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Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
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Book Queen :: Biblioteca :: Lecturas
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Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Gracias... Me da como nervios ese beso de Cal porque de por medio hay muchas traiciones
Tatine- Mensajes : 1561
Fecha de inscripción : 03/01/2016
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Pues el duelo sería difícil para Mare aún no sabe manejar bien sus poderes, estoy como tu Is, no se en quién confiar, Julian me agrada pero no se, y Cal se está acercando mucho, gracias
yiniva- Mensajes : 4916
Fecha de inscripción : 26/04/2017
Edad : 33
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Estoy como ustedes chicas... aun así creo que Cal es mucho mas sincero que Maven, pero a la vez siento que ambos esconden cosas que puede que cambie todo lo que pensamos...
Mare para mi gusta esta tomando muchas decisiones por el arrebato de la perdida de su hermano, aunque creo que su posición de victima como que molesta un poco... comprendo la rabia que tiene que su pueblo sea en centro de todo mal, pero ahora ella tiene el poder de cambiar muchas cosas y aun no se da cuenta, esta creyendo mas en el poder de la lucha que inicio Farley
Mare para mi gusta esta tomando muchas decisiones por el arrebato de la perdida de su hermano, aunque creo que su posición de victima como que molesta un poco... comprendo la rabia que tiene que su pueblo sea en centro de todo mal, pero ahora ella tiene el poder de cambiar muchas cosas y aun no se da cuenta, esta creyendo mas en el poder de la lucha que inicio Farley
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Tibisay Carrasco- Mensajes : 358
Fecha de inscripción : 05/01/2020
Edad : 61
Localización : Broward Florida
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Capitulo 19
Toma horas pintarme y pulirme para que sea la chica que se supone que tengo que ser, pero parecen solo unos pocos minutos. Cuando la sirvienta me pone delante del espejo, en silencio preguntando por mi aprobación, solo puedo asentir a la chica que me devuelve la mirada desde el cristal. Se ve bonita y aterrorizada por lo que se viene, envuelta en relucientes cadenas de seda. Tengo que esconderla, a la chica asustada; tengo que sonreír, bailar y parecer una de ellos. Con gran esfuerzo, aparto mi miedo. El miedo terminará matándome.
Maven me espera al final del pasillo, como una sombra en su uniforme negro. El negro carbón hace que sus ojos resalten, azul vibrante contra su piel blanca pálida. No parece asustado para nada, pero por otro lado, es un príncipe. Él es un Plateado. No se inmutará.
Extiende un brazo hacia mí, y me alegro de tomarlo. Espero que me haga sentir segura o fuerte, o ambas cosas, pero su toque me recuerda al de Cal y nuestra traición. La noche anterior me viene a la mente con mucha intensidad, hasta que cada respiración destaca en mi cabeza. Por una vez, Maven no nota mi incomodidad. Está pensando en cosas más importantes.
—Te ves maravillosa —dice tranquilamente, asintiendo hacia mi vestido.
No estoy de acuerdo con él. Es algo absurdo y excesivo, una complicación de joyas moradas que destellan cuando me giro, me hacen parecer un bicho brillante. Aun así, se supone que tengo que ser una dama esta noche, una futura princesa, así que asiento y sonrío con gratitud. No puedo evitar recordar que mis labios, ahora sonriendo para Maven, fueron besados por su hermano anoche.
—Solo quiero que esto termine.
—No terminará esta noche, Mare. Esto no terminará en mucho tiempo. Lo sabes, ¿no? —Habla como alguien mucho más viejo, mucho más sabio, no como un chico de diecisiete años. Cuando dudo, realmente sin saber cómo sentirme, su mandíbula se tensa—. ¿Mare? —me empuja, y puedo oír el temblor en su voz.
—¿Tienes miedo, Maven? —Mis palabras son débiles, un susurro—. Yo sí.
Sus ojos se endurecen, cambiando a azul acero.
—Tengo miedo de fallar. Tengo miedo de dejar pasar esta oportunidad. Y tengo miedo de lo que ocurrirá si nada en este mundo cambia. —Se vuelve caliente bajo mi tacto, conducido por una determinación interna—. Eso me asusta más que morir.
Es difícil no dejarse llevar por sus palabras, y asiento junto a él. ¿Cómo puedo retroceder? No me inmutaré.
—Levántate —murmura, tan bajo que apenas puedo oírle. Rojo como el amanecer.
Su agarre se aprieta en mí cuando llegamos al pasillo delante de los ascensores. Una tropa de Centinelas protegen al rey y a la reina, ambos esperándonos. Cal y Evangeline no están a la vista, y espero que estén lejos. Cuanto menos tenga que verles juntos, más feliz seré.
La reina Elara lleva una brillante monstruosidad de rojo, negro, blanco, y azul, exponiendo los colores de su casa y los de su marido. Fuerza una sonrisa, mirando justo a través de mí hacia su hijo.
—Aquí vamos —dice Maven, dejando ir mi mano para ponerse junto a su madre. Mi piel se siente extrañamente fría sin él.
—Así que ¿cuánto tiempo tengo que estar aquí? —Fuerza un gemido en su voz, jugando bien su parte. Cuanto más pueda mantenerla distraída, mejores serán nuestras oportunidades. Un vistazo en la cabeza equivocada y todo se desintegrará. Y de paso todos conseguiremos que nos maten.
—Maven, no puedes ir y venir como plazcas. Tienes deberes, y te quedarás tanto tiempo como te sea requerido. —Dándole excesiva atención, le ajusta el cuello, sus medallas, sus mangas, y por un segundo, me pilla con la guardia baja. Esta es una mujer que invadió mis pensamientos, que me alejó de mi vida, a quien odio, y aun así hay algo bueno. Ama a su hijo. Y a pesar de todos sus defectos, Maven la ama.
El rey Tiberias, por otro lado, no parece molestarse por Maven en absoluto. Apenas mira en su dirección.
—El chico solo está cansado. No hay suficiente excitación en su día, no como en el frente —dice, recorriendo una mano sobre su recortada barba—. Necesitas una causa. Mavey.
Durante un breve momento, la molesta máscara de Maven cae. ¡Ya tengo una! gritan sus ojos, pero mantiene la boca cerrada.
—Cal tiene a su legión, sabe lo que está haciendo, lo que quiere. Tú necesitas averiguar lo que vas a hacer contigo mismo, ¿eh?
—Sí, padre —dice Maven. Aunque intenta esconderlo, una sombra cruza su rostro.
Conozco esa mirada muy bien. Solía tenerla yo misma, cuando mis padres me insinuaban ser más como Gisa, incluso si eso fuese imposible. Me iba a dormir odiándome, deseando poder cambiar, deseando poder ser tranquila, talentosa y bonita como ella. No hay nada que duela más que ese sentimiento. Pero el rey no nota el dolor de Maven, justo como mis padres nunca notaron el mío.
—Creo que ayudarme a encajar aquí es causa suficiente para Maven —digo, esperando apartar el ojo de desaprobación del rey. Cuando Tiberias se gira hacia mí, Maven suspira y me dispara una sonrisa agradecida.
—Y qué trabajo ha hecho —replica el rey, mirándome. Sé que está recordando a la pobre chica Roja que se negó a inclinarse ante él—. Por lo que he oído, ahora estás cerca de ser una dama apropiada.
Pero la sonrisa que fuerza no alcanza sus ojos, y no me pierdo la sospecha en ellos. Quiso matarme en la habitación del trono, para proteger su corona y el equilibrio de su país, y no creo que esa necesidad decaiga nunca. Soy una amenaza, pero también una inversión. Me usará cuando quiera y me matará cuando deba.
—He tenido buena ayuda, mi rey. —Hago una reverencia, pretendiendo estar halagada, incluso aunque no me importe lo que piensa. Su opinión no vale ni el óxido en la silla de ruedas de mi padre.
—¿Estamos listos ya? —dice la voz de Cal, interrumpiendo mis pensamientos.
Mi cuerpo reacciona, dando la vuelta para verle entrar en el pasillo. Mi estómago da un vuelvo, pero no con excitación o nervios o alguna de las cosas absurdas de las que hablan las chicas. Me siento enferma conmigo misma, con lo que dejé que ocurriera —con lo que quería que ocurriera. Aunque él intenta sostenerme la mirada, aparto los ojos, hacia Evangeline colgada de su brazo. Lleva metal otra vez, y se las arregla para sonreír sin mover los labios.
—Sus Majestades —murmura, haciendo una enloquecedora y perfecta reverencia.
Tiberias la sonríe, a la prometida de su hijo, antes poner su mano en el hombro de Cal.
—Solo esperándote, hijo. —Muestra una risa de satisfacción.
Cuando están de pie uno cerca del otro, el parecido familiar es indiscutible: mismo pelo, mismos ojos rojo-dorados, incluso la misma postura. Maven observa, con sus ojos azules suaves y pensativos, mientras su madre mantiene su agarre en su brazo. Con Evangeline a un lado y su padre al otro, Cal no puede hacer mucho más que encontrar mis ojos. Asiente ligeramente, y sé que es el único saludo que merezco.
A pesar de las decoraciones, el salón de baile parece el mismo que hacía más de un mes, cuando la reina me empujó por primera vez a este extraño mundo, cuando mi nombre e identidad fueron oficialmente eliminados. Ellos me golpearon aquí, y ahora es mi turno para devolver el golpe.
Esta noche se derramará sangre.
Pero no puedo pensar en eso ahora. Tengo que seguir las órdenes, hablar con los cientos de miembros de la corte alineada para intercambiar palabras con la realeza y una presumible Roja mentirosa. Mis ojos revolotean por la fila, buscando a los marcados, los objetivos de Maven dados a la Guardia, las chispas para encender un fuego. Reynald, el coronel, Belicos, y Ptolemus. El hermano de cabello plateado y ojos oscuros de Evangeline.
Él es uno de los primeros en saludarnos, de pie justo detrás de su severo padre, quien se apresura junto a su hija. Cuando Ptolemus se acerca a mí, lucho contra el impulso de vomitar. Nunca he hecho algo tan difícil como mirar a los ojos de un hombre condenado a muerte.
—Mi enhorabuena —dice, su voz dura como una roca. La mano que extiende es igual de firme. No lleva el uniforme militar sino un traje de metal negro que encaja en suaves y brillantes escalas. Es un guerrero pero no un soldado. Como su padre antes que él, Ptolemus dirige la guardia de la ciudad Archeon, protegiendo la capital con su propio ejército de oficiales. La cabeza de la serpiente, le llamó Maven. Córtala y el resto morirá. Sus ojos militaristas están en su hermana, incluso mientras sujeta mi mano. Me deja ir apresuradamente, pasando rápidamente a Maven y Cal antes de abrazar a Evangeline en una rara exposición de afecto. Me sorprende que sus estúpidos atuendos no se queden pegados.
Si todo va como lo planeado, nunca abrazará a su hermana otra vez. Evangeline habrá perdido a un hermano, justo como yo. Aunque conozco el dolor de primera mano, no puedo hacerme sentir pena por ella. Especialmente no con la manera en que se sujeta a Cal. Parecen completamente opuestos, él en su simple uniforme mientras ella brilla como una estrella con un vestido de espinas afiladas. Quiero matarla, quiero ser ella. Pero no hay nada que pueda hacer sobre eso. Evangeline y Cal no son mi problema esta noche.
Cuando Ptolemus desaparece y más gente pasa con sonrisas frías y afiladas palabras, se hace más fácil olvidarme. La casa Iral nos saluda a continuación, liderada por los ágiles y lánguidos movimientos de Ara, la Pantera. Para mi sorpresa, se inclina ante mí, sonriendo cuando lo hace. Pero hay algo extraño en ello, algo que me dice que sabe más de lo que deja ver. Pasa sin una palabra, ahorrándome otra interrogación.
Sonya sigue a su abuela, del brazo de otro objetivo: Reynald Iral, su primo. Maven me dijo que es el consejero financiero, un genio que mantiene al ejército financiado con impuestos y programas de comercio. Si muere, también lo harán el dinero, y la guerra. Estoy dispuesta a intercambiar un recolector de impuestos por eso. Cuando toma mi mano, no puedo evitar notar que sus ojos están congelados y sus manos son suaves. Esas manos nunca tocarán las mías otra vez.
No es tan fácil despedir al Coronel Macanthos cuando se acerca. La cicatriz en su rostro resalta afilada, especialmente esta noche cuando todos parecen tan refinados. A ella podría no importarle la Guardia, pero tampoco creyó a la reina. No estaba lista para tragar las mentiras con las que nos estaban alimentando con cuchara al resto.
Su agarre es fuerte cuando estrecha mi mano; por una vez alguien no tiene miedo de romperme como si fuera de cristal.
—Mucha felicidad para ti, lady Mareena. Puedo ver que este encaja contigo. —Mueve su cabeza hacia Maven—. No como la elegante Samos —añade en un susurro juguetón—. Ella será una reina triste, y tú una princesa feliz, recuerda mis palabras.
—Recordadas. —Suspiro. Me las arreglo para sonreír, aunque la vida de la coronel pronto vaya a terminar. No importa cuántas palabras amables diga, sus minutos están contados.
Cuando se mueve hacia Maven, estrechándole la mano e invitándole a inspeccionar las tropas con ella en una semana o así, noto que él está bastante afectado. Después de que se haya ido, su mano cae a la mía, dándome un apretón consolador. Sé que él se arrepiente de nombrarla, pero como Reynald, como Ptolemus, su muerte servirá para un propósito. Su vida lo valdrá todo, al final.
El siguiente objetivo llega desde mucho más lejos en la fila, de una casa inferior. Belicos Lerolan tiene una sonrisa alegre, cabello castaño, y ropas del color del anochecer haciendo juego con los colores de su casa. A diferencia de los otros a los que he saludado esta noche, parece cálido y amable. La sonrisa detrás de sus ojos es tan real como su sacudida de manos.
—Un placer, lady Mareena. —Inclina su cabeza en saludo, educado por defecto—. Espero con ansias muchos años a su servicio.
Le sonrío, pretendiendo que habrá muchos años por venir, pero la fachada se hace más difícil de mantener cuando los segundos se hacen eternos. Cuando aparece su esposa, guiando a un par de gemelos, quiero gritar. Apenas cuatro años y aullando como cachorros, trepan alrededor de las piernas de su padre. Él sonríe suavemente, una sonrisa privada solo para ellos.
Un diplomático, le llamó Maven, un embajador para nuestros aliados en Piedmont, lejos al sur. Sin él, nuestros vínculos con ese país y su ejército terminarían, forzando a Norta a seguir sola contra nuestro amanecer Rojo. Él es otro sacrificio que debemos hacer, otro nombre que tirar. Y es padre. Es padre y vamos a matarle.
—Gracias, Belicos —dice Maven, levantando su mano para estrecharla, intentando apartar a Lerolan antes de que me rompa.
Intento hablar, pero solo puedo pensar en el padre al que estoy a punto de apartar de semejantes niños. En la parte de atrás de mi mente, recuerdo a Kilorn llorando después de la muerte de su padre. Era demasiado joven.
—¿Nos perdonarían un minuto, por favor? —La voz de Maven suena lejos cuando habla—. Mareena aún se está acostumbrando a la excitación de la corte.
Antes de que pueda volver a mirar al condenado padre, Maven me aleja apresuradamente. Unas pocas personas nos miran boquiabiertas, y puedo sentir los ojos de Cal siguiéndonos. Casi tropiezo, pero Maven me mantiene derecha mientras me empuja hacia el balcón. Normalmente el aire fresco me animaría, pero dudo que algo pueda ayudar ahora.
—Niños —La palabra sale de mí—. Es padre.
Maven me suelta, y caigo contra la barandilla del balcón, pero no se aleja. A la luz de la luna sus ojos parecen de hielo, brillando y mirándome. Pone una mano a cada lado de mis hombros, atrapándome dentro, forzándome a escuchar.
—Reynald es padre, también. El coronel tienes hijos propios. Ptolemus ahora está comprometido con la chica Haven. Todos tienen gente; todos tienen a alguien quien les llorará. —Fuerza a salir a las palabras; está tan desgarrado como yo—. No podemos escoger y elegir cómo para ayudar a la causa, Mare. Debemos hacer lo que podamos, sea cual sea el coste.
—No puedo hacerles esto.
—¿Crees que quiero hacer esto? —Suspira, su rostro a centímetro del mío—. Les conozco a todos, y me duele traicionarles, pero se debe hacer. Piensa en lo que comprarán sus vidas, lo que sus muertes lograrán. ¿Cuánta de tu gente puede ser salvada? ¡Creía que comprenderías esto!
Se detiene, cerrando sus ojos apretadamente durante un momento. Cuando se recompone, levanta una mano a mi rostro, trazando la línea de mi mejilla con dedos temblorosos.
—Lo siento, solo... —Su voz flaquea—. Podrías no ser capaz de ver a dónde nos lleva esta noche, pero yo sí puedo. Y sé que esto cambiará las cosas.
—Te creo —susurro, levantando la mano para sujetar la suya—. Solo desearía que no fuera de esta manera.
Sobre su hombro, de vuelta en el salón de baile, la línea de recepción se reduce. Las sacudidas de manos y los cumplidos están terminando. La noche ha comenzado realmente.
—Pero tiene que serlo, Mare. Te lo prometo, esto es lo que debemos hacer.
Tanto como duele, tanto como mi corazón se retuerce y sangra, asiento.
—Vale.
—¿Están bien los dos aquí fuera?
Durante un segundo, la voz de Cal suena extraña y alta, pero se aclara la garganta cuando se asoma al balcón. Sus ojos se detienen en mi rostro.
—¿Estás lista para esto, Mare?
Maven responde por mí.
—Está lista.
Juntos, nos alejamos de la barandilla, la noche y el último trozo de tranquilidad que podríamos tener. Cuando pasamos a través del arco, siento el toque de un fantasma en mi brazo: Cal. Bajo la mirada para verle aún mirando, con los dedos estirados. Sus ojos están más oscuros que nunca, hirviendo con alguna emoción que no puedo situar. Pero antes de que pueda hablar, Evangeline aparece a su lado. Cuando él la toma por la mano, tengo que apartar mis ojos.
Maven nos guía hacia el punto sin gente en el centro del salón de baile.
—Esta es la parte difícil —dice, intentando tranquilizarme.
Funciona un poco, y los temblores que me recorren menguan.
Bailamos primero, los dos príncipes y sus novias, delante de todos. Otra exposición de fuerza y poder, mostrando a las dos chicas que ganaron delante de todas las familias que perdieron. Justo ahora es lo último que quiero hacer, pero es por la causa. Cuando la música eléctrica que odio resuena, me doy cuenta de que al menos es un baile que reconozco.
Maven parece sorprendido cuando mis pies se mueven con el ritmo.
—¿Has estado practicando?
Con tu hermano.
—Un poco.
—Estás llena de sorpresas —Se ríe, encontrando la voluntad para sonreír.
A nuestro lado, Cal hace girar a Evangeline. Parecen un rey y una reina, majestuosos, fríos y maravillosos. Cuando los ojos de Cal se encuentran con los míos en el momento exacto en que sus manos se cierran alrededor de los dedos de ella, siento miles de cosas a la vez, ninguna de ellas es agradable. Pero en lugar de regodearme, me muevo más cerca de Maven. Él me mira, con los ojos azules abiertos de par en par, mientras la música nos posee. A unos pocos metros, Cal da sus pasos, guiando a Evangeline en el mismo baile que me enseñó. Ella es mucho mejor en esto, toda gracia y belleza afilada. Otra vez me siento como cayendo.
Giramos a través del suelo al compás de la música, rodeados por fríos testigos. Reconozco los rostros ahora. Conozco las casas, los colores, las habilidades, las historias. A quién temer, a quién compadecer. Ellos nos observan con ojos hambrientos, y sé por qué. Creen que somos el futuro, Cal, Maven, Evangeline e incluso yo. Creen que están viendo a un rey y a una reina, a un príncipe y a una princesa. Pero ese es un futuro que intento que no ocurra.
En mi mundo perfecto, Maven no tendrá que esconder su corazón y yo no tendré que esconder quien soy realmente. Cal no tendrá ninguna corona que llevar, ningún trono que proteger. Esas personas no tendrán más paredes detrás de las cuales esconderse.
El amanecer está llegando para todos vosotros.
Bailamos a través de dos canciones más, y otras parejas se nos unen en la pista. El giro de colores bloquea cualquier mirada de Cal y Evangeline, hasta que se siente como si Maven y yo girásemos solos. Durante un momento, el rostro de Cal flota delante de mí, reemplazando el de su hermano, y creo que estoy de vuelta en la habitación llena de la luz de la luna.
Pero Maven no es Cal, sin importar quiere que lo sea. Él no es un soldado, no será rey, pero es más valiente. Y está de acuerdo en hacer lo que es correcto.
—Gracias, Maven —susurro, apenas audible sobre la horrible música.
Él no tiene que preguntarme sobre lo que estoy hablando.
—No tienes que darme las gracias. —Su voz es extrañamente profunda, casi rompiéndose cuando sus ojos se oscurecen—. Por nada.
Esto es lo más cerca que he estado de él, mi nariz a centímetros de su cuello. Puedo sentir su corazón latiendo bajo mis manos, martilleando al mismo tiempo que el mío. Maven es el hijo de su madre, dijo Julian una vez No podía estar más equivocado.
Maven nos dirige hacia el borde de la pista de baile, ahora repleto con lores y damas girando. Nadie notará que nos alejamos.
—¿Refrescos? —murmura un sirviente, levantando una bandeja de bebida dorada gaseosa. Comienzo a despedirle antes de reconocer sus ojos verde botella.
Tengo que morderme la lengua para evitar gritar su nombre en alto. Kilorn.
Extrañamente, el uniforme rojo le sienta bien y por una vez se las ha arreglado para limpiar el polvo de su rostro. Parece el pescador que sabía que se ha ido completamente.
—Esta cosa pica —gruñe él bajo su respiración. Quizás no completamente.
—Bueno, no lo llevarás puesto mucho tiempo —dice Maven—. ¿Está todo en su lugar?
Kilorn asiente, sus ojos se precipitan a través de la multitud.
—Están listos escaleras arriba.
Sobre nosotros, los Centinelas abarrotan un descansillo cruzado, alineando las paredes. Pero sobre ellos, en las ventanas esculpidas de las alcobas y pequeños balcones cerca del techo, las sombras no son Centinelas en absoluto.
—Solo tengo que dar la señal. —Levanta la bandeja y el inocente vaso de oro.
Maven se endereza a mi lado, su hombro contra el mío como apoyo.
—¿Mare?
Ahora es mi turno.
—Estoy lista —murmuro, recordando el plan que Maven me susurró hace unas pocas noches. Temblando, dejo que el familiar zumbido de electricidad fluya a través de mí, hasta que puedo sentir cada luz y cámara ardiendo en de mi cabeza. Levanto el vaso, y bebo profundamente.
Kilorn es rápido volver a tomar el vaso.
—Un minuto —Su voz suena demasiado definitiva.
Desaparece con un pase de su bandeja, moviéndose a través de la multitud hasta que no puedo verle ya. Corre, rezo, esperando que sea lo bastante rápido. Maven se va también, dejándome para llevar a cabo su propia tarea al lado de su madre.
Me dirijo al centro de la multitud incluso mientras la sensación de la electricidad amenaza con abrumarme. Pero no puedo soltarlo aún. No hasta que ellos empiecen. Treinta segundos.
El rey Tiberias se cierne delante de mí, riendo con su hijo favorito. Parecer estar en su tercer vaso de vino, y sus mejillas están ruborizadas en plateado, mientras Cal bebe delicadamente agua. En algún lugar a mi izquierda, oigo la risa cortante de Evangeline, probablemente con su hermano. Alrededor de la habitación, cuatro personas respiran por.
Cuento los latidos en esos últimos segundos, marcando cada momento. Cal me mira a través de la multitud, sonriendo con esa sonrisa que adoro, y comienza a venir hacia mí. Pero nunca me alcanzará, no antes de que la acción esté hecha. El mundo se ralentiza hasta que todo lo que siento es la sorprendente fuerza en las paredes. Como en Entrenamiento, como con Julian, estoy aprendiendo a controlarlo.
Cuatro disparos suenan, emparejados con cuatro brillantes destellos de las pistolas desde lo alto.
A continuación comienzan los gritos.
Maven me espera al final del pasillo, como una sombra en su uniforme negro. El negro carbón hace que sus ojos resalten, azul vibrante contra su piel blanca pálida. No parece asustado para nada, pero por otro lado, es un príncipe. Él es un Plateado. No se inmutará.
Extiende un brazo hacia mí, y me alegro de tomarlo. Espero que me haga sentir segura o fuerte, o ambas cosas, pero su toque me recuerda al de Cal y nuestra traición. La noche anterior me viene a la mente con mucha intensidad, hasta que cada respiración destaca en mi cabeza. Por una vez, Maven no nota mi incomodidad. Está pensando en cosas más importantes.
—Te ves maravillosa —dice tranquilamente, asintiendo hacia mi vestido.
No estoy de acuerdo con él. Es algo absurdo y excesivo, una complicación de joyas moradas que destellan cuando me giro, me hacen parecer un bicho brillante. Aun así, se supone que tengo que ser una dama esta noche, una futura princesa, así que asiento y sonrío con gratitud. No puedo evitar recordar que mis labios, ahora sonriendo para Maven, fueron besados por su hermano anoche.
—Solo quiero que esto termine.
—No terminará esta noche, Mare. Esto no terminará en mucho tiempo. Lo sabes, ¿no? —Habla como alguien mucho más viejo, mucho más sabio, no como un chico de diecisiete años. Cuando dudo, realmente sin saber cómo sentirme, su mandíbula se tensa—. ¿Mare? —me empuja, y puedo oír el temblor en su voz.
—¿Tienes miedo, Maven? —Mis palabras son débiles, un susurro—. Yo sí.
Sus ojos se endurecen, cambiando a azul acero.
—Tengo miedo de fallar. Tengo miedo de dejar pasar esta oportunidad. Y tengo miedo de lo que ocurrirá si nada en este mundo cambia. —Se vuelve caliente bajo mi tacto, conducido por una determinación interna—. Eso me asusta más que morir.
Es difícil no dejarse llevar por sus palabras, y asiento junto a él. ¿Cómo puedo retroceder? No me inmutaré.
—Levántate —murmura, tan bajo que apenas puedo oírle. Rojo como el amanecer.
Su agarre se aprieta en mí cuando llegamos al pasillo delante de los ascensores. Una tropa de Centinelas protegen al rey y a la reina, ambos esperándonos. Cal y Evangeline no están a la vista, y espero que estén lejos. Cuanto menos tenga que verles juntos, más feliz seré.
La reina Elara lleva una brillante monstruosidad de rojo, negro, blanco, y azul, exponiendo los colores de su casa y los de su marido. Fuerza una sonrisa, mirando justo a través de mí hacia su hijo.
—Aquí vamos —dice Maven, dejando ir mi mano para ponerse junto a su madre. Mi piel se siente extrañamente fría sin él.
—Así que ¿cuánto tiempo tengo que estar aquí? —Fuerza un gemido en su voz, jugando bien su parte. Cuanto más pueda mantenerla distraída, mejores serán nuestras oportunidades. Un vistazo en la cabeza equivocada y todo se desintegrará. Y de paso todos conseguiremos que nos maten.
—Maven, no puedes ir y venir como plazcas. Tienes deberes, y te quedarás tanto tiempo como te sea requerido. —Dándole excesiva atención, le ajusta el cuello, sus medallas, sus mangas, y por un segundo, me pilla con la guardia baja. Esta es una mujer que invadió mis pensamientos, que me alejó de mi vida, a quien odio, y aun así hay algo bueno. Ama a su hijo. Y a pesar de todos sus defectos, Maven la ama.
El rey Tiberias, por otro lado, no parece molestarse por Maven en absoluto. Apenas mira en su dirección.
—El chico solo está cansado. No hay suficiente excitación en su día, no como en el frente —dice, recorriendo una mano sobre su recortada barba—. Necesitas una causa. Mavey.
Durante un breve momento, la molesta máscara de Maven cae. ¡Ya tengo una! gritan sus ojos, pero mantiene la boca cerrada.
—Cal tiene a su legión, sabe lo que está haciendo, lo que quiere. Tú necesitas averiguar lo que vas a hacer contigo mismo, ¿eh?
—Sí, padre —dice Maven. Aunque intenta esconderlo, una sombra cruza su rostro.
Conozco esa mirada muy bien. Solía tenerla yo misma, cuando mis padres me insinuaban ser más como Gisa, incluso si eso fuese imposible. Me iba a dormir odiándome, deseando poder cambiar, deseando poder ser tranquila, talentosa y bonita como ella. No hay nada que duela más que ese sentimiento. Pero el rey no nota el dolor de Maven, justo como mis padres nunca notaron el mío.
—Creo que ayudarme a encajar aquí es causa suficiente para Maven —digo, esperando apartar el ojo de desaprobación del rey. Cuando Tiberias se gira hacia mí, Maven suspira y me dispara una sonrisa agradecida.
—Y qué trabajo ha hecho —replica el rey, mirándome. Sé que está recordando a la pobre chica Roja que se negó a inclinarse ante él—. Por lo que he oído, ahora estás cerca de ser una dama apropiada.
Pero la sonrisa que fuerza no alcanza sus ojos, y no me pierdo la sospecha en ellos. Quiso matarme en la habitación del trono, para proteger su corona y el equilibrio de su país, y no creo que esa necesidad decaiga nunca. Soy una amenaza, pero también una inversión. Me usará cuando quiera y me matará cuando deba.
—He tenido buena ayuda, mi rey. —Hago una reverencia, pretendiendo estar halagada, incluso aunque no me importe lo que piensa. Su opinión no vale ni el óxido en la silla de ruedas de mi padre.
—¿Estamos listos ya? —dice la voz de Cal, interrumpiendo mis pensamientos.
Mi cuerpo reacciona, dando la vuelta para verle entrar en el pasillo. Mi estómago da un vuelvo, pero no con excitación o nervios o alguna de las cosas absurdas de las que hablan las chicas. Me siento enferma conmigo misma, con lo que dejé que ocurriera —con lo que quería que ocurriera. Aunque él intenta sostenerme la mirada, aparto los ojos, hacia Evangeline colgada de su brazo. Lleva metal otra vez, y se las arregla para sonreír sin mover los labios.
—Sus Majestades —murmura, haciendo una enloquecedora y perfecta reverencia.
Tiberias la sonríe, a la prometida de su hijo, antes poner su mano en el hombro de Cal.
—Solo esperándote, hijo. —Muestra una risa de satisfacción.
Cuando están de pie uno cerca del otro, el parecido familiar es indiscutible: mismo pelo, mismos ojos rojo-dorados, incluso la misma postura. Maven observa, con sus ojos azules suaves y pensativos, mientras su madre mantiene su agarre en su brazo. Con Evangeline a un lado y su padre al otro, Cal no puede hacer mucho más que encontrar mis ojos. Asiente ligeramente, y sé que es el único saludo que merezco.
