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Lectura de Trilogía: Champion-Marie Lu #3

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Yani
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Mensaje por Maga Dom 10 Jun - 11:42

Proyecto Especial de Lectura BQ


Lectura de Trilogía: Champion-Marie Lu #3 Latest?cb=20160212153502


INDICACIONES 
Bueno chicas en abril iniciamos este proyecto especial de lectura, gracias a todas las que nos han acompañado. LLegamos a la etapa final el tercer libro. Entonces este proyecto tendrá puntos especiales y medalla especial alusiva a la trilogía, la cual ya esta lista; por supuesto ganaran estos premios las que sigan por completo el proyecto especial de lectura, es decir las que lean aquí en conjunto y comentando, la trilogía. Aun así al terminar cada lectura igualmente ganaran los puntos y medallas normales. 

Gracias a @mariateresa y @yiniva quienes me ayudaron con la moderación. 

RECUERDEN: que este es un proyecto especial, no nos vamos a regir por un cronograma especifico, ni tenemos fecha de culminación de cada lectura.
Al final de toda la trilogía revisaré quien participó desde el inicio y se llevaran los puntos y medalla especial. 

Lectura de Trilogía: Champion-Marie Lu #3 Unademagiaporfavor-libro-Champion-Legend-3-Marie-Lu-portada
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Mensaje por yiany Dom 10 Jun - 13:21

Vale. Espero esta vez no colgarme, jiji


Lectura de Trilogía: Champion-Marie Lu #3 500_3011
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Mensaje por yiniva Dom 10 Jun - 13:38

Ya listisima, para saber más de Day y June


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Lectura de Trilogía: Champion-Marie Lu #3 Empty Re: Lectura de Trilogía: Champion-Marie Lu #3

Mensaje por mariateresa Dom 10 Jun - 16:10

Yo igual quiero saber que pasa con estos dos el final del anteriore dejo en ascuas


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Mensaje por Celemg Lun 11 Jun - 1:14

Me uuuuunoooo... (en kuanto akabe el anterior jajaja)


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Mensaje por Maga Lun 11 Jun - 20:56

SINOPSIS


Él es una Leyenda. 
Ella es un Prodigio.
¿Quién será el Campeón?
 
 
June y Day han sacrificado tanto por el pueblo de la República —y entre ellos— y ahora su país está al borde de una nueva existencia. June ha vuelto bajo la buena voluntad de la República, trabajando dentro de los círculos de élite del gobierno como Princeps Electo mientras Day ha sido asignado a un puesto militar de alto nivel. Pero ninguno de los dos habría podido predecir las circunstancias que los reunirá una vez más.
Justo cuando un tratado de paz es inminente, un brote de peste causa pánico en las Colonias, y la guerra amenaza las ciudades fronterizas de la República.
Este nuevo tipo de peste es más mortal que nunca, y June es la única que conoce la clave de la defensa de su país. Pero salvar las vidas de miles significará pedirle a quien ella ama que renuncie a todo lo que tiene.
Con una acción trepidante y suspenso, la trilogía de súper ventas de Marie Lu llega a una conclusión sorprendente.



Nueva Lectura en el Club BQ
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Mensaje por Maga Lun 11 Jun - 20:58

SAN FRANCISCO, CALIFORNIA
REPÚBLICA DE AMÉRICA
 
* * *

POBLACIÓN 24.646.320


Nueva Lectura en el Club BQ
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Mensaje por Maga Lun 11 Jun - 21:17

DAY


De todos los disfraces que he llevado, este podría ser mi favorito.
 
Cabello rojo oscuro, bastante diferente de mi habitual rubio casi blanco, cortado a poco más allá de los hombros y recogido en una cola. Lentes de contacto verdes que parecen naturales cuando recubren mis ojos azules. Una camisa arrugada de cuello medio plegado, sus botones diminutos plateados brillan en la oscuridad, una chaqueta militar delgada, pantalón negro y botas con punta de acero, una bufanda gris gruesa envuelta alrededor de mi cuello, mentón y boca. Una gorra de soldado oscura está calada sobre mi frente, y un tatuaje carmesí pintado se extiende por toda   la   mitad izquierda   de   mi   cara,   transformándome   en alguien desconocido.  Aparte de esto, llevo un siempre presente auricular y micrófono. La República insiste en ello.
 
En la mayoría de las otras ciudades, probablemente obtendría aún más miradas de lo habitual debido al bendito tatuaje gigante, no es exactamente una marca sutil, tengo que admitirlo. Pero aquí en San Francisco, me mezclo perfectamente con los demás. La primera cosa que noté cuando Eden y yo nos mudamos a San Francisco hace ocho meses fue la tendencia local: los jóvenes pintando patrones de color negro o rojo en sus rostros, algunos pequeños y delicados, como los sellos de la República en sus sienes o algo similar, otros grandes y extensos, como patrones gigantes con forma de las tierras de la República. Elegí un tatuaje bastante genérico esta noche, porque no soy lo suficientemente leal a la República como para estampar esa lealtad directo en mi cara. Dejo eso a June. En cambio, tengo llamas estilizadas. Bastante bien.
 
Mi insomnio está actuando esta noche, así que en vez de dormir, estoy caminando solo por un sector denominado Marina, el cual por lo que yo puedo decir es el más montañoso, el equivalente en Frisco al sector Lake de Los Ángeles. La noche es fría y bastante tranquila, y una ligera llovizna está flotando  en la bahía de la ciudad. Las calles son estrechas, resplandeciendo húmedas y llenas de baches, y los edificios que se elevan a ambos lados —la mayoría de ellos lo suficientemente alto como para desaparecer entre las bajas nubes de esta noche— son eclécticos, pintados con un desvanecido color rojo, dorado y negro, sus costados fortificados con enormes vigas de acero hacen frente a los terremotos que sacuden a través de cada par de meses. Las pantallas gigantes a cinco o seis pisos de altura se asientan en cada esquina, bombardeando a todo volumen las habituales noticias de la República. El aire huele salado y amargo, como humo y residuos industriales mezclados con agua de mar, y en alguna parte, un tenue olor a pescado frito.
 
A veces, cuando giro por una esquina, termino de pronto lo suficientemente cerca de la orilla del agua para conseguir mojar mis botas. Aquí la tierra se inclina justo en la bahía y cientos de edificios se sumergen a medias a lo largo del horizonte. Cada vez que tengo una vista de la bahía, también puedo ver las ruinas del Golden Gate, los restos retorcidos de algún viejo puente todo amontonado a lo largo del otro lado de la orilla. Un puñado de personas se empujan más allá de mí de vez en cuando, pero en su mayor parte la ciudad está dormida. Hogueras dispersas destellan luz en los callejones, puntos de reuniones para la gente de la calle del sector. No es tan diferente de Lake.
 
Bueno, supongo que hay algunas diferencias ahora. El Estadio de Ensayos de San Francisco, por ejemplo, que se encuentra vacío y apagado a lo lejos en la distancia. Menos policías callejeros en los sectores pobres. Los grafitis en la ciudad. Siempre se puede tener una idea de cómo la gente se siente al ver el grafiti más reciente. Muchos de los mensajes que he visto últimamente en realidad apoyan al nuevo Elector de la República. Él es nuestra esperanza, dice un mensaje garabateado en la pared de un edificio. Otra pintura en la calle dice: El Elector nos guiará desde la oscuridad. Un poco demasiado optimista, si me preguntan, pero supongo que son buenas señales. Anden debe estar haciendo algo bien. Y, sin embargo. De vez en cuando, también veo mensajes que dicen: El Elector es un engaño, o Lavado de cerebro, o El Day que conocimos ha muerto.
No sé. A veces, esta nueva confianza entre Anden y la gente se siente como una cadena… y yo soy esa cadena. Además, tal vez la felicidad de los grafitis es falsa, pintados por agentes de propaganda.
 
¿Por qué no? Nunca se sabe con la República.
 
Eden y yo, por supuesto, tenemos un apartamento en Frisco en un rico sector llamado Pacifica, donde nos quedamos con nuestra cuidadora, Lucy. La República tiene que cuidar de su criminal de dieciséis años de edad más buscado convertido en héroe nacional, ¿no es así? Recuerdo lo mucho que desconfiaba de Lucy —una severa y terca señora de cincuenta y dos años de edad, vestida en los clásicos colores de la República— cuando apareció por primea vez en nuestra puerta en Denver.
 
—La República me ha asignado para ayudarles, chicos —me dijo mientras se apresuraba a nuestro apartamento. Sus ojos se habían instalado inmediatamente en Eden—. Sobre todo del pequeño.
 
Sí. Eso no me cayó bien a mí. En primer lugar, me había tomado dos meses antes de que pudiera dejar a Eden fuera de mi vista. Comíamos juntos; dormíamos juntos; nunca estaba solo. Había ido tan lejos como para quedarme de pie fuera de su puerta del baño, como si los soldados de la República de alguna manera lo succionarían a través de un orificio de ventilación, lo llevarían de vuelta a un laboratorio, y lo conectarían a un montón de máquinas.
 
—Eden no te necesita —le había espetado a Lucy—. Me tiene a mí. Yo me ocuparé de él.
 
Pero mi salud comenzó a fluctuar después de los primeros dos meses. Algunos días me sentía bien; otros días, estaría atrapado en la cama con un dolor de cabeza incapacitante. En esos días malos, Lucy se haría cargo, y después de algunos encuentros a gritos, ella y yo nos acomodamos en una rutina a regañadientes. Ella hace unas empanadas de carne bastante impresionantes. Y cuando nos mudamos a San Francisco, vino con nosotros. Ella guía a Eden. Se encarga de mis medicamentos.
 
Cuando por fin estoy cansado de caminar, me doy cuenta que he vagado justo fuera de Marina y en un distrito vecino rico. Me detengo frente a un club con EL SALÓN OBSIDIAN escrito en una placa de metal sobre la puerta. Me deslizo contra la pared en una posición sentada, con los brazos descansando sobre mis rodillas, y siento las vibraciones de la música. Mi pierna metálica se enfría como el hielo a través de la tela de mis pantalones. En la pared frente a mí, el grafiti garabateado en rojo dice: Day = Traidor. Suspiro, tomo un recipiente de plata de mi bolsillo y saco un buen cigarro. Recorro un dedo por el texto impreso HOSPITAL CENTRAL DE SAN FRANCISCO en toda su longitud. Cigarrillos recetados. Órdenes del doctor,
¿no? Lo pongo en mis labios con dedos temblorosos y lo enciendo. Cierro los ojos. Tomo una bocanada.
 
Poco a poco me pierdo entre las nubes de humo azul, esperando a que los dulces efectos alucinógenos me inunden.
 
No toma mucho tiempo esta noche. Pronto el constante dolor de cabeza sordo desaparece, y el mundo que me rodea adquiere un brillo borroso que sé que no es sólo de la lluvia. Una chica está sentada a mi lado. Es Tess.
 
Ella me dedica la sonrisa con la que estaba tan familiarizado de vuelta en las calles de Lake.
 
—¿Alguna noticia de las pantallas gigantes? —me pregunta, señalando hacia una pantalla al otro lado de la carretera.
 
Exhalo el humo azul y perezosamente niego con la cabeza.
 
—Nop. Quiero decir, he visto un par de titulares relacionados a los Patriotas, pero es como si ustedes hubieran desaparecido del mapa. ¿Dónde estás? ¿A dónde vas?
 
—¿Me extrañas? —pregunta Tess en lugar de responder.
 
Me quedo mirando la imagen trémula de ella. Es como la recuerdo de la calle: su cabello castaño rojizo está atado en una trenza desordenada, sus ojos grandes y luminosos, amables y gentiles. La pequeña Tess. ¿Cuáles fueron mis últimas palabras para ella… atrás cuando habíamos boicoteado el intento de asesinato de los Patriotas sobre Anden? Por favor, Tess… no puedo dejarte aquí. Pero eso es exactamente lo que hice.
 
Me doy la vuelta, tomando otra calada a mi cigarrillo. ¿La echo de menos?
 
—Todos los días —le respondo.
 
—Has estado tratando de encontrarme —dice Tess, arrastrándose más cerca. Juro que casi puedo sentir su hombro contra el mío—. Te he visto, recorriendo las pantallas gigantes y las ondas de radio por noticias, escuchando en las calles. Pero los Patriotas están en la clandestinidad en estos momentos.
 
Por supuesto que están en la clandestinidad. ¿Por qué atacarían, ahora que Anden está en el poder y un tratado de paz entre la República y las Colonias es inminente? ¿Cuál podría ser posiblemente su nueva causa? No tengo ni idea. Tal vez ellos no tienen una. Tal vez ni siquiera existen ya.
 
—Me gustaría que volvieras —me quejo a Tess—. Sería bueno verte de nuevo.
 
—¿Qué hay de June?
 
Cuando pregunta esto, su imagen se desvanece. Ella es reemplazada por June, con su larga cola de caballo y su ojos negros que brillan con toques de oro, seria y analítica, siempre analizando. Inclino mi cabeza sobre mi rodilla y cierro los ojos. Incluso la ilusión de June es suficiente para enviar un dolor punzante en mi pecho. Maldición. La extraño tanto.
 
Recuerdo cómo le dije adiós de vuelta en Denver, antes de que Eden y yo nos mudáramos a Frisco.
 
—Estoy seguro de que vamos a regresar —le había dicho por mi micrófono, tratando de llenar el incómodo silencio entre nosotros—. Una vez que el tratamiento de Eden finalice. —Esta fue una mentira, por supuesto. Íbamos a Frisco para mi tratamiento, no de Eden. Pero June no lo sabía, por lo que ella simplemente dijo—: Vuelve pronto.
 
Eso fue hace casi ocho meses. No he sabido nada de ella desde entonces. No sé si es porque cada uno de nosotros es demasiado indeciso para molestar al otro, tiene mucho miedo de que el otro no quiera hablar, o tal vez los dos somos demasiado condenadamente orgullosos para ser quien esté lo suficientemente desesperado como para intentarlo.
 
Tal vez simplemente ella no está lo suficientemente interesada. Pero ya sabes como es. Una semana pasa sin contacto, y luego un mes, y pronto demasiado tiempo ha pasado y llamarla simplemente se siente fortuito y extraño. Así que no lo hago. Además, ¿qué le diría? No te preocupes, los médicos están luchando para salvar mi vida. No te preocupes, están tratando de reducir el tamaño del área del problema en mi cerebro con una pila gigante de medicamentos antes de realizar una operación. No te preocupes, la Antártida quizás me conceda el acceso a tratamiento en sus hospitales superiores. No te preocupes, voy a estar bien.
 
¿Cuál es el objetivo de mantenerse en contacto con la chica por la que estás loco, cuando te estás muriendo?
 
El recordatorio envía un dolor punzante a través de la parte posterior de mi cabeza.
 
—Es mejor así —me digo a mí mismo por enésima vez. Y lo es. Al no haberla visto durante tanto tiempo, el recuerdo de cómo nos conocimos originalmente se ha hecho más tenue, y me encuentro pensando en su conexión con las muertes de mi familia con menos frecuencia.
 
A diferencia de Tess, por alguna razón la imagen de June nunca dice una palabra. Trato de ignorar el trémulo espejismo, pero ella se niega a desaparecer. Tan condenadamente terca.
 
Finalmente, me pongo de pie, pisoteo mi cigarrillo en el pavimento, y paso a través de la puerta del Obsidian Lounge. Tal vez la música y las luces la sacarán de mi sistema.
Por un instante, no puedo ver nada. El club está completamente oscuro y el sonido es ensordecedor. Soy detenido de inmediato por un enorme par de soldados. Uno de ellos pone una mano firme en mi hombro.
 
—¿Nombre y rama? —pregunta.
 
No tengo ningún interés en dar a conocer mi verdadera identidad.
 
—Cabo Schuster. De la fuerza aérea —le respondo, impulsivamente soltando un nombre aleatorio y la primera rama que viene a mi mente. Siempre pienso en la fuerza aérea de primero, sobre todo debido a Kaede—. Estoy destinado a la Base Naval Dos.
El guardia asiente.
 
—Los chicos de la fuerza aérea están en la parte trasera a la izquierda, cerca de los baños. Y si me entero de que te metes en alguna pelea en las cabinas del ejército, estás fuera y tu comandante se enterará de ello a primera hora en la mañana. ¿Entendido?
 
Asiento, y los soldados me dejan pasar. Camino por un pasillo oscuro y a través de una segunda puerta, luego me fundo en la multitud y luces interiores.
 
La pista de baile está repleta de gente con camisas sueltas y mangas enrolladas, vestidos combinados con uniformes arrugados. Encuentro las cabinas de la fuerza aérea en la parte de atrás de la sala. Bueno, hay varias vacías. Me deslizo en una cabina, apoyo las botas contra los asientos acolchados, e inclino mi cabeza hacia atrás. Por lo menos la imagen de June ha desaparecido. La música fuerte dispersa todos mis pensamientos.
 
Sólo he estado en la cabina durante unos minutos cuando una chica se abre camino a través de la pista de baile llena de gente y se tambalea hacia mí. Ella se ve ruborizada, sus ojos brillantes y burlones; y cuando miro detrás de ella, me doy cuenta de un grupo de chicas que nos miran riendo. Fuerzo una sonrisa. Por lo general, me gusta la atención en los clubes, pero a veces, sólo quiero cerrar los ojos y dejar que el caos me lleve lejos.
 
Ella se inclina y aprieta los labios contra mi oreja.
 
—Disculpa —grita por encima del ruido—. Mis amigas quieren saber si eres Day.
¿Ya me han reconocido? Me encojo instintivamente y niego con la cabeza Lectura de Trilogía: Champion-Marie Lu #3 C:\Users\Magalys\AppData\Local\Temp\msohtmlclip1\01\clip_image002            para que los demás puedan ver.
 
—Tienes al tipo equivocado —le respondo con una sonrisa irónica—. Pero gracias por el cumplido.
 
El rostro de la chica está cubierto casi en su totalidad en las sombras, pero aun así, puedo decir que ella se ruboriza ferozmente. Sus amigas se echan a reír. Ninguna de ellas parece que creen mi negación.
 
—¿Quieres bailar? —pregunta la chica. Ella mira por encima del hombro hacia las parpadeantes luces azules y doradas, luego de nuevo a mí. Esto debe ser algo que sus amigas le retaron hacer también.
 
Mientras estoy tratando de pensar en algún tipo de rechazo cortés, me fijo en el aspecto de la chica. El club está demasiado oscuro para que consiga un buen vistazo de ella, y todo lo que veo son destellos de neón reflejados en su piel y su larga cola de caballo, sus brillantes labios curvados en una sonrisa, su cuerpo delgado y suave en un vestido corto y botas militares. Mi rechazo se desvanece en mi lengua. Algo en ella me recuerda a June. En los ocho meses transcurridos desde que June se convirtió por primera vez en una Princeps Electo, no me he sentido emocionado con muchas chicas, pero ahora, con esta doppelgänger sombría haciéndome señas hacia la pista de baile, me permito sentirme esperanzado de nuevo.
 
—Sí, ¿por qué no? —le digo.
 
La chica sonríe ampliamente. Cuando me levanto de la cabina y tomo su mano, sus amigas dejan escapar un grito de sorpresa, seguido de una ovación. La chica me lleva a través de ellas, y antes de darme cuenta, nos hemos abierto camino hacia la multitud y labramos un espacio pequeño en el centro de la acción.
 
Me presiono contra ella; ella pasa su mano por mi nuca, y dejamos que el ritmo palpitante nos lleve lejos. Ella es linda, lo reconozco para mí mismo, ciego en este mar de luces y extremidades.
 
