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Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
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Book Queen :: Biblioteca :: Lecturas
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Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Bienvenidas chicas a esta fascinante nueva historia en el club. Yo ya la leí y me gusto. Espero que la disfruten.
Ambientada en un reino imaginario, esta novela nos muestra a una sociedad dividida por el color de la sangre. Por un lado está la gente común que tiene sangre roja; por el otro tenemos a aquellos que poseen sangre plateada y que tienen habilidades sobrenaturales. Estos últimos forman una élite cerrada y llena de privilegios. La protagonista es Mare, una chica de sangre roja que sobrevive en medio de la pobreza realizando pequeños robos. Cierto día, el azar la lleva a la corte. Allí demuestra tener poderes especiales, los cuales resultan insólitos para alguien del pueblo. Ello la convierte en una anomalía que llama la atención del mismísimo rey. Éste desea aprovechar en su beneficio los poderes de la joven y la hace pasar por una princesa, quien supuestamente se casará con uno de sus hijos. Una vez en la corte, Mare se convierte en parte del mundo de plata y, de manera secreta, ayuda a la Guardia Escarlata, un grupo que prepara una rebelión.
Última edición por Maga el Sáb 25 Abr - 17:11, editado 1 vez
Maga- Mensajes : 3549
Fecha de inscripción : 26/01/2016
Edad : 37
Localización : en mi mundo
yiany- Mensajes : 1938
Fecha de inscripción : 23/01/2018
Edad : 41
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Gracias... Me uno
Leshka- Mensajes : 244
Fecha de inscripción : 02/05/2019
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Siiiii, voté por este
Tatine- Mensajes : 1561
Fecha de inscripción : 03/01/2016
MadHatter- Mensajes : 10233
Fecha de inscripción : 10/10/2014
Edad : 32
yiniva- Mensajes : 4916
Fecha de inscripción : 26/04/2017
Edad : 33
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Bienvenidas a otra Lecturas... Esta cuenta con 28 capítulos + Epilogo, por lo que publicaremos 2 capítulos diarios, iniciando desde hoy... Espero me acompañen y disfrutemos nuevamente.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
FIRMA
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R♥bsten- Mensajes : 1815
Fecha de inscripción : 22/03/2015
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Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Rbsten escribió:FIRMA
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Muchas gracias Rob, ranguitos
Chicas por favor usen la firma para apoyar la lectura y regalen rangos a Robsten por favor. Gracias
Maga- Mensajes : 3549
Fecha de inscripción : 26/01/2016
Edad : 37
Localización : en mi mundo
Emotica G. W- Mensajes : 2737
Fecha de inscripción : 15/11/2016
Edad : 27
Localización : Mi casa :D
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Capitulo 1
Odio el Primer Viernes. Hace que la aldea se llene de personas y ahora, en el calor del pleno verano, esa es la última cosa que alguien quiere. Desde mi lugar en la sombra, no es tan mal, pero el hedor de los cuerpos, todos sudados por el trabajo de la mañana, es suficiente para hacer que la leche se corte. El aire brilla con calor y humedad, e incluso los charcos de la tormenta de ayer están calientes, girando con rayos de arcoíris de aceite y grasa.
El mercado se desinfla, con todos cerrando sus puestos por el día. Los comerciantes están distraídos, descuidados, y es fácil para mí tomar lo que sea que quiera de sus mercancías. Para el momento en que he terminado, mis bolsillos resaltan con baratijas y he tomado una manzana para el camino. Nada mal para unos pocos minutos de trabajo. Mientras el montón de gente se mueve, me dejo llevar por la corriente humana. Mis manos se mueven rápidamente entrando y saliendo, siempre en toque fugaces. Algunos billetes del bolsillo de un hombre, un brazalete de la muñeca de una mujer, nada demasiado grande. Los aldeanos están demasiado ocupados moviéndose alrededor para notar a una carterista en medio de ellos.
Los altos edificios con pilares por los cuales la ciudad está nombrada —Los Pilares, muy original— se elevan todos a nuestro alrededor, tres metros arriba del enlodado terreno. En la primavera la orilla más baja queda bajo el agua, pero ahora es agosto, cuando la sequía y la insolación acechan la aldea. Casi todos esperan por el primer viernes de cada mes, cuando el trabajo y la escuela terminan temprano. Pero yo no. No, preferiría mejor estar en la escuela, aprendiendo nada en una clase llena de niños.
No que estaría en la escuela mucho más. Mi cumpleaños número dieciocho se acerca y con eso, el reclutamiento. No soy aprendiz. No tengo un trabajo, así que seré enviada a la guerra como todos los otros holgazanes. No es de sorprender que no haya trabajo, con cada hombre, mujer y niño tratando de evitar el ejército.
Mis hermanos fueron a la guerra cuando cumplieron dieciocho, enviados a pelear contra los Lakelanders. Solo Shade puede raramente escribir, y me envía cartas cuando puede. No he oído de mis otros hermanos, Bree y Tramy, por más de un año. Pero no tener noticias significaba buenas noticas. Las familias podían pasar años sin saber nada, solo para encontrar a sus hijos e hijas esperando en el umbral de su puerta, con permiso de irse a casa o algunas veces felizmente dado de baja. Pero generalmente recibes una carta hecha con papel duro, sellada con el sello de la corona del rey debajo de un pequeño agradecimiento por la vida de tu hijo. Tal vez incluso recibas algunos botones de sus uniformes rasgados y destruidos.
Tenía trece cuando Bree se fue. Me besó en la mejilla y me dio un solo par de pendientes para compartir con mi hermanita, Gisa. Eran abalorios de piedra colgando, del difuminado color rosa del atardecer. Perforamos nuestras orejas esa noche. Tramy y Shade mantuvieron la tradición cuando se fueron. Ahora Gisa y yo teníamos en cada oreja un juego con tres pequeñas piedras que nos recordaban a nuestros hermanos luchando en algún lugar. Realmente no creía que tuvieran que irse, no hasta que el legionario con su armadura pulida apareció y se los llevó uno detrás del otro. Y este otoño, vendrían por mí. Ya había empezado a ahorrar y robar, para comprarle a Gisa unos aretes cuando me fuera.
No pienses en eso. Eso es lo que mamá siempre dice, sobre el ejército, sobre mis hermanos, sobre todo. Buen consejo, mamá.
Calle abajo, en el cruce de los caminos Mill y Marcher, la multitud crecía y más aldeanos se unían a la corriente. Una pandilla de niños, pequeños ladrones en entrenamiento, ondeaban a través de la refriega con dedos pegajosos y minuciosos. Son muy pequeños para ser buenos en esto, y los oficiales de Seguridad son rápidos para intervenir. Normalmente los niños serían enviados al ganadero, o a la cárcel en el puesto avanzado, pero los oficiales querían ver el Primer Viernes. Lo resolvieron dándoles a los cabecillas algunos golpes fuertes antes de dejarlos ir. Pequeños mercenarios.
La más pequeña presión en mi muñeca me hace girar, actuando por instinto. Agarro la mano suficientemente tonta para robarme, apretándola tan fuerte que el pequeño granuja no será capaz de escapar. Pero en lugar de un niño flacucho, me encuentro mirando un sonriente rostro.
Kilorn Warren.
Un aprendiz de pescador, huérfano de guerra y probablemente mi único amigo real. Solíamos golpearnos el uno al otro cuando éramos niños, pero ahora que éramos más grandes, y que él era treinta centímetros más alto, trataba de evitar altercados. Él tenía sus usos, supongo. Alcanzar las repisas altas, por ejemplo.
—Te estás volviendo más rápida. —Se ríe, sacudiéndose de mi agarre.
—O tú te estás volviendo más lento.
Pone los ojos y arrebata la manzana de mi mano.
—¿Estás esperando a Gisa? —pregunta, dándole una mordida a la fruta.
—Tiene un pase por el día. Trabajando.
—Entonces sigamos moviéndonos. No quiero perderme el espectáculo.
—Y qué tragedia sería eso.
—Tsk, tsk, Mare —se burla, sacudiéndome un dedo—. Se supone que esto sea divertido.
—Se supone que sea una advertencia, tonto.
Pero él ya está caminando con sus largas zancadas, obligándome a casi trotar para alcanzarlo. Su paso ondea sin equilibro. Piernas de mar, las llama él, aunque no ha estado en el lejano mar. Supongo que largas horas en el bote pesquero de su capitán, incluso en el río, están teniendo algún efecto.
Al igual que mi papá, el padre de Kilorn fue enviado a la guerra, pero a diferencia del mío que regresó con una pierna y un pulmón menos, el lord Warren regresó en una caja de zapatos. La madre de Kilorn huyó después de eso, dejando a su joven hijo valerse por sí mismo. Casi se murió de hambre pero de alguna manera siguió metiéndose en peleas conmigo. Lo alimentaba así no tendría que patear un saco de huesos, y ahora, diez años después, aquí está él. Al menos es aprendiz y no enfrentará la guerra.
Llegamos al pie de la colina, donde la multitud es más densa, empujando y dando codazos por todos lados. La asistencia al Primer Viernes es obligatoria, al menos que seas, como mi hermana, un “trabajador esencial”. Como si tejer seda sea esencial. Pero los Plateados aman su seda, ¿o no? Incluso los oficiales de Seguridad, unos pocos de todos modos, pueden ser sobornados con algunas piezas cosidas por mi hermana. No es que sepa algo de eso.
Las sombras alrededor de nosotros se profundizan mientras subimos las escaleras de piedra, hacia la cima de la colina. Kilorn los sube de dos en dos, casi dejándome atrás, pero se detiene para esperar. Sonriéndome con suficiencia y quita un mechón caído del cabello rubio oscuro de sus ojos verdes.
—A veces me olvido que tienes piernas de niña.
—Mejor que el cerebro de alguno —espeto, dándole un ligero golpe en la mejilla mientras paso. Su risa me sigue hacía arriba de los escalones.
—Estás más malhumorada de lo normal.
—Solo odio estas cosas.
—Lo sé —murmura, solemne por una vez.
Y entonces estamos en la arena, el sol abrasadoramente caliente sobre nuestras cabezas. Construida hace diez años, la arena es fácilmente la estructura más grande en Los Pilares. No es nada comparada con los edificios colosales en las ciudades, pero aun así, los elevados arcos de acero, y los miles de metros de hormigón, son suficientes para hacer que una niña de la aldea pierda el aliento.
Los oficiales de Seguridad están por todas partes, sus uniformes negros y plata resaltan en la multitud. Este es el Primer Viernes, y no pueden esperar por ver los actos. Portan con ellos largos rifles o pistolas, a pesar de que no los necesitan. Como es de costumbre, los oficiales son Plateados, y los Plateados no tienen nada que temer a nosotros los Rojos. Todos saben eso. No somos sus iguales, a pesar de que no lo sabrías al vernos. La única cosa que sirve para distinguirnos, por fuera al menos, es que los Plateados están de pie rectos. Nuestras espaldas están dobladas por el trabajo, una esperanza sin respuesta y la inevitable decepción con nuestro tipo de vida.
Dentro de la descubierta arena está tan caliente como fuera y Kilorn, siempre en sus dedos, me guía hacia algo de sombra. No tenemos asientos aquí, solo largas bancas de cemento, pero los pocos nobles Plateados disfrutan de frescos y confortables palcos. Ahí tienen bebidas, comida, incluso hielo en pleno verano, sillas acolchonadas, luces eléctricas, y otras comodidades que nunca disfrutaré. Los Plateados ni siquiera parpadean ante nada de eso, quejándose sobre las “miserables condiciones”. Les daré una condición miserable, si alguna vez tengo la oportunidad. Todo lo que nosotros tenemos son bancos duros y unas cuantas pantallas chirriantes casi demasiado brillantes y ruidosas para soportar.
—Te apuesto la paga de un día a que hoy es otro Brazosfuertes —dice Kilorn, tirando el corazón de la manzana hacia el piso de la arena.
—No apuesto —le digo de regreso. Muchos Rojos apuestan sus ganancias en las peleas, esperando ganar un poco de algo que les ayude a pasar otra semana. Pero yo no, ni siquiera con Kilorn. Es más fácil cortar la bolsa de un corredor de apuestas que tratar de ganarle dinero—. No deberías desperdiciar así tu dinero.
—No es un desperdicio si estoy en lo correcto. Siempre hay un Brazosfuerte venciendo a alguien.
Los Brazosfuertes generalmente logran al menos la mitad de las peleas, sus talentos y habilidades se adaptan mejor a la arena que la mayoría de los demás Plateados. Parecen disfrutar estar dentro, usando su fuerza sobrehumana para desechar a otros campeones como muñecas de trapo.
—¿Qué pasa con el otro? —pregunto, pensando sobre el alcance de Plateados que podrían aparecer. Telkies, Veloces, Ninfas, Verdinos, Pieldepidras, todos ellos terribles de mirar.
—No estoy seguro. Con suerte algo genial. Podría necesitar algo de diversión.
Kilorn y yo realmente estamos de acuerdo sobre el Hito del Primer Viernes. Para mí, ver a dos campeones desgarrarse el uno al otro no es disfrutable, pero Kilorn lo ama. Dejemos que se destruyan entre ellos, dice. Ellos no son nuestra gente.
No entiende de lo que se tratan los Hitos. Esto no es entretenimiento sin motivo, con la intención de darnos algún respiro del riguroso trabajo. Este es un mensaje frío y calculador. Solo los Plateados pueden pelear en las arenas porque solo un Plateado puede sobrevivir a la arena. Pelean para demostrarnos su fuerza y poder. [/i]No estás a la altura para nosotros. Somos mejores. Somos dioses[/i]. Está escrito en cada golpe sobrehumano del suelo de campeones.
Y tienen absolutamente razón. El mes pasado vi a un vencejo pelear contra un Telky, y a pesar de que el vencejo podía moverse más rápido de lo que ve el ojo, el Telky lo paró en seco. Solo con el poder de su mente, levantó al otro luchador del suelo. El vencejo empezó a ahogarse, creo que el Telky tenía algún agarre invisible en su garganta. Cuando el rostro del vencejo se volvió azul, terminaron la pelea. Kilorn vitoreó. Había apostado por el Telky.
—Damas y caballeros, Plateados y Rojos, bienvenidos al Primer Viernes, el Hito de Agosto. —La voz del anunciador hace eco alrededor de la arena, amplificado por las paredes. Suena aburrido, como siempre y no lo culpo.
Antes, los Hitos no eran peleas, eran ejecuciones. Los prisioneros y enemigos del estado eran transportados a Archeon, la capital, y matados enfrente de una multitud Plateada. Supongo que eso les gustaba a los Plateados, y las peleas empezaron. No para matar sino para entretener. Luego se convirtieron en los Hitos y se esparcieron a otras ciudades, a diferentes arenas y diferentes audiencias. Eventualmente se les dio acceso a los Rojos, confinados a los asientos baratos. No pasó mucho tiempo hasta que los Plateados construyeron arenas por todos lados, incluso en aldeas como Los Pilares, y la asistencia que una vez fue un regalo se convirtió en una maldita obligación. Mi hermano Shade dice que es porque las ciudades con arena disfrutaron una notable reducción en crímenes de Rojos, en desacuerdo, incluso los pocos actos de rebelión. Ahora los Plateados no tienen que usar la ejecución o las legiones o incluso seguridad para mantener la paz; dos campeones nos espantan igual de fácil.
Hoy, los dos en cuestión buscan el trabajo. El primero en salir a la arena blanca es anunciado como Cantos Carros, un Plateado de Harbor Bay en el este. Las pantallas de video destellan una clara imagen del guerrero y nadie necesita decirme que es un Brazosfuerte. Tiene brazos como troncos de árbol, marcados y con venas extendiendo su propia piel. Cuando sonríe, puedo ver que le faltan todos los dientes o están rotos. Tal vez tuvo un conflicto con su cepillo de dientes cuanto estaba creciendo.
Junto a mí, Kilorn aclama y los otros aldeanos gritan con él. Un oficial de Seguridad tira una hogaza de pan hacia los más ruidosos para provocarlos. A mi derecha, otras manos le pasan a un niño gritando una pieza de papel amarillo brillante. Papeles Lec, raciones extra de electricidad. Todo esto para hacernos vitorear, hacernos gritar, obligarnos a mirar, incluso si no queremos hacerlo.
—¡Eso es, dejarlo que os escuche! —dice el anunciador monótonamente, obligando tanto entusiasmo en su voz como puede—. Y ahí tenemos a su oponente, directo desde la capital, Samson Merandus.
El otro guerrero luce pálido y debilucho junto al pedazo de musculo con forma de humano, pero su armadura de acero azul es fina y pulida hasta un alto brillo. Probablemente es el segundo hijo de un segundo hijo, tratando de ganar renombre en la arena. A pesar de que debería estar asustado, luce extrañamente calmado.
Su nombre me suena familiar, pero eso no es raro. Muchos Plateados pertenecen a familias famosas, de renombre, con docenas de miembros. La familia gobernante de nuestra región, el Valle Capital, es la Casa Welle, aunque nunca he visto al Gobernador Welle en toda mi vida. Nunca la visita más que una o dos veces al año, e incluso entonces, nunca se rebaja a entrar a una aldea Roja como la mía. Vi su bote una vez, una cosa brillante con banderas verdes y doradas. Él es un Verdino, y cuando pasa, los árboles en la orilla florecen y las flores aparecen en la tierra. Pensé que era hermoso, hasta que uno de los chicos mayores arrojó rocas hacia el bote. Las piedras cayeron al río sin causar daño. De todas formas pusieron al chico en los ganaderos.
—Seguro ganará el Brazosfuerte.
Kilorn frunce el ceño ante el pequeño campeón.
—¿Cómo lo sabes? ¿Cuál es el poder de Samson?
—A quién le importa, aun así va a perder —me burlo, acomodándome para mirar.
La habitual llamada suena sobre la arena. Muchos se ponen de pie, entusiasmados por mirar, pero yo me quedo sentada en una protesta silenciosa. Tan calmada como puedo lucir, la ira hierve en mi piel. Ira y celos. Somos dioses, hace eco en mi mente.
—Campeones, tomen posición.
Lo hacen, enterrándose en sus talones en lados opuestos de la arena. Las pistolas no están permitidas en peleas en la arena, así que Cantos saca una espada corta y delgada. Dudo que la necesite. Samson no saca ningún arma, sus dedos simplemente se retuercen a su costado.
Un bajo zumbido eléctrico corre a través de la arena. Odio esta parte. El sonido vibra en mis dientes, en mis huesos, pulsando hasta que creo que algo podría romperse. Termina abruptamente con un repique. Empieza. Exhalo.
Parece como un baño de sangre inmediatamente. Cantos sale disparado hacia el frente como un toro, levantando arena a su paso. Samson intenta esquivar a Cantos, usando su hombro para deslizarse alrededor del Plateado, pero el Brazosfuerte es rápido. Agarra la pierna de Samson y lo avienta a través de la arena como si estuviera hecho de plumas. Las aclamaciones posteriores cubren el rugido de dolor de Samson mientras colisiona contra la pared de cemento, pero está escrito en su rostro. Antes de que pueda esperar ponerse de pie, Cantos está sobre él, levantándolo hacia el cielo. Golpea la arena en un montón de lo que solo pueden ser huesos rotos pero de alguna manera se levanta de nuevo.
—¿Es un saco de boxeo? —Se ríe Kilorn—. ¡Deja que lo tenga, Cantos!
A Kilorn no le importa una hogaza extra de pan o unos pocos minutos más de electricidad. No es por eso que aclama. Él realmente quiere ver sangre, sangre plateada, manchado la arena. No importa si esa sangre es todo lo que no somos, todo lo que no podemos ser, todo lo que queremos. Solo necesita verla y engañarse pensando que son realmente humanos, que pueden ser heridos y vencidos. Pero sé mejor que eso. Su sangre es una amenaza, una advertencia, una promesa. No somos lo mismo y nunca lo seremos.
No está decepcionado. Incluso en los palcos pueden ver el líquido metálico e iridiscente cayendo de la boca de Samson. El sol de verano se refleja como un espejo acuoso, pintando un río bajando por su cuello y en su armadura.
Esta es la verdadera división entre Plateados y Rojos: el color de nuestra sangre. Esta simple diferencia de alguna manera los hace más fuertes y listos y mejores que nosotros.
Samson escupe, enviando un rayo de sol de sangre plateada a través de la arena. A tres metros de distancia, Cantos aprieta su agarre en su espada, listo para incapacitar a Samson y terminar con esto.
—Pobre tonto —balbuceo. Parece que Kilorn está en lo correcto. Nada más que un saco de boxeo.
Cantos golpetea a través de la arena, sosteniendo en alto su espada, sus ojos ardiendo. Y luego se congela a la mitad, su armadura rechinando por la repentina parada. Desde la mitad de la arena, el guerrero sangrando apunta a Cantos, con una mirada asesina.
Samson truena sus dedos y Cantos camina, sincronizado perfectamente con los movimientos de Samson. Su boca cae abierta, como si fuera lento o estúpido. Como si su mente estuviera ida.
No puedo creer lo que ven mis ojos.
Un silencio sepulcral cae sobre la arena mientras observamos, sin entender la escena delante de nosotros. Incluso Kilorn no tiene nada que decir.
—Un Susurrador. —Respiro en voz alta.
Nunca antes había visto a uno en la arena, dudo que alguien lo haya hecho. Los Susurradores son raros, peligrosos y poderosos incluso entre los Plateados, incluso en la capital. Los rumores sobre ellos varían, pero desembocan en algo simple y espeluznante: pueden entrar en tu cabeza, leer tus pensamientos y controlar tu mente. Y eso es exactamente lo que Samson está haciendo, susurrando su camino dentro de la armadura y el musculo de Cantos, hasta su cerebro, donde no hay defensas.
Cantos levanta su espada con manos temblorosas. Está tratando de luchar contra el poder de Samson. Pero tan fuerte como es, no hay pelea contra el enemigo en su mente.
Otro giro de la mano de Samson y la sangre plateada salpica a través de la arena mientras Cantos introduce su espada directamente a través de su armadura, hacia la carne de su propio estómago. Incluso en los asientos de arriba, puedo escuchar el enfermizo sonido de metal cortando carne.
Mientras la sangre sale a borbotones de Cantos, jadeos hacen eco a través de la arena. Nunca antes habíamos visto tanta sangre aquí.
Luces azules surgen a la vida, bañando el piso de la arena con un brillo fantasmal, señalando el fin del encuentro. Curadores Plateados corren a través de la arena apresurándose a llevar al caído Cantos. No se supone que los Plateados mueran aquí. Se supone que los Plateados peleen valerosamente, demuestren sus talentos, den un buen espectáculo, pero no morir. Después de todo, ellos no son Rojos.
Los oficiales se mueven más rápido de lo que alguna vez haya visto. Unos pocos son vencejos apresurándose en un borrón mientras nos sacan. No nos quieren alrededor por si Cantos muere en la arena. Mientras tanto, Samson camina a pasos largos desde la arena como un titán. Su mirada recae en el cuerpo de Cantos, y espero ver una mirada arrepentida. En lugar de eso, su rostro está en blanco, sin emociones, y tan frío. La pelea no fue nada para él. Nosotros no somos nada para él.
En la escuela, aprendimos sobre el mundo antes del nuestro, sobre ángeles y dioses que vivían en el cielo, controlando la tierra con manos amables y amorosas. Algunos dicen que esas son solo historias, pero no creo.
Los dioses todavía nos controlan. Han bajado desde las estrellas. Y ya no son amables.
El mercado se desinfla, con todos cerrando sus puestos por el día. Los comerciantes están distraídos, descuidados, y es fácil para mí tomar lo que sea que quiera de sus mercancías. Para el momento en que he terminado, mis bolsillos resaltan con baratijas y he tomado una manzana para el camino. Nada mal para unos pocos minutos de trabajo. Mientras el montón de gente se mueve, me dejo llevar por la corriente humana. Mis manos se mueven rápidamente entrando y saliendo, siempre en toque fugaces. Algunos billetes del bolsillo de un hombre, un brazalete de la muñeca de una mujer, nada demasiado grande. Los aldeanos están demasiado ocupados moviéndose alrededor para notar a una carterista en medio de ellos.
Los altos edificios con pilares por los cuales la ciudad está nombrada —Los Pilares, muy original— se elevan todos a nuestro alrededor, tres metros arriba del enlodado terreno. En la primavera la orilla más baja queda bajo el agua, pero ahora es agosto, cuando la sequía y la insolación acechan la aldea. Casi todos esperan por el primer viernes de cada mes, cuando el trabajo y la escuela terminan temprano. Pero yo no. No, preferiría mejor estar en la escuela, aprendiendo nada en una clase llena de niños.
No que estaría en la escuela mucho más. Mi cumpleaños número dieciocho se acerca y con eso, el reclutamiento. No soy aprendiz. No tengo un trabajo, así que seré enviada a la guerra como todos los otros holgazanes. No es de sorprender que no haya trabajo, con cada hombre, mujer y niño tratando de evitar el ejército.
Mis hermanos fueron a la guerra cuando cumplieron dieciocho, enviados a pelear contra los Lakelanders. Solo Shade puede raramente escribir, y me envía cartas cuando puede. No he oído de mis otros hermanos, Bree y Tramy, por más de un año. Pero no tener noticias significaba buenas noticas. Las familias podían pasar años sin saber nada, solo para encontrar a sus hijos e hijas esperando en el umbral de su puerta, con permiso de irse a casa o algunas veces felizmente dado de baja. Pero generalmente recibes una carta hecha con papel duro, sellada con el sello de la corona del rey debajo de un pequeño agradecimiento por la vida de tu hijo. Tal vez incluso recibas algunos botones de sus uniformes rasgados y destruidos.
Tenía trece cuando Bree se fue. Me besó en la mejilla y me dio un solo par de pendientes para compartir con mi hermanita, Gisa. Eran abalorios de piedra colgando, del difuminado color rosa del atardecer. Perforamos nuestras orejas esa noche. Tramy y Shade mantuvieron la tradición cuando se fueron. Ahora Gisa y yo teníamos en cada oreja un juego con tres pequeñas piedras que nos recordaban a nuestros hermanos luchando en algún lugar. Realmente no creía que tuvieran que irse, no hasta que el legionario con su armadura pulida apareció y se los llevó uno detrás del otro. Y este otoño, vendrían por mí. Ya había empezado a ahorrar y robar, para comprarle a Gisa unos aretes cuando me fuera.
No pienses en eso. Eso es lo que mamá siempre dice, sobre el ejército, sobre mis hermanos, sobre todo. Buen consejo, mamá.
Calle abajo, en el cruce de los caminos Mill y Marcher, la multitud crecía y más aldeanos se unían a la corriente. Una pandilla de niños, pequeños ladrones en entrenamiento, ondeaban a través de la refriega con dedos pegajosos y minuciosos. Son muy pequeños para ser buenos en esto, y los oficiales de Seguridad son rápidos para intervenir. Normalmente los niños serían enviados al ganadero, o a la cárcel en el puesto avanzado, pero los oficiales querían ver el Primer Viernes. Lo resolvieron dándoles a los cabecillas algunos golpes fuertes antes de dejarlos ir. Pequeños mercenarios.
La más pequeña presión en mi muñeca me hace girar, actuando por instinto. Agarro la mano suficientemente tonta para robarme, apretándola tan fuerte que el pequeño granuja no será capaz de escapar. Pero en lugar de un niño flacucho, me encuentro mirando un sonriente rostro.
Kilorn Warren.
Un aprendiz de pescador, huérfano de guerra y probablemente mi único amigo real. Solíamos golpearnos el uno al otro cuando éramos niños, pero ahora que éramos más grandes, y que él era treinta centímetros más alto, trataba de evitar altercados. Él tenía sus usos, supongo. Alcanzar las repisas altas, por ejemplo.
—Te estás volviendo más rápida. —Se ríe, sacudiéndose de mi agarre.
—O tú te estás volviendo más lento.
Pone los ojos y arrebata la manzana de mi mano.
—¿Estás esperando a Gisa? —pregunta, dándole una mordida a la fruta.
—Tiene un pase por el día. Trabajando.
—Entonces sigamos moviéndonos. No quiero perderme el espectáculo.
—Y qué tragedia sería eso.
—Tsk, tsk, Mare —se burla, sacudiéndome un dedo—. Se supone que esto sea divertido.
—Se supone que sea una advertencia, tonto.
Pero él ya está caminando con sus largas zancadas, obligándome a casi trotar para alcanzarlo. Su paso ondea sin equilibro. Piernas de mar, las llama él, aunque no ha estado en el lejano mar. Supongo que largas horas en el bote pesquero de su capitán, incluso en el río, están teniendo algún efecto.
