principio esperaba que me tocara, pero él no lo hacía. En cambio, se comportaba con ensayada educación, preguntándome adónde he viajado con la empresa, en qué consiste mi trabajo como asistente de Stark, incluso cómo he acabado siendo la directora del proyecto del resort de Cortez.
Y eso estaba desquiciándome un poco. Jackson no me tocaba. Se mostraba conmigo como un perfecto caballero. Esta era, a todos los efectos, una cita maravillosa.
Era lo que yo me había dicho que quería: conseguir que Jackson se eche atrás en su absurdo juego. Poder trabajar juntos sin que manipule mis emociones.
Y no obstante…
Y no obstante, ahí estaba yo, a punto de caramelo, desfalleciendo cada vez que se movía o me rozaba con la mano como por casualidad, preguntándome si por fin iba a tocarme.
Tampoco me ayudaba estar segura de que Jackson me atormentaba a propósito. Y, sin embargo, no tenía ninguna prueba de ello. Su conversación era amena y sus modales eran corteses.
Aun así, Jackson estaba volviéndome loca de forma lenta y metódica.
—Entonces ¿tuviste la idea del resort solo por leer un artículo en el periódico? —me ha preguntado.
No recuerdo haberle respondido, pero debo de haberlo hecho porque de lo que sí me acuerdo, y muy bien, es de que me ha puesto la mano en el muslo y ha empezado a desabrocharme el vestido mientras yo le explicaba cómo pasó Damien de su reunión sobre estrategias de inversión e impuestos.
Me he quedado inmóvil, farfullando palabras. He tenido el absurdo impulso de largarme, pero, mal que me pese, ¿no era esto lo que deseaba, a pesar de mi sensatez y buen juicio?
Así pues, me he quedado y he hablado, y seguía haciéndolo cuando ha entrado la camarera y he comprendido que Jackson había planeado esto desde el principio. No solo las caricias, sino las caricias prohibidas.
No solo el deseo, sino la necesidad de contenerlo. De no mostrarlo.
Y, mal que me pese, no puedo negar que, con este placer secreto, la sensación de su dedo jugando conmigo, penetrándome, ha sido incluso más increíble.
—Galway —me insiste ahora mientras traza pequeños círculos con el dedo alrededor de mi clítoris, una caricia que me impide pensar con claridad.
—Jackson…
—Cuéntamelo —repite.
Y lo hago. Le hablo de la llamada telefónica, de cómo se rio Galway cuando pensó que Damien estaba de broma y de su consiguiente sorpresa cuando comprendió que su intención de comprar la isla era firme.
—Stark parece un hombre que consigue lo que quiere —dice Jackson.
—Lo es.
—Yo también lo soy —susurra al tiempo que me introduce tres dedos para follarme con la mano, y yo, aun a mi pesar, empiezo a retorcerme, deseando que me los meta más aún, intentando sentir el roce de su piel contra el clítoris, mientras la cabeza sigue dándome vueltas y con ella mis pensamientos.
—¿Qué es lo que quieres? —pregunto con la voz entrecortada cuando tengo la sensación de que me envuelve una vorágine de placer.
—A ti —responde—. A mi merced. —Y con esas sencillas palabras retira la mano y me niega el placer —. Creo —añade, como si nada— que es hora de cenar.
Me paso la cena frustrada, nerviosa y cabreadísima. Me ha llevado al borde del abismo y me ha dejado ahí y, cuanto más lo pienso, más cuenta me doy de que la comida, aunque tenga todos mis rollitos y sashimi favoritos, apenas me atrae.
En cambio, hay otra cosa que deseo muchísimo más, de modo que dejo los palillos y meto la mano izquierda debajo de la mesa para ponerla sobre su muslo. Jackson me mira con el rabillo del ojo, pero no protesta. Ni tan siquiera cuando subo la mano despacio, cada vez más arriba, hasta encontrar
su polla, turgente y dura bajo el pantalón.
Sonrío, sintiéndome otra vez poderosa y al mando mientras se la acaricio despacio. Luego subo los dedos en busca de la cremallera.
—Para.
Habla en voz baja, sin mirarme.
Encuentro el aro de la cremallera y empiezo a bajársela.
—¿Y si no quiero parar?
—Pues no pares. —Se vuelve y me mira a los ojos. Su expresión es fogosa, y también divertida—. El libre albedrío es eso.
—Exacto —digo, contenta de haber vuelto por fin la tortilla.
—Pero si tú no paras, lo haré yo.
Cejo en mi intento de bajarle la cremallera.
—¿Qué quieres decir?
—Que tú decides. ¿Quieres que te toque? ¿Que te acaricie? ¿Que te lleve al orgasmo?
No respondo, pero he dejado de moverme.
—¿Quieres que te dé placer, Sylvia? ¿O prefieres la satisfacción más insulsa de pensar que has conseguido vencerme cuando los dos sabemos que, al final, te tendré desnuda y entregada a mí, saciada y sin fuerzas? Y cuanto más te corras en mis brazos, más dulce será mi victoria.
Trago saliva porque no sé si ahora mismo sería capaz de articular palabra, aunque tuviera que hacerlo.
—Ríndete, princesa, y tendrás el orgasmo que antes te he negado. No pares, y yo seré el único que se correrá en muchísimo tiempo.
Le creo. Y, a pesar de que me gustaría tener la fortaleza de terminar lo que he empezado y llevarlo al orgasmo, de sacrificar mi propio placer en aras de la victoria, sencillamente soy incapaz.
Retiro la mano.
—Buena decisión —dice en un tono triunfal que deja patente su excitación—. Te prometo, cariño, que no lo lamentarás.
Me señala la mesa con la cabeza y reparo en que hemos acabado de comer.
—¿Postre?
Niego con la cabeza.
—¿No? Yo sí quiero postre. Pero aquí no. —Me pasa el dedo por el labio inferior—. Un momento…
Se dirige hacia la puerta, la abre y pide la cuenta.
Cuando regresa a la mesa la sintonía de la Guerra de las Galaxias empieza a atronar en mi bolso.
Hago una mueca. Jackson se ha echado a reír.
—¿Es Yoda?
Pongo los ojos en blanco mientras busco el móvil.
—Mi hermano.
Miro la pantalla y palidezco al leer el mensaje de texto.

Hola, hermanita!
Adivina quién vuelve por fin a su querido Estados Unidos.
Llego dentro de tres semanas, justo a tiempo para Halloween.
Me recoges en el aeropuerto? Luego vayamos directos a Irvine.
Mamá está como una moto preparándonos una comilona.
Y papá dice que también te ve demasiado poco.
Te quiero, hermana mayor.

Te echo de menos.
Hasta pronto.
—¿Pasa algo?
Acabo de caer en la cuenta de que he estado mirando el móvil mucho más tiempo del que se tarda en leer un mensaje de texto.
—Esto… no. Nada. Solo dame un momento.
Consigo sonreír mientras escribo la respuesta, pero me exaspera ver que las manos me tiemblan.

Qué alucine que vengas! Estoy reunida, así que luego te digo más.
Manda datos del vuelo; iré con globos!
No estoy segura de poder ir a Irvine. Hasta el cuello de trabajo.
Besos.

Me obligo a mirar a Jackson, sonrío de oreja a oreja y consigo decir:
—¿Ya has pagado?
Duda un instante antes de asentir.
—Podemos irnos.
Continúo sonriendo, haciendo todo lo posible por aparentar normalidad, y salgo del restaurante detrás de él.
Origami es uno de los nuevos locales de moda de Rodeo Drive en Beverly Hills y está a solo unas puertas del hotel Beverly Wilshire. A nuestra llegada, Jackson ha aparcado el coche en el hotel y yo pensaba que cenaríamos en uno de sus increíbles restaurantes. Pero me ha sorprendido cuando hemos
cruzado el vestíbulo para salir a la calle.
Ahora estamos regresando al hotel y el mensaje de Ethan sigue agobiándome, junto con todas las tensiones y los temores que me suscita la mera idea de ver a mis padres.
—¿Quieres hablar de ello?
Me vuelvo hacia Jackson, sorprendida.
—No pensaba que conversar fuera parte del programa de esta noche.
Se lo he soltado en un tono más áspero del que pretendía y lo lamento de inmediato. Pese a todo, he percibido preocupación sincera en su voz y, aunque su objetivo de esta noche es castigarme, mi intención no era ser desagradable.
—Perdona —digo—. Y no. Preferiría no hablar de ello. En serio —añado porque sé, por su expresión, que me lo va a discutir.
Asiente a regañadientes y continuamos andando en silencio. Pero lo extraño es que me siento un poco mejor. Es una noche fresca y despejada, y corre una fragante brisa. Estoy en una de las calles más bonitas del mundo, con escaparates iluminados que rebosan encanto y glamour.
Y pese a lo mucho que le he hecho sufrir, el hombre que me acompaña se preocupa por mí. Un poco, al menos.
Eso me basta para disipar mi enfado y mis miedos. Tres semanas son una eternidad, y esta noche no es momento para abrir la puerta a más recuerdos. Además, francamente, ya tengo suficientes preocupaciones con Jackson. No necesito pensar también en mi familia.
Frunzo el ceño cuando dejamos atrás la caseta del servicio de aparcacoches.
—¿No vas a coger el Porsche?
—Todavía no —responde justo cuando un portero de librea nos saluda.
Jackson me empuja con suavidad por la cintura y entramos en el impresionante vestíbulo. La luz dorada que lo baña hace que el suelo de mármol pulido brille de un modo que realza el emblemático dibujo circular parecido al símbolo de una diana. En el centro del mismo hay una mesa gigantesca con varios ramos de flores impresionantes que relucen bajo una de las arañas de luz más ornamentadas que he visto jamás.
—Me encanta este hotel —declaro—. Es como retroceder en el tiempo con su mezcla de estilos clásico y art déco.
—Me alegro de que te guste —dice Jackson—. He pensado que podemos tomar una copa aquí.
—¿En serio?
Miro alrededor buscando el bar.
—No, en el bar no.
Se encamina a la recepción y lo sigo con cierta curiosidad, casi segura de que sé adónde va.
—Jackson Steele —dice a la recepcionista—. He reservado una habitación esta tarde.
—Por supuesto, señor Steele. —Le entrega una llave—. ¿Necesita alguna cosa más?
—Antes también he hablado con el sumiller. Querría que nos subieran a la habitación una botella de Petrus Pomerol de 1998. Con dos copas. Y caviar, por favor.
A la recepcionista se le han agrandado un poco los ojos y sé la razón. La Navidad pasada encargué quinientas botellas de esa misma cosecha para que Damien las mandara como obsequio a algunos de sus clientes más importantes. Incluso tratando con los mayoristas que Damien conoce, cada una costó más de mil dólares.
—Desde luego, señor Steele —dice, como si acabara de acordarse—. Haré que se lo lleven todo arriba ahora mismo.
«Arriba» resulta ser el ático, y debo reconocer que, incluso después de todo lo que he visto viajando con Damien, jamás había estado en un hotel tan lujoso. Sé que debería fingir indiferencia, pero confieso que los ojos empiezan a salírseme de las órbitas. Tanto, de hecho, que sigo cerca de la ornamentada puerta de doble hoja cuando el camarero del servicio de habitaciones llama con los nudillos. Me aparto para dejarle entrar con una mesita de ruedas en la que lleva el vino, dos copas y un espectacular surtido de caviar. Jackson permite que el camarero descorche el vino, pero declina su ofrecimiento de servirlo. Y, en cuanto el hombre se ha ido, me llama con un dedo.
—Ven aquí —dice, y no puedo evitar pensar en todas las posibilidades que encierra esa simple frase.
—Tienes una idea de venganza muy extraña. Mi cena favorita. Una suite en el ático. Caviar. Y una botella de uno de los vinos que más pasta cuestan del mundo.
—No sabía que era tan caro.
Me limito a poner cara de que tengo mis dudas.
—Como he dicho, princesa, quiero que recuerdes todo a lo que renunciaste.
—Maldita sea, Jackson… —me interrumpo.
—No. No quiero oírte decir que tenías que hacerlo. No quiero oírte decir que lo sientes.
—¿No? —Percibo exasperación en mi voz—. Entonces ¿qué diablos quieres?
—Pensaba que estaba claro —responde mientras llena una copa de vino y viene hacia mí.
Se detiene a solo unos centímetros y me la ofrece. Tomo un sorbo, sin apenas paladear su increíble sabor. Estoy demasiado concentrada en observar a Jackson para prestar atención a algo tan insignificante como el vino.
Me está mirando de arriba abajo con la clase de intensidad que logra que una mujer se derrita y, por su expresión, tengo claro que, si bien tiene hambre, no es de caviar.
—Quiero llevarte al límite y más allá —dice. Empieza a desabrocharme el vestido y, mientras me desnuda, me quedo inmóvil—. Quiero verte perder el control —continúa. Me desabrocha el sujetador y me lo quita sin prisa—. Quiero hacer que te corras. —Me quita los zapatos y me baja las medias,
me desabrocha el liguero y deja que caiga al suelo—. Y, princesa —concluye a la vez que mete el dedo por debajo de la cinturilla de mi tanga y la estira tanto que la goma se rompe y yo me estremezco, aunque sigo sin moverme—, quiero hacerte gritar.
Agacha la cabeza y me besa, con dulzura y suavidad, como un hombre que busca refugio, en marcado contraste con la brutalidad de sus palabras y su forma de quitarme la última prenda de ropa.
—Pero lo primero es lo primero.
Sigo quieta, con la boca ardiéndome por el beso, sin estar muy segura de lo que acaba de suceder. Hace un momento Jackson estaba seduciéndome con caviar y vino y ahora estoy desnuda, caliente y más excitada de lo que querría por la rudeza de sus palabras.
—Ven conmigo —dice.
Me lleva al precioso dormitorio, que combina tonos beige y marrones con una pizca de crema, y que parece tan cómodo como elegante.
Me señala la cama con la cabeza y me siento en el borde. Me mira un momento, como si reflexionara y, aunque trato de leerle el pensamiento, no sé descifrar su expresión.
Se acerca a la ventana y apoya una mano en el cristal. Veo sus ojos en el reflejo y sé que está observándome.
—Necesito que me digas una cosa.
Sus palabras me alivian porque ahora quizá tendré una pista de lo que está pasándole por la cabeza.
—Claro —respondo—. Lo que sea.
—¿Te lo sigues follando?
Había empezado a levantarme del pie de la cama, ayudándome con los brazos, pero me flaquean las fuerzas y vuelvo a caer sobre el colchón. Estoy más desconcertada que enfadada, y mi respuesta, «¿A quién?», suena confusa y débil incluso a mis oídos.
Se pone de espaldas a la ventana y clava sus penetrantes ojos azules en mí.
—Ahora Stark está casado —responde como si estuviéramos hablando del tiempo—. Así que quiero saber si te lo sigues follando.
El enfado me impulsa a ponerme de pie.
—¿A Damien? ¿Estás loco? Yo jamás…
—Me dejaste.
Su tono y su expresión calmados han desaparecido. Ahora está fuera de sí cuando salva la corta distancia que nos separa para encararse conmigo.
No obstante, mi enfado es aún mayor, y la ira de los dos se adueña de la habitación y electriza el ambiente.
Nos bastaría con encender una cerilla para que todo ardiera.
—Hace cinco años me dejaste para poder follarte a Damien Stark.
Sin pensar le doy una bofetada en la mejilla izquierda, justo en el corte aún abierto. Espero que le duela. Espero que el puto bofetón lo postre de rodillas.
Me agarra por los brazos, con la fuerza suficiente para dejarme moretones, y me atrae hacia él con brusquedad. Veo su ferocidad, siento la tormenta que está gestándose entre los dos. Por un momento no sé si va a pegarme o a besarme, y más vale que no haga ninguna de las dos cosas porque estoy tan
cerca de perder los estribos como él.
Pero no hago nada; sé que no debo azuzar a un animal herido. Un momento después Jackson me aparta de un empujón.
—¡Joder!
Me alejo, respirando de forma entrecortada. Me apoyo en la cama y lo observo mientras anda de un lado a otro. Recorre de lado a lado la habitación, una vez, dos, hasta que vuelve a detenerse en la ventana. Hasta que vuelve a apoyar la mano en el cristal, con tanta brusquedad que las imágenes del cristal tiemblan como si la furia de este hombre hubiera trastocado el equilibrio del mundo.
Despacio, muy despacio, me acerco. Me detengo detrás de él, tan cerca que me bastaría con alargar la mano para tocarlo, aunque no lo hago.
—Ya te lo dije: me fui porque tuve que hacerlo.
—Te fuiste de Atlanta. Te fuiste a trabajar para él.
—Sí. Porque, después de que Reggie me despidiera, escribí al departamento de Recursos Humanos de Stark International para pedirles que volvieran a tenerme en cuenta. Ya te dije que había mandado una solicitud para trabajar en su empresa. Y me dieron el puesto. A la antigua: por tener un buen
currículum. No te dejé por Stark, y juro por mi vida que jamás me he acostado con él.
Me abraza, y el gesto me sorprende tanto que se me escapa un grito. En cuanto abro la boca me besa. El beso es violento, casi doloroso. Nuestros dientes se entrechocan, las lenguas nos queman. Es posesión, no un beso. Una batalla, no seducción. Y cuando se aparta estoy jadeando, un poco excitada y muy desconcertada.
Y Jackson vuelve a ser el de siempre. Sereno y controlado como si estos últimos momentos no hubieran sucedido.
—Así es como va a ser de ahora en adelante. Tú eres mía. Íntegramente. Estarás lista para mí cuando yo diga. Como yo diga. ¿Lo entiendes?
—¿Tengo alternativa?
Ni tan siquiera se molesta en responder. Los dos sabemos cuál sería la respuesta.
—Túmbate sobre la cama —dice y, por un instante, no me muevo.
«Se acabó», pienso. Puedo marcharme ahora mismo y ahorrarme el dolor de mis recuerdos. El sufrimiento de estar con un hombre que solo quiere castigarme por nuestro pasado.
Puedo irme… y puedo perder el resort, que es lo único que verdaderamente me importa desde hace años.
Lo miro, porque no se me escapa la ironía. Porque hace cinco años Jackson me importaba. Él doblegó el tiempo que pasamos juntos al concentrar lo que a mí me pareció una eternidad de emoción en unos breves días.
Pero eso es el pasado, y el resort es mi presente. Y no puedo arriesgarme a perderlo si tengo la oportunidad de salvarlo.
De modo que hago lo que me pide. En definitiva, este es el acuerdo al que hemos llegado. Y, sí, no puedo negar que, pese a los recuerdos que temo que volverán a invadir mis sueños, quiero lo que me ha prometido. Quiero alcanzar el clímax. Y, Dios mío, quiero volver a hacerme pedazos contra este hombre aunque no sea real y aunque sé que, al final, sufriré.
—Buena chica —dice en cuanto tengo la cabeza apoyada en las almohadas—. Ahora pon los brazos en cruz.
Obedezco, aunque no estoy segura de qué piensa hacer. Sin embargo, no tardo en descubrirlo, porque entra en el baño y sale con los dos cinturones blancos de algodón de los albornoces del hotel.
Niego con la cabeza, al borde de sentir pánico.
—No.
Pero Jackson no se detiene. Me coge una muñeca y me la ata con un extremo del cinturón. Ata el otro extremo a la lámpara de pared que hay junto al cabecero de la cama.
—Jackson…
Mi protesta parece resonar en la habitación. Sin embargo, él la ignora. Rodea la cama y repite el proceso con mi otra muñeca.
Me paso la lengua por los labios porque no me gusta esta sensación de vulnerabilidad. Junto las piernas y gimoteo cuando él niega con la cabeza.
—No —dice—. Sepáralas bien. Quiero ver lo mojada que estás. Quiero ver cuánto me deseas.
Trago saliva, pero sigo callada, porque ¿qué puedo decir? No obstante, cuando me pasa el dedo por la pierna y la cara interna del muslo el cuerpo se me tensa, ávido de más. Jackson esboza una sonrisa. Y sé que ha visto lo excitada que estoy. Que sabe cómo me pone. Que ha ganado de sobra porque, por mucho que quiera controlarme, mi cuerpo reacciona por sí solo y estoy tremendamente excitada.
Me toca sin piedad, pasando los dedos por todos los recovecos de mi cuerpo hasta que tengo la sensación de que la piel me arde, más aún porque no puedo moverme. Solo puedo someterme a este palpitante deseo.
Y cuando va al salón y regresa con una copa de vino y un platito con caviar no puedo evitar preguntarme qué nuevo tormento me tiene reservado.
Porque, sí, es un tormento.
Despacio, me echa unas gotitas del vino de mil dólares en el ombligo y lo prueba con la punta de la lengua. Me acerca la copa a la boca para darme un sorbito y el cosquilleo de su intenso sabor en mi boca parece corresponderse con el ardor de mi cuerpo consumido de deseo por él. Y cuando me pone una cucharadita de caviar en cada pecho y lo lame no puedo evitar arquear la espalda por la arrolladora sensación de puro erotismo que me provoca.
Luego baja un poco más y me besa el vientre hasta llegar al sexo. Me mira, sin compasión, antes de besarme, oh, en mis partes íntimas.
—Para ser un hombre que quiere castigarme —musito casi sin aliento—, lo estás haciendo fatal.
—Te lo he dicho —masculla—. Quiero que recuerdes. Quiero que sepas lo que es el placer. Y quiero que pienses en todo lo que arrojaste por la borda.
—Jackson…
Pero no me está prestando atención, y cuando su lengua vuelve a arremeter contra mi clítoris ni tan siquiera me importa. Me lleva al límite, obrando magia en mis sentidos con la lengua, convirtiendo mi cuerpo en mera sensualidad, en una masa de energía erótica que solo espera a explotar.
Espera… y sigue esperando.
Y cuando Jackson aparta la boca, cuando se incorpora para mirarme, estoy convencida de que gritaré.
—Dime qué quieres, Sylvia.
Es tanta la tensión que percibo en su voz que no me cabe duda de que quiere lo mismo que yo. Y yo lo deseo tanto que no me da vergüenza decirlo en voz alta.
—Fóllame. Por favor, Jackson. Fóllame, ahora.
Baja de la cama y se queda de pie junto a mí. Durante un instante creo que va a negarnos el placer a los dos.
—Por favor, dime que tienes un condón.
Por un momento no responde. Luego se saca algo del bolsillo y lo pone en la mesilla antes de quitarse la ropa. Vuelvo la cabeza y alcanzo a ver que ha dejado una caja de preservativos. Pero junto a ella hay otra cosa, que es la que ahora coge.
Tardo unos segundos en darme cuenta de que es una venda para los ojos.
—Oh, no —digo—. Ni hablar.
—Oh, sí —replica—. Mis reglas, ¿recuerdas? Y ahora mismo eres mía —añade en tono sensual mientras me pasa los dedos por la piel—. Eres mía para darte placer. Para poseerte. Para follarte. Y en este momento no quiero que experimentes nada sino la sensación de cómo te toco —continúa cuando me tenso de deseo en respuesta a esa nueva táctica de seducción—. De tenerme dentro. Eres mía, recuérdalo, y esta noche quiero que lo sepas. Del todo, íntegramente.
Sus palabras parecen golpearme y resonar en mi memoria.
«Mientras estás aquí, eres mía.»
«Eres mía, eres mía, eres mía…»
Unas palabras conocidas que me daban náuseas, pero ahora no puedo negar que estoy mojada. Que ardo de deseo.
Ni que la maldita llama que llevo tatuada en el pecho no es un símbolo de que mando yo… sino de que, si no tengo cuidado, Jackson me reducirá a cenizas.
No protesto cuando se inclina sobre mí y me venda los ojos. El mundo se queda a oscuras y, como bien ha dicho, solo soy consciente de él. De su respiración. De sus manos tocándome. De su aliento en mi piel.
Me acaricia el cuerpo con los dedos y los labios, una dulce seducción que no cesa cuando vuelve a subirse a la cama y el colchón cede bajo su peso. Luego empieza a acariciarme el sexo con suavidad, explorándome y provocándome, excitándome aún más de lo que ya estoy. Abriéndome.
Preparándome.
Sin avisar me levanta las piernas, y me estiro cuando me las pone sobre sus hombros. Se me escapa un grito al sentir su polla embistiéndome, buscando la entrada, y me relajo, acogiéndolo. Deseándolo.
Y cuando me agarra del culo y me penetra inesperadamente grito como él quería que hiciera, extasiada por la increíble sensación de sentir a este hombre dentro de mí.
La tiene enorme, pero estoy tan húmeda que apenas me duele. Empieza a moverse a un ritmo sensual mientras me sujeta por las caderas con una mano para compenetrar mis movimientos con los suyos. De forma simultánea me acaricia el clítoris con la otra mano, y me inunda la arrolladora sensación de sentirlo dentro y tener el cuerpo en llamas.
Estoy rebosante de placer, loca de deseo. Y no ver nada no hace sino aumentar la inmensidad de lo que siento, tal como ha dicho Jackson.
—Córrete para mí —dice aumentando la fuerza y la profundidad de sus embates—. Joder, Sylvia, quiero que te corras para mí ahora.
Grito de sorpresa cuando siento su orgasmo y luego de placer cuando todo el fuego de mi cuerpo parece concentrarse en mi sexo y estalla en chispas que me hacen perder el mundo de vista. Arqueo la espalda, con la sensación de que podría volar, antes de caer sobre la cama, sin desear otra cosa que
no sea tener a Jackon a mi lado.
Por un momento temo que no se acerque, que me castigue dejándome sola y atada a esta cama.
Pero no lo hace, sino que me desata los brazos y me quita la venda. Y entonces, para mi grata sorpresa, me besa con ternura en los labios antes de acostarse a mi lado.
—Ahora duerme —dice.
Me quedo respirando de forma entrecortada, con la espalda pegada a su pecho, siento el cuerpo exhausto y la mente satisfecha. Y me sumerjo en el calor de su abrazo y me duermo, en absoluto preparada para las frías garras de los recuerdos que me invaden y se apoderan de mis sueños.
Me veo con el vestido rojo mientras Bob da vueltas alrededor de mi otra yo, que está de pie, bañada por la tenue iluminación.
—Preciosa —me dice al tiempo que me hace fotografías—. Perfecta. Ahora añadamos un poco de sensualidad a estas fotos.
Mi otra yo niega con la cabeza.
—No creo…
—Chis… —Se acerca más—. Necesito que estas fotos llamen la atención, ¿y cómo no iban a hacerlo si sales tú? Inocencia mezclada con pasión. Y si hay excitación… Oh, Elle, esta foto causará sensación.
Roza el pezón con la mano a mi otra yo y la veo ahogar un grito. Pero no lo siento. Desde tan lejos, no siento nada.
Bob sonríe lentamente.
—Ahí lo tienes. ¿Lo ves? Ese rubor tan bonito. La cámara lo adora. Y te diré un secreto, Elle: yo también. No hay muchas niñas de catorce años tan maduras como tú. Con una sensualidad tan natural. Desabróchate otro botón para mí. Para la cámara.
—No lo hagas —digo a mi yo del vestido rojo.
Pero ella se muerde el labio y se lleva la mano al vestido. Y yo empiezo a respirar aceleradamente porque conozco esto. Lo he visto.
Recuerdo qué sucede. Cómo Bob acaba de desabrocharle el vestido. Las cosas que le dice para que no parezca nada malo cuando lo es. Lo que ella siente cuando él le pone las manos encima, cuando la toca. Cuando la penetra.
Y la vergüenza y el odio que siente después.
Lo recuerdo, de modo que grito por ella. Chillo para que se resista. Para que lo detenga.
Pero no me oigo. Solo Bob lo hace. Y cuando se vuelve con una sonrisa triunfal es el rostro de Jackson lo que veo.