La canción cambia, luego cambia de nuevo. No tengo ni idea de cuánto tiempo nos perdemos de esta forma, pero cuando ella se inclina hacia adelante y roza sus labios sobre los míos, cierro los ojos y la dejo hacerlo. Incluso siento un escalofrío por mi espalda. Ella me besa dos veces, su boca suave y tersa, su lengua sabe a vodka y frutas. Coloco una mano contra la parte baja de la espalda de la chica y la acerco, hasta que su cuerpo está firmemente en contra del mío. Sus besos se vuelven más urgentes. Es June, me digo, eligiendo disfrutar de la fantasía. Con los ojos cerrados, mi mente todavía queda nebulosa de los alucinógenos de mi cigarrillo, me lo puedo creer por un momento, me la puedo imaginar a ella besándome aquí, tomando hasta el último aliento de mis pulmones. La chica probablemente detecta el cambio en mis movimientos, mi hambre repentina y deseo, porque ella sonríe contra mis labios. Ella es June. Es el cabello oscuro de June que roza mi cara, son las largas pestañas de June que tocan mis mejillas, el brazo de June envuelto alrededor de mi cuello, el cuerpo de June deslizándose contra el mío. Un suave gemido se me escapa.
 
—Vamos —susurra. Malicia acordona sus palabras—. Vamos a tomar aire.
 
¿Cuánto tiempo ha pasado? No me quiero ir, porque significa que voy a tener que abrir los ojos y June se habrá ido, reemplazado por una chica que no conozco. Pero ella tira de mi mano y me veo obligado a mirar alrededor. June no está a la vista, por supuesto. Las luces del club parpadean y estoy momentáneamente cegado. Ella me guía a través de la multitud de bailarines, por el pasillo oscuro del club, y afuera de una puerta trasera sin marcar. Nos adentramos en un callejón tranquilo. Unos focos débiles brillan a lo largo del camino, dando a todo un misterioso resplandor verdoso.
 
Ella me empuja contra la pared y me ahoga en otro beso. Su piel está húmeda, y siento su piel de gallina elevarse por debajo de mi tacto. La beso de nuevo, y una pequeña risa de sorpresa se le escapa cuando nos volteo y la sujeto contra la pared.
 
Es June, me digo a mí mismo en repetición. Mis labios trabajan con avidez por su cuello, saboreando el humo y perfume.
 
Una débil estática crepita en mí auricular, el sonido como el de la lluvia y huevos fritos. Trato de ignorar la llamada entrante, incluso cuando la voz de un hombre llena mis oídos. Hablando de un aguafiestas.
 
—Señor Wing —dice.
 
No respondo. Vete. Estoy ocupado.
 
Unos segundos más tarde, la voz surge de nuevo.
 
—Señor Wing, le habla el capitán David Guzmán de la Patrulla Catorce de la Ciudad de Denver. Sé que está ahí.
 
Oh, este sujeto. Este pobre capitán siempre es el encargado de tratar de controlarme.
Suspiro y me aparto de la chica.
 
—Lo siento —le digo sin aliento. Le doy un gesto de disculpa y gesticulo a mi oído—. Dame un minuto.
 
Ella sonríe y se alisa su vestido.
 
—Voy a estar dentro —responde—. Búscame. —Entonces entra por la puerta y de nuevo en el club.
Enciendo mi micrófono y empiezo a pasear lentamente por el callejón.
 
—¿Qué quieres? —le digo en un susurro molesto.
 
El capitán suspira en el auricular y se lanza a su mensaje.
 
—Señor Wing, se solicita su presencia en Denver mañana por la noche, en el Día de la Independencia, en el salón de la Torre del Capitolio. Como siempre, usted es libre de rechazar la petición… como lo hace normalmente — murmura entre dientes—. Sin embargo, este banquete es una reunión excepcional de gran importancia. Si decide asistir, vamos a tener un jet privado esperando por usted en la mañana.
 
¿Una reunión excepcional de gran importancia? ¿Has oído alguna vez decir tantas palabras bonitas en una frase? Pongo los ojos en blanco. Cada mes o así, recibo una invitación a un bendito evento social importante, como un baile para todos los generales de guerra de alto rango o la celebración que tuvieron cuando Anden finalmente acabó con los Ensayos. Pero la única razón por la que quieren que vaya a estas cosas es para que así me puedan mostrar y recordar a la gente: Miren, sólo en caso de que lo hayan olvidado, ¡Day está de nuestro lado!
 
No tientes a la suerte, Anden.
 
—Señor Wing —dice el capitán cuando me quedo en silencio, como si tuviera que recurrir a un argumento final—, el glorioso Elector solicita personalmente su presencia. Lo mismo sucede con la Princeps Electo.
 
La Princeps Electo.
 
Mis botas crujen a medio paso en medio del callejón. Me olvido de respirar.
 
No te emociones demasiado, después de todo, hay tres Princeps Electos, y él podría referirse a cualquiera de ellos. Unos segundos pasan antes de que finalmente pregunte:
 
—¿Cuál Princeps Electo?
 
—El único que realmente le importa.
 
Mis mejillas se calientan ante la burla en su voz.
 
—¿June?
 
—Sí, la señorita June Iparis —responde el capitán. Suena aliviado de finalmente tener mi atención—. Ella quería hacerlo una petición personal esta vez. A ella le gustaría mucho verlo en el banquete de la Torre del Capitolio.
 
Me duele la cabeza, y lucho para estabilizar mi respiración. Todos los pensamientos de la chica en el club se van por la ventana. June no ha preguntado personalmente por mí en ocho meses, esta es la primera vez que ella pidió que asista a una función pública.
 
—¿De qué va esto? —pregunto—. ¿Es sólo una fiesta del Día de la Independencia? ¿Por qué es tan importante?
 
El capitán titubea.
 
—Es un asunto de seguridad nacional.
 
—¿Qué se supone que significa eso? —Mi entusiasmo inicial se desvanece poco a poco, tal vez él sólo está tirando un farol—. Mire, capitán, tengo algunos asuntos pendientes que atender. Intente convencerme de nuevo en la mañana.
 
El capitán maldice en voz baja.
 
—Muy bien, señor Wing. Haga lo que quiera —murmura algo que no puedo entender, entonces se desconecta. Frunzo el ceño con exasperación mientras mi disminuido entusiasmo inicial se desvanece en una decepción que se hunde por completo. Tal vez debería ir a casa ahora. Es tiempo para mí de volver y comprobar a Eden, de todos modos. Es como una broma. Lo más probable es que probablemente él mintió sobre la petición de June en primer lugar, porque si ella hubiera realmente querido que yo fuera a la capital con tantas ganas, ella…
 
—¿Day?
 
Una nueva voz surge en mi auricular. Me congelo.
 
¿Todavía tengo los efectos alucinógenos de los medicamentos que utilicé?
¿Acabo de imaginar su voz? A pesar de que no la he escuchado en casi un año, la reconocería en cualquier parte, y el sonido es suficiente para evocar la imagen de June de pie delante de mí, como si yo me hubiera topado con ella por casualidad en este callejón. Por favor, no dejes que sea ella. Por favor, deja que sea ella.
 
¿Su voz siempre tiene ese efecto en mí?
 
No tengo ni idea de cuánto tiempo estuve congelado de esta forma, pero debe haber sido un tiempo, porque ella repite:
 
—Day, soy yo. June. ¿Estás ahí? —Un escalofrío me recorre.
 
Esto es real. Es realmente ella.
 
Su tono es diferente de lo que recuerdo. Vacilante y formal, como si estuviera hablando con un desconocido. Finalmente me las arreglo para serenarme y presiono mi micrófono en encendido.
 
—Estoy aquí —le respondo. Mi tono es diferente también: igual de vacilante, tan formal. Espero que ella no escuche el leve temblor en la misma.
 
Hay una breve pausa en el otro lado antes de que June continúe.
 
—Hola. —Después un largo silencio, seguido de—: ¿Cómo estás?
 
De repente siento una tormenta de palabras acumulándose dentro de mí, amenazando con derramarse. Quiero dejar escapar todo: He pensado en ti todos los días desde ese último adiós entre nosotros, lamento no haberme puesto en contacto contigo, me gustaría que te hubieras puesto en contacto conmigo. Te echo de menos. Te extraño.
No digo nada de esto. En cambio, lo único que consigo decir es:
 
—Bien. ¿Qué pasa?
 
Hace una pausa.
 
—Oh. Eso es bueno. Pido disculpas por la llamada tan tarde, ya que estoy segura de que estás tratando de dormir. Sin embargo, el Senado y el Elector me han pedido que envíe esta solicitud a ti personalmente. No lo haría a menos que me pareciera que era realmente importante. Denver está lanzando un baile para el Día de la Independencia, y durante el evento, vamos a tener una reunión de emergencia. Necesitamos que asistas.
 
—¿Por qué? —Supongo que he recurrido a las respuestas de pocas palabras. Por alguna razón, es todo lo que puedo pensar con la voz de June en línea.
 
Ella exhala, enviando una débil ráfaga de estática a través del auricular, y luego dice:
 
—Has oído hablar sobre el tratado de paz que se está elaborando entre la República y las Colonias, ¿verdad?
 
—Sí, por supuesto. —Todo el país sabe de eso: la mayor ambición de nuestro querido Anden, para poner fin a la guerra que ha estado ocurriendo desde hace quién sabe cuánto tiempo. Y hasta ahora, las cosas parecen estar yendo en la dirección correcta, lo suficientemente bien para que el frente de guerra haya estado a un punto muerto en silencio durante los últimos cuatro meses. Quién sabía que un día como ese podría venir, al igual que la forma en que nunca habíamos esperado ver los Estadios de Ensayos sin usar por todo el país—. Parece que el Elector está en camino de convertirse en el héroe de la República, ¿no?
 
—No hables demasiado pronto. —Las palabras de June se oscurecen, y siento como si pudiera ver su expresión a través del auricular—. Ayer recibimos una transmisión airada de las Colonias. Hay una peste difundiéndose a través de sus ciudades de frente de guerra, y ellos creen que fue causada por algunas de las armas biológicas que hemos enviado a través de sus fronteras. Incluso han rastreado los números de serie en los revestimientos de las armas que creen que comenzó esta peste.
 
Sus palabras se están tornando amortiguadas por la conmoción en mi mente, de la niebla que está trayendo de vuelta los recuerdos de Eden y sus ojos negros y sangrantes, de ese chico en el tren que estaba siendo utilizado como parte de la guerra.
 
—¿Eso significa que el tratado de paz se cancela? —pregunto.
 
—Así es. —La voz de June decae—. Las Colonias dicen que la peste es un acto oficial de guerra contra ellos.
 
—¿Y qué tiene esto que ver conmigo?
 
Otra pausa larga y siniestra. Ésta me llena de un pavor tan helado que siento como si mis dedos se estuvieran entumeciendo. La peste. Está sucediendo. El círculo se está cerrando completamente.
 
—Te lo diré cuando llegues aquí —dice June finalmente—. Es mejor no hablar de ello por auriculares.


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Mensaje por yiany Mar 12 Jun - 9:02

Gracias por el capi. Realmente me estresa la falta de comunicación de ese par, ninguno con el suficiente valor de dejar su orgullo y expresar con claridad lo que sienten. Grrr. Me preocupa ese evento y eso de que las colonias rastrearon las armas biológicas, presiento q involucra a Eden y por eso requieren la presencia de Day.


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Mensaje por yiniva Mar 12 Jun - 12:54

gracias,no puedo creer que ya paso tanto tiempo, y como dice yiany nunca hablaron, lo de la reunión huela a problemas


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Mensaje por Maga Miér 13 Jun - 21:10

JUNE
 
Desprecio mi primera conversación con Day luego de ocho meses de incomunicación. La odio. ¿Cuándo me volví tan manipuladora?
¿Por qué tengo que usar siempre sus debilidades en su contra?
 
Anoche a las 2306 horas, Anden vino a mi complejo de apartamentos y llamó a mi puerta. Solo. Ni siquiera creo que los guardias estuvieran apostados en el pasillo para su protección. Fue mi primera advertencia de que cualquier cosa que tuviera que decirme tenía que ser importante… y secreta.
—Tengo que pedirte un favor —dijo mientras le dejaba entrar. Anden casi ha perfeccionado el arte de ser un Elector joven (calmado, indiferente, sereno, una barbilla orgullosa bajo estrés, incluso una voz cuando enfurecía), pero esta vez pude ver la profunda preocupación en sus ojos. Incluso mi perro, Ollie, pudo notar que Anden estaba turbado, y trató de tranquilizarlo, empujando su nariz húmeda contra la mano de Anden.
Le di un empujón a Ollie antes de girarme hacia Anden.
 
—¿Qué pasa? —pregunté.
 
Anden pasó una mano por sus rizos oscuros.
 
—No quise molestarte tan tarde en la noche —dijo, inclinando su cabeza hacia la mía en preocupación tranquila—. Pero me temo que esta no es una conversación que pueda esperar. —Se detuvo lo suficientemente cerca para que, si quisiera, pudiera inclinar mi rostro hacia arriba y accidentalmente rozar mis labios contra los suyos. Mi pulso se aceleró ante la idea.
Anden pareció sentir la tensión en mi postura, porque dio un paso hacia atrás en disculpa y me dio más espacio para respirar. Sentí una extraña mezcla de alivio y decepción.
—El tratado de paz ha sido cancelado —susurró—. Las Colonias se preparan para declararnos la guerra una vez más.
—¿Qué? —le susurré—. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
 
—La noticia de mis generales es que hace un par de semanas, un virus mortal comenzó barriendo a través del frente de guerra de las Colonias como pólvora. —Cuando vio mis ojos abriéndose en comprensión, él asintió. Se veía tan cansado, agobiado por el peso de la seguridad de toda una nación—. Al parecer fui demasiado lento en la retirada de las armas biológicas del frente de guerra.
Eden. Los virus experimentales que el padre de Anden había utilizado en un intento de provocar una epidemia en las Colonias. Durante meses, había intentado empujar eso a la parte trasera de mi mente, después de todo, Eden estaba a salvo ahora, bajo el cuidado de Day y, lo último que oí, ajustándose lentamente a una vida aparentemente normal. Durante los últimos meses, el frente de guerra había estado en silencio mientras Anden intentaba discutir un tratado de paz con las Colonias. Pensé que íbamos a tener suerte, que nada saldría de esa guerra biológica. Meras ilusiones.
—¿Los senadores saben? —le pregunté después de un momento—. ¿O los otros Princeps Electos? ¿Por qué me estás diciendo esto? Soy difícilmente tu asesor más cercano.
Anden suspiró y se apretó el puente de la nariz.
 
—Perdóname. Me gustaría no tener que involucrarte en esto. Las Colonias creen que tenemos la cura para este virus en nuestros laboratorios y estamos simplemente reteniéndola. Exigen que la compartamos, o de lo contrario pondrán todas sus fuerzas detrás de una invasión a gran escala hacia la República. Y esta vez, no va a ser un regreso a nuestra antigua guerra. Las Colonias se han asegurado un aliado. Ellos llegaron a un acuerdo comercial con África: las Colonias reciben ayuda militar y, a cambio, África obtiene la mitad de nuestra tierra.
Un sentimiento de aprensión se apoderó de mí. Incluso sin él diciéndolo, me di cuenta de qué iba esto.
—No tenemos una cura, ¿verdad?
—No. Pero sí sabemos que los antiguos pacientes tienen el potencial de ayudarnos a encontrar esa cura.
Empecé a sacudir la cabeza. Cuando Anden llegó a tocar mi codo, me aparté.
 
—Absolutamente no —le dije—. No puedes pedirme esto a mí. No voy a hacerlo.
Anden parecía afligido.
 
—He pedido un banquete privado mañana por la noche para reunir a todos nuestros senadores. No tenemos otra opción si queremos poner fin a esta situación y encontrar una manera de asegurar la paz con las Colonias. —Su tono se hizo más firme—. Lo sabes tan bien como yo. Quiero que él asista a este banquete y nos escuche. Necesitamos su permiso si es que queremos llegar a Eden.
Habla en serio, me di cuenta con sorpresa.
 
—Nunca vas a conseguir que lo haga. Te das cuenta de eso, ¿cierto? El apoyo del país hacia ti sigue siendo dócil, y la alianza de Day contigo dudosa por decir lo mejor. ¿Qué crees que va a decir a esto? ¿Qué pasa si lo enojas lo suficiente para que llame a la gente a la acción, para decirles que se rebelen en contra tuya? O peor aún: ¿y si les pide que apoyen a las Colonias?
 
—Lo sé. He pensado en todo esto. —Anden se frotó las sienes en agotamiento—. Si hubiera una mejor opción, la tomaría.
—Así que quieres que yo le haga estar de acuerdo con esto —añadí. Mi irritación era demasiado fuerte como para molestarme ocultándola—. No lo haré. Consigue que los otros senadores convenzan a Day, o intenta convencerlo tú mismo. O encuentra una manera de disculparte con el Canciller de las Colonias, pídele negociar nuevos términos.
—Tú eres la debilidad de Day, June. Él te escuchará. —Anden se estremeció incluso mientras lo decía, como si no quisiera admitirlo—. Sé cómo me hace sonar esto. No quiero ser cruel, no quiero que Day nos vea como el enemigo. Pero haré lo que sea necesario para proteger al pueblo de la República. De lo contrario, las Colonias atacarán, y si eso sucede, sabes que es probable que el virus se propague aquí también.
Era peor que eso, a pesar de que Anden no lo dijo en voz alta. Si las Colonias nos atacaban con África a su lado, entonces nuestras fuerzas armadas no podrían ser lo suficientemente fuertes para detenerlos. Esta vez, ellos podrían ganar. Él te escuchará. Cerré mis ojos e incliné mi cabeza. No quería admitirlo, pero yo sabía que Anden estaba en lo cierto.
Así que hice lo que me pidió. Llamé a Day y le pedí que volviera a la capital. Sólo la idea de volver a verlo dejó mi corazón latiendo con fuerza, doliendo por su ausencia en mi vida en estos últimos meses. No lo había visto ni hablado con él durante tanto tiempo… ¿y esta va a ser la forma en que nos reunamos? ¿Qué pensará de mí ahora?
¿Qué pensará de la República cuando se entere de lo que quieren con su hermano pequeño?
 
 
1201 HORAS.
TRIBUNAL DE DELITO FEDERAL DEL CONDADO DE DENVER. 22°C EN EL INTERIOR.
SEIS HORAS    HASTA    QUE  VEA  A    DAY  EN   EL BAILE DE   LA NOCHE.
289 DÍAS Y 12 HORAS DESDE LA MUERTE DE METIAS.
 
 
Thomas y la comandante Jameson están siendo juzgados hoy.
 