A pesar de las decoraciones, el salón de baile parece el mismo que hacía más de un mes, cuando la reina me empujó por primera vez a este extraño mundo, cuando mi nombre e identidad fueron oficialmente eliminados. Ellos me golpearon aquí, y ahora es mi turno para devolver el golpe.
Esta noche se derramará sangre.
Pero no puedo pensar en eso ahora. Tengo que seguir las órdenes, hablar con los cientos de miembros de la corte alineada para intercambiar palabras con la realeza y una presumible Roja mentirosa. Mis ojos revolotean por la fila, buscando a los marcados, los objetivos de Maven dados a la Guardia, las chispas para encender un fuego. Reynald, el coronel, Belicos, y Ptolemus. El hermano de cabello plateado y ojos oscuros de Evangeline.
Él es uno de los primeros en saludarnos, de pie justo detrás de su severo padre, quien se apresura junto a su hija. Cuando Ptolemus se acerca a mí, lucho contra el impulso de vomitar. Nunca he hecho algo tan difícil como mirar a los ojos de un hombre condenado a muerte.
—Mi enhorabuena —dice, su voz dura como una roca. La mano que extiende es igual de firme. No lleva el uniforme militar sino un traje de metal negro que encaja en suaves y brillantes escalas. Es un guerrero pero no un soldado. Como su padre antes que él, Ptolemus dirige la guardia de la ciudad Archeon, protegiendo la capital con su propio ejército de oficiales. La cabeza de la serpiente, le llamó Maven. Córtala y el resto morirá. Sus ojos militaristas están en su hermana, incluso mientras sujeta mi mano. Me deja ir apresuradamente, pasando rápidamente a Maven y Cal antes de abrazar a Evangeline en una rara exposición de afecto. Me sorprende que sus estúpidos atuendos no se queden pegados.
Si todo va como lo planeado, nunca abrazará a su hermana otra vez. Evangeline habrá perdido a un hermano, justo como yo. Aunque conozco el dolor de primera mano, no puedo hacerme sentir pena por ella. Especialmente no con la manera en que se sujeta a Cal. Parecen completamente opuestos, él en su simple uniforme mientras ella brilla como una estrella con un vestido de espinas afiladas. Quiero matarla, quiero ser ella. Pero no hay nada que pueda hacer sobre eso. Evangeline y Cal no son mi problema esta noche.
Cuando Ptolemus desaparece y más gente pasa con sonrisas frías y afiladas palabras, se hace más fácil olvidarme. La casa Iral nos saluda a continuación, liderada por los ágiles y lánguidos movimientos de Ara, la Pantera. Para mi sorpresa, se inclina ante mí, sonriendo cuando lo hace. Pero hay algo extraño en ello, algo que me dice que sabe más de lo que deja ver. Pasa sin una palabra, ahorrándome otra interrogación.
Sonya sigue a su abuela, del brazo de otro objetivo: Reynald Iral, su primo. Maven me dijo que es el consejero financiero, un genio que mantiene al ejército financiado con impuestos y programas de comercio. Si muere, también lo harán el dinero, y la guerra. Estoy dispuesta a intercambiar un recolector de impuestos por eso. Cuando toma mi mano, no puedo evitar notar que sus ojos están congelados y sus manos son suaves. Esas manos nunca tocarán las mías otra vez.
No es tan fácil despedir al Coronel Macanthos cuando se acerca. La cicatriz en su rostro resalta afilada, especialmente esta noche cuando todos parecen tan refinados. A ella podría no importarle la Guardia, pero tampoco creyó a la reina. No estaba lista para tragar las mentiras con las que nos estaban alimentando con cuchara al resto.
Su agarre es fuerte cuando estrecha mi mano; por una vez alguien no tiene miedo de romperme como si fuera de cristal.
—Mucha felicidad para ti, lady Mareena. Puedo ver que este encaja contigo. —Mueve su cabeza hacia Maven—. No como la elegante Samos —añade en un susurro juguetón—. Ella será una reina triste, y tú una princesa feliz, recuerda mis palabras.
—Recordadas. —Suspiro. Me las arreglo para sonreír, aunque la vida de la coronel pronto vaya a terminar. No importa cuántas palabras amables diga, sus minutos están contados.
Cuando se mueve hacia Maven, estrechándole la mano e invitándole a inspeccionar las tropas con ella en una semana o así, noto que él está bastante afectado. Después de que se haya ido, su mano cae a la mía, dándome un apretón consolador. Sé que él se arrepiente de nombrarla, pero como Reynald, como Ptolemus, su muerte servirá para un propósito. Su vida lo valdrá todo, al final.
El siguiente objetivo llega desde mucho más lejos en la fila, de una casa inferior. Belicos Lerolan tiene una sonrisa alegre, cabello castaño, y ropas del color del anochecer haciendo juego con los colores de su casa. A diferencia de los otros a los que he saludado esta noche, parece cálido y amable. La sonrisa detrás de sus ojos es tan real como su sacudida de manos.
—Un placer, lady Mareena. —Inclina su cabeza en saludo, educado por defecto—. Espero con ansias muchos años a su servicio.
Le sonrío, pretendiendo que habrá muchos años por venir, pero la fachada se hace más difícil de mantener cuando los segundos se hacen eternos. Cuando aparece su esposa, guiando a un par de gemelos, quiero gritar. Apenas cuatro años y aullando como cachorros, trepan alrededor de las piernas de su padre. Él sonríe suavemente, una sonrisa privada solo para ellos.
Un diplomático, le llamó Maven, un embajador para nuestros aliados en Piedmont, lejos al sur. Sin él, nuestros vínculos con ese país y su ejército terminarían, forzando a Norta a seguir sola contra nuestro amanecer Rojo. Él es otro sacrificio que debemos hacer, otro nombre que tirar. Y es padre. Es padre y vamos a matarle.
—Gracias, Belicos —dice Maven, levantando su mano para estrecharla, intentando apartar a Lerolan antes de que me rompa.
Intento hablar, pero solo puedo pensar en el padre al que estoy a punto de apartar de semejantes niños. En la parte de atrás de mi mente, recuerdo a Kilorn llorando después de la muerte de su padre. Era demasiado joven.
—¿Nos perdonarían un minuto, por favor? —La voz de Maven suena lejos cuando habla—. Mareena aún se está acostumbrando a la excitación de la corte.
Antes de que pueda volver a mirar al condenado padre, Maven me aleja apresuradamente. Unas pocas personas nos miran boquiabiertas, y puedo sentir los ojos de Cal siguiéndonos. Casi tropiezo, pero Maven me mantiene derecha mientras me empuja hacia el balcón. Normalmente el aire fresco me animaría, pero dudo que algo pueda ayudar ahora.
—Niños —La palabra sale de mí—. Es padre.
Maven me suelta, y caigo contra la barandilla del balcón, pero no se aleja. A la luz de la luna sus ojos parecen de hielo, brillando y mirándome. Pone una mano a cada lado de mis hombros, atrapándome dentro, forzándome a escuchar.
—Reynald es padre, también. El coronel tienes hijos propios. Ptolemus ahora está comprometido con la chica Haven. Todos tienen gente; todos tienen a alguien quien les llorará. —Fuerza a salir a las palabras; está tan desgarrado como yo—. No podemos escoger y elegir cómo para ayudar a la causa, Mare. Debemos hacer lo que podamos, sea cual sea el coste.
—No puedo hacerles esto.
—¿Crees que quiero hacer esto? —Suspira, su rostro a centímetro del mío—. Les conozco a todos, y me duele traicionarles, pero se debe hacer. Piensa en lo que comprarán sus vidas, lo que sus muertes lograrán. ¿Cuánta de tu gente puede ser salvada? ¡Creía que comprenderías esto!
Se detiene, cerrando sus ojos apretadamente durante un momento. Cuando se recompone, levanta una mano a mi rostro, trazando la línea de mi mejilla con dedos temblorosos.
—Lo siento, solo... —Su voz flaquea—. Podrías no ser capaz de ver a dónde nos lleva esta noche, pero yo sí puedo. Y sé que esto cambiará las cosas.
—Te creo —susurro, levantando la mano para sujetar la suya—. Solo desearía que no fuera de esta manera.
Sobre su hombro, de vuelta en el salón de baile, la línea de recepción se reduce. Las sacudidas de manos y los cumplidos están terminando. La noche ha comenzado realmente.
—Pero tiene que serlo, Mare. Te lo prometo, esto es lo que debemos hacer.
Tanto como duele, tanto como mi corazón se retuerce y sangra, asiento.
—Vale.
—¿Están bien los dos aquí fuera?
Durante un segundo, la voz de Cal suena extraña y alta, pero se aclara la garganta cuando se asoma al balcón. Sus ojos se detienen en mi rostro.
—¿Estás lista para esto, Mare?
Maven responde por mí.
—Está lista.
Juntos, nos alejamos de la barandilla, la noche y el último trozo de tranquilidad que podríamos tener. Cuando pasamos a través del arco, siento el toque de un fantasma en mi brazo: Cal. Bajo la mirada para verle aún mirando, con los dedos estirados. Sus ojos están más oscuros que nunca, hirviendo con alguna emoción que no puedo situar. Pero antes de que pueda hablar, Evangeline aparece a su lado. Cuando él la toma por la mano, tengo que apartar mis ojos.
Maven nos guía hacia el punto sin gente en el centro del salón de baile.
—Esta es la parte difícil —dice, intentando tranquilizarme.
Funciona un poco, y los temblores que me recorren menguan.
Bailamos primero, los dos príncipes y sus novias, delante de todos. Otra exposición de fuerza y poder, mostrando a las dos chicas que ganaron delante de todas las familias que perdieron. Justo ahora es lo último que quiero hacer, pero es por la causa. Cuando la música eléctrica que odio resuena, me doy cuenta de que al menos es un baile que reconozco.
Maven parece sorprendido cuando mis pies se mueven con el ritmo.
—¿Has estado practicando?
Con tu hermano.
—Un poco.
—Estás llena de sorpresas —Se ríe, encontrando la voluntad para sonreír.
A nuestro lado, Cal hace girar a Evangeline. Parecen un rey y una reina, majestuosos, fríos y maravillosos. Cuando los ojos de Cal se encuentran con los míos en el momento exacto en que sus manos se cierran alrededor de los dedos de ella, siento miles de cosas a la vez, ninguna de ellas es agradable. Pero en lugar de regodearme, me muevo más cerca de Maven. Él me mira, con los ojos azules abiertos de par en par, mientras la música nos posee. A unos pocos metros, Cal da sus pasos, guiando a Evangeline en el mismo baile que me enseñó. Ella es mucho mejor en esto, toda gracia y belleza afilada. Otra vez me siento como cayendo.
Giramos a través del suelo al compás de la música, rodeados por fríos testigos. Reconozco los rostros ahora. Conozco las casas, los colores, las habilidades, las historias. A quién temer, a quién compadecer. Ellos nos observan con ojos hambrientos, y sé por qué. Creen que somos el futuro, Cal, Maven, Evangeline e incluso yo. Creen que están viendo a un rey y a una reina, a un príncipe y a una princesa. Pero ese es un futuro que intento que no ocurra.
En mi mundo perfecto, Maven no tendrá que esconder su corazón y yo no tendré que esconder quien soy realmente. Cal no tendrá ninguna corona que llevar, ningún trono que proteger. Esas personas no tendrán más paredes detrás de las cuales esconderse.
El amanecer está llegando para todos vosotros.
Bailamos a través de dos canciones más, y otras parejas se nos unen en la pista. El giro de colores bloquea cualquier mirada de Cal y Evangeline, hasta que se siente como si Maven y yo girásemos solos. Durante un momento, el rostro de Cal flota delante de mí, reemplazando el de su hermano, y creo que estoy de vuelta en la habitación llena de la luz de la luna.
Pero Maven no es Cal, sin importar quiere que lo sea. Él no es un soldado, no será rey, pero es más valiente. Y está de acuerdo en hacer lo que es correcto.
—Gracias, Maven —susurro, apenas audible sobre la horrible música.
Él no tiene que preguntarme sobre lo que estoy hablando.
—No tienes que darme las gracias. —Su voz es extrañamente profunda, casi rompiéndose cuando sus ojos se oscurecen—. Por nada.
Esto es lo más cerca que he estado de él, mi nariz a centímetros de su cuello. Puedo sentir su corazón latiendo bajo mis manos, martilleando al mismo tiempo que el mío. Maven es el hijo de su madre, dijo Julian una vez No podía estar más equivocado.
Maven nos dirige hacia el borde de la pista de baile, ahora repleto con lores y damas girando. Nadie notará que nos alejamos.
—¿Refrescos? —murmura un sirviente, levantando una bandeja de bebida dorada gaseosa. Comienzo a despedirle antes de reconocer sus ojos verde botella.
Tengo que morderme la lengua para evitar gritar su nombre en alto. Kilorn.
Extrañamente, el uniforme rojo le sienta bien y por una vez se las ha arreglado para limpiar el polvo de su rostro. Parece el pescador que sabía que se ha ido completamente.
—Esta cosa pica —gruñe él bajo su respiración. Quizás no completamente.
—Bueno, no lo llevarás puesto mucho tiempo —dice Maven—. ¿Está todo en su lugar?
Kilorn asiente, sus ojos se precipitan a través de la multitud.
—Están listos escaleras arriba.
Sobre nosotros, los Centinelas abarrotan un descansillo cruzado, alineando las paredes. Pero sobre ellos, en las ventanas esculpidas de las alcobas y pequeños balcones cerca del techo, las sombras no son Centinelas en absoluto.
—Solo tengo que dar la señal. —Levanta la bandeja y el inocente vaso de oro.
Maven se endereza a mi lado, su hombro contra el mío como apoyo.
—¿Mare?
Ahora es mi turno.
—Estoy lista —murmuro, recordando el plan que Maven me susurró hace unas pocas noches. Temblando, dejo que el familiar zumbido de electricidad fluya a través de mí, hasta que puedo sentir cada luz y cámara ardiendo en de mi cabeza. Levanto el vaso, y bebo profundamente.
Kilorn es rápido volver a tomar el vaso.
—Un minuto —Su voz suena demasiado definitiva.
Desaparece con un pase de su bandeja, moviéndose a través de la multitud hasta que no puedo verle ya. Corre, rezo, esperando que sea lo bastante rápido. Maven se va también, dejándome para llevar a cabo su propia tarea al lado de su madre.
Me dirijo al centro de la multitud incluso mientras la sensación de la electricidad amenaza con abrumarme. Pero no puedo soltarlo aún. No hasta que ellos empiecen. Treinta segundos.
El rey Tiberias se cierne delante de mí, riendo con su hijo favorito. Parecer estar en su tercer vaso de vino, y sus mejillas están ruborizadas en plateado, mientras Cal bebe delicadamente agua. En algún lugar a mi izquierda, oigo la risa cortante de Evangeline, probablemente con su hermano. Alrededor de la habitación, cuatro personas respiran por.
Cuento los latidos en esos últimos segundos, marcando cada momento. Cal me mira a través de la multitud, sonriendo con esa sonrisa que adoro, y comienza a venir hacia mí. Pero nunca me alcanzará, no antes de que la acción esté hecha. El mundo se ralentiza hasta que todo lo que siento es la sorprendente fuerza en las paredes. Como en Entrenamiento, como con Julian, estoy aprendiendo a controlarlo.
Cuatro disparos suenan, emparejados con cuatro brillantes destellos de las pistolas desde lo alto.
A continuación comienzan los gritos.
berny_girl- Mensajes : 2842
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Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Capitulo 20
Grito con ellos, y las luces destellan, luego parpadean, luego fallan.
Un minuto de oscuridad. Eso es lo que tengo que darles. Los chillidos, los gritos, los pisotones casi rompen mi concentración, pero me obligo a concentrarme. Las luces parpadean horriblemente, luego mueren, haciendo casi imposible moverse. Haciendo posible para mis amigos escabullirse.
—¡En las alcobas! —ruge una voz, gritando sobre el caos—. ¡Están corriendo! —Más voces se unen al llamado, aunque ninguno es familiar. Pero en esta locura, todo el mundo suena diferente—. ¡Encuéntrenlos! ¡Deténganlos! ¡Mátenlos!
Los Centinelas en el rellano tienen sus armas apuntadas mientras más se unen, apenas sombras mientras les dan caza. Walsh está con ellos, me recuerdo. Si Walsh y otros sirvientes pudieron meter a escondidas a Farley y Kilorn antes, pueden colarse para salir de nuevo. Pueden esconderse. Pueden escapar. Estarán bien.
Mi oscuridad los salvará.
Una llamarada de fuego entra en erupción desde la multitud, se encrespa por el aire como una serpiente en llamas. Ruge por encima, iluminando el oscuro salón de baile. Unas sombras parpadeantes pintan las paredes y los rostros mirando hacia arriba, transforman el salón de baile en una pesadilla de la luz roja y pólvora. Sonya grita cerca, inclinada sobre el cuerpo de Reynald. Ara, la ágil anciana lucha por separarla del cadáver, tirando de ella, lejos del caos. Los ojos de Reynald miran vidriosos hacia el techo, reflejando la luz roja.
Todavía resisto, cada músculo dentro de mí duro y tenso.
En algún lugar cerca del fuego, reconozco a los guardias del rey sacándolo apresuradamente de la habitación. Él trata de luchar contra ellos, vociferando y gritando para quedarse, pero por una vez no siguen sus órdenes. Elara es empujada de cerca por Maven mientras corren del peligro. Muchos más los siguen, ansiosos de ser libres de este lugar.
Oficiales de Seguridad corren contra la corriente, inundando la habitación con gritos y ruido de pasos. Los lores y damas se presionan contra mí en un intento de escapar, pero solo puedo quedarme en el lugar, resistiendo lo mejor que puedo. Nadie trata de alejarme; nadie me nota en absoluto. Tienen miedo. A pesar de su fuerza, todo su poder, aún conocen el significado del miedo. Y algunas balas son todo lo que toma traer el terror en ellos.
Una mujer llorando choca contra mí, golpeándome. Aterrizo cara a cara con un cadáver, mirando fijamente la cicatriz del Coronel Macanthos. La sangre Plateada corre por su rostro, desde su frente al suelo. El agujero de bala es extraño, rodeado de carne grisácea y pétrea. Ella era una Pieldepiedra. Estuvo con vida el tiempo suficiente para tratar de detenerlo, de protegerse. Pero la bala no pudo ser detenida. Aun así ha muerto.
Me empujo hacia atrás de la mujer asesinada, pero mis manos se deslizan a través de una mezcla de sangre plateada y vino. Un grito se me escapa en una combinación terrible de frustración y pena. La sangre se aferra a mis manos, como sabiendo lo que he hecho. Es pegajosa y fría y está por todas partes, tratando de ahogarme.
—¡MARE!
Unos brazos fuertes me tiran por el suelo, arrastrándome lejos de la mujer que he dejado morir.
—Mare, por favor… —la voz suplica, pero no sé por qué.
Con un rugido de frustración, pierdo la batalla. Las luces vuelven, revelando una zona de guerra de seda y muerte. Cuando trato de ponerme en mis pies, para asegurarme de que el trabajo está realmente hecho, una mano me empuja hacia abajo.
Digo las palabras que debo, jugando mi parte en todo esto.
—Lo siento, las luces, no puedo… —Encima, las luces parpadean de nuevo.
Cal apenas me escucha y se pone de rodillas a mi lado.
—¿Dónde estás herida? —ruge, comprobándome como sé que ha sido entrenado. Sus dedos tocan mis brazos y piernas, en busca de una herida, por la fuente de tanta sangre.
Mi voz suena extraña. Suave. Rota.
—Estoy bien. —Él no me oye de nuevo—. Cal, estoy bien.
Su rostro se inunda de alivio, y por un segundo creo que va a besarme de nuevo. Pero sus sentidos vuelven más rápido que los míos.
—¿Estás segura?
Con cautela, levanto una manga manchada de plata.
—¿Cómo puede ser mía?
Mi sangre no es de este color. Lo sabes.
Él asiente.
—Por supuesto —susurra—. Yo solo… te he visto en el suelo y he pensado... —Sus palabras se desvanecen, sustituidas por una terrible tristeza en sus ojos. Pero se desaparece rápidamente, cambiando a determinación—. ¡Lucas! ¡Sácala de aquí!
Mi guardia personal se abre paso a través de la lucha, el arma en su mano. A pesar de que se ve igual en sus botas y uniforme, este no es el Lucas que conozco. Sus ojos negros, ojos de Samos, son oscuros como la noche.
—La llevaré con los otros —gruñe, izándome.
Aunque sé mejor que nadie que el peligro se ha ido, no puedo evitar intentar alcanzar a Cal.
—¿Qué hay de ti?
Se encoge de hombros fuera de mi alcance con una facilidad sorprendente.
—No voy a huir.
Y entonces se da la vuelta, con los hombros cuadrados a un grupo de Centinelas. Da un paso sobre los cadáveres, con la cabeza inclinada hacia el techo. Un centinela le tira un arma de fuego, y la atrapa con destreza, poniendo un dedo en el gatillo. Su otra mano arde a la vida, crepitando con una llama oscura y mortal. Destacando contra los centinelas y los cuerpos en el suelo, parece completamente otra persona.
—Vamos a cazar —gruñe, y se va escaleras arriba. Centinelas y Seguridad lo siguen, como una nube de humo rojo y negro detrás de su llama. Dejan un salón salpicado de sangre, nublado de polvo y gritos.
En el centro de todo se encuentra Belicos Lerolan, perforado no por una bala, sino por una lanza plateada. Disparado con una lanza, como las que se usan para pescar. Una faja escarlata andrajosa cae del asta, apenas agitándose en el torbellino. Hay un símbolo estampado en ella, el sol roto.
A continuación, el salón de baile desaparece, tragado por las oscuras paredes de un pasadizo de servicio. El suelo retumba bajo nuestros pies y Lucas me lanza a la pared, escudándome. Un sonido como un trueno retumba y el techo se sacude, dejando caer trozos de piedra sobre nosotros. La puerta detrás de nosotros explota hacia el interior, destruida por las llamas. Más allá, el salón de baile esta oscuro con humo. Una explosión.
—Cal… —Trato de zafarme de Lucas, de correr de vuelta por dónde hemos venido, pero me echa hacia atrás—. ¡Lucas, tenemos que ayudarlo!
—Confía en mí, una bomba no molestará al príncipe —gruñe, moviéndome hacia adelante.
—¿Una bomba? —Eso no era parte del plan—. ¿Eso ha sido una bomba?
Lucas se arrastra detrás de mí, claramente temblando de ira.
—Has visto ese maldito pañuelo rojo. Esta es la Guardia Escarlata y eso —Señala de nuevo a al salón de baile, todavía oscuro y ardiendo—. Eso es quienes son.
—Esto no tiene sentido —murmuro para mí, tratando de recordar todos los aspectos del plan. Maven nunca me habló de una bomba. Nunca. Y Kilorn no me dejaría hacer esto, no si sabía que iba a estar en peligro. Ellos no me harían esto.
Lucas enfunda su arma, su voz un gruñido.
—Los asesinos no tienen que tener sentido.
Mi respiración se queda atrapada en mi garganta. ¿Cuántos se han quedado ahí atrás? ¿Cuántos niños, cuántas muertes innecesarias?
Lucas toma mi silencio por shock, pero se equivoca. Lo que siento ahora es ira.
Cualquiera puede traicionar a cualquiera.
Lucas me lleva bajo tierra, a través de no menos de tres puertas, cada una de treinta centímetros de espesor y hechas de acero. No tienen cerraduras, pero las abre con un movimiento de su mano. Esto me recuerda a cuando le conocí, cuando hizo un gesto, separando los barrotes de mi celda.
Escucho a los demás antes de verlos, sus voces hacen eco en las paredes de metal mientras hablan. El rey brama, sus palabras envían escalofríos a través de mí. Su presencia parece llenar el búnker mientras pasea de un lado para otro, con la capa ondeando detrás de él.
—Quiero que sean encontrados. ¡Los quiero delante de mí con una espada en la espalda, y quiero que canten como los pájaros cobardes que son! —Se dirige a un Centinela, pero la mujer enmascarada ni siquiera se inmuta—. ¡Quiero saber lo que está pasando!
Elara está sentada en una silla, con una mano sobre su corazón, la otra agarrando fuertemente a Maven.
Él se sobresalta al verme.
—¿Estás bien? —dice, tirando de mí en un abrazo rápido.
—Solo conmocionada —me las arreglo para decir, tratando de comunicar tanto como me sea posible. Pero con Elara tan cerca, apenas puedo permitirme pensar, y mucho menos hablar—. Ha habido una explosión después de los disparos. Una bomba.
Maven frunce el ceño, confundido, pero rápidamente lo enmascara con rabia.
—Bastardos.
—Salvajes —sisea el rey Tiberias con los dientes apretados—. Y ¿qué pasa con mi hijo?
Mi mirada se desvía hacia Maven, antes de darme cuenta de que el rey no se refiere a Maven en absoluto. Maven lo toma con calma. Está acostumbrado a ser pasado por alto.
—Cal ha ido tras los tiradores. Se ha llevado un grupo de Centinelas con él. —El recuerdo de él, oscuro y enfadado como una llama, me asusta—. Y luego el salón de baile ha explotado. No sé cuántos estaban aún… aún ahí dentro.
—¿Había algo más, querida? —Viniendo de Elara, la expresión de cariño se siente como una descarga eléctrica. Luce más pálida que nunca, y su respiración sale en jadeos superficiales. Tiene miedo—. ¿Cualquier cosa que recuerdes?
—Había un estandarte, unido a una lanza. La Guardia Escarlata ha hecho esto.
—¿Lo han hecho? —dice, levantando solo una ceja. Lucho contra el impulso de retroceder, de huir de ella y sus susurros. En cualquier momento espero sentirla deslizarse en mi mente, para sacarme la verdad.
Pero en cambio, Elara aparta la mirada y se vuelve hacia el rey.
—¿Ves lo que has hecho? —Sus labios se curvan sobre sus dientes. A la luz, parecen colmillos brillantes.
—¿Yo? Tú llamaste a la Guardia pequeña y débil, le mentiste a nuestra gente —gruñe Tiberias en respuesta—. Tus acciones nos han debilitado frente al peligro, no las mías.
—¡Y si te hubieras ocupado de esto cuando tuviste la oportunidad, cuando eran pequeños y débiles, esto nunca habría pasado!
Se gritan el uno al otro como perros hambrientos, cada uno tratando de tomar un bocado más grande.
—Elara, no eran terroristas entonces. No podía desperdiciar a mis soldados y oficiales en la caza de unos Rojos que escribían panfletos. No hacían daño.
Poco a poco, Elara apunta al techo.
—¿Eso te parece que es no hacer daño? —Él no tiene una respuesta, y ella sonríe, deleitándose por ganar la discusión—. Un día los hombres aprenderán a prestar atención y todo el mundo temblara. Ellos son una enfermedad, una a la que tú has permitido ganar fuerza. Y es el momento de erradicar esta enfermedad desde sus raíces.
Se levanta de la silla, recomponiéndose.
—Son diablos Rojos, y deben contar con aliados dentro de nuestras propias paredes. —Hago mi mejor esfuerzo para mantenerme inmóvil, con los ojos fijos en el suelo—. Creo que voy a tener unas palabras con los sirvientes. Oficial Samos, ¿si me permite?
Él salta a la atención, abriendo la puerta del sótano. Ella sale con dos centinelas a cuestas, como un huracán de furia. Lucas va con ella, abriendo las pesadas puertas en sucesión, cada una hace ruido cada vez más lejos. No quiero saber lo que la reina le va a hacer a los sirvientes, pero sé que va a doler y sé lo que va a encontrar, nada. Walsh y Holland han huido con Farley, de acuerdo con nuestro plan. Sabían que sería demasiado peligroso para ellos después del baile y tenían razón.
El metal grueso se cierra por unos momentos, solo para abrirse de nuevo. Otro Magnetrón lo dirige: Evangeline. Luce fatal en un vestido de fiesta, con sus joyas destrozadas y los dientes en el borde. Lo peor de todo son sus ojos, salvajes, húmedos y manchados de maquillaje negro. Ptolemus. Ella llora por su hermano muerto. A pesar de que me digo que no me importa, tengo que resistir la tentación de extender la mano y consolarla. Pero pasa en cuanto su compañero entra al bunker detrás de ella.
Hay humo y hollín en su piel, ensuciando su uniforme una vez limpio. Normalmente estaría preocupada por la mirada furiosa y de odio en los ojos de Cal, pero algo golpea el miedo en mis huesos. Sangre tiñe su uniforme negro y gotea sobre sus manos. No es plateada. Roja. La sangre es roja.
—Mare —me dice, pero toda su calidez se ha ido—. Ven conmigo. Ahora.
Sus palabras se dirigen a mí, pero todo el mundo nos sigue, empujándose a través de los pasajes mientras él nos lleva a las celdas. Mi corazón martillea en mi pecho, amenazando con explotar fuera de mí. Kilorn no. Cualquiera menos él. Maven tiene una mano sobre mi hombro, sosteniéndome cerca. Al principio creo que me está consolando, pero luego me echa hacia atrás: está intentando evitar que eche a correr hacia delante.
—Deberías haberlo matado donde estaba —le dice Evangeline a Cal. Sus dedos arrancan la sangre roja en su camisa—. Yo no dejaría a ese diablo Rojo vivo.
Ese. Mis dientes muerden mis labios, manteniendo mi boca cerrada, para que no diga algo estúpido. La mano de Maven se aprieta como una garra en mi hombro y puedo sentir que su pulso se acelera. Por lo que sabemos, este podría ser el final de nuestro juego. Elara regresará y destrozará sus mentes, rebuscando entre los restos para descubrir hasta dónde llega su complot.
Los pasos a las celdas son los mismos pero parecen más largos, extendiéndose hacia abajo en las partes más profundas del Salón. El calabozo aparece para saludarnos, y no menos de seis centinelas montan guardia. Un escalofrío me recorre los huesos, pero no me estremezco. Apenas puedo moverme.
Cuatro figuras permanecen de pie en la celda, cada una ensangrentada y magullada. A pesar de la tenue luz, los reconozco a todos. Los ojos de Walsh parecen cerrados por la hinchazón, pero ella parece estar bien. No como Tristán, apoyado en la pared para quitarle presión a una pierna mojada de sangre. Hay un vendaje apresurado alrededor de la herida, arrancado de la camisa de Kilorn por el aspecto de la misma. Por su parte, Kilorn parece ileso, para mi gran alivio. Él sostiene a Farley con un brazo, dejándola reposar contra él. El hombro de ella está dislocado, con un brazo colgando en un ángulo extraño. Pero eso no le impide burlarse de nosotros. Incluso escupe a través de los barrotes, una mezcla de sangre y saliva que cae a los pies de Evangeline.
—Quítale la lengua por eso —gruñe Evangeline, corriendo hacia los barrotes. Se queda corta, con una mano golpeando contra el metal. Aunque podría arrancarlo con un pensamiento, destrozando la celda y la gente dentro, se contiene.
Farley le sostiene la mirada, apenas parpadeando por el estallido. Si este es su fin, ella ciertamente se va a ir con su cabeza en alto.
—Un poco violenta para una princesa.