Me incorporo en la cama. Me cuesta respirar y me sobresalto cuando Jackson me acaricia el muslo.
—¿Syl? —Su voz es soñolienta; su tono, preocupado.
Pero, en vez de responder, corro al salón y me pongo el vestido a toda prisa, ignorando mi tanga roto y sin molestarme en ponerme el sujetador.
Me quedo quieta un instante, insegura; luego vuelvo a entrar en el dormitorio de puntillas y hurgo en el bolsillo de su pantalón caqui, buscando su cartera. Encuentro el billete del servicio de aparcacoches y lo cojo, respirando aún de forma entrecortada.
—¿Syl? ¿Qué pasa?
Al alzar la vista lo veo parpadear después de encender la lámpara de noche.
El miedo se apodera de mí y apenas puedo respirar.
Doy un respingo, y salgo corriendo del dormitorio y de la suite. Aporreo el botón del ascensor y le ordeno mentalmente que me baje al vestíbulo ya.
El joven del servicio de aparcacoches no me hace preguntas cuando me trae el Porsche y me alegra haberme acordado de coger el bolso porque así puedo darle propina.
Me siento al volante, pongo los seguros y salgo del aparcamiento como una bala.
No tengo la menor idea de adónde voy. Solo sé que quiero huir.
Pero, como es mi propia piel la que deseo dejar atrás, eso va a serme imposible. Y solo puedo esperar que, de algún modo, consiga conducir tan deprisa que logre dejar atrás mis pesadillas.


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Mensaje por berny_girl Dom 24 Jun - 8:00

Capitulo 13

Asciendo por el cañón de Coldwater tomando las curvas a toda velocidad. Ante mis ojos, la luz de los faros convierte la carretera de tres carriles en un sendero de cuento de hadas plagado de sombras oscuras y dedos de brujas que intentan atraparme.
Pero no huyo de las sombras. Ni tan siquiera huyo de Jackson. No del todo.
Huyo de Jackson y de mí, y de esta situación desquiciante.
Porque, maldita sea, lo único que Jackson quiere es castigarme. Eso lo sé, ¡lo sé! Y, no obstante, solo tiene que llamarme con el dedo para hacer que me derrita.
Igual que hizo Bob tantos años atrás.
¡Joder!
Esto ha sido un error. Un error garrafal. No debería haberme acostado con Jackson jamás y, si la consecuencia era renunciar al resort, debería haberme ido sin más. Porque no puedo ser esta mujer. No puedo ser la chica que se entrega. Que cede. Tengo que mantener el control, porque es la única
protección que tengo.
Eso también lo odio.
Así pues, sigo conduciendo, tomando las curvas a lo loco, esforzándome por perderme en la emoción del peligro, enterrando mi miedo bajo esta corriente de pura adrenalina y una concentración absoluta.
Pero no me da resultado. Tengo demasiadas cosas en la cabeza, mis pensamientos son demasiado incontrolables y, con un volantazo, me desvío a un apartadero y freno en seco. El Porsche se detiene tan cerca del precipicio que, por un momento, me pregunto cómo habría sido salir volando para
luego caer al vacío.
Aparto esa idea de mi mente. Eso no va conmigo; yo no soy así. No he sido así nunca.
Incluso cuando era adolescente, cuando deseaba que aquello terminara con toda mi alma, jamás quise acabar con mi vida. Preferí retraerme, encontrar un lugar seguro y aferrarme a talismanes que me protegieran de mis pesadillas.
Durante toda mi vida he conseguido tener la situación bajo control siempre… con dos únicas excepciones: Atlanta y este momento.
Y ahora Jackson Steele está en el centro del huracán, haciéndome girar como si yo fuese un trocito de corcho flotando en aguas agitadas.
Bajo del coche, me acerco al borde del precipicio y miro las luces del mundo. Las casas donde personas felices duermen a pierna suelta.
Me doy cuenta de que estoy celosa. Y sola.
Cierro los ojos porque, de repente, añoro a Jackson. Deseo que me abrace y me tranquilice.
«Eres tonta —pienso—. Tonta de remate.»
El ronroneo de un motor me arranca de mis pensamientos y, al volverme, veo un sedán negro entrando en el apartadero.
Frunzo el ceño. No busco compañía y no soy idiota. Soy una mujer que está sola en la oscuridad junto a un coche carísimo. Lo que significa que es hora de irme.
Vuelvo a subir al Porsche, pongo los seguros y doy marcha atrás.
El sedán sigue en el apartadero, con el motor apagado y el interior a oscuras.
Pero cuando giro el volante para salir a la carretera mis faros lo alumbran un instante y veo al conductor.
¡Es Jackson!
Me ha seguido.
Agarro el volante con más fuerza. Temo que voy a cabrearme.
Pero, en vez de eso, me siento un poco menos perdida. Un poco más protegida.
Y, por ese motivo, también un poco asustada.

No regreso al hotel, sino que voy a casa.
Me parece que estoy sonámbula cuando me detengo en el recibidor y pulso el botón que abre la puerta del patio. Cuando empieza a subir, echo andar al compás del movimiento.
Ahora mismo no tengo la menor idea de lo que quiero.
No, eso no es cierto. Lo sé desde el momento en que lo he visto en el coche.
Quiero a Jackson.
Lo quiero aquí a mi lado. Quiero que me abrace y me tranquilice. Pero no puedo tener lo que quiero, no solo por este absurdo juego en el que estamos atrapados, sino porque lo nuestro no tiene futuro. Al final, él se vengará y se irá. O yo lo alejaré, mi única defensa frente a mis miedos e inseguridades, frente a esos espantosos demonios con los que no puedo vivir y contra los que no sé cómo luchar.
En ambos casos, estaré sola.
Y por eso estoy aquí en el patio, arrebujada en mi manta, con los ojos cerrados porque tengo la esperanza de poder conciliar el sueño.
«Sylvia.»
Sonrío y dejo que el sonido de mi nombre en sus labios se cuele en mis sueños. Noto el peso de una mano en el hombro, delicada pero firme, y respiro hondo. Estas no son las frías garras de una pesadilla; son el tacto cálido y tranquilizador del caballero que tan a menudo imagino. Cambio de postura y me subo la manta hasta la barbilla porque quiero sumergirme en este lugar seguro que tan rara vez encuentro cuando duermo.
«Sylvia. Nena, despierta.»
Me despierto, confundida, y, al abrir los ojos, veo los ojos azules de Jackson mirándome, cargados de preocupación.
—Estás aquí —susurra con dulzura.
—Yo… —Como no tengo la menor idea de lo que quería decir, me interrumpo. Pero me obligo a incorporarme para mirarlo bien y convencerme de que no es fruto de mi imaginación—. Me has seguido. —En el coche. Por la carretera.
—Pues claro.
Su voz es suave como la brisa.
—¿Cómo?
Esboza una sonrisa.
—¿Has oído hablar alguna vez de OnStar?
—Has rastreado tu coche.
—También tengo un Lexus —explica—. Has huido de mí con un coche y yo te he seguido con otro.
—¿Para asegurarte de que tu Porsche no corría peligro? —pregunto, incapaz de disimular mi tono desafiante.
—No. —Me acaricia la mejilla con el dedo—. No estaba preocupado por el Porsche.
—Pero no has bajado. Te has quedado dentro del coche.
—He supuesto que querías estar sola.
—Ahora estás aquí —arguyo.
—He pensado que ya llevabas sola suficiente tiempo.
Le sonrío. Y hacerlo me resulta muy agradable. Luego me incorporo más hasta estar sentada en vez de recostada.
—¿Cómo has entrado?
—Has dejado la puerta del apartamento abierta de par en par —responde—. Menos mal que este edificio tiene un sistema de seguridad y nadie puede atravesar la entrada exterior.
—¿Sigues sin querer decirme cómo lo consigues tú?
—Un mago nunca revela sus secretos. —Estaba arrodillado a mi lado, pero ahora se levanta—. ¿Te encuentras mejor? —pregunta y, cuando asiento, entra en casa.
Cambio de postura en la tumbona para ver adónde va. Empiezo a asustarme porque temo que se vaya, pero me relajo en cuanto descubro que está frente a la nevera, cogiendo algo.
—¿Un sacacorchos? —pregunta. Y de inmediato se responde—: Lo tengo. No te preocupes.
Un momento después regresa con dos copas de vino blanco. Me da una y, con la otra mano, acerca la silla metálica plegable que Cass sacó al patio la última vez que estuvo en casa.
—Hemos terminado, Sylvia.
Pongo la espalda recta.
—¿Qué? ¡No! Se lo has dicho a Damien y yo… yo he accedido a… ya sabes. Maldita sea, Jackson, ¡no puedes irte así! No puedes…
Hago ademán de levantarme, pero me sujeta del brazo para impedírmelo.
—No hablaba del resort —dice con calma—. Proyectaré un resort magnífico para ti. Me refería a… esto —añade, y nos señala a los dos.
Niego con la cabeza, sin comprender. Porque, después de todo lo que ha sucedido, no va a ceder en todas sus exigencias y ultimátums, ¿no?
¿O sí?
Coge su copa, se levanta y se dirige a la barandilla. Se detiene ahí y su silueta se recorta contra el cielo ya gris.
—Me jodiste bien, Sylvia, es tan básico como eso. Te dije que esto era por venganza, y lo es. Quería castigarte por dejarme. Por dejarme por él, por Damien, pensaba… Y sabe Dios cuánto deseaba castigarte.
—Pero no lo hice. No de esa forma. Ya te lo he explicado.
—Y te creo. Pero había más. Porque seguía queriendo que pagaras por hacerme sufrir. Coño, por hacernos sufrir a los dos —dice, y no puedo evitar hacer una mueca, porque es cierto—. Pero no solo quería castigarte. —Toma un sorbo de vino y deja la copa—. ¿Necesitas que te lo diga sin tapujos?
Pues lo haré. Te deseo, Sylvia. Con la misma intensidad que te deseé en Atlanta. Y en cuanto te vi en el teatro supe que estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para tenerte cerca.
Sus palabras quedan subrayadas por cada paso que da hacia mí.
—¿Quería tu sumisión? ¿Te quería desnuda y dispuesta debajo de mí? ¡Joder, sí! Aún lo quiero. Pero eso no es todo. Quiero hacerte sentir. Hacerte reír. Quiero ver ese fuego que arde en tu interior. Quiero que me mires como hiciste hace cinco años. ¿Y sabés qué, Sylvia? Quiero que te quedes.
Tengo el pecho encogido y me cuesta respirar.
—Pero no quiero nada de eso si el precio es que sufras.
Baja la mano y me coge la barbilla con una expresión tan tierna que el corazón me da un vuelco.
—Así que no habrá ningún trato. Ningún juego. Ninguna condición para que yo trabaje en el resort. Seguiré haciendo todo lo posible por seducirte —añade con una tierna sonrisa—. Pero no puedo ser el que te inflija más dolor.
Abro la boca para hablar, pero soy incapaz. Solo puedo mover la cabeza con la intención de negar lo que es tan obvio que ha visto.
Me coge la mano y, aunque nuestros dedos son lo único que se tocan, tengo la sensación de que me transmite su fuerza.
—Me he fijado en el candado, el tatuaje, e imagino qué significa. Debería haberlo supuesto en Atlanta.
Aparto los ojos, incapaz de sostenerle la mirada.
—No deberías tener que soportar esa carga. Y si yo te la he hecho más pesada, lo siento muchísimo.
Lo miro con un nudo en la garganta y los ojos escociéndome.
—No lo has hecho —arguyo—. No en realidad. Oh, Dios mío… —Inspiro, me llevo la mano a la boca y me muerdo la blanda carne de la base del dedo pulgar—. Quiero llorar… me muero de ganas de llorar ahora mismo. Estoy llena de lágrimas —añado, casi con la sensación de que me estoy ahogando en mis emociones.
—Pues déjate ir —dice.
Se sienta a mi lado y me abraza.
Consigo esbozar una sonrisa y me apretujo contra él.
—No puedo. No lloro desde que tenía catorce años.
Me aparta de la frente un mechón de pelo y, muy despacio, me pasa el dedo por el hombro y lo baja por mi espalda.
—«Es un alivio llorar» —cita—. Ovidio.
Inspiro de forma entrecortada mientras recreo en mi mente el tatuaje. Las delicadas lágrimas azules. Los trazos precisos de la letra en la que Cass me tatuó esa frase en el omóplato que Jackson me está tocando.
—Sería un alivio —digo con una sonrisa irónica— si pudiera llorar.
—También es un alivio hablar de ello. —Me acaricia el pelo y, pese a todo, me siento protegida— ¿Me puedes decir quién fue?
Cierro los ojos porque no quiero pensar en ello.
Pero es absurdo. Siempre estoy pensando en ello de un modo u otro.
—¿Fue tu hermano?
—¡No! —Mi respuesta es tan rápida como cierta—. No, Ethan ni tan siquiera lo sabe. —Percibo pánico en mi voz—. Oh, Dios mío, si Ethan llegara a conocer la verdad…
Me estremezco, tan decidida como siempre a proteger a mi hermano menor.
—He visto cómo te has puesto tras recibir su mensaje de texto cuando estábamos cenando.
—Viene dentro de unas semanas. Quiere que vayamos a visitar a nuestros padres. Viven en Irvine.
Se mudaron allí cuando Ethan terminó el instituto en Brentwood.
—¿Y eso es malo?
Respiro hondo y me recuerdo que no solo estoy despierta sino que Jackson me ha devuelto el control de mí misma en bandeja de plata. Puedo hablar de esto y no me sucederá nada.
—Irvine no; a mí ya me va bien que esté lejos. Y estoy deseando ver a mi hermano pequeño. Estuvo muy enfermo cuando era un crío. Éramos uña y carne. Se… se puso mejor.
Inspiro, decidida a no pensar en el precio de su recuperación.
—Se curó por completo —continúo, y me apresuro a seguir explicándole—. Vive en Londres desde hace más de un año.
—Pero tus padres no.
Bajo la vista y reparo en que me he retorcido tanto las manos que los dedos me duelen.
—El hombre que me violó… —Respiro hondo al darme cuenta de que no había dicho esa palabra desde que se lo expliqué a Cass—. Era amigo de mis padres. Yo lo llamaba Bob. —El mero hecho de pronunciar su nombre me hace temblar—. Y me salió un trabajo con él cuando estaba en segundo de secundaria. Fue a través de mi padre. Así que esto de las relaciones de familia no se me dan muy bien. Digamos que me encerré en mí misma, ¿sabes?
Asiente.
—¿Dices que tenías catorce años?
—Sí. —Hablo con naturalidad. La única manera de superar esto es decirlo sin más. Como si estuviera resumiendo documentos de empresa—. Empezó entonces.
Veo que se estremece al oír la palabra «empezar». Le agradezco que no me pregunte cuánto duró.
—¿Y tus padres?
—No se lo he contado a nadie —digo, lo que, en realidad, no responde a su pregunta—. Bueno, solo a mi amiga Cass, pero a nadie más.
—¿A ningún profesional? ¿No has hecho terapia?
—No estoy interesada en explicar mis problemas a desconocidos. Me niego a poner algo tan íntimo en manos de una persona que ni tan siquiera conozco.
—Necesitas ayuda.
—Tengo mi propia terapia. Estaré bien.
—No, no lo estás —dice, con toda la razón, y por la expresión de su rostro sé que está preocupado.
Aparto la mirada. Está en lo cierto, por supuesto, pero no pienso reconocerlo.
—Muy bien. Si no va a ayudarte un profesional, te ayudaré yo.
—Jackson…
—¿Qué? ¿Soy yo el problema? No. Yo soy el hombre que…
Se me encoge el pecho porque oigo una palabra que no ha dicho.
—¿Qué?
Se lo piensa un instante.
—Yo soy el hombre que luchará contra tus demonios —concluye al cabo.
Y no puedo evitar sonreír porque, en mi imaginación, ese es el hombre que siempre ha sido. No obstante, en la realidad…
—Te lo agradezco, Jackson, pero ya estoy luchando yo contra esos demonios.
—¿Ah, sí? Pues, visto lo visto, no los estás venciendo.
—Por favor… —Me tiembla la voz—. ¿Podemos dejarlo? ¿Al menos por ahora?
Su expresión es tan triste ahora que casi me desgarra.
—Yo te lo he puesto mucho más difícil todavía —se lamenta. Se arrodilla a mi lado y me coge la cara—. Perdona.
—No. No es verdad. Solo tengo que quitármelo de la cabeza durante un rato.
—Necesitas descansar. Vamos. Voy a llevarte a la cama. Nadie debería estar levantado tan temprano un domingo.
Empieza a levantarse, pero le aprieto el muslo con la mano.
—Espera.
Noto el músculo de su pierna tenso bajo mis dedos, como un resorte a punto de saltar. El cuerpo entero parece temblarle del esfuerzo que hace para contenerse. Me mira a los ojos, y sé que acaba de caer en la cuenta de lo que deseo.
—No —dice con voz firme—. Esto no es lo que quieres. Ahora no.
—Por favor… —insisto. En este momento lo necesito a él—. Ayúdame a luchar contra mis demonios. Méteme en la cama y arrópame como si fuera una niña, y será como si él hubiera ganado. Como si me hubiera arrebatado algo.
Ladea la cabeza y clava en mí sus ojos azules, tan penetrantes que son como rayos láser. Le sostengo la mirada porque no solo quiero que vea lo que necesito sino también lo que deseo.
—Por favor —repito un momento después—. ¿Es que no lo entiendes? Anoche te deseaba con locura, pero no de esa forma. No cuando me parecía una venganza, cuando pensaba que querías follarme para borrarme de tu mente o algo por estilo.
—Oh, nena. —Me coge la mejilla con la palma de la mano—. No quería borrarte de mi mente. Todo lo contrario. Te deseaba demasiado, joder.
—Pues quédate conmigo. —No tengo palabras para decirle cuánto necesito esto. Cuánto lo necesito a él. Y solo puedo esperar que lo perciba en mi voz—. Te necesito. Y, oh, Dios mío, no sabes cómo te he echado de menos.
—Sylvia. —Dice mi nombre tan quedo que apenas es un soplo de aire saliendo de sus labios. Luego me coge la cabeza con ambas manos y me arrima a él—. Voy a hacerte el amor, Syl. Y si no quieres que lo haga, dímelo ahora mismo.
No lo hago; me limito a echar la cabeza hacia atrás y separo los labios.
Y cuando baja la cabeza para acercarla a la mía y roza mi boca con la suya como si probara esta nueva realidad, se me escapa un gemido de consentimiento y placer.
Me abrazo a su cuello y lo estrecho contra mí. Sé el peligro que corro: hace solo unas horas las pesadillas me han impulsado a huir como alma que llevara el diablo.
Pero ahora es de día y no tengo ninguna intención de dormir hasta dentro de mucho rato.
Y cuando las pesadillas me visiten como hacen siempre… Bueno, supongo que habrá merecido la pena.


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Mensaje por yiniva Dom 24 Jun - 18:58

Por un momento Jackson me caía mal con tantas
jodidas reglas y tratándola como si fuera de su propiedad, pero se preocupó por ella y la siguió, creó que ahora que ella le contó un poquito lo que le pasó, la tratará mejor. Más le vale Lectura Junio 2018 - Página 4 2029497501


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Mensaje por carolbarr Dom 24 Jun - 20:58

No hay que temerle a un psicólogo o psiquiatra, son expertos y nadie mejor para ayudar en casos traumáticos. Menos mal que Steele se dio cuenta, se nota que la ama
Gracias!


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Mensaje por berny_girl Lun 25 Jun - 6:52