Al igual que mi papá, el padre de Kilorn fue enviado a la guerra, pero a diferencia del mío que regresó con una pierna y un pulmón menos, el lord Warren regresó en una caja de zapatos. La madre de Kilorn huyó después de eso, dejando a su joven hijo valerse por sí mismo. Casi se murió de hambre pero de alguna manera siguió metiéndose en peleas conmigo. Lo alimentaba así no tendría que patear un saco de huesos, y ahora, diez años después, aquí está él. Al menos es aprendiz y no enfrentará la guerra.
Llegamos al pie de la colina, donde la multitud es más densa, empujando y dando codazos por todos lados. La asistencia al Primer Viernes es obligatoria, al menos que seas, como mi hermana, un “trabajador esencial”. Como si tejer seda sea esencial. Pero los Plateados aman su seda, ¿o no? Incluso los oficiales de Seguridad, unos pocos de todos modos, pueden ser sobornados con algunas piezas cosidas por mi hermana. No es que sepa algo de eso.
Las sombras alrededor de nosotros se profundizan mientras subimos las escaleras de piedra, hacia la cima de la colina. Kilorn los sube de dos en dos, casi dejándome atrás, pero se detiene para esperar. Sonriéndome con suficiencia y quita un mechón caído del cabello rubio oscuro de sus ojos verdes.
—A veces me olvido que tienes piernas de niña.
—Mejor que el cerebro de alguno —espeto, dándole un ligero golpe en la mejilla mientras paso. Su risa me sigue hacía arriba de los escalones.
—Estás más malhumorada de lo normal.
—Solo odio estas cosas.
—Lo sé —murmura, solemne por una vez.
Y entonces estamos en la arena, el sol abrasadoramente caliente sobre nuestras cabezas. Construida hace diez años, la arena es fácilmente la estructura más grande en Los Pilares. No es nada comparada con los edificios colosales en las ciudades, pero aun así, los elevados arcos de acero, y los miles de metros de hormigón, son suficientes para hacer que una niña de la aldea pierda el aliento.
Los oficiales de Seguridad están por todas partes, sus uniformes negros y plata resaltan en la multitud. Este es el Primer Viernes, y no pueden esperar por ver los actos. Portan con ellos largos rifles o pistolas, a pesar de que no los necesitan. Como es de costumbre, los oficiales son Plateados, y los Plateados no tienen nada que temer a nosotros los Rojos. Todos saben eso. No somos sus iguales, a pesar de que no lo sabrías al vernos. La única cosa que sirve para distinguirnos, por fuera al menos, es que los Plateados están de pie rectos. Nuestras espaldas están dobladas por el trabajo, una esperanza sin respuesta y la inevitable decepción con nuestro tipo de vida.
Dentro de la descubierta arena está tan caliente como fuera y Kilorn, siempre en sus dedos, me guía hacia algo de sombra. No tenemos asientos aquí, solo largas bancas de cemento, pero los pocos nobles Plateados disfrutan de frescos y confortables palcos. Ahí tienen bebidas, comida, incluso hielo en pleno verano, sillas acolchonadas, luces eléctricas, y otras comodidades que nunca disfrutaré. Los Plateados ni siquiera parpadean ante nada de eso, quejándose sobre las “miserables condiciones”. Les daré una condición miserable, si alguna vez tengo la oportunidad. Todo lo que nosotros tenemos son bancos duros y unas cuantas pantallas chirriantes casi demasiado brillantes y ruidosas para soportar.
—Te apuesto la paga de un día a que hoy es otro Brazosfuertes —dice Kilorn, tirando el corazón de la manzana hacia el piso de la arena.
—No apuesto —le digo de regreso. Muchos Rojos apuestan sus ganancias en las peleas, esperando ganar un poco de algo que les ayude a pasar otra semana. Pero yo no, ni siquiera con Kilorn. Es más fácil cortar la bolsa de un corredor de apuestas que tratar de ganarle dinero—. No deberías desperdiciar así tu dinero.
—No es un desperdicio si estoy en lo correcto. Siempre hay un Brazosfuerte venciendo a alguien.
Los Brazosfuertes generalmente logran al menos la mitad de las peleas, sus talentos y habilidades se adaptan mejor a la arena que la mayoría de los demás Plateados. Parecen disfrutar estar dentro, usando su fuerza sobrehumana para desechar a otros campeones como muñecas de trapo.
—¿Qué pasa con el otro? —pregunto, pensando sobre el alcance de Plateados que podrían aparecer. Telkies, Veloces, Ninfas, Verdinos, Pieldepidras, todos ellos terribles de mirar.
—No estoy seguro. Con suerte algo genial. Podría necesitar algo de diversión.
Kilorn y yo realmente estamos de acuerdo sobre el Hito del Primer Viernes. Para mí, ver a dos campeones desgarrarse el uno al otro no es disfrutable, pero Kilorn lo ama. Dejemos que se destruyan entre ellos, dice. Ellos no son nuestra gente.
No entiende de lo que se tratan los Hitos. Esto no es entretenimiento sin motivo, con la intención de darnos algún respiro del riguroso trabajo. Este es un mensaje frío y calculador. Solo los Plateados pueden pelear en las arenas porque solo un Plateado puede sobrevivir a la arena. Pelean para demostrarnos su fuerza y poder. [/i]No estás a la altura para nosotros. Somos mejores. Somos dioses[/i]. Está escrito en cada golpe sobrehumano del suelo de campeones.
Y tienen absolutamente razón. El mes pasado vi a un vencejo pelear contra un Telky, y a pesar de que el vencejo podía moverse más rápido de lo que ve el ojo, el Telky lo paró en seco. Solo con el poder de su mente, levantó al otro luchador del suelo. El vencejo empezó a ahogarse, creo que el Telky tenía algún agarre invisible en su garganta. Cuando el rostro del vencejo se volvió azul, terminaron la pelea. Kilorn vitoreó. Había apostado por el Telky.
—Damas y caballeros, Plateados y Rojos, bienvenidos al Primer Viernes, el Hito de Agosto. —La voz del anunciador hace eco alrededor de la arena, amplificado por las paredes. Suena aburrido, como siempre y no lo culpo.
Antes, los Hitos no eran peleas, eran ejecuciones. Los prisioneros y enemigos del estado eran transportados a Archeon, la capital, y matados enfrente de una multitud Plateada. Supongo que eso les gustaba a los Plateados, y las peleas empezaron. No para matar sino para entretener. Luego se convirtieron en los Hitos y se esparcieron a otras ciudades, a diferentes arenas y diferentes audiencias. Eventualmente se les dio acceso a los Rojos, confinados a los asientos baratos. No pasó mucho tiempo hasta que los Plateados construyeron arenas por todos lados, incluso en aldeas como Los Pilares, y la asistencia que una vez fue un regalo se convirtió en una maldita obligación. Mi hermano Shade dice que es porque las ciudades con arena disfrutaron una notable reducción en crímenes de Rojos, en desacuerdo, incluso los pocos actos de rebelión. Ahora los Plateados no tienen que usar la ejecución o las legiones o incluso seguridad para mantener la paz; dos campeones nos espantan igual de fácil.
Hoy, los dos en cuestión buscan el trabajo. El primero en salir a la arena blanca es anunciado como Cantos Carros, un Plateado de Harbor Bay en el este. Las pantallas de video destellan una clara imagen del guerrero y nadie necesita decirme que es un Brazosfuerte. Tiene brazos como troncos de árbol, marcados y con venas extendiendo su propia piel. Cuando sonríe, puedo ver que le faltan todos los dientes o están rotos. Tal vez tuvo un conflicto con su cepillo de dientes cuanto estaba creciendo.
Junto a mí, Kilorn aclama y los otros aldeanos gritan con él. Un oficial de Seguridad tira una hogaza de pan hacia los más ruidosos para provocarlos. A mi derecha, otras manos le pasan a un niño gritando una pieza de papel amarillo brillante. Papeles Lec, raciones extra de electricidad. Todo esto para hacernos vitorear, hacernos gritar, obligarnos a mirar, incluso si no queremos hacerlo.
—¡Eso es, dejarlo que os escuche! —dice el anunciador monótonamente, obligando tanto entusiasmo en su voz como puede—. Y ahí tenemos a su oponente, directo desde la capital, Samson Merandus.
El otro guerrero luce pálido y debilucho junto al pedazo de musculo con forma de humano, pero su armadura de acero azul es fina y pulida hasta un alto brillo. Probablemente es el segundo hijo de un segundo hijo, tratando de ganar renombre en la arena. A pesar de que debería estar asustado, luce extrañamente calmado.
Su nombre me suena familiar, pero eso no es raro. Muchos Plateados pertenecen a familias famosas, de renombre, con docenas de miembros. La familia gobernante de nuestra región, el Valle Capital, es la Casa Welle, aunque nunca he visto al Gobernador Welle en toda mi vida. Nunca la visita más que una o dos veces al año, e incluso entonces, nunca se rebaja a entrar a una aldea Roja como la mía. Vi su bote una vez, una cosa brillante con banderas verdes y doradas. Él es un Verdino, y cuando pasa, los árboles en la orilla florecen y las flores aparecen en la tierra. Pensé que era hermoso, hasta que uno de los chicos mayores arrojó rocas hacia el bote. Las piedras cayeron al río sin causar daño. De todas formas pusieron al chico en los ganaderos.
—Seguro ganará el Brazosfuerte.
Kilorn frunce el ceño ante el pequeño campeón.
—¿Cómo lo sabes? ¿Cuál es el poder de Samson?
—A quién le importa, aun así va a perder —me burlo, acomodándome para mirar.
La habitual llamada suena sobre la arena. Muchos se ponen de pie, entusiasmados por mirar, pero yo me quedo sentada en una protesta silenciosa. Tan calmada como puedo lucir, la ira hierve en mi piel. Ira y celos. Somos dioses, hace eco en mi mente.
—Campeones, tomen posición.
Lo hacen, enterrándose en sus talones en lados opuestos de la arena. Las pistolas no están permitidas en peleas en la arena, así que Cantos saca una espada corta y delgada. Dudo que la necesite. Samson no saca ningún arma, sus dedos simplemente se retuercen a su costado.
Un bajo zumbido eléctrico corre a través de la arena. Odio esta parte. El sonido vibra en mis dientes, en mis huesos, pulsando hasta que creo que algo podría romperse. Termina abruptamente con un repique. Empieza. Exhalo.
Parece como un baño de sangre inmediatamente. Cantos sale disparado hacia el frente como un toro, levantando arena a su paso. Samson intenta esquivar a Cantos, usando su hombro para deslizarse alrededor del Plateado, pero el Brazosfuerte es rápido. Agarra la pierna de Samson y lo avienta a través de la arena como si estuviera hecho de plumas. Las aclamaciones posteriores cubren el rugido de dolor de Samson mientras colisiona contra la pared de cemento, pero está escrito en su rostro. Antes de que pueda esperar ponerse de pie, Cantos está sobre él, levantándolo hacia el cielo. Golpea la arena en un montón de lo que solo pueden ser huesos rotos pero de alguna manera se levanta de nuevo.
—¿Es un saco de boxeo? —Se ríe Kilorn—. ¡Deja que lo tenga, Cantos!
A Kilorn no le importa una hogaza extra de pan o unos pocos minutos más de electricidad. No es por eso que aclama. Él realmente quiere ver sangre, sangre plateada, manchado la arena. No importa si esa sangre es todo lo que no somos, todo lo que no podemos ser, todo lo que queremos. Solo necesita verla y engañarse pensando que son realmente humanos, que pueden ser heridos y vencidos. Pero sé mejor que eso. Su sangre es una amenaza, una advertencia, una promesa. No somos lo mismo y nunca lo seremos.
No está decepcionado. Incluso en los palcos pueden ver el líquido metálico e iridiscente cayendo de la boca de Samson. El sol de verano se refleja como un espejo acuoso, pintando un río bajando por su cuello y en su armadura.
Esta es la verdadera división entre Plateados y Rojos: el color de nuestra sangre. Esta simple diferencia de alguna manera los hace más fuertes y listos y mejores que nosotros.
Samson escupe, enviando un rayo de sol de sangre plateada a través de la arena. A tres metros de distancia, Cantos aprieta su agarre en su espada, listo para incapacitar a Samson y terminar con esto.
—Pobre tonto —balbuceo. Parece que Kilorn está en lo correcto. Nada más que un saco de boxeo.
Cantos golpetea a través de la arena, sosteniendo en alto su espada, sus ojos ardiendo. Y luego se congela a la mitad, su armadura rechinando por la repentina parada. Desde la mitad de la arena, el guerrero sangrando apunta a Cantos, con una mirada asesina.
Samson truena sus dedos y Cantos camina, sincronizado perfectamente con los movimientos de Samson. Su boca cae abierta, como si fuera lento o estúpido. Como si su mente estuviera ida.
No puedo creer lo que ven mis ojos.
Un silencio sepulcral cae sobre la arena mientras observamos, sin entender la escena delante de nosotros. Incluso Kilorn no tiene nada que decir.
—Un Susurrador. —Respiro en voz alta.
Nunca antes había visto a uno en la arena, dudo que alguien lo haya hecho. Los Susurradores son raros, peligrosos y poderosos incluso entre los Plateados, incluso en la capital. Los rumores sobre ellos varían, pero desembocan en algo simple y espeluznante: pueden entrar en tu cabeza, leer tus pensamientos y controlar tu mente. Y eso es exactamente lo que Samson está haciendo, susurrando su camino dentro de la armadura y el musculo de Cantos, hasta su cerebro, donde no hay defensas.
Cantos levanta su espada con manos temblorosas. Está tratando de luchar contra el poder de Samson. Pero tan fuerte como es, no hay pelea contra el enemigo en su mente.
Otro giro de la mano de Samson y la sangre plateada salpica a través de la arena mientras Cantos introduce su espada directamente a través de su armadura, hacia la carne de su propio estómago. Incluso en los asientos de arriba, puedo escuchar el enfermizo sonido de metal cortando carne.
Mientras la sangre sale a borbotones de Cantos, jadeos hacen eco a través de la arena. Nunca antes habíamos visto tanta sangre aquí.
Luces azules surgen a la vida, bañando el piso de la arena con un brillo fantasmal, señalando el fin del encuentro. Curadores Plateados corren a través de la arena apresurándose a llevar al caído Cantos. No se supone que los Plateados mueran aquí. Se supone que los Plateados peleen valerosamente, demuestren sus talentos, den un buen espectáculo, pero no morir. Después de todo, ellos no son Rojos.
Los oficiales se mueven más rápido de lo que alguna vez haya visto. Unos pocos son vencejos apresurándose en un borrón mientras nos sacan. No nos quieren alrededor por si Cantos muere en la arena. Mientras tanto, Samson camina a pasos largos desde la arena como un titán. Su mirada recae en el cuerpo de Cantos, y espero ver una mirada arrepentida. En lugar de eso, su rostro está en blanco, sin emociones, y tan frío. La pelea no fue nada para él. Nosotros no somos nada para él.
En la escuela, aprendimos sobre el mundo antes del nuestro, sobre ángeles y dioses que vivían en el cielo, controlando la tierra con manos amables y amorosas. Algunos dicen que esas son solo historias, pero no creo.
Los dioses todavía nos controlan. Han bajado desde las estrellas. Y ya no son amables.
berny_girl- Mensajes : 2842
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Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Capitulo 2
Nuestra casa es pequeña, incluso para los estándares de Los Pilares, pero al menos teníamos vistas. Antes de su lesión, durante uno de sus permisos del ejército, papá construyó la casa muy alta para que así pudiéramos ver el río. Incluso con la neblina estival podías ver las zonas despejadas que antes eran bosques, y que ahora se había quedado en el olvido. Parecía una enfermedad, pero al norte y oeste, las montañas vírgenes son un recordatorio de la quietud. Hay mucho más. Más allá de nosotros, más allá de los Plateados, más allá de todo lo que conozco.
Subo las escaleras hasta la casa, sobre la madera desgastada de las manos que ascienden y descienden cada día. Desde esta altura puedo ver algunos barcos en el río, enarbolando orgullosamente sus banderas. Plateados. Ellos son los únicos suficientemente ricos como para usar el transporte privado. Mientras disfrutan de transporte con ruedas, embarcaciones de placer, incluso aeroplanos a gran altura, nosotros no tenemos nada más que nuestros propios pies, o un patinete si tenemos suerte.
Los barcos deben estar dirigiéndose a Summerton, la pequeña ciudad que pertenece a la comunidad donde está la residencia de verano del rey. Gisa estuvo ahí hoy, ayudando a la costurera ya que es su aprendiz. A menudo van al mercado de ahí cuando visita el rey, para vender su mercancía a los comerciantes y nobles Plateados que siguen a la realeza como patitos. El propio palacio es conocido como el Salón del Sol y se supone que es una maravilla, pero nunca lo he visto. No sé por qué la realeza tiene una segunda casa, especialmente cuando el palacio de la capital es tan magnifico y hermoso. Pero como todos los Plateados, no actúan por necesidad. Están impulsados por la carencia. Y lo que quieren, lo consiguen.
Antes de abrir la puerta al caos habitual, acaricio la bandera que ondea en el porche. Tres estrellas rojas en tela amarillenta, una para cada hermano, y hay espacio para más. Espacio para mí. La mayoría de las casas tienen banderas así, algunas con rayas negras en vez de estrellas como recordatorio a los niños muertos.
Cuando entro, mamá está sudando sobre el fogón, removiendo una olla de guisado mientras mi padre la mira desde su silla de ruedas. Gisa está bordando en la mesa, haciendo algo hermoso y exquisito que sobrepasa todo entendimiento.
—Estoy en casa —le digo a nadie en particular. Papá responde con un gesto, mamá asiente, y Gisa no levanta la mirada de su trozo de seda.
Llevo mi bolsa de mercancía robada junto a ella, dejando que las monedas suenen al máximo.
—Creo que tengo suficiente para obtener un buen pastel para el cumpleaños de papá. Y más baterías, lo suficiente para durar el mes.
Gisa observa la bolsa, frunciendo el ceño con aversión. Tiene solo catorce años pero es muy aguda para su edad.
—Un día la gente vendrá y se llevarán todo lo que tienes.
—Los celos no te sientan bien, Gisa —la regaño, palmeándola en su cabeza. Sus manos vuelan hacia su perfecto, brillante cabello rojo, y meticulosamente cepillado en su moño.
Siempre he deseado su cabello, aunque nunca se lo he dicho. Donde el de ella es como el fuego, mi cabello es lo que llamaríamos un río revuelto. Oscuro en la raíz, pálido en los extremos, naranja amarillo como el color de nuestro cabello con el estrés de la vida de Los Pilares. La mayoría mantiene sus cabellos cortos para ocultar sus extremos grises, pero yo no. Me gusta recordar que incluso mi cabello sabe que la vida no debería ser así.
—No estoy celosa —resopla, regresando a su trabajo. Da puntadas sobre unas hermosas flores, cada una con unas deslumbrante y hermosas hebras contra la suave seda negra.
—Es hermoso, Gee. —Dejo que mi mano toque una de las flores, maravillándome de la sensación sedosa. Levanta la mirada y sonríe suavemente, mostrando incluso los dientes. Por mucho que nos peleamos, ella sabe que es mi pequeña estrella.
Y todos saben que soy la más celosa, Gisa. No puedo hacer otra cosa que robar a la gente que puede realmente hacer cosas.
Una vez que termine su aprendizaje, podrá abrir su propia tienda. Los Plateados vendrán de todas partes a pagarle por pañuelos, banderas y ropa. Gisa logrará lo que hacen unos pocos Rojos y vivir bien. Podrá proveer para nuestros padres y darme a mí y a mis hermanos trabajos para liberarnos de la guerra. Gisa va a salvarnos un día, con nada más que la aguja e hilo.
—Como la noche y el día, mis niñas —murmura mamá, pasando un dedo a través de su cabello canoso. No lo dice como un insulto sino como la cruda realidad. Gisa es hábil, bonita y dulce. Yo soy un poco más áspera, como mamá dice amablemente. La oscuridad a la luz de Gisa. Supongo que lo único en común que ambas compartimos son los aretes, y el recuerdo de nuestros hermanos.
Papá respira con dificultad desde su rincón y golpea su pecho con su puño. Esto es habitual, ya que realmente solo tiene un único pulmón. Por suerte la habilidad de un médico Rojo lo salvó, reemplazando el pulmón perforado por un dispositivo que podía respirar por él. No fue un invento de los Plateados, ya que no tienen necesidad de este tipo de cosas. Tienen a los curanderos. Pero los curanderos no pierden su tiempo ayudando a los Rojos, o incluso trabajando en primera línea del frente manteniendo a los soldados vivos. La mayoría de ellos permanecen en las ciudades, prolongando la vida de los antiguos Plateados, cuidando hígados destruidos por el alcohol y cosas así. Por lo que estamos obligados a ir al mercado clandestino de tecnología e inventos para satisfacer nuestras propias necesidades. Algunos son cosas absurdas, la mayoría no funcionan, pero un trozo metálico salvó la vida de mi padre. Siempre puedo oírlo latiendo, un pequeño pulso que mantiene la respiración de papá.
—No quiero pastel —refunfuña. No se me escapa que su mirada se va hacia su creciente barriga.
—Bueno, dime lo que quieres, papá. Un reloj nuevo o…
—Mare, considero que algo que robaste de la muñeca de alguien no es algo nuevo.
Antes de que otra guerra se inicie en la casa de los Barrow, mamá retira el guiso del fogón.
—La cena está servida. —Lo lleva a la mesa y el humo fluye sobre mí.
—Huele muy bien, mamá —miente Gisa. Papá no es tan discreto y le hace una mueca a la comida.
Sin querer dejarla en evidencia, pruebo un poco del guiso. No es tan malo como de costumbre, para mi sorpresa es agradable.
—¿Has utilizado esa pimienta que te traje?
En lugar de asentir, sonreír y darme las gracias por haberme dado cuenta, se sonroja y no contesta. Sabe que lo robé, al igual que todos mis regalos.
Gisa pone sus ojos sobre su sopa, sintiendo hacia dónde va esto. Una pensaría que a estas alturas estaría acostumbrada, pero su desaprobación cala en mí.
Suspirando, mamá esconde su rostro entre sus manos.
—Mare, sabes que te lo agradezco… pero desearía…
Termino por ella:
—¿Qué fuera como Gisa?
Mamá niega. Otra mentira.
—No, claro que no. No me refería a eso.
—Por supuesto. —Estoy segura de que pueden sentir mi amargura al otro lado de la aldea. Hago lo mejor que puedo para evitar que mi voz se rompa—. Es la única manera en que puedo ayudar antes… antes de que me vaya.
Mencionar la guerra es una forma rápida para silenciar a mi familia. Incluso los jadeos de mi padre se detienen. Mamá gira su cabeza, con sus mejillas rojas de ira. Debajo de la mesa, la mano de Gisa se cierra alrededor de la mía.
—Sé que estás haciendo todo lo que puedes, por las razones correctas —susurra mamá. Tarda mucho en decir esto, pero de todos modos me reconforta.
Mantengo mi boca cerrada, y asiento.
Entonces, Gisa salta de su asiento como si hubiera sido sorprendida.
—Ah, me olvidaba. Me detuve en el puesto de camino de regreso de Summerton. Había una carta de Shade.
Es como una bomba.
Mamá y papá compiten, para buscar la sucia envoltura que Gisa saca de su bolsillo. Les permito el paso, y examinen el papel. Ninguno sabe leer, así que tratan de averiguar todo lo que puedan del papel.
Papá olfatea la carta, tratando de captar el aroma.
—Pino. Sin humo. Está bien. Está lejos de Choke.
Todos suspiramos de alivio con eso. Choke es la bombardeada franja de tierra que conecta a Norta con los lagos, es donde se lleva a cabo la mayor parte de la guerra. Los soldados pasan la mayor parte de su tiempo, agachados en trincheras condenadas a explotar o presionados, lo que provocará finalmente una masacre. El resto de la frontera es principalmente lago, aunque en el extremo norte se convierte en una tundra demasiado fría y estéril como para luchar. Papá fue herido en Choke hace años, cuando una bomba cayó en su unidad. Ahora el Choke está básicamente destruido por décadas de batalla, el humo de las explosiones es una constante niebla y nada puede crecer allí. Está muerto y gris, como el futuro de la guerra.
Finalmente él me pasa la carta para leerla, la abro con gran expectación, impaciente de miedo por ver lo que dice Shade.
Querida familia, estoy vivo. Obviamente.
Eso obtiene una risita de papá y mía, e incluso una sonrisa de Gisa. A mamá no le divierte mucho, aun cuando Shade siempre comienza de ésta manera.
Nos han comunicado que debemos alejarnos del frente, como probablemente papá, el sabueso ha adivinado. Es agradable volver al campamento principal. Es Rojo como el amanecer aquí, apenas ves a los oficiales Plateados. Y sin el humo de Choke, se puede ver como el sol asciende más intenso cada día. Pero no me quedaré durante mucho tiempo. El comando tiene la intención de reconvertir la unidad de combate del lago, y fuimos asignados a uno de los nuevos buques de guerra. Conocí a una doctora de su unidad quien dijo que conocía a Tramy y que está bien. Recibió un poco de metralla cuando se alejaba de Choke, pero se recuperó muy bien. No hay infección, ni daño permanente.
Mamá suspira en voz alta, negando.
—¡Ni daño permanente! —se burla.
Todavía no sé nada sobre Bree pero no estoy preocupado. Es el mejor de nosotros, y aparecerá con su permiso de cinco años. Pronto estará en casa, mamá, así que deja de preocuparte. No tengo nada más que informar, por lo menos que pueda escribir en una carta. Gisa, no seas demasiado presumida aunque mereces serlo. Mare, no seas una mocosa todo el tiempo y deja de golpear a ese chico, Warren. Papá, estoy orgulloso de ti. Siempre. Los quiero a todos.
Su hijo y hermano predilecto, Shade.
Como siempre, las palabras de Shade nos afectan a todos. Casi puedo oír su voz si hago el suficiente esfuerzo. Entonces las luces por encima de nosotros de repente empiezan a parpadear.
—¿Nadie puso la ración de periódicos que traje ayer? —pregunto antes de que las luces se apaguen, dejándonos en la oscuridad. Mientras mis ojos se adaptan, puedo ver a mi madre negando.
Gisa suspira:
—¿No podemos hacer esto de nuevo? —Su silla roza el suelo mientras se levanta—. Me voy a la cama. Traten de no gritar.
Pero no gritamos.
Parece ser como son las cosan en mi mundo… demasiado cansada para luchar. Mamá y papá se retiran a su habitación, dejándome sola en la mesa. Normalmente me suelo escapar un rato, pero no puedo encontrar las ganas para hacer nada más que ir a dormir.
Subo por otra escalera al desván, donde Gisa ya está roncando. Puede dormir como ningún otro, cayendo en un minuto o menos, mientras que a veces yo puedo tardar horas. Me instalo en mi cama, simplemente tumbada ahí sosteniendo la carta de Shade. Como dijo papá, huele fuertemente a pino.
El río suena bien esta noche, tropezando con las piedras de la orilla como si arrullara para dormir. Incluso la vieja nevera, una máquina con batería oxidada que generalmente suena tan fuerte que me provoca dolor de cabeza, no me molesta ésta noche. Pero luego un silbido interrumpe mi descenso al sueño. Kilorn.
No. Vete.
Otro silbido, más fuerte ésta vez. Gisa se mueve un poco, rodando sobre su almohada.
Refunfuñando interiormente, y odiando a Kilorn, salgo de mi cama y bajo por la escalera. Alguien más habría tropezado sobre el desorden en la sala principal, pero tengo gran equilibrio gracias a los años de huir de los oficiales. Estoy abajo en la escalera sobre los pilotes en un segundo, aterrizando los tobillos en el barro. Kilorn está esperando, apareciendo entre las sombras debajo de la casa.
—Espero que te gusten los ojos morados porque no tengo ningún problema en darte un…
La expresión en su rostro me detiene.
Ha estado llorando. Kilorn no llora. Sus nudillos están sangrando demasiado, y apuesto que hay alguna pared dañada en algún lugar cercano. A pesar de mí misma, a pesar de la hora, no puedo evitar sentirme preocupada, incluso miedo por él.
—¿Qué es? ¿Qué pasa? —Sin pensarlo, tomo su mano en la mía, sintiendo la sangre debajo de mis dedos—. ¿Qué pasó?
Se toma un momento para responder, preparándose. Ahora me aterra.
—Mi maestro… se cayó. Murió. Ya no soy un aprendiz.
Trato de contener un suspiro, pero resuena de todos modos, burlándose de nosotros. Aunque no tenía que hacerlo, sabía lo que trataba de decir, y prosigue.
—Mi entrenamiento no está terminado y ahora… —Tropieza sobre sus palabras—. Tengo dieciocho años... los demás pescadores tienen aprendices. No estoy trabajando. No tengo trabajo.