Estoy tan cansada de los juicios. En los últimos cuatro meses, una docena de ex senadores han sido juzgados y declarados culpables de participar en el plan para asesinar a Anden, el plan que Day y yo casi no habíamos logrado detener. Esos senadores han sido todos ejecutados. Razor ya ha sido ejecutado. A veces siento como que si alguien nuevo es condenado cada semana.
Pero el juicio de hoy es diferente. Sé exactamente quién está siendo sentenciado hoy, y por qué.
Me siento en un balcón con vistas a la circular sala de la corte, mis manos inquietas en sus guantes de seda blanca, mi cuerpo constantemente moviéndose en mi chaleco y abrigo negro con volantes, mis botas golpeando en silencio contra los pilares del balcón. Mi silla está hecha de roble sintético y acolchada con suave terciopelo escarlata, pero de alguna manera no puedo ponerme cómoda. Para mantenerme tranquila y ocupada, estoy enredando cuidadosamente cuatro sujetapapeles enderezados en mi regazo para formar un pequeño anillo.
Dos guardias están de pie detrás de mí. Tres filas circulares de veintiséis senadores del país rodean el escenario, uniformados en sus trajes escarlata y negro a juego, sus hombreras de plata reflejan la luz de la cámara, sus voces haciéndose eco a lo largo de los techos abovedados. Suenan en gran medida indiferentes, como si estuvieran reuniéndose para trazar rutas comerciales en lugar de los destinos de estas personas. Muchas son caras nuevas que han reemplazado a los senadores traidores, de quienes Anden ya se ha deshecho. Yo soy la que sobresale con mi traje negro y dorado (hasta los setenta y seis soldados que están de guardia aquí se visten de escarlata; dos para cada senador, dos para mí, dos para cada uno de las otros Princeps Electos, cuatro para Anden, y catorce en las entradas traseras delante de la cámara, lo que significa que los acusados —Thomas y la comandante Jameson— son considerados de bastante alto riesgo y podrían hacer un movimiento repentino).
No soy senadora, claramente. Soy una Princeps Electo y tengo que ser distinguida como tal.
Otros dos en la cámara llevan el mismo uniforme negro y dorado que yo. Mis ojos vagan hacia ellos ahora, donde se sientan en otros balcones. Después de que Anden me señaló para entrenar para la posición de Princeps, el Congreso le instó a seleccionar varios otros. Después de todo, no se puede tener a solo una persona preparándose para convertirse en el líder del Senado, sobre todo cuando esa persona es una chica de dieciséis años de edad, sin una pizca de experiencia política. Así que Anden estuvo de acuerdo. Eligió dos Princeps Electos más, ambos ya senadores. Una se llama Mariana Dupree. Mi mirada se posa sobre ella, su nariz levantada y sus ojos se cargados de dureza. Con treinta y siete años de edad, senadora por diez años. Me odió al instante en que puso sus ojos en mí. Aparto la mirada de ella y la dirijo hacia el balcón donde el segundo Princeps Electo está sentado. Serge Carmichael, un nervioso senador de treinta y dos años y una gran mente política, quien no perdió el tiempo demostrándome que no aprecia mi juventud e inexperiencia.
Serge y Mariana. Mis dos rivales por el título de Princeps. Me siento agotada sólo de pensarlo.
En un balcón a varias decenas de metros de distancia, sentado y flanqueado por sus guardias, Anden parece tranquilo, revisando algo con uno de los soldados. Lleva un atractivo abrigo militar gris con botones brillantes plateados, hombreras plateadas, e insignias plateadas en la manga. De vez en cuando mira hacia abajo, hacia los prisioneros de pie en el círculo de la cámara. Lo observo por un momento, admirando su apariencia de calma.
Thomas y la comandante Jameson van a recibir sus condenas por delitos contra la nación.
Thomas se ve más pulcro de lo habitual, si eso es posible. Su cabello está peinado hacia atrás, y puedo decir que él debe haber vaciado toda una lata de betún en cada una de sus botas. Está de pie en posición de firmes en el centro de la cámara y mira hacia adelante con una intensidad que haría a cualquier comandante de la República orgulloso. Me pregunto lo que está pasando por su mente. ¿Está imaginándose esa noche en el callejón del hospital, cuando asesinó a mi hermano? ¿Está pensando en las muchas conversaciones que tuvo con Metias, los momentos en los que había bajado la guardia? ¿O la fatídica noche cuando había decidido traicionar a Metias en lugar de ayudarlo?
La comandante Jameson, por otro lado, tiene un aspecto ligeramente desaliñado. Sus ojos fríos y sin emociones se fijan en mí. Ella me ha estado observando sin pestañear durante los últimos doce minutos. Miro de regreso por un momento, tratando de ver algún indicio de un alma en sus ojos, pero no existe nada allí excepto por un odio helado, una falta absoluta de conciencia.
Aparto la mirada, respiro profunda y lentamente, y trato de concentrarme en otra cosa. Mis pensamientos vuelven a Day.
Ya han pasado 241 días desde que visitó mi apartamento y me dijo adiós. A veces me gustaría que Day me pudiera sostener entre sus brazos de nuevo y besarme como lo hizo en esa última noche, tan cerca que apenas podíamos respirar, sus labios suaves contra los míos. Pero entonces me retracto de ese deseo. El pensamiento es inútil. Me recuerda a la pérdida, de la misma forma en que sentarme aquí y mirar hacia abajo a las personas que mataron a mi familia me recuerda todas las cosas que solía tener; me recuerda demasiado a mi culpa, de todas las cosas que Day solía tener que yo tomé de él.
Además, Day probablemente nunca quiera besarme de nuevo. No después de que él se entere de por qué le he pedido regresar a Denver.
Anden está mirando en mi dirección ahora. Cuando atrapo su mirada, él asiente una vez, se excusa de su balcón, y un minuto después entra en mi balcón. Me levanto y, junto con mis guardias, doy un saludo. Anden agita una mano con impaciencia.
—Siéntate, por favor —dice. Cuando me he relajado en la silla, se inclina hacia abajo a nivel de mis ojos, y añade—: ¿Cómo lo llevas, June?
Combato el rubor mientras se propaga a través de mis mejillas. Después de ocho meses sin Day en mi vida, me encuentro sonriéndole a Anden, disfrutando la atención, en ocasiones, incluso esperando por ella.
—Estoy bien, gracias. He estado esperando este día.
 
—Por supuesto. —Asiente Anden—. No te preocupes, no pasará mucho tiempo antes de que ambos estén fuera de tu vida para siempre. —Él le da a mi hombro un apretón reconfortante. Luego se va tan rápido como llegó, desapareciendo con el débil tintineo de las medallas y hombreras, a continuación reapareciendo momentos después en su propio balcón.
Levanto mi cabeza en un vano intento de valentía, sabiendo que los ojos helados de la comandante Jameson aún deben estar sobre mí. Cuando cada uno de los senadores se levanta a emitir su voto en voz alta con su veredicto, contengo la respiración y empujo con cuidado cada recuerdo que tengo de sus ojos mirándome fijamente, doblándolos en un compartimiento limpio en la parte trasera de mi mente. La votación parece tomar una eternidad, a pesar de que los senadores son todos rápidos para decir lo que piensan que va a complacer al Elector. Nadie tiene el coraje de arriesgarse a cruzarse con Anden después de ver tantos otros condenados y ejecutados. Cuando mí turno viene, mi garganta está reseca. Trago un par de veces, y luego hablo.
—Culpable —digo, mi voz clara y tranquila.


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Mensaje por Maga Miér 13 Jun - 21:12

Serge y Mariana emiten su voto después de mí. Corremos a través de otra ronda de votación para Thomas, y luego hemos terminado. Tres minutos más tarde, un hombre (calvo, con una cara redonda y arrugada y una túnica escarlata hasta el piso la cual está agarrando con la mano izquierda) se apresura hacia el balcón de Anden y le da una reverencia apresurada. Anden se inclina hacia el hombre y le susurra al oído. Miro su interacción con curiosa tranquilidad, preguntándome si puedo predecir el veredicto final a partir de sus gestos. Tras una breve deliberación, Anden y el mensajero asienten. Entonces el mensajero levanta la voz a toda la asamblea.
—Ahora estamos listos para anunciar los veredictos del capitán Thomas Alexander Bryant y la comandante Natasha Jameson de la Patrulla Ocho de la Ciudad de Los Ángeles. ¡Todos de pie para el glorioso Elector!
Los senadores y yo nos ponemos de pie con un ruido de uniforme, mientras que la comandante Jameson simplemente se vuelve hacia Anden con una mirada de desprecio absoluto. Thomas da un agudo saludo en dirección a Anden. Mantiene la posición mientras Anden se pone de pie, se endereza, y se lleva las manos a la espalda. Hay un momento de silencio a la espera de su veredicto final, el voto que realmente importa. Reprimo un impulso creciente a toser. Mis ojos se mueven instintivamente a los otros Princeps Electos, algo que ahora hago todo el tiempo; Mariana tiene el ceño fruncido de satisfacción en su rostro, mientras que Serge sólo se ve aburrido. Uno de mis puños se aprieta con fuerza alrededor del anillo de sujetapapeles en el que estoy trabajando. Ya sé que va a dejar surcos profundos en la palma de mi mano.
—Los senadores de la República han presentado sus veredictos individuales
—anuncia Anden a la sala del tribunal, sus palabras llevando toda la formalidad de un discurso de tradiciones antiguas. Me maravilla la manera en que su voz puede sonar tan suave, pero acarrear tanto al mismo tiempo—. He tomado la decisión conjunta en cuenta, y ahora doy la mía. —Anden hace una pausa para volver los ojos hacia abajo, hacia donde ambos están esperando. Thomas se encuentra todavía en pleno saludo, sin dejar de mirar fijamente el vacío frente a él—. Capitán Thomas Alexander Bryant de la Patrulla Ocho de la Ciudad de Los Ángeles —dice—, la República de América le encuentra culpable…
La sala se queda en silencio. Lucho por mantener mi respiración estable. Piensa en algo. Cualquier cosa. ¿Qué hay de todos los libros políticos que he estado leyendo esta semana? Trato de recitar algunos de los hechos que he aprendido, pero de repente no puedo recordar nada de eso. Más inusual.
—… de la muerte del capitán Metias Iparis en la noche de noviembre treinta, de la muerte de la civil Grace Wing sin las autorizaciones necesarias para la ejecución, de la ejecución en solitario de doce manifestantes en la Plaza de Batalla por la tarde…
Su voz entra y sale del murmullo ruidoso en mi cabeza. Inclino una mano contra los apoyabrazos de mi silla, dejo escapar un lento suspiro, y trato de evitar que me balancee. Culpable. Thomas ha sido declarado culpable de matar a mi hermano y a la madre de Day. Mis manos tiemblan.
—… y por lo tanto condenado a muerte por fusilamiento a dos días a partir de hoy, a las ciento diecisiete horas. Comandante Natasha Jameson de la Patrulla Ocho de la Ciudad de Los Ángeles, la República de América le encuentra culpable…
La voz de Anden se apaga en un sordo e irreconocible zumbido. Todo a mi alrededor parece tan lento, como si estuviera viviendo demasiado rápido para todo y dejando el mundo atrás.
Hace un año había estado de pie fuera de la Intendencia de Batalla en un tipo diferente de etapa judicial, mirando con una enorme multitud cuando un juez le daba a Day la misma frase exacta. Ahora Day está vivo, y es una celebridad de la República. Abro mis ojos de nuevo. Los labios de la comandante Jameson se encuentran en una línea apretada mientras Anden le lee la pena de muerte. Thomas mira sin expresión. ¿Está inexpresivo? Estoy muy lejos para decir, pero sus cejas parecen fruncirse en una extraña especie de tragedia. Debería sentirme bien con esto, me recuerdo a mí misma. Tanto Day como yo deberíamos estar regocijándonos. Thomas mató a Metias. Le disparó a la madre de Day a sangre fría, sin dudarlo un segundo.
Pero ahora la sala desaparece y todo lo que puedo ver son los recuerdos de Thomas como un adolescente, en la época que él, Metias y yo solíamos comer edame de cerdo dentro de un cálido puesto en la calle en el primer piso del mismo, con la lluvia corriendo por todas partes. Recuerdo a Thomas mostrándome la primera arma que le asignaron. Incluso recuerdo el tiempo en que Metias me trajo a sus ejercicios por la tarde. Yo tenía doce años y apenas había empezado mis cursos en Drake por una semana, cuán inocente parecía todo en aquel entonces. Metias me recogía después de mis clases de la tarde, justo a tiempo, y nos dirigíamos hacia el sector Tanagashi, donde él estaba ejercitando a su patrulla a través de arduos ejercicios. Todavía puedo sentir el calor del sol cayendo sobre mi cabello, aún veo el borrón de la media capa negra de Metias, el brillo de sus hombreras de plata, y aún escucho el resonar agudo de sus botas brillantes en el cemento. Mientras yo me sentaba en un banco de la esquina y encendía mi ordenador para (pretender) leer algo de lectura avanzada, Metias alineaba a sus soldados para su inspección. Se detenía ante cada soldado para señalar las fallas en sus uniformes.
—Cadete Rin —le gritó a uno de los soldados más nuevos. El soldado saltó ante el acero en la voz de mi hermano, luego bajó la cabeza avergonzado mientras Metias apuntaba la medalla solitaria puesta en el abrigo del cadete—. Si yo llevara mi medalla de esta manera, la comandante Jameson me arrancaría mi título. ¿Quieres ser removido de esta patrulla, soldado?
—N-no, señor —balbuceó el cadete.
 
Metias mantuvo sus manos enguantadas escondidas detrás de la espalda y siguió adelante. Criticó a otros tres soldados antes de llegar a Thomas, quien estaba de pie en posición de firmes hacia el final de la línea. Metias miró su uniforme por encima con un ojo atento y cuidadoso. Por supuesto, el traje de Thomas era absolutamente impecable, ni un solo hilo fuera de lugar, cada medalla y ranura de hombrera pulida hasta un brillo reluciente, sus botas tan impecables que seguramente podía ver mi reflejo en ellas. Una pausa larga.  Puse mi ordenador abajo y me incliné hacia adelante para mirar más de cerca.
Por último, mi hermano asintió.
 
—Bien hecho, soldado —le dijo a Thomas—. Siga con el buen trabajo, y me aseguraré de que la comandante Jameson le promueva antes de finales de este año.
La expresión de Thomas nunca cambió, pero lo vi levantar la barbilla con orgullo.
—Gracias, señor —respondió—. Los ojos de Metias se detuvieron en él por un segundo más, y luego siguió adelante.
Cuando por fin terminó la inspección de todo el mundo, mi hermano se volvió hacia toda su patrulla.
—Una inspección decepcionante, soldados —les gritó—. Están bajo mi vigilancia ahora, y eso significa que están bajo la vigilancia de la comandante Jameson. Ella espera un mayor calibre de este lote, por lo que harían bien en tratar más duro. ¿Entendido?
Afilados saludos le respondieron.
—¡Si, señor!
 
Los ojos de Metias volvieron a Thomas. Vi respeto en el rostro de mi hermano, incluso admiración.
—Si cada uno de ustedes prestara atención a los detalles de la manera en que el Cadete Bryant lo hace, seríamos la patrulla más grande en el país. Que les sirva de ejemplo a todos ustedes. —Él se unió a ellos en un saludo final—.
¡Larga vida a la República! —Los cadetes le hicieron eco al unísono.
 
La memoria se desvanece lentamente de mis pensamientos, y la clara voz de Metias se convierte en el susurro de un fantasma, dejándome débil y agotada en mi tristeza.
Metias siempre había hablado de la fijación de Thomas en ser el soldado perfecto. Recuerdo la devoción ciega que Thomas le dio a la comandante Jameson, la misma devoción ciega que ahora le da a su nuevo Elector. Entonces nos veo a Thomas y a mí sentados uno frente al otro en una sala de interrogatorios, recuerdo la angustia en sus ojos. Cómo él me dijo que quería protegerme. ¿Qué pasó con ese tímido y torpe muchacho de los sectores pobres de Los Ángeles, el chico que solía entrenar con Metias todas las tardes? Algo empaña mi visión y rápidamente me paso la mano por los ojos.
 
Podría ser compasiva. Podría pedirle a Anden perdonarle la vida y dejarlo vivir sus años en la cárcel, y darle la oportunidad de redimirse. Pero en lugar de eso me quedo ahí de pie con los labios cerrados y la postura firme, mi corazón duro como una piedra. Metias sería más misericordioso en mi posición.
Pero nunca fui tan buena persona como mi hermano.
 
—Esto concluye el juicio para el capitán Thomas Alexander Bryant y la comandante Natasha Jameson —termina Anden. Él sostiene una mano en dirección a Thomas y asiente con la cabeza una vez—. Capitán, ¿tiene algunas palabras para el Senado?
Thomas no se inmuta en lo más mínimo, no muestra un solo atisbo de miedo, remordimiento o ira en su rostro. Lo observo con atención. Después de un instante, vuelve los ojos hacia donde Anden está, luego hace una reverencia baja.
—Mi glorioso Elector —responde con voz clara y firme—. He deshonrado a la República, actuando de una manera que tanto le ha disgustado y decepcionado. Humildemente acepto mi veredicto. —Él se levanta de su reverencia, y luego regresa a su saludo—. ¡Larga vida a la República!
Él me mira cuando los senadores apoyan todos el veredicto final de Anden. Por un instante, nuestros ojos se encuentran. Entonces miro hacia abajo. Después de un rato, miro de nuevo y él está observando al frente otra vez.
Anden vuelve su atención a la comandante Jameson.
 
—Comandante —dice, extendiendo su mano enguantada en su dirección. Su barbilla se levanta en un gesto majestuoso—. ¿Tiene alguna palabra para el Senado?
Ella no se inmuta al mirar al joven Elector. Sus ojos son oscuras pizarras frías. Después de una pausa, ella finalmente asiente.
—Sí, Elector —dice, con un tono áspero y burlón, un marcado contraste con el de Thomas. Los senadores y los soldados se mueven con inquietud, pero Anden levanta la mano para pedir silencio—. Tengo algunas palabras para usted. No fui la primera en desear su muerte, y no voy a ser la última. Usted es el Elector, pero sigue siendo sólo un niño. No sabe quién es. —Ella entrecierra sus ojos… y sonríe—. Pero yo lo sé. He visto mucho más de lo que usted ha hecho, he drenado la sangre de prisioneros que doblan su edad, he matado a hombres con el doble de su fuerza, he dejado prisioneros temblando en sus cuerpos rotos que probablemente tienen el doble de su valor. Cree que es el salvador de este país, ¿no? Pero yo lo sé mejor. Usted no es más que el niño de su padre, y de tal padre, tal hijo. Él fracasó, y usted lo hará también. —Su sonrisa se ensancha, pero nunca toca sus ojos—. Este país va a caer en llamas con usted a la cabeza, y mi espíritu se reirá de usted todo el camino al infierno.
La expresión de Anden nunca cambia. Sus ojos permanecen claros y sin miedo, y en este momento, me siento atraída hacia él como un ave a un cielo abierto. Él se encuentra con su mirada con frialdad.
—Esto concluye el juicio de hoy —responde, su voz resonando por toda la cámara—. Comandante, le sugiero que guarde sus amenazas para el pelotón de fusilamiento. —Luego dobla las manos a la espalda y asiente a sus soldados—. Retírelos de mi vista.
No sé cómo Anden puede mostrar tan poco temor ante la comandante Jameson. Yo lo envidio. Porque cuando veo a los soldados llevándosela, todo lo que puedo sentir es un profundo hoyo helado de terror. Como si ella no ha terminado con nosotros todavía. Como si ella está advirtiendo que cuidemos nuestras espaldas.


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Mensaje por yiniva Jue 14 Jun - 13:56

No estoy muy de acuerdo que usen a June para convencer a Dar de que investiguen de nuevo con Eden, pero si es la única manera de encontrar una cura, pues que le vamos hacer, me entro la duda con lo ultimo que dijo la teniente Jemerson, siento que sabe algo pero le darán matarile igual que a Thomas.
gracias @Maga


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Mensaje por yiany Vie 15 Jun - 7:46

De acuerdo contigo Yiniva, no me gustó que Anden se expresara como que necesitan a June para explorar la debilidad de Day, si fuera sólo para estudiar la cura porque no hacerlo con alguno de los otros niños? Eden no era el único, creo que hay algo más oculto, y esas últimas palabras de la Comandante, solo... brrr


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Mensaje por mariateresa Vie 15 Jun - 19:34

Al dia por fin!!
Gracias por los capitulos..
Otro problema mas le encaletaron a June, Day la va odiar por esto y ya paso un año separados y el nunca le dijo de su enfermedad. Que triste todo.
Lo bieno es que se hizo justicia para su hermano y la mama de Day...