Antes de que Evangeline pueda perder su temperamento, Cal la echa hacia atrás alejándola de los barrotes. Lentamente, levanta una mano, señalando.
—Tú.
Con una horrible sacudida, me doy cuenta de que está apuntando a Kilorn. Un musculo se mueve en su mejilla, pero mantiene sus ojos en el suelo.
Cal lo recuerda. De la noche que me llevó a casa.
—Mare, explica esto.
Abro la boca, esperando que salga alguna magnifica mentira, pero nada viene.
La mirada de Cal se oscurece.
—Él es tu amigo. Explica esto.
Evangeline jadea y vuelve su ira hacia mí.
—¡Tú le has traído aquí! —chilla, saltando hacia mí—. ¡¿Tú has hecho esto?!
—No he hecho n-nada —tartamudeo, sintiendo todos los ojos de la habitación en mí—. Quiero decir, le conseguí un trabajo aquí. Estaba en los almacenes de madera y es un trabajo duro, mortalmente duro. —Las mentiras salen de mí, cada una más rápida que la anterior—. Él es… él era mi amigo, en el pueblo. Solo quería asegurarme de que estaba bien. Le conseguí un trabajo como sirviente, justo como… —Mis ojos van hacia Cal. Ambos recordamos la noche en que nos conocimos, y el día que le siguió—. Creí que estaba ayudándolo.
Maven da un paso hacia la celda, mirando a nuestros amigos como si fuera la primera vez que los ve. Señala sus uniformes rojos.
—Parecen ser solo sirvientes.
—Diría lo mismo, excepto que los hemos encontrado tratando de escapar por un tubo de drenaje —espeta Cal—. Nos ha tomado un tiempo sacarlos.
—¿Estos son todos? —pregunta el rey Tiberias, mirando a través de los barrotes.
Cal niega.
—Había más adelante, pero llegaron al rio. Cuántos, no lo sé.
—Bueno, averigüémoslo —dice Evangeline, con las cejas levantadas—. Llamemos a la reina. Y mientras tanto… —Enfrenta al rey. Bajo su barba, sonríe un poco y asiente.
No tengo que preguntar para saber en lo que están pensando. Tortura.
Los cuatro prisioneros permanecen fuertes, sin siquiera pestañear. La mandíbula de Maven trabaja furiosamente mientras intenta pensar en una salida, pero sabe que no la hay. En todo caso, esto podría ser más de lo que podemos esperar. Si se las arreglan para mentir. ¿Pero cómo podemos pedirle que lo hagan? ¿Cómo podemos observarlos gritar mientras no hacemos nada?
Kilorn parece tener una respuesta para mí. Incluso en este horrible lugar, sus ojos verdes consiguen brillar. Mentiré por ti.
—Cal, te cedo a ti el honor —dice el rey, descansando su mano en el hombro de su hijo. Solo puedo mirar, rogándole con mis ojos, rezando para que Cal no haga lo que su padre pide.
Me mira una vez, como si de alguna forma eso cuenta como disculpa. Luego se vuelve hacia un Centinela, más bajo que los otros. Sus ojos brillan de color blanco grisáceo detrás de su máscara.
—Centinela Gliacon, tengo la necesidad de un poco de hielo.
Lo que eso significa, no tengo ni idea, pero Evangeline se ríe.
—Buena elección.
—No tienes que ver esto —murmura Maven, intentando alejarme. Pero no puedo dejar a Kilorn. Lo alejo aireadamente, mis ojos todavía en mi amigo.
—Deja que se quede —se jacta Evangeline, disfrutando de mi incomodidad—. Esto le enseñará a no tratar a Rojos como amigos. —Se gira hacia la celda, abriendo los barrotes. Con un pálido dedo, señala—. Empieza con ella. Necesita ser rota.
El Centinela asiente y toma a Farley por la muñeca, sacándola de la celda. Los barrotes se deslizan de nuevo a su lugar detrás de ella, atrapando al resto dentro. Walsh y Kilorn se apresuran a los barrotes, ambos son la imagen del miedo.
El Centinela fuerza a Farley a sus rodillas, esperando la siguiente orden.
—¿Señor?
Cal se mueve para estar sobre ella, respirando con dificultad. Duda antes de hablar, pero su voz es fuerte.
—¿Cuántos más hay?
Farley aprieta la mandíbula, sus dientes juntos. Morirá antes de hablar.
—Empieza con el brazo.
El Centinela no es amable, tirando del brazo herido de Farley. Ella grita de dolor pero aún no dice nada. Toma todo de mí no golpear al Centinela.
—Y nos llaman salvajes a nosotros —escupe Kilorn, con su frente contra las barras.
Lentamente, el Centinela retira la manga ensangrentada de Farley y pone una pálida mano cruel en su piel. Farley grita con el toque, pero por qué, no puedo decirlo.
—¿Dónde están los otros? —pregunta Cal, arrodillándose para mirarla a los ojos. Por un momento se queda en silencio, respirando profundamente. Se inclina, esperando pacientemente su respuesta.
En su lugar, Farley se mueve hacia adelante, golpeando su cabeza con todas sus fuerzas.
—Estamos en todos lados. —Se ríe, pero grita cuando el Centinela reanuda la tortura.
Cal se recupera perfectamente, con una mano sobre su nariz rota. Otra persona quizás devolvería el golpe, pero él no lo hace.
Unos puntos rojos aparecen en el brazo de Farley, alrededor de la mano del Centinela. Crecen con cada segundo que pasa, agudos y brillantes ahora destacando en su piel amoratada. Centinela Gliacon. Casa Gliacon. Mi mente regresa a Protocolo, las lecciones de las casas. Temblores.
Con una sacudida, lo entiendo y tengo que mirar hacia otro lado.
—Eso es sangre —susurro, incapaz de volver a mirar—. Esta congelando su sangre. —Maven solo asiente, con sus ojos serios y llenos de dolor.
Detrás de nosotros, el Centinela continúa trabajando, subiendo por el brazo de Farley. Carámbanos rojos, afilados como cuchillas cortan su carne, cortando todos los nervios con un dolor que no puedo imaginar. La respiración silba a través de sus dientes apretados. Aún no dice nada. Mi corazón se acelera mientras pasan los segundos, preguntándome cuándo volverá la reina, preguntándome cuándo terminara realmente nuestro juego.
Finalmente, Cal se pone de pie.
—Suficiente.
Otro Centinela, un curandero Skonos, se deja caer junto a Farley. Ella casi colapsa, con la mirada perdida en su brazo, ahora dentado con cuchillos de sangre congelada. El nuevo Centinela la cura rápidamente, sus manos se mueven de manera práctica.
Farley se ríe oscuramente mientras el calor regresa a su brazo.
—¿Todo para hacerlo otra vez, eh?
Cal cruza sus brazos tras su espalda. Comparte una mirada con su padre, quien asiente.
—Por supuesto —suspira Cal, mirando otra vez al Temblor. Pero ella no tiene una oportunidad de continuar.
—¿DÓNDE ESTÁ ELLA? —grita una terrible voz, retumbando por las escaleras hasta nosotros.
Evangeline se vuelve ante el ruido, corriendo al final de la escalera.
—¡Estoy aquí! —grita respondiendo.
Cuando Ptolemus Samos baja para abrazar a su hermana, tengo que hundir mis uñas en mi palma para evitar reaccionar. Está de pie ahí, vivo, respirando y terriblemente enfadado. En el suelo, Farley maldice para sí misma.
Se detiene por un momento y pasa por al lado de Evangeline, con una furia terrorífica en sus ojos. Su traje blindado está destrozado en el hombro, pulverizado por una bala. Pero la piel debajo de ella está intacta. Curado. Camina hacia la celda, con las manos flexionadas. Los barrotes de metal tiemblan en su lugar, chillando contra el hormigón.
—Ptolemus, aún no —gruñe Cal, agarrándolo, pero Ptolemus empuja al príncipe. A pesar del tamaño y la fuerza de Cal, este se tambalea hacia atrás.
Evangeline corre hacia su hermano, tirando de su mano.
—¡No, necesitamos que hablen! —Con un encogimiento de su brazo rompe el agarre, ni siquiera ella puede detenerlo.
Los barrotes se quiebran, chillando con su poder mientras la celda se abre para él. Ni siquiera los Centinelas pueden detenerlo mientras avanza, moviéndose rápido con movimientos practicados. Kilorn y Walsh se asustan, saltando hacia atrás contra la pared de piedra, pero Ptolemus es un depredador, y los depredadores atacan a los débiles. Con su pierna rota, apenas capaz de moverse, Tristan no tiene oportunidad.
—No amenazarás a mi hermana otra vez —ruge Ptolemus, dirigiendo las barras metálicas de la celda. Una es lanzada directa al pecho de Tristan. El jadea, ahogándose con su propia sangre, muriendo. Y Ptolemus realmente sonríe.
Cuando se vuelve hacia Kilorn, con la muerte en su corazón, yo salto.
Las chispas cobran vida en mi piel. Cuando mi mano se cierra alrededor del musculoso cuello de Ptolemus, dejo ir las chispas. Estas chocan contra él, la luz ilumina sus venas, y él cae bajo mi toque. El metal de su uniforme vibra y se hace humo, casi cocinándolo vivo. Y entonces cae al suelo de hormigón, su cuerpo aun sacudiéndose con chispas.
—¡Ptolemus! —Evangeline cae a su lado, alcanzando su rostro. Una chispa salta a sus dedos, forzándola a retroceder con el ceño fruncido. Me rodea en una llama de furia—. ¡Cómo te atreves…
—Estará bien. —No le he golpeado lo suficiente para hacerle un daño real—. Como has dicho, necesitamos que hablen. No pueden hacer eso si están muertos.
Los otros me miran con una extraña mezcla de emociones, sus ojos amplios, y asustados. Cal, el chico al que besé, el soldado, el bruto, no puede sostener mi mirada en absoluto. Reconozco la expresión en su rostro: vergüenza. Porque ha herido a Farley, o porque no ha podido hacerla hablar, no lo sé. Al menos, Maven tiene el buen sentido de parecer triste, su mirada descansa en el cuerpo aún sangrante de Tristan.
—Madre puede atender al prisionero luego —dice, dirigiéndose al rey—. Pero las personas arriba querrán ver a su rey y saber que está a salvo. Han muerto tantos. Deberías reconfortarlos, padre. Y tú también, Cal.
Nos está ganando tiempo. Maven está intentando conseguirnos una oportunidad.
Incluso aunque hace que mi piel se ponga de gallina, me estiro para tocar el hombro de Cal. Me besó una vez. Quizás aún escuche cuando hablo.
—Él tiene razón, Cal. Eso puede esperar.
Aún en el suelo, Evangeline descubre sus dientes.
—¡La corte querrá respuestas, no abrazos! Su Majestad, arranque la verdad de ellos…
Pero incluso Tiberias ve la sabiduría en las palabras de Maven.
—Se quedarán —hace eco—. Y mañana la verdad será revelada.
Mi agarre se aprieta en el brazo de Cal, sintiendo los músculos tensos debajo. Se relaja con mi toque, luciendo como si se hubiera quitado un gran peso de encima.
Los Centinelas se ponen en acción y empujan a Farley de vuelva a la celda rota. Sus ojos se quedan en mí, preguntándose qué demonios tengo en mente. Desearía saberlo.
Evangeline medio arrastra a Ptolemus fuera, dejando que los barrotes se cierren tras ella.
—Eres débil, mi príncipe —susurra en la oreja de Cal.
Resisto la urgencia de mirar a Kilorn, mientras sus palabras resuenan en mi cabeza. Deja de intentar protegerme.
No lo haré.
La sangre gotea de mi manga, dejando un rastro de manchas plateadas en mi camino mientras marchamos hacia la sala del trono. Los Centinelas y Seguridad guardan las inmensas puertas, con sus armas alzadas y dirigidas hacia el pasadizo. No se mueven cuando pasamos, congelados en su sitio. Sus órdenes son matar, en caso de necesidad. Más allá, la gran sala resuena con ira y dolor. Quiero sentir una pizca de victoria, pero el recuerdo de Kilorn detrás de los barrotes disminuye cualquier felicidad que pueda sentir. Incluso los ojos vidriosos del coronel me persiguen.
Me muevo junto a Cal. Él apenas lo nota, sus ojos ardiendo hacia el suelo.
—¿Cuántos muertos?
—Diez hasta ahora —murmura—. Tres en el tiroteo, ocho en la explosión. Hay quince más heridos. —Suena como si fuera una lista de alimentos, no personas—. Pero todos sanarán.
Mueve el pulgar, señalando a los curanderos corriendo entre las personas heridas. Cuento dos niños entre ellos. Y más allá de los heridos están los cuerpos de los muertos, colocados ante el trono del rey. Los hijos gemelos de Belicos Lerolan yacen junto a él, con su madre llorando vigilando sus cuerpos.
Tengo que poner una mano en mi boca para evitar llorar. Nunca quise esto.
Las manos cálidas de Maven toman las mías, llevándome más allá de la horripilante escena a nuestro lugar junto al trono. Cal se queda cerca, intentando en vano limpiar la sangre roja de sus manos.
—El tiempo de llorar ha terminado —truena Tiberias, sus puños apretados en los costados. En completo unísono, mueren los sollozos y sorbidos de la habitación—. Ahora honraremos a los muertos, curaremos a los heridos, y vengaremos a nuestros caídos. Yo soy el rey. No olvido. No perdono. He sido indulgente en el pasado, permitiendo a nuestros hermanos Rojos una buena vida, llena de prosperidad, de dignidad. Pero ellos han escupido sobre nosotros, han rechazado nuestra piedad, y han traído sobre ellos la peor clase de condena.
Con un gruñido, arroja la lanza plateada y la tela roja. Traquetea por el suelo con un sonido parecido a una campana funeraria. El sol desgarrador nos mira.
—Estos estúpidos, estos terroristas, estos asesinos, serán traídos a nuestra justicia. Y morirán. Lo juro por mi corona, por mi trono, por mis hijos, ellos morirán.
Un fuerte murmullo corre por la multitud mientras cada espada plateada se agita. Se ponen de pie como uno, heridos o no. El olor metálico de la sangre es casi abrumador.
—¡Fuerza!—grita la corte—¡Poder! ¡Muerte!
Maven me mira, sus ojos amplios y asustados. Sé lo que está pensando, porque yo también lo pienso.
¿Qué hemos hecho?
Un minuto de oscuridad. Eso es lo que tengo que darles. Los chillidos, los gritos, los pisotones casi rompen mi concentración, pero me obligo a concentrarme. Las luces parpadean horriblemente, luego mueren, haciendo casi imposible moverse. Haciendo posible para mis amigos escabullirse.
—¡En las alcobas! —ruge una voz, gritando sobre el caos—. ¡Están corriendo! —Más voces se unen al llamado, aunque ninguno es familiar. Pero en esta locura, todo el mundo suena diferente—. ¡Encuéntrenlos! ¡Deténganlos! ¡Mátenlos!
Los Centinelas en el rellano tienen sus armas apuntadas mientras más se unen, apenas sombras mientras les dan caza. Walsh está con ellos, me recuerdo. Si Walsh y otros sirvientes pudieron meter a escondidas a Farley y Kilorn antes, pueden colarse para salir de nuevo. Pueden esconderse. Pueden escapar. Estarán bien.
Mi oscuridad los salvará.
Una llamarada de fuego entra en erupción desde la multitud, se encrespa por el aire como una serpiente en llamas. Ruge por encima, iluminando el oscuro salón de baile. Unas sombras parpadeantes pintan las paredes y los rostros mirando hacia arriba, transforman el salón de baile en una pesadilla de la luz roja y pólvora. Sonya grita cerca, inclinada sobre el cuerpo de Reynald. Ara, la ágil anciana lucha por separarla del cadáver, tirando de ella, lejos del caos. Los ojos de Reynald miran vidriosos hacia el techo, reflejando la luz roja.
Todavía resisto, cada músculo dentro de mí duro y tenso.
En algún lugar cerca del fuego, reconozco a los guardias del rey sacándolo apresuradamente de la habitación. Él trata de luchar contra ellos, vociferando y gritando para quedarse, pero por una vez no siguen sus órdenes. Elara es empujada de cerca por Maven mientras corren del peligro. Muchos más los siguen, ansiosos de ser libres de este lugar.
Oficiales de Seguridad corren contra la corriente, inundando la habitación con gritos y ruido de pasos. Los lores y damas se presionan contra mí en un intento de escapar, pero solo puedo quedarme en el lugar, resistiendo lo mejor que puedo. Nadie trata de alejarme; nadie me nota en absoluto. Tienen miedo. A pesar de su fuerza, todo su poder, aún conocen el significado del miedo. Y algunas balas son todo lo que toma traer el terror en ellos.
Una mujer llorando choca contra mí, golpeándome. Aterrizo cara a cara con un cadáver, mirando fijamente la cicatriz del Coronel Macanthos. La sangre Plateada corre por su rostro, desde su frente al suelo. El agujero de bala es extraño, rodeado de carne grisácea y pétrea. Ella era una Pieldepiedra. Estuvo con vida el tiempo suficiente para tratar de detenerlo, de protegerse. Pero la bala no pudo ser detenida. Aun así ha muerto.
Me empujo hacia atrás de la mujer asesinada, pero mis manos se deslizan a través de una mezcla de sangre plateada y vino. Un grito se me escapa en una combinación terrible de frustración y pena. La sangre se aferra a mis manos, como sabiendo lo que he hecho. Es pegajosa y fría y está por todas partes, tratando de ahogarme.
—¡MARE!
Unos brazos fuertes me tiran por el suelo, arrastrándome lejos de la mujer que he dejado morir.
—Mare, por favor… —la voz suplica, pero no sé por qué.
Con un rugido de frustración, pierdo la batalla. Las luces vuelven, revelando una zona de guerra de seda y muerte. Cuando trato de ponerme en mis pies, para asegurarme de que el trabajo está realmente hecho, una mano me empuja hacia abajo.
Digo las palabras que debo, jugando mi parte en todo esto.
—Lo siento, las luces, no puedo… —Encima, las luces parpadean de nuevo.
Cal apenas me escucha y se pone de rodillas a mi lado.
—¿Dónde estás herida? —ruge, comprobándome como sé que ha sido entrenado. Sus dedos tocan mis brazos y piernas, en busca de una herida, por la fuente de tanta sangre.
Mi voz suena extraña. Suave. Rota.
—Estoy bien. —Él no me oye de nuevo—. Cal, estoy bien.
Su rostro se inunda de alivio, y por un segundo creo que va a besarme de nuevo. Pero sus sentidos vuelven más rápido que los míos.
—¿Estás segura?
Con cautela, levanto una manga manchada de plata.
—¿Cómo puede ser mía?
Mi sangre no es de este color. Lo sabes.
Él asiente.
—Por supuesto —susurra—. Yo solo… te he visto en el suelo y he pensado... —Sus palabras se desvanecen, sustituidas por una terrible tristeza en sus ojos. Pero se desaparece rápidamente, cambiando a determinación—. ¡Lucas! ¡Sácala de aquí!
Mi guardia personal se abre paso a través de la lucha, el arma en su mano. A pesar de que se ve igual en sus botas y uniforme, este no es el Lucas que conozco. Sus ojos negros, ojos de Samos, son oscuros como la noche.
—La llevaré con los otros —gruñe, izándome.
Aunque sé mejor que nadie que el peligro se ha ido, no puedo evitar intentar alcanzar a Cal.
—¿Qué hay de ti?
Se encoge de hombros fuera de mi alcance con una facilidad sorprendente.
—No voy a huir.
Y entonces se da la vuelta, con los hombros cuadrados a un grupo de Centinelas. Da un paso sobre los cadáveres, con la cabeza inclinada hacia el techo. Un centinela le tira un arma de fuego, y la atrapa con destreza, poniendo un dedo en el gatillo. Su otra mano arde a la vida, crepitando con una llama oscura y mortal. Destacando contra los centinelas y los cuerpos en el suelo, parece completamente otra persona.
—Vamos a cazar —gruñe, y se va escaleras arriba. Centinelas y Seguridad lo siguen, como una nube de humo rojo y negro detrás de su llama. Dejan un salón salpicado de sangre, nublado de polvo y gritos.
En el centro de todo se encuentra Belicos Lerolan, perforado no por una bala, sino por una lanza plateada. Disparado con una lanza, como las que se usan para pescar. Una faja escarlata andrajosa cae del asta, apenas agitándose en el torbellino. Hay un símbolo estampado en ella, el sol roto.
A continuación, el salón de baile desaparece, tragado por las oscuras paredes de un pasadizo de servicio. El suelo retumba bajo nuestros pies y Lucas me lanza a la pared, escudándome. Un sonido como un trueno retumba y el techo se sacude, dejando caer trozos de piedra sobre nosotros. La puerta detrás de nosotros explota hacia el interior, destruida por las llamas. Más allá, el salón de baile esta oscuro con humo. Una explosión.
—Cal… —Trato de zafarme de Lucas, de correr de vuelta por dónde hemos venido, pero me echa hacia atrás—. ¡Lucas, tenemos que ayudarlo!
—Confía en mí, una bomba no molestará al príncipe —gruñe, moviéndome hacia adelante.
—¿Una bomba? —Eso no era parte del plan—. ¿Eso ha sido una bomba?
Lucas se arrastra detrás de mí, claramente temblando de ira.
—Has visto ese maldito pañuelo rojo. Esta es la Guardia Escarlata y eso —Señala de nuevo a al salón de baile, todavía oscuro y ardiendo—. Eso es quienes son.
—Esto no tiene sentido —murmuro para mí, tratando de recordar todos los aspectos del plan. Maven nunca me habló de una bomba. Nunca. Y Kilorn no me dejaría hacer esto, no si sabía que iba a estar en peligro. Ellos no me harían esto.
Lucas enfunda su arma, su voz un gruñido.
—Los asesinos no tienen que tener sentido.
Mi respiración se queda atrapada en mi garganta. ¿Cuántos se han quedado ahí atrás? ¿Cuántos niños, cuántas muertes innecesarias?
Lucas toma mi silencio por shock, pero se equivoca. Lo que siento ahora es ira.
Cualquiera puede traicionar a cualquiera.
Lucas me lleva bajo tierra, a través de no menos de tres puertas, cada una de treinta centímetros de espesor y hechas de acero. No tienen cerraduras, pero las abre con un movimiento de su mano. Esto me recuerda a cuando le conocí, cuando hizo un gesto, separando los barrotes de mi celda.
Escucho a los demás antes de verlos, sus voces hacen eco en las paredes de metal mientras hablan. El rey brama, sus palabras envían escalofríos a través de mí. Su presencia parece llenar el búnker mientras pasea de un lado para otro, con la capa ondeando detrás de él.
—Quiero que sean encontrados. ¡Los quiero delante de mí con una espada en la espalda, y quiero que canten como los pájaros cobardes que son! —Se dirige a un Centinela, pero la mujer enmascarada ni siquiera se inmuta—. ¡Quiero saber lo que está pasando!
Elara está sentada en una silla, con una mano sobre su corazón, la otra agarrando fuertemente a Maven.
Él se sobresalta al verme.
—¿Estás bien? —dice, tirando de mí en un abrazo rápido.
—Solo conmocionada —me las arreglo para decir, tratando de comunicar tanto como me sea posible. Pero con Elara tan cerca, apenas puedo permitirme pensar, y mucho menos hablar—. Ha habido una explosión después de los disparos. Una bomba.
Maven frunce el ceño, confundido, pero rápidamente lo enmascara con rabia.
—Bastardos.
—Salvajes —sisea el rey Tiberias con los dientes apretados—. Y ¿qué pasa con mi hijo?
Mi mirada se desvía hacia Maven, antes de darme cuenta de que el rey no se refiere a Maven en absoluto. Maven lo toma con calma. Está acostumbrado a ser pasado por alto.
—Cal ha ido tras los tiradores. Se ha llevado un grupo de Centinelas con él. —El recuerdo de él, oscuro y enfadado como una llama, me asusta—. Y luego el salón de baile ha explotado. No sé cuántos estaban aún… aún ahí dentro.
—¿Había algo más, querida? —Viniendo de Elara, la expresión de cariño se siente como una descarga eléctrica. Luce más pálida que nunca, y su respiración sale en jadeos superficiales. Tiene miedo—. ¿Cualquier cosa que recuerdes?
—Había un estandarte, unido a una lanza. La Guardia Escarlata ha hecho esto.
—¿Lo han hecho? —dice, levantando solo una ceja. Lucho contra el impulso de retroceder, de huir de ella y sus susurros. En cualquier momento espero sentirla deslizarse en mi mente, para sacarme la verdad.
Pero en cambio, Elara aparta la mirada y se vuelve hacia el rey.
—¿Ves lo que has hecho? —Sus labios se curvan sobre sus dientes. A la luz, parecen colmillos brillantes.
—¿Yo? Tú llamaste a la Guardia pequeña y débil, le mentiste a nuestra gente —gruñe Tiberias en respuesta—. Tus acciones nos han debilitado frente al peligro, no las mías.
—¡Y si te hubieras ocupado de esto cuando tuviste la oportunidad, cuando eran pequeños y débiles, esto nunca habría pasado!
Se gritan el uno al otro como perros hambrientos, cada uno tratando de tomar un bocado más grande.
—Elara, no eran terroristas entonces. No podía desperdiciar a mis soldados y oficiales en la caza de unos Rojos que escribían panfletos. No hacían daño.
Poco a poco, Elara apunta al techo.
—¿Eso te parece que es no hacer daño? —Él no tiene una respuesta, y ella sonríe, deleitándose por ganar la discusión—. Un día los hombres aprenderán a prestar atención y todo el mundo temblara. Ellos son una enfermedad, una a la que tú has permitido ganar fuerza. Y es el momento de erradicar esta enfermedad desde sus raíces.
Se levanta de la silla, recomponiéndose.
—Son diablos Rojos, y deben contar con aliados dentro de nuestras propias paredes. —Hago mi mejor esfuerzo para mantenerme inmóvil, con los ojos fijos en el suelo—. Creo que voy a tener unas palabras con los sirvientes. Oficial Samos, ¿si me permite?
Él salta a la atención, abriendo la puerta del sótano. Ella sale con dos centinelas a cuestas, como un huracán de furia. Lucas va con ella, abriendo las pesadas puertas en sucesión, cada una hace ruido cada vez más lejos. No quiero saber lo que la reina le va a hacer a los sirvientes, pero sé que va a doler y sé lo que va a encontrar, nada. Walsh y Holland han huido con Farley, de acuerdo con nuestro plan. Sabían que sería demasiado peligroso para ellos después del baile y tenían razón.
El metal grueso se cierra por unos momentos, solo para abrirse de nuevo. Otro Magnetrón lo dirige: Evangeline. Luce fatal en un vestido de fiesta, con sus joyas destrozadas y los dientes en el borde. Lo peor de todo son sus ojos, salvajes, húmedos y manchados de maquillaje negro. Ptolemus. Ella llora por su hermano muerto. A pesar de que me digo que no me importa, tengo que resistir la tentación de extender la mano y consolarla. Pero pasa en cuanto su compañero entra al bunker detrás de ella.
Hay humo y hollín en su piel, ensuciando su uniforme una vez limpio. Normalmente estaría preocupada por la mirada furiosa y de odio en los ojos de Cal, pero algo golpea el miedo en mis huesos. Sangre tiñe su uniforme negro y gotea sobre sus manos. No es plateada. Roja. La sangre es roja.
—Mare —me dice, pero toda su calidez se ha ido—. Ven conmigo. Ahora.
Sus palabras se dirigen a mí, pero todo el mundo nos sigue, empujándose a través de los pasajes mientras él nos lleva a las celdas. Mi corazón martillea en mi pecho, amenazando con explotar fuera de mí. Kilorn no. Cualquiera menos él. Maven tiene una mano sobre mi hombro, sosteniéndome cerca. Al principio creo que me está consolando, pero luego me echa hacia atrás: está intentando evitar que eche a correr hacia delante.
—Deberías haberlo matado donde estaba —le dice Evangeline a Cal. Sus dedos arrancan la sangre roja en su camisa—. Yo no dejaría a ese diablo Rojo vivo.
Ese. Mis dientes muerden mis labios, manteniendo mi boca cerrada, para que no diga algo estúpido. La mano de Maven se aprieta como una garra en mi hombro y puedo sentir que su pulso se acelera. Por lo que sabemos, este podría ser el final de nuestro juego. Elara regresará y destrozará sus mentes, rebuscando entre los restos para descubrir hasta dónde llega su complot.
Los pasos a las celdas son los mismos pero parecen más largos, extendiéndose hacia abajo en las partes más profundas del Salón. El calabozo aparece para saludarnos, y no menos de seis centinelas montan guardia. Un escalofrío me recorre los huesos, pero no me estremezco. Apenas puedo moverme.
Cuatro figuras permanecen de pie en la celda, cada una ensangrentada y magullada. A pesar de la tenue luz, los reconozco a todos. Los ojos de Walsh parecen cerrados por la hinchazón, pero ella parece estar bien. No como Tristán, apoyado en la pared para quitarle presión a una pierna mojada de sangre. Hay un vendaje apresurado alrededor de la herida, arrancado de la camisa de Kilorn por el aspecto de la misma. Por su parte, Kilorn parece ileso, para mi gran alivio. Él sostiene a Farley con un brazo, dejándola reposar contra él. El hombro de ella está dislocado, con un brazo colgando en un ángulo extraño. Pero eso no le impide burlarse de nosotros. Incluso escupe a través de los barrotes, una mezcla de sangre y saliva que cae a los pies de Evangeline.
—Quítale la lengua por eso —gruñe Evangeline, corriendo hacia los barrotes. Se queda corta, con una mano golpeando contra el metal. Aunque podría arrancarlo con un pensamiento, destrozando la celda y la gente dentro, se contiene.
Farley le sostiene la mirada, apenas parpadeando por el estallido. Si este es su fin, ella ciertamente se va a ir con su cabeza en alto.
—Un poco violenta para una princesa.
Antes de que Evangeline pueda perder su temperamento, Cal la echa hacia atrás alejándola de los barrotes. Lentamente, levanta una mano, señalando.
—Tú.
Con una horrible sacudida, me doy cuenta de que está apuntando a Kilorn. Un musculo se mueve en su mejilla, pero mantiene sus ojos en el suelo.
Cal lo recuerda. De la noche que me llevó a casa.
—Mare, explica esto.
Abro la boca, esperando que salga alguna magnifica mentira, pero nada viene.
La mirada de Cal se oscurece.
—Él es tu amigo. Explica esto.
Evangeline jadea y vuelve su ira hacia mí.
—¡Tú le has traído aquí! —chilla, saltando hacia mí—. ¡¿Tú has hecho esto?!
—No he hecho n-nada —tartamudeo, sintiendo todos los ojos de la habitación en mí—. Quiero decir, le conseguí un trabajo aquí. Estaba en los almacenes de madera y es un trabajo duro, mortalmente duro. —Las mentiras salen de mí, cada una más rápida que la anterior—. Él es… él era mi amigo, en el pueblo. Solo quería asegurarme de que estaba bien. Le conseguí un trabajo como sirviente, justo como… —Mis ojos van hacia Cal. Ambos recordamos la noche en que nos conocimos, y el día que le siguió—. Creí que estaba ayudándolo.