Las siguientes palabras son como un cuchillo en mi corazón. Kilorn suspira irregularmente, y de alguna manera me hubiese gustado no haberlo escuchado.
—Me van a enviar a la guerra.
Subo las escaleras hasta la casa, sobre la madera desgastada de las manos que ascienden y descienden cada día. Desde esta altura puedo ver algunos barcos en el río, enarbolando orgullosamente sus banderas. Plateados. Ellos son los únicos suficientemente ricos como para usar el transporte privado. Mientras disfrutan de transporte con ruedas, embarcaciones de placer, incluso aeroplanos a gran altura, nosotros no tenemos nada más que nuestros propios pies, o un patinete si tenemos suerte.
Los barcos deben estar dirigiéndose a Summerton, la pequeña ciudad que pertenece a la comunidad donde está la residencia de verano del rey. Gisa estuvo ahí hoy, ayudando a la costurera ya que es su aprendiz. A menudo van al mercado de ahí cuando visita el rey, para vender su mercancía a los comerciantes y nobles Plateados que siguen a la realeza como patitos. El propio palacio es conocido como el Salón del Sol y se supone que es una maravilla, pero nunca lo he visto. No sé por qué la realeza tiene una segunda casa, especialmente cuando el palacio de la capital es tan magnifico y hermoso. Pero como todos los Plateados, no actúan por necesidad. Están impulsados por la carencia. Y lo que quieren, lo consiguen.
Antes de abrir la puerta al caos habitual, acaricio la bandera que ondea en el porche. Tres estrellas rojas en tela amarillenta, una para cada hermano, y hay espacio para más. Espacio para mí. La mayoría de las casas tienen banderas así, algunas con rayas negras en vez de estrellas como recordatorio a los niños muertos.
Cuando entro, mamá está sudando sobre el fogón, removiendo una olla de guisado mientras mi padre la mira desde su silla de ruedas. Gisa está bordando en la mesa, haciendo algo hermoso y exquisito que sobrepasa todo entendimiento.
—Estoy en casa —le digo a nadie en particular. Papá responde con un gesto, mamá asiente, y Gisa no levanta la mirada de su trozo de seda.
Llevo mi bolsa de mercancía robada junto a ella, dejando que las monedas suenen al máximo.
—Creo que tengo suficiente para obtener un buen pastel para el cumpleaños de papá. Y más baterías, lo suficiente para durar el mes.
Gisa observa la bolsa, frunciendo el ceño con aversión. Tiene solo catorce años pero es muy aguda para su edad.
—Un día la gente vendrá y se llevarán todo lo que tienes.
—Los celos no te sientan bien, Gisa —la regaño, palmeándola en su cabeza. Sus manos vuelan hacia su perfecto, brillante cabello rojo, y meticulosamente cepillado en su moño.
Siempre he deseado su cabello, aunque nunca se lo he dicho. Donde el de ella es como el fuego, mi cabello es lo que llamaríamos un río revuelto. Oscuro en la raíz, pálido en los extremos, naranja amarillo como el color de nuestro cabello con el estrés de la vida de Los Pilares. La mayoría mantiene sus cabellos cortos para ocultar sus extremos grises, pero yo no. Me gusta recordar que incluso mi cabello sabe que la vida no debería ser así.
—No estoy celosa —resopla, regresando a su trabajo. Da puntadas sobre unas hermosas flores, cada una con unas deslumbrante y hermosas hebras contra la suave seda negra.
—Es hermoso, Gee. —Dejo que mi mano toque una de las flores, maravillándome de la sensación sedosa. Levanta la mirada y sonríe suavemente, mostrando incluso los dientes. Por mucho que nos peleamos, ella sabe que es mi pequeña estrella.
Y todos saben que soy la más celosa, Gisa. No puedo hacer otra cosa que robar a la gente que puede realmente hacer cosas.
Una vez que termine su aprendizaje, podrá abrir su propia tienda. Los Plateados vendrán de todas partes a pagarle por pañuelos, banderas y ropa. Gisa logrará lo que hacen unos pocos Rojos y vivir bien. Podrá proveer para nuestros padres y darme a mí y a mis hermanos trabajos para liberarnos de la guerra. Gisa va a salvarnos un día, con nada más que la aguja e hilo.
—Como la noche y el día, mis niñas —murmura mamá, pasando un dedo a través de su cabello canoso. No lo dice como un insulto sino como la cruda realidad. Gisa es hábil, bonita y dulce. Yo soy un poco más áspera, como mamá dice amablemente. La oscuridad a la luz de Gisa. Supongo que lo único en común que ambas compartimos son los aretes, y el recuerdo de nuestros hermanos.
Papá respira con dificultad desde su rincón y golpea su pecho con su puño. Esto es habitual, ya que realmente solo tiene un único pulmón. Por suerte la habilidad de un médico Rojo lo salvó, reemplazando el pulmón perforado por un dispositivo que podía respirar por él. No fue un invento de los Plateados, ya que no tienen necesidad de este tipo de cosas. Tienen a los curanderos. Pero los curanderos no pierden su tiempo ayudando a los Rojos, o incluso trabajando en primera línea del frente manteniendo a los soldados vivos. La mayoría de ellos permanecen en las ciudades, prolongando la vida de los antiguos Plateados, cuidando hígados destruidos por el alcohol y cosas así. Por lo que estamos obligados a ir al mercado clandestino de tecnología e inventos para satisfacer nuestras propias necesidades. Algunos son cosas absurdas, la mayoría no funcionan, pero un trozo metálico salvó la vida de mi padre. Siempre puedo oírlo latiendo, un pequeño pulso que mantiene la respiración de papá.
—No quiero pastel —refunfuña. No se me escapa que su mirada se va hacia su creciente barriga.
—Bueno, dime lo que quieres, papá. Un reloj nuevo o…
—Mare, considero que algo que robaste de la muñeca de alguien no es algo nuevo.
Antes de que otra guerra se inicie en la casa de los Barrow, mamá retira el guiso del fogón.
—La cena está servida. —Lo lleva a la mesa y el humo fluye sobre mí.
—Huele muy bien, mamá —miente Gisa. Papá no es tan discreto y le hace una mueca a la comida.
Sin querer dejarla en evidencia, pruebo un poco del guiso. No es tan malo como de costumbre, para mi sorpresa es agradable.
—¿Has utilizado esa pimienta que te traje?
En lugar de asentir, sonreír y darme las gracias por haberme dado cuenta, se sonroja y no contesta. Sabe que lo robé, al igual que todos mis regalos.
Gisa pone sus ojos sobre su sopa, sintiendo hacia dónde va esto. Una pensaría que a estas alturas estaría acostumbrada, pero su desaprobación cala en mí.
Suspirando, mamá esconde su rostro entre sus manos.
—Mare, sabes que te lo agradezco… pero desearía…
Termino por ella:
—¿Qué fuera como Gisa?
Mamá niega. Otra mentira.
—No, claro que no. No me refería a eso.
—Por supuesto. —Estoy segura de que pueden sentir mi amargura al otro lado de la aldea. Hago lo mejor que puedo para evitar que mi voz se rompa—. Es la única manera en que puedo ayudar antes… antes de que me vaya.
Mencionar la guerra es una forma rápida para silenciar a mi familia. Incluso los jadeos de mi padre se detienen. Mamá gira su cabeza, con sus mejillas rojas de ira. Debajo de la mesa, la mano de Gisa se cierra alrededor de la mía.
—Sé que estás haciendo todo lo que puedes, por las razones correctas —susurra mamá. Tarda mucho en decir esto, pero de todos modos me reconforta.
Mantengo mi boca cerrada, y asiento.
Entonces, Gisa salta de su asiento como si hubiera sido sorprendida.
—Ah, me olvidaba. Me detuve en el puesto de camino de regreso de Summerton. Había una carta de Shade.
Es como una bomba.
Mamá y papá compiten, para buscar la sucia envoltura que Gisa saca de su bolsillo. Les permito el paso, y examinen el papel. Ninguno sabe leer, así que tratan de averiguar todo lo que puedan del papel.
Papá olfatea la carta, tratando de captar el aroma.
—Pino. Sin humo. Está bien. Está lejos de Choke.
Todos suspiramos de alivio con eso. Choke es la bombardeada franja de tierra que conecta a Norta con los lagos, es donde se lleva a cabo la mayor parte de la guerra. Los soldados pasan la mayor parte de su tiempo, agachados en trincheras condenadas a explotar o presionados, lo que provocará finalmente una masacre. El resto de la frontera es principalmente lago, aunque en el extremo norte se convierte en una tundra demasiado fría y estéril como para luchar. Papá fue herido en Choke hace años, cuando una bomba cayó en su unidad. Ahora el Choke está básicamente destruido por décadas de batalla, el humo de las explosiones es una constante niebla y nada puede crecer allí. Está muerto y gris, como el futuro de la guerra.
Finalmente él me pasa la carta para leerla, la abro con gran expectación, impaciente de miedo por ver lo que dice Shade.
Querida familia, estoy vivo. Obviamente.
Eso obtiene una risita de papá y mía, e incluso una sonrisa de Gisa. A mamá no le divierte mucho, aun cuando Shade siempre comienza de ésta manera.
Nos han comunicado que debemos alejarnos del frente, como probablemente papá, el sabueso ha adivinado. Es agradable volver al campamento principal. Es Rojo como el amanecer aquí, apenas ves a los oficiales Plateados. Y sin el humo de Choke, se puede ver como el sol asciende más intenso cada día. Pero no me quedaré durante mucho tiempo. El comando tiene la intención de reconvertir la unidad de combate del lago, y fuimos asignados a uno de los nuevos buques de guerra. Conocí a una doctora de su unidad quien dijo que conocía a Tramy y que está bien. Recibió un poco de metralla cuando se alejaba de Choke, pero se recuperó muy bien. No hay infección, ni daño permanente.
Mamá suspira en voz alta, negando.
—¡Ni daño permanente! —se burla.
Todavía no sé nada sobre Bree pero no estoy preocupado. Es el mejor de nosotros, y aparecerá con su permiso de cinco años. Pronto estará en casa, mamá, así que deja de preocuparte. No tengo nada más que informar, por lo menos que pueda escribir en una carta. Gisa, no seas demasiado presumida aunque mereces serlo. Mare, no seas una mocosa todo el tiempo y deja de golpear a ese chico, Warren. Papá, estoy orgulloso de ti. Siempre. Los quiero a todos.
Su hijo y hermano predilecto, Shade.
Como siempre, las palabras de Shade nos afectan a todos. Casi puedo oír su voz si hago el suficiente esfuerzo. Entonces las luces por encima de nosotros de repente empiezan a parpadear.
—¿Nadie puso la ración de periódicos que traje ayer? —pregunto antes de que las luces se apaguen, dejándonos en la oscuridad. Mientras mis ojos se adaptan, puedo ver a mi madre negando.
Gisa suspira:
—¿No podemos hacer esto de nuevo? —Su silla roza el suelo mientras se levanta—. Me voy a la cama. Traten de no gritar.
Pero no gritamos.
Parece ser como son las cosan en mi mundo… demasiado cansada para luchar. Mamá y papá se retiran a su habitación, dejándome sola en la mesa. Normalmente me suelo escapar un rato, pero no puedo encontrar las ganas para hacer nada más que ir a dormir.
Subo por otra escalera al desván, donde Gisa ya está roncando. Puede dormir como ningún otro, cayendo en un minuto o menos, mientras que a veces yo puedo tardar horas. Me instalo en mi cama, simplemente tumbada ahí sosteniendo la carta de Shade. Como dijo papá, huele fuertemente a pino.
El río suena bien esta noche, tropezando con las piedras de la orilla como si arrullara para dormir. Incluso la vieja nevera, una máquina con batería oxidada que generalmente suena tan fuerte que me provoca dolor de cabeza, no me molesta ésta noche. Pero luego un silbido interrumpe mi descenso al sueño. Kilorn.
No. Vete.
Otro silbido, más fuerte ésta vez. Gisa se mueve un poco, rodando sobre su almohada.
Refunfuñando interiormente, y odiando a Kilorn, salgo de mi cama y bajo por la escalera. Alguien más habría tropezado sobre el desorden en la sala principal, pero tengo gran equilibrio gracias a los años de huir de los oficiales. Estoy abajo en la escalera sobre los pilotes en un segundo, aterrizando los tobillos en el barro. Kilorn está esperando, apareciendo entre las sombras debajo de la casa.
—Espero que te gusten los ojos morados porque no tengo ningún problema en darte un…
La expresión en su rostro me detiene.
Ha estado llorando. Kilorn no llora. Sus nudillos están sangrando demasiado, y apuesto que hay alguna pared dañada en algún lugar cercano. A pesar de mí misma, a pesar de la hora, no puedo evitar sentirme preocupada, incluso miedo por él.
—¿Qué es? ¿Qué pasa? —Sin pensarlo, tomo su mano en la mía, sintiendo la sangre debajo de mis dedos—. ¿Qué pasó?
Se toma un momento para responder, preparándose. Ahora me aterra.
—Mi maestro… se cayó. Murió. Ya no soy un aprendiz.
Trato de contener un suspiro, pero resuena de todos modos, burlándose de nosotros. Aunque no tenía que hacerlo, sabía lo que trataba de decir, y prosigue.
—Mi entrenamiento no está terminado y ahora… —Tropieza sobre sus palabras—. Tengo dieciocho años... los demás pescadores tienen aprendices. No estoy trabajando. No tengo trabajo.
Las siguientes palabras son como un cuchillo en mi corazón. Kilorn suspira irregularmente, y de alguna manera me hubiese gustado no haberlo escuchado.
—Me van a enviar a la guerra.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
yiniva- Mensajes : 4916
Fecha de inscripción : 26/04/2017
Edad : 33
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Que duro vivir en un mundo así... Que abuso llevan los Plateados con los Rojos, al menos no son ellos quienes van a esa masacre de ir a luchar cada mes
Que pena con Kilorn, ya quiero leer cuando Mare, se de cuenta de sus habilidades y tal vez lo pueda ayudar, y a su hermanos en la guerra y al resto de la familia que vive con ella.
Creo que más adelante habrán problemas con esos susurrantes, lo que hay que ver si será algo bueno o malo para nuestra protagonista
Que pena con Kilorn, ya quiero leer cuando Mare, se de cuenta de sus habilidades y tal vez lo pueda ayudar, y a su hermanos en la guerra y al resto de la familia que vive con ella.
Creo que más adelante habrán problemas con esos susurrantes, lo que hay que ver si será algo bueno o malo para nuestra protagonista
IsCris- Mensajes : 1339
Fecha de inscripción : 25/10/2017
Edad : 26
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Gracias. Que horrible vivir asi!!! Espero que en el futuro Mare les rompa el trasero a los Plateados jajajjaa que pena con Kilorn
Tatine- Mensajes : 1561
Fecha de inscripción : 03/01/2016
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Hermosa, graciasRbsten escribió:FIRMA
- Código:
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yiany- Mensajes : 1938
Fecha de inscripción : 23/01/2018
Edad : 41
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Capitulo 3
Ha estado sucediendo durante la mayor parte de los últimos cien años. No creo que incluso deba llamarse una guerra más, pero no hay una palabra para esta forma superior de destrucción. En la escuela nos dijeron que comenzó por la tierra. Las Lakeland son planas y fértiles, bordeadas por inmensos lagos llenos de peces. No como las rocosas colinas cubiertas de bosque de Norta, donde las tierras de cultivo apenas nos pueden alimentar. Incluso los Plateados sintieron la tensión, por lo que el rey declaró la guerra, conectándonos en un conflicto donde ninguna de las partes realmente podía ganar.
El rey Lakelander, otro Plateado, respondió del mismo modo, con el pleno apoyo de su propia nobleza. Querían nuestros ríos, para tener acceso a un mar que no se congelaba la mitad del año, y los molinos de agua que salpican nuestros ríos. Los molinos son los que hacen fuerte a nuestro país, proporcionando electricidad suficiente para que incluso los Rojos puedan tener algo. He oído rumores de las ciudades más al sur, cerca de la capital, Archeon, donde los Rojos enormemente cualificados construyen máquinas más allá de mi comprensión. Para el transporte por tierra, agua y cielo, hay armas que llueven destrucción dondequiera que los Plateados puedan necesitar. Nuestro profesor nos dijo orgullosamente que Norta era la luz del mundo, una nación compuesta por gran tecnología y poder. Todo lo demás, como Lakelands o el sur de Piamonte, vive en la oscuridad. Tuvimos suerte de nacer aquí. Suerte. La palabra me da ganas de gritar.
Pero a pesar de nuestra electricidad, la comida Lakelander, nuestras armas, sus números, ninguna de las partes tiene mucha ventaja sobre la otra. Ambas tienen oficiales Plateados y soldados Rojos, luchando con habilidades, armas y el escudo de mil cuerpos Rojos. Una guerra que se suponía iba a terminar menos de un siglo atrás, todavía se prolonga. Siempre me ha hecho gracia que luchemos por la comida y el agua. Incluso los altos y poderosos Plateados necesitan comer.
Pero ahora esto no es gracioso, no cuando Kilorn va a ser la próxima persona a la que diga adiós. Me pregunto si me dará un pendiente así puedo recordarlo cuando el refinado legionario se lo lleve.
—Una semana, Mare. Una semana y me habré ido. —Su voz se quiebra, aunque tose para intentar encubrirlo—. No puedo hacer esto. Ellos... ellos no me tomarán.
Pero puedo ver la lucha salir de sus ojos.
—Tiene que haber algo que podamos hacer. —Dejo escapar.
—No hay nada que nadie pueda hacer. Nadie ha escapado del reclutamiento y vivido.
No tiene que decirme eso. Todos los años, alguien trata de salir. Y cada año, son arrastrados de nuevo a la plaza del pueblo y ahorcados.
—No. Encontraremos una manera.
Incluso ahora, encuentra la fuerza para sonreírme.
—¿Nosotros?
El calor en mis mejillas viene más rápido que cualquier llama.
—Estoy condenada al mismo reclutamiento que tú, pero no van a conseguirme. Así que correremos.
El ejército siempre ha sido mi destino, mi castigo, sé eso. Pero no el suyo. Ya ha tomado demasiado de él.
—No hay ningún lugar al que podamos ir —farfulla, pero al menos está discutiendo. Al menos no se da por vencido—. Nunca sobreviviremos al norte en invierno, al este está al mar, el oeste hay más guerra, el sur está radiado todo el infierno y por todas partes están los Plateados y Seguridad.
Las palabras salen como un río.
—También el pueblo. Arrastrándose con los Plateados y la Seguridad. Y logramos robar en sus propias narices y escapar con la cabeza. —Mi mente corre, intentando con todas mis fuerzas encontrar algo, cualquier cosa, que pueda ser de utilidad. Y entonces me golpea como un rayo—. El comercio en el mercado negro, el que ayudamos a mantener en funcionamiento, contrabandea todo, desde cereales hasta bombillas. ¿Quién puede decir que no podemos pasar de contrabando?
Abre la boca, a punto de decir mil razones por la que esto no funcionará. Pero entonces, sonríe. Y asiente.
No me gusta involucrarme en los asuntos de otras personas. No tengo tiempo para ello. Y sin embargo, aquí estoy, escuchándome decir cuatro palabras de condena.
—Déjamelo todo a mí.
Las cosas que no le podemos vender a los dueños de las tiendas habituales, se las llevamos a Will Whistle. Es viejo, demasiado débil para trabajar los almacenes de madera, por lo que barre las calles de día. Por la noche, vende todo lo que desea de su vagón mohoso, desde café fuerte restringido, a especies exóticas de Archeon. Tenía nueve años con un puñado de botones robados cuando tomé mi oportunidad con Will. Me pagó tres peniques por ellos, sin hacer preguntas. Ahora soy su mejor cliente y probablemente la razón por la que se las arregla para mantenerse a flote en un lugar tan pequeño. En un buen día incluso le podría llamar amigo. Pasaron años antes de que descubriera que Will era parte de una operación mucho más grande. Algunos lo llaman el subterráneo, otros el mercado negro, pero lo único que me importa es lo que pueden hacer. Tienen traficantes, gente como Will, en todas partes. Incluso en Archeon, por imposible que parezca. Transportan mercancías ilegales por todo el país.
Y ahora estoy apostando a que pueden hacer una excepción y transporten a una persona en su lugar.
—Absolutamente no.
En ocho años, Will nunca me ha dicho que no. Ahora el viejo tonto arrugado está prácticamente cerrándome las puertas de su vagón en mi cara. Estoy feliz de que Kilorn se quedase atrás, por lo que no tiene que verme fallarle.
—Will, por favor. Sé que puedes hacerlo…
Niega, su barba blanca moviéndose.
—Incluso si pudiera, soy un comerciante. La gente con la que trabajo no son del tipo de gastar su tiempo y esfuerzo en llevar a otro corredor de un lugar a otro. No es nuestro negocio.
Puedo sentir mi única esperanza, la única esperanza de Kilorn, deslizándose a través de mis dedos.
Will debe ver la desesperación en mis ojos porque se ablanda, apoyándose en la puerta de vagón. Suspira y mira atrás, en la oscuridad del vagón. Después de un momento, se da la vuelta alrededor y hace gestos, haciéndome señas. Lo sigo con mucho gusto.
—Gracias, Will —balbuceo—. No sabes lo que esto significa para mí…
—Siéntate y cállate, chica —dice una voz aguda.
Fuera de las sombras del vagón, apenas visible a la tenue luz de una sola vela azul de Will, una mujer se levanta. Una chica, diría, ya que apenas parece más grande que yo. Pero es mucho más alta, con el aire de un viejo guerrero. El arma en su cadera, metida en un cinturón rojo estampado con soles, eso, sin duda no estaba autorizado. Es demasiado rubia y para ser de Los Pilares, a juzgar por el ligero sudor en su cara, no está acostumbrada al calor o la humedad. Es un extranjero, un outlander, y fuera de la ley. Justo la persona que quiero ver.
Me saluda desde la pared del vagón, y se sienta de nuevo solo cuando entro. Will nos sigue de cerca y todos colapsamos en una silla desgastada, sus ojos revoloteando entre la chica y yo.
—Mare Barrow, conoce a Farley —murmura, y ella aprieta su mandíbula.
Su mirada se posa en mi cara.
—Usted desea transportar una carga.
—A mí misma y a un chico… —Pero ella sostiene una gran mano callosa, cortándome.
—Carga —dice ella de nuevo, con los ojos llenos de significado. Mi corazón salta en el pecho; esta chica Farley podría ser del tipo de ayuda—. ¿Y cuál es el destino?
Ordeno mi cerebro, intentando pensar en un lugar seguro. El viejo mapa de la clase aparece ante mis ojos, destacando la costa y los ríos, marcando las ciudades y aldeas, y todo lo demás. Desde Harbor Bay al oeste de Lakeland, la tundra del norte de los residuos radiados de las Ruinas y la Colada, que es toda la tierra peligrosa para nosotros.
—En algún lugar a salvo de los Plateados. Eso es todo.
Farley parpadea, su expresión inmutable.
—La seguridad tiene un precio, chica.
—Todo tiene un precio, chica. —Devuelvo el fuego, igualando su tono—. Nadie lo sabe más que yo.
Un largo momento de silencio se extiende a través del vagón. Puedo sentir la noche consumiéndose, tomando los minutos preciosos de Kilorn. Farley debe sentir mi inquietud e impaciencia, pero no hace ninguna prisa para hablar. Después de lo que parece una eternidad, su boca se abre por fin.
—La Guardia Escarlata acepta, Mare Barrow.
Toma toda la restricción que tengo para saltar de mi asiento con alegría. Pero algo me tira, manteniendo una sonrisa en mi rostro.
—Se espera el pago en su totalidad, el equivalente de mil coronas —continúa Farley.
Eso casi derriba al aire de mis pulmones. Incluso Will parece sorprendido, sus cejas blancas mullidas desaparecen en el nacimiento del cabello.
—¿Mil? —Me las arreglo para no ahogarme. Nadie tiene esa cantidad de dinero, no en Los Pilares. Eso podría alimentar a mi familia durante un año. Muchos años.
Pero Farley no ha terminado. Tengo la sensación de que disfruta de esto.
—Esto se puede pagar en billetes, monedas tetrarcas, o el trueque equivalente. Por artículo, por supuesto.
Dos mil coronas. Una fortuna. Nuestra libertad vale una fortuna.
—Su carga se moverá pasado mañana. Usted debe pagar entonces.
Apenas puedo respirar. Menos de dos días para acumular más dinero de lo que he robado en toda mi vida. No hay ninguna manera.
Ni siquiera me da tiempo para protestar.
—¿Aceptas los términos?
—Necesito más tiempo.
Niega y se inclina hacia adelante. Huelo pólvora en ella.
—¿Aceptas los términos?
Es imposible. Es una tontería. Es nuestra mejor oportunidad.
—Acepto los términos.
Los próximos momentos pasan en una falta de definición mientras voy a casa a través de las sombras. Mi mente está en llamas, tratando de encontrar una manera de conseguirle a mis manos algo que incluso se acerque al precio de Farley. No hay nada en Los Pilares, eso es seguro.
Kilorn sigue esperando en la oscuridad, viéndose como un pequeño niño perdido. Supongo que lo es.
—¿Malas noticias? —dice, tratando de mantener su voz, pero tiembla de todos modos.
—El subterráneo puede sacarnos de aquí. —Por su bien, me mantengo tranquila mientras explico. Dos mil coronas bien podrían ser el trono del rey, pero hago que parezca como si nada—. Si alguien puede hacerlo, podemos hacerlo. Nosotros podemos.
—Mare. —Su voz es fría, más fría que el invierno, pero la mirada hueca en sus ojos es peor—. Se acabó. Perdimos.
—Pero si solo…
Agarra mis hombros, me sostiene a distancia de un brazo con agarre firme. No duele pero me impresiona de igual manera.
—No me hagas esto, Mare. No me hagas creer que hay una manera de salir de esto. No me des esperanza.
Tiene razón. Es cruel darle esperanza donde no debería tener. Solo se convertirá en decepción, resentimiento, ira, todas las cosas que hacen más difíciles esta vida de lo que ya es.
—Solo déjame asimilarlo. Tal vez… tal vez entonces realmente pueda conseguir mi cabeza en orden, poderme entrenar adecuadamente, darme la oportunidad de luchar por ahí.
Mis manos encuentran sus muñecas y las sostengo con tensión.
—Hablas como si ya estuvieses muerto.
—Tal vez lo estoy.
—Mis hermanos…
—Tu padre se aseguró de que sabían lo que estaban haciendo mucho antes de que se fueran. Y no ayuda que todos sean del tamaño de una casa. —Fuerza una sonrisa, tratando de hacerme reír. No funciona—. Soy un buen nadador y marinero. Ellos me necesitan en los lagos.
Es solo cuando envuelve sus brazos alrededor de mí, abrazándome, que me doy cuenta de que estoy temblando.
—Kilorn… —murmuro en su pecho. Pero las próximas palabras no pasarán. Debería ser yo. Pero mi tiempo se está acercando rápidamente. Solo puedo esperar que Kilorn sobreviva el tiempo suficiente para verlo de nuevo, en los cuarteles o en una trinchera. Tal vez entonces encontraré las palabras correctas para decirle. Tal vez entonces entenderé cómo me siento.
—Gracias, Mare. Por todo. —Se aleja, dejándome ir demasiado rápido—. Vete ya, tendrás suficiente por el momento si la legión viene hacia ti.
Por él, asiento. Pero no tengo planes de dejarlo luchar y morir solo.
Para el momento en el que me instalo en mi cama, sé que no voy a dormir esta noche. Tiene que haber algo que pueda hacer, e incluso si me toma toda la noche, voy a averiguarlo.
Gisa tose en su sueño y es un pequeño sonido cortés. Incluso inconsciente, se las arregla para ser una dama. No es de extrañar que encaje tan bien con los Plateados. Es todo lo que les gusta en una Roja: calmada, contenida, y sin pretensiones. Es una buena cosa que sea la que tiene que lidiar con ellos, ayudando a los tontos súper humanos que escogen seda y tejidos de primera calidad para la ropa que van a usar una sola vez. Ella dice que se acostumbran a ello, a la cantidad de dinero que gastan en cosas tan triviales. Y en el Gran Jardín, el mercado en Summerton, el dinero aumenta diez veces. Junto con su lorda, Gisa cose encaje, seda, piel, incluso las piedras preciosas para crear arte usable para la élite Plateada quienes parecen seguir a los miembros de la realeza de todo el mundo. El desfile, como lo llama, una marcha interminable de pavos reales acicalándose, cada uno más orgulloso y ridículo que el anterior. Todos Plateados, todos tontos, y todo el estado obsesionado.
Los odio aún más de lo normal esta noche. Las medias probablemente serían suficiente para salvarme, Kilorn, y la mitad de Los Pilares del reclutamiento.