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Mensaje por Maga Vie 15 Jun - 22:28

Gracias por participar Wink 


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Mensaje por Maga Vie 15 Jun - 22:37

DAY




Aterrizamos en Denver en la mañana del banquete de emergencia.
Incluso las palabras mismas me dan ganas de reír: ¿banquete de emergencia? Para mí, un banquete todavía significa una fiesta, y no veo cómo cualquier emergencia deba ser motivo de una montaña monumental de alimentos, incluso si es para el Día de la Independencia. ¿Es así como estos senadores enfrentan las crisis: rellenando sus caras gordas?
Después de que Eden y yo nos asentamos en un apartamento temporal del gobierno y Eden se queda dormido, agotado de nuestro vuelo temprano por la mañana, a regañadientes lo dejo con Lucy a fin de encontrarme con la asistente asignada para prepararme para el evento de esta noche.
—Si alguien trata de verlo —le susurro a Lucy mientras Eden duerme—, por cualquier razón, por favor llámame. Si alguien quiere…
Lucy, acostumbrada a mi paranoia, me calla con un gesto de la mano.
—Déjeme calmar su mente, señor Wing —responde ella. Acaricia mi mejilla—
. Nadie va a ver a Eden mientras no esté. Lo prometo. Te llamaré en un instante si algo le pasa.
Asiento. Mis ojos se detienen en Eden como si fuera a desaparecer si parpadeo.
—Gracias.
Para asistir a un evento de este lujo, tengo que vestirme para la ocasión, y para vestirme para la ocasión, la República asigna a la hija de un senador para que me lleve a través del distrito centro de la ciudad, donde se concentran las principales zonas comerciales de la ciudad. Ella me encuentra justo donde el tren se detiene en el centro del distrito. No hay duda de quién es: está ataviada con un uniforme estilizado de la cabeza a los pies, sus ojos marrones claros en contraste con su piel de color marrón, cabello oscuro de gruesos rizos negros recogido en una trenza anudada. Cuando me reconoce, me sonríe. La atrapo supervisándome, como si ya estuviera criticando mi atuendo.
—Tú debes ser Day —dice, tomando mi mano—. Mi nombre es Faline Fedelma, y el Elector me ha asignado para ser tu guía. —Hace una pausa para levantar una ceja en dirección a mi ropa—. Tenemos mucho trabajo que hacer.
Miro mi atuendo. Pantalones metidos en botas altas desgastadas, una camisa de cuello arrugado y una vieja bufanda. Hubiera sido considerado de lujo en las calles.
—Me alegro de que lo apruebes —le contesto. Pero Faline sólo se ríe y enreda un brazo a través del mío.
Mientras ella me lleva a una calle con ropa de gobierno que se especializa en ropa de noche, asimilo la multitud de gente corriendo a nuestro alrededor.
Elegante, gente de la clase alta. Un trío de estudiantes pasan, riéndose de esto y aquello, vestidos con impecables uniformes militares y botas relucientes. A medida que rodeamos una esquina y entramos en una tienda, me doy cuenta que los soldados montan guardia a lo largo de la calle. Una gran cantidad de soldados.
 
—¿Por lo general hay esta cantidad de guardias? —le pregunto a Faline.
 
Ella se encoge de hombros y levanta un atuendo contra mí, pero puedo ver la inquietud en sus ojos.
—No —responde—, en realidad no. Pero estoy segura de que no es nada de lo que debas preocuparte.
Lo dejo pasar, pero una oleada de ansiedad corre por mi mente. Denver está reforzando sus defensas. June no ha explicado por qué necesitaba tanto que asistiera a este banquete, lo suficiente como para ponerse en contacto conmigo por sí misma después de tantos meses de ninguna palabra. ¿Qué demonios iba a necesitar de mí? ¿Qué quiere la República esta vez?
Si la República de verdad va a volver a la guerra, entonces tal vez debería encontrar una manera de sacar a Eden del país. Tenemos el poder para salir ahora, después de todo. No sé lo que me mantiene aquí.
Horas más tarde, después de que el sol se ha puesto y fuegos artificiales para el cumpleaños del Elector ya han empezado a dispararse en partes aleatorias de la ciudad, un jeep me lleva desde nuestro apartamento hacia Colburn Hall. Me asomo con impaciencia por la ventana. La gente viaja a lo largo de las aceras en grupos densos. Esta noche cada uno de ellos está vestido con ropa muy específica: en su mayoría de color rojo, con toques de maquillaje dorado y sellos de la República estampados prominentemente aquí y allá, en la parte posterior de los guantes blancos o en las mangas de los abrigos militares. Me pregunto cuántas de estas personas están de acuerdo con el grafiti de “Anden es nuestro salvador” y cuántos del lado del mensaje “Anden es un engaño”. Las tropas marchan a lo largo de las calles. Todas las pantallas gigantes tienen imágenes de enormes sellos de la República en la pantalla, seguido de imágenes en vivo corriendo desde las festividades ocurriendo dentro de Colburn Hall. Para crédito de Anden, ha habido una disminución constante en la propaganda de la República últimamente en las pantallas gigantes. Sin embargo, todavía no hay noticias sobre el mundo exterior. Supongo que no se puede tener todo.
En el momento en que llegamos a los escalones empedrados de Colburn Hall, las calles son un desastre de celebraciones, una multitud de personas, y guardias sin sonrisas. Los espectadores dejan escapar una gran ovación cuando me ven salir del jeep, un rugido que sacude mis huesos y envía un espasmo de dolor a través de la parte posterior de mi cabeza. Saludo con la mano vacilante en respuesta.
Faline me está esperando en la parte inferior de los escalones que conducen a Colburn Hall. Esta vez está vestida con un vestido dorado, y polvo de oro brilla en sus párpados. Intercambiamos reverencias antes de seguirla, mirando como ella hace un gesto a los demás para despejar el camino.
—Te ves muy bien aseado —dice ella—. Alguien va a estar muy contento de verte.
—No creo que el Elector estará tan entusiasmado como piensas. Ella me sonríe por encima de su hombro.
—No estaba hablando del Elector. Mi corazón salta ante eso.
Nos abrimos paso entre la multitud gritando. Estiro el cuello y miro a la elaborada belleza de Colburn Hall. Todo reluce. Esta noche los pilares están cada uno adornados con banderas rojas en lo alto que exhiben el sello de la República, y colgando justo en el medio de los pilares y por encima de la entrada de la sala está el mayor retrato que he visto nunca. El rostro gigante de Anden. Faline me guía por el pasillo, donde los senadores llevan conversaciones al azar y otros invitados de élite hablan y ríen entre sí como si todo en el país fuera viento en popa. Pero detrás de sus máscaras alegres hay signos de nerviosismo, ojos parpadeantes y ceño fruncido. Han sentido el inusual número de soldados aquí también. Trato de imitar la forma correcta y precisa que tienen de caminar y hablar, pero paro cuando Faline me nota haciéndolo.
Nos alejamos del exuberante entorno abierto de Colburn Hall por varios minutos, perdidos en el mar de políticos. Las borlas de mis hombreras tintinean. Estoy buscándola a ella, a pesar de que no sé lo que voy a decir cuando —si— la encuentre. ¿Cómo podré incluso tener un vistazo de ella en medio de todo este lujo monumental? Dondequiera que miremos, veo otra ráfaga de vestidos coloridos y trajes brillantes, fuentes y pianos, camareros llevando delgadas copas de champán, gente elegante mostrando sus sonrisas falsas. Siento una repentina sensación de claustrofobia.
¿Dónde estoy? ¿Qué estoy haciendo aquí?
Como si fuera una señal, en el instante en que me planto éstas interrogantes es el instante en que finalmente la veo. De alguna manera, en medio de estos aristócratas que se funden en un solo retrato borroso, mis ojos atrapan su silueta y se detienen. June. El ruido a mi alrededor se desvanece en un zumbido sordo, silencioso y sin interés, y toda mi atención se vuelve impotente a la chica que pensé que sería capaz de enfrentar.
Ella está vestida con un vestido largo de color escarlata profundo, y su cabello grueso y brillante se amontona en su cabeza en ondas oscuras, clavado en su lugar con peinetas de color rojo con gemas que capturan la luz. Es la chica más hermosa que he visto en mi vida, fácilmente la chica más impresionante en la habitación. Ha crecido en los ocho meses que no la he visto, y la forma en que se sostiene a sí misma, serena y elegante, con su esbelto cuello como de cisne y sus profundos oscuros ojos: es la imagen de la perfección.
Casi perfección. Ante una mirada más de cerca, me doy cuenta de algo que me hace fruncir el ceño. Hay un aire de moderación en ella, algo incierto e inseguro. No como la June que conozco. Como si estuviera impotente ante la visión, me encuentro guiando tanto a Faline como a mí hacia ella. Solo me detengo cuando las personas a su alrededor se separan, revelando al hombre ubicado a su lado.
Es Anden. Por supuesto, no debería sorprenderme. A un lado, varias chicas bien vestidas están tratando en vano de llamar su atención, pero él parece centrado solo en June. Observo mientras él se inclina para susurrarle algo al oído, luego continúa su conversación relajada con ella y varios otros.
Cuando me alejo silenciosamente, Faline frunce el ceño ante mi repentino cambio.
—¿Estás bien? —pregunta.
Intento una sonrisa tranquilizadora.
 
—Oh, por supuesto. No te preocupes. —Me siento tan fuera de lugar entre estos aristócratas, con sus cuentas bancarias y modales elegantes. Sin importar la cantidad de dinero que la República me arroje, siempre seré el chico de la calle.
Y me había olvidado que un chico de la calle no combina con la futura Princeps.


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Mensaje por yiniva Sáb 16 Jun - 15:02

Siento mucha pena por Day y June, ellos quieren lo mejor para todos, pero lograrlo es muy difícil, Day es súper protector con Edén, es lógico, es lo único que le queda, no sé como va a reaccionar cuándo June le cuente por que está ahí.
Gracias Maguita


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Mensaje por yiany Miér 20 Jun - 18:49

Gracias por el cap Maga. Bueno, es obvio que Day se sienta como mosca en leche rodeado de tanta opulencia, pero me choca esa última frase que dice, sobre q un chico de calle no combina con la futura Princeps, siento q esta juzgando a June por una posición que el mismo le impuso a tomar. June lo dejó todo por el una vez y estaba dispuesta a hacerlo de nuevo, pero Day no ve más allá de las clases sociales.


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Mensaje por Maga Vie 22 Jun - 15:44

Hola chicas mil disculpas por estar perdida. Lo siento pero desde la semana pasada estoy presentando serios problemas con el internet y aun no se solucionada. Voy a ver como hago para continuar la lectura.


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Mensaje por Yani Vie 22 Jun - 20:38

Corregido por Nanis
 
 June
 
1935 HORAS.
COLBURN HALL, SALÓN DE BAILE PRINCIPAL. 20°C.
 
 
 
Creo ver a Day en la multitud. Un destello de cabellos dorados platinado, de brillantes ojos azules. Mi atención se rompe repentinamente de mi conversación con Anden y los otros Princeps Electos, y estiro el cuello, con la esperanza de tener una mejor
              visión, pero se ha ido otra vez, si estuvo allí alguna vez.
Decepcionada, vuelvo mi mirada hacia los otros y les doy mi sonrisa ensayada.
¿Aparecerá Day esta noche? Seguramente los hombres de Anden nos habrían alertado si Day se hubiera negado a subir al avión privado enviado por él esta mañana. Pero él había sonado tan distante y extraño al micrófono aquella noche, tal vez simplemente decidió que no valía la pena venir aquí después de todo. Tal vez me odia, ahora que hemos tenido suficiente tiempo aparte para pensar con claridad acerca de nuestra amistad. Exploro la multitud de nuevo cuando los demás Princeps Electos se ríen de los chistes de Anden.
Una sensación en mi estómago me dice que Day estará aquí. Pero difícilmente soy una persona que confíe en su instinto. Toco con aire ausente las joyas en mi cabello, asegurándome de que todas están todavía en los lugares correctos. No son las cosas más cómodas que he usado, pero el peluquero había jadeado ante la forma en que los rubíes se destacaban contra mis cabellos oscuros, y esa reacción fue suficiente para pensar que valían la pena. No estoy segura de por qué me molesté en lucir tan bonita esta noche. Es el Día de la Independencia, supongo, y la ocasión es importante.


  ―La señorita Iparis es tan precoz como todos suponíamos que sería
―estaba diciéndole Anden a los senadores ahora, volviendo su sonrisa hacia mí. Su aparente felicidad es todo para el espectáculo, por supuesto. He sido la sombra de Anden durante el tiempo suficiente como para saber cuándo está tenso, y esta noche el nerviosismo se refleja en cada gesto que hace. Estoy nerviosa también. Dentro de un mes, la República podría tener banderas de las Colonias hondeando sobre sus ciudades―. Sus profesores dicen que nunca han visto un progreso estudiantil tan rápido a través de sus textos políticos.
―Gracias, Elector ―respondo automáticamente a su cumplido. Ambos senadores ríen, pero por debajo de sus expresiones alegres está el persistente resentimiento que tienen contra mí, esta niña quien ha sido escogida por el Elector para convertirse potencialmente en su líder un día. Mariana me da una diplomática, aunque severa, inclinación de cabeza, pero Serge no parece muy contento con la forma en que Anden me individualizó. Ignoro el ceño oscuro que el senador lanza en mi dirección. Sus ceños solían molestarme, ahora sólo estoy cansada de ellos.
              ―Ah, bueno. ―El senador Tanaka de California tira del cuello de su chaqueta militar e intercambia una mirada con su esposa―. Esa es una noticia
maravillosa, Elector. Por supuesto, estoy seguro de que los tutores también saben cuánto se aprende del trabajo de un senador fuera de los textos y de años de experiencia en la cámara del Senado. Al igual que nuestro querido senador Carmichael aquí. ―Hizo una pausa para asentir amablemente hacia Serge, quien se envanece.
Anden resta importancia a su consideración.
 
―Por supuesto ―Se hace eco―. Todo a su tiempo, senador.
 
A mi lado, Mariana suspira, se inclina, y ladea su barbilla hacia Serge.
 
―Si miras fijamente a su cabeza el tiempo suficiente, podría brotarle alas y tomar vuelo ―murmura.
Sonrío ante eso.
 
Ellos desvían el tema de mí y entran en cómo clasificar mejor a los estudiantes en las escuelas secundarias ahora que los Ensayos están descontinuados. La charla política crispa mis nervios. Empiezo a escanear la multitud de nuevo


 
por Day. Después de más búsqueda inútil, finalmente pongo una mano en el brazo de Anden y me inclino para susurrarle:
―Disculpa. Volveré enseguida. ―Él asiente a cambio. Cuando me doy la vuelta y comienzo a mezclarme con la multitud, puedo sentir su mirada persistente en mí.
Me paso varios minutos caminando por el salón de baile en vano, saludando a varios senadores y sus familias a medida que avanzo. ¿Dónde está Day? Trato de escuchar fragmentos de conversaciones, o notar dónde podrían estar reuniéndose los grupos de personas. Day es una celebridad. Él debería estar atrayendo la atención si ya llegó. Estoy a punto de abrirme paso por la otra mitad de la sala de baile cuando soy interrumpida por los altavoces. La promesa. Suspiro, luego vuelvo a donde Anden ya ha tomado su lugar en el escenario principal, flanqueado a ambos lados por soldados sosteniendo en alto las banderas de la República.
―Juro lealtad a la bandera de la República de los Estados Unidos…
 
Day. Ahí está.
 
Él está de pie a unos cuatro metros de distancia, con la espalda parcialmente vuelta hacia mí de modo que sólo puedo ver una pequeña parte de su perfil, su cabello suelto, grueso y perfectamente recto, y en su brazo está una chica en un vestido dorado brillante. Cuando lo observo más de cerca, me doy cuenta que su boca no se mueve en absoluto. Se queda en silencio durante toda la promesa. Vuelvo mi atención de nuevo a la parte delantera cuando aplausos llenan la cámara y Anden comienza su discurso preparado. Por el rabillo de mi ojo, veo a su vez a Day mirar sobre su hombro. Mis manos tiemblan ante esta visión momentánea de su rostro, ¿realmente había olvidado lo guapo que es, cómo sus ojos reflejan algo salvaje e indómito, libre, incluso en medio de todo este orden y elegancia?
Cuando termina el discurso, me dirijo directamente en dirección a Day. Está vestido con una chaqueta militar negra perfectamente adaptada y traje. ¿Está también más delgado? Parece haber perdido unos cuatro kilos desde la última vez que lo vi. Ha estado enfermo recientemente. Cuando me acerco, Day alcanza a verme y se detiene en su conversación con su cita. Sus ojos se abren un poco. Puedo sentir el calor aumentando en mis mejillas, pero lo fuerzo a bajar. Esta será nuestra primera reunión cara a cara en meses, y me niego a hacer el ridículo.


 
Me detengo a unos metros de distancia. Mis ojos deambulan hacia su cita, una chica a quien reconozco como Faline, la hija de dieciocho años de edad del senador Fedelma.
Faline y yo intercambiamos una rápida inclinación de cabeza. Ella sonríe.
 
―Hola, June ―dice ella―. Te ves hermosa esta noche.
 
Ella hace que una verdadera sonrisa se escape de mí, un alivio después de todas las sonrisas practicadas que he estado dando a los otros Princeps Electos.
―Tú también ―le contesto.
 
Faline no malgasta ni un solo segundo incomodo, ella nota el ligero rubor en mis mejillas y hace una reverencia hacia los dos. Luego se dirige de vuelta hacia la multitud, dejándonos a Day y a mí, solos en el mar de gente.
Por un segundo, sólo nos miramos el uno al otro. Rompo el silencio antes de que se extienda por mucho tiempo.
―Hola ―le digo. Estudio su rostro, refrescando mi memoria con cada pequeño detalle―. Es bueno verte.
Day me sonríe y se inclina, pero sus ojos nunca me abandonan. La forma en que mira fijamente envía ríos de calor a través de mi pecho.
―Gracias por la invitación. ―Oír su voz en persona de nuevo… respiro profundamente, recordándome por qué lo invité aquí. Sus ojos danzan a través de mi cara y mi vestido, parece dispuesto a hacer comentarios al respecto, pero luego decide en contra de ello y agita su mano hacia la habitación―. Bonita fiestecita la que tienes aquí.
―Nunca es tan divertida como parece ―le contesto en voz baja, para que los demás no me escuchen―. Creo que algunos de estos senadores podrían estallar de verse obligados a hablar con la gente que no les gusta.
Mi burla trae una pequeña sonrisa de alivio a los labios de Day.
 
―Me alegro de no ser el único infeliz.
 
Anden ya ha abandonado el escenario, y el comentario de Day me recuerda que debería estar escoltándolo al banquete pronto. La idea me formaliza.


 
―Es casi la hora ―le digo, señalando para que Day me siga―. El banquete es muy privado. Tú, yo, los otros Princeps Electos, y el Elector.
―¿Qué está pasando? ―pregunta Day mientras ajusta el paso junto a mí. Su brazo roza una vez contra el mío, enviando escalofríos danzando a través de mi piel. Me esfuerzo por recuperar el aliento. Enfócate, June―. No fuiste exactamente específica en nuestra última conversación. Espero estar poniéndome al día con todos estos idiotas estirados del Congreso por una buena razón.
No puedo evitar mi diversión ante la forma de Day al referirse a los senadores.
―Ya lo sabrás cuando lleguemos allí. Y mantén tus insultos al mínimo.
―Aparto la mirada de él, hacia el pequeño pasillo que nos dirigimos, la Cámara Jasper, una discreta sala que ramifica lejos del salón de baile principal.
―No voy a disfrutar esto, ¿verdad? ―murmura Day cerca de mi oído. Me surge la culpa.
―Probablemente no.
 
Nos acomodamos en la sala de banquetes privada (una mesa pequeña de madera de cerezo rectangular con siete asientos), y después de un tiempo, Serge y Mariana entran. Cada uno de ellos toma un asiento a cada lado de la silla reservada para Anden. Me quedo junto a Day, como Anden había deseado. Dos criados van alrededor de la mesa, colocando platos delicados de sandía y ensalada de carne de cerdo ante cada asiento. Serge y Mariana tienen una pequeña charla cortés, pero ni Day ni yo decimos una palabra. De vez en cuando, me las arreglo para robar una mirada hacia él. Él está mirando las líneas de tenedores, cucharas y cuchillos en su sitio con un gesto incómodo, tratando de descifrarlos sin pedir ayuda. Oh, Day. No sé por qué esto me da una sensación de aleteo dolorosa en el estómago, o por qué tira mi corazón hacia él. Me había olvidado de cómo sus largas pestañas captan la luz.
―¿Qué es esto? ―me susurra, levantando uno de sus utensilios.
 
―Un cuchillo para mantequilla.


 
Day frunce el ceño hacia el cuchillo, pasando un dedo a lo largo de su borde romo.
―Esto ―dice entre dientes―, no es un cuchillo.
 
Junto a él, Serge también se da cuenta de su vacilación.
 
―¿Tomo eso como que no estás acostumbrado a los tenedores y cuchillos de dónde eres? ―dice con frialdad hacia él.
Day se pone rígido, pero no vacila ni un momento. Él agarra un cuchillo de cocina grande, a propósito alterando su lugar cuidadosamente dispuesto, y hace un gesto casualmente con él. Tanto Serge como Mariana se alejan de la mesa.
―De donde soy, estamos más a favor de la eficiencia ―responde―. Un cuchillo como este atraviesa la comida, unta la mantequilla, y corta gargantas, todo al mismo tiempo.
Por supuesto Day nunca ha cortado una garganta en su vida, pero Serge no sabe eso. Él inhala audiblemente con desdén ante la réplica, pero la sangre se
              drena de su cara. Tengo que fingir toser para no reírme ante la parodia de la seria expresión de Day. Para aquellos que no lo conocen bien, sus palabras
suenan realmente intimidante.
 