Capítulo 14

Jackson me besa con suavidad, aunque con labios apremiantes. Pero ahora mismo el apremio está de más, y me entrego sin condiciones. Abro la boca para acogerlo. Permito que me llene, me pruebe, me colme.
Está apoyado en la tumbona, con una mano en el respaldo y la otra en el cojín cerca de mi cintura. Solo nuestros labios se tocan, pero todos los poros de mi piel están expectantes, como si no hubiera ni un solo recoveco de mi cuerpo que él no haya explorado y hecho vibrar con los dedos, los labios, la lengua.
Deja de besarme y, cuando se sienta a mi lado, se me escapa un jadeo mientras intento recordar quién soy y dónde estoy.
—Voy a llevarte adentro —dice, y hace ademán de cogerme en brazos.
—No —le suplico al tiempo que se los aparto—. No, quiero quedarme aquí.
—Tienes vecinos…
En realidad, no los tengo. Mi balcón está cerrado por los dos lados y, aunque en teoría alguien podría estar en la azotea de uno de los edificios comerciales de enfrente, mirando hacia aquí con unos prismáticos a las cuatro de la madrugada, lo dudo mucho.
No digo nada; solo le cojo la mano y tiro de él hacia mí.
—¿Es esto lo que quieres?
—Sí.
Enarca una ceja.
—Supongo que es justo. En nuestro acuerdo original, tú me pertenecías. Así que ahora soy todo tuyo.
Me paso la lengua por los labios.
—¿Todo?
Consigue dirigirme una sonrisa que es tan provocadora como sensual.
—Dime qué quieres, Sylvia. Qué quieres exactamente.
Lo miro a los ojos.
—Desnúdame —exijo.
Sonríe con los ojos brillantes.
—Como desees —dice, y empieza a desabotonarme el vestido.
Se da prisa en hacer justo lo que le he pedido y, como he salido del hotel a toda prisa sin ponerme nada más, ahora estoy completamente desnuda.
Pero sus movimientos no han sido ni sensuales ni seductores. No ha aprovechado para acariciarme. Y, aunque al principio me siento frustrada, enseguida comprendo qué hace. Pese a su promesa, Jackson Steele sigue jugando.
—Acaríciame —digo—. Pásame los dedos por el vientre y ve bajándolos hacia mi sexo. Pero sin llegar. Quiero que me atormentes. Quiero que me lleves al límite.
—¿Ah, sí? —Enarca una ceja mientras reflexiona sobre lo que acabo de pedirle—. Bueno, creo que podré complacerte.
Sonrío, echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos, concentrada en sentirlo cuando me acaricia delicadamente con los dedos, una sensación tentadora y cuajada de promesas. Me traza pequeños círculos en el vientre y luego baja hacia el pubis, dibujándome espirales en la piel. Resigue el triángulo de vello recortado, y cuando me pasa el dedo por la ingle siento unas cosquillas tan sensuales que se me escapa un grito de placer.
Hace un poco de trampa cuando se inclina sobre mí y me sopla en el clítoris, pero la sensación es demasiado increíble para que proteste por su transgresión y solo arqueo la espalda, pidiéndole más, un mensaje que, por fortuna, capta.
El aire fresco en mi clítoris caliente es una bendición, y separo las piernas porque ahora deseo su boca, su lengua.
—No —susurra—. Quiero oírtelo decir.
—Chúpame —le suplico—. Chúpame, por favor, Jackson. Dios mío… Por favor.
Por suerte no vacila y me besa el sexo con los labios y la lengua. Me lleva cada vez más alto lamiéndome el clítoris con suavidad. Metiéndome la lengua con tanta fuerza, tanto vigor, que no estoy segura de poder soportarlo. Pero no es su lengua lo que deseo. Lo que ansío en este momento es tenerlo dentro, entero.
—Jackson… —Lo agarro por el pelo y le levanto la cabeza para poder mirarlo a los ojos—. Bésame —exijo—. Fóllame.
Su sonrisa pausada prende fuego a mi piel cuando se levanta de la tumbona y se queda de pie a mi lado. Despacio, se quita la camisa, luego el pantalón y por último los calzoncillos. Se queda inmóvil, desnudo y erecto, con una expresión tan anhelante que no sé cómo ninguno de los dos sobrevivirá a esta noche, porque estoy segura de que, cuando nos corramos juntos, la explosión nos destruirá a los dos.
—No tengo condón —dice.
Alargo la mano hacia él.
—Me da igual. Te deseo. Y si me dices que no hay problema, te creo.
—No hay problema —declara, y se coloca encima de mí.
Empieza por abajo, besándome la cadera; va subiendo hasta detenerse en mi pecho para lamerlo, mordisquearlo y excitarlo tanto que la sensación me recorre el cuerpo hasta llegarme al mismo clítoris, y tengo que hacerle parar por temor a correrme ya.
Noto su polla dura entre las piernas. Separo los muslos porque quiero que encuentre mi vagina y, cuando lo hace, echo la cabeza hacia atrás y grito en voz baja. Justo entonces me besa en la boca y me penetra.
Mi cuerpo lo apresa, lo succiona y, mientras me besa con ardor, me embiste con la polla, más y más fuerte, como si cada embate encerrara cada instante de estos últimos cinco años.
No es como antes. No es sexo por venganza. No es sexo para reconciliarnos.
Es necesidad, apremio, lujuria y pasión. Somos nosotros. Y, por fin, siento que está bien.
Su piel —nuestra conexión— me lleva al límite antes de lo que yo quería, pero, a la vez, no tengo ganas de contenerme. Deseo la explosión. Lo deseo a él. Quiero todo lo que hemos compartido y compartiremos.
Lo quiero todo y, con Jackson, no creo que sea mucho pedir.
Y, pensando en eso, me rompo en mil pedazos, como si fuera meros fragmentos de vidrio de colores, mientras él se desliza sobre mi cuerpo, colmándome, hasta el fondo, y luego, oh, sí, corriéndose en mi interior.
Se queda un momento tumbado sobre mí mientras una colorida lluvia de estrellas parece caer alrededor de nosotros. Tiene los brazos tensos para no descargar todo su peso sobre mí. Me mira, con una expresión tan tierna que vuelvo a pensar que ojalá pudiera llorar, porque no creo que haya otra forma de expresar toda las emociones que siento.
—Sylvia.
Es lo único que dice. Solo mi nombre. Pero lo significa todo para mí. Y cuando se baja y se queda a mi lado yo me acurruco junto a él, suspiro y sé que, al menos en este momento, estoy satisfecha.
No sé cuánto tiempo nos quedamos así, desnudos en la tumbona. Yo no he dormido, sino que solo he sentido a Jackson junto a mí mientras contemplaba la luna reflejada en las olas del océano Pacífico, donde el cielo gris oscuro toca el agua en el horizonte.
—Quiero una casa —digo, aunque no sé qué me ha inducido a pensarlo—. Quiero una terraza en la azotea y quiero que esté en la montaña. En un sitio con mucho terreno, pero desde el que se vea el mar.
—¿Ya te has cansado de tu piso nuevo y ni tan siquiera has vaciado las cajas?
Cojo la manta y nos tapo con ella para protegernos del frío. No obstante, apenas hace falta. Jackson es como un horno y su calor me abriga mientras estoy acurrucada contra él, con la mejilla pegada a su pecho, tan cerca que oigo sus latidos y la reverberación de su voz cuando habla.
—Me encanta este piso —digo al fin—. Pero quiero ver las estrellas. Quiero un cielo como el terciopelo negro. Y quiero oír el sonido de las olas al romper contra la orilla.
Iba a añadir que la casa de Malibú en la que viven Damien y Nikki es mi modelo ideal, pero decido que quizá no sea momento de sacar a mi jefe a colación.
—Tienes una estrella —observa. Levanta el pie para pasarme los dedos por el tobillo y el pequeño tatuaje que llevo en él desde que iba al instituto—. Y una bonita medialuna.
—La Academia Femenina Starlight —aclaro.
—He oído hablar de ella. Beverly Hills, ¿verdad?
—Conseguí que me becaran —explico—. Allí estudié casi toda la secundaria.
—Un internado —dice, y sé, por su tono de voz, que me entiende.
La Academia Femenina Starlight es una de las escuelas preuniversitarias privadas más prestigiosas del sur de California y, en cuanto supe que concedían becas para costear la estancia y las comidas, hinqué los codos y bordé los exámenes de ingreso. Mi tutor de estudios se quedó tan asombrado que me llamaron para entrevistarme. Los estudios siempre se me habían dado bien, pero, como en primero de secundaria había perdido el interés, solo había estudiado lo necesario para salir del paso y no había trabado verdaderas amistades. Aun así estaba muy motivada, y durante la entrevista estuve ocurrente, animada y sociable.
Me aceptaron, y me puse las pilas para mantener mi nota media y seguir en la academia.
—No podía continuar viviendo con mis padres —reconozco después de contárselo—. Así que el tatuaje fue como una celebración. Mi forma de señalar la transición. Pero lo cierto es que tampoco encajaba en Starlight.
Llevábamos uniforme en horario escolar, aunque teníamos bastante libertad los fines de semana y en vacaciones. La ropa y los chicos eran lo más, y a mí no me interesaba ninguna de las dos cosas.
Por el contrario, me escondía poniéndome ropa fea, no salía nunca con chicos y solía mentir diciendo que tenía una enfermedad en la piel para no tener que maquillarme.
—¿Y tus padres? ¿No se dieron cuenta de lo que pasaba?
—Ya tenían suficiente con mi hermano —respondo—. Creo que les alivió un poco que me fuera de casa. Mi hermano por fin se estaba recuperando y no tuvieron que sentirse culpables por dedicarle toda su atención.
No es exactamente la verdad, pero se le acerca bastante.
—¿Y la violación? ¿Ya había acabado todo? ¿O terminó cuando te fuiste a estudiar fuera?
Percibo sus esfuerzos por dominar la voz, tan tirante que es como una goma estirada a punto de romperse.
—Un verano antes —respondo—
Cesó entonces. No le digo la razón y Jackson no me la pregunta. Pero me arrebujo más en la manta y, cuando me fijo en su cara, veo que me está mirando con intensidad.
—¿Qué?
—Tienes frío.
—Estoy bien.
Se sienta en la tumbona para ponerse de pie. Enarca una ceja.
—¿Más vino?
—No.
Se agacha, me pasa un brazo por debajo de las piernas y me pone el otro en la espalda. Se me escapa un grito ahogado cuando me levanta y me aprieta contra su pecho.
—Jackson, estoy bien. Me gusta estar aquí afuera.
—Te encontraré un castillo desde el que se vean las estrellas —dice—. Pero ahora mismo tienes frío.
—No es verdad —replico—. Tengo una manta. Te tengo a ti. Tengo… tengo… —Me interrumpo, porque lo estoy mirando y la extraña mezcla de rabia e impotencia que advierto en su rostro me encoge el corazón—. ¿Jackson?
—Por favor —dice—. Deja que cuide de ti.
Pienso en todo lo que he soportado, en todo lo que he superado. He tenido toda la vida para habituarme a ello, pero sigue desconcertándome. Sencillamente se lo endosé a él, y ni tan siquiera todo. A un hombre que, a pesar de ello, me quiere. Y que, a pesar de que yo le haya asegurado lo contrario, teme habérmelo puesto incluso más difícil.
—Sí —respondo. Cierro los ojos y pego la mejilla a su pecho—. Tengo un poco de frío.
Entra en el piso conmigo en brazos y me lleva al dormitorio, donde, con mucha delicadeza, me deja sobre la cama.
—Tápate —me indica después de levantar la manta.
Lo miro. Desnudo, semierecto. Y en este momento solo puedo pensar que es la viva imagen de la perfección.
Niego con la cabeza.
—No. Querías que entrara en calor. Creo que lo justo es que me calientes tú en vez de encomendarle la misión a una manta.
Se ríe entre dientes.
—¿Ah, sí? Pues resulta que me encanta ser justo.
Sin dejar de mirarme sube a la cama, se pone a horcajadas sobre mí y me besa con pasión.
—Creo que me gusta hacerte entrar en calor —dice al incorporarse.
Se queda de rodillas a la altura de mi cintura de tal forma que la polla le reposa tentadoramente sobre mi vientre.
Bajo la vista y enarco una ceja con aire interrogativo.
—¿Quieres?
—¿El qué?
Estoy segura de que sabe qué le ofrezco. Solo espera oírmelo decir.
—¿Quieres que te chupe la polla?
Alza una ceja a su vez, como si le sorprendiera mi descaro.
—Lo estoy deseando —responde mientras me acaricia sin prisas—. Pero ahora mismo lo que ansío es estar dentro de ti.
—Oh…
Y me penetra con infinita dulzura. Se me escapa un grito de sorpresa y placer, y empiezo a acompasar mis movimientos con los suyos. Son cadenciosos, sensuales, pero mi reacción es cualquier cosa menos calmada. Estoy elevándome, impulsada por una red de chispas danzantes y colores entremezclados. Me está llevando al límite, a la cumbre. Y cuando mi cuerpo se tensa alrededor de su polla, succionándola, suplicándole en silencio que me lleve al otro lado, vuelvo a correrme en los brazos de este hombre a quien siempre he deseado y tanto he echado de menos.
Cuando me siento capaz de volver a moverme, me doy la vuelta en la cama y miro el reloj. Son casi las cinco.
—No hemos pegado ojo en toda la noche.
—¿Es una queja?
Me besa en los labios con suavidad, y después se incorpora y se despereza.
—No.
Yo también cambio de postura, pero, en vez de incorporarme, levanto los brazos y me doy el gusto de estirarme desde las puntas de las manos hasta las de los pies.
—No lo olvides —dice mientras me acaricia la pierna con un dedo—. No he hecho sino empezar.
—¿Empezar?
Ahora resigue con la yema el tatuaje de la cinta y rodea el candado. Y luego, cuando sube por mi torso y tenso los músculos del abdomen, se inclina para besarme la nueva llama que me alumbra el pecho.
—No puedo evitar pensar que sigo un camino. Estos. La luna de tu tobillo. Todos los demás.
Por supuesto está en lo cierto, pero no digo nada.
—¿Es esto lo que haces? —pregunta—. ¿Tu propia terapia?
—¿Qué?
—Eso es lo que me has respondido hace unas horas —me recuerda—. Yo te he dicho que necesitabas ayuda, y tú que tenías tu propia terapia. ¿La tengo ante mis ojos?
Me paso la lengua por los labios. Lo sabe, y es obvio que lo entiende. Entonces ¿por qué sigo tan reticente a reconocérselo?
—¿Qué te hace pensar eso? —Bajo las piernas de la cama y me levanto. Mi albornoz sigue en el suelo y me agacho para recogerlo. Me lo pongo a toda prisa y me lo ciño con fuerza a la cintura.
—Estoy familiarizado con la automedicación —responde.
Me vuelvo cuando se levanta de la cama y se acerca a mí, totalmente desnudo y nada cohibido.
—¿Cómo? —pregunto y, al momento, me doy cuenta de que ya sé la respuesta.
Con suavidad, le paso el dedo por los nudillos cuando me coge el cinturón del albornoz.
—Jackson…
—Sí —dice, pero no sé si se refiere a la pregunta que no he expresado o a desatarme el cinturón.
Alza las manos y me quita el albornoz, que cae al suelo. Y vuelvo a estar desnuda ante él.
Despacio, casi con reverencia, me mira por delante. Resigue con el dedo los dos tatuajes que tengo en el pecho derecho. La llama nueva y un símbolo femenino entrelazado con una rosa que es antiguo.
Luego me lo pasa por la cinta roja que ya tenía tatuada en Atlanta.
—Me dijiste que no significaba nada —continúa—. Ahora cuéntame la verdad.
¡La verdad!
Me estremezco solo de pensarlo. Sé que todavía no estoy preparada para dar ese paso. No del todo. Pero no quiero huir de la pregunta ni de Jackson. Por el contrario, quiero acercarme más. Quiero sentir sus brazos envolviéndome, protegiéndome, y quiero perderme en él y en su calor.
De modo que se lo cuento. Lo fundamental, al menos.
—Son triunfos —respondo—. En cualquier caso, me ayudan a no olvidar.
—Entiendo. —Se acerca más y me pasa la mano por la cintura hasta apoyar la palma sobre la «J» y la «S» entrelazadas que tengo tatuadas al final de la espalda—. ¿Y este? ¿También señala un triunfo?
—No. —Mi tono es brusco porque he tenido que atravesar un muro de emociones—. No —repito—, ese es un recuerdo. —Inspiro para armarme de valor y lo miro a los ojos—. Es la única parte de ti que pude llevarme y no quería estar nunca sin ella.
Por un momento solo me mira. Luego me abraza y me besa con ardor. Me coge en brazos y vuelve a llevarme a la cama, donde me arrima a él.
—Te encontré en el baño, hecha un ovillo, y no me dejaste ayudarte.
—Perdona.
Se lo he dicho con un hilillo de voz, y odio haberle hecho eso. Porque tiene razón. Estaba muerta de miedo y solo quería salir de allí.
—No me diste ninguna explicación. Solo dijiste que tenía que hacer algo por ti. Que era importante.
Trago saliva.
—Lo era.
Parpadeo, deseando con todas mis fuerzas poder llorar.
—Tenía que pedirte que te fueras. No podía ser yo quien lo hiciera porque me habrías seguido.
Tiene la mandíbula tensa.
—Joder, Sylvia… Hemos perdido mucho tiempo.
—No —digo, y capto su expresión de sorpresa—. Tenía que conseguir que te alejaras de mí. Aquello me superaba. —Inspiro de forma entrecortada, intentando hacer acopio de valor—. Estoy asustada, Jackson. Esto —añado, y nos señalo a los dos—. ¿Y si esto es un error?
—No lo es.
—No lo sabes. No —digo cuando advierto que está a punto de interrumpirme— Me dejé ir contigo una vez y luego lo lamenté. Perdí el control cuando no debería haberlo hecho. La situación me superaba. Había… hay tal intensidad entre nosotros, y era demasiado porque se me mezcló con todo lo demás.
Hablo deprisa, sin pensar, y no estoy segura de que Jackson me entienda ya que no estoy segura de entenderme yo.
—Me sentí perdida, y después me sentí imbécil porque sabía que no debería haber abierto esa puerta. Jamás tendría que haber dejado de mirar a los pandas. Y después fue creciendo cada vez más hasta que empezaron las pesadillas. Los miedos. Todos los dichosos recuerdos y…
Me interrumpo. Me muerdo el labio inferior con fuerza y aparto la mirada porque no sé cómo expresar esto. No sé cómo decir que este momento tan increíble que hemos compartido puede estar mal. Hacernos daño. Ser un error que solo volverá a destrozarnos.
—Aquello me sobrepasaba —insisto—. Y me da miedo que vuelva a hacerlo ahora.
—¿Qué lamentaste?
Su voz es suave y dulce, en marcado contraste con mi agudo tono de histeria.
Niego con la cabeza.
—No sé a qué te refieres.
—Acabas de decir que te dejaste ir conmigo y que luego lo lamentaste. ¿Lo lamentaste por las pesadillas? ¿O por irte?
—Yo…
Se me entrecorta la respiración y aparto la mirada.
—No —me pide con dulzura—. Sincérate conmigo, Syl. De lo contrario no podré ayudarte.
—No te estoy pidiendo ayuda.
—Lo sé. Pero te la daré de todas formas.
Cierro los ojos, le cojo la mano y entrelazo los dedos con los suyos.
—Por irme —respondo al fin. Respiro, abro los ojos y lo miro—. He lamentado haberme ido todos los días de mi vida. Y, al mismo tiempo, no lo he hecho… porque quedarme me habría destruido.
—Oh, nena. —Me estrecha contra sí y me besa en la coronilla—. No sé qué se esconde en tus pesadillas, pero te ayudaré a luchar contra ellas.
—Pensaba que eras arquitecto, no psiquiatra.
—Sé un par de cosas sobre las cicatrices de la infancia —arguye—. La mía no puede compararse con la tuya. Pero, aun así, fue una mierda.
Lo miro, miro a este hombre que siempre me ha parecido tan fuerte, y la vulnerabilidad que veo me encoge el corazón.
—¿Quieres contármelo?
—Soy un bastardo. —Se encoge de hombros—. Eso lo resume más o menos todo. Y lo digo en el sentido original de la palabra. Mi madre tuvo una aventura con un hombre casado. Se quedó embarazada. Me tuvo a mí.
—¿Y no conociste a tu padre? Por más que muchas veces me habría gustado no haber conocido a mi padre, de todas formas, no le desearía eso a ningún niño.
—Oh, no. Lo conocí, sí. Conocí a mi padre. Lo sabía todo de su otra familia. Tenía dos años cuando nació mi hermanastro y lo sabía todo de él, maldita sea, y no me permitían decir una sola palabra.
—Dios mío. —Intento imaginarme la situación, pero no lo consigo—. Dios mío —repito.
—Sí, eso es todo, más o menos. Podría decirse que eso me cabreaba, en especial cuando veía tan claro cuánta atención prestaba mi padre a mi hermanastro y qué poco tiempo me dedicaba a mí. Eso me enfadaba. Mucho. Tenía arrebatos de ira. Arrebatos peligrosos.
No puedo evitar mirarle el corte de la mejilla.
Se da cuenta y me sonríe con tristeza.
—Desahogaba mi enfado peleándome.
—Jackson…
Me coge la mano y me besa la palma.
—Y volcaba el control en el sexo.
Enarco una ceja.
—¿Ah, sí? No me había percatado.
—Supongo que tendré que esforzarme por ser más obvio. —Me acaricia la mano con suavidad—. Lo que quiero decir es que, cuando fui consciente de que no podía luchar con toda la mierda que hubo en mi pasado, decidí aceptarla. Tú tienes que hacer lo mismo.
—No sé qué quieres decir.
—Yo creo que sí. Defiéndete. ¿Tienes pesadillas? No huyas de ellas. Lucha contra ellas. Eres fuerte, Sylvia. Lo suficiente para que no te venza tu propia mente.
—No es mi mente. —Y puntualizo—: Es mi historia.
—¿Y qué es la historia sino un recuerdo, casi siempre falso, además? ¿Cómo es el dicho…? ¿La historia la escriben los vencedores? Escribe tu propia historia, Sylvia. Y, cuando lo hagas, ponte como la heroína.
No respondo porque no estoy segura de querer hablar de eso y menos aún de darle vueltas.
Así pues, le doy carpetazo pasándole el dedo por la cicatriz que tiene entre la ceja y el nacimiento del pelo. Se la vi en el estreno y aún no le he preguntado por ella. Ahora que ha mencionado sus peleas, no puedo evitar preguntarme qué arrebato de ira fue el responsable de esta herida.
—¿Cuándo?
No digo nada más. Sé que entenderá la pregunta.
—Unas doce horas después de que me pidieras que me fuera.
Me limito a asentir, sin atreverme a hablar, y bajo los dedos hasta tocarle la mejilla.
—Esta es nueva.
—Después de conocer a tu amigo Louis —explica, confirmando mis sospechas.
—¿Ha quedado peor parado el otro tío?
—Te lo aseguro.
Lo miro a los ojos.
—Quizá tú también necesites ayuda. No puedes ir dando palizas a la gente.
La comisura de la boca se le curva en una sonrisa.
—Te prometo que no me lío a golpes con el primer turista que me encuentro por la calle. Voy a un gimnasio… No, no me refiero a uno de esos que tienen un bar de zumos y batidos y un montón de cintas de correr en línea. En el mío hay un club de boxeo, con sacos que aporrear, pesas y todo lo demás.
Me acaricia la mejilla.
—Estoy bien.
Me imagino uno de esos gimnasios sórdidos y asquerosos que aparecen en muchas películas, donde hay hombres destrozándose la cara a puñetazos. No es una imagen que me guste. Levanto la mano para ponerla sobre la suya y noto el calor de su piel en mi cara.
—No quiero que te hagan daño.
—Oh, nena… No pueden hacerme daño. ¿No sabes que tú eres la única persona de este mundo que ha conseguido hacerme pedazos?


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Mensaje por berny_girl Lun 25 Jun - 6:53

Capítulo 15

Me despierto sobresaltada, con el corazón palpitándome para defenderme del miedo que aún persiste.
Alargo la mano y toco a Jackson en la oscuridad. Al instante comprendo que no son las frías garras de una pesadilla lo que me atenaza, sino el temor a que él se haya marchado.
—¡Qué regalo para la vista! —exclama y, para mi sorpresa, oír su voz me produce un hondo alivio.
«No se ha marchado, y no he tenido pesadillas. Gracias a Dios, gracias a Dios, gracias a Dios…»
Me doy cuenta de que estoy atravesada en la cama con el muslo y la cadera destapados. Me incorporo y el pudor me induce a cubrirme los pechos con la sábana, lo que es absurdo dado que ha explorado cada centímetro de mi cuerpo. Me recuesto en el cabecero y suspiro de placer mientras lo veo acercarse, descalzo y con el torso desnudo. Solo lleva los vaqueros, con el primer botón desabrochado, lo que me permite entrever ese vello que indica el camino hasta una protuberancia muy tentadora.
Me gusta tanto lo que estoy mirando que tardo un momento en reparar en la taza de café que me ofrece. La cojo agradecida, y sonrío cuando veo que ya le ha puesto una nube de crema de leche.
—Te has acordado.
—Me acuerdo de muchas cosas. —Me indica que me haga a un lado y se sienta junto a mí—. Por lo pronto, me acuerdo de que tenemos que estar en casa de tu jefe dentro de dos horas. Se tarda media hora en llegar, si no hay tráfico. Aunque como siempre lo hay, se tarda una hora.
—No hemos dormido mucho.
—Pero yo me siento rebosante de energía —dice, y me pasa la mano por el pelo.
Suspiro y me apoyo en él, asombrada de la rapidez con que ha cambiado nuestra relación. Ahora estamos como en Atlanta. Siento que nos compenetramos. Y, aunque sigo asustada, esta vez no quiero huir, sino aferrarme más a él.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—La que sea…
—Anoche me seguiste. Me refiero a cuando fui a Mullholland. Pero ¿por qué no lo hiciste en Atlanta?
—Eso fue distinto. Me pediste que me marchara, no saliste corriendo. E hiciste que te lo prometiera.
—Sí —digo—. Es cierto.
—¿Querías que faltara a mi palabra?
—No… No habría podido soportarlo.
—¿Pero…?
Niego con la cabeza, asombrada y también un poco irritada por lo bien que me conoce.
—¿Pero te habría gustado que lo hiciera de todas formas, solo para saber que me importabas?
Sus palabras, dichas en voz baja, se quedan frágilmente suspendidas entre los dos.
—Es absurdo, lo sé.
Sin embargo, no puedo negar que es cierto.
—Lo habría hecho —reconoce, y se separa de mí para levantarse. Se dirige a la pared del fondo y se queda delante de la ventana, por la que ahora entra la luz matutina.
—Lo cierto es que, en esa época, habría mandado la promesa a la mierda y habría ido detrás de ti.—Se vuelve hacia mí—. Pero tú te ibas con él.
—Maldita sea, Jackson. Te repito que nunca he estado con Damien de esa forma. Si no me crees…
—Te creo. Me lo has dicho antes y te creo. De veras. Pero entonces no pensaba así.
Reflexiono sobre lo que dice, bajo de la cama y me acerco a él desnuda.
—¿Por eso no aceptaste ocuparte del complejo turístico de las Bahamas? ¿Creías que era la amante de Damien o algo por el estilo?
—En parte, pero no fue el único motivo.
—La compra de los terrenos, ¿fue por eso?
Ladea la cabeza.
—Solo digamos que, dejando aparte el resort de Cortez, Stark y yo tenemos intereses muy distintos.
—No lo entiendo.
—¿Sabes qué? No importa. —Me recorre con la mirada despacio y su fogosa inspección acaricia todo mi cuerpo, me activa cada molécula y consigue que olvide de qué puñetas estábamos hablando—. Estoy a punto de invitarte a ducharte conmigo. Así que lo que menos me apetece es hablar de Damien Stark.
—Oh… —Me echo a sus brazos—. Tienes toda la razón.
Ha abierto el grifo de la ducha antes de preparar el café, y cuando entro en el baño ya está caldeado y envuelto en una acogedora nube de vapor, tal como a mí me gusta.
Jackson se quita los vaqueros y entro detrás de él. Cuando me abraza me apretujo contra su pecho y permito que el chorro de agua me empape el pelo y me corra por la cara y el cuerpo. Imagino que está llevándose el pasado, dejando abierto el camino para tener un futuro con este hombre.
Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos; es entonces cuando noto sus labios en los míos.
—No tenemos tiempo, ¿te acuerdas?
—Seré rápido —dice, y me besa en la boca mientras baja una mano para acariciarme el sexo.
Estoy mojada y lista, y solo soy capaz de articular una única palabra:
—Sí.
Me coge los pechos con ambas manos y me hace retroceder hasta que tengo la espalda contra las baldosas. Luego me levanta una pierna para apoyarme la pantorrilla en su cadera y abrirme a él. Alargo la mano y, al acariciarle la erección, me satisface ver que tensa las facciones como si estuviera al borde de algo espectacular. Porque lo está, y porque yo soy la que va a llevarlo ahí.
—Ahora —digo.
Quiero que se pegue más a mí y me penetre, y grito de sorpresa y placer cuando halla mi vagina y me embiste.
—Más rápido, Jackson. Más fuerte.
Estoy enloquecida de deseo, y cuando me coge por el culo para poder penetrarme hasta el fondo subo la otra pierna y me pongo a gritar mientras, con cada embate, me empuja contra las caldeadas baldosas de la pared.
Hasta que, por fin, siento que el cuerpo se le tensa y estalla dentro de mí, y es mi nombre lo que oigo salir por sus labios.
—Vamos —digo en cuanto advierto que ya no tiene los ojos vidriosos—. Debemos darnos prisa.
—Todavía no. —Coge el teléfono de la ducha y regula el chorro—. Creo que tú no estás lista aún.
—Jackson…
Estoy más que lista, demasiado sensible, y no sé si seré capaz de soportar lo que pretende. Pero esta mañana no hay cabida para la clemencia y, cuando Jackson sale de mí y vuelvo a poner un pie en la alfombrilla, me sujeta la otra pierna en alto y dirige el chorro de agua hacia mi clítoris.
—Oh, Dios mío… Joder, oh, Jackson.
Me agarro a sus hombros mientras me estremezco de placer, un placer cada vez mayor que casi no logro soportar.
—Si hay prisa, puedo parar. —Tiene los labios pegados a mi oreja y me pasa la lengua por el lóbulo después de hablar, lo que me enloquece todavía más—. ¿Es eso lo que quieres?
—No te atrevas —digo—.Jackson, por favor… Estoy a punto, ¡joder!
—Entonces veamos qué puedo hacer.
Deja el teléfono de la ducha y se arrodilla. Pone una de mis piernas sobre su hombro y me besa en mis partes íntimas. Y es la combinación de su lengua, sus labios y el roce de su piel lo que me lleva al éxtasis. Estallo cuando una descarga de un millón de voltios me hace el cuerpo pedazos hasta tal punto que me transformo en átomos que giran en el espacio. No soy nada aparte de calor y deseo en los brazos de este hombre.
—Vaya… No me importa llegar tarde.
—Estupendo —dice—. Porque a mí me pasa igual. De todas formas, se trata de tu jefe. Probablemente deberíamos hacer un esfuerzo.
Asiento y me envuelvo en una toalla cuando él cierra el grifo. Me la quito ya fuera de la mampara para ponerme el albornoz. Estoy a punto de anudarme el cinturón cuando bajo la vista y veo el tatuaje de la cinta roja.
Jackson está a unos palmos de mí, con una toalla enrollada alrededor de las caderas, peinándose.
—Ven aquí —digo.
Se vuelve, pero me limito a llamarlo con el dedo.
—Lo que ordenes —responde con una sonrisita, pero percibo curiosidad en su rostro.
Le cojo la mano y le guío el índice por la cinta roja.
—Theo Stiles. Kevin Carter. Dan Weiss. —Pronuncio los nombres conforme le paso el dedo por cada inicial—. Antes no te he respondido.
—¿Novios? —pregunta, aunque, por su tono, me doy cuenta de que sabe que no lo son.
—Armas —respondo—. Mazos.
—Cuéntamelo.
Me arrebujo en el albornoz para protegerme del frío, y eso que el vapor sigue caldeando el baño. Necesito a Jackson y, cuando me estrecha contra sí, recibo su abrazo encantada.
—Ya te he explicado cómo me escondía al principio —digo—. Después de que terminara. Llevando ropa sosa y no maquillándome.
Tengo la mejilla pegada a su pecho y hablo en voz baja. Pero, por su forma de tensar el cuerpo, sé que me oye perfectamente.
—No querías que te vieran.
—Me habría vuelto invisible de haber podido. —Inspiro—. Mi amiga Cass es la que por fin me hizo entrar en razón. Me dijo que cuanto más me escondiera, más ganaba él.
—Creo que tu amiga me cae bien.
Lo miro y sonrío al percibir el afecto que reflejan sus ojos.
—Es estupenda. Y fuerte. Porque consiguió sacarme de un infierno. Pero había veces…
Me interrumpo porque acabo de darme cuenta de cuánto me cuesta hablar de esto. Me separo de Jackson, me apoyo en las baldosas con las manos y la frente, y me limito a respirar.
—Tranquila —dice, y me pone las manos en los hombros—. No tienes que contarme nada más.
Creo que lo entiendo.
Niego con la cabeza.
—No lo entiendes. Es imposible que lo hagas.
—Te iba mejor durante un tiempo —explica—. Te demostrabas que no necesitabas esconderte. Pero no duraba. A lo mejor un hombre te invitaba a salir. A lo mejor se te acercaba demasiado. A lo mejor ni tan siquiera guardaba relación con el sexo, pero te pasaba algo en el trabajo o en la universidad. Sentías que perdías el control. Que ya no eras dueña de tu vida.
Cierro los ojos con fuerza.
—¿Cómo puedes saber eso? —pregunto, y me vuelvo en sus brazos para mirarlo a la cara—. ¿Cómo diablos puedes…?
—Lo he visto, ¿recuerdas? Con Louis. Te puse contra las cuerdas —dice, con tanto odio hacía sí mismo que no puedo sino cogerle la mano y apretársela—. Te mandé derecha a sus brazos. Derecha a una situación que te resultara comprensible. Que pudieras controlar.
—Y también me detuviste.
Baja la vista y sé que está mirando la cinta roja.
—¿Te habrías acostado con él, Syl?
Pienso en lo perdida que me sentía. En lo excitada que estaba por su forma de tocarme y besarme. Y en cómo me enfadé cuando me propuso semejante trato.
—No lo sé —susurro. Hago acopio de valor y lo miro directamente a los ojos—. Me confundes, Jackson. Nadie me ha confundido nunca como me confundes tú.
—Nena… Conozco esa sensación.
Con ternura, me arrima a él y me estrecha contra sí. Está excitado y noto su erección, pero este momento no es sexual, sino tierno, y me quedo abrazada a él, sintiéndome querida por primera vez en mucho tiempo.
¿Cinco años? ¿Desde siempre?, me pregunto.
Comprendo que, para mí, no hay diferencia.
—Quiero hacerte el amor ahora mismo —dice—. Quiero abrazarte, estar dentro de ti y compensar estos largos cincos años sin ti, cuando deberías haber estado conmigo —continúa, y la suave caricia de sus palabras hace que todo mi cuerpo arda y tiemble de deseo—. Quiero tocarte y complacerte.
Quiero abrazarte y acariciarte, y conseguir que te corras, te rías, que tengas esperanzas y sueñes. Quiero ver tus ojos cuando nos corremos juntos. Y, luego, quiero abrazarte mientras duermes y ser el guardián que te proteja de tus pesadillas. No puedo cambiar tu pasado, pero a partir de ahora estaré a
tu lado para librar tus batallas.
—Gracias —susurro.
Sin embargo, le rehúyo la mirada.
Me levanta la barbilla para obligarme a mirarlo a los ojos.
—¿Qué?
Inspiro de forma entrecortada. Ya debería saber que a él no puedo ocultarle nada.
—No me gusta ser débil.
—Eres la persona más fuerte que conozco, Sylvia. Te apartaste de mí y has sobrevivido, ¿no?
Sé que lo ha dicho en broma para levantarme el ánimo, pero también tiene parte de razón y no puedo evitar pensar que, después de sobrevivir al pasado, este presente es mi premio.
—Y ahora tenemos que vestirnos porque hay un sitio que te quiero enseñar de camino y, si no nos damos prisa, vamos a llegar tarde de verdad.
Se pasa el peine por el cabello una vez más y me cede el baño para que pueda peinarme y maquillarme.
Me doy prisa, pero, aun así, tardo diez minutos. Aunque lleve el pelo corto, necesito varios tipos de espuma para dejármelo como a mí me gusta y, después, laca para fijarlo. En cuanto al maquillaje, nunca me pongo mucho, pero incluso eso me lleva tiempo. Por último, tengo que ver qué me pongo, una decisión que, por lo general, habría tomado anoche teniendo en cuenta que casi toda la ropa que ya he colgado sigue arrugada por la mudanza mientras que el resto aún está doblada en cajas sin etiquetar.
Estoy mirando el armario, sin decidirme, cuando de repente caigo en la cuenta de que tengo el conjunto ideal. Me acerco a la caja de la que saqué las prendas de lencería anoche, respiro hondo y cojo el vestido amarillo. Me esmeré mucho en doblarlo y, como la tela es fina, apenas se ha arrugado.
Busco ropa interior limpia y decido no ponerme medias. Me miro en el espejo de cuerpo entero que tengo apoyado en la pared junto a la puerta del armario y no puedo negar que el vestido me favorece. Pero no lo llevo por eso. El día que Jackson me lo regaló fue uno de los mejores de mi vida. Él colmó cada instante de pasión y asombro y, aunque sé que ahora entiende por qué me alejé, quiero que comprenda cuánto significó Atlanta para mí. Que, pese a todo, he conservado aquellos recuerdos y todos los objetos del tiempo que pasamos juntos.
Cuando por fin estoy vestida y arreglada entro en el salón y veo que ya se ha puesto la ropa que llevaba anoche. Huele a limpio, a jabón, champú y virilidad. Y está guapísimo, tan alto, delgado y sexy, contemplando el mediodía soleado y fresco por la puerta acristalada.
—¿Cómo lo hacéis los hombres? —pregunto cuando se vuelve y me mira—. Cinco cochinos segundos en el baño y estás para comerte.
—¿Y tienes hambre?
—Mucha.
—En ese caso, gracias por el cumplido. Y, aunque tú hayas tardado más de cinco minutos, debo decir que cada segundo ha merecido la pena. Estás increíble. Sobre todo me gusta el vestido —añade justo cuando creía que no iba a mencionarlo.
Se acerca y me besa con dulzura.
—Aún lo tienes.
—¿Te sorprende?
—El viernes me habría sorprendido. Hoy no.
Le dirijo una sonrisa radiante y me cuelgo de su cuello.
—Bésame ahora —digo— y llévame a la cama más tarde.
Se echa a reír.
—¿Cómo voy a resistirme a eso? —pregunta justo antes de besarme en la boca.