—Gisa. Despierta. —No susurro. La niña duerme como un tronco—. Gisa.
Ella esnifa y gime en su almohada.
—A veces quiero matarte —se queja.
—Qué dulce. ¡Ahora despierta!
Sus ojos todavía están cerrados cuando me abalanzo, aterrizando sobre ella como un gato gigante. Antes de que pueda empezar a gritar y quejarse e involucrar a mi madre, coloco una mano sobre su boca.
—Solo escúchame, eso es todo. No hables, solo escucha.
Resopla contra mi mano, pero asiente al mismo tiempo.
—Kilorn…
Su piel limpia se coloca de color rojo brillante con la mención de él. Incluso se ríe, algo que nunca hace. Pero no tengo tiempo para su amor platónico de colegiala, no ahora.
—Deja de hacer eso, Gisa. —Suspiro temblorosamente—. Kilorn va a ser reclutado.
Y luego su risa se ha ido. El reclutamiento no es una broma, no para nosotros.
—He encontrado una manera de sacarlo de aquí, para salvarlo de la guerra, pero necesito tu ayuda para hacerlo. —Me duele decirlo, pero de alguna manera las palabras salen de mis labios—. Te necesito, Gisa. ¿Me ayudarás?
No duda en responder, y siento una gran oleada de amor por mi hermana.
—Sí.
Es una buena cosa que sea bajita, o el uniforme adicional de Gisa nunca me encajaría. Es grueso y oscuro, no del todo adecuado para el sol del verano, con botones y cremalleras que parecen cocinarse en el calor. El paquete en mi espalda se mueve, casi llevándome con el peso de la ropa e instrumentos de costuras. Gisa tiene su propio paquete y estrecho uniforme, pero no parece molestarle en absoluto. Está acostumbrada al trabajo duro y una vida dura.
Navegamos la mayor parte de la distancia río arriba, aplastada entre las fanegas de trigo en la barcaza de un granjero benevolente del que Gisa se hizo amiga hace años. La gente confía en ella por aquí, como nunca pueden confiar en mí. El agricultor nos deja a kilómetro y medio por recorrer, cerca del sendero sinuoso en el que los comerciantes se dirigen a Summerton. Ahora pasamos con ellos, hacia lo que Gisa llama la Puerta del Jardín, aunque no hay jardines para ser vistos. En realidad es una puerta de vidrio espumoso que nos ciega antes de incluso tener la oportunidad de entrar. El resto de la pared parece estar hecha de la misma cosa, pero no puedo creer que el rey Plateado fuese tan estúpido como para esconderse detrás de las paredes de cristal.
—No es de cristal —me dice Gisa—. O al menos, no del todo. Los Plateados descubrieron una manera de calentar el diamante y mezclarlo con otros materiales. Es totalmente inexpugnable. Ni siquiera una bomba podría pasar a través de esto.
Paredes de diamante.
—Eso parece necesario.
—Mantén la cabeza agachada. Déjame hablar a mí —susurra.
Me quedo detrás de ella, con los ojos en la carretera mientras veo que se desvanece el asfalto negro agrietado de pavimento y piedra blanca. Es tan suave que casi me deslizo, pero Gisa agarra mi brazo, manteniéndome firme. Kilorn no tendría un problema caminando en esto, no con sus piernas del mar. Pero entonces Kilorn no estaría aquí en absoluto. Él ya se ha dado por vencido. Yo no lo haré.
A medida que nos acercamos a las puertas, entrecierro los ojos para ver al otro lado. Aunque Summerton solo existe para la temporada, abandonada antes de la primera helada, es la ciudad más grande que he visto. Hay calles ruidosas, tiendas, bares, casas y patios, todos ellos apuntan hacia una monstruosidad brillante de cristal-diamante y mármol. Y ahora sé de dónde obtuvo su nombre. El Salón del Sol brilla como una estrella, llegando a un centenar de metros en el aire en una masa de torsión de torres y puentes. Partes de ello se oscurecen aparentemente a voluntad, para darles a los ocupantes privacidad. No se puede tener a los campesinos con el rey y su corte. Es impresionante, intimidante, magnífica, y esto es solo la casa de verano.
—Nombres —grita una voz ronca, y Gisa para en seco.
—Gisa Barrow. Esta es mi hermana, Mare Barrow. Me está ayudando a traer algunas mercancías para mi lorda. —Ella no se inmuta, manteniendo su voz, incluso, casi aburrida. El oficial de Seguridad me asiente y cambio mi bolso, haciendo un espectáculo de ello. Las manos de Gisa muestran nuestras tarjetas de identificación, ambas desgarradas, sucias y listas para desmoronarse, pero son suficientes. El hombre debe conocer a mi hermana porque apenas mira su identificación. La mía la escruta, buscando entre mi rostro y mi imagen por un buen minuto. Me pregunto si está susurrando también y puede leer mi mente. Eso pondría fin a esta pequeña excursión muy rápidamente y probablemente me ganaría una soga de cable alrededor de mi cuello.
—Muñecas. —Suspira, ya aburrido con nosotras.
Por un momento, estoy desconcertada, pero Gisa saca la mano derecha sin pensar. Sigo el gesto, señalando mi brazo al oficial. Él golpea un par de bandas rojas alrededor de las muñecas. Los círculos se encogen hasta que están apretados como grilletes, no hay eliminación de estas cosas por nuestra cuenta.
—Muévanse —dice el oficial, señalando con un gesto vago de la mano. Dos chicas jóvenes no son una amenaza en sus ojos.
Gisa asiente en señal de agradecimiento, pero yo no. Este hombre no merece un gramo de agradecimiento de mi parte. Las puertas se abren a nuestro alrededor y vamos. Mis latidos vibran en mis orejas, ahogando los sonidos del Gran Jardín mientras entramos en un mundo diferente.
Es un mercado como nunca he visto, salpicado de flores, árboles y fuentes. Los Rojos son pocos y rápidos, haciendo mandados y vendiendo sus propias mercancías, todos marcados por sus bandas rojas. Aunque los Plateados no llevan ninguna banda, son fáciles de detectar. Gotean con joyas y metales preciosos, una fortuna en cada uno de ellos. Un resbalón de uno de esos y puedo ir a casa con todo lo que necesitaré siempre. Todos son altos, hermosos y fríos, moviéndose con una gracia lenta que ningún Rojo puede reclamar. Simplemente no tenemos el tiempo para movernos de esa manera.
Gisa me guía más allá de una panadería con pasteles espolvoreados en oro, un tendero que muestra las frutas de colores brillantes que nunca he visto antes, y hasta un zoológico lleno de animales salvajes más allá de mi comprensión. Una pequeña niña, Plateada juzgando por su ropa, alimenta con pequeños trozos de manzana a una criatura como un caballo manchado con un cuello increíblemente largo. Unas calles más allá, una joyería brilla en todos los colores del arco iris. Hago nota de ello, pero mantener mi cabeza recta aquí es difícil. El aire parece a pulso, vibrante de vida.
Justo cuando creo que no puede haber nada más fantástico que este lugar, veo más de cerca a los Plateados y recuerdo exactamente quiénes son. La niña es una Telky, levitando a los manzanos diez metros en el aire para alimentar a la bestia de cuello largo. Un florista pasa las manos a través de una maceta de flores blancas y explora el crecimiento, curvándose alrededor de sus codos. Es un Verdino, un manipulador de las plantas y la tierra. Un par de Ninfas se sientan junto a la fuente, entreteniendo perezosamente a los niños con orbes flotantes en el agua. Uno de ellos tiene el cabello naranja y los ojos llenos de odio, incluso mientras hay otros niños alrededor de él. En toda la plaza, cada tipo de Plateado va sobre sus vidas extraordinarias. Hay tantos, cada uno grandioso, maravilloso, poderoso y tan alejado del mundo que conozco.
—Así es como vive la otra mitad —murmura Gisa, sintiendo mi asombro—. Es suficiente para hacer que me enferme.
La culpa me domina. Siempre he estado celosa de Gisa, su talento y todos los privilegios que le brindan, pero nunca he pensado en el costo. Ella no pasa mucho tiempo en la escuela y tiene pocos amigos en Los Pilares. Si Gisa fuera normal, tendría muchos. Sonreiría. En cambio, la chica de catorce años, trabaja con la aguja y el hilo, poniendo el futuro de su familia en su espalda, viviendo en un mundo que odia.
—Gracias, Gee —le susurro a la oreja. Ella sabe que no me refiero solo por hoy.
—La tienda de Salla está ahí, con el toldo azul. —Señala en una calle lateral, una pequeña tienda de sándwiches entre un par de cafeterías—. Voy a estar en el interior, si me necesitas.
—No lo haré —le respondo con rapidez—. Incluso si las cosas van mal, no voy a conseguir que te involucres.
—Bien. —Luego toma mi mano, apretándola firmemente por un segundo—. Ten cuidado. Está lleno hoy, más de lo habitual.
—Más lugares para esconderse —le digo con una sonrisa.
Pero su voz es grave.
—Más oficiales también.
Seguimos caminando, cada paso que nos acerca al momento exacto en que me dejará sola en este extraño lugar. Un repiqueteo de pánico me atraviesa cuando Gisa levanta suavemente el paquete de mis hombros. Hemos llegado a su tienda.
Para calmarme, divago en voz baja.
—No hables con nadie, no hagas contacto visual. Mantente en movimiento. Acuérdate del camino, a través de la Puerta del Jardín. El oficial quita mi banda y sigo caminando. —Asiente mientras hablo, los ojos muy abiertos, cautelosos y tal vez incluso con esperanza—. Son dieciséis kilómetros hasta casa.
—Dieciséis kilómetros hasta casa —hace eco.
Deseando por todo el mundo que pueda ir con ella, veo a Gisa desaparecer bajo el toldo azul. Ha llegado tan lejos. Ahora es mi turno.
El rey Lakelander, otro Plateado, respondió del mismo modo, con el pleno apoyo de su propia nobleza. Querían nuestros ríos, para tener acceso a un mar que no se congelaba la mitad del año, y los molinos de agua que salpican nuestros ríos. Los molinos son los que hacen fuerte a nuestro país, proporcionando electricidad suficiente para que incluso los Rojos puedan tener algo. He oído rumores de las ciudades más al sur, cerca de la capital, Archeon, donde los Rojos enormemente cualificados construyen máquinas más allá de mi comprensión. Para el transporte por tierra, agua y cielo, hay armas que llueven destrucción dondequiera que los Plateados puedan necesitar. Nuestro profesor nos dijo orgullosamente que Norta era la luz del mundo, una nación compuesta por gran tecnología y poder. Todo lo demás, como Lakelands o el sur de Piamonte, vive en la oscuridad. Tuvimos suerte de nacer aquí. Suerte. La palabra me da ganas de gritar.
Pero a pesar de nuestra electricidad, la comida Lakelander, nuestras armas, sus números, ninguna de las partes tiene mucha ventaja sobre la otra. Ambas tienen oficiales Plateados y soldados Rojos, luchando con habilidades, armas y el escudo de mil cuerpos Rojos. Una guerra que se suponía iba a terminar menos de un siglo atrás, todavía se prolonga. Siempre me ha hecho gracia que luchemos por la comida y el agua. Incluso los altos y poderosos Plateados necesitan comer.
Pero ahora esto no es gracioso, no cuando Kilorn va a ser la próxima persona a la que diga adiós. Me pregunto si me dará un pendiente así puedo recordarlo cuando el refinado legionario se lo lleve.
—Una semana, Mare. Una semana y me habré ido. —Su voz se quiebra, aunque tose para intentar encubrirlo—. No puedo hacer esto. Ellos... ellos no me tomarán.
Pero puedo ver la lucha salir de sus ojos.
—Tiene que haber algo que podamos hacer. —Dejo escapar.
—No hay nada que nadie pueda hacer. Nadie ha escapado del reclutamiento y vivido.
No tiene que decirme eso. Todos los años, alguien trata de salir. Y cada año, son arrastrados de nuevo a la plaza del pueblo y ahorcados.
—No. Encontraremos una manera.
Incluso ahora, encuentra la fuerza para sonreírme.
—¿Nosotros?
El calor en mis mejillas viene más rápido que cualquier llama.
—Estoy condenada al mismo reclutamiento que tú, pero no van a conseguirme. Así que correremos.
El ejército siempre ha sido mi destino, mi castigo, sé eso. Pero no el suyo. Ya ha tomado demasiado de él.
—No hay ningún lugar al que podamos ir —farfulla, pero al menos está discutiendo. Al menos no se da por vencido—. Nunca sobreviviremos al norte en invierno, al este está al mar, el oeste hay más guerra, el sur está radiado todo el infierno y por todas partes están los Plateados y Seguridad.
Las palabras salen como un río.
—También el pueblo. Arrastrándose con los Plateados y la Seguridad. Y logramos robar en sus propias narices y escapar con la cabeza. —Mi mente corre, intentando con todas mis fuerzas encontrar algo, cualquier cosa, que pueda ser de utilidad. Y entonces me golpea como un rayo—. El comercio en el mercado negro, el que ayudamos a mantener en funcionamiento, contrabandea todo, desde cereales hasta bombillas. ¿Quién puede decir que no podemos pasar de contrabando?
Abre la boca, a punto de decir mil razones por la que esto no funcionará. Pero entonces, sonríe. Y asiente.
No me gusta involucrarme en los asuntos de otras personas. No tengo tiempo para ello. Y sin embargo, aquí estoy, escuchándome decir cuatro palabras de condena.
—Déjamelo todo a mí.
Las cosas que no le podemos vender a los dueños de las tiendas habituales, se las llevamos a Will Whistle. Es viejo, demasiado débil para trabajar los almacenes de madera, por lo que barre las calles de día. Por la noche, vende todo lo que desea de su vagón mohoso, desde café fuerte restringido, a especies exóticas de Archeon. Tenía nueve años con un puñado de botones robados cuando tomé mi oportunidad con Will. Me pagó tres peniques por ellos, sin hacer preguntas. Ahora soy su mejor cliente y probablemente la razón por la que se las arregla para mantenerse a flote en un lugar tan pequeño. En un buen día incluso le podría llamar amigo. Pasaron años antes de que descubriera que Will era parte de una operación mucho más grande. Algunos lo llaman el subterráneo, otros el mercado negro, pero lo único que me importa es lo que pueden hacer. Tienen traficantes, gente como Will, en todas partes. Incluso en Archeon, por imposible que parezca. Transportan mercancías ilegales por todo el país.
Y ahora estoy apostando a que pueden hacer una excepción y transporten a una persona en su lugar.
—Absolutamente no.
En ocho años, Will nunca me ha dicho que no. Ahora el viejo tonto arrugado está prácticamente cerrándome las puertas de su vagón en mi cara. Estoy feliz de que Kilorn se quedase atrás, por lo que no tiene que verme fallarle.
—Will, por favor. Sé que puedes hacerlo…
Niega, su barba blanca moviéndose.
—Incluso si pudiera, soy un comerciante. La gente con la que trabajo no son del tipo de gastar su tiempo y esfuerzo en llevar a otro corredor de un lugar a otro. No es nuestro negocio.
Puedo sentir mi única esperanza, la única esperanza de Kilorn, deslizándose a través de mis dedos.
Will debe ver la desesperación en mis ojos porque se ablanda, apoyándose en la puerta de vagón. Suspira y mira atrás, en la oscuridad del vagón. Después de un momento, se da la vuelta alrededor y hace gestos, haciéndome señas. Lo sigo con mucho gusto.
—Gracias, Will —balbuceo—. No sabes lo que esto significa para mí…
—Siéntate y cállate, chica —dice una voz aguda.
Fuera de las sombras del vagón, apenas visible a la tenue luz de una sola vela azul de Will, una mujer se levanta. Una chica, diría, ya que apenas parece más grande que yo. Pero es mucho más alta, con el aire de un viejo guerrero. El arma en su cadera, metida en un cinturón rojo estampado con soles, eso, sin duda no estaba autorizado. Es demasiado rubia y para ser de Los Pilares, a juzgar por el ligero sudor en su cara, no está acostumbrada al calor o la humedad. Es un extranjero, un outlander, y fuera de la ley. Justo la persona que quiero ver.
Me saluda desde la pared del vagón, y se sienta de nuevo solo cuando entro. Will nos sigue de cerca y todos colapsamos en una silla desgastada, sus ojos revoloteando entre la chica y yo.
—Mare Barrow, conoce a Farley —murmura, y ella aprieta su mandíbula.
Su mirada se posa en mi cara.
—Usted desea transportar una carga.
—A mí misma y a un chico… —Pero ella sostiene una gran mano callosa, cortándome.
—Carga —dice ella de nuevo, con los ojos llenos de significado. Mi corazón salta en el pecho; esta chica Farley podría ser del tipo de ayuda—. ¿Y cuál es el destino?
Ordeno mi cerebro, intentando pensar en un lugar seguro. El viejo mapa de la clase aparece ante mis ojos, destacando la costa y los ríos, marcando las ciudades y aldeas, y todo lo demás. Desde Harbor Bay al oeste de Lakeland, la tundra del norte de los residuos radiados de las Ruinas y la Colada, que es toda la tierra peligrosa para nosotros.
—En algún lugar a salvo de los Plateados. Eso es todo.
Farley parpadea, su expresión inmutable.
—La seguridad tiene un precio, chica.
—Todo tiene un precio, chica. —Devuelvo el fuego, igualando su tono—. Nadie lo sabe más que yo.
Un largo momento de silencio se extiende a través del vagón. Puedo sentir la noche consumiéndose, tomando los minutos preciosos de Kilorn. Farley debe sentir mi inquietud e impaciencia, pero no hace ninguna prisa para hablar. Después de lo que parece una eternidad, su boca se abre por fin.
—La Guardia Escarlata acepta, Mare Barrow.
Toma toda la restricción que tengo para saltar de mi asiento con alegría. Pero algo me tira, manteniendo una sonrisa en mi rostro.
—Se espera el pago en su totalidad, el equivalente de mil coronas —continúa Farley.
Eso casi derriba al aire de mis pulmones. Incluso Will parece sorprendido, sus cejas blancas mullidas desaparecen en el nacimiento del cabello.
—¿Mil? —Me las arreglo para no ahogarme. Nadie tiene esa cantidad de dinero, no en Los Pilares. Eso podría alimentar a mi familia durante un año. Muchos años.
Pero Farley no ha terminado. Tengo la sensación de que disfruta de esto.
—Esto se puede pagar en billetes, monedas tetrarcas, o el trueque equivalente. Por artículo, por supuesto.
Dos mil coronas. Una fortuna. Nuestra libertad vale una fortuna.
—Su carga se moverá pasado mañana. Usted debe pagar entonces.
Apenas puedo respirar. Menos de dos días para acumular más dinero de lo que he robado en toda mi vida. No hay ninguna manera.
Ni siquiera me da tiempo para protestar.
—¿Aceptas los términos?
—Necesito más tiempo.
Niega y se inclina hacia adelante. Huelo pólvora en ella.
—¿Aceptas los términos?
Es imposible. Es una tontería. Es nuestra mejor oportunidad.
—Acepto los términos.
Los próximos momentos pasan en una falta de definición mientras voy a casa a través de las sombras. Mi mente está en llamas, tratando de encontrar una manera de conseguirle a mis manos algo que incluso se acerque al precio de Farley. No hay nada en Los Pilares, eso es seguro.
Kilorn sigue esperando en la oscuridad, viéndose como un pequeño niño perdido. Supongo que lo es.
—¿Malas noticias? —dice, tratando de mantener su voz, pero tiembla de todos modos.
—El subterráneo puede sacarnos de aquí. —Por su bien, me mantengo tranquila mientras explico. Dos mil coronas bien podrían ser el trono del rey, pero hago que parezca como si nada—. Si alguien puede hacerlo, podemos hacerlo. Nosotros podemos.
—Mare. —Su voz es fría, más fría que el invierno, pero la mirada hueca en sus ojos es peor—. Se acabó. Perdimos.
—Pero si solo…
Agarra mis hombros, me sostiene a distancia de un brazo con agarre firme. No duele pero me impresiona de igual manera.
—No me hagas esto, Mare. No me hagas creer que hay una manera de salir de esto. No me des esperanza.
Tiene razón. Es cruel darle esperanza donde no debería tener. Solo se convertirá en decepción, resentimiento, ira, todas las cosas que hacen más difíciles esta vida de lo que ya es.
—Solo déjame asimilarlo. Tal vez… tal vez entonces realmente pueda conseguir mi cabeza en orden, poderme entrenar adecuadamente, darme la oportunidad de luchar por ahí.
Mis manos encuentran sus muñecas y las sostengo con tensión.
—Hablas como si ya estuvieses muerto.
—Tal vez lo estoy.
—Mis hermanos…
—Tu padre se aseguró de que sabían lo que estaban haciendo mucho antes de que se fueran. Y no ayuda que todos sean del tamaño de una casa. —Fuerza una sonrisa, tratando de hacerme reír. No funciona—. Soy un buen nadador y marinero. Ellos me necesitan en los lagos.
Es solo cuando envuelve sus brazos alrededor de mí, abrazándome, que me doy cuenta de que estoy temblando.
—Kilorn… —murmuro en su pecho. Pero las próximas palabras no pasarán. Debería ser yo. Pero mi tiempo se está acercando rápidamente. Solo puedo esperar que Kilorn sobreviva el tiempo suficiente para verlo de nuevo, en los cuarteles o en una trinchera. Tal vez entonces encontraré las palabras correctas para decirle. Tal vez entonces entenderé cómo me siento.
—Gracias, Mare. Por todo. —Se aleja, dejándome ir demasiado rápido—. Vete ya, tendrás suficiente por el momento si la legión viene hacia ti.
Por él, asiento. Pero no tengo planes de dejarlo luchar y morir solo.
Para el momento en el que me instalo en mi cama, sé que no voy a dormir esta noche. Tiene que haber algo que pueda hacer, e incluso si me toma toda la noche, voy a averiguarlo.
Gisa tose en su sueño y es un pequeño sonido cortés. Incluso inconsciente, se las arregla para ser una dama. No es de extrañar que encaje tan bien con los Plateados. Es todo lo que les gusta en una Roja: calmada, contenida, y sin pretensiones. Es una buena cosa que sea la que tiene que lidiar con ellos, ayudando a los tontos súper humanos que escogen seda y tejidos de primera calidad para la ropa que van a usar una sola vez. Ella dice que se acostumbran a ello, a la cantidad de dinero que gastan en cosas tan triviales. Y en el Gran Jardín, el mercado en Summerton, el dinero aumenta diez veces. Junto con su lorda, Gisa cose encaje, seda, piel, incluso las piedras preciosas para crear arte usable para la élite Plateada quienes parecen seguir a los miembros de la realeza de todo el mundo. El desfile, como lo llama, una marcha interminable de pavos reales acicalándose, cada uno más orgulloso y ridículo que el anterior. Todos Plateados, todos tontos, y todo el estado obsesionado.
Los odio aún más de lo normal esta noche. Las medias probablemente serían suficiente para salvarme, Kilorn, y la mitad de Los Pilares del reclutamiento.
—Gisa. Despierta. —No susurro. La niña duerme como un tronco—. Gisa.
Ella esnifa y gime en su almohada.
—A veces quiero matarte —se queja.
—Qué dulce. ¡Ahora despierta!
Sus ojos todavía están cerrados cuando me abalanzo, aterrizando sobre ella como un gato gigante. Antes de que pueda empezar a gritar y quejarse e involucrar a mi madre, coloco una mano sobre su boca.
—Solo escúchame, eso es todo. No hables, solo escucha.
Resopla contra mi mano, pero asiente al mismo tiempo.
—Kilorn…
Su piel limpia se coloca de color rojo brillante con la mención de él. Incluso se ríe, algo que nunca hace. Pero no tengo tiempo para su amor platónico de colegiala, no ahora.
—Deja de hacer eso, Gisa. —Suspiro temblorosamente—. Kilorn va a ser reclutado.
Y luego su risa se ha ido. El reclutamiento no es una broma, no para nosotros.
—He encontrado una manera de sacarlo de aquí, para salvarlo de la guerra, pero necesito tu ayuda para hacerlo. —Me duele decirlo, pero de alguna manera las palabras salen de mis labios—. Te necesito, Gisa. ¿Me ayudarás?
No duda en responder, y siento una gran oleada de amor por mi hermana.
—Sí.
Es una buena cosa que sea bajita, o el uniforme adicional de Gisa nunca me encajaría. Es grueso y oscuro, no del todo adecuado para el sol del verano, con botones y cremalleras que parecen cocinarse en el calor. El paquete en mi espalda se mueve, casi llevándome con el peso de la ropa e instrumentos de costuras. Gisa tiene su propio paquete y estrecho uniforme, pero no parece molestarle en absoluto. Está acostumbrada al trabajo duro y una vida dura.
Navegamos la mayor parte de la distancia río arriba, aplastada entre las fanegas de trigo en la barcaza de un granjero benevolente del que Gisa se hizo amiga hace años. La gente confía en ella por aquí, como nunca pueden confiar en mí. El agricultor nos deja a kilómetro y medio por recorrer, cerca del sendero sinuoso en el que los comerciantes se dirigen a Summerton. Ahora pasamos con ellos, hacia lo que Gisa llama la Puerta del Jardín, aunque no hay jardines para ser vistos. En realidad es una puerta de vidrio espumoso que nos ciega antes de incluso tener la oportunidad de entrar. El resto de la pared parece estar hecha de la misma cosa, pero no puedo creer que el rey Plateado fuese tan estúpido como para esconderse detrás de las paredes de cristal.
—No es de cristal —me dice Gisa—. O al menos, no del todo. Los Plateados descubrieron una manera de calentar el diamante y mezclarlo con otros materiales. Es totalmente inexpugnable. Ni siquiera una bomba podría pasar a través de esto.
Paredes de diamante.
—Eso parece necesario.
—Mantén la cabeza agachada. Déjame hablar a mí —susurra.
Me quedo detrás de ella, con los ojos en la carretera mientras veo que se desvanece el asfalto negro agrietado de pavimento y piedra blanca. Es tan suave que casi me deslizo, pero Gisa agarra mi brazo, manteniéndome firme. Kilorn no tendría un problema caminando en esto, no con sus piernas del mar. Pero entonces Kilorn no estaría aquí en absoluto. Él ya se ha dado por vencido. Yo no lo haré.
A medida que nos acercamos a las puertas, entrecierro los ojos para ver al otro lado. Aunque Summerton solo existe para la temporada, abandonada antes de la primera helada, es la ciudad más grande que he visto. Hay calles ruidosas, tiendas, bares, casas y patios, todos ellos apuntan hacia una monstruosidad brillante de cristal-diamante y mármol. Y ahora sé de dónde obtuvo su nombre. El Salón del Sol brilla como una estrella, llegando a un centenar de metros en el aire en una masa de torsión de torres y puentes. Partes de ello se oscurecen aparentemente a voluntad, para darles a los ocupantes privacidad. No se puede tener a los campesinos con el rey y su corte. Es impresionante, intimidante, magnífica, y esto es solo la casa de verano.
—Nombres —grita una voz ronca, y Gisa para en seco.
—Gisa Barrow. Esta es mi hermana, Mare Barrow. Me está ayudando a traer algunas mercancías para mi lorda. —Ella no se inmuta, manteniendo su voz, incluso, casi aburrida. El oficial de Seguridad me asiente y cambio mi bolso, haciendo un espectáculo de ello. Las manos de Gisa muestran nuestras tarjetas de identificación, ambas desgarradas, sucias y listas para desmoronarse, pero son suficientes. El hombre debe conocer a mi hermana porque apenas mira su identificación. La mía la escruta, buscando entre mi rostro y mi imagen por un buen minuto. Me pregunto si está susurrando también y puede leer mi mente. Eso pondría fin a esta pequeña excursión muy rápidamente y probablemente me ganaría una soga de cable alrededor de mi cuello.
—Muñecas. —Suspira, ya aburrido con nosotras.
Por un momento, estoy desconcertada, pero Gisa saca la mano derecha sin pensar. Sigo el gesto, señalando mi brazo al oficial. Él golpea un par de bandas rojas alrededor de las muñecas. Los círculos se encogen hasta que están apretados como grilletes, no hay eliminación de estas cosas por nuestra cuenta.
—Muévanse —dice el oficial, señalando con un gesto vago de la mano. Dos chicas jóvenes no son una amenaza en sus ojos.
Gisa asiente en señal de agradecimiento, pero yo no. Este hombre no merece un gramo de agradecimiento de mi parte. Las puertas se abren a nuestro alrededor y vamos. Mis latidos vibran en mis orejas, ahogando los sonidos del Gran Jardín mientras entramos en un mundo diferente.