También me doy cuenta de algo que no me había fijado antes: Day luce pálido. Mucho más pálido de lo que recuerdo. Mi diversión flaquea. ¿Es su reciente enfermedad algo más seria de lo que había supuesto en primer lugar?
Anden llega a la sala un minuto más tarde, causando el revuelo habitual mientras todos nos levantamos por él, y hace un gesto para que todos nosotros tomemos asientos. Él está acompañado por cuatro soldados, uno de los cuales cierra la puerta detrás de él y, finalmente, nos sella para nuestra comida privada.
―Day ―saluda Anden. Hace una pausa para asentir cortésmente en dirección a Day. Éste luce infeliz con la atención, pero se las arregla para devolver el gesto―. Es un placer volver a verte, si bien en circunstancias desafortunadas.


 
―Muy desafortunadas ―dice Day a cambio. Me remuevo incómoda en mi asiento, tratando de imaginar un escenario más torpe que esta cena arreglada.
Anden deja pasar la rígida respuesta.
 
―Déjame ponerte al día con la situación actual. ―Baja el tenedor―. El tratado de paz con el que hemos estado trabajando con las Colonias está echado a un lado ahora. Un virus ha afectado a las ciudades del frente de guerra al sur de las Colonias, con fuerza.
A mi lado, Day se cruza de brazos, midiendo a la muchedumbre con una expresión de sospecha en su rostro, pero Anden continúa.
―Ellos creen que este virus fue causado por nosotros, y están exigiendo que les enviemos una cura si queremos continuar con las conversaciones de paz.
―Serge aclara su garganta y empieza a decir algo, pero Anden levanta una mano para pedir silencio. Luego pasa a derramar todos los detalles técnicos, de cómo las Colonias primero enviaron un duro mensaje a la República, exigiendo información sobre el virus causando estragos entre sus tropas,
              retirando apresuradamente sus soldados afectados, y luego transmitiendo su ultimátum a los generales de frente de guerra, advirtiendo de graves
consecuencias si la cura no se entregaba inmediatamente.
 
Day escucha todo eso sin mover un músculo o pronunciar una palabra. Una de sus manos sujeta el borde de la mesa con fuerza suficiente para poner sus nudillos blancos. Me pregunto si ha adivinado a dónde va esto y lo que todo esto tiene que ver con él, pero sólo espera hasta Anden ha terminado.
Serge se recarga en su silla y frunce el ceño.
 
—Si las Colonias quieren jugar con nuestra oferta de paz —se burla—, entonces déjenlos. Hemos estado en guerra lo suficiente, podemos manejar un poco más.
—No,  no  podemos  —interviene  Mariana—.  ¿Honestamente  crees  que  las Naciones Unidas aceptarán las noticias que nuestro trato de paz se terminó?
—¿Las Colonias tienen alguna evidencia de que nosotros lo causamos? ¿O son acusaciones vacías?
—Exactamente. Si piensan que vamos…


  Day de pronto levanta la voz, su rostro girado hacia Anden.
 
—Vamos a dejar de arrastrar los pies —dijo—. Díganme por qué estoy aquí.
—No está gritando, pero el siniestro tono de su voz acalla la conversación de la habitación. Anden regresa su mirada y le da una igual. Toma una profunda respiración.
—Day, creo que este es el resultado de una de las armas biológicas de mi padre, y que el virus vino de la sangre de tu hermano Eden.
Day estrecha los ojos.
 
—¿Y?
 
Anden parece reacio a continuar.
 
—Hay más de una razón por la cual no quería a todos mis senadores aquí con nosotros. —Se inclina hacia adelante, baja la voz, y le da a Day una mirada humilde—. No quiero escuchar a nadie más justo ahora. Quiero escucharte. Eres el corazón de la gente, Day, siempre lo has sido. Has dado todo lo que tienes para protegerlos. —Day se pone rígido a mi lado, pero Anden
              continúa—. Temo por las personas. Me preocupo por su seguridad, eso será dárselos al enemigo justo mientras estamos comenzando a unir las piezas. —
Parece más tranquilo—. Necesito tomar algunas decisiones difíciles. Day levanta una ceja.
—¿Qué tipo de decisiones?
 
—Las Colonias están desesperadas por la cura. Van a destruirnos para obtenerla, todo lo que a ambos nos importa. La única oportunidad que tenemos de encontrar una es meter a Eden en un temporal…
Day empuja su silla de la mesa y se levanta.
 
—No —dice. Su voz es plana y fría, pero recuerdo mi vieja y odiada pelea con Day lo suficientemente bien para reconocer la profunda furia detrás de su calma. Sin otra palabra se gira y se aleja del grupo.
Serge comienza a levantarse, sin duda para gritarle a Day por su rudeza, pero Anden le lanza una mirada de advertencia y le señala que se siente. Luego Anden se gira hacia mí con una mirada que dice: Habla con él. Por favor.


 
Miro la figura de Day desapareciendo. Tiene todo el derecho de rehusarse, todo el derecho de odiarnos por pedirle esto. Pero aun así me encuentro levantándome de mi propia silla, alejándome de la mesa, y apresurándome en su dirección.
—Day, espera —grito. Mis palabras me envían un recordatorio doloroso de la última vez que estuvimos en la misma habitación juntos, cuando nos habíamos despedido.
Nos dirigimos al pequeño corredor que lleva hacia el salón de baile principal. Day no se gira, pero parece que desacelera sus pasos en un intento de permitirme alcanzarlo. Cuando finalmente lo alcanzo, tomo una profunda respiración.
—Mira, sé que…
 
Day presiona un dedo en sus labios, silenciándome, y luego agarra mi mano. Su piel se siente cálida a través de la tela de su guante. El sentir sus dedos alrededor de los míos es tal shock después de todos estos meses que no puedo recordar el resto de mi oración; todo sobre él, su toque, su cercanía, se
              siente bien.
—Vamos a hablar en privado —susurra.
 
Nos dirigimos dentro de una de las puertas recubriendo el corredor, luego la cerramos detrás de nosotros y ponemos el seguro. Mis ojos hacen un barrido categórico de la habitación (cámara de cenas privada, luces apagadas, una mesa redonda y doce sillas todas cubiertas de fundas blancas, y una sola y larga ventana en arco en el muro trasero que deja entrar una corriente de luz lunar). El cabello de Day aquí se ve como una sábana blanca. Regresa su mirada hacia mí ahora.
¿Es mi imaginación, o luce tan nervioso como yo por nuestro breve agarre de manos? Siento el repentino ajuste de la cintura del vestido, el aire golpeando mis hombros expuestos y clavícula, la pesadez de la tela y las joyas en mi cabello. Los ojos de Day se quedan en el collar de rubíes asentado en mi garganta. Su regalo de despedida para mí. Sus mejillas se ponen un poco rosadas en la oscuridad.
—Entonces —dice—, ¿esa es en serio la razón de por qué estoy aquí?


 
A pesar del enojo en su voz, su franqueza es como una fresca, refrescante brisa después de todos estos meses de calculada charla política. Quiero respirarla.
—Las Colonias se rehúsan a aceptar cualquier otro término —respondo—. Están convencidos de que tenemos una cura para el virus, y el único que podría llevar la cura es Eden. La República ya está haciendo pruebas con los antiguos… experimentos… para ver si pueden encontrar algo.
Day se estremece, luego cruza sus brazos en su pecho y me considera con el ceño fruncido.
—Ya están haciendo pruebas —murmura para sí mismo, mirando hacia la luz de la luna por la ventana—. Lo siento no puedo estar más emocionado por la idea —dice secamente.
Cierro los ojos un momento.
 
—No tenemos mucho tiempo —admito—. Cada día que no encontramos la cura, las Colonias se ponen más enojadas.
               —¿Y qué pasa si no les damos nada?
—Sabes lo que pasa. Guerra.
 
Un destello de miedo aparece en los ojos de Day, pero aún así se encoge de hombros.
—La República y las Colonias han estado en guerra desde siempre. ¿Por qué esto sería diferente?
—Esta vez ellos ganarán —susurro—. Tienen un fuerte aliado. Saben que somos vulnerables durante nuestra transición a un nuevo Elector. Si no podemos tener la cura, no tenemos oportunidad. —Entrecierro los ojos—.
¿No te acuerdas lo que vimos cuando fuimos a las Colonias?
 
Day se detiene durante un latido. Aún si no dice nada en voz alta, puedo ver el conflicto escrito claramente en su rostro. Finalmente, suspira y junta sus labios con enojo.
—¿Crees que voy a dejar que la República se lleve de nuevo a Eden? Si el Elector lo cree, entonces en serio cometí un error dándole mi apoyo. No lo ayudé sólo para verlo lanzar a Eden de regreso en un laboratorio.


 
—Lo siento —digo. Es inútil tratar de convencerlo de cuánto Anden odia también la situación—. No debió haberte preguntado así.
—Él te metió en esto, ¿no? Apuesto a que tú también te resististe, ¿verdad? Sabes cómo suena. —Su tono se torna más exasperado—. Sabías cuál sería mi respuesta. ¿Por qué viniste aun así?
Lo miro a los ojos y digo lo primero que me viene a la mente.
 
—Porque quería verte. ¿No es por lo que viniste también?
 
Eso lo detiene por un momento. Luego da la vuelta, pasa las manos por su cabello, y suspira.
—Entonces, ¿qué piensas? Dime la verdad. ¿Qué me pedirías que hiciera, si no te sintieras absolutamente presionada por todos en este país?
Pongo una hebra de cabello detrás de mi oreja. Fuerza, June.
 
—Yo… —comienzo, luego dudo. ¿Qué diría? Lógicamente, estoy de acuerdo con la valoración de Anden. Si las Colonias hacen lo que amenazan, si nos atacan con toda su fuerza más la de un ayudante súper poderoso, entonces muchas vidas inocentes se perderán a menos que tomemos el riesgo con una vida. Es una decisión simple, no fácil. Además, podemos asegurar que Eden sería tratado lo mejor posible, con los mejores doctores y la mejor comodidad física. Day podría estar presente en todos los potenciales procedimientos, podría ver exactamente qué está pasando. Pero, ¿cómo le explico eso a un chico quien ya ha perdido a toda su familia, quien ha visto a su hermano ser experimentado antes, alguien en quien han experimentado? Ésta es la parte que Anden no entiende tan bien como yo, aunque conoce el pasado de Day en papel, no conoce a Day, no ha viajado con él ni ha atestiguado el sufrimiento por el que ha pasado. La pregunta es demasiado complicada para ser respondida con simple lógica.
Más importante: Anden es incapaz de garantizar la seguridad de su hermano. Todo vendrá con un riesgo, y sé con toda certeza que posiblemente nada en el mundo podría hacer a Day tomar este riesgo.
Day debe ver la frustración bailando en mi rostro porque se suaviza y se acerca un paso. Puedo prácticamente sentir el calor viniendo de él, la calidez de su cercanía que hace mi respiración pesada.


 
—Vine aquí esta noche por ti —dice en voz baja—. No hay nada en el mundo que ellos pudieran haber dicho que me convenciera, excepto que me querías aquí. Y no puedo rechazar una solicitud tuya. Me dijeron que personalmente tú habías… —Traga. Hay una emoción familiar en su expresión que me deja un sentimiento raro, emociones que sé que son deseo, por lo que una vez tuvimos, y angustia, por desear a una chica que destruyó a su familia—. Es tan bueno verte, June.
Lo dice como si estuviera dejando ir una gran carga que ha estado llevando. Me pregunto si puede escuchar mi corazón golpeando contra mis costillas. Sin embargo, cuando hablo, intento mantener mi voz firme y calmada.
—¿Estás bien? —pregunto—. Te vez pálido.
 
El peso regresa a sus ojos, y su leve momento de intimidad se desvanece y juega con el contorno de sus guantes. Siempre ha odiado los guantes, recuerdo.
—He tenido un gran resfriado por el último par de semanas —responde, dándome una rápida sonrisa―. Pero, ya me siento mejor.
Sus ojos parpadean sutilmente hacia un lado, se rasca el contorno de su oreja, sus extremidades están rígidas, se detiene ligeramente entre sus palabras y su sonrisa.
Levanto mi cabeza hacia él y frunzo el ceño.
 
—Eres un mal mentiroso, Day —digo—. Deberías decirme lo que pasa en tu mente.
—No hay nada qué decir —responde automáticamente. Está vez baja la mirada al suelo y pone sus manos en sus bolsillos—. Si me veo mal, es porque me preocupa Eden. Ha tenido un año de tratamiento para sus ojos y aún no puede ver mucho. Los doctores me dicen que tal vez necesite algún lente de contacto especial, y aun así, tal vez nunca tenga su visión completa de regreso.
Puedo decir que ésta no es la verdadera razón detrás de la apariencia cansada de Day, pero sabe que trayendo a cabo a Eden en la conversación detendrá cualquier pregunta de mi parte. Bueno, si de verdad no quiere decirme, entonces no lo presionaré. Aclaro mi garganta embarazosamente.


 
—Eso es terrible —susurro—. Siento mucho escuchar eso. ¿Lo está haciendo bien, por otra parte?
Day asiente. Regresamos a nuestro silencio iluminado por la luna. No puedo evitar regresar a la última vez que estuvimos juntos solos en una habitación, cuando tomó mi cara entre sus manos, cuando sus lágrimas estaban cayendo contra mis mejillas. Recuerdo la forma en la que susurró “lo siento” contra mis labios. Ahora, mientras estamos a tres pasos del otro y nos miramos, siento toda la distancia que viene con pasar demasiado tiempo separados, un momento lleno de electricidad de una primera reunión y la incertidumbre de extraños.
Day se inclina hacia mí, como llevado por una fuerza invisible. La trágica súplica en su rostro retuerce mi estómago con dolorosos nudos. Por favor no me pidas esto, ruegan sus ojos. Por favor no me pidas que entregue a mi hermano. Haría lo que fuera por ti. Sólo que esto no.
—June, yo… —susurra. Su voz amenaza con romperse con todo el dolor de un corazón roto que está conteniendo en su interior.
              Nunca termina la oración. En su lugar suspira y baja la cabeza.
—No puedo estar de acuerdo con los términos de tu Elector —dice en tono sombrío—. No voy a entregar a mi hermano a la República como otro experimento. Dile que trabajaré con él para encontrar otra solución. Entiendo cuán serio es todo esto, no quiero ver a la República caer. Estaría encantado de ayudar y encontrar otra salida. Pero Eden se queda fuera de esto.
Y ese es el fin de nuestra conversación. Day asiente hacia mí a modo de despedida, permanece unos pocos segundos más, y luego camina hacia la puerta. Me recargo en la pared con un cansancio repentino. Sin él cerca, me falta la energía, un embotamiento de color, el gris de la luz de la luna que había momentos antes ahí había sido plateado. Estudio su palidez una última vez, analizándolo de soslayo. Él evita mi mirada. Algo está mal, y se rehúsa a decirme qué es.
¿De qué me estoy perdiendo?
 
Abre la puerta. Su expresión se endurece cuando sale de la habitación.


 
—Y si por alguna razón la República intenta quitarme a Eden a la fuerza, pondré a la gente en contra de Anden tan rápido que una revolución estará sobre él antes de que pueda parpadear.


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Mensaje por Yani Sáb 23 Jun - 10:22

DAY
                    En serio, debería estar acostumbrado a mis pesadillas a estas alturas.
Esta vez soñé sobre mí y Eden en un hospital de San Francisco. Un doctor equipando a Eden con un nuevo par de lentes. Terminamos
en el hospital por lo menos una vez a la semana, de modo que ellos puedan monitorear cómo se están adaptando los ojos de Eden lentamente a la medicación, pero esta es la primera vez que veo al doctor sonreír alentadoramente a mi hermano. Debe ser una buena señal, ¿no?
Eden se vuelve hacia mí, sonríe, e infla su pecho en un gesto exagerado. Me              tengo que reír.
—¿Cómo se ve? —me pregunta, jugando con sus enormes nuevos armazones. Sus ojos todavía tienen ese raro color púrpura pálido, y no puede enfocar en mí, pero me doy cuenta que ahora puede percibir cosas como las paredes alrededor de él y la luz entrando por las ventanas. Mi corazón salta a la vista. Progreso.
—Te ves como un búho de once años de edad —contesto, acercándome para alborotar su cabello. Se ríe y golpea mi mano lejos.
Mientras nos sentamos juntos en la oficina, esperando el papeleo, observo a Eden afanosamente doblando piezas de papel juntas en alguna clase de elaborado diseño. Él tiene que encorvarse cerca de los papeles para ver lo que está haciendo, sus ojos destrozados casi cruzados en concentración, sus dedos ágiles y deliberados. Lo juro, este chico siempre está haciendo una cosa u otra.
—¿Qué es? —le pregunto después de un tiempo.


 
Está concentrándose demasiado duro para contestarme de inmediato. Por último, cuando inserta un último triángulo de papel en el diseño, lo sostiene y me da esa sonrisa descarada suya.
—Ten —dice, apuntando a lo que parece una hoja de papel que sale de la bola de papel—. Jala esto.
Hago lo que dice. Para mi sorpresa, el diseño se transforma en una elaborada rosa en 3D. Sonrío hacia él en mi sueño.
—Bastante impresionante.
 
Eden toma su diseño de papel de regreso.
 
En ese instante, una alarma resuena en todo el hospital. Eden deja caer la flor de papel y salta a sus pies. Sus ojos ciegos están abiertos con terror. Echo un vistazo a las ventanas del hospital, donde los médicos y enfermeras se han reunido. A lo largo del horizonte de San Francisco, una fila de aeronaves de las Colonias navega más y más cerca de nosotros. La ciudad debajo de ellas se quema desde una docena de incendios.
              La alarma me ensordece. Agarro la mano de Eden y nos saco corriendo de la habitación.
 
—Tenemos que salir de aquí —grito. Cuando él se tropieza, incapaz de ver a dónde vamos, lo elevo sobre mi espalda.
La gente se apresura a nuestro alrededor.
 
Llego a la escalera y allí, una línea de soldados de la República nos detiene. Uno de ellos saca a Eden de mi espalda. Él grita, pateando a la gente que no puede ver. Me esfuerzo por liberarme de los soldados, pero su control es férreo, y mis miembros se sienten como que están hundiéndose en lodo profundo. Lo necesitamos, susurra alguna voz irreconocible en mi oído. Él puede salvarnos a todos.
Grito en voz alta, pero nadie puede oírme. A lo lejos, las aeronaves de las Colonias apuntan hacia el hospital. El vidrio se rompe a nuestro alrededor. Siento el calor del fuego. En el piso descansa la flor de papel de Eden, sus bordes crispándose de las llamas. Ya no puedo ver a mi hermano.
Se ha ido. Está muerto.


 
* * *
 
Un fuerte dolor de cabeza me saca de mi sueño. Los soldados se desvanecen, la alarma se silencia, el caos del hospital desaparece bajo el tono azul oscuro de nuestra habitación. Trato de tomar una respiración profunda y buscar alrededor por Eden, pero el dolor de cabeza apuñala la parte posterior de mi cráneo como un punzón, y me enderezo rígido con un grito de dolor. Ahora recuerdo en donde estoy realmente. Estoy de regreso en un apartamento temporal en Denver, la mañana después de ver a June. En la cómoda del dormitorio se encuentra mi caja de transmisión habitual, la estación sigue en sintonía con una de las ondas de radio que pensé que los Patriotas podrían estar usando.
—¿Daniel? —En la cama junto a la mía, Eden se mueve. El alivio me golpea, incluso en medio de mi agonía. Sólo una pesadilla. Como siempre. Sólo una pesadilla—. ¿Estás bien? —Me toma un segundo el darme cuenta que el amanecer aún no ha llegado, la habitación todavía está a oscuras, y todo lo que puedo ver es la silueta de mi hermano contra el negro azulado de la noche.
              No respondo de inmediato. En cambio, deslizo mis piernas por un lado de la cama para mirarlo de frente y agarro mi cabeza con ambas manos. Otra sacudida de dolor golpea la base de mi cerebro.
—Consigue mi medicina —le murmuro a Eden.
 