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Mensaje por berny_girl Lun 25 Jun - 6:53

Capitulo 16

He recorrido este tramo de la carretera de la costa del Pacífico entre Santa Mónica y Malibú más veces de las que puedo contar, pero en el Porsche de Jackson me siento como si fuera la primera vez.
—Es como volar —digo con la cabeza apoyada en el respaldo y los ojos cerrados—. Es como ser libre. —Abro los ojos el tiempo suficiente para sonreírle—. O al menos lo es tu forma de conducir.
—Bruja —replica, y me hace reír.
—¿Qué querías enseñarme de camino? —pregunto.
—Vas a tener que esperar a que lleguemos.
—Vale. —Vuelvo a apoyar la cabeza en el respaldo. Respiro hondo, y me doy cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, me siento completamente satisfecha—. Sabes que tenemos que hablar del resort.
—Antes quiero ver la isla. Luego puedes explicarme tu concepto básico.
—Y los bosquejos de Glau.
—No me interesan —dice.
Contengo una sonrisa. Me esperaba esa respuesta.
—Aun así, tienes que verlos —arguyo—. Es posible que Aiden o Damien quieran conocer tu opinión.
Creía que protestaría de nuevo, pero, para mi sorpresa, asiente.
—De todos modos, antes he de ver la isla. No quiero tener en mente ideas preconcebidas por otros cuando inspeccione los terrenos. Menos aún, de Stark.
Le lanzo una mirada iracunda.
—¿Qué es lo que te molesta tanto de él?
—Por lo pronto, es arrogante.
—Tú también lo eres.
Es innegable que mis palabras son ciertas, pero Jackson solo sonríe.
—Es posible. Pero también soy un hombre que no olvida ni perdona con facilidad. Sobre todo cuando alguien se salta la ley para conseguir lo que quiere.
Debo de poner cara de desconcierto, porque Jackson continúa.
—Atlanta, Sylvia. Se plantó allí, compró terrenos a escondidas de todos y no solo me jodió a mí.
Frunzo el entrecejo.
—Aunque así fuera, no creo que lo hiciera bajo mano. Vale, no deja pasar ninguna oportunidad, pero ¿saltarse la ley?
—Puede que trabajes para él, pero no lo conoces.
Enarco las cejas.
—¿Tú sí?
—Lo suficiente. —Se pasa los dedos por el cabello—. Y, perdona, no era mi intención criticar a tu jefe. Es solo que no quiero que sus ideas me condicionen cuando vea la isla por primera vez.
—De acuerdo. —Eso lo entiendo—. Muy bien. ¿Por qué no vamos esta tarde? Tendremos unas cuantas horas de luz después de la fiesta. Llamaré a Rachel para que avise a seguridad de que iremos a la isla y mande a Clark con el helicóptero a la casa de Malibú hacia las tres.
—Dile solo que iremos a la isla —declara Jackson—. Pero, Syl, el helicóptero no nos hace falta.
—¿Ah, no? ¿Por qué?
—¿Cómo que por qué? ¿Acaso crees que no puedo ocuparme del transporte?
Entrecierro los ojos.
—A menos que seas James Bond de incógnito, dudo mucho que este coche se transforme en una lancha motora. O, ya puestos, en un avión.
—¿Confías en mí?
Ha lanzado la pregunta como si tal cosa, casi en broma, pero mi intuición me dice que no se trata únicamente de eso, que hemos pasado del tema del transporte a un terreno mucho más serio.
—Sí —respondo, consciente de que hablo en serio.
No obstante, la confianza es un concepto elástico y no estoy segura de hasta dónde llega la mía.
Me parece que va a seguir hablando, pero, antes de que tenga ocasión de hacerlo, mi móvil comienza a sonar. Cojo el bolso del suelo, rebusco en él y contesto la llamada.
—¿Te pillo en buen momento? —pregunta Cass.
—Estamos a punto de ir a picar algo a casa de Damien y Nikki —respondo.
—«Estamos» a punto —repite—. ¿Cómo fue?
—Está yendo bien.
Miro de reojo a Jackson, que parece tan curioso como divertido.
—¿Bien? ¿En serio?
Se me escapa la risa.
—Sí, en serio. Quién lo habría dicho, ¿eh?
—Qué interesante —dice Cass en tono cantarín.
—Vale, cambiemos de tema. ¿Qué necesitas, Cass?
—He recibido un correo electrónico de Ollie. Quiere que nos veamos el martes para hablar sobre la franquicia.
—Eso es fabuloso.
—Estoy muerta de miedo. No sé qué preguntarle. Ni tan siquiera estoy segura de querer seguir con esto. ¿Y si la cago? Mi padre se pasó toda la vida pagando el estudio a plazos. ¿Y si la jodo al intentar expandirme? No puedo…
—Eh, respira hondo. El martes no va a pasar nada. Es una reunión informal, ¿no? Ollie hablará contigo de cuál es tu idea y tú le harás todas las preguntas que se te ocurran.
—Me he quedado en blanco —dice—. No me acuerdo ni de cómo me llamo… ¿Cómo se supone que se me van a ocurrir preguntas inteligentes?
Considerando que Cass tiene más inteligencia para los negocios en el dedo meñique de la que la mayoría de la gente tiene en todo el cuerpo, esto no me preocupa demasiado. No obstante, me queda claro que a ella sí. Totally Tatoo es toda su vida, y el temor a perderlo es la razón por la que sigue comprando en tiendas de segunda mano y ha ahorrado hasta el punto de tener el capital para poder plantearse expandirse.
—¿Cuándo os veis?
—A las cinco. Oh, Dios mío, Syl… ¿Puedes venir?
—Veré qué puedo hacer —respondo mientras repaso mentalmente mi agenda—. Pero no sé si mis preguntas serán más concretas que las tuyas.
—Apoyo moral —arguye—. ¡Gracias! Te quiero.
—Yo también te quiero.
—Y, Syl, me alegro de que te vaya bien.
Cuelga antes de que pueda responderle y vuelvo a dejar el móvil en el bolso.
—¿Preguntas inteligentes?
—Cass quiere franquiciar su salón de tatuajes y tiene una reunión con un abogado el próximo martes. Está nerviosísima, lo que me haría gracia si esto no fuera tan importante para ella. Cass es de las personas más serenas que conozco.
—Eres una buena amiga.
—La puse en contacto con el abogado de Damien y él se lo ha pasado a uno de sus colegas. Ha salido bien, porque Cass ya lo ha visto un par de veces. Orlando McKee. Es amigo de Nikki.
—Me refería a ir con ella.
—Cass haría lo mismo por mí. Pero no estoy segura de que vaya a serle de mucha ayuda. Nunca he puesto en marcha un negocio y los asuntos de Damien en los que he trabajado son a una escala mucho mayor.
—¿Y si voy contigo?
Cambio de postura en el asiento para poder mirarlo casi de frente.
—Nunca he creado una franquicia, Sylvia, pero he puesto en marcha un negocio. No puedo prometer que vaya a seros de ayuda, pero creo que me las puedo ingeniar para hacer al menos un par de preguntas inteligentes.
Lo miro un instante.
—¿Es un problema?
—Me encantaría besarte ahora mismo.
—Bueno, eso no es ningún problema —arguye cuando me inclino hacia él y lo beso en la mejilla
—. ¿Y tampoco será un problema para Cass?
—¿A qué te refieres?
—Es tu mejor amiga. Y acaba de tatuarte esa preciosa llama en el pecho. —Deja la palanca de cambios y me aprieta la mano—. No sé qué le has contado, pero me lo imagino. Y dudo que me tenga en mucha estima.
—Cierto —reconozco—. Supongo que tendrás que llevarme en palmitas para ganarte su respeto y admiración.
Es una broma, pero cuando me mira a los ojos no veo humor en los suyos.
—Eso pretendo.
—Vale. —Me paso la lengua por los labios porque acabo de notar un agradable calorcillo en todo el cuerpo—. De acuerdo. —Me quedo un momento callada, viendo el mundo pasar, con el Pacífico a mi izquierda y las colinas alzándose a mi derecha—. Lo cierto es que los dos la cagamos.
—Y ahora estamos intentando arreglarlo.
—Años perdidos —digo, repitiendo sus palabras de anoche.
Me acaricia el pelo con ternura.
—Puede que solo nos conociéramos demasiado pronto. Puede que ahora estemos preparados.
—¿Lo crees?
—Anoche me dejaste entrar, ¿no? Eso no lo hiciste en Atlanta.
—En Atlanta no tuvimos mucho tiempo que digamos. Dos días, acuérdate
—Tonterías.
—¿Perdona?
—En un reloj, quizá. Pero el tiempo que pasamos juntos no tuvo nada de breve. Yo te conocí, Syl, y tú me conociste a mí. Y en esos dos días conectamos más íntimamente de lo que jamás he conectado con nadie.
No digo nada, pero sus palabras son un reflejo de lo que pienso.
—Por eso nos dolió. Por eso huiste, y por eso me has cabreado tanto cuando has vuelto a entrar en mi vida… Creía que deseabas lo que sé hacer y no a mí.
—Nunca he dejado de desearte.
Lo he susurrado, pero sé que me ha oído.
—Lo sé. Lo entiendo.
—Me refiero a que es más que eso. No he estado con ningún tío. Después de Atlanta.
—Lo sé —dice.
—¿Ah, sí? ¿Cómo?
Me mira, y veo infinita comprensión en sus ojos.
—El tatuaje de la cinta. No hay ninguna inicial nueva.
—Oh. —Sonrío, solo un poco—. Tienes razón.
—¿Puedes decirme por qué?
Encojo un hombro.
—Antes lo necesitaba. Me salía algo mal, en la universidad o en una entrevista de trabajo, y me sentía tan perdida y tan impotente que tenía que…
—Que tenías que poner a un Louis en tu vida —bromea.
Pongo los ojos en blanco, pero no puedo negarlo.
—Sí, bueno, eso también me sorprendió a mí. Porque pensaba que lo había superado. Es decir, después de Atlanta, cada vez que me sentía así… Oh, ¡joder!
Me interrumpo al comprender que estoy entrando en un terreno que no estoy segura de querer pisar, que voy a revelar secretos que no sé si quiero desvelar.
—Cuéntamelo. —Su voz es dulce—. Cuéntamelo, Syl, y veamos si podemos olvidar estos últimos cinco años.
Me froto la cara con las manos porque de repente siento vergüenza.
—Es solo que cuando me sentía así, perdida, después de Atlanta, bueno… Dios mío, qué bobada… Te seguía.
—¿Me seguías?
—No a ti, sino a tus edificios. Tu trayectoria profesional. Todo —añado al pensar en los chismes sobre las mujeres de su vida que he leído durante los últimos cinco años.
—¿Por qué?
Es una pregunta para la que no estoy segura de tener una respuesta. Según mi opinión, una docena de psiquiatras daría una docena de explicaciones.
—Reconozco que no lo sé. Quizá me sintiera culpable, como has dicho tú. Pero creo que la verdadera razón era que necesitaba recordarme que soy fuerte. Si te había dejado y lo había superado, ¿cómo no iba a superar cualquier otra dificultad que me pusiera la vida? Y luego, cuando comprendí que me hacías falta para el resort, yo…
No termino la frase. Niego con la cabeza y cojo una bocanada de aire antes de continuar.
—Fue como si los dioses se estuvieran riendo de mí, ¿sabes? Porque había superado montones de cosas, pero lo único que no había sido capaz de superar eras tú.
—Y yo voy y te lo pongo aún peor. Perdona.
—No. Puede… Un poco, sí. —Me encojo de hombros—. La verdad es que los dos nos lo hemos puesto peor. —Le cojo la mano—. Y ahora nos lo estamos poniendo mejor.
—Sí. Así es.
—Cass vino conmigo al estreno, por cierto. —Hablo en tono alegre, esperando borrar parte de la tristeza con la que he ensombrecido el trayecto—. Dice que estás cañón.
—Me siento halagado.
—Deberías. No eres precisamente su tipo.
—¿No le gusta un hombre moreno, con los ojos azules como yo? ¿Cabrón y arrogante?
—No le van los tíos.
—¿Ah…?
Pongo los ojos en blanco ante su entonación interrogativa.
—Solo es mi mejor amiga —digo—. No estamos… liadas.
Suspira.
—Bueno, aún puedo fantasear con montarnos un trío.
Me río, pero no puedo negar que sus palabras me han retorcido las tripas.
Debe de percatarse de mi cambio de humor porque me mira con el entrecejo fruncido.
—Sabes que era una broma, ¿verdad?
—¿Lo de montarnos un trío con Cass? Sí. Además, ella te retorcería las pelotas si propusieras algo así. Me sobreprotege.
—Conozco la sensación. Lo que no sé en qué estás pensando ahora mismo.
—Pues en ti y tus fantasías con mujeres. Y, ¿sabes?, sobre todo en ti y las mujeres. Borra lo de las fantasías.
Tamborilea con los dedos en el volante.
—Creo que no podrías ser menos concreta aunque te lo propusieras.
—Has salido con muchas mujeres, Jackson. —Ya está. Lo he soltado—. Irena Kent, por ejemplo. Incluso estabas con ella el día del estreno. La prensa no para de decir que sales con ella.
No le cuento que yo misma lo confirmé con una búsqueda en internet después de que Jamie me explicara lo que sabía.
—¿Salir con ella? No. Pero me acostaba con ella. Ya no.
—Entiendo.
—No, no creo que lo entiendas. He follado con muchas mujeres, Sylvia. Antes y después de Atlanta.
—Y ahora te acuestas conmigo.
Percibo dolor y celos en mi tono. Y me cabrea.
—No. —Su voz es dura. Firme—. Ninguna de ellas puede compararse a ti.
—¿Por qué no?
Me coge la mano, se la acerca a los labios y me la besa con ternura.
—Porque tú me importas. Y a ellas no tenía que demostrarles nada.
Sus palabras me hacen bien, aunque no termino de entenderlas.
—¿Qué tienes que demostrarme a mí?
Me dirige una sonrisa radiante.
—Supongo que lo sabrás cuando te lo demuestre.
Niego con la cabeza, divertida.
—¿Cuánto falta para llegar al sitio que quieres enseñarme?
—No mucho.
—¿Y no me darás pistas?
—Ni una —responde.
—Vale. En ese caso, ¿puedo seguir atormentándote con tus antiguas novias?
—No sabes la ilusión que me hace.
Sonrío de oreja a oreja.
—En realidad, me interesa más la película, pero hablar de Irena Kent me la ha recordado. Mi amiga Jamie dice que espera tener un papel protagonista y que por eso te dora la píldora.
—No me sorprendería —afirma con voz tensa—. Pero, teniendo en cuenta que no quiero que la película se haga, su plan está abocado al fracaso.
—¿Es cierto que le pegaste al guionista?
Veo que agarra el volante con más fuerza.
—Por favor, dime que no lo leíste en la prensa rosa.
—No, me lo contó Jamie en plan secreto. Se enteró por un buen amigo.
—Bien. Pagué mucho dinero para que no saliera a la luz.
—Entonces, es verdad que le pegaste. —Siento una extraña fascinación—. Pensaba que lo tuyo eran los clubes de boxeo, no liarte a golpes con gente inocente.
—Créeme —dice en tono enigmático—. Ese capullo no era inocente.
Decido no insistir en ese punto, pero no puedo dejar de pensar en la película.
—¿Qué? —pregunta después de pasarnos más de ocho kilómetros en silencio.
—Yo no he dicho nada.
—Pero tus pensamientos me están dejando sordo.
—Es que no lo entiendo —reconozco—. La casa es espectacular y es lo que te dio a conocer como arquitecto. Sé que hubo una tragedia allí, pero fue mucho después de que estuviera terminada y tú ya estabas en Las Vegas, trabajando en el edificio del Union Bank. Así pues, ¿por qué te molesta tanto la idea de que se haga una película?
—Porque son intimidades.—
Percibo la crispación de su voz y hago una mueca. Se da cuenta y relaja los hombros.
—Perdona. Pero todo el proyecto está rodeado de tragedia, y el maldito productor interesado en rodar la película se está metiendo donde no lo llaman. Es personal. Es íntimo. Y hay gente de carne y hueso con vidas de verdad que va a sufrir si esto sigue adelante.
Continúo sin entenderlo, pero no lo presionaré más. Me queda bastante claro que no me lo ha contado todo. Pero, teniendo en cuenta que yo también tengo mis secretos, no soy la más indicada para sulfurarme.
Alargo la mano y le acaricio el hombro.
—Puede que no entienda el motivo, pero comprendo que es importante para ti. Y también espero que consigas detener el proyecto.
Me dirige una sonrisa de gratitud y reconocimiento.
—Hablando de películas, el viernes por la noche Michael organiza en su casa un acto para recaudar fondos. Para el Proyecto de Protección Histórica y Arquitectónica Nacional. Es una buena causa y es un buen hombre. ¿Vendrás conmigo?
—Por supuesto.
Me remuevo un poco en el asiento. Teniendo en cuenta todo lo que hemos pasado juntos, probablemente es una tontería. Pero no puedo negar que la perspectiva de salir con Jackson como es debido me hace feliz.
Solo entonces soy consciente de que ha reducido la velocidad para maniobrar hacia la derecha.
Miro alrededor antes de interrogarlo con los ojos.
—¿Los Palisades?
—Ya verás.
Gira y presto atención cuando asciende por la carretera del desfiladero y dobla de nuevo hacia el mar hasta que el camino traza una cerrada curva a la derecha. Seguimos por él, básicamente circulando paralelos a la carretera costera, si bien muy por encima de ella, entre las colinas.
Conozco este vecindario. He recorrido estas colinas a menudo para inspeccionar las fachadas de estas hermosas casas en busca de ese elemento desconocido que sigue eludiéndome.
Aquí las construcciones están muy espaciadas y las parcelas tienen alrededor de una hectárea, la mayor parte del cual lo constituye el jardín trasero. Se respira un agradable ambiente de barrio, pero como en una urbanización típica. Las casas son caras y ofrecen intimidad, lo que confiere a la zona un ambiente tranquilo y exclusivo. Y como todas las parcelas del lado oeste de la carretera están orientadas al mar, las viviendas tienen unas vistas de infarto.
—Deja que lo adivine —digo—. Vamos a ir de casa en casa como los niños en Halloween.
—No —responde—. Pero, si te quieres disfrazar, yo encantado.
Enarco una ceja.
—Igual lo hago. Pero solo si me dices qué te traes entre manos.
—Ya casi estamos.
La carretera traza ahora una curva muy cerrada. Jackson gira a la izquierda para entrar en una parcela vacía y detiene el Porsche.
Miro alrededor, desconcertada, y estoy a punto de preguntar a Jackson, pero ya está bajando del coche. Me apeo a mi vez y lo sigo cuando echa a andar por el terreno, donde me alegra ver que, pese a estar sin edificar, algún promotor inmobiliario ha escalonado la ladera para que sea posible descender a lo que será, básicamente, el jardín de la casa que acabe construyéndose en la parcela de arriba.
—Esto es increíble —digo cuando me vuelvo y me doy cuenta de que, desde aquí, no se ve ninguna de las casas de arriba. Por otro lado, la carretera costera queda camuflada en su mayor parte por los árboles y la maleza que tapizan la ladera, lo que significa que las vistas son casi exclusivamente de la arena y el mar—. No me puedo creer que esta parcela no tenga dueño.
—Lo tiene —declara—. La compré yo hace cinco años. Solo unos meses después de que tú te marcharas de Atlanta.
—Tú… —Me doy la vuelta, sin acabar la frase—. Pero si vivías en Georgia.
—Temporalmente. Siempre he vivido en California. Y me marché no mucho después que tú. Las cosas con el Brighton Consortium se torcieron enseguida.
Sé, a partir de biografías oficiales, que Jackson se crió en las afueras de San Diego. No sabía que hubiera vivido o se hubiera planteado vivir en Los Ángeles. Y ahora descubro que vino aquí, que incluso compró esta parcela… No sé qué pensar, y se lo digo.
—Te aseguro que no miento. Y mi única intención al traerte aquí ha sido enseñarte este sitio porque me parece especial. Pensé en él anoche cuando me hablaste de que querías oír el mar y ver las estrellas.
Miro el reluciente cielo azul y el sol cegador.
—Hoy no.
—No —dice entre risas—. Hoy no. —Me tiende una mano y se la cojo—. ¿Te puedo preguntar una cosa?
—Claro —respondo, aunque mi tono es demasiado alegre porque me asusta el cariz que ha tomado nuestra conversación—. Al menos, intentaré responderte.
—Anoche, cuando tuviste la pesadilla y huiste de mí, ¿por qué pusiste rumbo a las colinas? ¿Por qué no bajaste simplemente a Santa Mónica o Sunset para correr un poco con el coche? ¿Por qué no cogiste la carretera de la costa del Pacífico y pisaste a fondo el acelerador? A esas horas podrías haber llegado al desierto sin cruzarte con un solo vehículo. Dime, ¿por qué te dirijiste a la montaña?
—No lo sé —respondo con franqueza—. Por lo general, cuando estoy disgustada o necesito pensar voy al Getty Center. Probablemente me pasé media vida allí cuando iba al instituto.
—Pero anoche no fuiste.
—No. —Frunzo el entrecejo porque ni tan siquiera me lo planteé. Solo me pareció natural dirigirme a las colinas. Correr con el coche—. Estaba asustada. Huyendo. No pensaba.
—Pero huiste a Mulholland, donde hay curvas en cuesta sin quitamiedos. Parece bastante aterrador.
—Otra vez está hablando el psicólogo que llevas dentro—digo.
Se echa a reír.
—Quizá. Y puede que tenga razón. Puede que estuvieras combatiendo el miedo con miedo.
—No lo sé. Puede. —Me rodeo el cuerpo con los brazos porque no estoy de humor para que me psicoanalice—. ¿Por qué es importante?
—Porque creo que estás siendo inteligente. —Ladea el rostro y percibo cierta malicia en sus ojos azules—. Porque vamos a presionarte, Syl. A combatir el miedo con miedo. A tener el control renunciando a él.
Niego con la cabeza.
—No sé de qué me hablas.
—Pues deja que te lo enseñe. —Se aparta y me mira de arriba abajo—. Quítate la ropa.
Soy consciente de su mirada fogosa y de su tono autoritario; no bromea. Siento un excitante hormigueo en todo el cuerpo, pero niego otra vez con la cabeza.
—Creo que no.
—¿No? Esto no va así, Sylvia. Yo te digo que te desnudes y tú lo haces. Yo te digo que me chupes la polla y tú te pones de rodillas.
Su voz es firme, autoritaria, y doy un paso atrás. Muevo la cabeza tanto para negar sus palabras como para defenderme de cómo responde mi cuerpo.
—¿A qué juegas, Jackson?
—Al único juego que conozco. El mío. —Me llama con un dedo—. Ven aquí, nena. Quiero enseñarte una cosa.
Dudo un instante y se ríe.
—Vamos —me insiste—. Te prometo que no muerdo.
Oigo el eco de nuestro pasado, las mismas palabras de su broma de Atlanta, y me acerco a él.
—Buena chica.
Cuando me tiene delante, me da la vuelta y me pasa un brazo por la cintura para pegarme contra su pecho y poder contemplar juntos el mar.
—Precioso —continúa, a la vez que empieza a subirme la falda con la otra mano.
—¿Qué haces?
—Espera.
Me besa la oreja y una corriente de placer me electriza el cuerpo.
Noto sus dedos en mi braga. Mete la mano por debajo y en cuanto llega a mi sexo gruñe al darse cuenta de lo mojada que estoy.
Me mete los dedos hasta el fondo y gimo de placer, sin apenas poder mantenerme en pie.
Baja la cabeza para susurrarme al oído:
—Y esto, preciosa, demuestra que tengo razón.
—¿Qué?
Me doy la vuelta entre sus brazos. No tengo la menor idea de a qué se refiere.
—Te gusta sentirte utilizada, Sylvia —responde y, de inmediato, niego con la cabeza.
—¡Y un cuerno! No…
Me pone un dedo en los labios para hacerme callar.
—Te he dicho que te desnudaras. Te he dicho que, si yo quiero, puedo ordenarte que me la chupes. Y, nena, no solo estás mojada… Estás tan excitada que seguro que te duele.
No digo nada; se ha acercado demasiado a la verdad.
—Te excita someterte. Ponerte en manos de un hombre. Pero te acuerdas de lo que aquel capullo te hizo, de cómo te dominó y te obligó a hacer cosas en contra de tu voluntad. Por eso te avergüenzas cuando te excitas y por eso tienes pesadillas.
Me abrazo el cuerpo con fuerza porque sus palabras no me gustan y no entiendo cómo coño puede ser tan perspicaz. De momento, sin embargo, no ha dicho nada que pueda rebatirle.
—Pero conmigo no es lo mismo, nena. Bob te arrebató el control. Yo no. Lo llamo «ser utilizada» porque así es como tú lo ves, a pesar de que en realidad eso no es cierto. Es entregarte porque confías en mí. Él se aprovechó de ti, nena. Tú no le diste nada. Pero cuando te sometes a mí me lo das todo.
No me muevo. No hablo. Solo me quedo quieta mientras Jackson va despojándome de las capas de mi vida, esperando que de verdad entienda lo que ve.
—Así que vamos a hacer justo lo que te dije ayer. Eres mía, Sylvia. Toda mía. Estarás lista para mí cuando yo quiera y como yo quiera. Eres mía para darme placer. Para poseerte. Para follarte. ¿Me entiendes?
—Dijiste que rompíamos ese acuerdo.
—Y así es. La primera vez no te pedí permiso. Esta vez quiero que me cedas el control. Con gusto, cariño. Joder, hasta con entusiasmo. Porque te prometo que haré que valga la pena.
Me paso la lengua por los labios. Es innegable que estoy excitada; en eso ha acertado. Pero también estoy asustada.
—¿Qué harás?
—De todo, nena. Porque, cuanto más te des, menos asustada estarás.
—¿Hablas de… morbo? ¿Bondage? ¿Juguetes?
—De todo eso, sí. Pero iremos despacio. —Me pasa el dedo por los labios—. ¿Es pánico lo que veo en tus ojos, o excitación?
—Un poco de cada —reconozco.
—Huiste de mí en Atlanta porque no sabía contra qué luchabas. Pero ahora lo sé y vamos a combatirlo juntos. Y, cariño, creo que esta es una batalla que los dos disfrutaremos.
Me cuesta respirar y me noto el cuerpo tenso, a la expectativa. ¿Es posible que tenga razón? ¿De veras puedo combatir mis miedos sucumbiendo a sus deseos? ¿Sucumbiendo, joder, a los míos?
—¿Me dejarás ayudarte? —Su voz es firme. Sincera—. ¿Te entregarás a mí y me dejarás librar esta batalla por ti?
Inspiro, viéndolo ahora como el caballero de mis fantasías.
—Sí. Oh, Dios mío, Jackson… Sí.
—Bien. —Me sonríe despacio y con picardía—. Ahora quítate la ropa.
Quiero protestar diciendo que estamos al aire libre, en una parcela vacía, pero no consigo articular palabra. Acabo de convenir en someterme a él y, mal que me pese, no quiero echarme atrás.
Sea como sea, no puedo negar que la idea de estar desnuda en lo alto de esta colina con Jackson me resulta excitante.
Me despojo de la ropa y la dejo sobre la chaqueta que se ha quitado. Se coloca detrás de mí en cuanto me ve desnuda, posa las manos en mis pechos y acto seguido las baja recorriendo mi cuerpo.
—Ahora eres mía —afirma—. Estas tetas, este cuerpo. Este coño.
En cuanto ha empezado a tocarme he echado la cabeza hacia atrás, llevada por sus excitantes caricias.
—Prohibido rozarte siquiera a menos que te dé permiso, cariño. Si descubro que te has corrido, habrá consecuencias. ¿Lo entiendes?
Asiento.
—Así es como te quiero siempre —añade mientras me acaricia el sexo y me excita hasta llevarme casi al límite—. Mojada, cachonda y bien abierta. Tan a punto que me baste pasarte un dedo por la palma de la mano para que estalles. Te quiero dispuesta. Enloquecida de deseo. No porque yo te lo exija, sino porque tú lo deseas. No porque yo te posea, sino porque tú te entregas.
Ha estado acariciándome al compás de sus palabras, tocándome el clítoris con movimientos circulares que me excitan cada vez más hasta que estoy segura de que voy a tener un orgasmo tan fuerte que podría volar hasta el mismo océano Pacífico.
—Dime que quieres eso —exige.
—Sí…
Me da la vuelta entre sus brazos y me arranca un gemido al besarme en la boca. El beso es apasionado y deliciosamente íntimo, tanto que he de aferrarme a él porque temo desplomarme.
Se separa de mí y gimoteo, porque estaba a punto de derretirme entre sus brazos.
—Por favor —suplico.
Sin embargo, Jackson niega con la cabeza y me ordena que me vista.
—Pero…
—No querrás llegar tarde, ¿verdad, Syl?
Hago una mueca porque me había olvidado por completo de que deberíamos estar en Malibú.
Me pongo el vestido y me agacho para recoger las braguitas, pero Jackson se me adelanta y se las guarda en un bolsillo.
—No las necesitas.
—¿Estás loco?
—Puede —responde—. Pero eso no significa que te las vaya a dar.