Es un mercado como nunca he visto, salpicado de flores, árboles y fuentes. Los Rojos son pocos y rápidos, haciendo mandados y vendiendo sus propias mercancías, todos marcados por sus bandas rojas. Aunque los Plateados no llevan ninguna banda, son fáciles de detectar. Gotean con joyas y metales preciosos, una fortuna en cada uno de ellos. Un resbalón de uno de esos y puedo ir a casa con todo lo que necesitaré siempre. Todos son altos, hermosos y fríos, moviéndose con una gracia lenta que ningún Rojo puede reclamar. Simplemente no tenemos el tiempo para movernos de esa manera.
Gisa me guía más allá de una panadería con pasteles espolvoreados en oro, un tendero que muestra las frutas de colores brillantes que nunca he visto antes, y hasta un zoológico lleno de animales salvajes más allá de mi comprensión. Una pequeña niña, Plateada juzgando por su ropa, alimenta con pequeños trozos de manzana a una criatura como un caballo manchado con un cuello increíblemente largo. Unas calles más allá, una joyería brilla en todos los colores del arco iris. Hago nota de ello, pero mantener mi cabeza recta aquí es difícil. El aire parece a pulso, vibrante de vida.
Justo cuando creo que no puede haber nada más fantástico que este lugar, veo más de cerca a los Plateados y recuerdo exactamente quiénes son. La niña es una Telky, levitando a los manzanos diez metros en el aire para alimentar a la bestia de cuello largo. Un florista pasa las manos a través de una maceta de flores blancas y explora el crecimiento, curvándose alrededor de sus codos. Es un Verdino, un manipulador de las plantas y la tierra. Un par de Ninfas se sientan junto a la fuente, entreteniendo perezosamente a los niños con orbes flotantes en el agua. Uno de ellos tiene el cabello naranja y los ojos llenos de odio, incluso mientras hay otros niños alrededor de él. En toda la plaza, cada tipo de Plateado va sobre sus vidas extraordinarias. Hay tantos, cada uno grandioso, maravilloso, poderoso y tan alejado del mundo que conozco.
—Así es como vive la otra mitad —murmura Gisa, sintiendo mi asombro—. Es suficiente para hacer que me enferme.
La culpa me domina. Siempre he estado celosa de Gisa, su talento y todos los privilegios que le brindan, pero nunca he pensado en el costo. Ella no pasa mucho tiempo en la escuela y tiene pocos amigos en Los Pilares. Si Gisa fuera normal, tendría muchos. Sonreiría. En cambio, la chica de catorce años, trabaja con la aguja y el hilo, poniendo el futuro de su familia en su espalda, viviendo en un mundo que odia.
—Gracias, Gee —le susurro a la oreja. Ella sabe que no me refiero solo por hoy.
—La tienda de Salla está ahí, con el toldo azul. —Señala en una calle lateral, una pequeña tienda de sándwiches entre un par de cafeterías—. Voy a estar en el interior, si me necesitas.
—No lo haré —le respondo con rapidez—. Incluso si las cosas van mal, no voy a conseguir que te involucres.
—Bien. —Luego toma mi mano, apretándola firmemente por un segundo—. Ten cuidado. Está lleno hoy, más de lo habitual.
—Más lugares para esconderse —le digo con una sonrisa.
Pero su voz es grave.
—Más oficiales también.
Seguimos caminando, cada paso que nos acerca al momento exacto en que me dejará sola en este extraño lugar. Un repiqueteo de pánico me atraviesa cuando Gisa levanta suavemente el paquete de mis hombros. Hemos llegado a su tienda.
Para calmarme, divago en voz baja.
—No hables con nadie, no hagas contacto visual. Mantente en movimiento. Acuérdate del camino, a través de la Puerta del Jardín. El oficial quita mi banda y sigo caminando. —Asiente mientras hablo, los ojos muy abiertos, cautelosos y tal vez incluso con esperanza—. Son dieciséis kilómetros hasta casa.
—Dieciséis kilómetros hasta casa —hace eco.
Deseando por todo el mundo que pueda ir con ella, veo a Gisa desaparecer bajo el toldo azul. Ha llegado tan lejos. Ahora es mi turno.
berny_girl- Mensajes : 2842
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Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Capitulo 4
He hecho esto miles de veces antes, viendo la multitud como un lobo hace con un rebaño de ovejas. Buscando por el débil, el lento, el tonto. Solo que ahora, soy mucho más la presa. Podría elegir a uno rápido, quien me agarrará en la mitad de un latido del corazón, o peor, un susurro que probablemente me podía sentir viniendo a un kilómetro de distancia. Incluso la niña Telky me puede vencer si las cosas se tuercen. Así que voy a tener que ser más rápida que nunca, más inteligente que nunca, y lo peor de todo, tener más suerte que nunca. Es enloquecedor. Afortunadamente, nadie presta atención a otro siervo rojo, otro insecto vagando más allá de los pies de los dioses.
Me dirijo de nuevo a la plaza, con los brazos colgando flácidos pero listos a mis costados. Normalmente este es mi baile, caminar por las zonas más congestionadas de una multitud, dejando que mis manos atrapen los monederos y bolsas como telas de araña atrapan moscas. No soy tan estúpida como para intentarlo aquí. En lugar de ello, sigo a la multitud alrededor de la plaza. Ahora no estoy cegada por mi fantástico entorno sino que miro más allá de ellos, a las grietas de la piedra y a los oficiales de Seguridad de uniforme negro en cada sombra. El mundo imposible de Plateados viene con más claridad. Los Plateados apenas se miran unos a los otros, y nunca sonríen. La chica Telky parece aburrida alimentando a su extraña bestia, y los comerciantes ni siquiera regatean. Solo los Rojos parecen vivos, lanzándose alrededor de los hombres y mujeres de movimiento-lento por una vida mejor. A pesar del calor, del sol, las banderas brillantes, nunca he visto un lugar tan frío.
Lo que más me preocupa son las cámaras de vídeo negras ocultas en el dosel o los callejones. Hay solo unas pocas en casa, en el puesto de seguridad o en la arena, pero están por todas partes en el mercado. Solo puedo oírlas zumbando en firme recordatorio: alguien está mirando aquí.
La marea de multitud me lleva por la avenida principal, más allá de las tabernas y cafeterías. Los Plateados se sientan en un bar al aire libre, mirando pasar a la multitud mientras disfrutan de sus bebidas por la mañana. Algunas pantallas de video están establecidas en las paredes o colgando de los arcos. Cada una muestra algo diferente, que va desde antiguos combates en la arena a programas de noticias brillantemente coloreados que no entiendo, todos mezclándose en mi cabeza. El agudo zumbido de las pantallas, el sonido lejano de estática, zumbando en mis oídos. Cómo pueden soportarlo, no lo sé. Pero los Plateados ni siquiera parpadean ante los videos, casi lo ignoran completamente.
El Salón proyecta una sombra que brilla tenuemente, y me encuentro mirando con estúpido asombro otra vez. Pero entonces un ruido monótono me chasquea fuera de ello. Al principio suena como el tono de la arena, la que se utiliza para iniciar una Hito, pero este es diferente. Lento y más pesado de alguna manera. Sin pensarlo, me dirijo al ruido.
En el bar junto a mí, todas las pantallas de video parpadean en la misma emisión. No es un discurso real, sino un informe de prensa. Incluso los Plateados se detienen para observar en silencio embelesado. Cuando termina el zumbido, comienza el informe. Una mullida mujer rubia, Plateada, sin duda, aparece en la pantalla. Lee un pedazo de papel y parece asustada.
—Plateados de Norta, les pedimos disculpas por la interrupción. Hace trece minutos hubo un ataque terrorista en la capital.
Los Plateados de alrededor jadean, estallando en murmullos temerosos.
Solo puedo parpadear con incredulidad. ¿Ataque terrorista? ¿En los Plateados?
¿Es eso posible?
—Este fue un atentado organizado a los edificios del gobierno en el oeste de Archeon. Según los informes, la Corte Real, La Sala de Tesorería, y el Palacio Whitefire han sido dañados, pero los de la Corte y los de la Tesorería no estaban en la sesión de esta mañana. —La imagen de la mujer cambia a imágenes de un edificio en llamas. Los oficiales de Seguridad evacuan a las personas del interior, mientras que las Ninfas atacan con agua las llamas. Curanderos, marcados por una cruz de color negro y rojo en sus brazos, corren de aquí para allá entre ellos—. La familia real no estaba en la residencia en Whitefire, y no hay víctimas reportadas en este momento. Se espera que el rey Tiberias se dirija a la nación dentro de una hora.
Un Plateado a mi lado aprieta su puño y lo estampa contra la barra, enviando grietas de araña a través de la parte superior de roca sólida. Un brazo de hierro.
—¡Son los Lakelanders! ¡Están perdiendo el norte por lo que van a venir al Sur para asustarnos! —Algunos abuchean con él, maldiciendo a los Lakelands.
—¡Debemos acabar con ellos, empujarlos a través de todo el camino hasta la Prairie! —ecos de otros Plateados. Muchos animando en acuerdo. Necesito con toda mi fuerza no romperme ante estos cobardes que nunca verán la primera línea o enviaran a sus hijos luchar. Su guerra Plateada se está pagando con sangre Roja.
A medida que más y más rollos de metraje, muestran la fachada de mármol del palacio de justicia explotando en polvo o una pared de vidrio blindado resistiendo a una bola de fuego, una parte de mí se siente feliz. Los Plateados no son invencibles. Tienen enemigos, enemigos que pueden hacerles daño, y por una vez, no se esconden detrás de un escudo Rojo.
Retorna la locutora, más pálida que nunca. Alguien susurra fuera de la pantalla y baraja a través de sus notas, sus manos temblando.
—Parece que una organización ha asumido la responsabilidad por el atentado de Archeon —dice, tambaleándose un poco. Los hombres gritando se calman rápidamente, ansiosos de escuchar las palabras en la pantalla—. Un grupo terrorista autodenominado La Guardia Escarlata lanzó este video hace unos momentos.
—¿La Guardia Escarlata?
—¿Quién demonios?
—¿Algún tipo de broma?
Y otras preguntas confusas se elevan alrededor de la barra. Nadie ha oído hablar de la Guardia Escarlata antes.
Pero yo sí.
Eso es lo que Farley se llamaba a sí misma. Ella y Will. Pero son contrabandistas, ambos, no terroristas o bombarderos o cualquier otra cosa que la emisión podría decir. Es una coincidencia, no pueden ser ellos.
En la pantalla, me saluda un espectáculo terrible. Una mujer se para en frente de una cámara inestable, un pañuelo escarlata atado alrededor de su cara por lo que solo su cabello dorado y sus ojos azules penetrantes brillan. Sostiene una pistola en una mano y una bandera roja hecha jirones en otra. Y en su pecho, hay una placa de bronce en forma de un sol desecho.
—Somos la Guardia Escarlata y estamos a favor de la libertad y la igualdad de todas las personas —dice la mujer. Reconozco su voz.
Farley.
—Empezando por los Rojos.
No necesito ser un genio para saber que un bar lleno de violentos, enfadados Plateados es el último lugar donde una chica Roja quiere estar. Pero no me puedo mover. No puedo apartar los ojos de la cara de Farley.
—Creen que son los amos del mundo, pero su reinado como reyes y dioses llega a su fin. Hasta que no nos reconozcan como humanos, como iguales, la lucha estará en su puerta. No en un campo de batalla, sino en sus ciudades. En sus calles. En sus casas. No nos ven, y por lo tanto, estamos en todas partes. —Su voz tararea con autoridad y aplomo—. Y vamos a levantarnos, Rojo como el amanecer.
Rojo como el amanecer.
La filmación termina, volviendo a la rubia con la boca abierta. Los rugidos ahogan el resto de la emisión cuando los Plateados alrededor de la barra encuentran sus voces. Gritan sobre Farley, llamándola un terrorista, un asesina, un diablo Rojo. Antes de que sus ojos puedan caer sobre mí, vuelvo a salir a la calle.
Pero por toda la avenida, desde la plaza del Ayuntamiento, Plateados hierven en cada bar y cafetería. Trato de arrancar la banda roja alrededor de mi muñeca, pero la estúpida se mantiene firme. Otros Rojos desaparecen en callejones y puertas, tratando de huir, y soy lo suficientemente inteligente como para seguirlos. Cuando encuentro un callejón, los gritos comienzan.
Contra todo instinto, miro por encima del hombro para ver a un hombre Rojo sostenido por el cuello. Le suplica a su agresor Plateado, mendigando.
—¡Por favor, no lo sé, no sé quién demonios son esas personas!
—¿Qué es la Guardia Escarlata? —le grita el Plateado a la cara. Lo reconozco como una de las Ninfas que estaba jugando con los niños hace menos de media hora—. ¿Quiénes son?
Antes de que el Rojo pueda responder, un chorro de agua va contra él, más fuerte que la caída de los martillos. La Ninfa levanta una mano y el agua sube, otra vez salpicándole. Plateados rodean la escena, mofándose con júbilo, animándolo. El Rojo chisporrotea y jadea, tratando de recuperar el aliento. Él proclama su inocencia con cada segundo libre, pero el agua sigue llegando. La Ninfa, con los ojos abiertos con odio, no muestra señales de detenerse. Saca agua de las fuentes, de cada copa, cayéndole una y otra vez.
La Ninfa lo está ahogando.
El toldo azul es mi faro, guiándome por las calles en pánico mientras que esquivo a los Rojos y a los Plateados por igual. Por lo general, el caos es mi mejor amigo, haciendo mi trabajo de ladrón mucho más fácil. Nadie se da cuenta de un monedero que falta cuando están huyendo de una turba. Pero Kilorn y dos mil escudos ya no son mi prioridad. Solo puedo pensar en conseguir a Gisa y salir de la ciudad, que sin duda se convertirá en una prisión. Si cierran las puertas... No quiero pensar en ser atrapada aquí, atrapada detrás de un vidrio con la libertad fuera de nuestro alcance.
Los oficiales corren de un lado a otro por la calle, porque no saben qué hacer o a quién proteger. Algunos acorralan Rojos, obligándolos a arrodillarse. Tiemblan y suplican, repitiendo una y otra vez que ellos no saben nada. Estoy dispuesta a apostar que soy la única en toda la ciudad, que incluso había oído hablar de la Guardia Escarlata antes de hoy.
Eso me envía una nueva punzada de miedo. Si soy capturada, si les digo lo poco que sé, ¿qué van a hacerle a mi familia? ¿A Kilorn? ¿A los Pilares?
No me pueden atrapar.
Usando los puestos para ocultarme, corro tan rápido como puedo. La calle principal es una zona de guerra, pero mantengo mis ojos hacia adelante, en el toldo azul más allá de la plaza. Paso la joyería y aminoro. Solo una pieza podría salvar a Kilorn. Pero en el latido de corazón que me toma para detenerme, una lluvia de vidrio raspa mi rostro. En la calle, un Telky tiene sus ojos en mí y apunta de nuevo. No le doy la oportunidad y salgo, deslizándome bajo cortinas y puestos de venta y las armas extendidas hasta que regreso a la plaza. Antes de darme cuenta, el agua chapotea alrededor de mis pies mientras corro a través de la fuente.
Una onda azul de espuma me golpea de lado, en el agua revuelta. No es profunda, no más de dos metros hasta el fondo, pero el agua se siente como el plomo. No puedo moverme, no puedo nadar, no puedo respirar. Apenas puedo pensar. Mi mente solo puede gritar Ninfa, y recuerdo al pobre hombre Rojo en la avenida, ahogándose en sus propios pies. Mi cabeza golpea la parte inferior de piedra y veo las estrellas, chispas, antes de borrarse mi visión. Cada centímetro de mi piel se siente electrificado. El agua cambia alrededor, de nuevo a normal, y rompo la superficie de la fuente. Aire grita de nuevo en mis pulmones, quemando mi garganta y mi nariz, pero no me importa. Estoy viva.
Pequeñas y fuertes manos me agarran por el cuello, tratando de sacarme de la fuente. Gisa. Mis pies empujan fuera la parte inferior y caemos al suelo juntas.
—Tenemos que irnos —grito, luchando por mis pies.
Gisa ya está corriendo por delante de mí, hacia la puerta del jardín.
—¡Muy perspicaz! —grita por encima de su hombro.
No puedo dejar de mirar hacia atrás a la plaza mientras la sigo. La muchedumbre de Plateados mana, buscando a través de los puestos con la voracidad de los lobos. Los pocos Rojos dejados atrás se encojen en el suelo, pidiendo clemencia. Y en la fuente de la que acababa de escapar, un hombre con el cabello de color naranja flota boca abajo.
Mi cuerpo tiembla, cada nervio en llamas mientras empujamos hacia la puerta. Gisa sostiene mi mano, las dos tirando a través de la multitud.
—Dieciséis kilómetros —murmura Gisa—. ¿Conseguiste lo que necesitabas?
El peso de mi vergüenza estrellándome mientras niego. No había tiempo. Apenas llegué a la avenida antes de que el informe llegara. No había nada que pudiera hacer.
El rostro de Gisa cae, plegado en un pequeño ceño fruncido.
—Pensaremos en algo —dice, su voz tan desesperada como me siento.
Pero la puerta se perfila más adelante, creciendo con cada segundo que pasa. Me llena de pavor. Una vez que pase por ella, una vez que me vaya, Kilorn realmente se habrá ido.
Y creo que por eso ella lo hace.
Antes de que pueda detenerla, agarrarla, o alejarla, la pequeña mano inteligente de Gisa se desliza en la bolsa de alguien. No en cualquier persona, sin embargo, sino en un Plateado escapando. Un Plateado con ojos de plomo, una nariz dura, y unos hombros cuadrados que gritan “no te metas conmigo”. Gisa podría ser un artista con una aguja e hilo, pero no es ninguna carterista. Se necesita solo de un segundo para que él se dé cuenta de lo que está sucediendo. Y entonces alguien agarra a Gisa del suelo.
Es el mismo Plateado. Hay dos de ellos. ¿Gemelos?
—No es un tiempo prudente para empezar a cosechar de los bolsillos de un Plateado —dicen los gemelos al unísono. Y luego están tres, cuatro, cinco, seis, rodeándonos en multitud. Multiplicándose. Es un clonador.
Hacen girar mi cabeza.
—Ella no quería causar ningún daño, es solo una niña estúpida…
—¡Solo soy un niña estúpida! —grita Gisa, tratando de patear al que le sostiene.
Se ríen juntos en un sonido horrible.
Me lanzo hacia Gisa, tratando de hacer palanca para apartarla, pero uno de ellos me empuja hacia el suelo. El camino de piedra dura golpea el aire de mis pulmones, y jadeo en busca de aire, viendo con impotencia cómo otro gemelo pone un pie en mi estómago, sujetándome.
—Por favor. —Me ahogo, pero nadie me escucha. El chirrido en mi cabeza se intensifica a medida que cada cámara se gira para mirarnos. Me siento electrificada de nuevo, esta vez de miedo por mi hermana.
Un oficial de Seguridad, el que nos dejó en el interior esta mañana, avanza con el arma en la mano.
—¿Qué es todo esto? —gruñe, mirando a los Plateados idénticos.
Uno por uno, se funden de nuevo juntos, hasta que solo quedan dos: el que sostiene a Gisa y el que me fija a la tierra.
—Es una ladrona —dice, sacudiendo a mi hermana. Para su crédito, ella no grita.
El oficial la reconoce, su duro rostro retorciéndose en un ceño de una fracción de segundo.
—Conoce la ley, chica.
Gisa baja la cabeza.
—Conozco la ley.
Me esfuerzo tanto como puedo, tratando de detener lo que viene. Vidrio estalla cuando una pantalla cercana se agrieta y parpadea, rota por los disturbios. Pero no hace nada para detener al funcionario quién agarra a mi hermana, empujándola al suelo.
Mi propia voz grita, uniéndose al estrépito del caos.
—¡Fui yo! ¡Fue mi idea! ¡Lastímame a mí! —Pero no escuchan. No les importa.
Solo puedo ver cómo el oficial pone a mi hermana a mi lado. Tiene los ojos en los míos mientras él trae la culata de su arma, rompiéndole los huesos de la mano de coser.
Me dirijo de nuevo a la plaza, con los brazos colgando flácidos pero listos a mis costados. Normalmente este es mi baile, caminar por las zonas más congestionadas de una multitud, dejando que mis manos atrapen los monederos y bolsas como telas de araña atrapan moscas. No soy tan estúpida como para intentarlo aquí. En lugar de ello, sigo a la multitud alrededor de la plaza. Ahora no estoy cegada por mi fantástico entorno sino que miro más allá de ellos, a las grietas de la piedra y a los oficiales de Seguridad de uniforme negro en cada sombra. El mundo imposible de Plateados viene con más claridad. Los Plateados apenas se miran unos a los otros, y nunca sonríen. La chica Telky parece aburrida alimentando a su extraña bestia, y los comerciantes ni siquiera regatean. Solo los Rojos parecen vivos, lanzándose alrededor de los hombres y mujeres de movimiento-lento por una vida mejor. A pesar del calor, del sol, las banderas brillantes, nunca he visto un lugar tan frío.
Lo que más me preocupa son las cámaras de vídeo negras ocultas en el dosel o los callejones. Hay solo unas pocas en casa, en el puesto de seguridad o en la arena, pero están por todas partes en el mercado. Solo puedo oírlas zumbando en firme recordatorio: alguien está mirando aquí.
La marea de multitud me lleva por la avenida principal, más allá de las tabernas y cafeterías. Los Plateados se sientan en un bar al aire libre, mirando pasar a la multitud mientras disfrutan de sus bebidas por la mañana. Algunas pantallas de video están establecidas en las paredes o colgando de los arcos. Cada una muestra algo diferente, que va desde antiguos combates en la arena a programas de noticias brillantemente coloreados que no entiendo, todos mezclándose en mi cabeza. El agudo zumbido de las pantallas, el sonido lejano de estática, zumbando en mis oídos. Cómo pueden soportarlo, no lo sé. Pero los Plateados ni siquiera parpadean ante los videos, casi lo ignoran completamente.
El Salón proyecta una sombra que brilla tenuemente, y me encuentro mirando con estúpido asombro otra vez. Pero entonces un ruido monótono me chasquea fuera de ello. Al principio suena como el tono de la arena, la que se utiliza para iniciar una Hito, pero este es diferente. Lento y más pesado de alguna manera. Sin pensarlo, me dirijo al ruido.
En el bar junto a mí, todas las pantallas de video parpadean en la misma emisión. No es un discurso real, sino un informe de prensa. Incluso los Plateados se detienen para observar en silencio embelesado. Cuando termina el zumbido, comienza el informe. Una mullida mujer rubia, Plateada, sin duda, aparece en la pantalla. Lee un pedazo de papel y parece asustada.
—Plateados de Norta, les pedimos disculpas por la interrupción. Hace trece minutos hubo un ataque terrorista en la capital.
Los Plateados de alrededor jadean, estallando en murmullos temerosos.
Solo puedo parpadear con incredulidad. ¿Ataque terrorista? ¿En los Plateados?
¿Es eso posible?
—Este fue un atentado organizado a los edificios del gobierno en el oeste de Archeon. Según los informes, la Corte Real, La Sala de Tesorería, y el Palacio Whitefire han sido dañados, pero los de la Corte y los de la Tesorería no estaban en la sesión de esta mañana. —La imagen de la mujer cambia a imágenes de un edificio en llamas. Los oficiales de Seguridad evacuan a las personas del interior, mientras que las Ninfas atacan con agua las llamas. Curanderos, marcados por una cruz de color negro y rojo en sus brazos, corren de aquí para allá entre ellos—. La familia real no estaba en la residencia en Whitefire, y no hay víctimas reportadas en este momento. Se espera que el rey Tiberias se dirija a la nación dentro de una hora.
Un Plateado a mi lado aprieta su puño y lo estampa contra la barra, enviando grietas de araña a través de la parte superior de roca sólida. Un brazo de hierro.
—¡Son los Lakelanders! ¡Están perdiendo el norte por lo que van a venir al Sur para asustarnos! —Algunos abuchean con él, maldiciendo a los Lakelands.
—¡Debemos acabar con ellos, empujarlos a través de todo el camino hasta la Prairie! —ecos de otros Plateados. Muchos animando en acuerdo. Necesito con toda mi fuerza no romperme ante estos cobardes que nunca verán la primera línea o enviaran a sus hijos luchar. Su guerra Plateada se está pagando con sangre Roja.
A medida que más y más rollos de metraje, muestran la fachada de mármol del palacio de justicia explotando en polvo o una pared de vidrio blindado resistiendo a una bola de fuego, una parte de mí se siente feliz. Los Plateados no son invencibles. Tienen enemigos, enemigos que pueden hacerles daño, y por una vez, no se esconden detrás de un escudo Rojo.
Retorna la locutora, más pálida que nunca. Alguien susurra fuera de la pantalla y baraja a través de sus notas, sus manos temblando.
—Parece que una organización ha asumido la responsabilidad por el atentado de Archeon —dice, tambaleándose un poco. Los hombres gritando se calman rápidamente, ansiosos de escuchar las palabras en la pantalla—. Un grupo terrorista autodenominado La Guardia Escarlata lanzó este video hace unos momentos.
—¿La Guardia Escarlata?
—¿Quién demonios?
—¿Algún tipo de broma?
Y otras preguntas confusas se elevan alrededor de la barra. Nadie ha oído hablar de la Guardia Escarlata antes.
Pero yo sí.
Eso es lo que Farley se llamaba a sí misma. Ella y Will. Pero son contrabandistas, ambos, no terroristas o bombarderos o cualquier otra cosa que la emisión podría decir. Es una coincidencia, no pueden ser ellos.
En la pantalla, me saluda un espectáculo terrible. Una mujer se para en frente de una cámara inestable, un pañuelo escarlata atado alrededor de su cara por lo que solo su cabello dorado y sus ojos azules penetrantes brillan. Sostiene una pistola en una mano y una bandera roja hecha jirones en otra. Y en su pecho, hay una placa de bronce en forma de un sol desecho.
—Somos la Guardia Escarlata y estamos a favor de la libertad y la igualdad de todas las personas —dice la mujer. Reconozco su voz.
Farley.
—Empezando por los Rojos.
No necesito ser un genio para saber que un bar lleno de violentos, enfadados Plateados es el último lugar donde una chica Roja quiere estar. Pero no me puedo mover. No puedo apartar los ojos de la cara de Farley.
—Creen que son los amos del mundo, pero su reinado como reyes y dioses llega a su fin. Hasta que no nos reconozcan como humanos, como iguales, la lucha estará en su puerta. No en un campo de batalla, sino en sus ciudades. En sus calles. En sus casas. No nos ven, y por lo tanto, estamos en todas partes. —Su voz tararea con autoridad y aplomo—. Y vamos a levantarnos, Rojo como el amanecer.
Rojo como el amanecer.
La filmación termina, volviendo a la rubia con la boca abierta. Los rugidos ahogan el resto de la emisión cuando los Plateados alrededor de la barra encuentran sus voces. Gritan sobre Farley, llamándola un terrorista, un asesina, un diablo Rojo. Antes de que sus ojos puedan caer sobre mí, vuelvo a salir a la calle.
Pero por toda la avenida, desde la plaza del Ayuntamiento, Plateados hierven en cada bar y cafetería. Trato de arrancar la banda roja alrededor de mi muñeca, pero la estúpida se mantiene firme. Otros Rojos desaparecen en callejones y puertas, tratando de huir, y soy lo suficientemente inteligente como para seguirlos. Cuando encuentro un callejón, los gritos comienzan.
Contra todo instinto, miro por encima del hombro para ver a un hombre Rojo sostenido por el cuello. Le suplica a su agresor Plateado, mendigando.
—¡Por favor, no lo sé, no sé quién demonios son esas personas!
—¿Qué es la Guardia Escarlata? —le grita el Plateado a la cara. Lo reconozco como una de las Ninfas que estaba jugando con los niños hace menos de media hora—. ¿Quiénes son?
Antes de que el Rojo pueda responder, un chorro de agua va contra él, más fuerte que la caída de los martillos. La Ninfa levanta una mano y el agua sube, otra vez salpicándole. Plateados rodean la escena, mofándose con júbilo, animándolo. El Rojo chisporrotea y jadea, tratando de recuperar el aliento. Él proclama su inocencia con cada segundo libre, pero el agua sigue llegando. La Ninfa, con los ojos abiertos con odio, no muestra señales de detenerse. Saca agua de las fuentes, de cada copa, cayéndole una y otra vez.
La Ninfa lo está ahogando.
El toldo azul es mi faro, guiándome por las calles en pánico mientras que esquivo a los Rojos y a los Plateados por igual. Por lo general, el caos es mi mejor amigo, haciendo mi trabajo de ladrón mucho más fácil. Nadie se da cuenta de un monedero que falta cuando están huyendo de una turba. Pero Kilorn y dos mil escudos ya no son mi prioridad. Solo puedo pensar en conseguir a Gisa y salir de la ciudad, que sin duda se convertirá en una prisión. Si cierran las puertas... No quiero pensar en ser atrapada aquí, atrapada detrás de un vidrio con la libertad fuera de nuestro alcance.