Maven da un paso hacia la celda, mirando a nuestros amigos como si fuera la primera vez que los ve. Señala sus uniformes rojos.
—Parecen ser solo sirvientes.
—Diría lo mismo, excepto que los hemos encontrado tratando de escapar por un tubo de drenaje —espeta Cal—. Nos ha tomado un tiempo sacarlos.
—¿Estos son todos? —pregunta el rey Tiberias, mirando a través de los barrotes.
Cal niega.
—Había más adelante, pero llegaron al rio. Cuántos, no lo sé.
—Bueno, averigüémoslo —dice Evangeline, con las cejas levantadas—. Llamemos a la reina. Y mientras tanto… —Enfrenta al rey. Bajo su barba, sonríe un poco y asiente.
No tengo que preguntar para saber en lo que están pensando. Tortura.
Los cuatro prisioneros permanecen fuertes, sin siquiera pestañear. La mandíbula de Maven trabaja furiosamente mientras intenta pensar en una salida, pero sabe que no la hay. En todo caso, esto podría ser más de lo que podemos esperar. Si se las arreglan para mentir. ¿Pero cómo podemos pedirle que lo hagan? ¿Cómo podemos observarlos gritar mientras no hacemos nada?
Kilorn parece tener una respuesta para mí. Incluso en este horrible lugar, sus ojos verdes consiguen brillar. Mentiré por ti.
—Cal, te cedo a ti el honor —dice el rey, descansando su mano en el hombro de su hijo. Solo puedo mirar, rogándole con mis ojos, rezando para que Cal no haga lo que su padre pide.
Me mira una vez, como si de alguna forma eso cuenta como disculpa. Luego se vuelve hacia un Centinela, más bajo que los otros. Sus ojos brillan de color blanco grisáceo detrás de su máscara.
—Centinela Gliacon, tengo la necesidad de un poco de hielo.
Lo que eso significa, no tengo ni idea, pero Evangeline se ríe.
—Buena elección.
—No tienes que ver esto —murmura Maven, intentando alejarme. Pero no puedo dejar a Kilorn. Lo alejo aireadamente, mis ojos todavía en mi amigo.
—Deja que se quede —se jacta Evangeline, disfrutando de mi incomodidad—. Esto le enseñará a no tratar a Rojos como amigos. —Se gira hacia la celda, abriendo los barrotes. Con un pálido dedo, señala—. Empieza con ella. Necesita ser rota.
El Centinela asiente y toma a Farley por la muñeca, sacándola de la celda. Los barrotes se deslizan de nuevo a su lugar detrás de ella, atrapando al resto dentro. Walsh y Kilorn se apresuran a los barrotes, ambos son la imagen del miedo.
El Centinela fuerza a Farley a sus rodillas, esperando la siguiente orden.
—¿Señor?
Cal se mueve para estar sobre ella, respirando con dificultad. Duda antes de hablar, pero su voz es fuerte.
—¿Cuántos más hay?
Farley aprieta la mandíbula, sus dientes juntos. Morirá antes de hablar.
—Empieza con el brazo.
El Centinela no es amable, tirando del brazo herido de Farley. Ella grita de dolor pero aún no dice nada. Toma todo de mí no golpear al Centinela.
—Y nos llaman salvajes a nosotros —escupe Kilorn, con su frente contra las barras.
Lentamente, el Centinela retira la manga ensangrentada de Farley y pone una pálida mano cruel en su piel. Farley grita con el toque, pero por qué, no puedo decirlo.
—¿Dónde están los otros? —pregunta Cal, arrodillándose para mirarla a los ojos. Por un momento se queda en silencio, respirando profundamente. Se inclina, esperando pacientemente su respuesta.
En su lugar, Farley se mueve hacia adelante, golpeando su cabeza con todas sus fuerzas.
—Estamos en todos lados. —Se ríe, pero grita cuando el Centinela reanuda la tortura.
Cal se recupera perfectamente, con una mano sobre su nariz rota. Otra persona quizás devolvería el golpe, pero él no lo hace.
Unos puntos rojos aparecen en el brazo de Farley, alrededor de la mano del Centinela. Crecen con cada segundo que pasa, agudos y brillantes ahora destacando en su piel amoratada. Centinela Gliacon. Casa Gliacon. Mi mente regresa a Protocolo, las lecciones de las casas. Temblores.
Con una sacudida, lo entiendo y tengo que mirar hacia otro lado.
—Eso es sangre —susurro, incapaz de volver a mirar—. Esta congelando su sangre. —Maven solo asiente, con sus ojos serios y llenos de dolor.
Detrás de nosotros, el Centinela continúa trabajando, subiendo por el brazo de Farley. Carámbanos rojos, afilados como cuchillas cortan su carne, cortando todos los nervios con un dolor que no puedo imaginar. La respiración silba a través de sus dientes apretados. Aún no dice nada. Mi corazón se acelera mientras pasan los segundos, preguntándome cuándo volverá la reina, preguntándome cuándo terminara realmente nuestro juego.
Finalmente, Cal se pone de pie.
—Suficiente.
Otro Centinela, un curandero Skonos, se deja caer junto a Farley. Ella casi colapsa, con la mirada perdida en su brazo, ahora dentado con cuchillos de sangre congelada. El nuevo Centinela la cura rápidamente, sus manos se mueven de manera práctica.
Farley se ríe oscuramente mientras el calor regresa a su brazo.
—¿Todo para hacerlo otra vez, eh?
Cal cruza sus brazos tras su espalda. Comparte una mirada con su padre, quien asiente.
—Por supuesto —suspira Cal, mirando otra vez al Temblor. Pero ella no tiene una oportunidad de continuar.
—¿DÓNDE ESTÁ ELLA? —grita una terrible voz, retumbando por las escaleras hasta nosotros.
Evangeline se vuelve ante el ruido, corriendo al final de la escalera.
—¡Estoy aquí! —grita respondiendo.
Cuando Ptolemus Samos baja para abrazar a su hermana, tengo que hundir mis uñas en mi palma para evitar reaccionar. Está de pie ahí, vivo, respirando y terriblemente enfadado. En el suelo, Farley maldice para sí misma.
Se detiene por un momento y pasa por al lado de Evangeline, con una furia terrorífica en sus ojos. Su traje blindado está destrozado en el hombro, pulverizado por una bala. Pero la piel debajo de ella está intacta. Curado. Camina hacia la celda, con las manos flexionadas. Los barrotes de metal tiemblan en su lugar, chillando contra el hormigón.
—Ptolemus, aún no —gruñe Cal, agarrándolo, pero Ptolemus empuja al príncipe. A pesar del tamaño y la fuerza de Cal, este se tambalea hacia atrás.
Evangeline corre hacia su hermano, tirando de su mano.
—¡No, necesitamos que hablen! —Con un encogimiento de su brazo rompe el agarre, ni siquiera ella puede detenerlo.
Los barrotes se quiebran, chillando con su poder mientras la celda se abre para él. Ni siquiera los Centinelas pueden detenerlo mientras avanza, moviéndose rápido con movimientos practicados. Kilorn y Walsh se asustan, saltando hacia atrás contra la pared de piedra, pero Ptolemus es un depredador, y los depredadores atacan a los débiles. Con su pierna rota, apenas capaz de moverse, Tristan no tiene oportunidad.
—No amenazarás a mi hermana otra vez —ruge Ptolemus, dirigiendo las barras metálicas de la celda. Una es lanzada directa al pecho de Tristan. El jadea, ahogándose con su propia sangre, muriendo. Y Ptolemus realmente sonríe.
Cuando se vuelve hacia Kilorn, con la muerte en su corazón, yo salto.
Las chispas cobran vida en mi piel. Cuando mi mano se cierra alrededor del musculoso cuello de Ptolemus, dejo ir las chispas. Estas chocan contra él, la luz ilumina sus venas, y él cae bajo mi toque. El metal de su uniforme vibra y se hace humo, casi cocinándolo vivo. Y entonces cae al suelo de hormigón, su cuerpo aun sacudiéndose con chispas.
—¡Ptolemus! —Evangeline cae a su lado, alcanzando su rostro. Una chispa salta a sus dedos, forzándola a retroceder con el ceño fruncido. Me rodea en una llama de furia—. ¡Cómo te atreves…
—Estará bien. —No le he golpeado lo suficiente para hacerle un daño real—. Como has dicho, necesitamos que hablen. No pueden hacer eso si están muertos.
Los otros me miran con una extraña mezcla de emociones, sus ojos amplios, y asustados. Cal, el chico al que besé, el soldado, el bruto, no puede sostener mi mirada en absoluto. Reconozco la expresión en su rostro: vergüenza. Porque ha herido a Farley, o porque no ha podido hacerla hablar, no lo sé. Al menos, Maven tiene el buen sentido de parecer triste, su mirada descansa en el cuerpo aún sangrante de Tristan.
—Madre puede atender al prisionero luego —dice, dirigiéndose al rey—. Pero las personas arriba querrán ver a su rey y saber que está a salvo. Han muerto tantos. Deberías reconfortarlos, padre. Y tú también, Cal.
Nos está ganando tiempo. Maven está intentando conseguirnos una oportunidad.
Incluso aunque hace que mi piel se ponga de gallina, me estiro para tocar el hombro de Cal. Me besó una vez. Quizás aún escuche cuando hablo.
—Él tiene razón, Cal. Eso puede esperar.
Aún en el suelo, Evangeline descubre sus dientes.
—¡La corte querrá respuestas, no abrazos! Su Majestad, arranque la verdad de ellos…
Pero incluso Tiberias ve la sabiduría en las palabras de Maven.
—Se quedarán —hace eco—. Y mañana la verdad será revelada.
Mi agarre se aprieta en el brazo de Cal, sintiendo los músculos tensos debajo. Se relaja con mi toque, luciendo como si se hubiera quitado un gran peso de encima.
Los Centinelas se ponen en acción y empujan a Farley de vuelva a la celda rota. Sus ojos se quedan en mí, preguntándose qué demonios tengo en mente. Desearía saberlo.
Evangeline medio arrastra a Ptolemus fuera, dejando que los barrotes se cierren tras ella.
—Eres débil, mi príncipe —susurra en la oreja de Cal.
Resisto la urgencia de mirar a Kilorn, mientras sus palabras resuenan en mi cabeza. Deja de intentar protegerme.
No lo haré.
La sangre gotea de mi manga, dejando un rastro de manchas plateadas en mi camino mientras marchamos hacia la sala del trono. Los Centinelas y Seguridad guardan las inmensas puertas, con sus armas alzadas y dirigidas hacia el pasadizo. No se mueven cuando pasamos, congelados en su sitio. Sus órdenes son matar, en caso de necesidad. Más allá, la gran sala resuena con ira y dolor. Quiero sentir una pizca de victoria, pero el recuerdo de Kilorn detrás de los barrotes disminuye cualquier felicidad que pueda sentir. Incluso los ojos vidriosos del coronel me persiguen.
Me muevo junto a Cal. Él apenas lo nota, sus ojos ardiendo hacia el suelo.
—¿Cuántos muertos?
—Diez hasta ahora —murmura—. Tres en el tiroteo, ocho en la explosión. Hay quince más heridos. —Suena como si fuera una lista de alimentos, no personas—. Pero todos sanarán.
Mueve el pulgar, señalando a los curanderos corriendo entre las personas heridas. Cuento dos niños entre ellos. Y más allá de los heridos están los cuerpos de los muertos, colocados ante el trono del rey. Los hijos gemelos de Belicos Lerolan yacen junto a él, con su madre llorando vigilando sus cuerpos.
Tengo que poner una mano en mi boca para evitar llorar. Nunca quise esto.
Las manos cálidas de Maven toman las mías, llevándome más allá de la horripilante escena a nuestro lugar junto al trono. Cal se queda cerca, intentando en vano limpiar la sangre roja de sus manos.
—El tiempo de llorar ha terminado —truena Tiberias, sus puños apretados en los costados. En completo unísono, mueren los sollozos y sorbidos de la habitación—. Ahora honraremos a los muertos, curaremos a los heridos, y vengaremos a nuestros caídos. Yo soy el rey. No olvido. No perdono. He sido indulgente en el pasado, permitiendo a nuestros hermanos Rojos una buena vida, llena de prosperidad, de dignidad. Pero ellos han escupido sobre nosotros, han rechazado nuestra piedad, y han traído sobre ellos la peor clase de condena.
Con un gruñido, arroja la lanza plateada y la tela roja. Traquetea por el suelo con un sonido parecido a una campana funeraria. El sol desgarrador nos mira.
—Estos estúpidos, estos terroristas, estos asesinos, serán traídos a nuestra justicia. Y morirán. Lo juro por mi corona, por mi trono, por mis hijos, ellos morirán.
Un fuerte murmullo corre por la multitud mientras cada espada plateada se agita. Se ponen de pie como uno, heridos o no. El olor metálico de la sangre es casi abrumador.
—¡Fuerza!—grita la corte—¡Poder! ¡Muerte!
Maven me mira, sus ojos amplios y asustados. Sé lo que está pensando, porque yo también lo pienso.
¿Qué hemos hecho?
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Definitivamente en este libro no se puede confiar en nadie,
Que dolorosas son las guerras sabes que los malos hacen mucho daño pero entonces no quieres hacerles pagar con la misma moneda
Pero honestamente creo que la causa de los Rojos es un poco muy injusta, quieren entrar a todos los plateados en la misma moneda, deberían idear más formas
Y ojalá que A Kirlon no le hagan nada espero que Mare y Maven se puedan librar de esta
Y que lindo Cal preocupándose por Mare
Que dolorosas son las guerras sabes que los malos hacen mucho daño pero entonces no quieres hacerles pagar con la misma moneda
Pero honestamente creo que la causa de los Rojos es un poco muy injusta, quieren entrar a todos los plateados en la misma moneda, deberían idear más formas
Y ojalá que A Kirlon no le hagan nada espero que Mare y Maven se puedan librar de esta
Y que lindo Cal preocupándose por Mare
IsCris- Mensajes : 1339
Fecha de inscripción : 25/10/2017
Edad : 26
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Gracias, que Mare mate a Evangeline de una vez! No la soporto
Tatine- Mensajes : 1561
Fecha de inscripción : 03/01/2016
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Chicas espero que estén disfrutando la lectura
Maga- Mensajes : 3549
Fecha de inscripción : 26/01/2016
Edad : 37
Localización : en mi mundo
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Encuesta
¿A que team perteneces?
Team Maven
Team Cal
¿A que team perteneces?
Team Maven
Team Cal
Maga- Mensajes : 3549
Fecha de inscripción : 26/01/2016
Edad : 37
Localización : en mi mundo
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Qué fuerte, siento que tal vez Mare se siente imponente, quiere salvar a sus amigos y no tiene idea de como, me gusto que atacara al hermano de Eve.
Gracias
Gracias
yiniva- Mensajes : 4916
Fecha de inscripción : 26/04/2017
Edad : 33
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Si no sintiera tantas sospechas fuera Team Maven Seguro, pero es que no me convence, es que, como eres de fiar si traicionas a tu propia gente incluso a tu mamá
Al menos de Cal sabemos que si sigue a sus plateados, no ha traicionado hasta ahora a nadie o eso pensamos, porque hay que ver
Estoy 40% Maven y 60% Cal, en este punto veamos más adelante
Al menos de Cal sabemos que si sigue a sus plateados, no ha traicionado hasta ahora a nadie o eso pensamos, porque hay que ver
Estoy 40% Maven y 60% Cal, en este punto veamos más adelante
IsCris- Mensajes : 1339
Fecha de inscripción : 25/10/2017
Edad : 26
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Soy team Cal! Aunque siento que Maven y Mare tienen varias cosas en común, Maven no me da buena espina
Tatine- Mensajes : 1561
Fecha de inscripción : 03/01/2016
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
En todos los reinados no se puede confiar plenamente en nadie, todos quieren el trono
Tibisay Carrasco- Mensajes : 358
Fecha de inscripción : 05/01/2020
Edad : 61
Localización : Broward Florida
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Maga escribió:Team Cal
Confió un poco mas en Cal... pero creo que ambos esconden cosas que no favorece a nadie... Pero Maven puede que este muy influenciado por su madre... aun así, creo que no se puede confiar en nadie, ni siquiera en Farley.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Capitulo 21
De vuelta en mi habitación, me arranco el vestido arruinado, dejando caer la seda al suelo. Las palabras del rey se reproducen en mi cabeza, salpicadas de destellos de esta terrible noche. Los ojos de Kilorn destacan en medio de todo, un fuego verde quemándome. Debo protegerlo, pero ¿cómo? Si tan sólo pudiera intercambiarme por él de nuevo, mi libertad por la suya. Si las cosas fueran tan fáciles. Las lecciones de Julian nunca se han sentido tan fuertes en mi mente: el pasado es mucho más grande que este futuro.
Julian. Julian.
Los pasillos de las residencia están plagados de Centinelas y Seguridad, cada uno de ellos alerta. Pero he perfeccionado durante mucho tiempo el arte de escaparme sin que nadie lo note y la puerta de Julian no está muy lejos. A pesar de la hora está despierto, estudiando minuciosamente los libros. Todo parece igual, como si no hubiera pasado nada. Tal vez no lo sabe. Pero luego me doy cuenta de la botella de alcohol en la mesa, que ocupa un lugar normalmente reservado para el té. Por supuesto que lo sabe.
—A la luz de los recientes acontecimientos, me gustaría pensar que nuestras lecciones han sido canceladas por el momento —dice sobre las páginas de su libro. Aun así, lo cierra de golpe, centrando toda su atención en mí—. Por no hablar de que es muy tarde.
—Te necesito, Julian.
—¿Tiene esto algo que ver con el Tiroteo del Sol? Sí, ya han pensado en un nombre inteligente. —Señala a la oscura pantalla de vídeo en la esquina—. Llevan horas con la noticia. El rey hablará a la nación por la mañana.
Recuerdo a la reportera rubia informando del bombardeo de la capital hace más de un mes. En aquel momento hubo unos pocos heridos y aun así se armaron disturbios en el mercado. ¿Qué van a hacer ahora? ¿Cuántos Rojos inocentes pagarán?
—¿O se trata de los cuatro terroristas actualmente encerrados en las celdas de esta estructura? —insinúa Julian, midiendo mi respuesta—. Disculpa, me refiero a tres. Ptolemus Samos, sin duda, hace honor a su reputación.
—No son terroristas —contesto con tranquilidad, tratando de mantener la calma.
—¿Te muestro la definición de terrorismo, Mare? —dice mordazmente—. Su causa puede ser justa, pero sus métodos... además, lo que tú digas, no importa. —Hace un gesto a la pantalla de vídeo de nuevo—. Tienen su propia versión de la verdad y es lo único que la gente va a escuchar.
Hago rechinar los dientes dolorosamente, hueso sobre hueso.
—¿Vas a ayudar o no?
—Soy un profesor y algo como un paria, por si no lo has notado. ¿Qué podría hacer?
—Julian, por favor. —Puedo sentir que mi última oportunidad se me escapa de los dedos—. Eres un Cantante, puedes decirle a los guardias, hacerles hacer lo que quieras. Puedes liberar a los prisioneros.
Pero sigue sin moverse, bebiendo tranquilamente. No hace una mueca como los hombres hacen normalmente. La picadura del alcohol le es familiar.
—Mañana serán interrogados. Y no importa lo fuertes que sean, cuánto tiempo resistan, se descubrirá la verdad. —Poco a poco, tomo la mano de Julián, que tiene los dedos gastados y ásperos por el papel—. Este era mi plan. Soy una de ellos. —No necesitaba saber acerca de Maven. Sólo le enfadaría más.
La media mentira surte efecto. Puedo verlo en los ojos de Julian.
—¿Tú? ¿Tú has hecho esto? —tartamudea—. ¿El tiroteo, el bombardeo…?
—Lo de la bomba ha sido… inesperado. —La bomba ha sido un horror.
Entrecierra los ojos y puedo ver los engranajes girando en su cabeza. Luego despierta por completo.
—¡Te lo dije, te dije que no se te subiera a la cabeza! —Da un puñetazo en la mesa, pareciendo más enfadado de lo que jamás lo había visto antes—. Y ahora —jadea, mirándome con tanto dolor que hiere mi corazón—, ¿ahora tengo que ver cómo te ahogas?
—Si escapan…
Bebe el resto de su bebida de un trago. Con un golpe de muñeca, rompe el vaso contra el suelo, haciéndome saltar.
—¿Y qué hay de mí? Incluso si quitara las cámaras, las memorias de los guardias, cualquier cosa que pudiera implicar a cualquiera de nosotros, la reina lo sabrá. —Sacudiendo la cabeza, suspira—. Me sacará los ojos por esto.
Y Julian nunca leerá de nuevo. ¿Cómo puedo pedirle eso?
—Entonces déjame morir. —Las palabras se pegan en mi garganta—. Lo merezco tanto como ellos.
No puede dejarme morir. No lo hará. Soy la pequeña chica rayo, haré que el mundo cambie.
Cuando habla de nuevo, suena hueco.
—Llamaron a la muerte de mi hermana un suicidio. —Poco a poco, pasa los dedos por su muñeca, recordando algo de hace mucho tiempo—. Eso fue mentira y lo sabía. Era una mujer triste, pero nunca habría hecho una cosa así. No cuando tenía a Cal y Tibe. Fue asesinada y no dije nada. Tenía miedo y dejé que su muerte fuese una vergüenza. Y desde ese día, he estado trabajando para arreglar eso, esperando en las sombras de este mundo monstruoso, esperando mi momento para vengarla. —Me mira. Sus ojos brillando con lágrimas—. Supongo que este es un buen momento para empezar.
* * *
No se necesita mucho tiempo para que Julian elabore un plan. Todo lo que necesitamos es un Magnetrón y algunos puntos ciegos en las cámaras. Y, por suerte, puedo proporcionar ambos.
Lucas toca a la puerta de mi dormitorio ni dos minutos después de llamarlo.
—¿Qué puedo hacer por ti, Mare? —dice, más nervioso de lo normal.
Sé que su tiempo supervisando el interrogatorio de la reina a los criados no debe haber sido fácil. Al menos estará demasiado distraído para notar que estoy temblando.
—Tengo hambre. —Las palabras ensayadas vienen más fáciles de lo que deberían—. Ya sabes, no ha habido cena, así que esperaba…
—¿Parezco un cocinero? Deberías haber llamado a la cocina, es su trabajo.
—Sólo, bueno, no creo que ahora sea un buen momento para que los sirvientes deambulen por ahí. La gente todavía está bastante preocupada y no quiero que nadie salga herido, porque no haya cenado. Sólo tendrías que acompañarme, eso es todo. Y quién sabe, podrías conseguir una galletita.
Suspirando como un adolescente molesto, Lucas me ofrece un brazo. Mientras lo tomo, echo un vistazo a las cámaras del pasillo, haciendo que se apaguen. Allá vamos.
Me siento mal usando a Lucas, sabiendo de primera mano lo que es que jueguen con tu mente, pero es por la vida de Kilorn. Lucas sigue parloteando cuando giramos la esquina, tropezándonos con Julian.
—Lord Jacos… —empieza Lucas, agachando la cabeza.
Pero Julian lo toma de la barbilla, moviéndose más rápido de lo que jamás pensé que podía. Antes de que Lucas pueda responder, Julian mira a sus ojos y la lucha muere antes de empezar. Sus palabras melosas, suaves como la mantequilla y fuertes como el hierro, son escuchadas con atención.
—Llévanos a las celdas. Utiliza los pasillos de servicio. Mantennos lejos de las patrullas. No recuerdes esto...
Lucas, por lo general todo sonrisas y bromas, cae en un extraño estado, medio hipnotizado. Sus ojos se vuelven vidriosos y no se da cuenta cuando Julián se agacha para tomar su arma. Pero avanza de todos modos, guiándonos a través del laberinto de El Salón. En cada giro, espero la sensación de los ojos eléctricos, apagándolos todos mientras avanzamos. Julian hace lo mismo con los guardias, obligándolos a no recordar nuestro paso. Juntos hacemos un equipo invencible, y no pasa mucho tiempo antes de que nos encontremos en la parte superior de las escaleras de las mazmorras. Habrá Centinelas ahí abajo, demasiados para Julian.
—No digas una palabra —susurra Julian a Lucas, que asiente con comprensión.
Ahora es mi turno para guiarnos. Espero tener miedo, pero la tenue luz y la hora tardía me son familiares. Aquí es donde pertenezco, siendo escurridiza, mintiendo y robando.
—¿Quién es? ¡Indique su nombre y asunto! —nos grita uno de los Centinelas.
Reconozco su voz, Gliacon, la Temblor que torturó a Farley. Tal vez pueda convencer a Julian de cantarle que se tire por un precipicio.
Me elevo en toda mi altura, aunque es mi voz y el tono lo que más importan.
—Mi nombre es lady Mareena Titanos, prometida del príncipe Maven —concluyo, bajando las escaleras con tanta gracia como puedo. Mi voz es fría y afilada, reflejo de Elara y Evangeline. Tengo fuerza y poder también—. Y no comparto mis asuntos con Centinelas.
Al verme, los cuatro Centinelas intercambian miradas, cuestionando entre sí. Uno de ellos, un hombre grande y con ojos de cerdo, incluso me mira de arriba abajo de una manera grosera. Detrás de los barrotes, Kilorn y Walsh prestan atención. Farley no se mueve de su rincón, rodeándose las rodillas con los brazos. Por un segundo, creo que podría estar durmiendo, hasta que se mueve y sus ojos azules reflejan la luz.
—Necesito saberlo, mi lady —insiste Gliacon, pareciendo arrepentida. Asiente con la cabeza a Julián y Lucas, a mi lado—. También va por ustedes dos.
—Me gustaría una audiencia privada con estas… —digo con tanto desprecio en mi voz como puedo, lo que no es difícil con el Centinela ojos de cerdo de pie tan cerca— criaturas. Tenemos preguntas que deben ser respondidas y agravios que devolver. ¿No es así, Julian?
Julian se burla, hace un buen espectáculo.
—Va a ser fácil hacerlos cantar.
—Imposible, mi señora —resopla Ojos de Cerdo. Su acento es duro y áspero, de Puerto de la Bahía—. Nuestras órdenes son permanecer aquí, toda la noche. No movernos por nadie.
Una vez, un niño en Los Pilares me llamó maldita coqueta por engatusarle para quitarle un buen par de botas.
—Entiende mi posición, ¿no? Pronto seré una princesa y el favor de una princesa es algo muy valioso. Además, a las ratas Rojas se les debe enseñar una lección. Una dolorosa.
Ojos de Cerdo parpadea lentamente hacia mí, pensando. Julian se cierne sobre mi hombro, preparado con sus dulces palabras si lo necesito. Dos latidos pasan antes de que asienta, haciendo un gesto a los demás.
—Podemos daros cinco minutos.
Me duele el rostro por la sonrisa tan amplia, pero no me importa.
—Muchas gracias. Estoy en deuda con ustedes, todos ustedes.
Salen en fila, arrastrando sus botas. Tan pronto como llegan al rellano superior, me permito tener esperanza. Cinco minutos es más que suficiente.
Kilorn casi salta a los barrotes, deseoso de estar libre de su celda, y Walsh levanta a Farley. Pero no me muevo en absoluto. No tengo intención de liberarlos, no todavía.
—Mare… —susurra Kilorn. Desconcertado por mis dudas, pero le silencio con una mirada.
—La bomba. —El humo y el fuego nublan mis pensamientos, transportándome al momento en el que el salón de baile explotó—. Háblame de la bomba.
Espero que se lancen a disculparse, a mendigar mi perdón; pero en cambio, los tres ponen los ojos en blanco.
Farley se apoya en los barrotes, echando fuego por los ojos.
—No sé nada de eso —susurra, apenas audible—. Nunca autoricé una cosa así. Se suponía que iba a ser organizado, con objetivos concretos. No matamos al azar, sin una finalidad.
—¿La capital, los otros bombardeos… ?
—Sabes que esos edificios estaban vacíos. Nadie murió, no por nosotros —afirma de manera uniforme—. Te lo juro, Mare, no fuimos nosotros.
—¿De verdad crees que trataríamos de hacer estallar a nuestra mejor esperanza? —añade Kilorn.
No necesito preguntar para saber que quiere decir yo.
Finalmente, le hago un gesto a Julian sobre mi hombro.
—Abre la celda. Sin hacer ruido —murmura Julian, con las manos en el rostro de Lucas.
El Magnetrón cumple, doblando los barrotes en una O abierta lo suficientemente amplia como para pasar a través. Walsh sale primero, con los ojos abiertos de asombro. Kilorn es el siguiente, ayudando a Farley a pasar a través de los barrotes. Su brazo todavía cuelga sin poder hacer nada, el curandero se olvidó de eso.
Señalo la pared y se mueven sigilosamente, como ratones en la piedra. Walsh mira el cuerpo de Tristan, inerte en la celda, pero se queda detrás de Farley. Julian empuja a Lucas junto a ellos antes de tomar su lugar a los pies de las escaleras, enfrente de los prisioneros liberados. Me pongo al otro lado, situándome junto a Kilorn. A pesar de haber pasado la noche en los calabozos, con la compañía de un muerto, todavía huele a casa.
—Sabía que vendrías —susurra en mi oído—. Lo sabía.
Pero no hay tiempo para bromas o celebraciones. No hasta que estén en un lugar seguro.
A través del hueco de la escalera, Julian asiente hacia mí. Está listo.
—Centinela Gliacon, ¿podemos hablar un momento? —grito por las escaleras, poniendo el cebo de nuestra próxima trampa.
El arrastre de pies me dice que ha picado.
—¿Qué pasa, mi señora?
Cuando nos alcanza, sus ojos vuelan directamente a la celda abierta y jadea detrás de su máscara. Pero Julian es demasiado rápido, incluso para un Centinela.
—Fuiste a dar un paseo. Al volver lo encontraste así. No nos recuerdas. Llama a uno de los otros —murmura, su voz una canción terrible.
—Centinela Tyros, te necesito —afirma con rotundidad.
—Ahora vas a dormir.
Cae casi antes de que diga la última palabra, pero Julian la sujeta y la pone suavemente detrás de él. Kilorn suspira con sorpresa, impresionado por Julian; quien se permite sonreír con suficiencia.
El siguiente en bajar las escaleras es Tyros, confundido pero deseoso de servir. Julian lo hace de nuevo, cantando sus órdenes susurradas en pocos segundos. No esperaba que los Centinelas fuesen tan estúpido, pero tiene sentido. Están entrenados desde la infancia en el arte del combate, la lógica y la inteligencia no son sus prioridades.
Pero los dos últimos, Ojos de Cerdo y el curandero, no son tan tontos. Cuando Tyros le ordena al Centinela curandero que baje, murmuran entre sí.
—¿Ha acabado, lady Titanos? —dice Ojos de Cerdo con cautela.
Pensando rápidamente, les grito de nuevo.
—Sí, hemos acabados. Sus compañeros han regresado a sus puestos, quiero asegurarme de que también lo hacen.
—Oh, ¿lo han hecho? ¿Es eso cierto, Tyros?