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Mensaje por yiniva Lun 25 Jun - 13:55

Jackson logro descifrar muy bien a Sylvia, y la entiende y apoya, solo espero que ella no se vuelva a alejar, esta progresando poco a poco, pero la ayuda de un profesional no estaría de mas.
gracias Berny


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Mensaje por citlalic_mm Lun 25 Jun - 19:07

Esta lectura va muy muy rápido espero ponerme al corriente pronto…


Capítulo 1 – 4:

 Después de tanto tiempo el pasado se hace presente y de que manera.

 Syl esperaba que la atendiera luego, luego no querida va poner resistencia y si acepta, cosa que dudo, será con sus condiciones, además de que la ha ignorado después de verla.

 Después de dejarlo se volvió famoso y por la forma de hacer sentir a Syl lo único que quiere es afectarla o hacerle saber que aun siente ella algo por él??

 Y así que no le afectaría verlo de nuevo, si como no, por solo como la dejo le afecto en mas de un sentido, y sin importar si el proyecto tiene algunas trabas ella quiere trabajar con el sin importar que, pero aceptara las condiciones???
Capítulo 5 – 6:

 Dice que la esta utilizando al quererla en su cama pero ella también lo utilizaría para subir en su carrera, es  dar, ganar, y todo  inicio por unos pandas que tierno, jajaja.

 Lo bueno es que ella siempre había tenido el control, hasta que se encontró con un Jackson el dom, y eso no la saco de sus casillas al contario le gusto
Capítulo 7:

 Wow!! Su papá sabia lo que le pasaba y aun así no hizo nada? No es de extrañarse que no quiera apegarse a nadie, pero olvidar y tomar el control de esta forma solo es para destruirse más no para tomarlo…
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Mensaje por berny_girl Mar 26 Jun - 4:37

Capítulo 17

—Señor Steele —dice Nikki al pie de la escalera, con la mano tendida hacia Jackson—. Es un verdadero placer volver a verle. Y, Syl, me encanta tu vestido.
—Gracias. Tú estás increíble, como siempre.
Nikki tiene la suerte de ser tan guapa como para ganar concursos de belleza, pero también tan sencilla como para que los meros mortales no la odiemos. Hoy lleva un vaporoso vestido azul que resulta elegante e informal a la vez. La melena, rubia, hasta los hombros, le enmarca la cara. Hoy parece resplandecer de felicidad.
—Permitan que les traiga algo de beber —continúa, y se coloca entre Jackson y yo para cogernos del brazo y llevarnos a la imponente escalera que sube al salón del segundo piso—. Me puse muy contenta cuando Damien me dijo que había accedido a construir el resort, señor Steele. Creo que aportara algo muy especial al proyecto.
—Me alegro de formar parte del equipo —declara Jackson, y no puedo evitar preguntarme si Nikki se ha fijado en cómo me ha mirado de reojo—. Siento el retraso.
—Había muchísimo tráfico en la carretera de la costa del Pacífico —añado, esperando que Nikki no se haya dado cuenta de que me arden las mejillas.
Porque lo cierto es que no me apetece en absoluto estar aquí. No en este momento. Cuando no llevo nada debajo de este vestido y lo único que quiero es que Jackson me toque.
—No hay problema —nos disculpa Nikki en tono relajado, y agradezco que no pueda leerme el pensamiento—. Como he dicho, queremos que esto sea una reunión informal. —Nos detenemos al pie de la escalera—. Permítanme repasar quién ha venido para que lo sepan. La lista es corta. Ustedes dos, Damien y yo, por supuesto, y además están Trent y Aiden, que trabajan en el departamento Inmobiliario —explica a Jackson.
—Conozco a Aiden —observa él—. Estaba en el despacho de Damien cuando accedí a participar en el proyecto.
—Ah, bien —dice Nikki.
—Tengo la sensación de que debería disculparme por haber rechazado el proyecto de las Bahamas. Espero que no pensaran que soy un grosero.
Nikki se echa a reír.
—Grosero no, solo sincero. Y lo entiendo perfectamente. Damien se ha ofrecido a ayudarme con mi propia empresa montones de veces y yo siempre le digo que no. Puede que, cuando esté más establecida, me plantee asociarme con alguna de sus filiales, pero, ahora mismo, quiero demostrar que puedo hacerlo sola. No obstante, a diferencia de mí, usted ya lo ha demostrado con creces.
—Eso es verdad —convengo, tan orgullosa de los logros de Jackson como si sus edificios los hubiera proyectado yo.
—Agradezco el cumplido —dice él cuando empezamos a subir la escalera—. ¿A qué se dedica usted?
—Al software —responde Nikki—. Principalmente, para dispositivos portátiles, aunque también creo aplicaciones para internet. Muy pronto sacaré una a la que Damien tiene echado el ojo. Le está volviendo loco que me resista a darle la concesión —añade, y me dirige una sonrisa.
—Es cierto —digo, porque Damien me ha hablado del software de Nikki en más de una ocasión para recalcar cuánto podría facilitar el flujo de trabajo en la oficina.
Aun así, cada vez que Nikki se lo niega la aplaudo en silencio. Porque, en toda mi experiencia como asistente de Damien, creo que Nikki es la única persona del mundo que ha conseguido dar un no a Damien Stark.
Ella y Jackson, rectifico, al pensar en las Bahamas.
—… Porque proyectó esta casa —está diciendo Nikki.
—Perdonad, me he despistado. ¿Ha venido Nathan Dean?
—Sí. He pensado que a Jackson podría gustarle hablar con otro arquitecto. Y Evelyn completa la lista de invitados. —Se encoge de hombros—. Eso es todo. Solo un reducido grupo de gente relacionada con el resort, con Stark Real Estate Development o personalmente con Damien. No quería que fuera agobiante.
—Nathan es un poco callado, pero es majo —explico a Jackson.
Sé de lo que hablo. Pasé mucho tiempo al teléfono y en reuniones con Damien y Nathan durante la proyección y construcción de la casa.
—Y tiene mucho talento —añade Jackson—. Al menos, esta casa es prueba de ello. Es increíble — dice a Nikki.
Sé que por fuera la ha encontrado impresionante, porque me lo ha comentado en el coche. Le ha gustado el modo en que parece formar parte de las colinas y realza, en vez de eclipsar, las vistas del mar a lo lejos. La entrada es igual de formidable. Por ella se accede a un salón diáfano con una pared acristalada al fondo que permite ver la piscina desbordante del jardín. Y la ancha escalera es un segundo foco de atención y dirige a quienes están dentro de la casa a la segunda planta, que es donde se recibe a los invitados.
—Gracias —responde Nikki—. Estaba casi terminada cuando conocí a Damien. Me adjudico el mérito de los muebles y de algunos de los colores de las paredes. Pero eso es todo, más o menos.
—Los colores son impresionantes —opina Jackson, y hace que Nikki se ría y que yo sonría.
Aprecio mucho a Nikki. De momento, creo que Jackson le cae bien.
Llegamos al rellano del segundo piso y nos detenemos. A decir verdad, es imposible subir esta escalera sin pararse al final, porque lo que se ve aquí es tan increíble que te deja sin respiración. El espacio es enorme y está pensado para celebrar fiestas y, desde nuestra posición, vemos tanto el patio (ahora las puertas acristaladas están abiertas y hay unas vistas alucinantes del mar) como la chimenea de piedra, en ángulo con la escalera y orientada asimismo hacia el mar, que es sin duda la pieza central del salón. Sobre ella hay un cuadro de una mujer desnuda pintada a tamaño natural, con el rostro vuelto para ocultar su identidad. No obstante, gracias a filtraciones a la prensa, casi todo el mundo sabe ya que es un retrato de Nikki.
No conozco los detalles, pero sí sé que Damien le pagó un millón de dólares para que accediera a posar desnuda. Tengo la sospecha de que su acuerdo incluyó más condiciones, probablemente algunas muy sensuales, pero, a menos que se lo pregunte a Nikki, nunca lo sabré a ciencia cierta.
Aun así, no puedo evitar encontrar paralelismos entre su relación con Damien y la mía con Jackson. De hecho, me da esperanza. Porque, pese a todo lo que han tenido que pasar, son la pareja más sólida que conozco.
—Es precioso —dice Jackson sin despegar los ojos del retrato—. Debería estar muy orgullosa de él.
—Lo estoy —confirma Nikki—. Siempre lo he estado. Pero eso no significa que no me cabreara cuando la prensa dio a conocer mis secretos.
—Sé exactamente a qué se refiere. —Jackson piensa en la película, seguro—. Me encantaría conocer al pintor.
—Es Blaine. —Miro a Nikki—. ¿Ha venido con Evelyn?
—No. Está en Vancouver exponiendo su obra. Pero estoy convencida de que le encantaría hablar con usted cuando vuelva. Ah, Wyatt sí ha venido. Antes se me ha olvidado mencionarlo.
—Es nuestro fotógrafo —explico a Jackson—. Tengo que enseñarte las fotos que ha sacado de la isla. Quiero incluirlas en un folleto publicitario, y he pensado que también quedarán preciosas en las zonas públicas y quizá en las habitaciones. Todavía no he escogido interiorista. Pero me gustaría que me dieras tu opinión sobre eso. Quiero asegurarme de que contratamos a una persona que sea afín a tu proyecto y que no colisione con él.
Me mira a los ojos.
—Desde luego.
Asiento satisfecha y me doy cuenta de que estoy feliz. Porque no solo estamos juntos en el plano personal sino también en el profesional. Y la perspectiva de colaborar con una persona con el talento de Jackson Steele me entusiasma aún más que trabajar para alguien como Damien. No es que no adore mi profesión ni piense que Damien no es brillante, pero lo que Jackson hace, proyectar edificios, cambiar la fisonomía del mundo, siempre ha sido mi pasión. Y poder compartir ahora esa parte tan esencial suya, bueno, lo pienso y ya me da vértigo.
Se le ensancha la sonrisa y no me cabe ninguna duda de que sabe qué estoy pensado.
—Venga —digo con una sonrisa de satisfacción—. Vayamos a saludar a Damien.
—De hecho, me ha pedido que lo disculpéis —interviene Nikki—. Hay un problema en una de sus fábricas de Malasia y ha tenido que atender la llamada. Entretanto, dejad que os traiga algo de beber y que haga las presentaciones. ¿Vino o algo más fuerte? —pregunta a Jackson mientras nos conduce a la cocina, que está al otro lado del salón, detrás de una pared de piedra.
Dado el tamaño de esta casa de ensueño, de más de novecientos metros cuadrados, es una cocina pequeña, exclusiva para fiestas. Sin embargo, deja en ridículo a la mayoría de las cocinas. De todos modos hay otra, la principal, en la planta baja, que está equipada con más electrodomésticos que muchos restaurantes de cinco tenedores.
Lo que más me impresiona no es la distribución ni el lujo, sino que Nikki y Damien no hayan contratado camareros para la fiesta. Ni tan siquiera veo a Gregory, el asistente personal de Damien, que hace las veces de mayordomo. Porque, pese a los miles de millones que tiene Damien y el helipuerto del patio trasero, en el fondo tanto mi jefe como su mujer son personas bastante sencillas.
Sé que Jackson tiene problemas con Damien, pero desconozco cuáles. Y espero que puedan resolverse, porque aprecio y respeto a mi jefe y valoro sinceramente la amistad que he forjado con Nikki.
Una vez que Jackson y yo nos hemos aprovisionado de un whisky escocés en su caso y una copa de vino en el mío, regresamos al salón para relacionarnos. Estoy un poco nerviosa por nuestro nuevo acuerdo, y durante los primeros diez minutos más o menos me noto inquieta y crispada porque temo —y, sí, espero también— que me lleve a un rincón para meterme la mano por debajo de la falda.
No lo hace, y no me queda claro si estoy defraudada porque no haya forzado los límites aquí o complacida de que haya adoptado una actitud tan profesional.
Desde luego, eso último es innegable. Se muestra tranquilo y seguro con todos los invitados. Saluda a Aiden con entusiasmo y, una vez más, le da las gracias por la oportunidad de trabajar en un proyecto tan vanguardista. Halaga mi capacidad como directora del mismo y consigue que Aiden me elogie efusivamente, un beneficio de tener a Jackson de mi parte que no me esperaba.
—Encaja a la perfección en el equipo de la planta veintisiete. Esperamos poder robársela a Damien para siempre, ¿verdad, Trent?
Aiden lanza una mirada a Trent Leiter, quien asiente con vehemencia.
—¡Claro que sí! —conviene.
—¿Y cuál es su función? —pregunta Jackson a Trent—. ¿Desarrollo internacional? Está a cargo del proyecto de las Bahamas, ¿no es así?
—De hecho, superviso la zona del sur de California. Ese proyecto fue una especie de trabajo aislado para mí. Ahora mismo estoy pendiente, sobre todo, de un centro para oficinas y locales comerciales que estamos construyendo en Century City.
Jackson nos mira a Trent y a mí.
—Entonces ¿mi cadena de mando es Sylvia, usted, Aiden y el señor Stark?
—Con un poco de suerte, no tendrás que pasar nunca por encima de mí.
Me río en cuanto lo he dicho, esperando quitar hierro a la situación. Jackson no tiene forma de saberlo, pero a Trent no le hizo ninguna gracia que Damien me nombrara directora del proyecto del resort de Cortez saltándoselo a él.
—Y nos tomamos las cosas con mucha calma cuando es necesario —añade Aiden—. Puede acudir a mí siempre que quiera. O a Damien, claro está.
—¿Para qué tiene que acudir a mí? —pregunta Damien, que se acerca a nosotros por detrás.
Tiende la mano a Jackson, quien se le estrecha con cordialidad y disipa mi temor de que su desdén por mi jefe fuera a rezumarle por los poros y manchar el suelo de madera encerada.
—Solo para decirle cuánto voy a disfrutar con este trabajo —responde Jackson.
Me dirige una sonrisa fugaz que me despierta una honda gratitud. No sé si ha percibido la envidia, el desdén o lo que sea que amarga a Trent, pero agradezco el cambio de tema.
—Me alegra mucho oír eso —afirma Damien—. Fue una decepción para todos cuando rechazó el proyecto de las Bahamas. No se lo pregunté el sábado, pero tengo curiosidad. ¿Qué le hizo cambiar de opinión?
Jackson se mueve solo lo suficiente para mirarme.
—Como expliqué, la señorita Brooks es muy persuasiva. Y puede que esta vez los astros estén mejor alineados.
Damien me mira como si estuviera reflexionando.
—Espero que trabajar con Stark International le resulte tan beneficioso como lo es para nosotros. Me lo pienso mucho antes de contratar a mis colaboradores. Su talento dice mucho de usted. Y el entusiasmo de la señorita Brooks también ha tenido un gran peso.
—En ese caso, parece que tengo bastantes cosas que agradecer a la señorita Brooks. —La sonrisa de Jackson es únicamente para mí—. El resort de Cortez solo es una de tantas.
Nikki se une al grupo y nos pregunta quién necesita otra copa. Me ofrezco a ocuparme. Para que pueda relacionarse con sus invitados, pero también, sobre todo, para alejarme antes de que el cuerpo me estalle del calor que me han provocado las insinuaciones de Jackson.
Estoy en la cocina abriendo otra botella de whisky escocés cuando Trent entra para ponerse más hielo en el vaso.
—Me alegro de que lo hayas fichado para sustituir a Glau. Fue una putada que se largara a la India sin avisar.
—Al Tíbet —puntualizo.
—Para el caso… Me pregunto qué esconde.
—¿Glau? Si te soy sincera, estoy tan molesta con él que ni siquiera me importa.
—Yo tengo curiosidad —reconoce Trent—. Pero no me refería a Glau, sino a Steele.
—¿Cómo que qué esconde?
He perdido el hilo de la conversación.
—Es que me parece muy raro que se negara rotundamente a trabajar para Stark en las Bahamas y que ahora, de repente, ¿esté entusiasmadísimo?
—Créeme, no ha sido fácil convencerlo.
—Y eso también es raro —apunta Trent—, dado que le tenía echado el ojo al proyecto de Cortez desde el principio.
Dejo la botella de whisky.
—¿Qué quieres decir?
—La semana pasada fui a sacar varios permisos para Century City y hablé con una de mis amigas del despacho del secretario del condado. Me comentó que este había autorizado algunos estudios topográficos de la isla.
—¿Por qué demonios hablasteis de Cortez?
Se encoge de hombros.
—Supuso que el proyecto era mío.
—La semana pasada ni tan siquiera le habíamos ofrecido el trabajo.
—Pues por eso —exclama Trent—. Creo que el señor Steele se estaba haciendo de rogar. Lo que no sé es por qué.
Como ignoro qué responder no digo nada y, cuando Trent coge su vaso y se marcha, me tomo un momento para respirar hondo. Lo que ha dicho no tiene sentido. Así que ¿a qué coño jugaba Jackson?
Regreso al salón y Aiden se ha ido, y Damien y Jackson están conversando solos, con mucha cortesía aún. Me doy cuenta de que sigo esperando percibir tensión entre ambos, pero no la hay. En cambio, veo a dos hombres que tienen más en común de lo que probablemente creen. Si Damien es arrogante, también lo es Jackson, porque ambos son resueltos y tienen las cosas claras.
También se parecen físicamente. Son morenos, tienen facciones clásicas y parecen galanes de Hollywood.
Ambos son la clase de hombre que puede postrar a una mujer de rodillas. He de reconocer que conmigo Jackson ha hecho justo eso.
—Es como estar mirando la portada de una dichosa revista de hombres, ¿no? —dice Evelyn mientras coge uno de los vasos de whisky que llevo en la mano y lo apura de un solo trago—. Antes he hablado con tu arquitecto. Creo que será bueno para el proyecto. Y me alegro de que hayáis superado ese obstáculo que teníais que vencer.
—Y yo.
Me arden las mejillas cuando pienso en el entusiasmo con que hemos superado ese obstáculo en particular.
Evelyn se ríe y yo me sonrojo todavía más.
—No te preocupes —dice—. Tu secreto está a salvo conmigo. Pero ten cuidado, ¿eh?
—¿Cuidado?
—Jackson Steele no tiene fama de ser hombre de una sola mujer, y tú nunca me has parecido la clase de chica que aguantaría a un donjuán.
—No, él no es…
Pero me interrumpo. Lo cierto es que tiene razón. Y, aunque he preguntado a Jackson al respecto de esas mujeres, no tengo forma de saber lo que realmente pasó con ellas.
—Tú solo ándate con cuidado —repite Evelyn.
Esta vez lo único que hago es asentir.
Voy a la cocina para reponer el vaso de whisky que Evelyn acaba de llevarse y, a mi regreso, Nathan Dean se ha unido a los dos hombres.
—¡Sylvia! —exclama, y me besa en las mejillas sin siquiera rozármelas—. Me alegro mucho de volver a verte. Ahora que Damien ya no me necesita, echo de menos repasar la lista de tareas contigo.
—Siempre es buen momento —bromeo, y hago reír a los tres hombres—. ¿En qué trabajas ahora?
—Pues en una residencia de Brentwood. Para Trent Leiter.
—No lo sabía —digo—. Eso es estupendo.
—Aiden le habló de mí —explica Nathan—. Que es como, de hecho, entré en contacto con Damien.
Conozco a Aiden desde hace años y, desde luego, su amistad me ha salido muchísimo a cuenta.
—Aquí has hecho un trabajo asombroso, nadie lo niega —interviene Jackson— Esta casa es impresionante.
—Gracias —dice Nathan—. Pero como Damien es un hombre que sabe casi de todo, bastantes cosas del proyecto fueron idea suya.
—Está diciendo que trabajar conmigo es una pesadilla —apostilla Damien.
—No es verdad. Agradezco las opiniones de los demás. Este es uno de mis mejores proyectos.
—Esta planta es extraordinaria —continúa Jackson—. Un hombre de tu posición debe de dar muchas fiestas.
—Pues mi intención no era esa. Hasta hace poco casi nunca daba fiestas en casa, y tampoco puedo afirmar que me entusiasmara salir.
—Pero apuesto a que será agradable cuando viene la familia.
Frunzo el entrecejo, sin tener muy claro si Jackson está haciéndole preguntas con un propósito o solo dándole conversación.
—Si te soy sincero, ni mi mujer ni yo tenemos mucha familia. Yo no me llevo demasiado bien con mi padre; si lees la prensa del corazón, no te vendrá de nuevo. En cuanto a Nikki, bueno, su madre vive en Texas. Podríamos decir que, en lo que respecta a la familia, estamos empezando de cero.
Se instaura un incómodo silencio antes de que Jackson hable.
—Lo siento. No quería tocar un tema espinoso.
—No te preocupes —dice Damien—. Mi padre será lo que sea, pero no me quita el sueño.
En lo que imagino que es un intento de cambiar de tema, Jackson se dirige de nuevo a Nathan.
—Imagino que te dedicas exclusivamente a proyectar casas.
—Fundamentalmente, pero no de forma exclusiva. —La voz de Nathan es un poco más aguda de lo habitual, como si también estuviera intentando disipar las malas vibraciones—. He estado haciendo contactos, intentado tener más presencia en el sector comercial, pero, desde luego, mis avances no tienen nada que ver con los suyos. Tiene usted mucha experiencia, señor Steele.
—Llámame Jackson, por favor. Y, aunque comprendo tus ganas de diversificarte, insisto en que destacas en lo que haces. Lo que he dicho de esta casa lo decía en serio. Es una joya.
—Viniendo de ti, es un gran elogio. ¿Te importa si te pido la opinión sobre unas cuantas cuestiones?
—En absoluto.
—Creo que van a hablar de trabajo —me dice Damien—. ¿Te importa si te acaparo un momento para lo mismo?
—Claro que no.
Mientras Jackson y Nathan se dirigen al balcón para hablar sobre cimientos, arcos o cualquier otro detalle arquitectónico sigo a Damien a la cocina, donde me pone rápidamente al día de su programa semanal.
—Hay una función de Broadway que Nikki quiere ver, y tengo que reunirme con Isabel por el lanzamiento de los nuevos productos. He pensado en matar dos pájaros de un tiro y llegar a Manhattan el martes por la noche.
—Parece un buen plan. ¿Viajaréis a Bruselas desde Nueva York?
Nikki asiste a un congreso digital y Damien también irá. Tenían pensado salir de Los Ángeles el viernes.
—¿Aún quieres que Grayson os lleve? ¿O prefieres un vuelo comercial?
—Asegúrate de que el cambio de fecha no jode a Grayson ningún plan que tenga. Si está libre, reserva también una suite para él. Puede pasar unos días de relax en Nueva York antes de que hagamos el viaje.
Sonrío.
—Le encantará.
—Se pasará la vida en el aeropuerto mirando los aviones de otros pilotos —anticipa Damien.
—Sea como sea, le encantará.
—Pon a Rachel al día y asegúrate de que sabe cuanto hay que saber para organizarme el viaje. Cuanto menos estés en recepción, más pendiente de todo tendrá que estar.
—Por supuesto, Damien.
—Y, Sylvia…
—Dime.
—También estás haciéndolo genial en todo lo demás.
El elogio me ilumina la cara.
—Gracias. ¿Alguna cosa más?
—Solo pásatelo bien hoy.
—En eso estoy.
Empiezo a alejarme, pero me detengo.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Desde luego.
Vacilo, sin saber muy bien cómo expresarlo. Dado que no parece haber una forma delicada, lo digo sin rodeos.
—Me preguntaba qué pasó en Atlanta. Con el Brighton Consortium.
—Ah, eso…
No dice nada más, y me mira tan fijamente que casi me intimida.
—Es que comentaste algo el sábado. Antes de que Jackson accediera a formar parte del proyecto, me refiero.
—¿Que unos cuantas compras de terrenos mías le perjudicaron?
—Sí.
—¿Te ha preguntado Jackson al respecto?
Pienso en nuestra conversación del coche. Lo hemos hablado, pero Jackson no me ha preguntado nada.
—No —respondo con seguridad.
Damien se apoya en la isla de la cocina con las manos en los bolsillos.
—Es complicado —arguye—, pero, resumiendo mucho, lo que pasó fue que el consorcio estaba mal gestionado y eso me brindó la oportunidad de ofrecerme a adquirir unos terrenos de primera. Un trato de negocios, lisa y llanamente, al menos en lo que a mí concernía.
—¿En lo que a ti concernía?
—Si el acuerdo hubiera seguido adelante, tú y muchas otras personas os habríais visto implicadas en un enredo monumental solo porque habríais trabajado demasiado estrechamente con uno de los principales participantes.
—Reggie.
Damien asiente.
—Vale —digo despacio mientras reflexiono sobre el asunto—. ¿En qué sentido estaba mal gestionado? ¿Qué clase de enredo? ¿Habría afectado a Jackson?
—Sí a lo último. Lo otro opino que son preguntas para Reggie. ¿Seguís en contacto?
—Un poco —respondo—. Se fue a vivir a Houston, pero ha venido a Los Ángeles dos veces en estos últimos cinco años. Hemos comido juntos.
—Si aún tienes curiosidad, la próxima vez que comáis juntos pregúntale. Si no, déjalo correr, Sylvia. Déjalo correr y considérate afortunada.
—¿Por…?
—Si Reggie no hubiera decidido desmontar el tenderete, puede que siguieras trabajando para él. No tendrías Cortez. Y yo jamás habría contratado a una asistente tan increíble como tú.
—Oh, vaya. Gracias.
—A veces las cosas chungas pasan por una razón.
—Supongo que sí —convengo—. Gracias por explicármelo.
—Hay más, pero no es asunto mío. Llama a Reggie si tienes curiosidad. En cualquier caso, eso pasó hace mucho tiempo. Mi consejo es que lo olvides.
—Lo haré.
No tengo claro si me refiero a llamar a Reggie o a olvidarlo todo.
Cuando regresamos al salón descubrimos que todos han salido al patio. Hace una tarde magnífica y el océano Pacífico se extiende a lo lejos como un manto azul.
—¡Aquí estás! —Wyatt me coge de la mano para que me una a su conversación con Nikki y Jackson—. Acabo de comentar a Nikki que tenemos que cambiar la clase. ¿Cómo te va el martes? Podemos fotografiar la puesta de sol en Santa Mónica. Si a ti no te importa venir a Santa Mónica — dice a Nikki.
—Por mí bien —responde ella—. Luego podemos tomar algo, ¿te parece bien, Syl?
Lanzo una mirada a Damien porque sé que Nikki habrá salido de viaje mucho antes de esa hora.
Pero él asiente de forma casi imperceptible y le sigo la corriente. En definitiva, el viaje es una sorpresa y siempre podemos volver a cambiar la clase más adelante.
—Me parece bien.
—Y me gustaría que encontraras tiempo para venir a la isla —dice Jackson—. Puedo hacer unas cuantas fotos por mi cuenta, pero, según cómo sea el terreno, es posible que quiera tener un repertorio más completo para el proyecto.
—Cuando quieras. La isla me encanta. Estoy deseando volver.
—Damien ha ido esta mañana —explica Nikki.
—¿Tú no? —pregunto.
—He llevado a un inversor —aclara Damien—. Dallas Sykes. Me estoy planteando adquirir parte de su operación. Y quería tranquilizarlo después de que se enterara de lo de Glau.
—Damien ha llevado a Sykes y a su último ligue —suelta Nikki en un tono que deja claro que hemos pasado al terreno de los chismes.
La conversación continúa en esa línea, pasando de los chismes a la familia y los amigos, hasta que Jackson anuncia que él y yo también tenemos intención de inspeccionar la isla y que deberíamos ponernos en marcha.
Nos despedimos, y veo que Jackson y Damien se estrechan la mano como si fueran dos hombres que no tienen el menor problema entre ellos.
Suelto el aire despacio y caigo de pronto en la cuenta de lo preocupada que estaba, incluso mientras los estaba mirando.
Pero ahora parece que todo marcha sobre ruedas y que cualquier mal rollo que Jackson pudiera tener con Damien o se ha resuelto o está poco menos que olvidado.
Y si eso es así, es estupendo.