—¿Debo buscar a Lucy?
 
—No. No la despiertes —le respondo. Lucy ya ha tenido dos noches sin dormir por mi culpa—. Medicina.
El dolor me hace más brusco de lo habitual, pero Eden salta de la cama antes de que pueda disculparme. De inmediato comienza buscando a tientas la botella de píldoras verdes que siempre está colocada en la cómoda entre nuestras camas. La agarra y sostiene la botella en mi dirección general.
—Gracias. —La tomo de él, pongo tres píldoras en mi palma con una mano temblorosa, y trato de tragarlas. Mi garganta está demasiado seca. Me levanto de la cama y me tambaleo hacia la cocina.
Detrás de mí, Eden pronuncia otro—: ¿Seguro que estás bien? —pero el dolor en mi cabeza es tan fuerte que difícilmente lo oigo. Incluso apenas puedo ver.


 
Llego al fregadero de la cocina y giro el grifo abierto, acuno un poco de agua en mis manos, y la bebo con el medicamento. Entonces me deslizo hasta el suelo en la oscuridad, apoyando la espalda contra el frío metal de la puerta del refrigerador.
Está bien, me consuelo. Mis dolores de cabeza habían empeorado en el último año, pero los médicos me aseguraron que estos ataques no deberían durar más de media hora cada vez. Por supuesto, también me dijeron que si alguno de ellos se sentía inusualmente severo, debería ser llevado a la sala de emergencias de inmediato. Así que cada vez que tengo uno, me pregunto si estoy experimentando un día típico… o el último día de mi vida.
Unos minutos más tarde, Eden tropieza en la cocina con su bastón caminante encendido, el dispositivo pitando cada vez que se acerca demasiado a una pared.
—Tal vez deberíamos pedirle a Lucy que llame a los médicos —susurra.
 
No sé por qué, pero la visión de Eden tanteando su camino por la cocina me envía en un ataque de baja e incontrolable risa.
—Hombre, míranos —le respondo. Mi risa se convierte en tos—. Vaya equipo, ¿no?
Eden me encuentra, colocando una mano tentativa en mi cabeza. Se sienta a mi lado con las piernas cruzadas y me da una sonrisa irónica.
—Oye, con tu pierna de metal y mitad de cerebro, y mis cuatro sentidos sobrantes, casi hacemos una persona completa.
Me rio más fuerte, pero hace que el dolor de mi cabeza sea mucho peor.
 
—¿Cuándo te volviste tan sarcástico, pequeño niño? —Le doy un empujón cariñoso.
Nos quedamos encorvados en silencio durante una hora mientras el dolor de cabeza sigue y sigue. Ahora estoy retorciéndome de dolor. El sudor empapa mi camisa de cuello blanco y las lágrimas manchan mi cara. Eden se sienta a mi lado y agarra mi mano en las suyas pequeñas.
—Trata de no pensar en ello —me insta en voz baja, entrecerrando sus ojos violeta pálido en mí. Empuja las gafas de marco negro más arriba en su nariz. Retazos de mi pesadilla vuelven a mí, imágenes de su mano siendo arrancada


 
de un tirón de la mía. Sonidos de sus gritos. Aprieto su mano con tanta fuerza que hace una mueca de dolor—. No te olvides de respirar. El médico siempre dice que tomando respiraciones profundas se supone que ayuda, ¿no? Inhala, exhala.
Cierro los ojos y trato de seguir las órdenes de mi hermano pequeño, pero es difícil escucharlo a través de las pulsaciones de mi dolor de cabeza. El dolor es insoportable, extremo, como un cuchillo al rojo vivo apuñalando repetidamente la parte trasera de mi cerebro. Inhala, exhala. Aquí está el patrón: primero hay un dolor sordo paralizante, seguido de cerca por absolutamente el peor dolor que alguna vez puedas imaginar dentro de tu cabeza, una lanza empujada a través de tu cráneo, y el impacto del mismo es tan fuerte que todo tu cuerpo se agarrota; dura unos seguros tres segundos, seguido por una fracción de segundo de alivio. Y luego se repite de nuevo otra vez.
—¿Cuánto tiempo ha pasado? —jadeo hacia Eden. La tenue luz azul está filtrándose lentamente desde las ventanas.
Eden saca su pequeño ordenador cuadrado y presiona un botón solitario.
 
—¿Hora? —le pregunta. El dispositivo responde inmediatamente: “Cero cinco y treinta”. Lo aleja, con un ceño fruncido de preocupación en su rostro—. Ha pasado casi una hora. ¿Había durado tanto tiempo antes?
Me estoy muriendo. Realmente me estoy muriendo. Es en momentos como este cuando estoy agradecido de ya no ver tan seguido a June. El pensamiento de ella viéndome sudando y sucio en el piso de mi cocina, aferrando la mano de mi hermano pequeño como si mi vida dependiera de ello, como un debilucho lloroso, mientras que ella está arrebatadora en su vestido escarlata y el cabello decorado con joyas… Ya sabes, para el caso, en este momento estoy incluso aliviado de que mamá y John no puedan verme.
Cuando me quejo de otra punzada de dolor insoportable, Eden saca su ordenador de nuevo y presiona el botón.
—Eso es todo. Voy a llamar a los médicos. —Cuando el ordenador emite pitidos, instigado por su comando, dice—: Day necesita una ambulancia. — Entonces, antes de que yo pueda protestar, él levanta su voz y llama a Lucy.


 
Segundos después, oigo a Lucy acercarse. Ella no enciende la luz, sabe que eso solo hace que mis dolores de cabeza sean mucho peores. En cambio, veo su robusta silueta en la oscuridad y la oigo decir:
—¡Day! ¿Cuánto tiempo has estado aquí? —Ella corre hacia mí y pone una mano regordeta contra mi mejilla. Luego mira a Eden y toca su barbilla—.
¿Has llamado a los médicos?
 
Eden asiente. Lucy inspecciona mi rostro de nuevo, entonces chasquea la lengua en señal de preocupada desaprobación y se mueve para agarrar una toalla fría.
El último lugar donde quiero estar justo ahora recostado es en un hospital de la República, pero Eden ya hizo la llamada, y prefiero no estar muerto de todos modos. Mi visión ha comenzado a desenfocarse, y me doy cuenta que es porque no puedo evitar que mis ojos dejen de llorar sin parar. Arrastro una mano por mi rostro y sonrío débilmente a Eden.
—Maldita sea, estoy chorreando agua como un grifo con fugas. Eden trata de devolverme la sonrisa.
—Sí, has tenido días mejores —responde.
 
—Oye, pequeño. ¿Recuerdas esa vez cuando John te pidió que fueras el encargado de regar las plantas fuera de nuestra puerta?
Eden frunce el ceño por un segundo, excavando a través de sus recuerdos, y luego una sonrisa ilumina su rostro.
—Hice un buen trabajo, ¿no?
 
—Construiste esa pequeña catapulta improvisada delante de nuestra puerta.
—Cierro los ojos y disfruto del recuerdo, una distracción temporal de todo el dolor—. Sí, me acuerdo de eso. Te mantuviste lanzando globos de agua a esas pobres flores. ¿Siquiera habían tenido algún pétalo después de que terminaste? Oh hombre, John estaba tan enojado. —Él estaba aún más enojado porque Eden tenía sólo cuatro años en ese momento y, bueno,
¿cómo se castiga a tu inocente y cándido hermano pequeño?
 
Eden se ríe. Me estremezco cuando otra oleada de dolor me golpea.


  —¿Qué era lo que mamá solía decir de nosotros? —pregunta él. Puedo decir que está tratando de mantener mi mente en otras cosas también.
Me las arreglo para sonreír.
 
—Mamá solía decir que tener tres hijos varones era como tener un tornado doméstico que te respondía. —Los dos nos reímos por un momento, al menos antes de que entrecierre los ojos de nuevo.
Lucy vuelve con la toalla. La coloca en mi frente, y suspiro de alivio por su superficie fría. Ella revisa mi pulso, mi temperatura.
—Daniel —dice Eden mientras ella trabaja. Él se escabulle cerca, sus ojos aún mirando vacíamente en un punto a la derecha de mi cabeza—. Aguanta ahí,
¿de acuerdo?
 
Lucy le dispara un gesto crítico a lo que implica su tono.
 
—Eden —lo regaña—. Más optimismo en esta casa, por favor.
 
Un nudo se levanta en mi garganta, volviendo mi respiración superficial. John ya no está, mamá se ha ido, papá se ha ido. Miro a Eden con un fuerte dolor en el pecho. Solía esperar, ya que él era el más joven de nosotros, que podría ser capaz de aprender de los errores de John y míos, y ser el más afortunado de nosotros, tal vez lograr pasar la universidad o ganarse la vida como mecánico, que estaríamos alrededor para guiarlo a través de los tiempos difíciles de la vida. ¿Qué le pasaría si yo me fuera también? ¿Qué sucede si tiene que permanecer solo contra la República?
—Eden —le susurro de repente, empujándolo más cerca. Sus ojos se abren ante mi tono de urgencia—. Escucha atentamente, ¿de acuerdo? Si la República alguna vez te pide que vayas con ellos, si alguna vez no estoy en casa o estoy en el hospital y vienen a llamar a nuestra puerta, nunca te vayas con ellos. ¿Me entiendes? Llámame primero, grita por Lucy, tú… —dudo—. Llama a June Iparis.
—¿Tú Princeps Electo?
 
—Ella no es mi… —Hago una mueca ante otra oleada de dolor—. Sólo hazlo. Llámala. Dile que los detenga.
—No entiendo…


 
Prométemelo. No vayas con ellos, hagas lo que hagas. ¿De acuerdo? —Mi respuesta es interrumpida cuando una sacudida de dolor me golpea con la fuerza suficiente para enviarme derrumbándome en el suelo, acurrucado en una bola. Ahogo un grito, mi cabeza se siente como que está dividida en dos. Incluso puse una mano temblorosa en la parte posterior de mi cabeza, como para asegurarme de que mi cerebro no está filtrándose sobre el suelo. En algún lugar por encima de mí, Eden está gritando. Lucy llama otra vez al médico, esta vez frenética.
—¡Sólo dense prisa! —grita—. ¡Apresúrense!
 
En el momento en que los médicos llegan, estoy desvaneciéndome dentro y fuera de la conciencia. A través de una nube de bruma y niebla, me siento siendo levantado del piso de la cocina y cargado fuera de la torre de apartamentos, luego dentro de una ambulancia que ha sido disfrazada para parecer un jeep de policía regular. ¿Está nevando? Algunos copos ligeros caen sobre mi rostro, impactándome con pinchazos de frialdad. Llamo por Eden y Lucy, ellos responden desde alguna parte que no puedo ver.
Entonces estamos en la ambulancia y alejándonos.
 
Todo lo que veo durante mucho tiempo son manchas de color, círculos borrosos moviéndose hacia atrás y delante de mi visión, como si estuviera mirando a través de un denso vidrio disparejo. Trato de reconocer algunos de ellos. ¿Son personas? Seguro como el infierno espero que sí, de lo contrario realmente debo haber muerto, o tal vez estoy flotando en el océano y los restos sólo están a la deriva alrededor de mí. Aunque, eso no tiene ningún sentido, a menos que los médicos simplemente decidieran arrojarme directamente en el Pacífico y olvidarse de mí. ¿Dónde está Eden? Ellos debieron haberlo alejado de mí. Al igual que en la pesadilla. Ellos lo arrastraron a los laboratorios.
No puedo respirar.
 
Mis manos intentan volar hasta mi garganta, pero entonces alguien grita algo y siento el peso contra mis brazos, fijándome abajo. Algo frío está bajando por mi garganta, ahogándome.
—¡Cálmate! Estás bien. Trata de tragar.


 
Hago lo que dice la voz. El tragar resulta ser más difícil de lo que pensaba, pero finalmente lo consigo, y cualquiera que sea la cosa fría se desliza por mi garganta hasta el estómago, enfriándome hasta mi centro.
—Eso eso —continúa la voz, menos agitada ahora—. Debería ayudar con cualquier futuro dolor de cabeza, creo. —Ya no parece estar hablando conmigo, y un segundo más tarde, otra voz se mete en la conversación.
—Parece estar funcionando un poco, doctor.
 
Debo haberme desmayado de nuevo después de eso, porque la próxima vez que me despierto, el patrón del techo es diferente y la luz de la tarde entra en ráfagas en mi habitación. Parpadeo y miro alrededor. El terrible dolor en mi cabeza se ha ido, al menos por ahora. También puedo ver con claridad suficiente como para saber que estoy en una habitación de hospital, el omnipresente retrato de Anden en una pared y una pantalla contra la otra pared, transmitiendo las noticias. Me quejo, luego cierro los ojos y dejo escapar un suspiro. Estúpidos hospitales. Estoy tan harto de ellos.
El paciente está despierto. —Me vuelvo para ver un monitor cerca de mi              cama que recita la frase. Un segundo después, la voz de un verdadero ser
humano aparece por sus altavoces—. ¿Señor Wing? —dice.
 
—¿Sí? —murmuro de vuelta.
 
—Excelente —responde la voz—. Tu hermano estará en breve ahí para verte.
 
No antes de que su voz se desconecte, la puerta se abre de golpe y Eden viene corriendo con dos enfermeras exasperadas en su cola.
—Daniel —jadea él—, ¡finalmente estás despierto! Claro que tomaste tu tiempo. —Su falta de visión se pone al día con él, tropieza contra el borde de un cajón antes de que le pueda advertir, y las enfermeras tienen que atraparlo en brazos para evitar que se caiga al suelo.
—Tranquilo, chico —digo en voz alta. Mi voz suena cansada, aunque me siento alerta y sin dolor—. ¿Cuánto tiempo estuve fuera? ¿Dónde está…? — Hago una pausa, confundido por un momento. Eso es raro. ¿Cuál era el nombre de nuestra cuidadora, de nuevo? Intento atraparlo en mis pensamientos. Lucy—. ¿Dónde está Lucy? —termino.
Él no responde de inmediato. Cuando las enfermeras finalmente sitúan a Eden a mi lado en la cama, él se arrastra más cerca de mí y se arroja con sus


 
brazos alrededor de mi cuello. Para mi sorpresa, me doy cuenta de que está llorando.
—Oye. —Acaricio su cabeza—. Cálmate, está bien. Estoy despierto.
 
—Pensé que no ibas a lograrlo —murmura. Sus pálidos ojos buscan los míos—. Pensé que te habías ido.
—Bueno, no lo hice. Estoy aquí. —Lo dejo sollozar por un poco más, con su cabeza hundida en mi pecho, sus lágrimas enturbiando sus gafas y manchando mi bata de hospital. Hay un mecanismo de defensa que he empezado a utilizar recientemente donde finjo retirarme dentro del escudo de mi corazón y arrastrarme fuera de mi cuerpo, como si no estuviera realmente aquí y en su lugar estoy observando el mundo desde la perspectiva de otra persona. Eden no es mi hermano. Ni siquiera es real. Nada es real. Todo es una ilusión. Eso ayuda. Espero sin emoción alguna mientras Eden se recompone gradualmente, y luego cuidadosamente me dejo regresar a mi cuerpo.
Por último, cuando él se ha limpiado la última de sus lágrimas, se sienta y se               mete a mi lado.
—Lucy está llenando el papeleo. —Su voz todavía suena un poco inestable—. Has estado fuera cerca de unas diez horas. Nos dijeron que tenían que apresurarse a sacarte de nuestro edificio a través de la entrada principal… simplemente, no había tiempo para intentar escabullirte.
—¿Alguien vio?
 
Eden se frota las sienes en un intento de recordar.
 
—Puede ser. No sé. No me acuerdo, estaba demasiado distraído. Pasé toda la mañana en la sala de espera porque no me dejaban entrar.
—¿Sabes…? —Trago —. ¿Has oído algo de los médicos? Eden suspira con alivio.
—En realidad no. Pero al menos ahora estás bien. Los médicos dijeron que tuviste una mala reacción al medicamento que te han puesto. Ellos lo quitaron y probaron algo diferente.


 
La forma en que Eden dice esto hace que mi corazón lata más rápido. Él no comprende plenamente la realidad de la situación, todavía piensa que la única razón por la que me desplomé así no era porque me estoy poniendo peor, sino porque sólo tuve una mala reacción. Una enfermiza sensación de hundimiento me golpea en el estómago. Por supuesto que él sería optimista sobre todo esto; por supuesto él piensa que esto es sólo un revés temporal. Había estado en esa maldita medicación durante los últimos dos meses después de que las primeras dos rondas también dejaran de funcionar, y con todos los dolores de cabeza y pesadillas adicionales y náuseas, esperaba que las píldoras hayan hecho por lo menos algo bueno, que estuvieran reduciendo exitosamente el punto de problema en mi hipocampo, su palabra lujosa para el fondo de mi cerebro. Al parecer no. ¿Y si nada funciona?
Tomo una respiración profunda y pongo una sonrisa a mi hermano.
 
—Bueno, al menos ahora saben. Tal vez van a tratar algo mejor esta vez. Eden sonríe, dulce e ingenuo.
—Sí.
 
Varios minutos más tarde, el médico entra y Eden se regresa a la sala de espera.
Mientras el médico habla en voz baja a mi alrededor sobre “nuestras próximas opciones”, con qué tratamientos van a tratar de experimentar ahora, también me dice en voz baja la pequeña oportunidad que tienen. Como me temía, mi reacción no era sólo un problema temporal de la medicina.
—La medicina está reduciendo lentamente la zona afectada —dice el médico, pero su expresión se mantiene sombría—. Aún así, la zona continúa latente, y tu cuerpo ha comenzado a rechazar la vieja medicina, obligándonos a la búsqueda de otras nuevas. Estamos simplemente en una carrera contra el reloj, Day, tratando de reducirlo lo suficiente y tirar de ella antes de que pueda ponerse peor. —Escucho todo esto con una expresión seria; su voz suena como si estuviera bajo el agua, sin importancia y fuera de foco.
Por último, lo detengo y digo:
 
—Mire, sólo dígame directamente. ¿Cuánto tiempo tengo? ¿Si nada funciona? El médico frunce los labios, duda, y luego sacude la cabeza con un suspiro.


 
—Probablemente un mes —admite—. Tal vez dos. Estamos haciendo lo mejor que podemos.
Un mes o dos. Bueno, han estado equivocándose en el pasado, un mes o dos probablemente significa más como cuatro o cinco. Aún así. Miro hacia la puerta, donde Eden probablemente está presionado contra la madera y tratando en vano de escuchar lo que estamos diciendo. Entonces me vuelvo hacia el médico y trago el nudo en la garganta.
—Dos meses —repito—. ¿Hay alguna posibilidad?
 
—Podríamos probar algunos tratamientos más riesgosos, aunque esos tienen efectos secundarios que pueden ser fatales si reacciona mal a ellos. Una cirugía antes de que estés listo probablemente te matará. —El médico se cruza de brazos. Sus lentes captan la luz y el frío brillo fluorescente brilla de una manera que oculta sus ojos por completo. Parece una máquina—. Yo sugeriría, Day, que comiences a poner tus prioridades en orden.
—¿Mis prioridades en orden?
 
—Prepare a su hermano para la noticia —responde—. Y resuelva cualquier asunto pendiente.


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Lectura de Trilogía: Champion-Marie Lu #3 Empty Re: Lectura de Trilogía: Champion-Marie Lu #3

Mensaje por yiniva Sáb 23 Jun - 13:28

Hay no!!! :M-M:dos meses le quedan supuestamente, que va a pasar con Edén, quién lo cuidará, que hable con June y le cuente lo que está pasando.
Gracias Yani


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yiniva
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Lectura de Trilogía: Champion-Marie Lu #3 Empty Re: Lectura de Trilogía: Champion-Marie Lu #3

Mensaje por Yani Dom 24 Jun - 14:56

                      JUNE
 
Traducido por ElyCasdel, Helen1 y Martinafab
 
Corregido por Monicab
 
 
 
 A las 0810 horas de la mañana, después del banquete de emergencia, Anden me llama:
—Es el capitán Bryant —dice—. Ha hecho su última petición y su última petición es verte.
Me siento en la orilla de la cama, parpadeando lejos una noche de sueño irregular, intentando recaudar la energía para entender lo que Anden me está diciendo.
—Mañana lo transferiremos a una prisión al otro lado de Denver en preparación para su último día. Ha preguntado si te puede ver antes de
              entonces.
—¿Qué quiere?
 