Los oficiales corren de un lado a otro por la calle, porque no saben qué hacer o a quién proteger. Algunos acorralan Rojos, obligándolos a arrodillarse. Tiemblan y suplican, repitiendo una y otra vez que ellos no saben nada. Estoy dispuesta a apostar que soy la única en toda la ciudad, que incluso había oído hablar de la Guardia Escarlata antes de hoy.
Eso me envía una nueva punzada de miedo. Si soy capturada, si les digo lo poco que sé, ¿qué van a hacerle a mi familia? ¿A Kilorn? ¿A los Pilares?
No me pueden atrapar.
Usando los puestos para ocultarme, corro tan rápido como puedo. La calle principal es una zona de guerra, pero mantengo mis ojos hacia adelante, en el toldo azul más allá de la plaza. Paso la joyería y aminoro. Solo una pieza podría salvar a Kilorn. Pero en el latido de corazón que me toma para detenerme, una lluvia de vidrio raspa mi rostro. En la calle, un Telky tiene sus ojos en mí y apunta de nuevo. No le doy la oportunidad y salgo, deslizándome bajo cortinas y puestos de venta y las armas extendidas hasta que regreso a la plaza. Antes de darme cuenta, el agua chapotea alrededor de mis pies mientras corro a través de la fuente.
Una onda azul de espuma me golpea de lado, en el agua revuelta. No es profunda, no más de dos metros hasta el fondo, pero el agua se siente como el plomo. No puedo moverme, no puedo nadar, no puedo respirar. Apenas puedo pensar. Mi mente solo puede gritar Ninfa, y recuerdo al pobre hombre Rojo en la avenida, ahogándose en sus propios pies. Mi cabeza golpea la parte inferior de piedra y veo las estrellas, chispas, antes de borrarse mi visión. Cada centímetro de mi piel se siente electrificado. El agua cambia alrededor, de nuevo a normal, y rompo la superficie de la fuente. Aire grita de nuevo en mis pulmones, quemando mi garganta y mi nariz, pero no me importa. Estoy viva.
Pequeñas y fuertes manos me agarran por el cuello, tratando de sacarme de la fuente. Gisa. Mis pies empujan fuera la parte inferior y caemos al suelo juntas.
—Tenemos que irnos —grito, luchando por mis pies.
Gisa ya está corriendo por delante de mí, hacia la puerta del jardín.
—¡Muy perspicaz! —grita por encima de su hombro.
No puedo dejar de mirar hacia atrás a la plaza mientras la sigo. La muchedumbre de Plateados mana, buscando a través de los puestos con la voracidad de los lobos. Los pocos Rojos dejados atrás se encojen en el suelo, pidiendo clemencia. Y en la fuente de la que acababa de escapar, un hombre con el cabello de color naranja flota boca abajo.
Mi cuerpo tiembla, cada nervio en llamas mientras empujamos hacia la puerta. Gisa sostiene mi mano, las dos tirando a través de la multitud.
—Dieciséis kilómetros —murmura Gisa—. ¿Conseguiste lo que necesitabas?
El peso de mi vergüenza estrellándome mientras niego. No había tiempo. Apenas llegué a la avenida antes de que el informe llegara. No había nada que pudiera hacer.
El rostro de Gisa cae, plegado en un pequeño ceño fruncido.
—Pensaremos en algo —dice, su voz tan desesperada como me siento.
Pero la puerta se perfila más adelante, creciendo con cada segundo que pasa. Me llena de pavor. Una vez que pase por ella, una vez que me vaya, Kilorn realmente se habrá ido.
Y creo que por eso ella lo hace.
Antes de que pueda detenerla, agarrarla, o alejarla, la pequeña mano inteligente de Gisa se desliza en la bolsa de alguien. No en cualquier persona, sin embargo, sino en un Plateado escapando. Un Plateado con ojos de plomo, una nariz dura, y unos hombros cuadrados que gritan “no te metas conmigo”. Gisa podría ser un artista con una aguja e hilo, pero no es ninguna carterista. Se necesita solo de un segundo para que él se dé cuenta de lo que está sucediendo. Y entonces alguien agarra a Gisa del suelo.
Es el mismo Plateado. Hay dos de ellos. ¿Gemelos?
—No es un tiempo prudente para empezar a cosechar de los bolsillos de un Plateado —dicen los gemelos al unísono. Y luego están tres, cuatro, cinco, seis, rodeándonos en multitud. Multiplicándose. Es un clonador.
Hacen girar mi cabeza.
—Ella no quería causar ningún daño, es solo una niña estúpida…
—¡Solo soy un niña estúpida! —grita Gisa, tratando de patear al que le sostiene.
Se ríen juntos en un sonido horrible.
Me lanzo hacia Gisa, tratando de hacer palanca para apartarla, pero uno de ellos me empuja hacia el suelo. El camino de piedra dura golpea el aire de mis pulmones, y jadeo en busca de aire, viendo con impotencia cómo otro gemelo pone un pie en mi estómago, sujetándome.
—Por favor. —Me ahogo, pero nadie me escucha. El chirrido en mi cabeza se intensifica a medida que cada cámara se gira para mirarnos. Me siento electrificada de nuevo, esta vez de miedo por mi hermana.
Un oficial de Seguridad, el que nos dejó en el interior esta mañana, avanza con el arma en la mano.
—¿Qué es todo esto? —gruñe, mirando a los Plateados idénticos.
Uno por uno, se funden de nuevo juntos, hasta que solo quedan dos: el que sostiene a Gisa y el que me fija a la tierra.
—Es una ladrona —dice, sacudiendo a mi hermana. Para su crédito, ella no grita.
El oficial la reconoce, su duro rostro retorciéndose en un ceño de una fracción de segundo.
—Conoce la ley, chica.
Gisa baja la cabeza.
—Conozco la ley.
Me esfuerzo tanto como puedo, tratando de detener lo que viene. Vidrio estalla cuando una pantalla cercana se agrieta y parpadea, rota por los disturbios. Pero no hace nada para detener al funcionario quién agarra a mi hermana, empujándola al suelo.
Mi propia voz grita, uniéndose al estrépito del caos.
—¡Fui yo! ¡Fue mi idea! ¡Lastímame a mí! —Pero no escuchan. No les importa.
Solo puedo ver cómo el oficial pone a mi hermana a mi lado. Tiene los ojos en los míos mientras él trae la culata de su arma, rompiéndole los huesos de la mano de coser.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Aaaahhhh malditos!! Ahora solo quiero que Mare les patee el trasero!
Gracias
Gracias
Tatine- Mensajes : 1561
Fecha de inscripción : 03/01/2016
yiniva- Mensajes : 4916
Fecha de inscripción : 26/04/2017
Edad : 33
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Oh no pobre Gisa, solo quería ayudar Espero que el poder de Mare se manifieste y pueda destruir a esos injustos!
Que imbeciles son esos Plateados, si se creen tan poderosos que vayan ellos a su batalla, que ellos mismo ataquen a los Escarlatas, solo se quieren sentir superiores
Gracias por los capítulos!
Que imbeciles son esos Plateados, si se creen tan poderosos que vayan ellos a su batalla, que ellos mismo ataquen a los Escarlatas, solo se quieren sentir superiores
Gracias por los capítulos!
IsCris- Mensajes : 1339
Fecha de inscripción : 25/10/2017
Edad : 26
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Capitulo 5
Kilorn me encontrará en cualquier lugar que trate de esconderme, así que sigo moviéndome. Corro como si pudiera alejarme de lo que le he hecho a Gisa, por cómo le he fallado a Kilorn, por cómo he destruido todo. Pero aún no puedo alejarme de la mirada en los ojos de mi madre cuando traje a Gisa a la puerta. Vi la sombra sin esperanza cruzar por su rostro y corrí antes de que mi padre en silla de ruedas apareciera. No podría enfrentarlos a ambos. Soy una cobarde.
Así que corro hasta que no puedo pensar, hasta que todos los malos recuerdos se desvanecen, hasta que solo pueda sentir ardor en mis músculos. Incluso me digo que las lágrimas en mis mejillas son por la lluvia.
Cuando finalmente me detengo para recobrar el aliento, estoy fuera de la aldea, a pocos kilómetros por ese terrible camino al norte. La luz se filtra a través de los árboles alrededor de la curva, iluminando una posada, una de las muchas en éste antiguo camino. Está atestado como cada verano, lleno de funcionarios y trabajadores de temporada que siguen la corte real. No viven en Los Pilares, no conocen mi rostro, así que son presa fácil para robarles. Lo hago todos los veranos; pero Kilorn siempre está conmigo, sonriendo con una bebida mientras me observa trabajar. Supongo que no voy a ver su sonrisa por mucho más tiempo.
Un bramido de risas atronadoras se escuchan mientras unos hombres salen tambaleándose de la posada, borrachos y felices. Sus monederos sonando, pesados por el pago del día. Dinero plateado, por servir, sonreír y saludar a los monstruos disfrazados de lordes.
Causé mucho daño, sobre todo a los que más quiero. Debería dar la vuelta y regresar a casa, para enfrentarlos a todos con, al menos, un poco de coraje. En cambio, me instalo en las sombras de la posada, contenta de permanecer en la oscuridad.
Supongo que causar dolor es para lo único que sirvo.
No me cuesta mucho llenarme los bolsillos del abrigo. Los borrachos entran cada pocos minutos y me presiono contra ellos, poniendo una sonrisa para ocultar mis manos. Nadie se da cuenta, a nadie le importa, cuando desaparezco otra vez. Soy una sombra, nadie se acuerda de las sombras.
La medianoche va y viene y todavía estoy aquí, esperando. La luna en lo alto es un perfecto recordatorio del tiempo, de cuánto llevo fuera. Un último bolsillo, me digo. Uno más y me voy. He estado diciéndomelo durante una hora.
Cuando sale el siguiente hombre, no lo pienso. Sus ojos están puestos en el cielo y no me nota. Llegar es muy fácil, es demasiado fácil enganchar un dedo alrededor de las cuerdas de su monedero. Debería saber que nada es fácil, pero los disturbios y los ojos hundidos de Gisa me han hecho una tonta por el dolor.
Cierra su mano alrededor de mi muñeca, su agarre es fuerte y extrañamente caliente, mientras me saca de las sombras. Intento resistirme, escapar y huir, pero es demasiado fuerte. Cuando gira, el fuego en sus ojos me da miedo, el mismo temor que sentí esta mañana. Pero le doy la bienvenida a cualquier castigo que pida. Me lo merezco completamente.
—Ladrona —dice, una extraña sorpresa en su voz.
Parpadeo, luchando para no reírme. Ni siquiera tengo fuerza para protestar.
—Obviamente.
Me mira, escudriñándome del rostro a las botas desgastadas. Me hace sufrir. Después de un largo momento, suspira y me deja ir. Aturdida, solo puedo contemplarlo. Cuando una moneda de plata gira en el aire, apenas tengo el ingenio para atraparla. Un tetrarca. Un tetrarca de plata vale como una corona. Mucho más que cualquiera de las monedas robadas que tengo en los bolsillos.
—Eso debe ser más que suficiente para ayudarte a salir del apuro —dice antes de que pueda responder.
A la luz de la posada, sus ojos brillan de un dorado rojizo, el color del calor. Mis años evaluando a las personas no me fallan, hasta ahora. Su cabello negro es demasiado brillante, su piel demasiado pálida para ser un siervo. Pero su físico parece más de un leñador, con hombros anchos y piernas fuertes. Es joven, un poco mayor que yo, aunque no tan seguro de sí mismo como debe ser cualquier chico de diecinueve o veinte años de edad.
Debería besar sus botas por dejarme ir y darme este regalo, pero la curiosidad me gana. Siempre lo hace.
—¿Por qué? —La palabra sale dura y áspera. Después de un día como hoy, ¿cómo puedo ser algo más?
La pregunta le sorprende y se encoge de hombros.
—Lo necesitas más que yo.
Quiero tirar la moneda en su rostro y decirle que puedo cuidarme, pero una parte de mí sabe la verdad. ¿El día de hoy no te ha enseñado nada?
—Gracias —me obligo a decir, a través de mis dientes apretados.
De alguna manera, se ríe de mi reacia gratitud.
—No te hagas daño. —Entonces cambia de lugar, dando un paso más cerca. Es la persona más extraña que he conocido—. Vives en el pueblo, ¿no?
—Sí —respondo, señalándome. Con mi cabello despeinado, ropa sucia y ojos derrotados, ¿qué otra cosa podría ser? Él es todo lo contrario, camisa fina y limpia, sus zapatos son de suave cuero brillante. Me mira, jugando con su collar. Lo pongo nervioso.
La luz de la luna hace que parezca pálido, sus ojos penetrantes.
—¿Te gusta? —pregunta, desviando—. ¿Vivir ahí?
Su pregunta casi me hace reír, pero no parece divertido.
—¿A alguien le gusta? —respondo finalmente, preguntándome a qué diantres está jugando.
Pero en lugar de replicar con rapidez, respondiendo como Kilorn haría, se calla. Una mirada oscura cruza por su rostro.
—¿Vas a regresar? —dice de repente, señalando el camino.
—¿Por qué?, ¿miedo a la oscuridad? —digo arrastrando las palabras, doblando los brazos sobre mi pecho. Pero en el fondo de mi estómago, me pregunto si debo temer. Es fuerte, rápido y aquí estás sola.
Me devuelve la sonrisa, y me alivia de una forma inquietante.
—No, pero quiero asegurarme de que mantengas las manos para ti misma el resto de la noche. ¿Puedes salir del bar y caminamos de casa en casa, sí? Soy Cal, por cierto —agrega, extendiendo una mano.
No la tomo, recordando el calor de su piel. En cambio, me muevo hacia el camino, mis pasos rápidos y silenciosos.
—Mare Barrow —contesto sobre mi hombro.
No pasa mucho para que sus largas piernas estén cercas.
—Entonces, ¿siempre eres así de agradable? —se burla y, por alguna razón, me siento como si fuese un objeto de estudio. Pero la fría plata en mi mano me mantiene tranquila, me recuerda lo que tiene en sus bolsillos. Plata para Farley. Qué apropiado.
—Los lordes deben pagarte bien para que lleves coronas —replico, tratando de asustarlo sobre el tema.
Funciona de maravilla y lo deja estar.
—Tengo un buen trabajo —explica, tratando de dar el tema por terminado.
—Al menos uno lo tiene.
—Pero tú…
—Diecisiete —termino por él—. Todavía tengo algún tiempo antes del reclutamiento.
Estrecha sus ojos, los labios en una línea sombría. Algo duro se arrastra en su voz, afilando sus palabras.
—¿Cuánto tiempo?
—Cada día menos. —Solo diciéndolo en voz alta hace que duelan mis entrañas. Y Kilorn tiene incluso menos que yo.
Sus palabras mueren y nuevamente se me queda mirando, me examina mientras caminamos por el bosque. Pensando.
—Y no hay trabajo —murmura, más para sí mismo que para mí—. No hay forma de que puedas evitar el servicio militar obligatorio.
Su confusión me desconcierta.
—Tal vez las cosas son diferentes de dónde provienes.
—Así que robas.
Robo.
—Es lo mejor que puedo hacer. —Sale de mis labios. Una vez más, recuerdo que causar dolor es lo que mejor hago—. Mi hermana tiene un trabajo. —Dejo salir antes de recordar. No, no lo tiene. Ahora ya no. Por tu culpa.
Cal ve mi lucha con las palabras, preguntándome si debo corregirme o no. Es lo único que puedo hacer para mantener mi rostro serio, para evitar romperme totalmente frente a un desconocido. Pero debe intuir lo que estoy tratando de ocultar.
—¿Estuviste en el Salón hoy? —Creo que ya conoce la respuesta—. Los disturbios fueron terribles.
—Lo fueron. —Casi me ahogo con las palabras.
—Hiciste... —Presiona, de la manera más tranquila y calmada.
Es como hacerle un agujero a un embalse, todo empieza a desbordarse. No podía detener las palabras incluso si quisiera.
No menciono Farley o la Guardia Escarlata, o incluso a Kilorn. Solo que mi hermana me llevó al Gran Jardín, que me ayudó a robar el dinero que necesitábamos para sobrevivir. El posterior error de Gisa, su lesión, lo que significaba para nosotros. Lo que le he hecho a mi familia. Lo que he estado haciendo, decepcionando a mi madre, avergonzando a mi padre, robando a la gente de mi comunidad. Aquí en el camino, rodeada simplemente de oscuridad, le cuento a un extraño lo horrible que soy. No hace preguntas, incluso cuando lo que digo no tiene sentido. Solo escucha.
—Es lo mejor que puedo hacer —aseguro de nuevo, antes de que mi voz se agote totalmente.
Entonces, plata brilla por el rabillo de mi ojo. Está sacando otra moneda. A la luz de la luna, solo puedo ver el contorno de la corona del rey llameante grabada en el metal. Cuando la presiona en mi mano, espero volver a sentir su calor, pero está frío.
No quiero tu compasión, quiero gritarle, pero eso sería muy descortés. La moneda puede comprar lo que Gisa ya no puede.
—Lo siento mucho por ti, Mare. Las cosas no deberían ser así.
Ni siquiera tengo fuerzas para fruncir el ceño.
—Hay peores vidas para vivir. No sientas lástima por mí.
Me deja en el borde de la aldea, dejándome caminar a través de las casas de Los Pilares sola. Algo en el lodo y las sombras, incomoda a Cal, y desaparece antes de que tenga la oportunidad de mirar atrás y darle las gracias al siervo extraño.
Mi casa está tranquila y oscura, pero aun así, me estremezco con miedo. Parece que la mañana fue hace cien años, parte de otra vida donde fui estúpida, egoísta y, tal vez, incluso un poco más feliz. Ahora no tengo nada más que un amigo reclutado y a mi hermana con los huesos rotos.
—No deberías preocupar a tu madre de esta forma. —La voz de mi padre retumba detrás de mí, en uno de los pilares. No lo he visto en el suelo desde hace tantos años, que me cuesta recordarlo.
Mi voz chilla en sorpresa y temor.
—¿Papá? ¿Qué estás haciendo? ¿Cómo has…? —Pero apunta con el pulgar encima de su hombro, señalando la plataforma de poleas colgando de la casa. Lo usó por primera vez.
—Se fue la luz. Pensé en echarle un vistazo —dice, rudo como siempre.
La silla de ruedas pasa delante de mí, deteniéndose en la caja de servicio que hay en el suelo. Cada casa tiene una, permite regular la carga eléctrica que mantiene las luces encendidas.
Papá resopla, su pecho sonando con cada respiración. Tal vez Gisa será como él, su mano un desastre metálico, su cerebro roto y amargado con la idea de lo que podría haber sido.
—¿Por qué no usaste el periódico que te traje?
En respuesta, papá saca un trozo de periódico de su camisa y lo mete en la caja. Normalmente la cosa echaría chispas, pero no pasa nada. Roto.
—No funciona. —Suspira papá, sentado en su silla.
Ambos nos quedamos mirando la caja de servicio, sin saber qué decir, sin movernos, sin querer volver arriba. Papá huyó igual que yo, incapaz de permanecer en una casa dónde mamá seguramente estaría llorando por Gisa y por los sueños perdidos, mientras mi hermana intentaba no unírsele.
Golpea la caja, como si golpeando la maldita cosa de repente pudiese devolvernos luz, calor y esperanza. Sus golpes se vuelven más duros, más desesperados y la ira emana de él. No por mí o por Gisa, sino por el mundo. Hace mucho tiempo nos llamó hormigas, hormigas rojas ardiendo a la luz del sol Plateado. Destruidas por la grandeza de los demás, perdiendo la batalla por nuestro derecho a existir, porque no somos especiales. No evolucionamos como ellos, con poderes y fuerzas más allá de nuestra limitada imaginación. Nos quedamos igual, estancados en nuestros propios cuerpos. El mundo cambia a nuestro alrededor y nosotros nos quedamos igual.
Entonces también me enojo, maldiciendo a Farley, Kilorn, el reclutamiento, cada pequeña cosa que puedo pensar. La caja de metal es fría al tacto, mucho tiempo después de haber perdido el calor de la electricidad. Pero hay vibraciones aún, profundamente en el mecanismo, esperando a ser encendido. Me pierdo intentando encontrar la electricidad, para traerla de vuelta y demostrar que incluso una pequeña cosa buena puede pasar en un mundo tan malo. Algo afilado toca mis dedos, sobresaltándome. Es un cable pelado o un interruptor defectuoso, me digo. Se siente como un pinchazo, como una aguja clavándose en mis nervios, pero no hay más dolor.
Por encima de nosotros, la luz del porche cobra vida.
—Bueno, qué lujo —murmura papá.
Se gira en el lodo, rodando hacia la polea. Lo sigo en silencio, no quiero mencionar la razón por la que tenemos tanto miedo del lugar que llamamos hogar.
—No más escapadas. —Suspira, abrochándose al cinturón de la plataforma.
—No más escapadas —coincido, más para mí que para él.
La plataforma protesta por el esfuerzo, subiéndolo hasta el porche. Soy más rápida por la escalera, así que lo espero en la parte superior y lo ayudo a soltarse de la plataforma.
—¡Maldita cosa! —refunfuña papá cuando finalmente desabrochamos la última hebilla.
—Mamá se pondrá feliz de que salgas de casa.
Me mira con severidad, agarrando mi mano. Aunque papá apenas trabaja ahora, reparando baratijas y tallando para niños, sus manos todavía son ásperas y callosas. Como si acabara de volver de las líneas del frente. La guerra nunca se va.
—No se lo digas a tu madre.
—Pero…
—Sé que parece como si nada, pero es suficientemente algo. Pensará que es un pequeño paso en un gran viaje, ¿ves? Primero salir de casa por la noche, luego durante el día y después rodando alrededor del mercado con ella como hace veinte años. Entonces las cosas vuelven a ser como eran. —Sus ojos se oscurecen mientras habla, luchando para mantener su voz baja y plana—. No voy a mejorar, Mare. Nunca voy a sentirme mejor. No puedo darle esperanzas, no cuando sé que nunca sucedería. ¿Entiendes?
Muy bien, papá.
Sabe que eso me da esperanzas y se suaviza.
—Desearía que las cosas fueran diferentes.
—Todos lo deseamos.
A pesar de las sombras, puedo ver la mano rota de Gisa cuando subo al desván. Normalmente duerme hecha un ovillo, acurrucada bajo una manta delgada; pero ahora está de espaldas, con su herida elevada sobre una pila de ropa. Mamá arregló su férula, mi pobre intento de ayuda, y las vendas son frescas. No necesito luz para saber que su pobre mano está negra, llena de moretones. Duerme intranquila, su cuerpo dando vueltas, pero su brazo se mantiene quieto. Incluso durmiendo, le duele.
Quiero llegar a ella, pero ¿cómo puedo arreglar los terribles acontecimientos del día?
Saco la carta de Shade de la cajita donde guardo todas sus correspondencias. Sin duda, esto me calmará. Sus bromas, sus palabras, su voz atrapada en las páginas siempre me calman. Pero al analizar la carta una vez más, un sentimiento de pavor crece en mi estómago.
—Rojo como el amanecer... —dice la carta. Ahí está, más claro que el agua en mi rostro. Las palabras de Farley en su video, el grito de guerra de la Guardia Escarlata, de puño y letra de mi hermano. La frase es demasiado extraña para ignorarla y pasarla por alto. Y la siguiente frase—, ver salir el sol más fuerte... —Mi hermano es inteligente pero práctico. No le importan los atardeceres o amaneceres, o ingeniosas formas de hablar. Crece dentro de mí, pero en vez de la voz de Farley en mi cabeza, es la de mi hermano hablando. Se levantan, rojo como el amanecer.
De alguna manera, Shade sabía. Varias semanas atrás, antes del atentado, antes de la transmisión de Farley, Shade sabía sobre la Guardia Escarlata y trató de decirnos. ¿Por qué?
Porque es uno de ellos.
Así que corro hasta que no puedo pensar, hasta que todos los malos recuerdos se desvanecen, hasta que solo pueda sentir ardor en mis músculos. Incluso me digo que las lágrimas en mis mejillas son por la lluvia.
Cuando finalmente me detengo para recobrar el aliento, estoy fuera de la aldea, a pocos kilómetros por ese terrible camino al norte. La luz se filtra a través de los árboles alrededor de la curva, iluminando una posada, una de las muchas en éste antiguo camino. Está atestado como cada verano, lleno de funcionarios y trabajadores de temporada que siguen la corte real. No viven en Los Pilares, no conocen mi rostro, así que son presa fácil para robarles. Lo hago todos los veranos; pero Kilorn siempre está conmigo, sonriendo con una bebida mientras me observa trabajar. Supongo que no voy a ver su sonrisa por mucho más tiempo.
Un bramido de risas atronadoras se escuchan mientras unos hombres salen tambaleándose de la posada, borrachos y felices. Sus monederos sonando, pesados por el pago del día. Dinero plateado, por servir, sonreír y saludar a los monstruos disfrazados de lordes.
Causé mucho daño, sobre todo a los que más quiero. Debería dar la vuelta y regresar a casa, para enfrentarlos a todos con, al menos, un poco de coraje. En cambio, me instalo en las sombras de la posada, contenta de permanecer en la oscuridad.
Supongo que causar dolor es para lo único que sirvo.
No me cuesta mucho llenarme los bolsillos del abrigo. Los borrachos entran cada pocos minutos y me presiono contra ellos, poniendo una sonrisa para ocultar mis manos. Nadie se da cuenta, a nadie le importa, cuando desaparezco otra vez. Soy una sombra, nadie se acuerda de las sombras.
La medianoche va y viene y todavía estoy aquí, esperando. La luna en lo alto es un perfecto recordatorio del tiempo, de cuánto llevo fuera. Un último bolsillo, me digo. Uno más y me voy. He estado diciéndomelo durante una hora.
Cuando sale el siguiente hombre, no lo pienso. Sus ojos están puestos en el cielo y no me nota. Llegar es muy fácil, es demasiado fácil enganchar un dedo alrededor de las cuerdas de su monedero. Debería saber que nada es fácil, pero los disturbios y los ojos hundidos de Gisa me han hecho una tonta por el dolor.
Cierra su mano alrededor de mi muñeca, su agarre es fuerte y extrañamente caliente, mientras me saca de las sombras. Intento resistirme, escapar y huir, pero es demasiado fuerte. Cuando gira, el fuego en sus ojos me da miedo, el mismo temor que sentí esta mañana. Pero le doy la bienvenida a cualquier castigo que pida. Me lo merezco completamente.
—Ladrona —dice, una extraña sorpresa en su voz.
Parpadeo, luchando para no reírme. Ni siquiera tengo fuerza para protestar.
—Obviamente.
Me mira, escudriñándome del rostro a las botas desgastadas. Me hace sufrir. Después de un largo momento, suspira y me deja ir. Aturdida, solo puedo contemplarlo. Cuando una moneda de plata gira en el aire, apenas tengo el ingenio para atraparla. Un tetrarca. Un tetrarca de plata vale como una corona. Mucho más que cualquiera de las monedas robadas que tengo en los bolsillos.
—Eso debe ser más que suficiente para ayudarte a salir del apuro —dice antes de que pueda responder.
A la luz de la posada, sus ojos brillan de un dorado rojizo, el color del calor. Mis años evaluando a las personas no me fallan, hasta ahora. Su cabello negro es demasiado brillante, su piel demasiado pálida para ser un siervo. Pero su físico parece más de un leñador, con hombros anchos y piernas fuertes. Es joven, un poco mayor que yo, aunque no tan seguro de sí mismo como debe ser cualquier chico de diecinueve o veinte años de edad.
Debería besar sus botas por dejarme ir y darme este regalo, pero la curiosidad me gana. Siempre lo hace.
—¿Por qué? —La palabra sale dura y áspera. Después de un día como hoy, ¿cómo puedo ser algo más?
La pregunta le sorprende y se encoge de hombros.
—Lo necesitas más que yo.
Quiero tirar la moneda en su rostro y decirle que puedo cuidarme, pero una parte de mí sabe la verdad. ¿El día de hoy no te ha enseñado nada?
—Gracias —me obligo a decir, a través de mis dientes apretados.
De alguna manera, se ríe de mi reacia gratitud.
—No te hagas daño. —Entonces cambia de lugar, dando un paso más cerca. Es la persona más extraña que he conocido—. Vives en el pueblo, ¿no?
—Sí —respondo, señalándome. Con mi cabello despeinado, ropa sucia y ojos derrotados, ¿qué otra cosa podría ser? Él es todo lo contrario, camisa fina y limpia, sus zapatos son de suave cuero brillante. Me mira, jugando con su collar. Lo pongo nervioso.