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Mensaje por berny_girl Mar 26 Jun - 4:38

Capítulo 18

¿Un barco?
Estoy en un muelle cerca del pueblo de pescadores de Marina del Rey, mirando un barco increíble de color crema y preguntándome qué narices hacemos aquí.
—Ya estaríamos en la isla si hubiéramos pedido a Clark o a Grayson que nos llevaran en el helicóptero —echo en cara a Jackson, pero solo se encoge de hombros y continúa con lo que quiera que está haciendo con su móvil—. Hemos tardado más en venir hasta aquí en coche desde Malibú de que lo habríamos tardado en plantarnos en Santa Cortez volando.
Espero una respuesta, pero Jackson sigue sin decir nada.
—¿Me escuchas siquiera?
Alza la vista.
—Estoy comprobando que todo está en orden. —Me muestra el móvil—. Y he mandado un mensaje al equipo de seguridad para que sepan que vamos en barco.
Me cruzo de brazos y me lo quedo mirando. Trato de decidir si esto me irrita o me divierte. Me decanto por lo segundo.
—¿Se puede saber por qué vamos a la isla en un barco?
—No es un barco —arguye—. Es mi barco. Además, quería enseñártelo.
—¿Tienes un barco?
—Sí. Ese de ahí
Señala el barco junto al que estamos. —Eres una caja de sorpresas. —Lo cierto es que estoy encantada. Hace una eternidad que no voy en barco y esto se está pareciendo cada vez más a una aventura—. ¿Va muy rápido? ¿Cuánto tardaremos en llegar a Santa Cortez?
—Unas dos horas.
Miro el cielo. Son las cuatro y el sol ya ha empezado a descender.
—Estamos en octubre. Cuando lleguemos apenas nos quedará una hora de luz.
—Es una suerte que mi habitación esté a bordo. Podemos empezar mañana.
Sonríe, y se parece tanto a un niño entusiasmado que no puedo evitar imitarlo.
—De acuerdo, tú ganas. Háblame del barco. —Me interrumpo—. Un momento… ¿Has dicho «habitación»? ¿Acaso vives aquí?
—Me pareció sensato. Y más barato que seguir yendo de hotel en hotel siempre que venía a la ciudad. Por supuesto, pensé montar una tienda de campaña en mi parcela, pero el barco tiene váter.
—Tomaste una buena decisión —digo muy seria.
—¿A que sí? Lo cierto es que me he reunido con varios clientes en Santa Bárbara. De esta forma puedo ir con mi oficina. —Señala lo que parece ser el segundo nivel del barco, un espacio cerrado con muchas ventanas—. Hay una zona inmensa detrás de la cubierta superior pensada para fiestas. La he convertido en una especie de estudio. Hay mucha luz natural. Está la brisa marina… Además, los barcos siempre me han encantado.
—No lo sabía.
—Como te dije, mi padre no venía a verme a menudo; sin embargo, me enseñó a manejar un velero.
Recorro este barco enorme con la mirada.
—Esto no es un velero.
—Mírate. No tenía ni idea de que supieras tanto de embarcaciones.
Sonrío con suficiencia y ando por el muelle hasta llegar al extremo del barco. Que puede o no ser la proa. A diferencia de Jackson, la verdad es que no sé nada de embarcaciones. No obstante, sé que les ponen nombres. Esta se llama Verónica.
—¿Quién es?
—Mi barco —responde.
—Muy gracioso. Me refiero a quién se llama así.
—¿Quién dice que le he puesto el nombre de alguien? —Me tiende la mano—. Vamos. Deja que te lo enseñe y levemos anclas. Estoy deseando ver nuestra isla.
Le cojo la mano y subo a bordo con él. No insisto en el asunto del nombre, sobre todo porque está claro que no quiere que lo haga. Pero mi curiosidad es tan inevitable como mi desagradable ataque de celos.
No obstante, se me pasa en cuanto embarcamos. Es difícil seguir teniendo celos de un nombre cuando un hombre está tocándote por todas partes y besándote de forma apasionada.
—¿Tienes idea de lo que me ha costado no llevarte al baño en casa de Stark para follarte hasta no poder más? —pregunta al tiempo que ya sube las manos por debajo de mi vestido.
—¿Tienes idea de lo mucho que yo lo deseaba?
Hace una eternidad que no voy sin ropa interior y, desde luego, jamás lo había hecho porque un hombre me lo había exigido. Un hombre cuyas manos ansío desde hace horas. De manera que, aunque he conseguido apartarlo de mi mente y comportarme como una empleada responsable, pensar que Jackson llevaba mis bragas en el bolsillo me ha vuelto un poco loca.
—De hecho, sí —responde después de acariciar mi sexo y encontrarme húmeda y dispuesta. Me mordisquea el labio inferior—. Ha sido un placer torturarte.
—Capullo.
Se ríe entre dientes cuando me mete el dedo y me hace gritar.
—Me perdonarás cuando te compense.
—Puede vernos alguien.
Mi protesta es poco convincente porque ahora me está excitando sin prisa, introduciéndome el dedo y rozándome el clítoris al sacarlo, y tanta sensualidad me está derritiendo.
—Aquí no hay nadie.
—Jackson…
—No. Calla. Solo quiero oírte cuando te corras. ¿Me entiendes?
No digo nada y asiento, tal como se supone que debo hacer. Luego echo la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos y los descubro cargados de lujuria y deseo. Cambio de postura a propósito para facilitarle el acceso y lo observo cuando la prueba de mi claudicación se refleja en su rostro, como una tormenta a punto de desatarse.
Gime de placer y me rodea por la cintura con el otro brazo para sujetarme mientras me acaricia con los dedos. Luego me besa para excitarme también con la lengua. Estoy totalmente a su merced, y me da igual que puedan vernos porque solo quiero más de lo que está dándome. Este intercambio enfebrecido, este placer de vértigo.
Llevo todo el día excitada y, por mucho que quiera paladear la dulce sensación de sus caricias, no puedo contenerme y, antes de estar preparada, la fuerza de mi orgasmo nos sorprende a los dos.
Jackson deja de besarme y, al momento, vuelve a abrazarme.
—¿Sabes cuánto me satisface tenerte entre mis brazos y sentir que me respondes de esta forma?
Consigo sonreír con picardía.
—Créeme, el placer es mío.
Se ríe, me coge en brazos y echa a andar por cubierta mientras, entre risas, le pido que me deje en el suelo.
—Por desgracia, voy a tener que complacerte. —Me deja en cubierta y señala la escalera de mano con la cabeza—. Probablemente es mejor no arriesgarnos a bajarla juntos.
—Probablemente —convengo.
Miro el muelle con el entrecejo un poco fruncido.
—¿Te lo estás repensando?
Mi sonrisa es radiante y muy sincera.
—Solo por la ropa. —Le señalo el vestido—. No puedo ir a la isla vestida así.
—Por mucho que me gustaría proponerte que corretearas por ahí desnuda y descalza, me parece que tienes razón.
—¿Me llevas a mi piso?
Pienso en el tráfico que habrá entre Marina del Rey y Santa Mónica y hago una mueca. Vamos a tardar siglos.
—Tengo una idea mejor. Ven conmigo.
Baja por la escalera y lo sigo a la espaciosa zona que ahora es su estudio. Sin embargo, no tengo tiempo de echarle un vistazo porque baja otro nivel, donde veo dos puertas al final de un estrecho pasillo. La de la derecha está abierta; es el dormitorio de Jackson, lo sé. Teniendo en cuenta que esto es un barco, tiene un tamaño decente y todo está muy ordenado. Empiezo a mirar alrededor para hacerme una idea mejor de dónde estoy, pero de repente la fotografía colgada de la pared cerca de la puerta capta toda mi atención.
Es de una mujer pelirroja con una niña de pelo oscuro en brazos. Están en un parque, y las han fotografiado sin que ellas se den cuenta mientras sonríen y ríen.
Reconozco a la mujer: es la pelirroja de la proyección del documental.
Miro a Jackson, de pronto insegura.
—Ella te importa —digo, incapaz de disimular mi tono acusador.
Frunce el ceño.
—¿Qué?
—En el coche has dicho que ninguna de las mujeres con las que te habías acostado te importaba. Pero ella te importa.
Detesto los celos que enturbian mi voz, pero no puedo evitarlo.
Se acerca y se queda a mi lado. Luego descuelga la fotografía.
—Nunca me follé a Megan —dice—. No como me follé a las demás.
Me vuelvo hacia él, picada por la curiosidad y, sí, celosa por la ternura que percibo en su voz.
—Me acosté con ella, pero fue un momento de debilidad para los dos.
—¿Quién es?
—Una amiga —responde y, aunque espero que sea más explícito, no es así—. Fue un error. ¿Puedes entenderlo?
Pienso en Louis y todos los errores que he cometido.
—No es asunto mío con quién te has acostado en estos últimos cinco años.
—No lo es —conviene—. Pero, de todas formas, para mí es importante que lo sepas.
Asiento, con cierta culpa por guardarle secretos. En el coche le he dicho que no me había acostado con ningún hombre después de él. Y es cierto, en teoría. Pero me acosté con Cass. Una vez que cometimos la estupidez de emborracharnos después de que yo regresara, y las dos supimos de inmediato que había sido un error. Y, aunque creo que debería explicárselo, no quiero que haya mal rollo entre mi mejor amiga y mi novio, porque, pase lo que pase, en este momento, son las dos personas más importantes de mi vida.
Así que solo asiento.
—Tranquilo —digo—. Sé lo que es cometer errores.
—Aún es amiga mía —continúa—. Ella y Ronnie significan mucho para mí.
—¿Ronnie?
Pasa el dedo por la imagen de la niña.
—Su hija.
—Es una monada.
—Es una cría estupenda.
Vuelve la cabeza y me mira, pero lo hace durante tanto rato que empiezo a sentirme incómoda.
—¿Qué?
—Nada. Solo estoy contento de tenerte aquí. —Me abraza y me besa—. Quiero que las conozcas, algún día —añade mientras vuelve a colgar la fotografía—. En todo caso, tienes más o menos la talla de Megan. Creo que en el otro camarote hay ropa que puedes ponerte para la isla.
Me lleva al camarote cerrado. Es similar al suyo, pero más pequeño.
—¿Es su camarote?
—Es el cuarto de invitados —responde con firmeza—. Ella viene a menudo como invitada.
—Vale. Perdona. Aún estoy un poco celosa.
Se ríe.
—Creo que me gusta que estés celosa. Dentro de un orden.
—Bien —digo cuando abre un cajón y saca un par de mallas de yoga y una camiseta.
—También hay vaqueros, si lo prefieres.
Miro la talla de las mallas y me las pego a las piernas.
—No, creo que estas me servirán. ¿Y calzado?
Eso tampoco resulta ser un problema porque Megan ha dejado unas chancletas y unas zapatillas de lona en el armario. Me quedan un poco grandes, pero no tanto como para que sea un problema.
—Supongo que ya lo tengo todo —digo.
—Estupendo. Porque lo único que quiero hacer ahora mismo es sacar el barco del puerto, poner el piloto automático y hacerte el amor en cubierta.
—Bueno —replico encantada—, eso no lo pongo en duda.
Lo sigo a cubierta y veo, con cierta sensación de inutilidad, cómo desata las amarras y sale del puerto maniobrando con cuidado.
Cuando estamos en mar abierto me ofrece sentarme al timón.
—¿En serio?
—Es como conducir un coche —explica y, aunque no es exactamente lo mismo, se parece bastante.
De hecho, es un poco más fácil porque solo tengo que ir hacia delante, sin preocuparme de salirme del carril.
Se queda de pie detrás de mí con las manos en mis hombros, rozándome el pelo con los labios, mientras gobierno el yate e intento concentrarme en lo que hago.
—Sabes que estás distrayéndome, ¿verdad?
—Pero no me preocupa que choquemos.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Por supuesto.
—¿Por qué estaba enfadada Megan el día de la proyección?
Tensa las manos.
—Porque yo había hecho una estupidez.
Vuelvo la cabeza para mirarlo.
—¿Y lo has resuelto?
—Sí —responde—. Creo que sí.
No me da más explicaciones y no le insisto. En cambio, dejo que ponga el piloto automático y me lleve al otro lado de la cubierta superior, donde hay una colchoneta enorme y mesas bajas para tomar aperitivos.
—Pronto atardecerá —dice—. Voy a buscar vino.
Lo veo bajar mientras el sol cae a plomo sobre mí. Hace fresco, pero este barco está construido de tal forma que la cubierta superior queda un poco hundida y me protege del viento mientras el yate avanza.
Aun así, Jackson está bien preparado, porque encuentro mantas y almohadas en un pequeño arcón de madera. Las saco y las dispongo sobre la colchoneta para que los dos podamos acurrucarnos entre ellas.
Luego, como me siento juguetona y quiero que lo sepa, me quito el vestido y me meto bajo una de las mantas.
—Vaya… Qué interesante. —Ha regresado con el vino y me mira con tanto deseo que me alegra haberme quitado la molesta ropa. Echa un vistazo a la silla sobre cuyo respaldo he dejado el vestido antes de volver a mirar hacia donde estoy recostada en unas almohadas, con la manta subida para cubrirme los pechos—. Pero que muy interesante, sí.
Se inclina sobre mí y pulsa un interruptor de la caja gris del tamaño de un baúl que está a unos palmos de nosotros.
—Calefacción —explica, en respuesta a mi mirada interrogante—. Pienso destaparte y no soportaría que te enfriaras.
Sonrío.
—Qué detalle por tu parte. ¿Y qué piensas hacer cuando me quites la manta?
—Muchas cosas.
Dudo un momento, pero enseguida intento parecer segura cuando digo:
—¿La clase de cosas de las que hablabas en el coche?
Me mira de soslayo mientras se tumba a mi lado.
—¿Es lo que quieres? —Pasa un dedo por el borde superior de la manta. Apenas me roza, pero es tal la descarga que casi me vuelvo loca—. ¿Sexo salvaje? ¿Un poco de morbo?
Ha bajado la voz, pero su tono se ha vuelto más autoritario. Es una combinación intensa, y noto que mi sexo responde ya a sus palabras.
—¿Deseas someterte por completo, confías en que te daré lo que necesitas? ¿En que te llevaré a donde los dos sabemos que quieres ir?
Asiento, sin estar segura de poder articular palabra. Su sonrisa es pausada, sexy y triunfal. Se inclina sobre mí y me besa en los labios con suavidad.
—Bien. Yo también quiero eso.
Mete el dedo por debajo de la manta y, despacio, me va destapando. Los pechos, la cintura, las caderas, el sexo. Oigo su quedo gemido y paladeo el placer que me provoca saber que me desea.
Luego me estremezco cuando termina de bajar la manta y me destapa las piernas, los pies, los dedos.
—Preciosa.
Su tono es de asombro, como si acabara de descubrir un tesoro, y tiemblo de placer sabiendo que soy yo quien acapara sus cinco sentidos.
Se agacha, se mete mi dedo gordo del pie en la boca y me lo chupa con suavidad. Arqueo la espalda ante la inesperada sensación, la sensual corriente de placer que me sube por la cara interna de los muslos hasta el sexo, ya palpitante.
—Oh, Dios mío…
—¿Te gusta? —pregunta mientras se acuesta a mi lado, aún vestido.
—Qué va —respondo.
—Hay castigos por mentir.
—¿Ah, sí? —Me muerdo el labio inferior—. Esa información es muy interesante.
Nunca me han azotado; no era la clase de actividad que encajaba con mi anterior forma de entender el sexo. Pero en este momento, con este hombre, estoy deseando explorar todas las posibilidades.
Se ríe y me besa.
—Alguien tiene ganas de portarse mal.
—Debe de ser la brisa marina.
—Sí.
Me pasa un dedo por el pecho y, aunque su caricia es dulce, mi reacción es salvaje.
—Sigo sin conocer las historias que encierran todos estos.
—¿Por qué no pruebas a adivinarlas?
Se sienta y llena dos copas de vino.
—¿Qué me das si acierto?
—Un beso.
—¿Cómo voy a rechazar ese desafío? —Traza un círculo en el aire con el dedo—. Date la vuelta.
Obedezco y en cuanto estoy boca abajo noto sus dedos en mi piel, acariciándome, repasando los tatuajes. Luego los sube por mi columna vertebral hasta llegar al pequeño símbolo que tengo tatuado justo entre los omóplatos.
—Este.
—Ese es… difícil —digo.
—Es lo bastante fácil para ver qué es. Las flechas para rebobinar, avanzar rápido y poner en marcha un aparato. El cuadrado para parar y el cuadrado partido para la pausa. Son las teclas de una grabadora digital.
—Qué listo. Pero lo difícil es acertar qué significa.
—No tengo ni idea —reconoce—. Sin embargo, la curiosidad me pica lo suficiente para sacrificar un beso.
—Me corté el pelo —explico—. Solía llegarme justo ahí. Y cuando… —Respiro hondo y vuelvo a empezar—. A Bob le gustaba mi pelo. Siempre decía maravillas de él. Así que, cuando todo terminó, me lo corté. Y Cass me hizo ese tatuaje.
—Control —reflexiona en voz alta—. Tú lo controlas. Lo corto o largo que lo llevas. El color.
Me doy la vuelta y me apoyo sobre un codo para darle un beso, largo y apasionado, y, cuando me aparto, le mordisqueo el labio inferior.
—Se te da muy bien este juego.
—Me apetece seguir jugando —declara, y me colma el deseo que percibo en su voz.
Me dispongo a ponerme otra vez boca abajo, pero me lo impide.
—No. Este ahora.
Señala el símbolo femenino entrelazado con una rosa que tengo tatuado en el pecho.
He de contenerme para no moverme, porque es el tatuaje sobre Cass y no estoy segura de querer hablarle de eso. Pero la que ha empezado este juego soy yo y no creo que pueda escaquearme sin más. Lo cierto, por otra parte, es que ya le he ocultado suficientes secretos. No necesito seguir guardando este.
—Vale —digo—. Pero no lo adivinarás. Es una lástima, porque tenía muchas ganas de darte tu premio.
—Tienes muy poca fe.
—Por el contrario, estoy muy segura.
—Dame un momento.
Se pone a horcajadas sobre mí. Sigue vestido y sus vaqueros me rozan la piel desnuda de un modo que no debería ser provocativo, pero lo es. Me pone las manos en la cintura y las sube hasta mis pechos. Me acaricia el derecho y juguetea con el pezón mientras, con la otra mano, me resigue el tatuaje.
—Estás haciendo tiempo —arguyo entre jadeos.
No solo tengo la respiración entrecortada por la magia que está obrando en mi pecho, sino porque está sentado sobre mi sexo y, aunque no soporto todo su peso, noto su calor y el roce de sus vaqueros. Y, sinceramente, me estoy poniendo como loca.
—Puede que un poco —reconoce—. Pensaba que el retraso podía gustarte.
Reconozco para mí que en eso ha acertado.
Me obligo a ignorar cómo mi cuerpo ansía más que este contacto tan sutil y empiezo a tararear la sintonía del concurso de televisión Jeopardy!
Se echa a reír.
—Ya lo tengo. —Me mira a los ojos—. Este te lo tatuaste después de acostarte con Cass.
Estoy segura de que mi expresión refleja puro asombro.
—¿Cómo lo has sabido a partir de un tatuaje?
—No de un tatuaje. De este tatuaje. Y lo he sabido porque te conozco. Y cuando me dijiste que era lesbiana, até cabos.
Me ha dejado boquiabierta. También me siento un poco aliviada. Si mi mejor amiga fuera un tío, esa pregunta surgiría de forma natural. «¿Os habéis acostado?», y luego hablaríamos de ello. Pero, aunque debería ser igual, un hombre jamás pregunta a su novia si se ha acostado con su mejor amiga.
Y, aunque me siento extrañamente incómoda por algo de lo que no me avergüenzo en absoluto, me alegra que Jackson lo sepa. No quiero tener secretos con las personas a las que estoy más unida.
Suspiro, porque acabo de darme cuenta de cuánto me importa Jackson y de la rapidez con que ha llenado mi vida.
Aunque, si lo pienso, teniendo en cuenta el tiempo que hemos desperdiciado, en realidad no ha sido nada rápido.
Jackson me está mirando fijamente.
—¿Te molesta que te lo haya preguntado?
—No. De hecho, estaba pensando que es un alivio.
—Entonces ¿salisteis juntas?
—No… no, solo fue una vez, y las dos estábamos un poco achispadas. Ella me tiró los tejos y supongo que podría decirse que yo los cogí. —Me encojo de hombros—. Nos lo pasamos bien. Fue agradable. Es decir, me gustó, ¿sabes? Pero no soy lesbiana, aunque supongo que quizá quería serlo. Con lo mal que me pongo, quizá pensaba que me resultaría todo más fácil. En cualquier caso, Cass no esperaba nada y después ni siquiera nos sentimos incómodas. —Vuelvo a encogerme de hombros—. Es mi mejor amiga y la quiero, pero solo somos amigas, en serio.
Sigue observándome con mucho interés.
—Confías en ella.
—Por supuesto.
—Por eso estuvo bien.
Se aparta y aprovecho para cubrirme con la manta porque, de repente, me siento extrañamente expuesta.
—Ella mandaba, Syl. Era la que tenía el poder. Pero tú te sentiste bien. Y no tuviste pesadillas. Y te gustó.
Asiento despacio. Jamás me lo había planteado así.
Me coge la mano y se la acerca a los labios.
—También puedes confiar en mí.
—Ya lo sé —digo.
No obstante, veo la verdad en sus ojos. No estamos hablando de forma genérica. Habla de mi pasado. De mis secretos.
Habla de Bob.
Consigo sonreír y cojo mi copa de vino.
—Confío en ti —afirmo sin dudarlo—. Aunque no sé muy bien por qué. A fin de cuentas, no cumples tus promesas.
—¿No?
—Antes me has prometido que habría morbo —explico—. ¿No era ese el plan que me has descrito en el coche cuando íbamos a casa de Damien? En vez de eso, lo único que hemos hecho es hablar y hablar.
Dejo caer la cabeza en la almohada como si estuviera aburrida.
—Tienes razón —reconoce—. Lo que pasa es que estamos navegando con el piloto automático y es posible que lo que quiero hacerte no esté en la lista de actividades permitidas por la guardia costera. Pero en cuanto echemos amarras…
Sin terminar la frase, se inclina sobre mí y me roza el vientre con los labios.
—Hasta entonces, avísame si te da la impresión de que vamos a impactar contra una ballena o a empotrarnos contra una isla.
Sus labios dejan una estela de besos tan candente en mi vientre que los músculos me tiemblan y el cuerpo me arde. Cuando llega al pubis se coloca entre mis piernas y me besa el sexo; me excita con la lengua mientras me sujeta por las caderas para que no pueda eludir este placer salvaje que está creciendo tan deprisa porque llevo todo el día excitada.
Pero no deseo hacerlo todavía. He decidido lo que voy a contarle después. No todo. Pero sí la mayor parte. Porque confío en él. Y quiero que me entienda.
Así que me contendré. Será mi premio por compartir un secreto.
—Jackson… —digo cuando me tiene al límite—. Para.
Hundo los dedos en su pelo y le levanto la cabeza.
Me mira con una expresión interrogante en los ojos rebosantes de pasión.
—Quiero quedarme así, al borde. Me gusta. No quiero correrme todavía.
—¿Ah, no? Lo recordaré.
Trago saliva mientras me pregunto qué puerta sensual acabo de abrir.
—El caso es —continúo— que aún no te he dado el beso por el segundo tatuaje. Y como no creo que esté capacitada para estar pendiente del rumbo del barco, tendrías que ir a sentarte al timón.
—¿Ah, sí?
Me limito a sonreír con aire inocente.
Se ríe, pero obedece y, un momento después, voy tras él a la cubierta superior. La silla del capitán está tapizada y me recuerda los asientos de los todoterrenos de lujo, con brazos que suben y bajan. Es giratoria y ahora mismo está orientada hacia delante. Jackson tiene la mano en el timón. Hemos dejado atrás las luces de Catalina y veo Santa Cortez a lo lejos, cada vez más grande.
—¿Cuánto falta?
—Una media hora —responde.
—Bien —digo, y hago girar la silla.
Me arrodillo y pongo la mano en su entrepierna, mirándolo a los ojos. Quiero decirle que a su lado me siento segura. Que confío en él. Pero soy incapaz de articular palabra.
Espero que lo entienda por mis actos.
Bajo la mirada y me concentro en sus vaqueros. Despacio, le bajo la cremallera y le saco la polla.
La tiene dura y enorme. Quiero hacer esto. Quiero saborearlo. Quiero sentir cómo se excita. Necesito darle esto, a este hombre que ya me ha dado tanto.
Necesito darle este placer antes de enfrentarlo a la cruda realidad de mis secretos.
Lo excito con la punta de la lengua. Dejo una mano en su mulso, pero le cojo la polla con la otra y noto que se le tensa la musculatura. Cambia de postura para exigirme más sin palabras. La siento y me gusta. Esta sensación de poder. De saber que lo estoy llevando a un lugar sublime.
No puedo comérsela entera, lo sé. Pero me la meto en la boca y utilizo la lengua y la mano para acariciarla mientras se la chupo con los labios apretados, intentando llevarlo al límite y excitándome cada vez más con cada gemido que se le escapa. Cuando siento que crispa los dedos enredados en mi pelo. Al notar que la polla se le endurece en mi boca y se contrae cuando está casi a punto.
—Para —me ordena en voz baja mientras me levanta con delicadeza.
Separo la boca a regañadientes, pero me pongo de pie y lo beso con la lengua para que conozca el sabor de su propio placer.
—¿Estás seguro?
—Yo también quiero estar al borde.
—¿En serio?
—Tengo planes para ti —responde.
—Qué interesante.
—Ven aquí —dice, y me sienta en su regazo.
La silla tiene el brazo bajado y estoy acurrucada entre sus brazos. Tengo un poco de frío, por el viento, pero como no quiero moverme para ir a coger la manta me apretujo contra él. Suspiro cuando pulsa el botón del tablero de instrumentos que pone en marcha los calefactores dirigidos a la silla del capitán.
Me siento abrigada, segura y protegida, y empiezo a hablar como si explicarle esto fuera la cosa más natural del mundo.
—Hay más, ¿sabes? Sobre Bob, quiero decir.
Noto cómo se tensa y cuando habla lo hace con las palabras precisas.
—¿Quieres contármelo?
—No sé si quiero, pero me parece que lo necesito.
Alzo la vista solo el tiempo suficiente para que su forma de mirarme me dé fuerzas. Luego me apretujo contra su pecho, porque es más fácil hablar así, envuelta en sus brazos.
—Fue violación, lo que hizo. Eso lo sé. Pero creo que antes no te he dado la impresión correcta cuando te lo he explicado. No… no me forzó.
—Te sedujo —dice con la voz cargada de odio—. Si así es como llaman a esa clase de conducta con una niña de catorce años.
Asiento, sintiéndome como si volviera a tener esa edad.
—Me tocaba cuando me arreglaba un traje. Me decía que era guapa. Que quería tocarme el pelo. Que solo quería que luciera. —Me noto la boca como si la tuviera llena de algodón, pero me obligo a seguir hablando porque quiero explicárselo todo. Por alguna razón, en este momento contárselo me parece la cosa más importante del mundo—. Halagos, palabras bonitas. Y razones para justificar la ausencia de sus empleados. Y luego me…
Inspiro hondo y trago saliva.
—En mis pesadillas nunca es como pasó en realidad. Por lo general estoy desdoblada. Una de mis yo es está mirando y la otra está con él. Casi siempre me ata. O me obliga a estar de pie en una determinada postura. O se muestra más duro y me mete las manos por debajo de la camisa. Me amenaza. Me atrapa, de algún modo. —Me paso la lengua por los labios—. Pero, en realidad, no fue así. Es decir, sé… sabía que lo que Bob hacía estaba mal y, sin embargo, todo era más o menos puro.
Levanto la cabeza para mirarle la cara y por su expresión deduzco que querría no haber oído esa palabra. Pero no sé cómo describirlo de otra forma. Porque eso es parte de lo que odio tanto.
—Eso lo empeora —digo—. Porque el caso es… El caso es…
—Que tú respondías. Que llegabas al clímax.
Vuelvo a pegar el rostro contra su pecho y asiento.
—Odiaba lo que Bob me hacía, ¡lo odiaba!, pero la sensación me gustaba. Era incapaz de controlarla. Era intensa. Incontenible. Y por mucho que me esforzara en aguantar, no podía. No quería, y aun así…
—Te arrebató el control. —Sus palabras, firmes pero mesuradas, están tan cargadas de ira que temo que una sola palabra equivocada mía lo haga estallar—. Pervirtió tu placer. Ese hijo de puta te ha dejado una cicatriz igual de honda que si te hubiera clavado un cuchillo, Sylvia.
Me levanta la cabeza con delicadeza para que lo mire a los ojos. Y, cuando habla, su voz es tan dulce como un beso.
—Tú no hiciste nada malo, nena, mientras que él era un monstruo. Y juro por Dios que si alguna vez encuentro a ese hijo de puta lo mataré