Con mucha rapidez, Julian se arrodilla sobre un Tyros desmayado. Le abre los ojos, sosteniéndole los párpados.
—Di que has regresado a tu puesto. Que la dama ha terminado.
—He vuelto a mi puesto —dice de forma monótona. Afortunadamente las largas paredes de piedra de las escaleras distorsionan su voz—. Lady Titanos ha terminado.
Ojos de Cerdo gruñe para sí mismo.
—Muy bien.
Sus botas resuenan por las escaleras, están bajando juntos. Dos. Julian no puede manejarlos sólo. Siento a Kilorn tensarse a mi espalda, apretando el puño, preparándose para cualquier cosa. Con una mano lo empujo contra la pared, mientras que la otra palidece con chispas.
Los pasos se detienen, un poco más allá de la abertura. No puedo verlos y tampoco Julian, pero Ojos de Cerdo respira como un perro. También está el curandero, que permanece fuera de nuestro alcance. En completo silencio, es difícil no oír retumbar de un arma.
Los ojos de Julian se ensanchan pero se mantiene firme, agarrando su arma robada. Ni siquiera quiero respirar, sabiendo que estamos en peligro. Las paredes parecen encogerse, acorralándonos en un ataúd de piedra del que no hay escapatoria.
Me siento muy tranquila cuando salgo a las escaleras, con mi mano temblorosa en la espalda. Espero sentir las balas en cualquier momento, pero el dolor nunca llega. No me van a disparar, no hasta que les dé una buena razón.
—¿Hay algún problema, Centinelas?—digo con desdén, arqueando una ceja como he visto hacer cien veces a Evangeline. Poco a poco, doy un paso hacia arriba, dejando a los dos a la vista. Uno al lado del otro, con los dedos en los gatillos—. Preferiría que no me apunten.
Ojos de Cerdo me mira directamente, pero no hace nada para desconcertarme. Eres una dama. Actúa como tal. Actúa por tu vida.
—¿Dónde está tu amigo?
—Oh, ahora viene. Una de los presos es una bocazas. Necesitaba un poco de atención extra. —La mentira viene tan fácilmente. La práctica lo hace realmente perfecto.
Sonriendo, Ojos de Cerdo baja un poco su arma.
—¿La perra con cicatrices? Debería enseñarle el dorso de mi mano. —Ríe entre dientes. Me río con él y sueño con lo que un rayo podría hacerle a sus ojos pálidos.
Al acercarme más, el curandero pone una mano en la barandilla, bloqueándome el paso. Hago lo mismo. Se siente fría y sólida en la mano. ¡Con cuidado! me digo, poniendo sólo la energía necesaria en mi rayo. No lo suficiente para cortar, ni para dejar cicatriz; pero sí bastante para encargarme de los dos. Es como enhebrar una aguja y, por una vez, soy la experta en costura.
Por encima de mí, el curandero no se ríe con su amigo. Sus ojos son de color plata brillante y, con la máscara y el manto de fuego, parece el demonio de una pesadilla.
—¿Qué tienes en la espalada? —susurra a través de la máscara.
Me encojo de hombros, subiendo un escalón.
—Nada, Centinela Skonos.
Las siguientes palabras son furiosas.
—Mientes.
Reaccionamos en el mismo momento, empezando la acción. La bala me golpea en el estómago, pero mi rayo quema la barandilla de metal, atravesándole la piel y llegando al cerebro del curandero. Ojos de Cerdo grita, disparando su arma. La bala se incrusta en la pared, pasando a centímetros de mí. Pero yo no fallo, embistiendo con una bola de rayos desde mi espalda. Acaban cayendo, ambos inconscientes, sus músculos retorciéndose por las descargas.
Entonces me desplomo.
Me pregunto brevemente si el suelo de piedra romperá mi cráneo. Supongo que es mejor que desangrarse. Sin embargo, unos brazos fuertes me atrapan.
—Mare, estarás bien —susurra Kilorn. Su mano cubre mi vientre, tratando de detener el sangrado. Sus ojos son de color verde como la hierba. Destacan en un mundo que se dirige a la oscuridad—. No es tan malo.
—Poneos esto —ordena Julian a los demás. Farley y Walsh pasan a mi lado para ponerse las capas y máscaras de color rojo fuego—. ¡Tú también!
Apartó de un tirón a Kilorn, casi lanzándolo a través del cuarto con la prisa.
—Julian… —me ahogo, tratando de agarrarlo. Debo darle las gracias.
Pero está fuera de mi alcance, de rodillas sobre el curandero. Desgarra los párpados del Centinela y canta, ordenándole que despierte. Lo siguiente que sé es que el curandero me mira, con sus manos en mi herida. Sólo tarda un segundo en que todo vuelva a la normalidad. En la esquina, Kilorn suspira de alivio y se cubre la cabeza con una capa.
—A ella también. —Señalo a Farley.
Julian asiente y dirige el curandero hacia ella. Con un chasquido audible, su hombro se coloque en su lugar.
—Muchísimas gracias —dice ella, poniéndose la máscara.
Walsh está por encima de todos nosotros, su máscara olvidada en su mano. Se queda mirando a los Centinelas caídos, boquiabierta.
—¿Están muertos? —pregunta ella, susurrando como una niña asustada.
Julian levanta la vista de Ojos de Cerdo, terminando de cantarle.
—A duras penas. Estarán despiertos en pocas horas y, si tenéis suerte, nadie sabrá que os habéis ido hasta entonces.
—Puedo soportar unas cuantas horas. —Farley huele a Walsh, devolviéndola a la realidad—. Aclárate la cabeza, chica, tenemos que correr un montón esta noche.
No nos lleva mucho esfumarnos por los últimos pasillos. Aun así, mi miedo crece con cada latido de corazón que pasa, hasta que nos encontramos en medio del garaje de Cal. Un asombroso Lucas abre un agujero en la puerta de metal, como si estuviera rasgando papel, revelando la noche al otro lado.
Walsh me abraza, tomándome por sorpresa.
—No sé cómo —murmura—, pero espero que algún día te conviertas en reina. ¿Imaginas qué podrías hacer entonces? La reina Roja…
Tengo que sonreír ante esa idea imposible.
—Vete, antes de que me contagies tu locura.
A Farley no le gustan los abrazos, pero me da una palmadita en el hombro.
—Nos veremos otra vez, y pronto.
—No como hoy, espero.
En su rostro aparece una extraña y dentuda sonrisa. A pesar de la cicatriz, me doy cuenta de que es muy guapa.
—No como hoy —repite, antes de deslizarse hacia la noche con Walsh.
—Sé que no puedo pedirte que vengas conmigo —susurra Kilorn, moviéndose para seguirlos. Se queda mirando sus manos, examinando las cicatrices que conozco mejor que mi propia mente. Mírame a mí, idiota.
Suspirando, me obligo a empujarlo hacia la libertad.
—La causa me necesita aquí. Tú también me necesitas aquí.
—Lo que necesito y lo que quiero son dos cosas muy diferentes.
Trato de reír, pero no puedo encontrar la fuerza.
—Este no es nuestro fin, Mare —murmura Kilorn, abrazándome. Se ríe de sí mismo, el ruido vibra en su pecho—. Reina Roja. Suena bien.
—Date prisa, tonto.
Nunca he sonreído tanto, pese a sentirme tan triste.
Me mira por última vez y asiente con la cabeza a Julian, antes de salir a la oscuridad. Los trozos de metal vuelven a unirse después, impidiéndome ver a mis amigos. A dónde van, no lo quiero saber.
Julian tiene que apartarme, pero no reprende mi largo adiós. Creo que está más preocupado por Lucas, quien, en su estado de aturdimiento, ha comenzado a babear.
Julian. Julian.
Los pasillos de las residencia están plagados de Centinelas y Seguridad, cada uno de ellos alerta. Pero he perfeccionado durante mucho tiempo el arte de escaparme sin que nadie lo note y la puerta de Julian no está muy lejos. A pesar de la hora está despierto, estudiando minuciosamente los libros. Todo parece igual, como si no hubiera pasado nada. Tal vez no lo sabe. Pero luego me doy cuenta de la botella de alcohol en la mesa, que ocupa un lugar normalmente reservado para el té. Por supuesto que lo sabe.
—A la luz de los recientes acontecimientos, me gustaría pensar que nuestras lecciones han sido canceladas por el momento —dice sobre las páginas de su libro. Aun así, lo cierra de golpe, centrando toda su atención en mí—. Por no hablar de que es muy tarde.
—Te necesito, Julian.
—¿Tiene esto algo que ver con el Tiroteo del Sol? Sí, ya han pensado en un nombre inteligente. —Señala a la oscura pantalla de vídeo en la esquina—. Llevan horas con la noticia. El rey hablará a la nación por la mañana.
Recuerdo a la reportera rubia informando del bombardeo de la capital hace más de un mes. En aquel momento hubo unos pocos heridos y aun así se armaron disturbios en el mercado. ¿Qué van a hacer ahora? ¿Cuántos Rojos inocentes pagarán?
—¿O se trata de los cuatro terroristas actualmente encerrados en las celdas de esta estructura? —insinúa Julian, midiendo mi respuesta—. Disculpa, me refiero a tres. Ptolemus Samos, sin duda, hace honor a su reputación.
—No son terroristas —contesto con tranquilidad, tratando de mantener la calma.
—¿Te muestro la definición de terrorismo, Mare? —dice mordazmente—. Su causa puede ser justa, pero sus métodos... además, lo que tú digas, no importa. —Hace un gesto a la pantalla de vídeo de nuevo—. Tienen su propia versión de la verdad y es lo único que la gente va a escuchar.
Hago rechinar los dientes dolorosamente, hueso sobre hueso.
—¿Vas a ayudar o no?
—Soy un profesor y algo como un paria, por si no lo has notado. ¿Qué podría hacer?
—Julian, por favor. —Puedo sentir que mi última oportunidad se me escapa de los dedos—. Eres un Cantante, puedes decirle a los guardias, hacerles hacer lo que quieras. Puedes liberar a los prisioneros.
Pero sigue sin moverse, bebiendo tranquilamente. No hace una mueca como los hombres hacen normalmente. La picadura del alcohol le es familiar.
—Mañana serán interrogados. Y no importa lo fuertes que sean, cuánto tiempo resistan, se descubrirá la verdad. —Poco a poco, tomo la mano de Julián, que tiene los dedos gastados y ásperos por el papel—. Este era mi plan. Soy una de ellos. —No necesitaba saber acerca de Maven. Sólo le enfadaría más.
La media mentira surte efecto. Puedo verlo en los ojos de Julian.
—¿Tú? ¿Tú has hecho esto? —tartamudea—. ¿El tiroteo, el bombardeo…?
—Lo de la bomba ha sido… inesperado. —La bomba ha sido un horror.
Entrecierra los ojos y puedo ver los engranajes girando en su cabeza. Luego despierta por completo.
—¡Te lo dije, te dije que no se te subiera a la cabeza! —Da un puñetazo en la mesa, pareciendo más enfadado de lo que jamás lo había visto antes—. Y ahora —jadea, mirándome con tanto dolor que hiere mi corazón—, ¿ahora tengo que ver cómo te ahogas?
—Si escapan…
Bebe el resto de su bebida de un trago. Con un golpe de muñeca, rompe el vaso contra el suelo, haciéndome saltar.
—¿Y qué hay de mí? Incluso si quitara las cámaras, las memorias de los guardias, cualquier cosa que pudiera implicar a cualquiera de nosotros, la reina lo sabrá. —Sacudiendo la cabeza, suspira—. Me sacará los ojos por esto.
Y Julian nunca leerá de nuevo. ¿Cómo puedo pedirle eso?
—Entonces déjame morir. —Las palabras se pegan en mi garganta—. Lo merezco tanto como ellos.
No puede dejarme morir. No lo hará. Soy la pequeña chica rayo, haré que el mundo cambie.
Cuando habla de nuevo, suena hueco.
—Llamaron a la muerte de mi hermana un suicidio. —Poco a poco, pasa los dedos por su muñeca, recordando algo de hace mucho tiempo—. Eso fue mentira y lo sabía. Era una mujer triste, pero nunca habría hecho una cosa así. No cuando tenía a Cal y Tibe. Fue asesinada y no dije nada. Tenía miedo y dejé que su muerte fuese una vergüenza. Y desde ese día, he estado trabajando para arreglar eso, esperando en las sombras de este mundo monstruoso, esperando mi momento para vengarla. —Me mira. Sus ojos brillando con lágrimas—. Supongo que este es un buen momento para empezar.
* * *
No se necesita mucho tiempo para que Julian elabore un plan. Todo lo que necesitamos es un Magnetrón y algunos puntos ciegos en las cámaras. Y, por suerte, puedo proporcionar ambos.
Lucas toca a la puerta de mi dormitorio ni dos minutos después de llamarlo.
—¿Qué puedo hacer por ti, Mare? —dice, más nervioso de lo normal.
Sé que su tiempo supervisando el interrogatorio de la reina a los criados no debe haber sido fácil. Al menos estará demasiado distraído para notar que estoy temblando.
—Tengo hambre. —Las palabras ensayadas vienen más fáciles de lo que deberían—. Ya sabes, no ha habido cena, así que esperaba…
—¿Parezco un cocinero? Deberías haber llamado a la cocina, es su trabajo.
—Sólo, bueno, no creo que ahora sea un buen momento para que los sirvientes deambulen por ahí. La gente todavía está bastante preocupada y no quiero que nadie salga herido, porque no haya cenado. Sólo tendrías que acompañarme, eso es todo. Y quién sabe, podrías conseguir una galletita.
Suspirando como un adolescente molesto, Lucas me ofrece un brazo. Mientras lo tomo, echo un vistazo a las cámaras del pasillo, haciendo que se apaguen. Allá vamos.
Me siento mal usando a Lucas, sabiendo de primera mano lo que es que jueguen con tu mente, pero es por la vida de Kilorn. Lucas sigue parloteando cuando giramos la esquina, tropezándonos con Julian.
—Lord Jacos… —empieza Lucas, agachando la cabeza.
Pero Julian lo toma de la barbilla, moviéndose más rápido de lo que jamás pensé que podía. Antes de que Lucas pueda responder, Julian mira a sus ojos y la lucha muere antes de empezar. Sus palabras melosas, suaves como la mantequilla y fuertes como el hierro, son escuchadas con atención.
—Llévanos a las celdas. Utiliza los pasillos de servicio. Mantennos lejos de las patrullas. No recuerdes esto...
Lucas, por lo general todo sonrisas y bromas, cae en un extraño estado, medio hipnotizado. Sus ojos se vuelven vidriosos y no se da cuenta cuando Julián se agacha para tomar su arma. Pero avanza de todos modos, guiándonos a través del laberinto de El Salón. En cada giro, espero la sensación de los ojos eléctricos, apagándolos todos mientras avanzamos. Julian hace lo mismo con los guardias, obligándolos a no recordar nuestro paso. Juntos hacemos un equipo invencible, y no pasa mucho tiempo antes de que nos encontremos en la parte superior de las escaleras de las mazmorras. Habrá Centinelas ahí abajo, demasiados para Julian.
—No digas una palabra —susurra Julian a Lucas, que asiente con comprensión.
Ahora es mi turno para guiarnos. Espero tener miedo, pero la tenue luz y la hora tardía me son familiares. Aquí es donde pertenezco, siendo escurridiza, mintiendo y robando.
—¿Quién es? ¡Indique su nombre y asunto! —nos grita uno de los Centinelas.
Reconozco su voz, Gliacon, la Temblor que torturó a Farley. Tal vez pueda convencer a Julian de cantarle que se tire por un precipicio.
Me elevo en toda mi altura, aunque es mi voz y el tono lo que más importan.
—Mi nombre es lady Mareena Titanos, prometida del príncipe Maven —concluyo, bajando las escaleras con tanta gracia como puedo. Mi voz es fría y afilada, reflejo de Elara y Evangeline. Tengo fuerza y poder también—. Y no comparto mis asuntos con Centinelas.
Al verme, los cuatro Centinelas intercambian miradas, cuestionando entre sí. Uno de ellos, un hombre grande y con ojos de cerdo, incluso me mira de arriba abajo de una manera grosera. Detrás de los barrotes, Kilorn y Walsh prestan atención. Farley no se mueve de su rincón, rodeándose las rodillas con los brazos. Por un segundo, creo que podría estar durmiendo, hasta que se mueve y sus ojos azules reflejan la luz.
—Necesito saberlo, mi lady —insiste Gliacon, pareciendo arrepentida. Asiente con la cabeza a Julián y Lucas, a mi lado—. También va por ustedes dos.
—Me gustaría una audiencia privada con estas… —digo con tanto desprecio en mi voz como puedo, lo que no es difícil con el Centinela ojos de cerdo de pie tan cerca— criaturas. Tenemos preguntas que deben ser respondidas y agravios que devolver. ¿No es así, Julian?
Julian se burla, hace un buen espectáculo.
—Va a ser fácil hacerlos cantar.
—Imposible, mi señora —resopla Ojos de Cerdo. Su acento es duro y áspero, de Puerto de la Bahía—. Nuestras órdenes son permanecer aquí, toda la noche. No movernos por nadie.
Una vez, un niño en Los Pilares me llamó maldita coqueta por engatusarle para quitarle un buen par de botas.
—Entiende mi posición, ¿no? Pronto seré una princesa y el favor de una princesa es algo muy valioso. Además, a las ratas Rojas se les debe enseñar una lección. Una dolorosa.
Ojos de Cerdo parpadea lentamente hacia mí, pensando. Julian se cierne sobre mi hombro, preparado con sus dulces palabras si lo necesito. Dos latidos pasan antes de que asienta, haciendo un gesto a los demás.
—Podemos daros cinco minutos.
Me duele el rostro por la sonrisa tan amplia, pero no me importa.
—Muchas gracias. Estoy en deuda con ustedes, todos ustedes.
Salen en fila, arrastrando sus botas. Tan pronto como llegan al rellano superior, me permito tener esperanza. Cinco minutos es más que suficiente.
Kilorn casi salta a los barrotes, deseoso de estar libre de su celda, y Walsh levanta a Farley. Pero no me muevo en absoluto. No tengo intención de liberarlos, no todavía.
—Mare… —susurra Kilorn. Desconcertado por mis dudas, pero le silencio con una mirada.
—La bomba. —El humo y el fuego nublan mis pensamientos, transportándome al momento en el que el salón de baile explotó—. Háblame de la bomba.
Espero que se lancen a disculparse, a mendigar mi perdón; pero en cambio, los tres ponen los ojos en blanco.
Farley se apoya en los barrotes, echando fuego por los ojos.
—No sé nada de eso —susurra, apenas audible—. Nunca autoricé una cosa así. Se suponía que iba a ser organizado, con objetivos concretos. No matamos al azar, sin una finalidad.
—¿La capital, los otros bombardeos… ?
—Sabes que esos edificios estaban vacíos. Nadie murió, no por nosotros —afirma de manera uniforme—. Te lo juro, Mare, no fuimos nosotros.
—¿De verdad crees que trataríamos de hacer estallar a nuestra mejor esperanza? —añade Kilorn.
No necesito preguntar para saber que quiere decir yo.
Finalmente, le hago un gesto a Julian sobre mi hombro.
—Abre la celda. Sin hacer ruido —murmura Julian, con las manos en el rostro de Lucas.
El Magnetrón cumple, doblando los barrotes en una O abierta lo suficientemente amplia como para pasar a través. Walsh sale primero, con los ojos abiertos de asombro. Kilorn es el siguiente, ayudando a Farley a pasar a través de los barrotes. Su brazo todavía cuelga sin poder hacer nada, el curandero se olvidó de eso.
Señalo la pared y se mueven sigilosamente, como ratones en la piedra. Walsh mira el cuerpo de Tristan, inerte en la celda, pero se queda detrás de Farley. Julian empuja a Lucas junto a ellos antes de tomar su lugar a los pies de las escaleras, enfrente de los prisioneros liberados. Me pongo al otro lado, situándome junto a Kilorn. A pesar de haber pasado la noche en los calabozos, con la compañía de un muerto, todavía huele a casa.
—Sabía que vendrías —susurra en mi oído—. Lo sabía.
Pero no hay tiempo para bromas o celebraciones. No hasta que estén en un lugar seguro.
A través del hueco de la escalera, Julian asiente hacia mí. Está listo.
—Centinela Gliacon, ¿podemos hablar un momento? —grito por las escaleras, poniendo el cebo de nuestra próxima trampa.
El arrastre de pies me dice que ha picado.
—¿Qué pasa, mi señora?
Cuando nos alcanza, sus ojos vuelan directamente a la celda abierta y jadea detrás de su máscara. Pero Julian es demasiado rápido, incluso para un Centinela.
—Fuiste a dar un paseo. Al volver lo encontraste así. No nos recuerdas. Llama a uno de los otros —murmura, su voz una canción terrible.
—Centinela Tyros, te necesito —afirma con rotundidad.
—Ahora vas a dormir.
Cae casi antes de que diga la última palabra, pero Julian la sujeta y la pone suavemente detrás de él. Kilorn suspira con sorpresa, impresionado por Julian; quien se permite sonreír con suficiencia.
El siguiente en bajar las escaleras es Tyros, confundido pero deseoso de servir. Julian lo hace de nuevo, cantando sus órdenes susurradas en pocos segundos. No esperaba que los Centinelas fuesen tan estúpido, pero tiene sentido. Están entrenados desde la infancia en el arte del combate, la lógica y la inteligencia no son sus prioridades.
Pero los dos últimos, Ojos de Cerdo y el curandero, no son tan tontos. Cuando Tyros le ordena al Centinela curandero que baje, murmuran entre sí.
—¿Ha acabado, lady Titanos? —dice Ojos de Cerdo con cautela.
Pensando rápidamente, les grito de nuevo.
—Sí, hemos acabados. Sus compañeros han regresado a sus puestos, quiero asegurarme de que también lo hacen.
—Oh, ¿lo han hecho? ¿Es eso cierto, Tyros?
Con mucha rapidez, Julian se arrodilla sobre un Tyros desmayado. Le abre los ojos, sosteniéndole los párpados.
—Di que has regresado a tu puesto. Que la dama ha terminado.
—He vuelto a mi puesto —dice de forma monótona. Afortunadamente las largas paredes de piedra de las escaleras distorsionan su voz—. Lady Titanos ha terminado.
Ojos de Cerdo gruñe para sí mismo.
—Muy bien.
Sus botas resuenan por las escaleras, están bajando juntos. Dos. Julian no puede manejarlos sólo. Siento a Kilorn tensarse a mi espalda, apretando el puño, preparándose para cualquier cosa. Con una mano lo empujo contra la pared, mientras que la otra palidece con chispas.
Los pasos se detienen, un poco más allá de la abertura. No puedo verlos y tampoco Julian, pero Ojos de Cerdo respira como un perro. También está el curandero, que permanece fuera de nuestro alcance. En completo silencio, es difícil no oír retumbar de un arma.
Los ojos de Julian se ensanchan pero se mantiene firme, agarrando su arma robada. Ni siquiera quiero respirar, sabiendo que estamos en peligro. Las paredes parecen encogerse, acorralándonos en un ataúd de piedra del que no hay escapatoria.
Me siento muy tranquila cuando salgo a las escaleras, con mi mano temblorosa en la espalda. Espero sentir las balas en cualquier momento, pero el dolor nunca llega. No me van a disparar, no hasta que les dé una buena razón.
—¿Hay algún problema, Centinelas?—digo con desdén, arqueando una ceja como he visto hacer cien veces a Evangeline. Poco a poco, doy un paso hacia arriba, dejando a los dos a la vista. Uno al lado del otro, con los dedos en los gatillos—. Preferiría que no me apunten.
Ojos de Cerdo me mira directamente, pero no hace nada para desconcertarme. Eres una dama. Actúa como tal. Actúa por tu vida.
—¿Dónde está tu amigo?
—Oh, ahora viene. Una de los presos es una bocazas. Necesitaba un poco de atención extra. —La mentira viene tan fácilmente. La práctica lo hace realmente perfecto.
Sonriendo, Ojos de Cerdo baja un poco su arma.
—¿La perra con cicatrices? Debería enseñarle el dorso de mi mano. —Ríe entre dientes. Me río con él y sueño con lo que un rayo podría hacerle a sus ojos pálidos.
Al acercarme más, el curandero pone una mano en la barandilla, bloqueándome el paso. Hago lo mismo. Se siente fría y sólida en la mano. ¡Con cuidado! me digo, poniendo sólo la energía necesaria en mi rayo. No lo suficiente para cortar, ni para dejar cicatriz; pero sí bastante para encargarme de los dos. Es como enhebrar una aguja y, por una vez, soy la experta en costura.
Por encima de mí, el curandero no se ríe con su amigo. Sus ojos son de color plata brillante y, con la máscara y el manto de fuego, parece el demonio de una pesadilla.
—¿Qué tienes en la espalada? —susurra a través de la máscara.
Me encojo de hombros, subiendo un escalón.
—Nada, Centinela Skonos.
Las siguientes palabras son furiosas.
—Mientes.
Reaccionamos en el mismo momento, empezando la acción. La bala me golpea en el estómago, pero mi rayo quema la barandilla de metal, atravesándole la piel y llegando al cerebro del curandero. Ojos de Cerdo grita, disparando su arma. La bala se incrusta en la pared, pasando a centímetros de mí. Pero yo no fallo, embistiendo con una bola de rayos desde mi espalda. Acaban cayendo, ambos inconscientes, sus músculos retorciéndose por las descargas.
Entonces me desplomo.
Me pregunto brevemente si el suelo de piedra romperá mi cráneo. Supongo que es mejor que desangrarse. Sin embargo, unos brazos fuertes me atrapan.
—Mare, estarás bien —susurra Kilorn. Su mano cubre mi vientre, tratando de detener el sangrado. Sus ojos son de color verde como la hierba. Destacan en un mundo que se dirige a la oscuridad—. No es tan malo.
—Poneos esto —ordena Julian a los demás. Farley y Walsh pasan a mi lado para ponerse las capas y máscaras de color rojo fuego—. ¡Tú también!
Apartó de un tirón a Kilorn, casi lanzándolo a través del cuarto con la prisa.
—Julian… —me ahogo, tratando de agarrarlo. Debo darle las gracias.
Pero está fuera de mi alcance, de rodillas sobre el curandero. Desgarra los párpados del Centinela y canta, ordenándole que despierte. Lo siguiente que sé es que el curandero me mira, con sus manos en mi herida. Sólo tarda un segundo en que todo vuelva a la normalidad. En la esquina, Kilorn suspira de alivio y se cubre la cabeza con una capa.
—A ella también. —Señalo a Farley.
Julian asiente y dirige el curandero hacia ella. Con un chasquido audible, su hombro se coloque en su lugar.
—Muchísimas gracias —dice ella, poniéndose la máscara.
Walsh está por encima de todos nosotros, su máscara olvidada en su mano. Se queda mirando a los Centinelas caídos, boquiabierta.
—¿Están muertos? —pregunta ella, susurrando como una niña asustada.
Julian levanta la vista de Ojos de Cerdo, terminando de cantarle.
—A duras penas. Estarán despiertos en pocas horas y, si tenéis suerte, nadie sabrá que os habéis ido hasta entonces.
—Puedo soportar unas cuantas horas. —Farley huele a Walsh, devolviéndola a la realidad—. Aclárate la cabeza, chica, tenemos que correr un montón esta noche.
No nos lleva mucho esfumarnos por los últimos pasillos. Aun así, mi miedo crece con cada latido de corazón que pasa, hasta que nos encontramos en medio del garaje de Cal. Un asombroso Lucas abre un agujero en la puerta de metal, como si estuviera rasgando papel, revelando la noche al otro lado.
Walsh me abraza, tomándome por sorpresa.
—No sé cómo —murmura—, pero espero que algún día te conviertas en reina. ¿Imaginas qué podrías hacer entonces? La reina Roja…
Tengo que sonreír ante esa idea imposible.
—Vete, antes de que me contagies tu locura.
A Farley no le gustan los abrazos, pero me da una palmadita en el hombro.
—Nos veremos otra vez, y pronto.
—No como hoy, espero.
En su rostro aparece una extraña y dentuda sonrisa. A pesar de la cicatriz, me doy cuenta de que es muy guapa.
—No como hoy —repite, antes de deslizarse hacia la noche con Walsh.
—Sé que no puedo pedirte que vengas conmigo —susurra Kilorn, moviéndose para seguirlos. Se queda mirando sus manos, examinando las cicatrices que conozco mejor que mi propia mente. Mírame a mí, idiota.
Suspirando, me obligo a empujarlo hacia la libertad.
—La causa me necesita aquí. Tú también me necesitas aquí.
—Lo que necesito y lo que quiero son dos cosas muy diferentes.
Trato de reír, pero no puedo encontrar la fuerza.
—Este no es nuestro fin, Mare —murmura Kilorn, abrazándome. Se ríe de sí mismo, el ruido vibra en su pecho—. Reina Roja. Suena bien.
—Date prisa, tonto.
Nunca he sonreído tanto, pese a sentirme tan triste.
Me mira por última vez y asiente con la cabeza a Julian, antes de salir a la oscuridad. Los trozos de metal vuelven a unirse después, impidiéndome ver a mis amigos. A dónde van, no lo quiero saber.
Julian tiene que apartarme, pero no reprende mi largo adiós. Creo que está más preocupado por Lucas, quien, en su estado de aturdimiento, ha comenzado a babear.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Capitulo 22
Esa noche sueño con mi hermano Shade que viene a visitarme en la oscuridad. Huele a pólvora. Pero cuando parpadeo, desaparece y mi mente grita lo que ya sé. Shade está muerto.
Cuando llega la mañana, una serie de movimientos y golpes me hacen despertarme de un brinco, sentándome en la cama. Espero ver Centinelas, Cal, o un Ptolemus asesino dispuesto a destrozarme por lo que he hecho, pero son sólo las criadas bulliciosas en mi armario. Parecen más agobiadas que de costumbre y tiran de mi ropa con abandono.
—¿Qué está pasando?
En el armario, las chicas se congelan. Se inclinan, con las manos llenas de seda y lino. Mientras me acerco, me doy cuenta de que están de pie sobre un conjunto de baúles de cuero.
—¿Vamos a alguna parte?
—Ordenes, mi lady ―dice una, con los ojos bajos—. Sólo sabemos lo que nos dicen.
—Por supuesto. Bueno, simplemente voy a vestirme entonces. —Alcanzo el conjunto más cercano, con la intención de hacer algo por mí misma, por una vez, pero las criadas se me adelantan.
Cinco minutos más tarde, me han pintado y preparado, vestido con pantalones de cuero extraños y una camisa de volantes. Preferiría mucho más mi traje de entrenamiento sobre todo lo demás, pero no es aparentemente "adecuado" para llevarlo fuera de las sesiones.
—¿Lucas? —le pregunto al pasillo vacío, medio esperando que salga de una alcoba.
Pero Lucas no se encuentra en ninguna parte, y me dirijo a Protocolo, esperando que se cruce en mi camino. Cuando no lo hace, me recorre una sensación de temor. Julian le hizo olvidar la noche anterior, pero tal vez algo se ha deslizado a través de las grietas. Tal vez está siendo interrogado, castigado, por la noche que no puede recordar y lo que le obligamos a hacer.