—Lo que sea que tenga que decir, quiere que lo escuches tú únicamente — responde Anden—. Recuerda, June, tienes la opción de rehusarte. No tenemos que conceder esta última petición.
Mañana, Thomas estará muerto. Me pregunto si Anden se siente culpable por sentenciar a un soldado a muerte. El pensamiento de afrontar a Thomas solo en una celda de la cárcel envía una ola de pánico por mi cuerpo, pero me contengo. Tal vez Thomas tiene algo que decir sobre mi hermano. ¿Quiero escucharlo?
—Lo veré —respondo finalmente—. Y espero que esta sea la última vez.
 
Anden debe haber escuchado algo en mi voz, porque sus palabras son suaves:
—Por supuesto. Te organizaré una escolta.


  0930 HORAS.
PENITENCIARÍA DEL ESTADO DE DENVER.
 
 
El pasillo donde Thomas y la comandante Jameson están detenidos está iluminado con frías luces fluorescentes, y el sonido de mis botas se hace eco contra el techo alto. Muchos soldados me rodean, pero además de nosotros, el pasillo se siente vacío y siniestro. Retratos de Anden cuelgan en intervalos esporádicos a lo largo de las paredes. Mis ojos se enfocan en cada una de las celdas que pasamos, estudiándolas, detalles recorriendo mi mente en un esfuerzo para mantenerme calmada y enfocada. (Miden 10 x 10 metros, paredes de acero liso, vidrio a prueba de balas, cámaras montadas fuera de las celdas en lugar de su interior. La mayoría de ellas están vacías, y las que están llenas tienen a tres de los senadores que conspiraron contra Anden. Este piso está reservado para prisioneros asociados específicamente con los atentados de asesinato contra Anden.)
—Si tienes algún problema, el más mínimo —me dice uno de los soldados,
              golpeando su gorra con una reverencia amable—, sólo llámanos. Tendremos al traidor en el suelo antes de que se pueda mover.
 
—Gracias —respondo. Mis ojos siguen fijos en una de las celdas mientras nos acercamos. Sé que no necesitaré hacer lo que dijo, porque sé que Thomas nunca desobedecería al Elector e intentaría herirme. Thomas es muchas cosas, pero no un rebelde.
Nos acercamos al final del pasillo, donde dos celdas adyacentes se encuentran, cada una resguardada por dos soldados.
Algo se agita en la celda cercana a mí. Me giro ante el movimiento. Ni siquiera tengo tiempo de estudiar el interior de la celda antes de que una mujer golpetee sus dedos contra el acero de los barrotes. Salto, luego me trago el grito que sube por mi garganta a medida que miro fijamente la cara de la comandante Jameson.
Cuando ella fija sus ojos en los míos, me sonríe de una forma que me hace sudar frío. Recuerdo esa sonrisa, había sonreído de esa forma la noche en que Metias murió, cuando me aprobó para ser agente junior en su patrulla. No hay emoción ahí, nada compasivo o enojo siquiera. Pocas cosas me


 
atemorizan, pero afrontar la fría expresión sin piedad de la verdadera asesina de mi hermano, es una de ellas.
—Bien —dice en voz baja—. Si es Iparis, quien ha venido hasta aquí a vernos.
—Sus ojos encuentran los míos; los soldados se acercan más a mí de forma protectora. No tengas miedo. Me enderezo lo más que puedo, luego aprieto la mandíbula y fuerzo mi rostro a no parecer afectado.
—Estás desperdiciando tu tiempo, comandante —digo—. No estoy aquí por ti. Y la siguiente vez que te vea será el día que estés ante el pelotón de fusilamiento.
Ella sólo me sonríe.
 
—Tan valiente, ahora que tienes a tu joven y apuesto Elector para esconderte detrás de él. ¿No es así? —Cuando entrecierro los ojos, ella ríe—. El comandante De Soto hubiera sido un mejor Elector de lo que él podrá ser alguna vez. Cuando las Colonias invadan, quemarán este país hasta los cimientos. La gente se arrepentirá de haber apoyado a un niño pequeño. — Se presiona contra las barras, como si tratara de acercárseme lo más posible.
              Trago fuerte, pero a pesar del miedo, mi enojo emerge. No alejo la mirada. Es raro, pero veo un brillo en sus ojos, algo que luce desconcertante por encima
de su sonrisa inestable—. Eras una de mis favoritas. ¿Sabes por qué estaba tan interesada en tenerte en mi patrulla? Es porque me vi reflejada en ti. Éramos lo mismo, tú y yo. Hubiera sido Princeps, también, sabes. Lo merecía.
Los brazos se me llenan con piel de gallina. Un recuerdo viene a mi mente de la noche en que Metias murió, cuando la comandante Jameson me escoltó hasta donde yacía su cuerpo.
—Es una lástima que no funcionó, ¿no? —chasqueo. Esta vez no puedo quitar el veneno de mis palabras. Espero que te ejecuten sin ceremonias como hicieron con Razor.
La comandante Jameson sólo me sonríe. Sus ojos se dilatan.
 
—Mejor cuídate, Iparis —susurra—. Puede que termines como yo.
 
Sus palabras me calan en los huesos, y finalmente tengo que girarme y romper nuestras miradas. Los soldados resguardando su celda no me miran; sólo miran hacia adelante. Continúo caminado. Detrás de mí, puedo todavía escuchar su pequeña risa. Mi corazón golpea contra mis costillas.


 
Thomas está dentro de una celda rectangular con gruesas paredes de vidrio, lo suficientemente gruesas como para que no pueda escuchar nada de lo que pasa dentro. Espero afuera, estabilizándome de mi encuentro con la comandante Jameson. Por un instante me pregunto si debería haberme quedado lejos y no aceptar su última petición; tal vez eso hubiera sido lo mejor.
Aunque, si me voy ahora, igual tendré que enfrentarme a la comandante Jameson de nuevo. Tal vez necesite un poco más de tiempo para prepararme para eso. Así que respiro profundo y camino hacia los barrotes de acero que revisten la puerta de la celda de Thomas. Un guardia la abre, deja entrar a dos guardias adicionales después de mí, y entonces cierra detrás de nosotros. Nuestros pasos se hacen eco en el pequeño y vacío espacio.
Thomas se levanta con un sonido de su cadena. Parece más desaliñado de lo que nunca lo había visto, y sé que si sus manos estuvieran completamente libres, estaría planchando su arrugado uniforme y peinando su revoltoso cabello hacia atrás. Pero en su lugar, Thomas junta sus talones. No es hasta que le pido que relaje su postura que mira hacia mí.
               —Es bueno verte, Princeps Electa —dice. ¿Hay una chispa de tristeza en su seria y dura cara?—. Gracias por acceder ante mi última petición. No tardaré tanto ahora que te has desecho de mí completamente.
Niego con la cabeza, enojada conmigo misma, irritada de que a pesar de todo lo que ha hecho, la inquebrantable lealtad de Thomas a la República sigue provocándome un poco de simpatía.
—Siéntate y ponte cómodo —le digo. Él no duda ni un segundo, con un movimiento uniforme, ambos nos arrodillamos en el frío suelo de la celda, él recargado contra la pared, yo doblando las piernas debajo de mí. Nos quedamos así un momento, dejando que el incómodo silencio nos rodee.
Hablo primero.
 
—Ya no necesitas ser tan leal a la República —respondo—. Puedes dejarlo ir, ya sabes.
Thomas sólo niega con la cabeza.
 
—Es el deber de un soldado de la República ser leal hasta el final, y sigo siendo un soldado. Lo seré hasta que muera.


 
No sé por qué la idea de él muriendo causa enredos en las fibras de mi corazón en muchas formas extrañas. Estoy feliz, aliviada, enojada, triste.
—¿Por qué querías verme? —pregunto finalmente.
 
—Señorita Iparis, antes de que mañana llegue… —Thomas se detiene por un segundo antes de continuar—. Quiero darte todos los detalles de lo que pasó a Metias aquella noche en el hospital. Sólo siento… siento que te lo debo. Si alguien debe saberlo, eres tú.
Mi corazón comienza a golpear. ¿Estoy lista para revivir eso de nuevo… necesito saberlo? Metias se fue; conocer los detalles de lo que pasó no lo traerá de regreso. Pero me encuentro reuniéndome con la mirada de Thomas con una calma y a la altura de su vista. De hecho me lo debe. Más importante, se lo debo a mi hermano. Después de que Thomas sea ejecutado, alguien debería continuar con el recuerdo de la muerte de mi hermano, lo que sucedió de verdad.
Lentamente, estabilizo mi pulso cardíaco. Cuando abro la boca, mi voz se quiebra un poco.
—Bien —respondo. Su voz es calmada.
—Recuerdo todo de esa noche. Hasta el más mínimo detalle.
 
—Entonces, dime.
 
Como el soldado obediente que es, Thomas comienza la historia.
 
—La noche de la muerte de tu hermano, recibí una llamada de la comandante Jameson. Estábamos esperando con los jeeps fuera de la entrada del hospital. Metias estaba hablando con una enfermera frente a la puerta principal corrediza. Yo permanecí detrás de los jeeps un poco alejado. Luego llegó la llamada.
Mientras Thomas habla, la prisión a nuestro alrededor se desvanece y es reemplazada por la escena de esa fatídica noche, el hospital, el jeep militar y los soldados, las calles como si estuviera caminando justo al lado de Thomas, viendo todo lo que vio. Reviviendo los eventos.


 
—Susurré un saludo a la comandante Jameson en el auricular —continúa Thomas—. Ella no se molestó en regresarme el saludo.
»“Tiene que hacerse esta noche”, me dijo. “Si no actuamos ahora, tu capitán tal vez planee un acto de traición contra la República, o quizás contra el Elector. Te estoy dando una orden directa, teniente Bryant. Encuentra una manera de llevar al capitán Iparis a un lugar privado esta noche. No me importa cómo lo hagas”.
Thomas me mira a los ojos ahora y repite.
 
Un acto de traición contra la República. Apreté la mandíbula. Había estado temiendo esta inevitable llamada, desde la primera vez que supe que Metias había estado pirateando en la base de datos de los civiles muertos. Ocultar secretos a la comandante Jameson era casi jodidamente imposible. Mis ojos se encontraron con los de tu hermano en la entrada. “Sí, Comandante”, susurré. “Bien”, dijo ella. “Avísame cuando esté hecho, les mandaré órdenes separadas al resto de tu patrulla para que estén en locaciones distintas durante ese tiempo. Hazlo rápido y limpio”.
              »Fue cuando mi mano comenzó a temblar, intenté discutir con la comandante, pero su voz se tornó fría. “Si no puedes hacerlo, yo lo haré. Créeme, no tendré piedad con ello, y nadie va a estar feliz con ello.
¿Entendido?”.
 
»No le respondí de inmediato. En su lugar, miré a tu hermano mientras estrechaba su mano con la enfermera. Él se giró, buscándome, y luego me divisó junto a los jeeps. Me saludó con la mano, y yo asentí, cuidando mantener un rostro imperturbable. “Entendido, comandante”, respondí finalmente.
»“Puedes hacerlo, Byant”, me dijo. “Y si lo haces bien, considérate promovido a capitán”. La llamada se cortó.
»Me reuní con Metias y otro soldado en la entrada del hospital. Metias me sonrió. “Otra larga noche, ¿eh? Juro que, si nos quedamos aquí de nuevo hasta el amanecer, me voy a quejar a la comandante Jameson como si no hubiera mañana”.
»Me forcé a reír un poco. “Esperemos una noche sin novedad, entonces”. La mentira se sintió tan suave.


  »“Sí, esperemos eso”, dijo Metias. “Por lo menos te tengo por compañía”.
 
»“Igualmente”, le dije. Metias me miró de regreso, sus ojos cerniéndose por un momento, luego miró lejos una vez más.
»Los primeros minutos pasaron sin incidente. Pero luego, momentos después, un harapiento muchacho del sector marginal se arrastró hasta la entrada y se detuvo a hablar con la enfermera. Estaba hecho un desastre, sucio y con sangre en las mejillas, cabello oscuro sucio cayendo por su cara y una cojera desagradable. “¿Puedo ser admitido, prima?”, le preguntó a la enfermera. “¿Aún hay habitaciones esta noche? Puedo pagar”.
»La enfermera siguió garabateando en su bloc. “¿Qué pasó?”, preguntó ella finalmente.
»“Fue en una pelea”, respondió el muchacho. “Creo que fui apuñalado”.
 
»La enfermera miró hacia tu hermano, y Metias asintió a dos de sus soldados. Se acercaron para revisar al chico. Después de un momento, se embolsaron algo y llevaron al chico dentro. Mientras él pasaba los escalones, me acerqué a Metias y susurré: “No me gusta la pinta de ese. No camina como alguien que ha sido apuñalado, ¿o sí?”.
»Tu hermano y el chico intercambiaron una breve mirada. Cuando el chico había desaparecido en el interior del hospital, él me asintió. “Concuerdo. Mantén un ojo en ese. Después de que termine nuestra rotación, me gustaría interrogarlo un poco”.
Thomas hace una pausa aquí, buscando mi rostro, tal vez por permiso para dejar de hablar, pero no se lo doy.
Él toma una respiración profunda y continúa.
 
—Luego me sonrojé por su cercanía. Tu hermano pareció sentirlo también, y un incómodo silencio pasó entre nosotros. Yo siempre había sabido sobre su atracción por mí, pero esa noche me pareció particularmente abierta. Tal vez tenía algo que ver con su agotamiento del día, tus travesuras universitarias sacándolo de balance, su habitual aire de mando sometido y cansado. Y debajo de mi aparente calma, mi corazón martilló contra mis costillas. Encuentra una manera de llevar al capitán Iparis a un lugar privado esta noche. No me importa cómo lo hagas. Ésta vulnerabilidad podría ser mi única oportunidad.


 
Thomas ve hacia sus manos brevemente, pero continúa.
 
—Así que, un tiempo después, palmeé a Metias en el hombro. “Capitán”, murmuré. “¿Puedo hablar con usted en privado un momento?”.
»Metias parpadeó. “¿Es esto urgente?”, me preguntó él.
 
»“No, señor”, le dije. “No del todo. Pero… preferiría que lo sepa”.
 
»Tu hermano me miró fijamente, momentáneamente confundido, en busca de una pista. Entonces él hizo un gesto a un soldado para que lo sustituyera en la entrada y nosotros dos nos dirigimos a una tranquila, oscura calle cerca de la parte posterior del hospital.
»Metias inmediatamente dejó caer algo de su pretensión formal. “¿Algo va mal, Thomas? No te ves bien”.
»Todo lo que podía pensar era en: traición contra la República. Él nunca lo haría. ¿O sí? Habíamos crecido juntos, entrenamos juntos, crecimos cerca… Entonces, recordé las órdenes de mi comandante. Sentí el cuchillo envainado asentado pesadamente en mi cintura. “Estoy bien”, le dije.
»Pero tu hermano se rió. “Vamos. Nunca antes has necesitado ocultar algo de mí. Lo sabes, ¿verdad?”.
»Sólo dilo, Thomas, me dije. Sabía que me estaba tambaleando entre lo familiar y el punto de no retorno. Fuerza a salir las palabras. Deja que lo escuche. Por último, levanté la mirada y dije: “¿Qué es esto que pasa entre nosotros?”.
»La sonrisa de tu hermano vaciló. Se puso muy silencioso. Luego dio un paso atrás. “¿Qué quieres decir?”.
—“Sabes lo que quiero decir”, le dije. “Esto. Todos estos años”.
 
»Ahora Metias estaba estudiando mi rostro con atención. Pasaron largos segundos. “Esto”, respondió finalmente, haciendo hincapié en la palabra, “no puede suceder. Tú eres mi subordinado”.
»Entonces pregunté: “Pero significa algo para usted, señor. ¿No es así?”.
 
»Algo alegre y trágico bailó en el rostro de Metias. Él se acercó más. Yo sabía que el muro entre nosotros finalmente se había agrietado. “¿Significa algo para ti?”, me preguntó.


 
Una vez más, Thomas hace una pausa. Luego, con una voz más suave, dice:
 
—Una hojilla de culpa se retorció dolorosamente en mi pecho, pero ya era demasiado tarde para echarme atrás. Entonces di un paso hacia adelante, cerré los ojos, y… le di un beso.
Otra pausa.
 
»Tu hermano se quedó inmóvil, como pensé que lo haría. Hubo una completa quietud. Nos apartamos, el silencio pesado rodeándonos, y por un momento me pregunté si había cometido un enorme error, si yo simplemente malinterpreté cada señal de los últimos años. O tal vez, tal vez él sabía lo que yo estaba haciendo. Sentí una extraña sensación de alivio ante ese pensamiento. Tal vez sería mejor si Metias descubría los planes que tenía para él la comandante Jameson. Tal vez haya una manera de salir de esto.
»Pero luego se inclinó hacia adelante y me devolvió el beso, y lo último de ese muro se desmoronó.
—Para —digo de repente. Thomas se queda en silencio. Él trata de ocultar sus emociones detrás de una apariencia de nobleza, pero la vergüenza es evidente en su rostro. Me recuesto, giro la cara lejos de él, y presiono mis manos en mis sienes. La pena amenaza con abrumarme. Thomas no sólo había matado a Metias sabiendo que mi hermano lo amaba.
Thomas había tomado ese conocimiento y lo usó en su contra.
 
Quiero que te mueras. Te odio. La marea de mi ira se hace más fuerte, hasta que finalmente oigo el murmullo de la voz de Metias en mi cabeza, la débil luz de la razón.
Todo va a estar bien, Bichito. Escúchame. Todo va a estar bien.
 
Espero, mi corazón latiendo de manera constante, hasta que sus palabras suaves me traen de vuelta. Mis ojos se abren, y le doy a Thomas una mirada nivelada.
—¿Qué pasó después de eso?
 
Le lleva a Thomas un largo rato antes de hablar de nuevo. Cuando lo hace, su voz tiembla.


 
—No había salida. Metias no tenía idea de lo que estaba pasando. Había caído en el plan con una fe ciega. Mi mano se deslizó hacia el cuchillo en mi cintura, pero no me atreví a hacerlo. Ni siquiera podía respirar.
Mis ojos se llenan de lágrimas. Quiero desesperadamente oír cada detalle y al mismo tiempo que Thomas deje de hablar, para alejar esta noche y no volver nunca más.
—Una alarma cortó a través del aire. Saltamos separándonos. Metias se veía sonrojado y confundido, un segundo más tarde ambos nos dimos cuenta que la alarma provenía del hospital.
»El momento se rompió. Tu hermano volvió de nuevo a su modalidad de capitán y corrió hacia la entrada del hospital. «Entren» gritó por su auricular. No miró hacia atrás. «Quiero la mitad de ustedes ahí dentro… identifiquen la fuente. Reúnan a los demás en la entrada y esperen mi orden. ¡Ahora!»
»Empecé a correr tras él. Mi oportunidad de atacar se había desvanecido. Me pregunté si la comandante Jameson había sido de alguna manera capaz de ver mi fracaso. Los ojos de la República están en todas partes. Ellos lo saben
               todo. Me entró el pánico. Tenía que encontrar otro momento, otra oportunidad de conseguir a tu hermano solo. Si no podía hacerlo, entonces el
destino de Metias caería en manos mucho más duras.
 