La luz de la luna hace que parezca pálido, sus ojos penetrantes.
—¿Te gusta? —pregunta, desviando—. ¿Vivir ahí?
Su pregunta casi me hace reír, pero no parece divertido.
—¿A alguien le gusta? —respondo finalmente, preguntándome a qué diantres está jugando.
Pero en lugar de replicar con rapidez, respondiendo como Kilorn haría, se calla. Una mirada oscura cruza por su rostro.
—¿Vas a regresar? —dice de repente, señalando el camino.
—¿Por qué?, ¿miedo a la oscuridad? —digo arrastrando las palabras, doblando los brazos sobre mi pecho. Pero en el fondo de mi estómago, me pregunto si debo temer. Es fuerte, rápido y aquí estás sola.
Me devuelve la sonrisa, y me alivia de una forma inquietante.
—No, pero quiero asegurarme de que mantengas las manos para ti misma el resto de la noche. ¿Puedes salir del bar y caminamos de casa en casa, sí? Soy Cal, por cierto —agrega, extendiendo una mano.
No la tomo, recordando el calor de su piel. En cambio, me muevo hacia el camino, mis pasos rápidos y silenciosos.
—Mare Barrow —contesto sobre mi hombro.
No pasa mucho para que sus largas piernas estén cercas.
—Entonces, ¿siempre eres así de agradable? —se burla y, por alguna razón, me siento como si fuese un objeto de estudio. Pero la fría plata en mi mano me mantiene tranquila, me recuerda lo que tiene en sus bolsillos. Plata para Farley. Qué apropiado.
—Los lordes deben pagarte bien para que lleves coronas —replico, tratando de asustarlo sobre el tema.
Funciona de maravilla y lo deja estar.
—Tengo un buen trabajo —explica, tratando de dar el tema por terminado.
—Al menos uno lo tiene.
—Pero tú…
—Diecisiete —termino por él—. Todavía tengo algún tiempo antes del reclutamiento.
Estrecha sus ojos, los labios en una línea sombría. Algo duro se arrastra en su voz, afilando sus palabras.
—¿Cuánto tiempo?
—Cada día menos. —Solo diciéndolo en voz alta hace que duelan mis entrañas. Y Kilorn tiene incluso menos que yo.
Sus palabras mueren y nuevamente se me queda mirando, me examina mientras caminamos por el bosque. Pensando.
—Y no hay trabajo —murmura, más para sí mismo que para mí—. No hay forma de que puedas evitar el servicio militar obligatorio.
Su confusión me desconcierta.
—Tal vez las cosas son diferentes de dónde provienes.
—Así que robas.
Robo.
—Es lo mejor que puedo hacer. —Sale de mis labios. Una vez más, recuerdo que causar dolor es lo que mejor hago—. Mi hermana tiene un trabajo. —Dejo salir antes de recordar. No, no lo tiene. Ahora ya no. Por tu culpa.
Cal ve mi lucha con las palabras, preguntándome si debo corregirme o no. Es lo único que puedo hacer para mantener mi rostro serio, para evitar romperme totalmente frente a un desconocido. Pero debe intuir lo que estoy tratando de ocultar.
—¿Estuviste en el Salón hoy? —Creo que ya conoce la respuesta—. Los disturbios fueron terribles.
—Lo fueron. —Casi me ahogo con las palabras.
—Hiciste... —Presiona, de la manera más tranquila y calmada.
Es como hacerle un agujero a un embalse, todo empieza a desbordarse. No podía detener las palabras incluso si quisiera.
No menciono Farley o la Guardia Escarlata, o incluso a Kilorn. Solo que mi hermana me llevó al Gran Jardín, que me ayudó a robar el dinero que necesitábamos para sobrevivir. El posterior error de Gisa, su lesión, lo que significaba para nosotros. Lo que le he hecho a mi familia. Lo que he estado haciendo, decepcionando a mi madre, avergonzando a mi padre, robando a la gente de mi comunidad. Aquí en el camino, rodeada simplemente de oscuridad, le cuento a un extraño lo horrible que soy. No hace preguntas, incluso cuando lo que digo no tiene sentido. Solo escucha.
—Es lo mejor que puedo hacer —aseguro de nuevo, antes de que mi voz se agote totalmente.
Entonces, plata brilla por el rabillo de mi ojo. Está sacando otra moneda. A la luz de la luna, solo puedo ver el contorno de la corona del rey llameante grabada en el metal. Cuando la presiona en mi mano, espero volver a sentir su calor, pero está frío.
No quiero tu compasión, quiero gritarle, pero eso sería muy descortés. La moneda puede comprar lo que Gisa ya no puede.
—Lo siento mucho por ti, Mare. Las cosas no deberían ser así.
Ni siquiera tengo fuerzas para fruncir el ceño.
—Hay peores vidas para vivir. No sientas lástima por mí.
Me deja en el borde de la aldea, dejándome caminar a través de las casas de Los Pilares sola. Algo en el lodo y las sombras, incomoda a Cal, y desaparece antes de que tenga la oportunidad de mirar atrás y darle las gracias al siervo extraño.
Mi casa está tranquila y oscura, pero aun así, me estremezco con miedo. Parece que la mañana fue hace cien años, parte de otra vida donde fui estúpida, egoísta y, tal vez, incluso un poco más feliz. Ahora no tengo nada más que un amigo reclutado y a mi hermana con los huesos rotos.
—No deberías preocupar a tu madre de esta forma. —La voz de mi padre retumba detrás de mí, en uno de los pilares. No lo he visto en el suelo desde hace tantos años, que me cuesta recordarlo.
Mi voz chilla en sorpresa y temor.
—¿Papá? ¿Qué estás haciendo? ¿Cómo has…? —Pero apunta con el pulgar encima de su hombro, señalando la plataforma de poleas colgando de la casa. Lo usó por primera vez.
—Se fue la luz. Pensé en echarle un vistazo —dice, rudo como siempre.
La silla de ruedas pasa delante de mí, deteniéndose en la caja de servicio que hay en el suelo. Cada casa tiene una, permite regular la carga eléctrica que mantiene las luces encendidas.
Papá resopla, su pecho sonando con cada respiración. Tal vez Gisa será como él, su mano un desastre metálico, su cerebro roto y amargado con la idea de lo que podría haber sido.
—¿Por qué no usaste el periódico que te traje?
En respuesta, papá saca un trozo de periódico de su camisa y lo mete en la caja. Normalmente la cosa echaría chispas, pero no pasa nada. Roto.
—No funciona. —Suspira papá, sentado en su silla.
Ambos nos quedamos mirando la caja de servicio, sin saber qué decir, sin movernos, sin querer volver arriba. Papá huyó igual que yo, incapaz de permanecer en una casa dónde mamá seguramente estaría llorando por Gisa y por los sueños perdidos, mientras mi hermana intentaba no unírsele.
Golpea la caja, como si golpeando la maldita cosa de repente pudiese devolvernos luz, calor y esperanza. Sus golpes se vuelven más duros, más desesperados y la ira emana de él. No por mí o por Gisa, sino por el mundo. Hace mucho tiempo nos llamó hormigas, hormigas rojas ardiendo a la luz del sol Plateado. Destruidas por la grandeza de los demás, perdiendo la batalla por nuestro derecho a existir, porque no somos especiales. No evolucionamos como ellos, con poderes y fuerzas más allá de nuestra limitada imaginación. Nos quedamos igual, estancados en nuestros propios cuerpos. El mundo cambia a nuestro alrededor y nosotros nos quedamos igual.
Entonces también me enojo, maldiciendo a Farley, Kilorn, el reclutamiento, cada pequeña cosa que puedo pensar. La caja de metal es fría al tacto, mucho tiempo después de haber perdido el calor de la electricidad. Pero hay vibraciones aún, profundamente en el mecanismo, esperando a ser encendido. Me pierdo intentando encontrar la electricidad, para traerla de vuelta y demostrar que incluso una pequeña cosa buena puede pasar en un mundo tan malo. Algo afilado toca mis dedos, sobresaltándome. Es un cable pelado o un interruptor defectuoso, me digo. Se siente como un pinchazo, como una aguja clavándose en mis nervios, pero no hay más dolor.
Por encima de nosotros, la luz del porche cobra vida.
—Bueno, qué lujo —murmura papá.
Se gira en el lodo, rodando hacia la polea. Lo sigo en silencio, no quiero mencionar la razón por la que tenemos tanto miedo del lugar que llamamos hogar.
—No más escapadas. —Suspira, abrochándose al cinturón de la plataforma.
—No más escapadas —coincido, más para mí que para él.
La plataforma protesta por el esfuerzo, subiéndolo hasta el porche. Soy más rápida por la escalera, así que lo espero en la parte superior y lo ayudo a soltarse de la plataforma.
—¡Maldita cosa! —refunfuña papá cuando finalmente desabrochamos la última hebilla.
—Mamá se pondrá feliz de que salgas de casa.
Me mira con severidad, agarrando mi mano. Aunque papá apenas trabaja ahora, reparando baratijas y tallando para niños, sus manos todavía son ásperas y callosas. Como si acabara de volver de las líneas del frente. La guerra nunca se va.
—No se lo digas a tu madre.
—Pero…
—Sé que parece como si nada, pero es suficientemente algo. Pensará que es un pequeño paso en un gran viaje, ¿ves? Primero salir de casa por la noche, luego durante el día y después rodando alrededor del mercado con ella como hace veinte años. Entonces las cosas vuelven a ser como eran. —Sus ojos se oscurecen mientras habla, luchando para mantener su voz baja y plana—. No voy a mejorar, Mare. Nunca voy a sentirme mejor. No puedo darle esperanzas, no cuando sé que nunca sucedería. ¿Entiendes?
Muy bien, papá.
Sabe que eso me da esperanzas y se suaviza.
—Desearía que las cosas fueran diferentes.
—Todos lo deseamos.
A pesar de las sombras, puedo ver la mano rota de Gisa cuando subo al desván. Normalmente duerme hecha un ovillo, acurrucada bajo una manta delgada; pero ahora está de espaldas, con su herida elevada sobre una pila de ropa. Mamá arregló su férula, mi pobre intento de ayuda, y las vendas son frescas. No necesito luz para saber que su pobre mano está negra, llena de moretones. Duerme intranquila, su cuerpo dando vueltas, pero su brazo se mantiene quieto. Incluso durmiendo, le duele.
Quiero llegar a ella, pero ¿cómo puedo arreglar los terribles acontecimientos del día?
Saco la carta de Shade de la cajita donde guardo todas sus correspondencias. Sin duda, esto me calmará. Sus bromas, sus palabras, su voz atrapada en las páginas siempre me calman. Pero al analizar la carta una vez más, un sentimiento de pavor crece en mi estómago.
—Rojo como el amanecer... —dice la carta. Ahí está, más claro que el agua en mi rostro. Las palabras de Farley en su video, el grito de guerra de la Guardia Escarlata, de puño y letra de mi hermano. La frase es demasiado extraña para ignorarla y pasarla por alto. Y la siguiente frase—, ver salir el sol más fuerte... —Mi hermano es inteligente pero práctico. No le importan los atardeceres o amaneceres, o ingeniosas formas de hablar. Crece dentro de mí, pero en vez de la voz de Farley en mi cabeza, es la de mi hermano hablando. Se levantan, rojo como el amanecer.
De alguna manera, Shade sabía. Varias semanas atrás, antes del atentado, antes de la transmisión de Farley, Shade sabía sobre la Guardia Escarlata y trató de decirnos. ¿Por qué?
Porque es uno de ellos.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Capitulo 6
Cuando la puerta se abre de golpe al amanecer, no estoy asustada. Las requisas de seguridad son normales, a pesar de que usualmente obtenemos una o dos al año. Esta sería la tercera.
—Vamos, Gee —murmuro, ayudándola a salir de su cama y a bajar por la escalera. Se mueve precariamente, apoyándose en su brazo bueno, y mamá nos espera en el piso. Sus brazos se cierran alrededor de Gisa, pero sus ojos están en mí. Para mi sorpresa, no parece enfadada o siquiera decepcionada. En su lugar, su mirada es suave.
Dos oficiales esperan al lado de la puerta, sus armas colgando de sus costados. Los reconozco del puesto de avanzada del pueblo, pero hay otra figura, una mujer joven de rojo con una insignia de una corona de tres colores sobre su corazón. Un sirviente de la realeza, un Rojo que le sirve al rey, me doy cuenta, y empiezo a entender. Esta no es una requisa común.
—Nos sometemos a la búsqueda y captura —refunfuña mi padre, diciendo las palabras que debe cada vez que esto sucede. Pero en vez de dividirse para hurgar por nuestra casa, los oficiales de Seguridad se quedan firmes.
La joven mujer da un paso adelante y, para mi horror, se dirige a mí.
—Mare Barrow, usted ha sido convocada a Summerton.
La mano buena de Gisa se cierra alrededor de la mía, como si pudiera contenerme.
—¿Q-qué? —me las arreglo para tartamudear.
—Ha sido convocada para Summerton —repite ella, y hace señas hacia la puerta—. La escoltaremos. Por favor proceda.
Convocada. Por un Rojo. Nunca en mi vida había escuchado tal cosa. Así que, ¿por qué yo? ¿Qué he hecho para merecer esto?
Pensándolo mejor, soy una criminal y probablemente soy considerada una terrorista debido a mi asociación con Farley. Mi cuerpo hormiguea con nervios, cada musculo tenso y preparado. Tendré que correr, a pesar que los oficiales bloquean la puerta. Será un milagro si logro llegar hasta una ventana.
—Cálmate, todo está aclarado después de ayer. —Ríe, confundiendo mi miedo—. El Salón y el mercado están bien controlados ahora. Por favor proceda. —Para mi sorpresa, sonríe, aun cuando los oficiales de Seguridad aprietan sus armas. Asienta un escalofrío en mi sangre.
Rechazar a la Seguridad, rechazar una convocación real, significaría la muerte, y no solo para mí.
—Está bien —farfullo, desenredando mi mano de la de Gisa. Se mueve para aferrarse a mí, pero nuestra madre la hala hacia atrás—. ¿Te veré más tarde?
La pregunta cuelga en el aire, y siento la mano tibia de papá rozar mi brazo. Está despidiéndose. Los ojos de mamá nadan con lágrimas no derramadas, y Gisa está tratando de no parpadear, para recordar cada último segundo. Ni siquiera tengo algo que pueda dejarle. Pero antes de que pueda retrasarme o permitirme llorar, un oficial me toma del brazo y me aleja.
Las palabras se escapan de mis labios, a pesar de que salen apenas como algo más que un susurro.
—Te amo.
Y entonces la puerta se cierra detrás de mí, dejándome fuera de mi hogar y mi vida.
Me apresuran a través del pueblo, por el camino hacia la plaza del mercado. Pasamos por la casa destartalada de Kilorn. Normalmente ya estaría despierto, a mitad de camino hacia el río para empezar el día temprano cuando aún está fresco, pero esos días se han ido. Ahora apuesto a que duerme la mitad del día, disfrutando las pocas comodidades que puede antes del servicio militar obligatorio. Parte de mí quiere gritarle una despedida, pero no lo hago. Irá a buscarme más tarde, y Gisa le dirá todo. Con una risa silenciosa recuerdo que Farley me estará esperando hoy, con una fortuna como pago. Estará decepcionada.
En la plaza, un brillante transporte negro espera por nosotros. Cuatro ruedas, ventanas de vidrio, redondeado hasta el suelo, parece una bestia lista para ingerirme. Otro oficial está sentado en los controles y enciende el motor cuando nos acercamos, arrojando humo negro en el aire de la madrugada. Soy obligada a entrar en la parte trasera sin una palabra, y el sirviente apenas se desliza al lado antes de que el transporte despegue, corriendo por el camino a una velocidad que nunca he imaginado siquiera. Esta será mi primera, y última, vez montada en uno.
Quiero hablar, preguntar qué está sucediendo. Cómo van a castigarme por mis crímenes, pero sé que mis palabras caerán en oídos sordos. Así que contemplo por la ventana, observando el pueblo desaparecer a medida que entramos en el bosque, por el familiar camino norteño. No está tan poblado como ayer, y oficiales de Seguridad esparcen el camino. El Salón está controlado, el sirviente había dicho. Supongo que esto es a lo que se refería.
La pared de cristal de diamante brilla, reflejando el sol mientras sube desde los bosques. Quiero entrecerrar los ojos, pero me mantengo quieta. Debo mantener mis ojos abiertos aquí.
La puerta es empujada por uniformes negros, todos oficiales de Seguridad chequeando y revisando a los viajeros a medida que entran. Cuando nos detenemos, la sirvienta mujer me saca del transporte, pasando la línea y a través de la puerta. Nadie protesta, o siquiera se molesta en chequear por identificaciones. Ella debe ser conocida aquí.
Una vez que estamos adentro, me mira.
—Soy Ann, por cierto, pero mayormente nos llamamos por los apellidos. Dime Walsh.
Walsh. Me suena familiar. Junto con su cabello descolorido y piel bronceada, solo puede significar una cosa.
—¿Tú eres de…?
—Los Pilares, igual que tú. Conocí a tu hermano Tramy, y lamento que conociera a Bree. Un verdadero rompecorazones, ése. ―Bree tenía una reputación alrededor del pueblo antes de que se fuera. Me dijo una vez que no le temía al servicio militar obligatorio tanto como los demás porque la docena de mujeres sedientas de sangre que estaba dejando atrás eran mucho más peligrosas—. Sin embargo, no te conozco a ti. Pero sin duda lo haré.
No puedo evitar resoplar.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Quiero decir que vas a estar trabajando largas horas aquí. No sé quién te contrató o qué te dijeron acerca del trabajo, pero empieza a desgastarte. No es solo cambiar las sábanas y limpiar platos. Tienes que ver sin mirar, escuchar sin oír. Somos objetos allá arriba, estatuas vivientes para servir. —Suspira levemente y se voltea, abriendo una puerta construida justo en un lado de la compuerta—. Especialmente ahora, con este negocio de la Guardia Escarlata. Nunca es un buen momento para ser un Rojo, pero esto es muy malo.
Da un paso a través de la puerta, aparentemente en la pared sólida. Me toma un momento darme cuenta que está bajando por un tramo de escaleras, desapareciendo en la penumbra.
—¿El trabajo? —presiono—. ¿Qué trabajo? ¿Qué es esto?
Da una vuelta en las escaleras, prácticamente rodando los ojos.
—Has sido convocada para llenar un puesto —dice como si fuera la cosa más obvia en el mundo.
Trabajar. Un empleo. Casi me caigo de pensarlo.
Cal. Quizás hasta esté trabajando con él. Mi corazón salta ante la perspectiva, sabiendo qué significa esto. No moriré, ni siquiera voy a luchar. Trabajaré y viviré. Y más tarde, cuando encuentre a Cal, puedo convencerlo de que haga lo mismo por Kilorn.
—¡Sígueme, no tengo tiempo para sostener tu mano!
Temblando detrás de ella, desciendo a un túnel sorprendentemente oscuro. Pequeñas luces brillan en las paredes, por lo que apenas es posible ver. Tuberías pasan sobre la cabeza, zumbando con el agua corriendo y la electricidad.
—¿A dónde vamos? —Finalmente respiro.
Casi puedo oír la consternación de Walsh a medida que se voltea, confundida.
—Al Salón del Sol, por supuesto.
Por un segundo, creo que puedo sentir mi corazón detenerse.
—¿Q-qué? ¿El palacio, el palacio de verdad?
Golpea suavemente la insignia en su uniforme. La corona hace un guiño en la luz baja.
—Sirves al rey ahora.
Tienen un uniforme listo para mí, pero apenas lo noto. Estoy demasiado deslumbrada por lo que me rodea, la piedra bronceada y el piso de mosaico reluciente de este pasillo olvidado en la casa de un rey. Otros sirvientes se apresuran pasando en un desfile de uniformes rojos. Examino sus rostros, buscando a Cal, queriendo agradecerle, pero nunca aparece.
Walsh se queda a mi lado, susurrando consejos.
—No digas nada. No escuches nada. No hables con nadie, porque ellos no te hablarán.
Apenas puedo mantener las palabras; los últimos dos días han sido una ruina en mi corazón y alma. Creo que la vida simplemente ha decidido abrir compuertas, tratando de ahogarme en un remolino de giros y vueltas.
—Viniste en un día ocupado, tal vez el peor que veremos jamás.
—Vi los barcos y los dirigibles Plateados que han estado yendo río arriba por semanas —digo—. Más de lo habitual, aun para esta época del año.
Walsh me apresura, empujando una bandeja de tazas brillantes en mis manos. Seguramente estas cosas pueden comprar mi libertad y la de Kilorn, pero el Salón está resguardado en cada puerta y ventana. Nunca podría deslizarme de tantos oficiales, aun con todas mis habilidades.
—¿Qué está sucediendo hoy? —pregunto tontamente. Un mechón de mi cabello oscuro cae en mis ojos, y antes de que pueda intentar apartarlo con un soplido, Walsh empuja el cabello hacia atrás y lo amarra con un minúsculo pasador, sus movimientos rápidos y precisos—. ¿Es esa una pregunta estúpida?
—No, tampoco sabía al respecto, no hasta que comenzamos a prepararnos. Después de todo, no han tenido una en veinte años, desde que la reina Elara fue seleccionada. —Habla tan rápido que sus palabras casi se entremezclan—. Hoy es La Prueba de la Reina. Las hijas de las Casas Altas, las grandes familias Plateadas, han venido todas a ofrecerse al príncipe. Hay un gran festín esta noche, pero ahora están en el Jardín Espiral, preparándose para presentarse, esperando ser elegidas. Una de esas chicas podrá ser la próxima reina, y están abofeteándose las unas a las otras como tontas por la oportunidad.
Una imagen de un montón de pavos reales destella en mi mente.
—Así que, qué, ¿ellas dan una vuelta, dicen unas pocas palabras, baten sus pestañas?
Pero Walsh resopla, negando.
—Difícilmente. —Entonces sus ojos brillan—. Tú tienes el deber de servir, así que podrás verlo por ti misma.
Las puertas se ciernen por delante, hechas de madera tallada y vidrio que fluye. Un sirviente las abre, permitiendo que se muevan a través de ellas a la línea de uniformes rojos. Y luego es mi turno.
—¿Vienes? —Puedo escuchar la desesperación en mi voz, casi rogándole a Walsh que se quede conmigo. Pero retrocede, dejándome sola. Antes de que pueda retrasar la línea o de otra manera arruinar la asamblea organizada de sirvientes, me obligo a moverme hacia adelante y hacia a la luz del sol de lo que llamó el Jardín Espiral.
En primera instancia creo que estoy en el medio de otra arena como la que está de vuelta en casa. El espacio se curva hacia abajo en un bol inmenso, pero en lugar de bancos de piedra, mesas y sillas de felpa llenan la espiral de terrazas. Plantas y fuentes atraviesan los escalones, dividiendo las terrazas en cajas. Se unen en la parte inferior, decorando un círculo herboso anillado con estatuas de piedras. Delante de mí está un área en forma de caja llena de seda roja y negra. Cuatro asientos, cada uno hecho de hierro implacable, se ven en el suelo.
¿Qué demonios es este lugar?
Mi trabajo pasa en un borrón, siguiendo las órdenes de los otros Rojos. Soy una servidora de cocina, debo limpiar, asistir a los cocineros, y actualmente, preparar la arena para el evento por venir. Porqué los miembros de la realeza necesitan una arena, no estoy segura. En casa son usadas solo para hitos, para ver a Plateados contra Plateados, ¿pero qué podría significar aquí? Esto es un palacio. Sangre nunca manchará estos pisos. Aun así la no-arena me llena con una sensación terrible de presentimiento. La sensación de picazón regresa, latiendo bajo mi piel en olas. Para el momento que finalizo y vuelvo a la entrada de los sirvientes, La Prueba de la Reina está a punto de empezar.
Los otros sirvientes se van retirando, moviéndose a una plataforma elevada rodeada por puras cortinas. Me apresuro detrás de ellos y tropiezo en la línea, justo cuando otro juego de puertas se abre, directamente entre la caja de los miembros de la realeza y la entrada de los sirvientes.
Está iniciando.
Mi mente retrocede al Gran Jardín, a las hermosas, crueles criaturas que se llaman humanos. Todas ostentosas y vanas, con miradas duras y peores temperamentos. Estos Plateados, las Casas Altas, como los llama Walsh, no serán diferentes. Quizás hasta sean peores.
Entran como una multitud, como una bandada de colores que se dividen alrededor del Jardín Espiral con fría gracia. Las diferentes familias, o casas, son fáciles de distinguir; todos usan los mismos colores que el resto. Purpura, verde, negro, amarillo, un arcoíris de sombras moviéndose hacia la caja de su familia. Rápidamente pierdo la cuenta de todos ellos. ¿Cuántas casas hay? Más y más se unen a la multitud, algunos deteniéndose para hablar, otros abrazando con brazos tiesos. Esto es una fiesta para ellos, me doy cuenta. Es más probable que tengan poca esperanza en poner adelante una reina y esto son solo unas vacaciones.
Pero unos pocos no parecen de humor para celebrar. Una familia de cabello plateado en seda negra se sienta en silencio enfocado a la derecha de la caja del rey. El patriarca de la casa tiene una barba puntiaguda y ojos negros. Más abajo, una casa de azul marino y blanco murmuran juntos. Para mi sorpresa, reconozco a uno de ellos. Samson Merandus, el murmullo que vi en la arena hace unos días. A diferencia de los otros, contempla oscuramente el piso, su atención en otro lugar. Tomo nota para evitar encontrarme con él o sus habilidades mortales.
Extrañamente, sin embargo, no veo ninguna chica en edad para casarse con un príncipe. Tal vez se están preparando en otro lugar, ansiosamente esperando su oportunidad para ganar una corona.
Ocasionalmente, alguien presiona un botón cuadrado de metal en su mesa para encender una luz, indicando que requieren un sirviente. Quién esté más cerca de la puerta los atiende, y el resto de nosotros nos movemos a lo largo, esperando nuestro turno de servir. Por supuesto, en el segundo que me muevo al lado de la puerta, el miserable patriarca de ojos negros golpea el botón de su mesa.
Gracias a los cielos por mis pies, los cuales nunca me han fallado. Casi salto a través de la multitud, bailando entre cuerpos errantes mientras que mi corazón golpea dentro de mi pecho. En lugar de robarles a estas personas, se supone que les sirva. La Mare Barrow de la semana pasada no sabría si reírse o llorar por esta versión de sí misma. Pero ella fue una chica tonta, y ahora paga el precio.
—¿Lord? —digo, enfrentando al patriarca que había pedido servicio. En mi cabeza, me maldigo. No digas nada es la primera regla, y ya la había roto.
Pero no parece notarlo y simplemente sostiene una copa de agua vacía, una mirada aburrida en su rostro.
—Están jugando con nosotros, Ptolemus —le refunfuña a un joven hombre musculoso a su lado. Asumo que es suficientemente desafortunado para ser llamado Ptolemus.
—Una demostración de poder, padre —responde Ptolemus, bebiendo enteramente su propia copa. La extiende hacia mí, y la tomo sin dudar—. Nos hacen esperar porque pueden.
Ellos son los miembros de la realeza quienes todavía tienen que hacer acto de presencia. Pero al oír a estos Plateados discutir al respecto de ellos, así, con tanto desdén, es desconcertante. Nosotros los Rojos insultamos al rey y a los nobles si podemos conseguir salirnos con la nuestra, pero creo que esa es nuestra prerrogativa. Estas personas nunca han sufrido un día en su vida. ¿Qué problemas podrían tener unos con otros?
Quiero quedarme y escuchar, pero hasta yo sé que va contra las reglas. Me doy la vuelta, subiendo un tramo de escaleras fuera de la caja de ellos. Hay un lavabo escondido detrás de unas flores de colores brillantes, probablemente, así que no tengo que ir todo el camino de vuelta en torno a la no-arena para rellenar sus bebidas. Fue entonces cuando un metálico, tono agudo, reverbera a través del espacio, al igual que el que está en el comienzo del Primer Viernes de Hitos. Se emite un sonido un par de veces, la pronunciación de una melodía orgullosa, anunciando lo que debe ser la entrada del rey. A su alrededor, las Casas Altas se ponen de pie, de mala gana o no. Me doy cuenta de que Ptolemus le murmura algo a su padre otra vez.
Desde mi punto de vista, escondida detrás de las flores, estoy al mismo nivel con la caja del rey y ligeramente detrás de él. Mare Barrow, a pocos metros del rey. ¿Qué pensaría mi familia o Kilorn de ese asunto? Este hombre nos manda a morir, y de buena gana me he convertido en su siervo. Me enferma.