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Mensaje por carolbarr Mar 26 Jun - 6:47

Dudo que los padres supieran que el viejo verde l a violaba, pero si la llevaron para que fuese modelo y ganar dinero extra que les hacia falta. Es una de las cosas quédense superar, ser molestaron sus padres.
Jackson co oferta a Stark de algun club? No recuerdo mucho de los primeros libros,los lei hace muchísimos años
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Mensaje por citlalic_mm Mar 26 Jun - 17:43

Capítulo 8 - 10:

 Por lo visto Avalon es un pre a su siguiente  tatuaje, pero marcarse con las iniciales de las personas a las que ha utilizado, rayan en la locura, necesita terapia urgente o contar todo antes de que explote…

 Después de cederle el control a Jackson y ver en lo que se había convertido le dio pánico regresar a lo que había sufrido decidiendo dejarlo ir.

  Con que otra intención acepto el proyecto; Hay que admitirlo ambos se utilizaran, quien saldrá perdiendo la batalla y mas cuando ambos se atacaran con todo??
Capítulo 11 - 13:

 Es una manera muy enferma de recordar algo no? Y además quiere que vea de lo que se perdió por dejarlo, sin saber el  daño que eso les hará.

  Interesante elección de restaurante solo para sacarla de sus casillas, un poco más, y sumándose a la lista esta su hermano de regreso, que hará ahora?

 Si fue un error, pero ella también lo quiso y solo por subir en su carrera, pero a que precio, necesita ayuda pero se rehúsa a ella.
Capítulo 14 - 16:

 Todo lo que tuvo que sufrir y dejar atrás para poder sobrevivir pobre, cuéntale la verdad para que te ayude, es lo que quiere pero no sabe como pedirlo…

  El estar juntos les sienta bien a ambos, están tan dañados a su manera que no saben lidiar con ciertas situaciones, uno golpea hasta el cansancio y otro se tatúa  para no olvidar…

 Tiene un conflicto con stark, no solo por terrenos comprados de forma ilegal, ahí hay algo mas y si es el hermanastro??? Eso seria una bomba… quien diría que la dominación seria una forma de terapia.
Capítulo 17 - 18:

  Nunca había leído tanto sobre arquitectura en un libro como este, ahora no se si terminar de leer o conseguir un arquitecto para que diseñe la casa de mis sueños, jajaja, que secretos esconde Jackson??

 Sin duda es un arquitecto excéntrico mira que tener su oficina en un barco junto con su casa por no querer acampar en su terreno, por otro lado Megan será una piedra mas en el camino? Yo creo que si y ese Bob es toda una fichita cierto?
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Mensaje por yiniva Mar 26 Jun - 21:32

Que genial está lo del barco, me gusta que Jackson haga que Sylvia se sienta segura y confiada cada vez que está con el.
Gracias Berny


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Mensaje por berny_girl Miér 27 Jun - 4:42

Capitulo 19

Ya está anocheciendo cuando Jackson amarra en el puerto. Yo había pensado bajar a Santa Cortez esta noche, pero solo hay luces en el muelle y en la zona que rodea el helipuerto, y ponernos a recorrer la isla alumbrándonos con linternas parece absurdo.
Además, ahora mismo me interesa más estar en brazos de Jackson que en mi isla. Además, es domingo; una chica tiene derecho a disfrutar de su fin de semana.
Estoy en el camarote de Jackson, arrebujada en su albornoz, mientras se me pasa todo esto por la cabeza. A decir verdad, lo único que quiero en este momento es a Jackson.
Como si un genio me hubiera concedido mi deseo, lo veo en la puerta. Tiene la sonrisa ladeada y un destello de picardía en la mirada, y solo puedo pensar en lo feliz que soy de que por fin hayamos llegado, y el barco esté amarrado y no tengamos que preocuparnos de que el piloto automático nos cruce en la dirección de un transatlántico.
En otras palabras, es hora de divertirse.
—Me gusta verte con mi albornoz. —Se apoya en el quicio de la puerta—. Me gusta mucho.
—Puede que te guste incluso más cuando no lo llevo.
—Puede. —El camarote es pequeño, con lo que está a mi lado en tres zancadas—. ¿Por qué no te lo quitas y te metes en la cama?
—Bien pensado —convengo.
Empiezo a desatarme el cinturón, pero sus palabras me inducen a detenerme.
—Deberíamos dormir un poco.
Vuelvo a ceñirme el cinturón y lo miro.
—¿Dormir?
Me planta un beso en los labios tan suave como un aleteo de mariposa.
—Después de todo lo que me has explicado…
Le cojo la mano.
—Después de todo lo que te he explicado, necesito esto. Por favor, Jackson, no hagas que me duerma con esos recuerdos en la cabeza. Te deseo. Quiero lo que me has prometido.
Me observa un momento con expresión inescrutable. Luego señala la cama.
—Quítate el albornoz.
—Jackson…
—No. —Me hace callar con el dedo—. No me discutas. No protestes. ¿Está claro?
Sí. Muy claro. Y tengo que contenerme para no sonreír con aire triunfal. En cambio, lo miro con el semblante impasible mientras me quito el albornoz y dejo que caiga al suelo. No me muevo, a la espera de que me diga qué quiere que haga.
Pero no dice nada. Se queda quieto, a mi lado, y el calor que irradia es tan intenso que temo que nos queme a los dos. Me devora con la mirada y veo el bulto de su erección bajo los vaqueros.
—Eres guapísima, joder. Podría pasarme toda la vida mirándote y nunca me hartaría de hacerlo.
Se acerca más y me pasa el dedo por el labio antes de ordenarme que se lo chupe. Obedezco y, con cada chupada, el calor que noto entre las piernas no hace sino crecer.
—Así, nena.
Con la otra mano, me coge una de las mías y me la mete entre las piernas. Me guía para que me toque. Mis dedos resbalan sobre mi sexo mojado; eso ya sería erótico en sí mismo, pero la combinación de su mano, la mía y su dedo en mi boca me excita cada vez más hasta llevarme tan al límite que lo único que quiero hacer es meterme nuestras manos juntas y correrme.
Sin embargo, justo cuando estoy a punto de hacer eso, Jackson me saca el dedo de la boca y me quita la mano del sexo con delicadeza. Me quedo ansiosa y jadeando, pero no protesto. Sé muy bien que iría contra las reglas.
—Échate sobre la cama. Separa las piernas.
Le hago caso, aunque me siento un tanto tímida. No obstante me veo recompensada con una mirada de pura pasión y eso me da valor. Me muerdo el labio inferior y las separo todavía más. Y después, sin despegar los ojos de los suyos, bajo la mano, me meto los dedos en el sexo y arqueo la espalda porque no me esperaba una sensación tan intensa, más potente aún porque me está mirando.
—Buena chica —dice—. Tócate. Acaríciate. Necesito un momento y, cuando vuelva, te quiero cachonda y lista para mí, así que no pares. Pero no te corras. Si lo haces, habremos terminado por esta noche, cariño.
¡Juegos eróticos! Pero me gustan y hago lo que me pide. Me acaricio y dejo que mi excitación aumente. Luego, como estoy decidida a ponerlo tan cachondo como él me ha puesto a mí, subo la otra mano y jugueteo con mi pecho, tocándome el pezón, sabiendo que no puedo dejarme llevar demasiado porque Jackson es un hombre de palabra y no quiero que esta noche termine sin tenerlo dentro de mí.
No me ha dicho que guarde silencio, de modo que lo llamo. Se ha sentado en el suelo, delante del armario abierto del camarote. Está sacando cosas de un baúl, pero no veo qué son. Hasta que se levanta y descubro que sujeta una cuerda y una tela negra y sedosa. Vacila y suelta la cuerda.
No me hace falta preguntarle para saber la razón. Salí corriendo la primera noche en el hotel. Jackson me ató y me vendó los ojos, y ahora teme que esa combinación sea excesiva.
Sin embargo, no lo es. Estoy segura de ello. Aunque tenga pesadillas, nunca volveré a echar a correr. A menos que corra a su encuentro.
—¿Me dirás qué hay en el baúl?
Sonríe cuando se acerca con la venda de seda negra.
—Haré algo mejor. Te lo enseñaré. Pero no esta noche. Esta noche no pienso dejarte ver nada. — Me indica con un gesto que me siente—. Arrodíllate —ordena—, pero mantén las rodillas separadas y las manos detrás de ti.
—Estás siendo demasiado blando conmigo —digo mientras me venda los ojos, procurando disimular cierto tono acusador.
—¿Que soy blando? —replica—. Estoy empezando despacio… para darnos margen. Pero si tienes quejas, no dudes en expresarlas.
Mientras hablaba me ha introducido el dedo, y arqueo la espalda en reacción a este placer inesperado.
No me había tocado hasta ahora y la penetración me sorprende, me pone a cien y me aguza los sentidos. Es como si fuera un resorte a la espera de saltar y, cuando saca el dedo, gimo para protestar porque ahora que no me toca estoy a merced de mi deseo y mi expectación.
Es un estado que desconozco y me siento más excitada que nunca. Así que, decididamente, no me quejo.
—Eres preciosa —insiste—. Tus pechos —susurra mientras me toca los labios—. Tu coño — murmura al pellizcarme el pezón—. Tus labios —añade cuando me acaricia el clítoris.
Ninguna caricia se corresponde con sus palabras, y me muerdo el labio inferior para intentar controlar la sensual sinfonía que está tocando en todo mi cuerpo.
—Así es como te quiero. Abierta a mí. Confiada. Tan excitada y hermosa. Encajamos, Sylvia. Nos compenetramos. Cada vez que te toco es un regalo. Cada vez que te beso me encuentro un poco más a mí mismo.
—Jackson…
Sus palabras me están derritiendo, estrujándome el corazón.
—Inclínate hacia delante —ordena—. Apóyate en los antebrazos.
Obedezco y noto que la cama se mueve cuando se coloca a mi lado. Intento determinar dónde me tocará por el movimiento del colchón, pero es inútil. Siento sus labios en la nuca, bajándome por la espalda. Luego me coge el trasero con ambas manos.
—Tienes un culo perfecto —dice, y me besa las nalgas como si les rindiera homenaje antes de instarme a separar las piernas.
Vacilo, pero no porque no quiera hacer lo que me pide. Al contrario, me asombra cuánto deseo hacerlo. Hasta qué punto me ha calado Jackson. El control que arrebataba a los hombres que hacía míos en lugares como Avalon solo era una ilusión. Una venda para tapar el dolor y los recuerdos.
Pero esto… esto es lo que quiero. Lo que me hace sentir. Y confío lo suficiente en Jackson para abandonarme.
—Ahora.
Hago lo que me manda, y me estremezco cuando me acaricia el sexo y sube la mano por el perineo, el culo, el centro de la espalda, acercando su cuerpo más al mío conforme se inclina sobre mí. La sensación es estremecedora, como si me estuviera pasando un cable por el cuerpo y me encendiera al tirar de él.
No sé cuándo, pero se ha quitado la ropa. Notar su piel desnuda contra la mía hace que me ponga al rojo vivo.
—Debería alargar esto —dice—. Debería atormentarte hasta que estuvieras a punto de romperte. Pero, maldita sea, Sylvia, llevo todo el día deseándote. Te he imaginado en esa dichosa fiesta esperándome con el coño mojado y caliente. Te lo he lamido. Te he tenido desnuda entre mis brazos en cubierta. Me he imaginado follándote tantas veces hoy que no puedo esperar más.
—Pues no lo hagas…
Doblo los brazos para ofrecerme a él. Para que vea cuán mojada estoy.
—Oh, joder, Syl. Acabarás conmigo.
Lo noto moverse. Noto sus manos en mis caderas. Y, después, la dulce presión de sus dedos acariciándome, abriéndome y dilatándome antes de meterme la polla. La tiene dura, pero estoy más que lista y, cuando me penetra, al principio despacio y después cada vez con más ímpetu, grito de placer y me abandono.
Estoy doblada mientras él me embiste, una posición que me limita, con lo que me hallo a su merced, dejando que me sujete para moverme a su ritmo, permitiendo que me acaricie el clítoris con los dedos al compás de sus embates. Nunca me habían follado así y me gusta. Hace que me sienta abierta y desinhibida. Hace que me sienta suya.
Y cuando estalla dentro de mí, cuando continúa acariciándome el clítoris y me anima, diciendo «Déjate ir, nena, tú solo déjate ir», también alcanzo el clímax y estallo de una forma tan violenta que me quedo sin fuerzas y me desplomo sobre la cama, aún con los ojos vendados, completamente saciada.
Noto que la saca, ya blanda, y me limpia con un pañuelo de papel antes de abrazarme por detrás. Me quita la venda con delicadeza y me doy la vuelta hacia él. Empiezo a hablar, pero me acalla con un beso que es tan apasionado e intenso que me llena tanto como antes me ha llenado su polla y es al menos igual de sensual.
—Bueno —susurra cuando termina de besarme—, ahora sí que tienes que taparte y tratar de dormir.
—Solo si tú me acompañas.
—Cariño, no podrías echarme de aquí aunque quisieras.
Abre la cama, pero estoy tan agotada que tiene que ayudarme a ponerme bajo las sábanas. Cuando se acuesta a mi lado nos acurrucamos con las piernas entrelazadas y me quedo dormida entre sus brazos.
Horas después me despierta un agradable olor a café y canela.
—Podría acostumbrarme a esto —digo al recostarme en las almohadas y coger la bandeja con café, crema de leche y un bollo de canela caliente.
—Yo también —declara antes de besarme con dulzura.
Tomo un sorbo de café y lo disfruto, pero disfruto más mirando a Jackson mientras se pone un pantalón caqui y una informal camisa de lino.
—¿Me doy prisa?
—Tómate tu tiempo. Tengo cosas que hacer con el ordenador y la isla no va a irse a ninguna parte.
Me aprieta la mano y sale del camarote. Vuelvo a recostarme en las almohadas y paladeo la sensación de sentirme como en casa. De formar parte de este espacio. Su espacio.
Después de desayunar me ducho y me pongo las mallas de yoga y la camiseta de Megan. Luego subo a la cubierta superior y entro en su estudio. Tiene tres monitores de ordenador inmensos; en uno hay abierto un programa de diseño y dibujo, en otro un mapa topográfico de la isla, y en el tercero un procesador de texto.
Miro el mapa y caigo en la cuenta de que es uno de los que Nigel nos envió cuando adquirimos la Santa Cortez.
—¿Cómo lo has conseguido?
—Por Aiden —responde—. Le he llamado mientras estabas duchándote y me lo ha enviado. También ha dicho que estaría en tu área privada del directorio de Stark, pero que yo entendería que no puede darme acceso a tus archivos.
—Eres muy eficiente.
Me siento a su lado para acceder a la página web de la empresa y, después, a mi área privada.
Tengo mis archivos abiertos en menos de cinco minutos y transfiero todos los mapas, estudios topográficos y fotografías de la isla a una carpeta del ordenador de Jackson.
—Ahora ya tienes la misma información que yo.
—Es excelente —observa conforme abre los archivos y teclea para imprimirlos—. Deja que organice todo esto y podremos ponernos en movimiento. Ya he puesto en la mochila algo para picar, pero si coges un par de botellas de agua, sería genial.
Me parece buena idea, así que lo hago. Me planteo llevar una botella de vino frío, pero decido no hacerlo. Esta puede ser una isla romántica y apartada, pero también es trabajo. Y probablemente es mejor que no mezclemos lo uno con lo otro.
Bajamos a tierra y echamos a andar por el muelle en dirección al helipuerto y la parte edificada de la isla.
Señalo el mismo camino que seguí para reunirme con Nikki y Damien hace solo unos días.
—Supongo que podemos ir por ahí y rodear la isla. No es enorme, pero tampoco minúscula. Se tardan unas tres horas en verla entera, más si nos paramos a tomar notas o hacer fotos.
Ojalá hubiera traído mi cámara, pienso. De todos modos, Jackson ha traído una de bolsillo que tiene un zoom decente, así que al menos podremos documentar zonas para completar sus anotaciones.
Estoy pensando en eso, y preguntándome si debería regresar al barco a toda prisa para coger otro cuaderno, cuando Jackson me coge de la mano, tira de mí y me da un beso largo e intenso. Casi me derrito. Hunde los dedos de una mano en mi pelo y la otra la introduce debajo de mis mallas. Me aprieta el culo sin dejar de besarme, y sé que ya estoy empapada.
Me separo, respirando de forma entrecortada.
—Esto no es muy profesional que digamos, señor Steele.
—Y no volverá a repetirse, señorita Brooks. Pero me ha parecido que necesitábamos un buen beso para pasar bien la jornada. Después de todo, si no vamos a acabar como en De aquí a la eternidad en el frío Pacífico, yo al menos quiero un beso bajo el sol.
No puedo evitar reírme. Le he dicho que tenemos que centrarnos en el trabajo, sobre todo porque mañana debemos volver a la oficina. Según parece, se ha tomado mi advertencia al pie de la letra.
—Pensándolo bien, no sé si nos merece la pena procurar ser profesionales —arguyo—. Señalo la cámara de vigilancia que seguro que ha grabado nuestro momento de pasión.
—No temas, tu reputación está a salvo conmigo.
Se acerca al poste, da con el mando que baja la cámara, abre la carcasa impermeable y saca un disco de memoria.
—¡Jackson!
—¿Algún problema?
Me mira con aire inocente y hago todo lo posible por mostrarme seria.
—¿Te das cuenta de que esto solo es una copia de seguridad? La filmación llega en tiempo real al puesto de seguridad de la Stark Tower.
Se limita a encogerse de hombros, sonríe y se mete el disco en el bolsillo.
—Un recuerdo —dice—. Creo que sacaré un fotograma para ponerlo como salvapantallas.
Me río, pero señalo el poste de la cámara.
—Debiste de ser muy travieso de pequeño.
—Ni te lo imaginas —responde—. Espera.
Y echa a correr hacia el barco mientras me quedo aquí plantada preguntándome qué puñetas hace.
Está tardando en regresar y pienso en seguirlo, pero decido aprovechar el tiempo para echar un vistazo al material almacenado aquí. Estoy a punto de abrir el cobertizo cuando vuelve. Me cruzo de brazos y golpeteo el suelo con un pie.
—Solo sigo tus instrucciones —arguye, y vuelve a meter el disco en la cámara antes de recolocarla en la posición original.
—Déjame adivinarlo: tienes un salvapantallas nuevo.
Me toca la punta de la nariz.
—Eres una mujer muy inteligente.
—Y tú un hombre muy juguetón.
—¿Cómo iba a ser de otra forma? He tenido una noche increíble. Me he despertado al lado de una preciosidad. Y ahora me han dado este lienzo tan extraordinario. —Mueve el brazo para abarcar la isla—. Gracias —añade, y las piernas me flaquean un poco al percibir genuina sinceridad en su voz.
—Siempre te quise a ti —confieso—. Glau solo era un sustituto, y no muy bueno.
—No, no lo era, joder —dice, y nos echamos a reír.
Recoge la mochila, que había dejado junto a la cámara de vigilancia, y señala el camino con la cabeza.
—Enséñame nuestra isla.
«Nuestra isla.»
Me gusta cómo suena.
Resulta que tenía razón cuando afirmaba que nos llevaría más de tres horas rodearla. De hecho, nos lleva seis. Pasamos el rato hablando sobre mis ideas para el resort. La parte de la isla pensada para los matrimonios, la zona destinada a las familias. Cómo se combinarán y sucederán las diversas actividades recreativas. El número y el tipo de restaurantes que tengo en mente.
—Este resort estará orientado a las familias, pero, de todas formas, debería tener algunas zonas independientes. No quiero que ningún matrimonio que esté de luna de miel o celebrando su aniversario de bodas tenga la sensación de que este no es su sitio.
Ya casi hemos terminado de rodear la isla. Nos encontramos en una playa de arena a unos pocos centenares de metros del muelle.
—Quizá una zona exclusiva con bungalows de lujo y playas privadas. Donde la ensenada sería ideal —dice—. Deja que te lo enseñe.
Saca un cuaderno y se sienta en la arena, sin que le preocupe que las olas que le acarician los pies le estén humedeciendo el pantalón. Vamos descalzos porque nos hemos quitado los zapatos arriba junto a las dunas.
Miro su rostro y también el bosquejo que está cobrando vida sobre el papel. Está completamente concentrado, absorto en este mundo nuevo que, de momento, solo existe en su imaginación.
Su intensidad es fascinante y me siento junto a él para ver, extasiada, cómo vuelca sus ideas en el papel. Aunque solo sea un bosquejo, refleja todo lo que le he dicho que quiero, pero lo vuelve más audaz, mejor.
Cuando para y alza la vista tiene la mirada perdida, como si hubiera olvidado dónde está. No obstante, me mira, y sus pupilas se vuelven transparentes.
Enarca una ceja con aire inquisitivo.
—Perfecto —digo.
Le doy un beso en la mejilla y espero que entienda que no me refiero únicamente al resort.