»Para cuando me reuní con él en la entrada, su rostro estaba oscuro con ira. “Robo”, dijo. “Fue ese chico que vimos. Estoy seguro de ello. Bryant, llévate a cinco y rodea el este. Voy a ir al otro lado”. Ya tu hermano estaba en movimiento, reuniendo sus soldados. “Él va a tener que salir del hospital de alguna manera”, nos dijo. “Estaremos esperando por él cuando lo intente”.
»Hice lo que me ordenó Metias, pero en el instante en que estuvo fuera del alcance del oído, le ordené a mis soldados ir hacia el este y luego me escabullí entre las sombras. Tengo que seguirle. Esta es mi última oportunidad. Si fallo, soy tan bueno como muerto, de todos modos. El sudor me corría por la espalda. Me fundí en las sombras, recordándome a mí mismo todas las lecciones que Metias me había enseñado acerca de la sutileza y el sigilo.
»Entonces, desde algún lugar de la noche oí vidrios hacerse añicos. Me escondí detrás de una pared, mientras tu hermano pasaba corriendo, solo y sin vigilancia, hacia la fuente del sonido. Después lo seguí. La oscuridad de la noche me tragó entero. Por un momento, perdí a Metias en los callejones.


 
¿Dónde está? Me di la vuelta en un callejón, tratando de averiguar para dónde se había ido tu hermano.
»Justo en ese momento, entró una llamada. La comandante Jameson me ladró: “Será mejor que encuentres una segunda oportunidad para acabar con él, teniente. Pronto”.
»Finalmente, minutos más tarde, encontré a Metias. Estaba solo, luchando desde el suelo con un cuchillo enterrado en su hombro, rodeado de sangre y vidrios rotos. A pocos metros de él yacía una tapa de alcantarilla. Me apresuré a su lado. Sonrió brevemente hacia mí, mientras aferraba el cuchillo en su hombro.
»“Era Day”, dijo con voz entrecortada. “Se escapó por las alcantarillas”. Entonces él se estiró hacia mí. ‘Ven. Ayúdame a levantarme”.
»Esta es tu oportunidad, me dije. Esta es tu única oportunidad, y si no puedes hacerlo ahora, nunca va a suceder.
La voz de Thomas se tambalea mientras busco por la mía propia. Quiero detenerlo de nuevo, pero no puedo. Estoy entumecida.
Thomas levanta la cabeza y dice:
 
—Me gustaría poder contarte todas las imágenes girando a través de mi mente: La comandante Jameson interrogando a Metias, torturándolo para sacarle la información, arrancándole las uñas, rebanándolo hasta que gritara pidiendo misericordia, matándolo lentamente de la manera en que lo hacía a todos los prisioneros de guerra. —Mientras habla, las palabras llegan más rápido, cayendo de su boca en un revoltijo frenético—. Me imaginé la bandera de la República, el sello de la República, el juramento que había tomado el día en que Metias me aceptó en una patrulla. Que yo siempre permanecería siendo fiel a mi República y a mi Elector, hasta el día de mi muerte. Mis ojos se clavaron en el cuchillo enterrado en el hombro de Metias. Hazlo. Hazlo ahora, me dije. Agarré su cuello, arranqué el cuchillo de su hombro, y lo sumergí hasta el fondo en su pecho. Directo hasta la empuñadura.
Me oigo jadear. Como si me esperara un final diferente. Como si una vez que la oiga suficientes veces, la historia va a cambiar. Nunca lo hace.


 
—Metias dejó escapar un grito roto —susurra Thomas—. O tal vez vino de mí, ya no me acuerdo. Él colapsó de nuevo en el suelo, con la mano aún sosteniendo mi muñeca. Sus ojos estaban muy abiertos por la sorpresa.
»“Lo siento”, me atraganté al decir. —Thomas me mira mientras él continúa, su disculpa era para mí y mi hermano—. Me arrodillé sobre su cuerpo tembloroso. “Lo siento, lo siento”, le dije. “No tenía otra opción. ¡No me diste otra opción!”.
Apenas puedo oír a Thomas mientras continúa.
 
»Una chispa de comprensión apareció en los ojos de tu hermano. Con ello llegó el dolor, algo que iba más allá de su dolor físico, un maldito momento de realización. Entonces repulsión. Decepción. “Ahora sé por qué”, susurró él. No tenía que preguntar para saber que se estaba refiriendo a nuestro beso.
»¡No! ¡Eso fue en serio! Quería gritar. Fue un adiós, el único que podía dar. Pero fue en serio. Te lo prometo.
»En lugar de eso, dije: ‘¿Por qué has tenido que enojar a la República? Te lo advertí, una y otra vez. Enoja a la República demasiadas veces, y con el tiempo te vas a quemar. ¡Te lo advertí! ¡Te dije que escucharas!”.
»Sin embargo, tu hermano negó con la cabeza. Es algo que nunca vas a entender, parecían decir sus ojos. La sangre goteaba de su boca, y su agarre se apretó en mi muñeca. “No lastimes a June”, dijo. “Ella no sabe nada”. Entonces una fiera, aterrorizada luz apareció en sus ojos. “No le hagas daño. Prométemelo”.
»Así que le dije: “Yo la protegeré. No sé cómo, pero lo intentaré. Te lo prometo”.
»La luz se desvaneció poco a poco de sus ojos, y su agarre se aflojó. Se me quedó mirando hasta que no pudo mirar más, y entonces supe que él se había ido. Muévete. Sal de ahí, me dije. Pero me quedé agachado sobre el cuerpo de Metias, mi mente en blanco. Su repentina ausencia me golpeó. Metias se había ido, Metias nunca iba a volver, y todo fue mi culpa. No. ¡Larga vida a la República! Eso es lo que realmente importaba, me dije, sí, sí, eso era lo importante. Esto, lo que sea que esto fuera entre Metias y yo, no era real, nunca podría haber ocurrido de todos modos. No con Metias como mi capitán. No con Metias como un criminal que actúa en contra del país. Fue lo mejor. Sí. Lo fue.


 
»Con el tiempo oí los gritos de las tropas acercándose. Me levanté. Me sequé los ojos. Tenía que seguir adelante ahora. Lo había hecho, había permanecido fiel a la República. Algún instinto de supervivencia prevaleció. Todo parecía en silencio, como si una niebla se hubiera apoderado de mi vida. Bien. Necesitaba la extraña calma, la ausencia de todo lo que trajo. Plegué mi dolor cuidadosamente de nuevo en mi pecho, como si no hubiera pasado nada, y cuando las primeras tropas llegaron a la escena, hice una llamada a la comandante Jameson.
»Ni siquiera tuve que decir una palabra. Mi silencio le dijo todo lo que necesitaba saber. “Ve a buscar a la pequeña Iparis cuando tengas la oportunidad”, me dijo. “Y bien hecho, capitán”.
»Yo no respondí.
 
Thomas se queda en silencio; la escena se desvanece. Me encuentro de nuevo en su celda de la prisión, mis mejillas surcadas de lágrimas, mi corazón rajado como si él me hubiera apuñalado en el pecho tan cierto como había apuñalado a mi hermano.
               Thomas se queda mirando al suelo entre nosotros con ojos vacíos.
—Yo lo amaba, June —dice después de un momento—. Realmente lo hice. Todo lo que hice como un soldado, todo mi trabajo duro y formación, era para impresionarlo. —Su guardia cae finalmente, y puedo ver la verdadera profundidad de su tortura ahora. Su voz se endurece, como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo de lo que está diciendo—. Yo respondo a la República… Metias me entrenó para ser lo que soy. Incluso él entendió.
Estoy sorprendida por lo mucho que mi corazón se está rompiendo por él. Podrías haber ayudado a Metias a escapar. Podrías haber hecho algo. Cualquier cosa. Lo podrías haber intentado. Pero incluso ahora, Thomas no cede. Él nunca va a cambiar, y él nunca, jamás sabrá quién era realmente Metias.
Finalmente me doy cuenta de la verdadera razón por la que pidió este encuentro conmigo. Quería dar una confesión real. Al igual que durante nuestra conversación cuando me detuvo por primera vez, él está pescando desesperadamente por mi perdón, algo que justifique —en cualquier pequeña forma— lo que hizo. Él quiere creer que lo que hizo fue lo correcto. Quiere que yo me compadezca. Quiere paz antes de irse.


  Pero él ha desperdiciado sus esfuerzos en mí. No le puedo dar paz, incluso en su último día. Hay cosas que no pueden ser perdonadas.
—Lo siento tanto por ti —le digo en voz baja—. Porque eres tan débil.
 
Thomas aprieta los labios. Todavía en busca de algún fragmento de aceptación, dice:
—Podría haber elegido el camino de Day. Podría haberme convertido en un criminal. Pero no lo hice. Lo hice todo bien, y lo sabes. Eso era lo que Metias amaba sobre mí. Él me respetaba. Seguí todas las reglas, obedecí todas las leyes, me abrí camino desde donde empecé. —Se inclina hacia mí; sus ojos se vuelven más desesperados—. Hice un juramento, June. Todavía me encuentro ligado al juramento. Moriré con honor por sacrificar todo lo que tengo, todo, por mi país. Y, sin embargo, Day es la leyenda, mientras que yo voy a ser ejecutado. —Su voz finalmente se rompe con toda su angustia y tormento interior, la injusticia que siente—. No tiene sentido.
Me levanto. Detrás de mí, los guardias se mueven hacia la puerta de la celda.
 
—Te equivocas —le digo con tristeza—. Tiene mucho sentido.
 
—¿Por qué?
 
—Porque Day optó por caminar en la luz. —Le doy la espalda por última vez. Se abre la puerta; los barrotes de la celda dan paso al pasillo, una nueva rotación de guardias de la prisión, libertad—. Y también así lo hizo Metias.
 
 
1532 HORAS.
 
 
Esa tarde, me dirijo a la pista de la Universidad de Denver con Ollie en un intento de aclarar mis pensamientos. Afuera, el cielo se ve amarillo y brumoso con la luz del sol de la tarde. Trato de imaginar el cielo cubierto de aeronaves de las Colonias, iluminado con el fuego de los combates aéreos y explosiones. Doce días antes de que tengamos algo que ofrecerle a las Colonias. Sin la ayuda de Day, ¿cómo vamos a hacer eso? La idea me preocupa, pero agradecidamente ayuda a mantener los recuerdos de Thomas y la comandante Jameson fuera de mi cabeza. Alcanzo mi ritmo. Mis zapatos de correr dan golpes contra el pavimento.


 
Cuando llego a la pista, advierto que hay guardias apostados en cada entrada. Al menos cuatro soldados por compuerta. Anden debe estar haciendo su rutina de ejercicios en algún lugar aquí también. Los soldados me reconocen, dejándome pasar, y me acompañan al estadio, donde la pista está envuelta alrededor de un amplio campo abierto. Anden no está en ninguna parte donde pueda ser visto. Tal vez está abajo en los casilleros subterráneos del estadio.
Hago una ronda rápida de estiramiento mientras Ollie espera impaciente, andando de pata en pata, y luego me dirijo a la pista. Troto más y más rápido a lo largo de la curva hasta que estoy corriendo en torno a los giros, mi cabello derramándose detrás de mí, Ollie jadeando a mi lado. Me imagino a la comandante Jameson corriendo tras de mí, pistola en mano. Mejor cuídate, Iparis. Puede que termines como yo. Cuando curvo alrededor hacia un lado de la pista con objetivos establecidos, doy un resbalón deteniéndome, saco de repente la pistola de mi cinturón, y disparo a cada uno de los objetivos en rápida sucesión. Cuatro dianas. Sin pausa, curvo alrededor de la pista de nuevo y repito mi rutina tres veces. Diez veces. Quince veces. Finalmente me detengo, mi corazón latiendo una melodía frenética contra mi pecho.
Cambio a una caminata, recuperando lentamente mi aliento, mis pensamientos agitándose. Si nunca hubiera conocido a Day, ¿podría haber crecido hasta convertirme en la comandante Jameson? ¿Fría, calculadora y despiadada? ¿No me había convertido en exactamente eso cuando me di cuenta en primer lugar de quién era Day? ¿No había llevado a los soldados, llevando a la misma comandante Jameson, a la puerta de su familia, sin pensar dos veces si su familia pudiera o no ser dañada? Reajusto mi arma, y luego apunto a las dianas de nuevo. Mis balas dan un golpe sordo en los centros de los tableros.
Si Metias estuviera vivo, ¿qué habría pensado de lo que hice?
 
No. No puedo pensar en mi hermano sin recordar la confesión de Thomas de esta mañana. Disparo mi última bala, luego me siento en el medio de la pista con Ollie y entierro la cabeza en mis manos. Estoy tan cansada. No sé si alguna vez podré rebasar los límites como solía poder. Y ahora lo estoy haciendo de nuevo, tratando de persuadir a Day a renunciar a su hermano otra vez, tratando de utilizarlo en beneficio de la República.


 
Finalmente me levanto, limpio el sudor de mi frente, y me dirijo a los casilleros subterráneos. Ollie se recuesta en el suelo para esperarme bajo el saliente fresco cerca de las puertas; lame con avidez una petaca de agua que pongo delante de él. Me dirijo hacia las escaleras, luego giro la esquina. El aire es húmedo de las duchas, y la pantalla solitaria incrustada en el extremo de la sala tiene una ligera capa de vapor sobre ella. Camino por el pasillo que se separa en los vestuarios de hombres y mujeres. Algunas voces más allá se hacen eco por el pasillo.
Un segundo más tarde, veo a Anden emerger de los vestuarios con dos guardias caminando a su lado. Me sonrojo de vergüenza por la vista. Anden parece que acaba de salir de la ducha hace unos minutos, sin camisa y todavía secándose con la toalla su cabello húmedo, sus magros músculos tensos después de su entrenamiento. Él tiene una camisa de cuello rizado oscilando sobre un hombro, el blanco de la tela un sorprendente contraste contra su piel aceitunada. Uno de los guardias le habla en silenciosos susurros, y con una sensación de hundimiento, me pregunto si tiene algo que ver con las Colonias. Un momento después, Anden levanta la vista y finalmente me nota mirándolos. La conversación se detiene.
—Señorita Iparis —dice Anden, una sonrisa cortés encubre lo que pudiera haberle estado molestando. Se aclara la garganta, le entrega su toalla a uno de los guardias, y pasa un brazo por la manga de su camisa de cuello—. Me disculpo por mi estado a medio vestir.
Inclino mi cabeza una vez, tratando fuertemente de parecer imperturbable cuando todos los ojos se fijan en mí.
—No se preocupe, Elector. Él asiente a sus guardias.
—Sigan adelante. Los encontraré en las escaleras.
 
Los guardias se inclinan al unísono, y luego nos dejan solos. Anden espera hasta que han desaparecido por la esquina antes de volverse hacia mí.
—Espero que su mañana haya ido suficientemente bien —dice mientras comienza a abotonarse la camisa. Sus cejas se arrugan—. ¿Sin problemas?
—Sin problemas —le confirmo, reacia en detenerme en mi conversación con Thomas.


 
—Bien. —Anden se pasa la mano por su cabello húmedo—. Entonces debe haber tenido una mejor mañana que yo. Pasé varias horas en una conferencia privada con el Presidente de Ross City, Antártida; le pedimos ayuda militar, en caso de una invasión. —Suspira—. Antártida se compadece, pero no son fáciles de complacer. No sé si podemos llegar a un acuerdo usando al hermano de Day, y no sé cómo persuadir a Day para que lo permita.
—Nadie va a ser capaz de convencerlo —respondo, cruzando los brazos—. Ni siquiera yo. Tú dices que yo soy su debilidad, pero su mayor debilidad es su familia.
Anden se queda en silencio por un momento. Estudio su rostro cuidadosamente, preguntándome qué pensamientos están pasando por su mente. El recuerdo vuelve a mí de cuán despiadado puede ser cuando lo elige, cómo no se inmutó al sentenciar a Thomas a la muerte, cómo había arrojado el insulto de la comandante Jameson justo de vuelta en su cara, cómo él nunca dudó en ejecutar a cada persona que intentó acabar con él. Profundamente debajo de la voz suave y el buen corazón se encuentra algo frío.
              —No lo fuerces —digo. Anden me mira con sorpresa—. Sé que eso es lo que estás pensando.
Anden termina de abrocharse la camisa.
 
—Solo puedo hacer lo que tengo que hacer, June —dice suavemente. Casi suena triste.
No. Nunca dejaré que lastimes a Day de esa manera. No de la manera en que yo ya le he hecho daño.
—Eres el Elector. No tienes que hacer nada. Y si te preocupas por la República, no correrás el riesgo de enojar a la única persona en la que el público cree.
Demasiado tarde, me muerdo la lengua. La gente cree en Day, pero ellos no creen en ti. Anden se estremece visiblemente, y aunque no lo comente, me maldigo a mí misma silenciosamente por mis giros notorios de frases.
—Lo siento —murmuro—. No quise decir eso.
 
Una larga pausa se prolonga antes de que Anden hable de nuevo.


 
—No es tan fácil como parece. —Sacude la cabeza. Una pequeña gota de agua cae de su cabello al cuello—. ¿Lo harías de manera diferente? ¿Arriesgar a toda una nación en lugar de una sola persona? No puedo justificarlo. Las Colonias atacarán si no les damos un antídoto, y todo este lío surgió de algo de lo que yo soy responsable.
—No, tu padre era responsable. Eso no quiere decir que lo seas.
 
—Bueno, yo soy hijo de mi padre —responde Anden, su voz de repente dura—. ¿Qué diferencia hay?
Las palabras nos sorprenden a los dos. Aprieto mis labios y decido no hacer comentarios al respecto, pero mis pensamientos se agitan frenéticamente. Hay una diferencia. Pero entonces pienso de nuevo en lo que Anden me había dicho una vez acerca de la fundación de la República, cómo su padre y los Electores antes de él se habían visto obligados a actuar en esos oscuros primeros años. Mejor cuídate, Iparis. Puedes que termines como yo.
Tal vez yo no soy la única que tiene que tener cuidado.
 
Algo que se muestra en la pantalla al final del pasillo me distrae. Miro hacia ella. Hay algunas noticias sobre Day; las imágenes muestran un viejo vídeo en primer plano de él y luego un breve plano del hospital de Denver, pero a pesar de que la mayor parte del vídeo está cortado, puedo vislumbrar multitudes reunidas frente al edificio. Anden se gira a mirar a la pantalla también. ¿Están protestando? ¿Qué podrían estar protestando
 
 
Daniel Altan Wing ingresado en el hospital por examen médico estándar, será liberado mañana.
 
 
Anden presiona una mano en su oreja. Una llamada entrante. Me mira brevemente, luego enciende su micrófono y dice:
—¿Sí?
 
Silencio. Mientras la emisión de la pantalla continúa, el rostro de Anden se vuelve pálido. Me recuerda por un instante de cuán pálido se había visto Day durante el banquete, y los dos pensamientos convergen en uno solo, uno aterrador. De repente sé, sin la menor sombra de duda, que éste es el secreto


 
que Day ha estado ocultando de mí. Una horrible sensación se construye en mi pecho.
—¿Quién aprobó la publicación de estas imágenes? —dice Anden después de un momento, su voz ahora un susurro. Oigo la ira en ella—. No habrá una próxima vez. Infórmeme primero. ¿Lo ha entendido?
Un nudo se eleva en mi garganta. Cuando su llamada finalmente termina, él deja caer su mano y me da una seria mirada larga.
—Es Day —dice—. Está en el hospital.
 
—¿Por qué? —exijo.
 
—Lo siento mucho. —Él inclina la cabeza en un gesto trágico, luego se inclina hacia delante para susurrar en mi oído. Él me dice. Y de repente me siento mareada, como si el mundo entero se hubiera canalizado en un borrón de movimiento, como si nada de esto fuera real, como si estuviera de pie de vuelta en el Hospital Central de Los Ángeles en la noche que me arrodillé ante el cuerpo frío de Metias, un cuerpo sin vida, mirando directamente a un rostro que ya no reconocía. Mi pulso cardíaco se ralentiza hasta detenerse. Todo se detiene. Esto no puede ser real.
¿Cómo puede estar muriendo el chico que agitó a toda una nación?


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Mensaje por yiniva Dom 24 Jun - 19:16

Un momento pensé que Thomas estaba siendo sincero con June por que en verdad se sentía mal, pero creó que sólo quería manipularla, si en verdad amaba a Metias, lo hubiera ayudando, gracias Yani


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