Él entra rápidamente, hombros fijados y rectos. Incluso desde atrás, parece mucho más gordo de lo que parece en las monedas y las emisiones, pero también más alto. Su uniforme es de color negro y rojo, con un corte militar, aunque dudo que alguna vez haya pasado un solo día en las trincheras en las cuales los Rojos mueren. Insignias y medallas brillan en su pecho, un testimonio de las cosas que nunca ha hecho. Incluso lleva una espada dorada a pesar de los muchos guardias alrededor de él. La corona en la cabeza es familiar, hecho de oro rojo trenzado y hierro negro, cada punto de un estallido de llamas curvándose. Parece quemar su cabello negro como la tinta salpicada de gris. Qué apropiado, porque el rey es un quemador, como lo fue su padre, y su padre antes que él, y así sucesivamente. Destructivos, potentes controladores de calor y fuego. Una vez, nuestros reyes solían quemar a los disidentes con nada más que un toque en llamas. Este rey quizá no queme Rojos ya, pero todavía nos mata con la guerra y la ruina. Su nombre es uno que he conocido desde que era una niña sentada en el aula, todavía con ganas de aprender, como si eso pudiera llevarme alguna parte. Tiberias Calore Sexto, rey de Norta, Llama del Norte. Un bocado si alguna vez hubo uno. Escupiría en su nombre si pudiera.
La reina lo sigue, asintiendo a la multitud. Mientras que la ropa del rey es oscura y de corte severo, su atuendo azul marino y blanco es espacioso y luminoso. Se inclina solo a la casa de Samson, y me doy cuenta que está usando los mismos colores que ellos. Debe ser su pariente, a juzgar por el parecido familiar. El mismo cabello rubio cenizo, ojos azules y sonrisa en punta, haciéndola ver como un felino depredador salvaje.
Tan intimidante como los miembros de la realeza parecen, no son nada comparados con los guardias que les siguen. Aunque soy una Roja nacida en el barro, sé quiénes son. Todo el mundo sabe lo que un Centinela parece, porque nadie quiere conocerlos. Ellos flanquean el rey en cada emisión, en cada discurso o decreto. Como siempre, sus uniformes parecen llama, vacilante entre el rojo y el naranja, y sus ojos brillan detrás de las máscaras negras temibles. Cada uno lleva un rifle negro con punta de una bayoneta de plata brillante que podría cortar el hueso. Sus habilidades son aún más aterradoras que sus apariencias, guerreros élite de diferentes casas Plateadas, entrenados desde la infancia, que han jurado al rey y su familia durante toda su vida. Son suficientes para hacerme temblar. Pero las Casas Altas no tienen miedo en absoluto.
En algún lugar profundo en las cajas, los gritos se inician.
—¡Muerte a la Guardia Escarlata! —grita alguien, y otros se unen rápidamente. Un escalofrío me atraviesa como recuerdo de los acontecimientos de ayer, ahora tan lejos. Cuán rápido este grupo se podía poner en contra...
El rey parece agitado, palideciendo al ruido. No está acostumbrado a los arrebatos como este y casi gruñe a los gritos.
—¡La Guardia Escarlata, y todos nuestros enemigos, están siendo tratados! —retumba Tiberias, y su voz resuena entre la multitud. Se les hace callar como el chasquido de un látigo—. Pero eso no es por lo que estamos aquí para hacer frente. Hoy honramos la tradición, y ningún diablo Rojo va impedir eso. Ahora es el rito de La Prueba de la Reina, para traer adelante a la hija más talentosa para casarse con el hijo más noble. En esto encontramos la fuerza, para unir a las Casas Altas, y el poder, para asegurar la regla Plateada hasta el final de los días, para derrotar a nuestros enemigos, en las fronteras, y dentro de ellas.
—Fuerza —ruge la multitud. Es aterrador—. Poder.
—El tiempo ha llegado de nuevo para defender este ideal, y mis dos hijos honran nuestra costumbre más solemne. —Agita una mano, y dos figuras dan un paso adelante, flanqueando a su padre. No puedo ver sus rostros, pero ambos son del mismo alto y de cabello negro, como el rey. También usan uniformes militares—. El príncipe Maven, de la Casa Calore y Merandus, hijo de mi esposa real, la reina Elara.
El segundo príncipe, más pálido y más ligero que el otro, levanta una mano en señal de saludo severo. Se gira a la izquierda y a la derecha, y echo un vistazo a su rostro. A pesar de que tiene una seria mirada real para él, no puede tener más de diecisiete años. De rasgos afilados y de ojos azules, podría congelar el fuego con su sonrisa, que desprecia este espectáculo. Estoy de acuerdo con él.
—Y el príncipe heredero de la Casa Calore y Jacos, hijo de mi difunta esposa, la reina Coriane, heredero del reino de Norta y la Corona Quemante, Tiberias Séptimo.
Estoy demasiado ocupada riéndome del absurdo total del nombre al notar al joven saludando y sonriendo. Finalmente levanto mis ojos, solo para decir que estaba tan cerca del futuro rey. Pero me da mucho más de lo que esperaba.
Las copas de cristal en mis manos caen, aterrizando sin causar daños en el fregadero de agua.
Conozco esa sonrisa, y conozco esos ojos. Quemaron los míos tan solo anoche. Él me consiguió este trabajo; me salvó de la conscripción. Era uno de nosotros. ¿Cómo puede ser esto?
Y entonces se vuelve totalmente, saludando a su alrededor. No hay duda de ello.
El príncipe heredero es Cal.
—Vamos, Gee —murmuro, ayudándola a salir de su cama y a bajar por la escalera. Se mueve precariamente, apoyándose en su brazo bueno, y mamá nos espera en el piso. Sus brazos se cierran alrededor de Gisa, pero sus ojos están en mí. Para mi sorpresa, no parece enfadada o siquiera decepcionada. En su lugar, su mirada es suave.
Dos oficiales esperan al lado de la puerta, sus armas colgando de sus costados. Los reconozco del puesto de avanzada del pueblo, pero hay otra figura, una mujer joven de rojo con una insignia de una corona de tres colores sobre su corazón. Un sirviente de la realeza, un Rojo que le sirve al rey, me doy cuenta, y empiezo a entender. Esta no es una requisa común.
—Nos sometemos a la búsqueda y captura —refunfuña mi padre, diciendo las palabras que debe cada vez que esto sucede. Pero en vez de dividirse para hurgar por nuestra casa, los oficiales de Seguridad se quedan firmes.
La joven mujer da un paso adelante y, para mi horror, se dirige a mí.
—Mare Barrow, usted ha sido convocada a Summerton.
La mano buena de Gisa se cierra alrededor de la mía, como si pudiera contenerme.
—¿Q-qué? —me las arreglo para tartamudear.
—Ha sido convocada para Summerton —repite ella, y hace señas hacia la puerta—. La escoltaremos. Por favor proceda.
Convocada. Por un Rojo. Nunca en mi vida había escuchado tal cosa. Así que, ¿por qué yo? ¿Qué he hecho para merecer esto?
Pensándolo mejor, soy una criminal y probablemente soy considerada una terrorista debido a mi asociación con Farley. Mi cuerpo hormiguea con nervios, cada musculo tenso y preparado. Tendré que correr, a pesar que los oficiales bloquean la puerta. Será un milagro si logro llegar hasta una ventana.
—Cálmate, todo está aclarado después de ayer. —Ríe, confundiendo mi miedo—. El Salón y el mercado están bien controlados ahora. Por favor proceda. —Para mi sorpresa, sonríe, aun cuando los oficiales de Seguridad aprietan sus armas. Asienta un escalofrío en mi sangre.
Rechazar a la Seguridad, rechazar una convocación real, significaría la muerte, y no solo para mí.
—Está bien —farfullo, desenredando mi mano de la de Gisa. Se mueve para aferrarse a mí, pero nuestra madre la hala hacia atrás—. ¿Te veré más tarde?
La pregunta cuelga en el aire, y siento la mano tibia de papá rozar mi brazo. Está despidiéndose. Los ojos de mamá nadan con lágrimas no derramadas, y Gisa está tratando de no parpadear, para recordar cada último segundo. Ni siquiera tengo algo que pueda dejarle. Pero antes de que pueda retrasarme o permitirme llorar, un oficial me toma del brazo y me aleja.
Las palabras se escapan de mis labios, a pesar de que salen apenas como algo más que un susurro.
—Te amo.
Y entonces la puerta se cierra detrás de mí, dejándome fuera de mi hogar y mi vida.
Me apresuran a través del pueblo, por el camino hacia la plaza del mercado. Pasamos por la casa destartalada de Kilorn. Normalmente ya estaría despierto, a mitad de camino hacia el río para empezar el día temprano cuando aún está fresco, pero esos días se han ido. Ahora apuesto a que duerme la mitad del día, disfrutando las pocas comodidades que puede antes del servicio militar obligatorio. Parte de mí quiere gritarle una despedida, pero no lo hago. Irá a buscarme más tarde, y Gisa le dirá todo. Con una risa silenciosa recuerdo que Farley me estará esperando hoy, con una fortuna como pago. Estará decepcionada.
En la plaza, un brillante transporte negro espera por nosotros. Cuatro ruedas, ventanas de vidrio, redondeado hasta el suelo, parece una bestia lista para ingerirme. Otro oficial está sentado en los controles y enciende el motor cuando nos acercamos, arrojando humo negro en el aire de la madrugada. Soy obligada a entrar en la parte trasera sin una palabra, y el sirviente apenas se desliza al lado antes de que el transporte despegue, corriendo por el camino a una velocidad que nunca he imaginado siquiera. Esta será mi primera, y última, vez montada en uno.
Quiero hablar, preguntar qué está sucediendo. Cómo van a castigarme por mis crímenes, pero sé que mis palabras caerán en oídos sordos. Así que contemplo por la ventana, observando el pueblo desaparecer a medida que entramos en el bosque, por el familiar camino norteño. No está tan poblado como ayer, y oficiales de Seguridad esparcen el camino. El Salón está controlado, el sirviente había dicho. Supongo que esto es a lo que se refería.
La pared de cristal de diamante brilla, reflejando el sol mientras sube desde los bosques. Quiero entrecerrar los ojos, pero me mantengo quieta. Debo mantener mis ojos abiertos aquí.
La puerta es empujada por uniformes negros, todos oficiales de Seguridad chequeando y revisando a los viajeros a medida que entran. Cuando nos detenemos, la sirvienta mujer me saca del transporte, pasando la línea y a través de la puerta. Nadie protesta, o siquiera se molesta en chequear por identificaciones. Ella debe ser conocida aquí.
Una vez que estamos adentro, me mira.
—Soy Ann, por cierto, pero mayormente nos llamamos por los apellidos. Dime Walsh.
Walsh. Me suena familiar. Junto con su cabello descolorido y piel bronceada, solo puede significar una cosa.
—¿Tú eres de…?
—Los Pilares, igual que tú. Conocí a tu hermano Tramy, y lamento que conociera a Bree. Un verdadero rompecorazones, ése. ―Bree tenía una reputación alrededor del pueblo antes de que se fuera. Me dijo una vez que no le temía al servicio militar obligatorio tanto como los demás porque la docena de mujeres sedientas de sangre que estaba dejando atrás eran mucho más peligrosas—. Sin embargo, no te conozco a ti. Pero sin duda lo haré.
No puedo evitar resoplar.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Quiero decir que vas a estar trabajando largas horas aquí. No sé quién te contrató o qué te dijeron acerca del trabajo, pero empieza a desgastarte. No es solo cambiar las sábanas y limpiar platos. Tienes que ver sin mirar, escuchar sin oír. Somos objetos allá arriba, estatuas vivientes para servir. —Suspira levemente y se voltea, abriendo una puerta construida justo en un lado de la compuerta—. Especialmente ahora, con este negocio de la Guardia Escarlata. Nunca es un buen momento para ser un Rojo, pero esto es muy malo.
Da un paso a través de la puerta, aparentemente en la pared sólida. Me toma un momento darme cuenta que está bajando por un tramo de escaleras, desapareciendo en la penumbra.
—¿El trabajo? —presiono—. ¿Qué trabajo? ¿Qué es esto?
Da una vuelta en las escaleras, prácticamente rodando los ojos.
—Has sido convocada para llenar un puesto —dice como si fuera la cosa más obvia en el mundo.
Trabajar. Un empleo. Casi me caigo de pensarlo.
Cal. Quizás hasta esté trabajando con él. Mi corazón salta ante la perspectiva, sabiendo qué significa esto. No moriré, ni siquiera voy a luchar. Trabajaré y viviré. Y más tarde, cuando encuentre a Cal, puedo convencerlo de que haga lo mismo por Kilorn.
—¡Sígueme, no tengo tiempo para sostener tu mano!
Temblando detrás de ella, desciendo a un túnel sorprendentemente oscuro. Pequeñas luces brillan en las paredes, por lo que apenas es posible ver. Tuberías pasan sobre la cabeza, zumbando con el agua corriendo y la electricidad.
—¿A dónde vamos? —Finalmente respiro.
Casi puedo oír la consternación de Walsh a medida que se voltea, confundida.
—Al Salón del Sol, por supuesto.
Por un segundo, creo que puedo sentir mi corazón detenerse.
—¿Q-qué? ¿El palacio, el palacio de verdad?
Golpea suavemente la insignia en su uniforme. La corona hace un guiño en la luz baja.
—Sirves al rey ahora.
Tienen un uniforme listo para mí, pero apenas lo noto. Estoy demasiado deslumbrada por lo que me rodea, la piedra bronceada y el piso de mosaico reluciente de este pasillo olvidado en la casa de un rey. Otros sirvientes se apresuran pasando en un desfile de uniformes rojos. Examino sus rostros, buscando a Cal, queriendo agradecerle, pero nunca aparece.
Walsh se queda a mi lado, susurrando consejos.
—No digas nada. No escuches nada. No hables con nadie, porque ellos no te hablarán.
Apenas puedo mantener las palabras; los últimos dos días han sido una ruina en mi corazón y alma. Creo que la vida simplemente ha decidido abrir compuertas, tratando de ahogarme en un remolino de giros y vueltas.
—Viniste en un día ocupado, tal vez el peor que veremos jamás.
—Vi los barcos y los dirigibles Plateados que han estado yendo río arriba por semanas —digo—. Más de lo habitual, aun para esta época del año.
Walsh me apresura, empujando una bandeja de tazas brillantes en mis manos. Seguramente estas cosas pueden comprar mi libertad y la de Kilorn, pero el Salón está resguardado en cada puerta y ventana. Nunca podría deslizarme de tantos oficiales, aun con todas mis habilidades.
—¿Qué está sucediendo hoy? —pregunto tontamente. Un mechón de mi cabello oscuro cae en mis ojos, y antes de que pueda intentar apartarlo con un soplido, Walsh empuja el cabello hacia atrás y lo amarra con un minúsculo pasador, sus movimientos rápidos y precisos—. ¿Es esa una pregunta estúpida?
—No, tampoco sabía al respecto, no hasta que comenzamos a prepararnos. Después de todo, no han tenido una en veinte años, desde que la reina Elara fue seleccionada. —Habla tan rápido que sus palabras casi se entremezclan—. Hoy es La Prueba de la Reina. Las hijas de las Casas Altas, las grandes familias Plateadas, han venido todas a ofrecerse al príncipe. Hay un gran festín esta noche, pero ahora están en el Jardín Espiral, preparándose para presentarse, esperando ser elegidas. Una de esas chicas podrá ser la próxima reina, y están abofeteándose las unas a las otras como tontas por la oportunidad.
Una imagen de un montón de pavos reales destella en mi mente.
—Así que, qué, ¿ellas dan una vuelta, dicen unas pocas palabras, baten sus pestañas?
Pero Walsh resopla, negando.
—Difícilmente. —Entonces sus ojos brillan—. Tú tienes el deber de servir, así que podrás verlo por ti misma.
Las puertas se ciernen por delante, hechas de madera tallada y vidrio que fluye. Un sirviente las abre, permitiendo que se muevan a través de ellas a la línea de uniformes rojos. Y luego es mi turno.
—¿Vienes? —Puedo escuchar la desesperación en mi voz, casi rogándole a Walsh que se quede conmigo. Pero retrocede, dejándome sola. Antes de que pueda retrasar la línea o de otra manera arruinar la asamblea organizada de sirvientes, me obligo a moverme hacia adelante y hacia a la luz del sol de lo que llamó el Jardín Espiral.
En primera instancia creo que estoy en el medio de otra arena como la que está de vuelta en casa. El espacio se curva hacia abajo en un bol inmenso, pero en lugar de bancos de piedra, mesas y sillas de felpa llenan la espiral de terrazas. Plantas y fuentes atraviesan los escalones, dividiendo las terrazas en cajas. Se unen en la parte inferior, decorando un círculo herboso anillado con estatuas de piedras. Delante de mí está un área en forma de caja llena de seda roja y negra. Cuatro asientos, cada uno hecho de hierro implacable, se ven en el suelo.
¿Qué demonios es este lugar?
Mi trabajo pasa en un borrón, siguiendo las órdenes de los otros Rojos. Soy una servidora de cocina, debo limpiar, asistir a los cocineros, y actualmente, preparar la arena para el evento por venir. Porqué los miembros de la realeza necesitan una arena, no estoy segura. En casa son usadas solo para hitos, para ver a Plateados contra Plateados, ¿pero qué podría significar aquí? Esto es un palacio. Sangre nunca manchará estos pisos. Aun así la no-arena me llena con una sensación terrible de presentimiento. La sensación de picazón regresa, latiendo bajo mi piel en olas. Para el momento que finalizo y vuelvo a la entrada de los sirvientes, La Prueba de la Reina está a punto de empezar.
Los otros sirvientes se van retirando, moviéndose a una plataforma elevada rodeada por puras cortinas. Me apresuro detrás de ellos y tropiezo en la línea, justo cuando otro juego de puertas se abre, directamente entre la caja de los miembros de la realeza y la entrada de los sirvientes.
Está iniciando.
Mi mente retrocede al Gran Jardín, a las hermosas, crueles criaturas que se llaman humanos. Todas ostentosas y vanas, con miradas duras y peores temperamentos. Estos Plateados, las Casas Altas, como los llama Walsh, no serán diferentes. Quizás hasta sean peores.
Entran como una multitud, como una bandada de colores que se dividen alrededor del Jardín Espiral con fría gracia. Las diferentes familias, o casas, son fáciles de distinguir; todos usan los mismos colores que el resto. Purpura, verde, negro, amarillo, un arcoíris de sombras moviéndose hacia la caja de su familia. Rápidamente pierdo la cuenta de todos ellos. ¿Cuántas casas hay? Más y más se unen a la multitud, algunos deteniéndose para hablar, otros abrazando con brazos tiesos. Esto es una fiesta para ellos, me doy cuenta. Es más probable que tengan poca esperanza en poner adelante una reina y esto son solo unas vacaciones.
Pero unos pocos no parecen de humor para celebrar. Una familia de cabello plateado en seda negra se sienta en silencio enfocado a la derecha de la caja del rey. El patriarca de la casa tiene una barba puntiaguda y ojos negros. Más abajo, una casa de azul marino y blanco murmuran juntos. Para mi sorpresa, reconozco a uno de ellos. Samson Merandus, el murmullo que vi en la arena hace unos días. A diferencia de los otros, contempla oscuramente el piso, su atención en otro lugar. Tomo nota para evitar encontrarme con él o sus habilidades mortales.
Extrañamente, sin embargo, no veo ninguna chica en edad para casarse con un príncipe. Tal vez se están preparando en otro lugar, ansiosamente esperando su oportunidad para ganar una corona.
Ocasionalmente, alguien presiona un botón cuadrado de metal en su mesa para encender una luz, indicando que requieren un sirviente. Quién esté más cerca de la puerta los atiende, y el resto de nosotros nos movemos a lo largo, esperando nuestro turno de servir. Por supuesto, en el segundo que me muevo al lado de la puerta, el miserable patriarca de ojos negros golpea el botón de su mesa.
Gracias a los cielos por mis pies, los cuales nunca me han fallado. Casi salto a través de la multitud, bailando entre cuerpos errantes mientras que mi corazón golpea dentro de mi pecho. En lugar de robarles a estas personas, se supone que les sirva. La Mare Barrow de la semana pasada no sabría si reírse o llorar por esta versión de sí misma. Pero ella fue una chica tonta, y ahora paga el precio.
—¿Lord? —digo, enfrentando al patriarca que había pedido servicio. En mi cabeza, me maldigo. No digas nada es la primera regla, y ya la había roto.
Pero no parece notarlo y simplemente sostiene una copa de agua vacía, una mirada aburrida en su rostro.
—Están jugando con nosotros, Ptolemus —le refunfuña a un joven hombre musculoso a su lado. Asumo que es suficientemente desafortunado para ser llamado Ptolemus.
—Una demostración de poder, padre —responde Ptolemus, bebiendo enteramente su propia copa. La extiende hacia mí, y la tomo sin dudar—. Nos hacen esperar porque pueden.
Ellos son los miembros de la realeza quienes todavía tienen que hacer acto de presencia. Pero al oír a estos Plateados discutir al respecto de ellos, así, con tanto desdén, es desconcertante. Nosotros los Rojos insultamos al rey y a los nobles si podemos conseguir salirnos con la nuestra, pero creo que esa es nuestra prerrogativa. Estas personas nunca han sufrido un día en su vida. ¿Qué problemas podrían tener unos con otros?
Quiero quedarme y escuchar, pero hasta yo sé que va contra las reglas. Me doy la vuelta, subiendo un tramo de escaleras fuera de la caja de ellos. Hay un lavabo escondido detrás de unas flores de colores brillantes, probablemente, así que no tengo que ir todo el camino de vuelta en torno a la no-arena para rellenar sus bebidas. Fue entonces cuando un metálico, tono agudo, reverbera a través del espacio, al igual que el que está en el comienzo del Primer Viernes de Hitos. Se emite un sonido un par de veces, la pronunciación de una melodía orgullosa, anunciando lo que debe ser la entrada del rey. A su alrededor, las Casas Altas se ponen de pie, de mala gana o no. Me doy cuenta de que Ptolemus le murmura algo a su padre otra vez.
Desde mi punto de vista, escondida detrás de las flores, estoy al mismo nivel con la caja del rey y ligeramente detrás de él. Mare Barrow, a pocos metros del rey. ¿Qué pensaría mi familia o Kilorn de ese asunto? Este hombre nos manda a morir, y de buena gana me he convertido en su siervo. Me enferma.
Él entra rápidamente, hombros fijados y rectos. Incluso desde atrás, parece mucho más gordo de lo que parece en las monedas y las emisiones, pero también más alto. Su uniforme es de color negro y rojo, con un corte militar, aunque dudo que alguna vez haya pasado un solo día en las trincheras en las cuales los Rojos mueren. Insignias y medallas brillan en su pecho, un testimonio de las cosas que nunca ha hecho. Incluso lleva una espada dorada a pesar de los muchos guardias alrededor de él. La corona en la cabeza es familiar, hecho de oro rojo trenzado y hierro negro, cada punto de un estallido de llamas curvándose. Parece quemar su cabello negro como la tinta salpicada de gris. Qué apropiado, porque el rey es un quemador, como lo fue su padre, y su padre antes que él, y así sucesivamente. Destructivos, potentes controladores de calor y fuego. Una vez, nuestros reyes solían quemar a los disidentes con nada más que un toque en llamas. Este rey quizá no queme Rojos ya, pero todavía nos mata con la guerra y la ruina. Su nombre es uno que he conocido desde que era una niña sentada en el aula, todavía con ganas de aprender, como si eso pudiera llevarme alguna parte. Tiberias Calore Sexto, rey de Norta, Llama del Norte. Un bocado si alguna vez hubo uno. Escupiría en su nombre si pudiera.
La reina lo sigue, asintiendo a la multitud. Mientras que la ropa del rey es oscura y de corte severo, su atuendo azul marino y blanco es espacioso y luminoso. Se inclina solo a la casa de Samson, y me doy cuenta que está usando los mismos colores que ellos. Debe ser su pariente, a juzgar por el parecido familiar. El mismo cabello rubio cenizo, ojos azules y sonrisa en punta, haciéndola ver como un felino depredador salvaje.
Tan intimidante como los miembros de la realeza parecen, no son nada comparados con los guardias que les siguen. Aunque soy una Roja nacida en el barro, sé quiénes son. Todo el mundo sabe lo que un Centinela parece, porque nadie quiere conocerlos. Ellos flanquean el rey en cada emisión, en cada discurso o decreto. Como siempre, sus uniformes parecen llama, vacilante entre el rojo y el naranja, y sus ojos brillan detrás de las máscaras negras temibles. Cada uno lleva un rifle negro con punta de una bayoneta de plata brillante que podría cortar el hueso. Sus habilidades son aún más aterradoras que sus apariencias, guerreros élite de diferentes casas Plateadas, entrenados desde la infancia, que han jurado al rey y su familia durante toda su vida. Son suficientes para hacerme temblar. Pero las Casas Altas no tienen miedo en absoluto.
En algún lugar profundo en las cajas, los gritos se inician.
—¡Muerte a la Guardia Escarlata! —grita alguien, y otros se unen rápidamente. Un escalofrío me atraviesa como recuerdo de los acontecimientos de ayer, ahora tan lejos. Cuán rápido este grupo se podía poner en contra...
El rey parece agitado, palideciendo al ruido. No está acostumbrado a los arrebatos como este y casi gruñe a los gritos.
—¡La Guardia Escarlata, y todos nuestros enemigos, están siendo tratados! —retumba Tiberias, y su voz resuena entre la multitud. Se les hace callar como el chasquido de un látigo—. Pero eso no es por lo que estamos aquí para hacer frente. Hoy honramos la tradición, y ningún diablo Rojo va impedir eso. Ahora es el rito de La Prueba de la Reina, para traer adelante a la hija más talentosa para casarse con el hijo más noble. En esto encontramos la fuerza, para unir a las Casas Altas, y el poder, para asegurar la regla Plateada hasta el final de los días, para derrotar a nuestros enemigos, en las fronteras, y dentro de ellas.
—Fuerza —ruge la multitud. Es aterrador—. Poder.
—El tiempo ha llegado de nuevo para defender este ideal, y mis dos hijos honran nuestra costumbre más solemne. —Agita una mano, y dos figuras dan un paso adelante, flanqueando a su padre. No puedo ver sus rostros, pero ambos son del mismo alto y de cabello negro, como el rey. También usan uniformes militares—. El príncipe Maven, de la Casa Calore y Merandus, hijo de mi esposa real, la reina Elara.
El segundo príncipe, más pálido y más ligero que el otro, levanta una mano en señal de saludo severo. Se gira a la izquierda y a la derecha, y echo un vistazo a su rostro. A pesar de que tiene una seria mirada real para él, no puede tener más de diecisiete años. De rasgos afilados y de ojos azules, podría congelar el fuego con su sonrisa, que desprecia este espectáculo. Estoy de acuerdo con él.
—Y el príncipe heredero de la Casa Calore y Jacos, hijo de mi difunta esposa, la reina Coriane, heredero del reino de Norta y la Corona Quemante, Tiberias Séptimo.
Estoy demasiado ocupada riéndome del absurdo total del nombre al notar al joven saludando y sonriendo. Finalmente levanto mis ojos, solo para decir que estaba tan cerca del futuro rey. Pero me da mucho más de lo que esperaba.
Las copas de cristal en mis manos caen, aterrizando sin causar daños en el fregadero de agua.
Conozco esa sonrisa, y conozco esos ojos. Quemaron los míos tan solo anoche. Él me consiguió este trabajo; me salvó de la conscripción. Era uno de nosotros. ¿Cómo puede ser esto?
Y entonces se vuelve totalmente, saludando a su alrededor. No hay duda de ello.
El príncipe heredero es Cal.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Tanta información en tan pocos capítulos!!
Me encantó Cal!!! Pero me dejó con duda de porque la ayudó? Y más siendo hijo del rey, debería tener más arraigadas esas costumbres de supremacía de su reino
Y que sorpresa enterarme que el hermano de Mare es del grupo del atentado
Gracias por los capítulos!
Ya estoy ansiosa para leer cuando amare enfrente a Cal de nuevo
Me encantó Cal!!! Pero me dejó con duda de porque la ayudó? Y más siendo hijo del rey, debería tener más arraigadas esas costumbres de supremacía de su reino
Y que sorpresa enterarme que el hermano de Mare es del grupo del atentado
Gracias por los capítulos!
Ya estoy ansiosa para leer cuando amare enfrente a Cal de nuevo
IsCris- Mensajes : 1339
Fecha de inscripción : 25/10/2017
Edad : 26
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Cierto, cada vez descubrimos más cosas, por qué Cal quiso ayudarla
yiniva- Mensajes : 4916
Fecha de inscripción : 26/04/2017
Edad : 33
Página 1 de 4. • 1, 2, 3, 4
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