Pero no estoy sola por mucho tiempo. Maven aparece en mi camino, con los labios curvados en una sonrisa divertida.
—Te has despertado temprano. —Luego se inclina, hablando en un susurro—: Sobre todo para haber tenido una larga noche.
—No sé lo que quieres decir. ―Trato con un tono inocente.
—Los prisioneros no están. Los tres, han desaparecido en el aire.
Pongo una mano en mi corazón, haciéndome parecer asombrada ante las cámaras.
—¡Por mis colores! ¿Unos Rojos, han escapado de nosotros? Eso parece imposible.
—Lo es de hecho. —A pesar de que la sonrisa permanece, sus ojos se oscurecen ligeramente—. Por supuesto, existen preguntas. Los cortes de energía, el sistema de seguridad defectuoso, por no hablar de una tropa de Centinelas con espacios en blanco en sus recuerdos. —Se me queda mirando fijamente.
Le devuelvo su aguda mirada, dejándole ver mi malestar.
—Tu madre... les ha interrogado.
—Lo ha hecho.
—Y estará hablando con… —escojo mis palabras cuidadosamente—. ¿Cualquier otra persona relacionada con la fuga? ¿Oficiales, guardias?
Maven niega.
—El que hizo esto lo hizo bien. La he ayudado con el interrogatorio y la he dirigido a cualquiera que sea sospechoso. —Dirigido. Dirigido lejos de mí. Doy un pequeño suspiro de alivio y le aprieto el brazo, dándole las gracias por su protección—. Además, es posible que nunca encontremos quién lo ha hecho. La gente ha estado huyendo desde anoche. Piensan que el Salón ya no es seguro.
—Después de anoche, probablemente tienen razón. —Deslizo mi brazo en el suyo, acercándolo—. ¿Qué ha sabido tu madre de la bomba?
Su voz baja a un susurro.
—No hubo ninguna bomba —¿Qué? —. Fue una explosión, pero también fue un accidente. Una bala perforó una tubería de gas en el suelo, y cuando el fuego de Cal le dio... —Se calla, dejando que sus manos hablen por él—. Fue idea de madre el utilizar eso para nuestra, ah, ventaja.
No matamos sin un propósito.
—Está convirtiendo a la Guardia en monstruos.
Él asiente con gravedad.
—Nadie va a querer estar de su parte. Ni siquiera los Rojos.
Mi sangre parece hervir. Más mentiras. Ella nos está abatiendo sin disparar un solo tiro o desenvainar una espada. Las palabras son todo lo que necesita. Y ahora voy a ser enviada más profundo en su mundo, a Archeon.
No veras de nuevo a tu familia. Gisa crecerá, hasta que no la reconozcas más. Bree y Tramy se casaran, tendrán hijos, y te olvidaran. Papá va a morir lentamente, asfixiado por sus heridas, y cuando se haya ido, mamá se te escapará de las manos también.
Maven me permite pensar, sus ojos pensativos mientras observa las emociones en mi rostro. Él siempre me deja pensar. A veces su silencio es mejor que las palabras de otro.
—¿Cuánto tiempo nos queda aquí?
—Nos vamos esta tarde. La mayor parte de la corte se va antes de eso, pero tenemos que tomar el barco. Mantener alguna tradición en toda esta locura.
Cuando era niña, solía sentarme en el porche y ver los barcos bonitos pasar, dirigiéndose río abajo hacia la capital. Shade se reía de mí por querer echar un vistazo al rey. No me di cuenta entonces que era sólo parte del espectáculo, otra demostración igual que los combates en la arena, para mostrar exactamente lo bajo que estábamos en el gran esquema del mundo. Ahora voy a ser parte de ello de nuevo, esta vez de pie al otro lado.
—Al menos podrás ver tu casa otra vez, aunque sólo sea por un rato —añade, tratando de ser amable. Sí, Maven, eso es justo lo que quiero. Quedarme quieta y ver pasar mi casa y mi antigua vida.
Pero ese es el precio que debo pagar. Liberar a Kilorn y los otros, significa perder mis últimos días en el valle, y es un sacrificio que estoy dispuesta a hacer.
Nos interrumpe un fuerte golpe en un pasadizo cercano, que conduce a la habitación de Cal. Maven reacciona primero, moviéndose hacia el borde del pasillo antes de que yo pueda, como si estuviera tratando de protegerme de algo.
—¿Pesadillas, hermano? —dice en voz alta, preocupado por lo que ve.
En respuesta, Cal sale al pasillo, con los puños apretados, como si estuviera tratando de mantener a raya sus propias manos. Se ha ido el uniforme manchado de sangre, sustituido por lo que parece ser la armadura de Ptolemus, aunque la de Cal tiene un tinte rojizo.
Quiero darle una bofetada, arañarlo y gritar por lo que le hizo a Farley y Tristán e Kilorn y Walsh. Las chispas bailan dentro de mí, pidiendo ser desatadas. Pero después de todo, ¿qué esperaba? Sé lo que es y lo que cree: los Rojos no valen la pena ser salvados. Así que hablo tan civilizadamente como puedo.
—¿Vas a irte con tu legión? —Sé que no lo hará, a juzgar por la ira lívida en sus ojos. Una vez, temí que fuera, y ahora me gustaría que lo hiciera. No puedo creer que me importara salvarlo. No puedo creer que ese pensamiento pasara por mi cabeza alguna vez.
Cal lanza un suspiro.
—La Legión Sombra no va a ninguna parte. Padre no lo permitirá. Ahora no. Es demasiado peligroso, y yo soy demasiado valioso.
—Sabes que tiene él razón. —Maven pone una mano en el hombro de su hermano, tratando de calmarlo. Recuerdo haber visto a Cal hacerle lo mismo a Maven, pero ahora la corona está en una cabeza diferente—. Tú eres el heredero. No puede permitirse el lujo de perderte a ti también.
—Soy un soldado —escupe Cal, encogiéndose de hombros lejos del toque de su hermano—. No puedo simplemente sentarme y dejar que otros luchen por mí. No voy a hacerlo.
Suena como un niño lloriqueando por un juguete, debe disfrutar matando. Me pone enferma. No hablo, dejando que el diplomático Maven hable por mí. Él siempre sabe qué decir.
—Encuentra otra causa. Construye otra motocicleta, duplicar tu entrenamiento, prepara a tus hombres, prepararte para cuando pase el peligro. Cal, puedes hacer mil cosas, ¡y ninguna de ellas terminan contigo muriendo en algún tipo de emboscada! —dice, mirando a su hermano. Luego sonríe, tratando de aligerar el ambiente—. Nunca cambias, Cal. Simplemente no puedes quedarte quieto.
Tras un momento de silencio duro, Cal sonríe débilmente.
—Nunca. —Sus ojos se mueven hacia mí, pero no me quedaré atrapada en su mirada de bronce, otra vez no.
Giro la cabeza, fingiendo examinar un cuadro en la pared.
—Bonita armadura —e burlo—. Quedará bien con tu colección.
Parece dolido, incluso confuso, pero rápidamente se recupera. Su sonrisa ha desaparecido, reemplazada por los ojos entrecerrados y la mandíbula apretada. Golpea a su armadura; suena como garras en piedra.
—Este fue un regalo de Ptolemus. Parezco compartir una causa común con el hermano de mi prometida. —Mi prometida. Como si eso se supone que debe darme celos o algo así.
Maven mira la armadura con cautela.
—¿Qué quieres decir?
—Ptolemus dirige a los oficiales en la capital. Junto conmigo y mi legión, podríamos ser capaces de hacer algo útil, incluso dentro de la ciudad.
Un temor frío se asienta en mi corazón de nuevo, espantando cualquier esperanza y felicidad que el éxito de anoche me haya traído.
—¿Y qué es eso exactamente? —me oigo susurrar.
—Soy un buen cazador. Él es un buen asesino. —Cal da un paso hacia atrás, alejándose de nosotros.
Puedo sentirlo alejándose y no sólo por el pasillo, sino por un camino oscuro y retorcido. Me hace temer por el chico que me enseñó a bailar. No, no por él. De él. Y eso es peor que el resto de mis terrores y pesadillas.
―Entre los dos, vamos a arrancar de raíz la Guardia Escarlata. Vamos a terminar esta rebelión de una vez por todas.
No hay horario para hoy, como todo el mundo está demasiado ocupado yéndose para enseñar o entrenar. Huyendo podría ser una palabra mejor, porque eso es sin duda lo que parece, desde mi punto de vista en el salón de la entrada. Solía pensar que los Plateados eran dioses intocables que nunca se sentían amenazados, o asustados. Ahora sé que es todo lo contrario. Han pasado tanto tiempo en la parte superior, protegidos y aislado, que se han olvidado de que pueden caer. Su fuerza se ha convertido en su debilidad.
Una vez, tuve miedo de estas paredes, asustada por tal belleza. Pero veo las grietas ahora. Es como el día del atentado, cuando me di cuenta de que los Plateados no eran invencibles. Entonces fue una explosión, ahora algunas balas han destrozado el cristal de diamante, dejando al descubierto el miedo y la paranoia que hay debajo. Los Plateados huyendo de los Rojos, los leones huyendo de los ratones. El rey y la reina se oponen entre sí, la corte tiene sus propias alianzas, y Cal, el príncipe perfecto, el buen soldado, es un tortuoso y terrible enemigo. Cualquiera puede traicionar a cualquiera.
Cal y Maven se despiden de todos, cumpliendo con su deber a pesar del caos organizado. Las aeronaves no esperan muy lejos, el zumbido de sus motores audible incluso desde el interior. Quiero ver las grandes máquinas de cerca, pero moverme significaría pasar a través de la multitud, y no puedo soportar las miradas de los afligidos. En total, doce murieron anoche, pero me niego a aprenderme sus nombres. No puedo hacer que pese sobre mí, no cuando necesito mi ingenio más que nunca.
Cuando no puedo mirar más tiempo, mis pies me lleven donde quieren, vagando a través de los ahora familiares pasadizos. Los aposentos se cierran al pasar, confinados para la temporada, hasta que la corte regrese. Yo no regresaré, lo sé. Los sirvientes tiran sábanas blancas sobre los muebles, pinturas y estatuas, hasta que todo el lugar parece perseguido por fantasmas.
No pasa mucho tiempo antes de que me encuentre de pie en la puerta de la antigua aula de Julián, y la vista me choca. Las pilas de libros, la mesa de trabajo, incluso los mapas se han ido. La habitación parece más grande, pero se siente más pequeña. Una vez albergó mundos enteros, pero ahora sólo tiene polvo y papel arrugado. Mis ojos se deleitan en la pared donde solía estar el enorme mapa. Una vez no podía entenderlo; ahora lo recuerdo como un viejo amigo.
Norta, los Lakelands, Piedmont, Prairie, Tiraxes, Montfort, Ciron, y todas las tierras en disputa en el medio. Otros países, otros pueblos, todos rotos a lo largo de las líneas de sangre igual que nosotros. ¿Si cambiamos, lo harán ellos? ¿O nos destruirán también?
―Espero que te acuerdes de tus lecciones. ―La voz de Julian me hace salir de mis pensamientos, de vuelta a la habitación vacía. Se coloca de pie detrás de mí, siguiendo mi mirada a la pared donde estaba el mapa―. Siento no haberte podido enseñar más.
―Vamos a tener un montón de tiempo para las lecciones en Archeon.
Su sonrisa es agridulce y casi dolorosa de ver. Con un sobresalto me doy cuenta de que puedo sentir cámaras mirándonos por primera vez.
―Los archiveros en Delphie me han ofrecido un puesto de restauración de algunos textos antiguos. ―La mentira es tan clara como la nariz en su rostro―. Parece que han estado cavando alrededor del Wash y han encontrado algunos bunkers de almacenamiento. Pilas de ellos, al parecer.
―Te va a gustar mucho. ―Mi voz se queda atrapada en mi garganta. Sabías que tendría que irse. Tú lo obligaste a esto anoche, cuando pusiste en peligro su vida por la de Kilorn―. ¿Vas a visitarme, cuando puedas?
―Sí, por supuesto. ―Otra mentira. Elara se dará cuenta de su papel lo suficientemente pronto, y entonces él huirá. Tiene sentido conseguir una ventaja―. Te he conseguido algo.
Prefiero tener a Julian que cualquier regalo, pero trato de parecer agradecida de todos modos.
―¿Es un buen consejo?
Sacude la cabeza, sonriendo.
―Ya verás cuando llegues a la capital. ―Luego extiende sus brazos, haciéndome un gesto—. Me tengo que ir, así que despídeme correctamente.
Abrazarlo es como abrazar a mi padre o a los hermanos que nunca veré de nuevo. No quiero dejarlo ir, pero el peligro es demasiado grande para que se quede y los dos lo sabemos.
―Gracias, Mare ―susurra en mi oído―. Me recuerdas mucho a ella. ―No tengo que preguntar para saber que está hablando de Coriane, de la hermana que perdió hace mucho tiempo—. Te echaré de menos, pequeña chica rayo.
En este momento, el apodo no suena tan mal.
No tengo fuerzas para maravillarme con el barco, impulsado a través del agua por los motores eléctricos. Las banderas de color negro, plata y rojo revolotean en cada poste, marcando este como barco del rey. Cuando era una niña, solía preguntarme por qué el rey reclamaba nuestro color. Estaba tan por debajo de él. Ahora me doy cuenta de que las banderas son rojas como el fuego, como la destrucción y las personas que él controla.
—Los Centinelas de la noche anterior han sido reasignados —murmura Maven mientras caminamos por una cubierta.
Reasignado es sólo una palabra elegante para castigado. Recordando a Ojos de Cerdo y la forma en que me miró, no me arrepiento en absoluto.
―¿A dónde han ido?
—Al frente, por supuesto. Van a ser asignados a algún grupo, para dirigir a heridos, incapaces, o soldados de mal humor. Esos son generalmente los primeros en ser enviados a las trincheras.
Por las sombras detrás de los ojos, puedo decir que Maven lo sabe de primera mano.
―Los primeros en morir.
Asiente solemnemente.
—¿Y Lucas? No lo he visto desde ayer…
—Está bien. Está viajando con la Casa Samos, reagrupándose con la familia. Los disparos han hecho que todo el mundo huya, incluso las Casas Altas.
El alivio recorre mi cuerpo, así como tristeza. Extraño a Lucas ya, pero es bueno saber que está a salvo y lejos del alcance de Elara.
Maven se muerde el labio, con la mirada apagada.
—Pero no por mucho tiempo. Las respuestas están llegando.
—¿Qué quieres decir?
—Han encontrado sangre abajo en las celdas. Sangre de un Rojo.
Mi herida de bala se ha ido, pero el recuerdo del dolor no se ha desvanecido.
—¿Y?
―Así que sea el que sea el amigo tuyo que tuvo la desgracia de ser herido, ya no será un secreto por mucho más tiempo, si la base de datos de sangre hace su trabajo.
—¿Base de datos sangre?
—La base de datos de sangre. Cualquier Rojo nacido a menos de cien kilómetros de la civilización se le toma muestras al nacer. Comenzó como un proyecto para entender exactamente cuál es la diferencia entre nosotros, pero terminó siendo sólo otra manera de poner un collar a tu pueblo. En las grandes ciudades, los Rojos no usan tarjetas de identificación, pero sí etiquetas de sangre. Son muestreados en cada puerta, cuando entran y salen. Rastreados como animales.
Rápidamente, pienso en los viejos documentos que el rey me lanzó ese día en el salón del trono. Estaban mi nombre, mi fotografía, y una mancha de sangre.
Mi sangre. Tienen mi sangre.
—¿Y ellos… pueden averiguar de quién es la sangre, así de fácil?
—Se necesita algún tiempo, una semana más o menos, pero sí, así es como se supone que debe funcionar. ―Sus ojos caen a mis manos temblorosas, y las cubre con las suyas, dejando que el calor se filtre en mi piel de repente fría—. ¿Mare?
—Él me disparó —le susurro—. El Centinela me disparó. Es mi sangre la que han encontrado.
Y luego sus manos están tan frías como las mías.
A pesar de sus ideas inteligentes, Maven no tiene nada que decir a esto. Sólo mira, su respiración sale en pequeños jadeos, asustado. Conozco la expresión de su rostro; la llevo cada vez que me veo obligada a decir adiós a alguien.
—Es una lástima que no nos quedemos más tiempo —murmuro, mirando hacia el río—. Me hubiera gustado morir cerca de casa.
Otra brisa envía una cortina de mi cabello a mi rostro, pero Maven lo cepilla para apartarlo y me tira cerca de él con una ferocidad sorprendente.
Oh.
Su beso no es en absoluto como el de su hermano. Maven es más desesperado, sorprendiéndose a sí mismo tanto como a mí. Sabe que me estoy hundiendo rápido, una piedra cayendo a través del río. Y se quiere ahogar conmigo.
—Voy a arreglar esto —murmura contra mis labios. Nunca he visto unos ojos tan brillantes y nítidos—. No voy a dejar que te hagan daño. Te doy mi palabra.
Una parte de mí quiere creerle.
—Maven, no puedes arreglarlo todo.
—Tienes razón, [/i]yo no puedo —responde, con un borde en su voz—. Pero puedo convencer a alguien con más poder que yo.
―¿Quién?
Cuando la temperatura se eleva a nuestro alrededor, Maven se echa hacia atrás, con la mandíbula tensa y apretada. La forma en que parpadean sus ojos, medio espero que ataque a quien nos ha interrumpido. No me doy la vuelta, sobre todo porque no puedo sentir mis extremidades. Me he entumecido, aunque mis labios aún hormiguean con el recuerdo. Lo que esto significa, no lo sé. Lo que siento, no puedo comenzar a entenderlo.
—La reina solicita su presencia en la cubierta de observación. —La voz de Cal se asienta como la piedra. Suena casi enfadado, pero sus ojos de bronce parecen tristes, hasta derrotados—. Estamos pasando Los Pilares, Mare.
Sí, la costa ya me es familiar. Sé que el árbol destrozado, ese tramo de banco, y el eco de las sierras y la caída de árboles es inconfundible. [i]Esto es hogar. Con gran dolor, me obligo a alejarme para hacer frente a Cal, que parece estar teniendo una conversación silenciosa con su hermano.
—Gracias, Cal. —murmuro, todavía tratando de procesar el beso de Maven y, por supuesto, mi propia muerte inminente.
Cal se aleja, con su normalmente recta espalda inclinada. Cada pisada envía una punzada de culpa a través de mí, haciéndome recordar nuestro baile y nuestro propio beso. Le he hecho daño a todo el mundo, sobre todo a mí misma.
Maven se queda mirando a su hermano mientras este se va.
—No le gusta perder. Y… —Baja la voz, ahora tan cerca de mí que puedo ver las diminutas motas de plata en sus ojos—. Yo tampoco voy a perder, Mare. No lo haré.
—Nunca me vas a perder.
Otra mentira, y ambos lo sabemos.
La cubierta de observación domina la parte delantera del barco, cerrado por un cristal que se extiende de lado a lado. Unas figuras marrones toman forma en la orilla del río, y la antigua colina con la arena aparece de entre los árboles. Estamos demasiado lejos de la orilla para ver a nadie correctamente, pero reconozco mi casa en un instante. La vieja bandera todavía revolotea en el porche, todavía bordada con tres estrellas rojas. Una tiene una franja negra a través de ella, en honor a Shade. Shade fue ejecutado. Se supone que debes extraer una estrella después de eso. Pero no lo han hecho. Se han aferrado a él en su propia pequeña rebelión.
Quiero señalarle mi casa a Maven, para hablarle de la aldea. He visto su vida, y ahora quiero mostrarle la mía. Pero la terraza mirador está en silencio, todos nosotros mirando a la aldea a medida que nos acercamos más y más. Los habitantes de la aldea no se preocupan por ti, quiero gritar. Sólo los tontos se detendrán para mirar. Sólo los tontos desperdiciarían un momento en ti.
Mientras el barco continúa, me pongo a pensar que todo el pueblo podría estar hecho de tontos. Todos los dos mil de ellos parecen haberse reunido en la orilla. Algunos están de pie con el agua del río hasta los tobillos. Desde esta distancia, todos tienen el mismo aspecto. Cabello desvanecido y ropa usada, con manchas de piel, cansados, hambrientos, todas las cosas que yo solía ser.
Y enfadados. Incluso desde el barco, puedo sentir su ira. Ellos no animan o gritan nuestros nombres. Nadie saluda. Nadie siquiera sonríe.
―¿Qué es esto? ―susurro, esperando que nadie responda.
Pero la reina lo hace, con gran deleite.
―Qué desperdicio, desfilar por el río cuando nadie va a mirar. Parece que hemos arreglado eso.
Algo me dice que esto es otro evento obligatorio, como las peleas, igual que las emisiones. Los oficiales han arrancado a ancianos enfermos de sus camas y trabajadores agotados del el suelo, obligándolos a vernos.
Un látigo suena en algún lugar en la orilla, seguido de cerca por el grito de una mujer.
—¡Permanece en línea! —Se hace eco en la multitud. Sus ojos nunca fallan, mirando al frente, tan quieto que ni siquiera puedo ver dónde ha sido la interrupción. ¿Qué les ha pasado para que sean tan indulgentes? ¿Que se ha hecho ya?
Las lágrimas pican en mis ojos a medida que miro. Hay más grietas y algunos bebés lloran, pero nadie en la orilla protesta. De repente estoy en el borde de la cubierta, con ganas de romper el cristal con cada centímetro de mí misma.
—¿Vas a algún lado, Mareena? —ronronea Elara desde su lugar al lado del rey. Ella bebe plácidamente de una copa, examinándome sobre el borde de ella.
—¿Por qué haces esto?
Con los brazos cruzados sobre su magnífico vestido, Evangeline me mira con una sonrisa burlona.
—¿Por qué te importa? —Pero sus palabras caen en oídos sordos.
—Ellos saben lo que pasó en el Salón, incluso podrían estar de acuerdo con ello, por lo que necesitan ver que no estamos derrotados —murmura Cal, sus ojos en la orilla del río. Ni siquiera puede mirarme, el cobarde—. Ni siquiera estamos sangrando.
Otro látigo suena y me estremezco, casi sintiendo el látigo en mi piel.
—¿También has ordenado que sean golpeados?
No responde a mi desafío, con la mandíbula cerrada firmemente. Pero cuando otro aldeano grita, en protesta contra los agentes, deja que sus ojos se cierren.
—Hazte a un lado, lady Titanos. —La voz del rey retumba como un trueno lejano, una orden si alguna vez hubo una. Casi puedo sentir su sonrisa de suficiencia cuando retrocedo, de regreso a Maven—. Este es una aldea Roja, tú lo sabes mejor que todos nosotros. Albergan a estos terroristas, los alimentan, los protegen, se convierten en ellos. Son niños que han hecho mal. Y tienen que aprender.
Abro la boca para discutir, pero la reina descubre sus dientes.
—¿Tal vez tú sabes de unos pocos de los cuales se debe hacer un ejemplo? —dice con calma, haciendo un gesto hacia la costa.
Las palabras mueren en mi garganta, ahuyentadas por su amenaza.
—No, Su Majestad, no sé.
—Entonces da un paso atrás y quédate en silencio. —Y sonríe—. Porque vendrá el tiempo de hablar.
Esto es para lo que me necesitan. Un momento como este, cuando las escalas podrían inclinarse a su favor. Pero no puedo protestar. Sólo puedo hacer lo que mandan y ver como mi hogar se desvanece fuera de la vista. Para siempre.
Cuanto más nos acercamos a la capital, más grandes se vuelven las aldeas. Pronto el paisaje se desvanece de madera de construcción y comunidades agrícolas a ciudades adecuadas. Ellos se centran alrededor de unos molinos enormes, con casas y dormitorios de ladrillo para alojar a los obreros Rojos. Igual que los demás pueblos, sus habitantes están en las calles para vernos pasar. Funcionarios ladran, los látigos pegan, y nunca me acostumbro a ello. Me estremezco cada vez.
A continuación, los pueblos son reemplazados por extensas fincas y mansiones, palacios como el Salón. Hechos de piedra, cristal y mármol arremolinado, cada uno parece más magnífico que el anterior. Su césped cae hacia el río, adornado con jardines de Verdinos y hermosas fuentes. Las casas mismas parecen obra de dioses, cada una un tipo diferente de belleza. Pero las ventanas están oscuras, las puertas cerradas. Donde los pueblos y ciudades estaban llenos de gente, estos parecen desprovistos de vida. Sólo las banderas ondeando en alto, una sobre cada estructura, me hacen saber que alguien vive allí. Azul de la Casa Osanos, plata para Samos, marrón para Rhambos, y así sucesivamente. Ahora sé los colores de memoria, poniendo caras a cada casa en silencio. Incluso he matado a los propietarios de unas pocas.
—Río Row —explica Maven—. Las residencias de campo, si un señor o señora desea escapar de la ciudad.
Mi mirada se detiene en la casa de los Iral, una maravilla con columnas de mármol negro. Unas panteras de piedra custodian el porche, gruñendo hacia el cielo. Incluso las estatuas me dan escalofríos, haciéndome recordar a Ara Iral y sus preguntas apremiantes.
—No hay nadie aquí.
—Las casas están vacías la mayor parte del año, y nadie se atrevería a dejar la ciudad ahora, no con este asunto de la Guardia. —Me ofrece una pequeña y amarga sonrisa—. Prefieren esconderse detrás de sus muros de diamante y dejar que mi hermano haga su lucha por ellos.
—Si tan sólo nadie tuviera que luchar en absoluto.
Sacude la cabeza en negación.
—No hace bien soñar.
Miramos en silencio como el Río Row se queda detrás de nosotros y otro bosque se alza en la orilla. Los árboles son extraños, muy altos con la corteza de color negro y hojas de color rojo oscuro. Está en un silencio sepulcral, como ningún bosque debe estar. Ni siquiera el canto de los pájaros rompe el silencio, y más adelante, el cielo se oscurece, pero no por la luz menguante de la tarde. Unas nubes negras se reúnen, se cierne sobre los árboles como una gruesa manta.
—¿Y qué es esto? —Incluso mi voz suena apagada, y estoy contenta de repente por la caja de cristal sobre la cubierta. Para mi sorpresa, los demás se han ido, dejándonos solos para ver la penumbra.
Maven mira el bosque, con el rostro estirado en disgusto.
—Árboles de barrera. Evitan que la contaminación viaje río arriba. Los Verdinos de Welle los hicieron hace años.
Unas olas marrones ondean espuma contra el barco, dejando una película de suciedad negra en el casco de acero reluciente. El mundo adquiere un tinte extraño, como si estuviera mirando a través de un cristal sucio. Las nubes bajas no son nubes en absoluto, sino el humo que brota de un millar de chimeneas, oscureciendo el cielo. Atrás han quedado los árboles y la hierba, esta es una tierra de cenizas y decadencia.
―La Ciudad Gris ―murmura Maven.
Las fábricas se extienden hasta donde puedo ver, sucias, enormes y tarareando con electricidad. Me golpea como un puño, casi me hace perder el equilibrio. Mi corazón trata de mantenerse al día con el impulso sobrenatural y tengo que sentarme, sintiendo que mí sangre se acelera.
Pensaba que mi mundo estaba equivocado, que mi vida era injusta. Pero no ni siquiera podría soñar con un lugar como Ciudad Gris.
Centrales eléctricas brillan en la oscuridad, pulsando azul eléctrico y verde enfermizo en la obra de cables en el aire como una tela de araña. Unos transportes apilados en lo alto con cargas se mueven a lo largo de las carreteras elevadas, transportando mercancías de una fábrica a otra. Se gritan unos a otros en un lío ruidoso de tráfico enredado, moviéndose lento como sangre negra en vetas grises. Lo peor de todo, unas casitas rodean cada fábrica en una plaza ordenada, una encima de la otra, con calles estrechas en el medio. Los barrios marginales.
Bajo un cielo tan lleno de humo, dudo que los trabajadores nunca vean la luz del día. Caminan entre las fábricas y sus casas, inundando las calles durante su cambio de turno. No hay funcionarios, no hay látigos sonando, no hay miradas en blanco. Nadie los está haciendo vernos pasar. El rey no tiene que mostrarse aquí, me doy cuenta. Ellos están rotos desde el nacimiento.
—Estos son los técnicos —susurro con voz ronca, recordando el nombre que los Plateados tan alegremente lanzan—. Ellos hacen las luces, las cámaras, las pantallas de videos…
—Las armas de fuego, las balas, las bombas, los barcos, los transportes —añade Maven—. Mantienen la electricidad en funcionamiento. Mantienen nuestra agua limpia. Lo hacen todo por nosotros.
Y no reciben nada más que humo a cambio.
―¿Por qué no se van?
Se encoge de hombros.
—Esta es la única vida que conocen. La mayoría de los expertos en tecnología nunca salen de su propio callejón. Ni siquiera pueden ser reclutados.
Ni siquiera pueden ser reclutados. Sus vidas son tan terribles que la guerra es una mejor alternativa, y ni siquiera se les permite ir.
Como todo lo demás en el río, las fábricas se desvanecen, pero la imagen se queda conmigo. No debo olvidar esto, algo me dice. No debo olvidarlos.
Las estrellas nos esperan más allá de otro bosque de árboles de barrera, y debajo de ellas: Archeon. Al principio no veo la capital en absoluto, confundiendo sus luces con ardientes estrellas. Mientras navegamos más y más cerca, mi mandíbula cae.
Un puente de tres capas se encuentra sobre el ancho río, que une las dos ciudades a ambos lados. Es de cientos de metros de largo y floreciente, vivo con la luz y electricidad. Hay tiendas y plazas de mercado, todas integradas en el propio Puente de cien metros por encima del río. Sólo puedo imaginar los Plateados allí, bebiendo, comiendo y mirando hacia abajo al mundo desde su lugar en lo alto. Transportes se mueven a lo largo del nivel más bajo del puente, sus faros como los cometas rojos y blancos cortando a través de la noche.
Los dos extremos del Puente tienen una verja, y los sectores de la ciudad a ambos lados están amurallados. En la orilla este, unas grandes torres metálicas se elevan de la tierra como espadas perforando el cielo, todas coronados con brillantes pájaros gigantes de rapiña. Más medios de transporte y más personas pueblan las calles pavimentadas que trepan por las orillas de los ríos montañosos, que conectan los edificios hasta el puente y las puertas exteriores.
Las paredes son de cristal de diamante, como en el Salón, pero colocadas con torres metálicas iluminadas y otras estructuras. Hay patrullas en las paredes, pero sus uniformes no son del rojo encendido de Centinelas o del marcado negro de Seguridad. Llevan uniformes de plata opaco y blanco, casi completamente integrados en el paisaje urbano. Son soldados, y no del tipo que bailan con las damas. Esta es una fortaleza.
Archeon fue construido para soportar la guerra y no la paz.