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Mensaje por berny_girl Miér 27 Jun - 4:42

Capitulo 20

—Creo comprender qué buscaba Glau al concentrar todas las instalaciones recreativas en una sola zona —me dice Jackson cuando las puertas del ascensor se abren y entramos en el vestíbulo del despacho del ático.
Hemos pasado la mañana en la planta veintiséis, en el espacio antes vacío que Stark International ha puesto a disposición de Jackson y su equipo mientras dure el proyecto.
Ahora estamos a punto de reunirnos con Damien, pero Jackson aún tiene en la cabeza los bocetos que ha pegado a la pared y se ha puesto a corregir de inmediato con lápiz azul de trazo grueso.
—No solo es un uso espantoso del espacio natural, sino que también limita la flexibilidad del resort en su conjunto. —Alza la vista, ve a Rachel indicándonos que nos acerquemos y la saluda sin mucho énfasis mientras pasa más páginas del cuaderno que lleva en la mano—. También quiero hablar de la cuadrilla de operarios. A menos que estés obligada por contrato, me siento más cómodo con la mía.
—Si nos surge alguna dificultad, recurriremos a Aiden, pero eso podemos resolverlo solos. ¿Está libre el señor Stark? —pregunto a Rachel cuando llegamos a su mesa.
Bajo la vista y veo, por la luz del teléfono, que no lo está. Miro mi reloj y frunzo el entrecejo. Damien es extremadamente puntual y me pregunto por qué sigue al teléfono cuando estamos citados con él ahora mismo.
Me digo que no es problema mío.
Sin embargo, me cuesta convencerme de ello. He pasado tanto tiempo tras la mesa que ocupa Rachel que me resulta extraño no estar sentada aquí entre semana, aunque la razón sea que me han ascendido.
—¿Qué tal te va? —pregunto a Rachel, picada por la curiosidad.
—Voy más liada que los fines de semana —responde—. Gracias por darme el lunes y hoy.
—No me des las gracias. Yo también estoy encantada. Así tengo más tiempo para dedicarme al resort.
—Hablando de eso, ¿sabes con quién me fui de copas anoche?
—¿Con Aiden?
Rachel es guapa y divertida, y siempre he pensado que Aiden y ella harían buena pareja. Pero niega con la cabeza y responde:
—No, con Trent.
Su sonrisa me indica que no lo considera plato de segunda mesa.
Y, aunque a mí no me entusiasmaría salir con él, debo reconocer que Trent es tan agradable como competente, aunque bastante aburrido. Me abstengo de mencionar esto último.
—¿Y…? —digo—. Detalles, por favor.
—No hay mucho que contar —responde. Sin embargo, el rubor de sus mejillas da a entender lo contrario—. Vino anoche. Yo estaba aquí por si Damien, que mantenía desde su casa una de sus video conferencias internacionales, me necesitaba para consultar archivos o ese tipo de cosas.
—¿Por qué vino Trent? ¿La video conferencia era por el proyecto de Century City o por el de las Bahamas? —pregunto; aunque no sean mis proyectos, espero estar oficialmente en ese departamento pronto y, si algo pasa, quiero estar enterada.
—Oh, no. No dijo por qué había venido, pero, como me invitó a salir, creo que la verdadera razón de que se plantara aquí fui yo. Se quedó durante toda la video conferencia. Hasta me sustituyó cuando tuve que ir pitando al piso de Damien para coger unas carpetas que se había dejado en la cocina — añade, refiriéndose a la vivienda que ocupa la otra mitad de esta planta—. Después de eso, nos tomamos una botella entera de vino en Baltminore’s. Y creo que, si no hubiéramos tenido que madrugar, seguiríamos juntos.
Le dedico una sonrisa sincera.
—Me alegro por ti.
—Sí, ¿verdad? Hace un siglo que no lo hago con nadie.
Lanza una mirada a Jackson, como si no nombrarlo fuera a impedirle captar de qué hablamos.
Estoy a punto de preguntarle qué sucedió con el último hombre con quien salió cuando suena el interfono.
—¿Han llegado?
Frunzo el ceño. Damien rara vez tiene la voz tan tensa, y me pregunto qué crisis ha tenido que resolver con Rachel en recepción en vez de mí.
—Iba a hacerles pasar —responde ella.
Mientras Jackson se levanta del sofá hago un rápido gesto afirmativo con la cabeza a Rachel y ella pulsa el botón que abre la puerta.
Damien está junto al ventanal cuando entramos. En cuanto la puerta se cierra pulsa el botón del mando a distancia que tiene en la mano. De inmediato las persianas automáticas se bajan y dejan el despacho sumido en la oscuridad.
La pantalla de proyección desciende y en ella aparece un titular sensacionalista.
«¡Sexo y adulterio en una playa de Stark!»
—¿Podría alguno de los dos explicarme qué coño es esto? —Damien tiene la voz tan tensa que parece a punto de quebrársele.
Miro a Jackson, que, en vez de prestarme atención, está con los ojos clavados en la pantalla, donde ahora aparece un artículo bajo el titular, junto con los hipervínculos de otros artículos de la página web LA Scandal.
Damien Stark, cuyo lugar en el firmamento de los escándalos quedó asegurado con su reciente juicio por asesinato (en el que se desestimaron los cargos, ¡no es que fuera absuelto!) y con el acuerdo tan conveniente como sexual provechoso al que llegó con su actual esposa, Nikki Fairchild [más información aquí], ¡puede haber vuelto a las andadas!
¿Ha ofrecido a sus inversores su polémico resort aún en proyecto de la isla de Santa Cortez recién adquirida para que lo utilicen como su parque de recreo particular? ¿Como un escondrijo secreto para aventuras ilícitas? Echen un vistazo a este fotograma del imán de los escándalos Dallas Sykes y su amiguita Melissa Baronne y saquen sus propias conclusiones. ¡Podemos imaginarnos qué estará pensando el marido de la señora Baronne!


—Oh, santo Dios —exclamo al ver en la pantalla una fotografía de Sykes abrazando y besando a una veinteañera despampanante—. ¿Cómo…?
—Muy buena pregunta —apunta Damien, y en sus ojos de colores distintos percibo sus esfuerzos por dominarse. Los tiene clavados en Jackson—. Ni tan siquiera tenemos planos suyos aún, señor Steele, y ya hemos dado que hablar. Esto no solo perjudica al ambiente familiar que busco para el resort, sino que ahora esta empresa ha colaborado en difundir rumores sobre uno de nuestros inversores clave. Y no digamos ya un hombre con quien actualmente mantengo otras negociaciones.
—¿Es una acusación, Stark? —pregunta Jackson.
—El domingo había pocos invitados en mi casa cuando Nikki habló de Sykes y su novia.
—A menos que esas cámaras sean una antigualla, las imágenes se envían digitalmente a su departamento de Seguridad. Y es probable que también se copien de forma simultánea en su servidor y en un servidor de seguridad.
El tono de Jackson ha sido tan cortante y preciso como un escalpelo. Yo, por mi parte, tengo bastantes ganas de vomitar.
—Ustedes tienen un departamento que supervisa todas las grabaciones, ¿no? —continúa—. Y apostaría a que revisar las grabaciones de la isla es responsabilidad de al menos un guarda de seguridad. Si no pensaran supervisar la actividad que graba un equipo tan caro, ¿para qué instalarlo?
Mira alrededor como si buscara alguna cosa.
—No fui el único invitado de su fiesta, señor Stark. Y esa imagen la han visto muchos ojos —declara—. Pero ¿soy el único que recibe un rapapolvo?
—Si me entero de que alguno de ellos está descontento por un antiguo arreglo de negocios, no dudaré en hacerle venir —arguye Damien mientras dirige el mando hacia la pantalla para seguir pasando el artículo.
Continúo leyendo y me entran incluso más ganas de vomitar.
Los conflictos con el afamado arquitecto Jackson Steele quizá estén creando tensiones en Stark International. Nuestros informadores sostienen que Steele es la última incorporación al equipo del resort de Santa Cortez, pero que no es un gran admirador de Damien Stark. Hace solo unos meses anunció que no le interesaba trabajar en un proyecto de Stark International. Así pues ¿qué podría haber ablandado el corazón de este hombre de acero? ¡Nos olemos un escándalo!

—¿Le importaría explicarse?
—Eso ya se lo dije a su esposa hace unos meses —arguye Jackson en tono afable—. Y se lo repetí a usted. No puedo controlar lo que alguien que nos oyera publica o explica a un periodista.
—¿Está descontento por lo que pasó en Atlanta, señor Steele?
—¿Qué? —exclama Jackson y, de inmediato, me lanza una mirada.
—Con el Brighton Consortium —continúa Damien sin alterar la voz—. Me he enterado de que, si el proyecto hubiera prosperado, el contrato para proyectar y construir el complejo en las más de ciento sesenta hectáreas habría sido suyo.
Los miro. No era consciente de cuánto perdió Jackson cuando las negociaciones fracasaron.
—Yo no fui el único perjudicado cuando usted se entrometió, Stark. El consorcio tenía inversores, pero usted manejó los hilos para hacerse con tantos de aquellos terrenos que me resultó imposible construir el complejo en su totalidad. Todos los participantes salieron perdiendo. Todos… salvo usted.
—Soy un empresario, señor Steele, no una ONG.
—Ya veo. Debieron de confundirme las alusiones a extorsión y fraude que se hicieron en su día.
Tengo una mano apoyada en la mesa de Damien para sostenerme. Quizá no conozca los detalles de lo que sucedió en Atlanta, pero sé que la inquina que se respira en este despacho es más que tóxica.
—Así pues, deduzco que lleva cinco años resentido conmigo por su versión distorsionada de los hechos y que, cuando le ha surgido la oportunidad de arrojarme unos cuantos dardos envenenados, no la ha dejado escapar y, de paso, ha perjudicado a la señorita Brooks y al departamento Inmobiliario.
—¿De veras está insinuando que perjudicaría un proyecto que ahora lleva mi nombre solo para vengarme de usted?
Damien da un solo paso hacia Jackson.
—Me conozco. Tengo mi propio código y sé cuánto valoro mi trabajo y lo que he construido en estos años. En cambio, sé muy poco de usted, señor Steele. Por ahora le concederé el beneficio de la duda. Pero si descubro que está detrás de esto, le prometo que acabaré con usted.
—Entendido —dice Jackson.
Se da la vuelta para salir del despacho y me dispongo a seguirlo. Quiero saber qué le ronda la cabeza.
—Quédate —dice Damien.
Jackson me mira, asiente y sale con la actitud serena y calmada de un hombre que es libre como el viento.
—¿Qué has observado? —me pregunta Damien en cuanto la puerta se cierra.
Me obligo a ponerme erguida y no dejar que me domine el pánico.
—Que no lo ha negado.
—No —constata cuando se sienta a su mesa—. No lo ha hecho.
—¿Qué significa eso? —pregunto, aunque temo saberlo ya.
Damien me sorprende negando ligeramente con la cabeza.
—Puede que no signifique nada. —Me mira a los ojos—. Si yo hubiera estado en su situación, tampoco habría reconocido ni negado nada. ¿Por qué darle esa satisfacción al cabrón que te pone contra las cuerdas?
Respiro hondo y me relajo un poco, aliviada.
—Entiendo.
No obstante, el alivio se me pasa por completo cuando recuerdo que hay algo que Damien no sabe: Jackson extrajo de la cámara de la isla el disco de memoria. Pienso en ello, y siento que la ira y el sentimiento de traición me bullen en las entrañas.
—Pero los vigilaré a él y al proyecto. Está en una posición única para hacer verdadero daño. Tú también deberías vigilar —añade, y por su tono de voz intuyo que el daño del que habla no se refiere a la empresa sino a mí.
Fuerzo una sonrisa.
—Lo haré. Claro.
Doy medio paso hacia la puerta, impaciente por marcharme, pero las palabras de Damien me disuaden.
—Tienes que ver otra cosa.
Su tono de voz me infunde pavor y me vuelvo hacia él despacio.
—¿Qué pasa?
Me señala la pantalla con la cabeza. El artículo de LA Scandal desaparece, sustituido por una sola fotografía.
Trago saliva y las mejillas me arden de vergüenza. Es una imagen de Jackson y yo abrazados. Y no nos estamos dando el dulce beso con que terminan muchas películas. No, la fotografía es de cuando Jackson me arrimó a él de un tirón y me devoró la boca, casi me la folló con la lengua. Tiene una mano hundida en mi pelo y está a punto de meterme la otra bajo las mallas de yoga para tocarme el culo.
Me estremezco de solo mirar la fotografía, porque me avergüenza, sí, pero también porque me refresca la memoria.
—Damien… —Me aclaro la garganta; la voz me ha temblado demasiado—. Yo…
Me doy por vencida porque no sé si debo empezar disculpándome por no haber tenido cuidado o por no ser profesional. Y porque tampoco estoy segura de cómo expresarlo.
—Siéntate.
Obedezco. Tomo asiento con las piernas juntas, las manos en el regazo y la mirada baja.
—Mírame.
Inspiro y alzo la cabeza, preparada para recibir un rapapolvo. Pero, aunque espero ver censura en su rostro, solo veo preocupación.
—No estás en un lío, Syl —dice con dulzura—. Pero me preocupas.
Siento que me relajo de inmediato.
—No pensé en las cámaras de vigilancia. Y después, cuando me acordé, bueno, no pensé que tú… que nadie lo vería.
No es del todo cierto. Sabía que los guardas lo harían, pero ninguno de ellos habría mandado la fotografía a Damien sin avisarme.
—Dudo que me hubiera enterado de no ser por el artículo de LA Scandal. Soy el único que ha visto la cinta.
—Entonces ¿no es del dominio público?
Solo cuando lo he dicho he sido consciente de que me preocupaba un poco que esto pudiera dar pie a otro artículo en LA Scandal.
—Que yo sepa, no lo ha visto nadie aparte de Nikki y yo. Lo he descubierto en casa. Ella estaba conmigo. Lo siento.
—No, tranquilo. —Me paso los dedos por el pelo, sin saber muy bien cómo me siento aparte de profundamente avergonzada y muy poco profesional—. Deberías saber que…
Una vez más me interrumpo. Estaba a punto de negarlo, pero ¿negar qué? ¿Que Jackson y yo estamos liados? Lo estamos. ¿Que lo nuestro no tiene nada que ver con el resort? Lo tiene.
Por fin me decido por responder con generalidades.
—Deberías saber que, aunque estoy tremendamente avergonzada porque lo hayas visto, esto no perjudica al resort. Ni influye en mi dedicación al proyecto o a Jackson.
—Solo voy a decirlo una vez: te creo. Pero si sale mal, te quitaré el proyecto y se lo daré a Trent tan rápido que ni te enterarás.
Me retuerzo los dedos.
—Lo entiendo.
—No obstante, esa no es mi mayor preocupación.
—No hay una normativa que prohíba salir con colegas, y…
—Maldita sea, Sylvia.
Me quedo petrificada.
—Damien…
—Esto no es por la normativa. Es por ti.
Espero, sin saber muy bien adónde quiere llegar.
—Eres una buena empleada, pero también eres una buena amiga. Conozco a los hombres como Steele y no quiero ver cómo te hace sufrir.
—Yo… Oh.
Inspiro.
—No me fío de él. Le he concedido el beneficio de la duda con la foto de Sykes, pero aquí la palabra clave es «duda».
—Lo entiendo. De todos modos, yo le creo.
Eso último no es del todo cierto. Porque ahora mismo no estoy segura. Quiero creer que Jackson no haría nada semejante, que no aprovecharía el tiempo que hemos pasado en la isla para cargarse el proyecto. A Stark.
Quiero creerlo. Aun así, no puedo quitarme de la cabeza el dichoso disco de memoria.
No obstante, Damien no necesita saberlo. Además, tengo cada vez más ganas de vomitar. Porque noto que mi enfado y mi preocupación crecen por momentos y porque no me gusta ocultar cosas a mi jefe.
Damien me sonríe sin convicción.
—Sé que confías en él. Y por eso me preocupas.
Le quita importancia con un gesto de la mano.
—De momento olvidemos el tema. Pero, Syl, estaré pendiente. Y acabaré con él si creo que te utiliza para cargarse el proyecto o considero que te hace sufrir. Protejo a mis empleados, señorita Brooks. Y también velo por mis amigos.
Asiento, conmovida por sus palabras, aunque me asuste la preocupación que las ha suscitado.
Porque, entre saber lo que ha ocurrido con el disco de memoria y la duda que Damien ha sembrado en mí, tengo la cabeza a punto de estallar. Me levanto, dispuesta a salir y ordenar mis ideas.
—Una cosa más antes de que te vayas. Es posible que mi padre esté involucrado en esto.
—¿Tu padre?
—No es la primera vez que se entromete en mis negocios, informa a la prensa sensacionalista o manipula los hechos para beneficiarse.
Asiento. Sé de sobra que lo que Damien dice es cierto.
—Y es la clase de hombre que sembraría cizaña.
—¿Crees que alguien de los nuestros le está pasando información?
Frunzo el entrecejo al recordar que Jeremiah Stark asistió a la proyección del documental. Evelyn me dijo que estaba en el consejo del Proyecto de Protección Histórica y Arquitectónica Nacional, al igual que Michael Prado. ¿Significa eso que conoce a Jackson? Y, aunque así sea, ¿qué? Me dispongo a mencionar ese vínculo a Damien, pero cambio de idea. Lo cierto es que no hay ningún vínculo; solo es mi mente imaginando conspiraciones. Y hasta que no se lo pregunte a Jackson no hay motivo para que diga nada, aunque estas malditas dudas mías me estén zumbando en la cabeza como mosquitos.
—Creo que es posible —responde—, pero no le des demasiadas vueltas. Céntrate en el trabajo, no en los chismes. Solo son ruido, Sylvia.
Asiento. Desde su perspectiva, tiene razón. Desde la mía, necesito preguntar a Jackson por el rumor y por el dichoso disco de memoria. E incluso por el maldito Jeremiah Stark.
—Salgo en unas horas. No me gusta irme de viaje cuando alguien está puteando a mi empresa.
—Sé cómo ponerme en contacto contigo si pasa algo —digo—. O si nos enteramos de algo concreto.
Consigo mantenerme calmada y con una actitud profesional durante el resto de la reunión mientras repasamos los planes de viaje de Damien y los asuntos de los que debo ocuparme personalmente o pasar a Rachel.
No obstante, cuando me marcho he acumulado tanta preocupación y tanto miedo que estoy a punto de estallar.
—¿Qué pasa? —pregunta Rachel, pero le indico con un gesto de la mano que este no es un buen momento.
Aunque tengo que ponerle al día de muchas cosas, tendrá que esperar. Ahora mismo necesito hablar con Jackson.
Lo encuentro en la planta veintiséis, en el despacho esquinero que es la única sala totalmente terminada de esta planta. El resto se equipará en las semanas siguientes para albergar a los delineantes y otros técnicos que Jackson necesite incorporar al proyecto.
También hay una mesa justo delante del despacho para la sobreprotectora secretaria de Jackson.
Aún está en Nueva York, pero Jackson me dijo que quizá se la traería y cerraría su estudio neoyorquino durante un tiempo mientras estuviera en la costa Oeste.
Recuerdo que me dio largas cuando intenté reunirme con él. Esta vez no hay ninguna bruja montando guardia, de modo que abro la puerta de golpe e irrumpo en su despacho.
Jackson está junto a una mesa de delineación y me mira, sorprendido, cuando entro como una exhalación.
El despacho está hecho un desastre. Papeles diseminados por doquier, cajas volcadas, y no sé si este caos se debe a la mudanza o lo ha creado Jackson.
Sospecho lo segundo, y eso solo reaviva mi enfado y mis temores con respecto al disco de memoria.
—Debería haberlo sabido. —Mi tono es áspero pero mesurado. Demasiado mesurado—. Me lo dijiste tú. Me dijiste que esto era una venganza. Pensaba que te referías a mí. Pero desde el principio intentabas vengarte de Damien, ¿es eso?
Levanta un dedo y me señala, con las facciones tan crispadas que sé que está esforzándose por no estallar. A decir verdad, conozco la sensación.
—No me vengas con esas —me suelta—. No entres aquí hecha una furia para decirme que crees lo que afirma ese hijo de perra.
—Maldita sea, he confiado en ti. Muchísimo. En lo más íntimo. No puedes joder esa confianza así, Jackson. No puedes.
Por un momento me parece ver dolor en su mirada. Luego solo advierto frío cálculo.
—¿Qué crees saber exactamente?
—Lo del disco de memoria y esa chorrada tuya sobre el salvapantallas… ¡Me has utilizado! —Me escuecen los ojos, pero, por primera vez en la vida, agradezco no ser capaz de llorar—. Me has utilizado, joder. ¿Y por qué? ¿Para dejar a Damien en mal lugar?
—No sabes lo que dices —declara Jackson muy despacio—. Y en cuanto a la confianza, tampoco veo que tú me tengas mucha.
Respiro hondo para serenarme.
—Está bien. De acuerdo. —Me paso los dedos por el pelo e intento calmarme— ¿Conoces a Jeremiah Stark?
—¿El padre de Stark?
—Damien cree que su padre puede estar saboteando la empresa.
Trato de interpretar su expresión, de saber si está al caso, pero no me transmite nada aparte de desconcierto. Eso me alivia.
—¿Por qué?
—No sería la primera vez. No puedo darte detalles, pero no me chupo el dedo y he visto a ese hombre hacer cosas bastante censurables, y el hecho de que Damien sea su hijo solo lo empeora. Es decir, los padres deberían proteger a sus hijos, no utilizarlos.
Jackson da un paso hacia mí, pero ahora mismo no quiero su compasión. He permitido que mis problemas personales se cuelen en la conversación y no pienso seguir por ahí.
Alzo la cabeza, hago acopio de valor y le pregunto a bocajarro:
—¿Trabajas con Jeremiah Stark?
Se para en seco, y la amabilidad que he percibido hace un momento en él desaparece.
—Joder, ¿me tomas el pelo?
—Jeremiah Stark estuvo en la proyección de tu documental —arguyo—. Lo vi. Y ahora quiero una respuesta. ¿Lo conoces? ¿Trabajas con él?
—Por supuesto que no trabajo con Jeremiah Stark —responde, y le creo.
No obstante, sigo sin saber qué pensar. Sé lo que he visto con el disco de memoria. Recuerdo lo que Trent me dijo sobre el estudio topográfico que Jackson había realizado de la isla antes incluso de que le ofreciéramos el proyecto.
Pienso en todo ello y no sé qué significa.
—¿Qué pasa aquí? — pregunta Jackson—. ¿Tu jefe me ha despedido?
Niego con la cabeza.
—No. No hay pruebas. —Lo miro a los ojos—. Damien no sabe que cogiste el disco de memoria.
—Cogí el disco porque quería tener una foto de los dos. Ya te lo dije.
—Sí —reconozco—. Eso alegaste… Y también dijiste que querías vengarte. —Inspiro—. Lo cierto es que no sé qué pasa, Jackson. Pero lo importante es que no permitiré que me jodas el resort para que te vengues de Damien por una compra de terrenos que ocurrió hace cinco años.
—Ya lo tienes claro, ¿eh? —dice con frialdad.
—Lo que tengo claro es que debo andarme con cuidado —replico—. Que he de ser inteligente.
Me da miedo, mucho miedo, haberme sincerado demasiado con este hombre. Haber confiado en él cuando no debería haberlo hecho. Y estar pagando ahora las consecuencias.
—Entonces ¡sé inteligente! —exclama—. Porque si piensas con la cabeza sabrás que nunca pondría este proyecto en peligro. Mi reputación significa demasiado para mí. Tú significas demasiado para mí. Todo lo que me has contado… Todas las partes de ti que me has entregado… ¿De veras crees que violaría esa confianza?
—No lo sé —reconozco, y me siento como si el corazón se me estuviera partiendo— Sencillamente, no lo sé.
—¿No? Pues deberías saberlo.
—Jackson…
—Vete —dice.
—Jackson, maldita sea, tenemos que…
«Ahora mismo, Sylvia, necesito que te vayas.»


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