En la orilla occidental, reconozco la Corte Real y el Salón de Tesorería de las imágenes del bombardeo. Ambos están hechos de mármol blanco, brillante y totalmente reparado, a pesar de que fueron atacados apenas hace más de un mes. Se siente como si hubiera sido hace toda una vida. Ellos flanquean el Palacio Whitefire, un edificio que incluso yo reconozco a primera vista. Mi viejo maestro solía decir que fue tallado en la ladera en sí, un pedazo vivo de la piedra blanca. Llamas hechas de oro y perla que destella en lo alto de las paredes circundantes.
Trato de absorberlo, mis ojos se lanzan entre ambos extremos del Puente, pero mi mente simplemente no puede entender este lugar. En lo alto, las aeronaves se mueven lentamente a través del cielo nocturno, mientras los aviones vuelan aún más alto, tan rápido como las estrellas fugaces. Pensaba que el Salón del Sol era una maravilla; al parecer no sabía el significado de la palabra.
Pero no puedo encontrar nada hermoso aquí, no cuando las ahumadas fábricas oscuras están a sólo unos pocos kilómetros. El contraste entre la ciudad de plata y la los barrios marginales Rojos pone mis dientes al filo. Este es el mundo que estoy tratando de hacer caer, el mundo que está intentando matarme a mí y a todo lo que me importa. Ahora realmente veo contra lo que estoy luchando y lo difícil, lo imposible, que será ganar. Nunca me he sentido más pequeña que ahora, con el gran puente que se cierne por encima de nosotros. Parece a punto tragarme entera.
Pero tengo que intentarlo. Aunque sólo sea por la Ciudad Gris, por los que nunca han visto el sol.
Cuando llega la mañana, una serie de movimientos y golpes me hacen despertarme de un brinco, sentándome en la cama. Espero ver Centinelas, Cal, o un Ptolemus asesino dispuesto a destrozarme por lo que he hecho, pero son sólo las criadas bulliciosas en mi armario. Parecen más agobiadas que de costumbre y tiran de mi ropa con abandono.
—¿Qué está pasando?
En el armario, las chicas se congelan. Se inclinan, con las manos llenas de seda y lino. Mientras me acerco, me doy cuenta de que están de pie sobre un conjunto de baúles de cuero.
—¿Vamos a alguna parte?
—Ordenes, mi lady ―dice una, con los ojos bajos—. Sólo sabemos lo que nos dicen.
—Por supuesto. Bueno, simplemente voy a vestirme entonces. —Alcanzo el conjunto más cercano, con la intención de hacer algo por mí misma, por una vez, pero las criadas se me adelantan.
Cinco minutos más tarde, me han pintado y preparado, vestido con pantalones de cuero extraños y una camisa de volantes. Preferiría mucho más mi traje de entrenamiento sobre todo lo demás, pero no es aparentemente "adecuado" para llevarlo fuera de las sesiones.
—¿Lucas? —le pregunto al pasillo vacío, medio esperando que salga de una alcoba.
Pero Lucas no se encuentra en ninguna parte, y me dirijo a Protocolo, esperando que se cruce en mi camino. Cuando no lo hace, me recorre una sensación de temor. Julian le hizo olvidar la noche anterior, pero tal vez algo se ha deslizado a través de las grietas. Tal vez está siendo interrogado, castigado, por la noche que no puede recordar y lo que le obligamos a hacer.
Pero no estoy sola por mucho tiempo. Maven aparece en mi camino, con los labios curvados en una sonrisa divertida.
—Te has despertado temprano. —Luego se inclina, hablando en un susurro—: Sobre todo para haber tenido una larga noche.
—No sé lo que quieres decir. ―Trato con un tono inocente.
—Los prisioneros no están. Los tres, han desaparecido en el aire.
Pongo una mano en mi corazón, haciéndome parecer asombrada ante las cámaras.
—¡Por mis colores! ¿Unos Rojos, han escapado de nosotros? Eso parece imposible.
—Lo es de hecho. —A pesar de que la sonrisa permanece, sus ojos se oscurecen ligeramente—. Por supuesto, existen preguntas. Los cortes de energía, el sistema de seguridad defectuoso, por no hablar de una tropa de Centinelas con espacios en blanco en sus recuerdos. —Se me queda mirando fijamente.
Le devuelvo su aguda mirada, dejándole ver mi malestar.
—Tu madre... les ha interrogado.
—Lo ha hecho.
—Y estará hablando con… —escojo mis palabras cuidadosamente—. ¿Cualquier otra persona relacionada con la fuga? ¿Oficiales, guardias?
Maven niega.
—El que hizo esto lo hizo bien. La he ayudado con el interrogatorio y la he dirigido a cualquiera que sea sospechoso. —Dirigido. Dirigido lejos de mí. Doy un pequeño suspiro de alivio y le aprieto el brazo, dándole las gracias por su protección—. Además, es posible que nunca encontremos quién lo ha hecho. La gente ha estado huyendo desde anoche. Piensan que el Salón ya no es seguro.
—Después de anoche, probablemente tienen razón. —Deslizo mi brazo en el suyo, acercándolo—. ¿Qué ha sabido tu madre de la bomba?
Su voz baja a un susurro.
—No hubo ninguna bomba —¿Qué? —. Fue una explosión, pero también fue un accidente. Una bala perforó una tubería de gas en el suelo, y cuando el fuego de Cal le dio... —Se calla, dejando que sus manos hablen por él—. Fue idea de madre el utilizar eso para nuestra, ah, ventaja.
No matamos sin un propósito.
—Está convirtiendo a la Guardia en monstruos.
Él asiente con gravedad.
—Nadie va a querer estar de su parte. Ni siquiera los Rojos.
Mi sangre parece hervir. Más mentiras. Ella nos está abatiendo sin disparar un solo tiro o desenvainar una espada. Las palabras son todo lo que necesita. Y ahora voy a ser enviada más profundo en su mundo, a Archeon.
No veras de nuevo a tu familia. Gisa crecerá, hasta que no la reconozcas más. Bree y Tramy se casaran, tendrán hijos, y te olvidaran. Papá va a morir lentamente, asfixiado por sus heridas, y cuando se haya ido, mamá se te escapará de las manos también.
Maven me permite pensar, sus ojos pensativos mientras observa las emociones en mi rostro. Él siempre me deja pensar. A veces su silencio es mejor que las palabras de otro.
—¿Cuánto tiempo nos queda aquí?
—Nos vamos esta tarde. La mayor parte de la corte se va antes de eso, pero tenemos que tomar el barco. Mantener alguna tradición en toda esta locura.
Cuando era niña, solía sentarme en el porche y ver los barcos bonitos pasar, dirigiéndose río abajo hacia la capital. Shade se reía de mí por querer echar un vistazo al rey. No me di cuenta entonces que era sólo parte del espectáculo, otra demostración igual que los combates en la arena, para mostrar exactamente lo bajo que estábamos en el gran esquema del mundo. Ahora voy a ser parte de ello de nuevo, esta vez de pie al otro lado.
—Al menos podrás ver tu casa otra vez, aunque sólo sea por un rato —añade, tratando de ser amable. Sí, Maven, eso es justo lo que quiero. Quedarme quieta y ver pasar mi casa y mi antigua vida.
Pero ese es el precio que debo pagar. Liberar a Kilorn y los otros, significa perder mis últimos días en el valle, y es un sacrificio que estoy dispuesta a hacer.
Nos interrumpe un fuerte golpe en un pasadizo cercano, que conduce a la habitación de Cal. Maven reacciona primero, moviéndose hacia el borde del pasillo antes de que yo pueda, como si estuviera tratando de protegerme de algo.
—¿Pesadillas, hermano? —dice en voz alta, preocupado por lo que ve.
En respuesta, Cal sale al pasillo, con los puños apretados, como si estuviera tratando de mantener a raya sus propias manos. Se ha ido el uniforme manchado de sangre, sustituido por lo que parece ser la armadura de Ptolemus, aunque la de Cal tiene un tinte rojizo.
Quiero darle una bofetada, arañarlo y gritar por lo que le hizo a Farley y Tristán e Kilorn y Walsh. Las chispas bailan dentro de mí, pidiendo ser desatadas. Pero después de todo, ¿qué esperaba? Sé lo que es y lo que cree: los Rojos no valen la pena ser salvados. Así que hablo tan civilizadamente como puedo.
—¿Vas a irte con tu legión? —Sé que no lo hará, a juzgar por la ira lívida en sus ojos. Una vez, temí que fuera, y ahora me gustaría que lo hiciera. No puedo creer que me importara salvarlo. No puedo creer que ese pensamiento pasara por mi cabeza alguna vez.
Cal lanza un suspiro.
—La Legión Sombra no va a ninguna parte. Padre no lo permitirá. Ahora no. Es demasiado peligroso, y yo soy demasiado valioso.
—Sabes que tiene él razón. —Maven pone una mano en el hombro de su hermano, tratando de calmarlo. Recuerdo haber visto a Cal hacerle lo mismo a Maven, pero ahora la corona está en una cabeza diferente—. Tú eres el heredero. No puede permitirse el lujo de perderte a ti también.
—Soy un soldado —escupe Cal, encogiéndose de hombros lejos del toque de su hermano—. No puedo simplemente sentarme y dejar que otros luchen por mí. No voy a hacerlo.
Suena como un niño lloriqueando por un juguete, debe disfrutar matando. Me pone enferma. No hablo, dejando que el diplomático Maven hable por mí. Él siempre sabe qué decir.
—Encuentra otra causa. Construye otra motocicleta, duplicar tu entrenamiento, prepara a tus hombres, prepararte para cuando pase el peligro. Cal, puedes hacer mil cosas, ¡y ninguna de ellas terminan contigo muriendo en algún tipo de emboscada! —dice, mirando a su hermano. Luego sonríe, tratando de aligerar el ambiente—. Nunca cambias, Cal. Simplemente no puedes quedarte quieto.
Tras un momento de silencio duro, Cal sonríe débilmente.
—Nunca. —Sus ojos se mueven hacia mí, pero no me quedaré atrapada en su mirada de bronce, otra vez no.
Giro la cabeza, fingiendo examinar un cuadro en la pared.
—Bonita armadura —e burlo—. Quedará bien con tu colección.
Parece dolido, incluso confuso, pero rápidamente se recupera. Su sonrisa ha desaparecido, reemplazada por los ojos entrecerrados y la mandíbula apretada. Golpea a su armadura; suena como garras en piedra.
—Este fue un regalo de Ptolemus. Parezco compartir una causa común con el hermano de mi prometida. —Mi prometida. Como si eso se supone que debe darme celos o algo así.
Maven mira la armadura con cautela.
—¿Qué quieres decir?
—Ptolemus dirige a los oficiales en la capital. Junto conmigo y mi legión, podríamos ser capaces de hacer algo útil, incluso dentro de la ciudad.
Un temor frío se asienta en mi corazón de nuevo, espantando cualquier esperanza y felicidad que el éxito de anoche me haya traído.
—¿Y qué es eso exactamente? —me oigo susurrar.
—Soy un buen cazador. Él es un buen asesino. —Cal da un paso hacia atrás, alejándose de nosotros.
Puedo sentirlo alejándose y no sólo por el pasillo, sino por un camino oscuro y retorcido. Me hace temer por el chico que me enseñó a bailar. No, no por él. De él. Y eso es peor que el resto de mis terrores y pesadillas.
―Entre los dos, vamos a arrancar de raíz la Guardia Escarlata. Vamos a terminar esta rebelión de una vez por todas.
No hay horario para hoy, como todo el mundo está demasiado ocupado yéndose para enseñar o entrenar. Huyendo podría ser una palabra mejor, porque eso es sin duda lo que parece, desde mi punto de vista en el salón de la entrada. Solía pensar que los Plateados eran dioses intocables que nunca se sentían amenazados, o asustados. Ahora sé que es todo lo contrario. Han pasado tanto tiempo en la parte superior, protegidos y aislado, que se han olvidado de que pueden caer. Su fuerza se ha convertido en su debilidad.
Una vez, tuve miedo de estas paredes, asustada por tal belleza. Pero veo las grietas ahora. Es como el día del atentado, cuando me di cuenta de que los Plateados no eran invencibles. Entonces fue una explosión, ahora algunas balas han destrozado el cristal de diamante, dejando al descubierto el miedo y la paranoia que hay debajo. Los Plateados huyendo de los Rojos, los leones huyendo de los ratones. El rey y la reina se oponen entre sí, la corte tiene sus propias alianzas, y Cal, el príncipe perfecto, el buen soldado, es un tortuoso y terrible enemigo. Cualquiera puede traicionar a cualquiera.
Cal y Maven se despiden de todos, cumpliendo con su deber a pesar del caos organizado. Las aeronaves no esperan muy lejos, el zumbido de sus motores audible incluso desde el interior. Quiero ver las grandes máquinas de cerca, pero moverme significaría pasar a través de la multitud, y no puedo soportar las miradas de los afligidos. En total, doce murieron anoche, pero me niego a aprenderme sus nombres. No puedo hacer que pese sobre mí, no cuando necesito mi ingenio más que nunca.
Cuando no puedo mirar más tiempo, mis pies me lleven donde quieren, vagando a través de los ahora familiares pasadizos. Los aposentos se cierran al pasar, confinados para la temporada, hasta que la corte regrese. Yo no regresaré, lo sé. Los sirvientes tiran sábanas blancas sobre los muebles, pinturas y estatuas, hasta que todo el lugar parece perseguido por fantasmas.
No pasa mucho tiempo antes de que me encuentre de pie en la puerta de la antigua aula de Julián, y la vista me choca. Las pilas de libros, la mesa de trabajo, incluso los mapas se han ido. La habitación parece más grande, pero se siente más pequeña. Una vez albergó mundos enteros, pero ahora sólo tiene polvo y papel arrugado. Mis ojos se deleitan en la pared donde solía estar el enorme mapa. Una vez no podía entenderlo; ahora lo recuerdo como un viejo amigo.
Norta, los Lakelands, Piedmont, Prairie, Tiraxes, Montfort, Ciron, y todas las tierras en disputa en el medio. Otros países, otros pueblos, todos rotos a lo largo de las líneas de sangre igual que nosotros. ¿Si cambiamos, lo harán ellos? ¿O nos destruirán también?
―Espero que te acuerdes de tus lecciones. ―La voz de Julian me hace salir de mis pensamientos, de vuelta a la habitación vacía. Se coloca de pie detrás de mí, siguiendo mi mirada a la pared donde estaba el mapa―. Siento no haberte podido enseñar más.
―Vamos a tener un montón de tiempo para las lecciones en Archeon.
Su sonrisa es agridulce y casi dolorosa de ver. Con un sobresalto me doy cuenta de que puedo sentir cámaras mirándonos por primera vez.
―Los archiveros en Delphie me han ofrecido un puesto de restauración de algunos textos antiguos. ―La mentira es tan clara como la nariz en su rostro―. Parece que han estado cavando alrededor del Wash y han encontrado algunos bunkers de almacenamiento. Pilas de ellos, al parecer.
―Te va a gustar mucho. ―Mi voz se queda atrapada en mi garganta. Sabías que tendría que irse. Tú lo obligaste a esto anoche, cuando pusiste en peligro su vida por la de Kilorn―. ¿Vas a visitarme, cuando puedas?
―Sí, por supuesto. ―Otra mentira. Elara se dará cuenta de su papel lo suficientemente pronto, y entonces él huirá. Tiene sentido conseguir una ventaja―. Te he conseguido algo.
Prefiero tener a Julian que cualquier regalo, pero trato de parecer agradecida de todos modos.
―¿Es un buen consejo?
Sacude la cabeza, sonriendo.
―Ya verás cuando llegues a la capital. ―Luego extiende sus brazos, haciéndome un gesto—. Me tengo que ir, así que despídeme correctamente.
Abrazarlo es como abrazar a mi padre o a los hermanos que nunca veré de nuevo. No quiero dejarlo ir, pero el peligro es demasiado grande para que se quede y los dos lo sabemos.
―Gracias, Mare ―susurra en mi oído―. Me recuerdas mucho a ella. ―No tengo que preguntar para saber que está hablando de Coriane, de la hermana que perdió hace mucho tiempo—. Te echaré de menos, pequeña chica rayo.
En este momento, el apodo no suena tan mal.
No tengo fuerzas para maravillarme con el barco, impulsado a través del agua por los motores eléctricos. Las banderas de color negro, plata y rojo revolotean en cada poste, marcando este como barco del rey. Cuando era una niña, solía preguntarme por qué el rey reclamaba nuestro color. Estaba tan por debajo de él. Ahora me doy cuenta de que las banderas son rojas como el fuego, como la destrucción y las personas que él controla.
—Los Centinelas de la noche anterior han sido reasignados —murmura Maven mientras caminamos por una cubierta.
Reasignado es sólo una palabra elegante para castigado. Recordando a Ojos de Cerdo y la forma en que me miró, no me arrepiento en absoluto.
―¿A dónde han ido?
—Al frente, por supuesto. Van a ser asignados a algún grupo, para dirigir a heridos, incapaces, o soldados de mal humor. Esos son generalmente los primeros en ser enviados a las trincheras.
Por las sombras detrás de los ojos, puedo decir que Maven lo sabe de primera mano.
―Los primeros en morir.
Asiente solemnemente.
—¿Y Lucas? No lo he visto desde ayer…
—Está bien. Está viajando con la Casa Samos, reagrupándose con la familia. Los disparos han hecho que todo el mundo huya, incluso las Casas Altas.
El alivio recorre mi cuerpo, así como tristeza. Extraño a Lucas ya, pero es bueno saber que está a salvo y lejos del alcance de Elara.
Maven se muerde el labio, con la mirada apagada.
—Pero no por mucho tiempo. Las respuestas están llegando.
—¿Qué quieres decir?
—Han encontrado sangre abajo en las celdas. Sangre de un Rojo.
Mi herida de bala se ha ido, pero el recuerdo del dolor no se ha desvanecido.
—¿Y?
―Así que sea el que sea el amigo tuyo que tuvo la desgracia de ser herido, ya no será un secreto por mucho más tiempo, si la base de datos de sangre hace su trabajo.
—¿Base de datos sangre?
—La base de datos de sangre. Cualquier Rojo nacido a menos de cien kilómetros de la civilización se le toma muestras al nacer. Comenzó como un proyecto para entender exactamente cuál es la diferencia entre nosotros, pero terminó siendo sólo otra manera de poner un collar a tu pueblo. En las grandes ciudades, los Rojos no usan tarjetas de identificación, pero sí etiquetas de sangre. Son muestreados en cada puerta, cuando entran y salen. Rastreados como animales.
Rápidamente, pienso en los viejos documentos que el rey me lanzó ese día en el salón del trono. Estaban mi nombre, mi fotografía, y una mancha de sangre.
Mi sangre. Tienen mi sangre.
—¿Y ellos… pueden averiguar de quién es la sangre, así de fácil?
—Se necesita algún tiempo, una semana más o menos, pero sí, así es como se supone que debe funcionar. ―Sus ojos caen a mis manos temblorosas, y las cubre con las suyas, dejando que el calor se filtre en mi piel de repente fría—. ¿Mare?
—Él me disparó —le susurro—. El Centinela me disparó. Es mi sangre la que han encontrado.
Y luego sus manos están tan frías como las mías.
A pesar de sus ideas inteligentes, Maven no tiene nada que decir a esto. Sólo mira, su respiración sale en pequeños jadeos, asustado. Conozco la expresión de su rostro; la llevo cada vez que me veo obligada a decir adiós a alguien.
—Es una lástima que no nos quedemos más tiempo —murmuro, mirando hacia el río—. Me hubiera gustado morir cerca de casa.
Otra brisa envía una cortina de mi cabello a mi rostro, pero Maven lo cepilla para apartarlo y me tira cerca de él con una ferocidad sorprendente.
Oh.
Su beso no es en absoluto como el de su hermano. Maven es más desesperado, sorprendiéndose a sí mismo tanto como a mí. Sabe que me estoy hundiendo rápido, una piedra cayendo a través del río. Y se quiere ahogar conmigo.
—Voy a arreglar esto —murmura contra mis labios. Nunca he visto unos ojos tan brillantes y nítidos—. No voy a dejar que te hagan daño. Te doy mi palabra.
Una parte de mí quiere creerle.
—Maven, no puedes arreglarlo todo.
—Tienes razón, [/i]yo no puedo —responde, con un borde en su voz—. Pero puedo convencer a alguien con más poder que yo.
―¿Quién?
Cuando la temperatura se eleva a nuestro alrededor, Maven se echa hacia atrás, con la mandíbula tensa y apretada. La forma en que parpadean sus ojos, medio espero que ataque a quien nos ha interrumpido. No me doy la vuelta, sobre todo porque no puedo sentir mis extremidades. Me he entumecido, aunque mis labios aún hormiguean con el recuerdo. Lo que esto significa, no lo sé. Lo que siento, no puedo comenzar a entenderlo.
—La reina solicita su presencia en la cubierta de observación. —La voz de Cal se asienta como la piedra. Suena casi enfadado, pero sus ojos de bronce parecen tristes, hasta derrotados—. Estamos pasando Los Pilares, Mare.
Sí, la costa ya me es familiar. Sé que el árbol destrozado, ese tramo de banco, y el eco de las sierras y la caída de árboles es inconfundible. [i]Esto es hogar. Con gran dolor, me obligo a alejarme para hacer frente a Cal, que parece estar teniendo una conversación silenciosa con su hermano.
—Gracias, Cal. —murmuro, todavía tratando de procesar el beso de Maven y, por supuesto, mi propia muerte inminente.
Cal se aleja, con su normalmente recta espalda inclinada. Cada pisada envía una punzada de culpa a través de mí, haciéndome recordar nuestro baile y nuestro propio beso. Le he hecho daño a todo el mundo, sobre todo a mí misma.
Maven se queda mirando a su hermano mientras este se va.
—No le gusta perder. Y… —Baja la voz, ahora tan cerca de mí que puedo ver las diminutas motas de plata en sus ojos—. Yo tampoco voy a perder, Mare. No lo haré.
—Nunca me vas a perder.
Otra mentira, y ambos lo sabemos.
La cubierta de observación domina la parte delantera del barco, cerrado por un cristal que se extiende de lado a lado. Unas figuras marrones toman forma en la orilla del río, y la antigua colina con la arena aparece de entre los árboles. Estamos demasiado lejos de la orilla para ver a nadie correctamente, pero reconozco mi casa en un instante. La vieja bandera todavía revolotea en el porche, todavía bordada con tres estrellas rojas. Una tiene una franja negra a través de ella, en honor a Shade. Shade fue ejecutado. Se supone que debes extraer una estrella después de eso. Pero no lo han hecho. Se han aferrado a él en su propia pequeña rebelión.
Quiero señalarle mi casa a Maven, para hablarle de la aldea. He visto su vida, y ahora quiero mostrarle la mía. Pero la terraza mirador está en silencio, todos nosotros mirando a la aldea a medida que nos acercamos más y más. Los habitantes de la aldea no se preocupan por ti, quiero gritar. Sólo los tontos se detendrán para mirar. Sólo los tontos desperdiciarían un momento en ti.
Mientras el barco continúa, me pongo a pensar que todo el pueblo podría estar hecho de tontos. Todos los dos mil de ellos parecen haberse reunido en la orilla. Algunos están de pie con el agua del río hasta los tobillos. Desde esta distancia, todos tienen el mismo aspecto. Cabello desvanecido y ropa usada, con manchas de piel, cansados, hambrientos, todas las cosas que yo solía ser.
Y enfadados. Incluso desde el barco, puedo sentir su ira. Ellos no animan o gritan nuestros nombres. Nadie saluda. Nadie siquiera sonríe.
―¿Qué es esto? ―susurro, esperando que nadie responda.
Pero la reina lo hace, con gran deleite.
―Qué desperdicio, desfilar por el río cuando nadie va a mirar. Parece que hemos arreglado eso.
Algo me dice que esto es otro evento obligatorio, como las peleas, igual que las emisiones. Los oficiales han arrancado a ancianos enfermos de sus camas y trabajadores agotados del el suelo, obligándolos a vernos.
Un látigo suena en algún lugar en la orilla, seguido de cerca por el grito de una mujer.
—¡Permanece en línea! —Se hace eco en la multitud. Sus ojos nunca fallan, mirando al frente, tan quieto que ni siquiera puedo ver dónde ha sido la interrupción. ¿Qué les ha pasado para que sean tan indulgentes? ¿Que se ha hecho ya?
Las lágrimas pican en mis ojos a medida que miro. Hay más grietas y algunos bebés lloran, pero nadie en la orilla protesta. De repente estoy en el borde de la cubierta, con ganas de romper el cristal con cada centímetro de mí misma.
—¿Vas a algún lado, Mareena? —ronronea Elara desde su lugar al lado del rey. Ella bebe plácidamente de una copa, examinándome sobre el borde de ella.
—¿Por qué haces esto?
Con los brazos cruzados sobre su magnífico vestido, Evangeline me mira con una sonrisa burlona.
—¿Por qué te importa? —Pero sus palabras caen en oídos sordos.
—Ellos saben lo que pasó en el Salón, incluso podrían estar de acuerdo con ello, por lo que necesitan ver que no estamos derrotados —murmura Cal, sus ojos en la orilla del río. Ni siquiera puede mirarme, el cobarde—. Ni siquiera estamos sangrando.
Otro látigo suena y me estremezco, casi sintiendo el látigo en mi piel.
—¿También has ordenado que sean golpeados?
No responde a mi desafío, con la mandíbula cerrada firmemente. Pero cuando otro aldeano grita, en protesta contra los agentes, deja que sus ojos se cierren.
—Hazte a un lado, lady Titanos. —La voz del rey retumba como un trueno lejano, una orden si alguna vez hubo una. Casi puedo sentir su sonrisa de suficiencia cuando retrocedo, de regreso a Maven—. Este es una aldea Roja, tú lo sabes mejor que todos nosotros. Albergan a estos terroristas, los alimentan, los protegen, se convierten en ellos. Son niños que han hecho mal. Y tienen que aprender.
Abro la boca para discutir, pero la reina descubre sus dientes.
—¿Tal vez tú sabes de unos pocos de los cuales se debe hacer un ejemplo? —dice con calma, haciendo un gesto hacia la costa.
Las palabras mueren en mi garganta, ahuyentadas por su amenaza.
—No, Su Majestad, no sé.
—Entonces da un paso atrás y quédate en silencio. —Y sonríe—. Porque vendrá el tiempo de hablar.
Esto es para lo que me necesitan. Un momento como este, cuando las escalas podrían inclinarse a su favor. Pero no puedo protestar. Sólo puedo hacer lo que mandan y ver como mi hogar se desvanece fuera de la vista. Para siempre.
Cuanto más nos acercamos a la capital, más grandes se vuelven las aldeas. Pronto el paisaje se desvanece de madera de construcción y comunidades agrícolas a ciudades adecuadas. Ellos se centran alrededor de unos molinos enormes, con casas y dormitorios de ladrillo para alojar a los obreros Rojos. Igual que los demás pueblos, sus habitantes están en las calles para vernos pasar. Funcionarios ladran, los látigos pegan, y nunca me acostumbro a ello. Me estremezco cada vez.
A continuación, los pueblos son reemplazados por extensas fincas y mansiones, palacios como el Salón. Hechos de piedra, cristal y mármol arremolinado, cada uno parece más magnífico que el anterior. Su césped cae hacia el río, adornado con jardines de Verdinos y hermosas fuentes. Las casas mismas parecen obra de dioses, cada una un tipo diferente de belleza. Pero las ventanas están oscuras, las puertas cerradas. Donde los pueblos y ciudades estaban llenos de gente, estos parecen desprovistos de vida. Sólo las banderas ondeando en alto, una sobre cada estructura, me hacen saber que alguien vive allí. Azul de la Casa Osanos, plata para Samos, marrón para Rhambos, y así sucesivamente. Ahora sé los colores de memoria, poniendo caras a cada casa en silencio. Incluso he matado a los propietarios de unas pocas.
—Río Row —explica Maven—. Las residencias de campo, si un señor o señora desea escapar de la ciudad.
Mi mirada se detiene en la casa de los Iral, una maravilla con columnas de mármol negro. Unas panteras de piedra custodian el porche, gruñendo hacia el cielo. Incluso las estatuas me dan escalofríos, haciéndome recordar a Ara Iral y sus preguntas apremiantes.
—No hay nadie aquí.
—Las casas están vacías la mayor parte del año, y nadie se atrevería a dejar la ciudad ahora, no con este asunto de la Guardia. —Me ofrece una pequeña y amarga sonrisa—. Prefieren esconderse detrás de sus muros de diamante y dejar que mi hermano haga su lucha por ellos.
—Si tan sólo nadie tuviera que luchar en absoluto.
Sacude la cabeza en negación.
—No hace bien soñar.
Miramos en silencio como el Río Row se queda detrás de nosotros y otro bosque se alza en la orilla. Los árboles son extraños, muy altos con la corteza de color negro y hojas de color rojo oscuro. Está en un silencio sepulcral, como ningún bosque debe estar. Ni siquiera el canto de los pájaros rompe el silencio, y más adelante, el cielo se oscurece, pero no por la luz menguante de la tarde. Unas nubes negras se reúnen, se cierne sobre los árboles como una gruesa manta.
—¿Y qué es esto? —Incluso mi voz suena apagada, y estoy contenta de repente por la caja de cristal sobre la cubierta. Para mi sorpresa, los demás se han ido, dejándonos solos para ver la penumbra.
Maven mira el bosque, con el rostro estirado en disgusto.
—Árboles de barrera. Evitan que la contaminación viaje río arriba. Los Verdinos de Welle los hicieron hace años.
Unas olas marrones ondean espuma contra el barco, dejando una película de suciedad negra en el casco de acero reluciente. El mundo adquiere un tinte extraño, como si estuviera mirando a través de un cristal sucio. Las nubes bajas no son nubes en absoluto, sino el humo que brota de un millar de chimeneas, oscureciendo el cielo. Atrás han quedado los árboles y la hierba, esta es una tierra de cenizas y decadencia.
―La Ciudad Gris ―murmura Maven.
Las fábricas se extienden hasta donde puedo ver, sucias, enormes y tarareando con electricidad. Me golpea como un puño, casi me hace perder el equilibrio. Mi corazón trata de mantenerse al día con el impulso sobrenatural y tengo que sentarme, sintiendo que mí sangre se acelera.
Pensaba que mi mundo estaba equivocado, que mi vida era injusta. Pero no ni siquiera podría soñar con un lugar como Ciudad Gris.
Centrales eléctricas brillan en la oscuridad, pulsando azul eléctrico y verde enfermizo en la obra de cables en el aire como una tela de araña. Unos transportes apilados en lo alto con cargas se mueven a lo largo de las carreteras elevadas, transportando mercancías de una fábrica a otra. Se gritan unos a otros en un lío ruidoso de tráfico enredado, moviéndose lento como sangre negra en vetas grises. Lo peor de todo, unas casitas rodean cada fábrica en una plaza ordenada, una encima de la otra, con calles estrechas en el medio. Los barrios marginales.
Bajo un cielo tan lleno de humo, dudo que los trabajadores nunca vean la luz del día. Caminan entre las fábricas y sus casas, inundando las calles durante su cambio de turno. No hay funcionarios, no hay látigos sonando, no hay miradas en blanco. Nadie los está haciendo vernos pasar. El rey no tiene que mostrarse aquí, me doy cuenta. Ellos están rotos desde el nacimiento.
—Estos son los técnicos —susurro con voz ronca, recordando el nombre que los Plateados tan alegremente lanzan—. Ellos hacen las luces, las cámaras, las pantallas de videos…
—Las armas de fuego, las balas, las bombas, los barcos, los transportes —añade Maven—. Mantienen la electricidad en funcionamiento. Mantienen nuestra agua limpia. Lo hacen todo por nosotros.
Y no reciben nada más que humo a cambio.
―¿Por qué no se van?
Se encoge de hombros.
—Esta es la única vida que conocen. La mayoría de los expertos en tecnología nunca salen de su propio callejón. Ni siquiera pueden ser reclutados.
Ni siquiera pueden ser reclutados. Sus vidas son tan terribles que la guerra es una mejor alternativa, y ni siquiera se les permite ir.
Como todo lo demás en el río, las fábricas se desvanecen, pero la imagen se queda conmigo. No debo olvidar esto, algo me dice. No debo olvidarlos.
Las estrellas nos esperan más allá de otro bosque de árboles de barrera, y debajo de ellas: Archeon. Al principio no veo la capital en absoluto, confundiendo sus luces con ardientes estrellas. Mientras navegamos más y más cerca, mi mandíbula cae.
Un puente de tres capas se encuentra sobre el ancho río, que une las dos ciudades a ambos lados. Es de cientos de metros de largo y floreciente, vivo con la luz y electricidad. Hay tiendas y plazas de mercado, todas integradas en el propio Puente de cien metros por encima del río. Sólo puedo imaginar los Plateados allí, bebiendo, comiendo y mirando hacia abajo al mundo desde su lugar en lo alto. Transportes se mueven a lo largo del nivel más bajo del puente, sus faros como los cometas rojos y blancos cortando a través de la noche.
Los dos extremos del Puente tienen una verja, y los sectores de la ciudad a ambos lados están amurallados. En la orilla este, unas grandes torres metálicas se elevan de la tierra como espadas perforando el cielo, todas coronados con brillantes pájaros gigantes de rapiña. Más medios de transporte y más personas pueblan las calles pavimentadas que trepan por las orillas de los ríos montañosos, que conectan los edificios hasta el puente y las puertas exteriores.
Las paredes son de cristal de diamante, como en el Salón, pero colocadas con torres metálicas iluminadas y otras estructuras. Hay patrullas en las paredes, pero sus uniformes no son del rojo encendido de Centinelas o del marcado negro de Seguridad. Llevan uniformes de plata opaco y blanco, casi completamente integrados en el paisaje urbano. Son soldados, y no del tipo que bailan con las damas. Esta es una fortaleza.
Archeon fue construido para soportar la guerra y no la paz.
En la orilla occidental, reconozco la Corte Real y el Salón de Tesorería de las imágenes del bombardeo. Ambos están hechos de mármol blanco, brillante y totalmente reparado, a pesar de que fueron atacados apenas hace más de un mes. Se siente como si hubiera sido hace toda una vida. Ellos flanquean el Palacio Whitefire, un edificio que incluso yo reconozco a primera vista. Mi viejo maestro solía decir que fue tallado en la ladera en sí, un pedazo vivo de la piedra blanca. Llamas hechas de oro y perla que destella en lo alto de las paredes circundantes.
Trato de absorberlo, mis ojos se lanzan entre ambos extremos del Puente, pero mi mente simplemente no puede entender este lugar. En lo alto, las aeronaves se mueven lentamente a través del cielo nocturno, mientras los aviones vuelan aún más alto, tan rápido como las estrellas fugaces. Pensaba que el Salón del Sol era una maravilla; al parecer no sabía el significado de la palabra.
Pero no puedo encontrar nada hermoso aquí, no cuando las ahumadas fábricas oscuras están a sólo unos pocos kilómetros. El contraste entre la ciudad de plata y la los barrios marginales Rojos pone mis dientes al filo. Este es el mundo que estoy tratando de hacer caer, el mundo que está intentando matarme a mí y a todo lo que me importa. Ahora realmente veo contra lo que estoy luchando y lo difícil, lo imposible, que será ganar. Nunca me he sentido más pequeña que ahora, con el gran puente que se cierne por encima de nosotros. Parece a punto tragarme entera.
Pero tengo que intentarlo. Aunque sólo sea por la Ciudad Gris, por los que nunca han visto el sol.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Que bueno que Mare puedo salvaré a los escarlatas, y oh Dios si pensaba que los de la bomba habían sido ellos, esa reina debería morir, hace más daño que bien
Pobre Cal, mi corazón duele por él cuando vio a Mare y Maven
Ojalá Mare pueda idear algo para salvar a todos, y sigo pensando que Shade está vivo
Pobre Cal, mi corazón duele por él cuando vio a Mare y Maven
Ojalá Mare pueda idear algo para salvar a todos, y sigo pensando que Shade está vivo
IsCris- Mensajes : 1339
Fecha de inscripción : 25/10/2017
Edad : 26
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Mare pudo salvar a sus amigos aunque se arriesgó un poco, esperó que no den con ella por la muestra de sangre.
yiniva- Mensajes : 4916
Fecha de inscripción : 26/04/2017
Edad : 33
Tibisay Carrasco- Mensajes : 358
Fecha de inscripción : 05/01/2020
Edad : 61
Localización : Broward Florida
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Gracias. Yo igual creo que Shade está vivo y Maven sigue sin darme confianza.... O está con su madre o bien su madre sabe que su hijo es un traídor y está esperando el mejor momento para atacar
Tatine- Mensajes : 1561
Fecha de inscripción : 03/01/2016
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Capitulo 23
Para cuando el barco atraca en la orilla occidental y nosotros regresamos a tierra, ha caído la noche. En casa, esto significaba que se apagaba la energía y se iba a dormir, pero no en Archeon. En todo caso, la ciudad parece iluminarse mientras que el resto del mundo se oscurece. Los fuegos artificiales chisporrotean sobre nuestras cabezas, cayendo una ligera lluvia en el puente y en la cumbre de Whitefire, una bandera roja y negra se levanta. El rey está de regreso en el trono.
Afortunadamente no hay más desfiles por los que sufrir; somos recibidos por transportes blindados para llevarnos por encima de los muelles. Para deleite mío, Maven y yo tenemos un transporte privado, acompañados por solo dos Centinelas. Él señala los puntos de referencia cuando pasamos, explicando lo que aparece en cada esquina de la calle y las estatuas. Incluso menciona su pastelería favorita, aunque se encuentra al otro lado del río.
—El puente y el este de Archeon son para los civiles, los Plateados comunes, aunque muchos son más ricos que algunos nobles.
—¿Plateados comunes? —Casi tengo que reírme—. ¿Existe tal cosa?
Maven solo se encoge de hombros.
—Por supuesto. Son comerciantes, empresarios, soldados, funcionarios, tenderos, políticos, terratenientes, artistas e intelectuales. Algunos se casan con los de las Casas Altas, otros por encima de su clase, pero no tienen sangre noble y sus habilidades no son como, bueno, tan poderosas.
No todos somos especiales. Lucas me dijo eso una vez. No sabía qué quería decir también un Plateado.
—Mientras que, el oeste de Archeon es para la corte del rey —continúa Maven. Pasamos una calle flanqueada por casas de piedras preciosas y árboles podados en plena floración—. Todos los de las Casas Altas mantienen sus residencias aquí, para estar cerca del rey y el gobierno. De hecho, todo el país puede controlarse desde este acantilado, si surgiera la necesidad.
Eso explica la situación. El banco occidental está en una marcada pendiente, con el palacio y los otros edificios del gobierno asentados en la cresta de una colina con vistas al puente. Otra muralla rodea la colina, cercando el centro del país. Trato de no observar cuando pasamos por la puerta, revelando una cuadrada plaza embaldosada del tamaño de un estadio. Maven la llama la plaza Caesar, quien fue el primer rey de la dinastía. Julian mencionó al rey Caesar, pero fugazmente; nuestras lecciones nunca llegaron más allá de la primera Segregación, cuando el Rojo y el Plateado se convirtieron mucho más que en colores.
El Palacio Whitefire ocupa el lado sur de la plaza, mientras que los tribunales, la tesorería y los centros administrativos ocupan el resto. Incluso hay un cuartel militar, a juzgar por las tropas en el interior del jardín amurallado. Son la Legión Sombra de Cal que ha viajado delante de nosotros a la ciudad. Un consuelo para los nobles, dijo Maven. Soldados dentro de las murallas, para que nos protejan si llegara otro ataque. A pesar de la hora, la plaza bulle de actividad mientras la gente se apresura hacia una estructura de aspecto austera junto a los cuarteles. Las banderas rojas y negras, engalanadas con el símbolo de armas del ejército, cuelgan de sus columnas. Solo puedo ver un pequeño escenario instalado frente al edificio, con un podio rodeado de focos brillantes y una creciente multitud.
De repente la mirada de las cámaras, más intensas de lo que estoy acostumbrada, aterrizan en nuestro transporte, siguiéndonos mientras la fila de vehículos pasa junto al escenario. Por suerte nosotros seguimos avanzando, moviéndonos a través del arco de un pequeño patio, pero entonces nos detenemos en seco.
—¿Qué pasa? —susurro, agarrándome a Maven. Hasta ahora, he mantenido mi temor bajo control, pero entre las luces, las cámaras y el público, mi muro comienza a desmoronarse.
Maven suspira pesadamente, más molesto que cualquier otra cosa.
—Mi padre debe estar pronunciando un discurso. Solo una ostentosa exhibición de poder para mantener contentas a las masas. No hay nada que le guste más a la gente que un líder prometiendo la victoria.
Maven sale, arrastrándome con él. A pesar de mi maquillaje y mi ropa, me siento de repente muy desnuda. Esto es una difusión. Miles, millones, verán esto.
—No te preocupes, solo tenemos que permanecer de pie y parecer serios —murmura en mi oreja.
—Creo que Cal tiene eso cubierto. —Señalo con la cabeza hacia dónde el príncipe está absorto, unido por la cadera a Evangeline.
Maven se ríe disimuladamente.
—Cree que los discursos son una pérdida de tiempo. A Cal le gusta la acción, no las palabras.
Ya somos dos, pero no quiero admitir que tengo algo en común con el hermano mayor de Maven. Tal vez una vez, pensé que sí, pero ahora no. Nunca más.
Un enérgico secretario nos llama. Su ropa es azul y gris, los colores de la Casa Macanthos. Quizá él conocía al coronel; quizá era su hermano, su primo. No lo hagas, Mare. Éste es el último lugar para perder los nervios. Él no escatima una mirada hacia nosotros cuando entramos al lugar, detrás de Cal y Evangeline, con el rey y la reina a la cabeza. Extrañamente, Evangeline no tiene su habitual compostura; puedo ver el temblor de sus manos. Tiene miedo. Quería protagonismo, quería ser la novia de Cal y todavía tiene miedo de ello. ¿Cómo puede ser eso?
Y entonces nos movemos, entrando a un edificio con demasiados Centinelas y asistentes como para contar. En su interior, la estructura está construida para la función, con mapas, oficinas y salas de consejo en lugar de pinturas o salones. La gente de uniforme gris se apresura en el vestíbulo, aunque se detienen para dejarnos pasar. La mayoría de las puertas están cerradas, pero me las arreglo para echar un vistazo dentro de unas cuantas. Los oficiales y soldados miran mapas del frente de guerra, discutiendo sobre la colocación de las legiones. Otra sala cuenta con una energía estruendosa que parece almacenar cien pantallas de video, cada una gestionada por un soldado de uniforme de batalla. Hablan en los auriculares, vociferando órdenes a personas y lugares lejanos. Las palabras difieren, pero el significado es el mismo.
—Defiendan el frente.
Cal se detiene ante la puerta de la sala de video, estirando el cuello para ver mejor, pero de repente esta se cierra de golpe en su cara. Se eriza pero no protesta, retrocediendo a la fila con Evangeline. Ella le murmura algo en voz baja, pero él la ignora, para mi deleite.
Pero mi sonrisa se desvanece cuando retrocedemos hacia las cegadoras luces en las escalinatas de la estructura. Una placa de bronce junto a la puerta dice Comando de Guerra. Este lugar es el corazón de las fuerzas armadas, cada soldado, cada ejército, cada arma se controla desde dentro. Mi estómago se revuelve con el poder, pero no puedo perder el coraje, no delante de tanta gente.
Los flashes de las cámaras ciegan mi visión. Cuando me estremezco, oigo una voz dentro de mi cabeza. El secretario presiona un papel en mi mano. Le echo un vistazo, y casi grito. Ahora sé para qué fui salvada.
Gánate tu subsistencia, la voz de Elara susurra en mi cabeza. Ella me mira desde el otro lado de Maven, esforzándose para no sonreír.
Maven sigue su miserable mirada y observa el papel en mi mano temblorosa. Lentamente, enrolla sus dedos alrededor los míos, como si pudiera verter su fuerza en mí. No quiero nada más que rasgar el papel en dos, pero él me sujeta firmemente.
—Tienes que hacerlo. —Es todo lo que dice, susurrando tan bajo que apenas puedo oírlo—. Debes.
—Mi corazón se lamenta por las vidas perdidas, pero sabemos que no se perdieron en vano. Su sangre será nuestro combustible y determinación para llevarnos a superar las dificultades que vendrán. Somos una nación en guerra, durante casi un siglo hemos estado así, y no estamos acostumbrados a los obstáculos en el camino a la victoria. Esas personas serán descubiertas, esas personas serán castigadas y esta enfermedad llamada rebelión nunca se apoderará de mi país.
La pantalla de video en mi nueva habitación es tan útil como un barco sin fondo, reproduciendo el discurso del rey de la noche anterior en un bucle nauseabundo. Para ahora puedo recitarlo palabra por palabra, pero no puedo dejar de estar atenta. Porque sé qué viene luego.
Mi rostro se ve raro en la pantalla, demasiado frío, demasiado pálido. Todavía no puedo creer que mantuviera el rostro serio mientras leía las palabras. Cuando camino hacia el podio, tomando el lugar del rey, ni siquiera tiemblo.
—Me criaron los Rojos. Creía que era una de ellos. Y vi de primera mano la gracia de Su Majestad el rey, la libertad y el gran privilegio que nuestros señores Plateados nos proporcionan. El derecho a trabajar, a servir a nuestro país, para vivir y vivir bien. —En la pantalla, Maven pone una mano sobre mi brazo. Asintiendo para que continúe con mi discurso—. Ahora sé que nací Plateada, una lady de la Casa Titanos y algún día, princesa de Norta. He abierto los ojos. Existe un mundo que nunca soñé y es invencible. Es misericordioso. Y los terroristas, los asesinos de la peor clase, están tratando de destruir los cimientos de nuestra nación. Esto no podemos permitirlo.
En la seguridad de mi cuarto, exhalo un suspiro. Lo peor está llegando.
—En su sabiduría, el rey Tiberias ha elaborado unas Medidas para erradicar esta enfermedad de la rebelión y para proteger a los ciudadanos de nuestra nación. Son las siguientes: A partir de hoy un toque de queda al atardecer entrará en vigor para todos los Rojos. La seguridad se duplicará en cada pueblo y ciudad Roja. Nuevos fortines serán construidos en las carreteras y se tripulará a plena capacidad. Todos los delitos por parte de los Rojos, incluyendo romper el toque de queda, serán castigados con la ejecución. Y… —En esto, mi voz flaquea por primera vez—… la edad para el servicio militar obligatorio ha bajado a quince años. Cualquiera que proporcione información que conduzca a la captura de los operativos de la Guardia Escarlata o la prevención de acciones de la Guardia Escarlata se le otorgarán exenciones de reclutamiento, liberando a cinco miembros de la misma familia del servicio militar.
Es una inteligente y terrible maniobra. Los Rojos se quedarán al margen de tales exenciones.
—Las Medidas son para mantener a toda costa y hasta que la enfermedad conocida como la Guardia Escarlata sea destruida. —Miro mis propios ojos en la pantalla, viendo como evito atragantarme con mi discurso. Mis ojos están bien abiertos, esperando que mi gente sepa lo que estoy tratando de decir. Las palabras pueden mentir—. Larga vida al rey.
La ira ondula a través de mí, y la pantalla se apaga, reemplazando mi rostro con un vacío negro. Pero todavía puedo ver cada nueva orden en mi mente. A más oficiales patrullando, más cuerpos colgando de la horca y más madres llorando por sus hijos robados. Hemos matado a una docena de los suyos, y ellos han matado a miles de los nuestros. Parte de mí sabe que golpes como estos llevará a algunos Rojos al lado de la Guardia, pero muchos más estarán del lado del rey. Por sus vidas, por las vidas de sus hijos, abandonarán la poca libertad que les quedaba.
Creía que ser su marioneta sería fácil comparado con todo lo demás. Estaba muy equivocada. Pero no puedo dejarles vencerme, no ahora. Ni cuando mi propio destino permanece en el horizonte. Debo hacer todo lo que pueda hasta que mi sangre se empareje y mi juego haya terminado. Hasta que me lleven a rastras y me maten.
Por lo menos mi ventana tiene vistas al río, yendo al sur hacia el mar. Cuando miro el agua, puedo ignorar mi futuro en declive. Mis ojos se arrastran rápidamente por la corriente en movimiento a la mancha oscura. Mientras que el resto del cielo está claro, unas nubes oscuras flotan en el sur, sin moverse de la tierra prohibida en la costa. La Ciudad en Ruinas. La radiación y el fuego consumieron la ciudad una vez y nunca la dejó. Ahora no es más que un fantasma negro fuera de nuestro alcance, una reliquia del viejo mundo.
Parte de mí desea que Lucas toque mi puerta y me saque deprisa de aquí para un nuevo horario, pero no ha vuelto todavía. Supongo que está mejor sin mí arriesgando su vida.
El regalo de Julian se encuentra contra la pared, un recordatorio firme de otro amigo perdido. Es una pieza del mapa gigante, enmarcado y reluciente detrás de un vidrio. Cuando lo recojo, algo golpea el suelo, cayendo desde la parte trasera del bastidor.
Lo sabía.
Mi corazón se acelera, palpitando violentamente mientras me dejo caer de rodillas, esperando encontrar una nota secreta de Julian. Pero en cambio, no hay nada más que un libro.
A pesar de mi decepción, no puedo evitar sonreír. Por supuesto que Julian me dejaría otra historia, otra colección de palabras para consolarme cuando él ya no pudiera.
Abro la tapa, esperando encontrar algunas nuevas historias, pero en cambio, las palabras del manuscrito me miran desde la página de título. Rojo y Plateado. Están en el inconfundible garabato que es la firma de Julian.
La línea visual de las cámaras de mi cuarto está a mi espalda, recordándome que no estoy sola. Julian también sabía eso. Brillante, Julian.
El libro parece normal, un aburrido estudio de las reliquias encontradas en Delphie, pero oculto entre las palabras del mismo tipiado, hay un secreto digno de contar. Me lleva muchos minutos encontrar cada línea agregada y doy gracias en silencio que me despertara tan temprano. Finalmente lo tengo todo, y parece como si me hubiera olvidado hasta cómo respirar.
Danes Davidson, soldado Rojo, de la Legión Tormenta, asesinado en una patrulla de rutina, el cuerpo nunca se recuperó. 1 de agosto, 296 NE. Jane Barbaro, soldado Rojo, de la Legión Tormenta, asesinado por el fuego amigo, incineraron su cuerpo. 19 de noviembre, 297 NE. Pace Gardner, soldado Rojo, de la Legión Tormenta, ejecutada por insubordinación, extraviaron su cuerpo. El 4 de junio, 300 NE. Hay más nombres, distribuidos a lo largo de los últimos veinte años, todos incinerados o sus cuerpos perdidos o “extraviados”. Cómo puede alguien perder un hombre ejecutado, no lo sé. El nombre al final de la lista hace que mis ojos se llenen de lágrimas. Shade Barrow, soldado Rojo, de la Legión Tormenta, ejecutado por deserción, el cuerpo se incineró. 27 de julio de 320 NE.
Las propias palabras de Julian siguen al nombre de mi hermano, y siento como si estuviera de nuevo junto a mí, enseñando despacio y serenamente su lección.
Según la ley militar, todos los soldados Rojos serán enterrados en los cementerios de Choke. Los soldados ejecutados no tienen entierros y yacen en fosas comunes. La cremación no es común. Los cuerpos extraviados son inexistentes. Y sin embargo he encontrado 27 nombres, 27 soldados, tu hermano incluido, que sufrieron tales destinos.
Todos murieron patrullando, asesinados por los Lakelanders o sus propias unidades, si no ejecutados por acusaciones sin fundamento. Todos fueron transferidos a la Legión Tormenta semanas antes de morir. Y todos sus cuerpos fueron destruidos o perdidos de alguna manera. ¿Por qué? La Legión Tormenta no es un escuadrón de muerte, cientos de Rojos sirven bajo las órdenes del General Eagrie sin morir extrañamente. Así que, ¿por qué matar a estos 27?
Por primera vez, me alegré del registro de sangre. Aunque ellos están muertos desde hace mucho tiempo… sus muestras de sangre siguen existiendo todavía. Y ahora debo disculparme, Mare, porque no he sido completamente honesto contigo. Confiaste en mí para entrenarte, ayudarte, y lo hice, pero también me estaba ayudando a mí mismo. Soy un hombre curioso, y tú eres lo más curioso que he visto en mi vida. No pude evitarlo. Comparé las muestras de sangre con la tuya, solo para encontrar un marcador idéntico en ellos, diferente de todos los demás.
No me sorprende que nadie se diera cuenta, porque no lo estaban buscando. Pero ahora que lo sabía, era fácil de encontrar. Tu sangre es Roja, pero no es igual. Hay algo nuevo en ti, algo que nadie ha visto. Y estaba en los otros 27. Una mutación, un cambio que puede ser la clave para todo lo que eres.
No eres única, Mare. No estás sola. Eres simplemente la primera protegida ante los ojos de miles, la primera a la que ellos no podrán matar y ocultar. Como los demás, eres Roja y Plateada y más fuerte que ambos.
Pienso que eres el futuro. Creo que eres el nuevo amanecer.
Y si antes había 27, debe haber otros. Debe de haber más.
Me siento congelada; me siento entumecida; siento todo y nada. Otros como yo.
Usando las mutaciones en tu sangre, he investigado al resto del registro de sangre, encontrando lo mismo en otras muestras. Los he incluido aquí, para que puedas trasmitirlo.
Sé que no necesito decirte la importancia de esta lista, de lo que podría significar para ti y el resto de este mundo. Cuéntaselo a alguien en quien confíes, para buscar a los demás, protegerlos, formarlos, porque es solo cuestión de tiempo antes de que alguien menos amigable descubra lo que tengo y les dé caza.
Sus palabras se acaban ahí, seguidas de una lista que hace temblar mis dedos. Hay nombres y lugares, tantos, todos esperando que yo los encuentre. Todos esperando para luchar.
Mi mente parece como si estuviera ardiendo. Hay otros. Varios. Las palabras de Julian nadan por mis ojos, abrasando mi alma.
Más fuerte que ambos.
El pequeño libro se encuentra cómodamente en mi chaqueta, guardado junto a mi corazón. Pero antes de ir junto a Maven, para mostrarle el descubrimiento de Julian, Cal me encuentra. Me acorrala en una sala de estar como en la que bailamos, aunque la luna y la música han desaparecido. Una vez quise todo lo que pudiera darme, y ahora la visión de él me revuelve el estómago. Puede ver el asco en mi cara, tanto como trato de ocultarlo.
—Estás enfadada conmigo —dice. No es una pregunta.
—No lo estoy.
—No mientas —gruñe, de repente sus ojos echan fuego. He estado mintiendo desde el día en que nos conocimos—. Hace tres días me besaste, y ahora no puedes ni siquiera mírame.
—Estoy comprometida con tu hermano —le digo, apartándome.
Rechaza el argumento con un movimiento de mano.
—Eso no te detuvo entonces. ¿Qué ha cambiado?
He visto quién eres en realidad, quiero gritar. No eres el guerrero apacible, el príncipe perfecto o incluso el chico confundido que pretendes ser. Por mucho que trates de luchar contra ello, eres igual que todos los demás.
—¿Esto es por los terroristas?
Mis dientes rechinan dolorosamente.
—Rebeldes.
—Han asesinado a personas, niños, inocentes.
—Tú y yo sabemos que no fue culpa suya —escupo, sin molestarme en cuidar lo crueles son las palabras. Cal retrocede desconcertado un momento. Casi parece asqueado cuando recuerda los Disparos del Sol y la explosión accidental que los siguieron. Pero esto pasa, reemplazado lentamente por la ira.
—Pero lo provocaron todo ellos mismos —gruñe—. Lo que le ordené al Centinela que hiciera, fue por los muertos, por la justicia.
—¿Y qué has conseguido con la tortura? ¿Sabes sus nombres, cuántos son? ¿Sabes lo que quieren? ¿Te has molestado siquiera en escuchar?
Lanza un pesado suspiro, tratando de salvar la conversación.
—Sé que tienes tus razones para haber simpatizado, pero sus métodos no pueden ser…
—Sus métodos son culpa tuya. Nos haces trabajar, nos haces sangrar, nos haces morir por tus guerras, fábricas y las pocas comodidades ni siquiera se notan, todo porque somos diferentes. ¿Cómo puedes esperar que nosotros permitamos eso?
Cal está inquieto, un músculo de su mejilla se crispa. No tiene ninguna respuesta a esa pregunta.
—La única razón por la que no estoy muerta en una fosa en alguna parte es porque te compadeciste de mí. La única razón por la que incluso me estás escuchando ahora es porque, por algún descabellado milagro, resulta que soy algo diferente.
Perezosamente, mis chispas ascienden en mis manos. No puedo imaginar volver a la vida de antes de que mi cuerpo zumbara con energía, pero realmente puedo recordarlo.
—Puedes detener esto, Cal. Tú serás rey y puedes detener esta guerra, puedes salvar miles, millones de personas, de generaciones de esclavitud autorizada, si lo dices tú.
Algo se rompe en Cal, apagando el fuego que tanto intenta ocultar. Cruza hasta la ventana, con las manos entrelazadas detrás de su espalda. Con el sol naciente en su rostro y la sombra en la espalda, parece dividido entre dos mundos. En mi corazón, sé que lo está. Una pequeña parte de mí que aún se preocupa por él quiere acortar la distancia entre ambos, pero no soy tan tonta. No soy ninguna chiquilla enamorada.
—Lo pensé una vez —murmura—. Pero eso conduciría a la rebelión en ambos lados, y no seré el rey que arruine este país. Este es mi legado, el legado de mi padre y tengo un deber al respecto. —Un fuego lento sale de él, humedeciendo el cristal de la ventana—. ¿Cambiarías un millón de muertes por lo que ellos quieren?
Un millón de muertes. Mi mente regresa al cadáver de Belicos Lerolan, con sus hijos muertos a su lado. Y luego otros rostros se unen a los muertos; Shade, el padre el Kilorn, cada uno de los soldados Rojos que murieron por la guerra.
—La Guardia no se detendrá —digo suavemente, pero sé que apenas está escuchando ya—. Y mientras ellos son realmente culpables, tú también lo eres. Hay sangre en tus manos, príncipe. —Y en las de Maven. Y las mías.
Lo dejo allí de pie, con la esperanza de haberlo cambiado pero sabiendo que las probabilidades son casi nulas. Es digno hijo de su padre.
—Julian ha desaparecido, ¿no? —me grita, deteniéndome en seco.
Me vuelvo lentamente, reflexionando sobre lo que posiblemente quiere decir. Y decido permanecer en silencio.
—¿Desaparecido?
—La fuga dejó lagunas en los recuerdos de muchos Centinelas, así como en los registros de los videos. Mi tío no utiliza sus habilidades a menudo, pero conozco las señales.
—¿Crees que les ayudó a escapar?
—Lo creo —dice dolorosamente, mirando sus manos—. Es por eso le di el tiempo suficiente para escaparse
—¿Que hiciste, qué? —No puedo creer mis oídos. Cal, el soldado, el que siempre sigue las órdenes, rompiendo las reglas por Julian.
—Es mi tío, he hecho lo que he podido por él. ¿Tan cruel crees que soy? —Me sonríe tristemente, sin esperar una respuesta. Me hace sufrir—. Retrasaré la detención tanto como pueda, pero todo el mundo deja pistas, y la reina lo encontrará. —Suspira, poniendo una mano contra el cristal—. Y será ejecutado.
—¿Le harías eso a tu tío? —No me molesto en esconder mi repugnancia, o el miedo subyacente. Si él mataría a Julian, incluso después de haberlo dejado ir, ¿qué hará conmigo cuándo me descubra?
Los hombros de Cal se tensan cuando se endereza, retornando al soldado. Se niega a seguir escuchando más de Julian o de la Guardia Escarlata.
—Maven ha tenido una propuesta interesante.
Eso es algo inesperado.
—¿Eh?
Asiente, extrañamente molesto ante la idea de su hermano.
—Maven siempre ha sido muy perspicaz. Ha heredado eso de su madre.
—¿Se supone que eso debe asustarme? —Conozco mejor que cualquiera a Maven, no es como a su madre, o cualquier otro maldito Plateado—. ¿Qué intentas decir, Cal?
—Estás al descubierto ahora —dice bruscamente—. Después de tu discurso, todo el país conoce tu nombre y tu rostro. Y muchos más se preguntarán quién y qué eres.
Solo puedo fruncir el ceño y encogerme de hombros.
—Quizá deberías de haber pensado eso antes de hacerme leer ese repugnante discurso.
—Soy soldado, no un político. Sabes que no he tenido nada que ver con las Medidas.
—Pero las seguirás. Las seguirás sin lugar a dudas.
No discute eso. A pesar de sus defectos, Cal nunca me ha mentido. Ahora tampoco.
—Todos los registros han sido eliminados. Funcionarios, archiveros, nadie podrá nunca encontrar alguna prueba de que nacieras Roja —murmura, bajando sus ojos—. Eso es lo que Maven propuso.
A pesar de mi enfado, suspiro en voz alta. El registro de sangre. Los archivos.
—¿Qué significa eso? —No tengo ni fuerzas para impedir que mi voz tiemble.
—Tus antecedentes escolares, certificado de nacimiento, huellas dactilares, incluso tu tarjeta de identificación han sido destruidos. —Apenas lo escucho sobre el sonido de los latidos de mi corazón martilleando.
En otro momento, lo habría abrazado sinceramente. Pero debo permanecer inmóvil. No debo permitir que Cal sepa que me ha salvado de nuevo. No, Cal no. Esto es algo que Maven está haciendo. Es la sombra que controla la llama.
—Esa parece la solución más correcta —digo en voz alta, tratando de sonar indiferente.
Pero mi actuación no durará mucho tiempo. Después de una rígida reverencia en dirección a Cal, me doy prisa para salir de la sala escondiendo mi sonrisa salvaje.
Afortunadamente no hay más desfiles por los que sufrir; somos recibidos por transportes blindados para llevarnos por encima de los muelles. Para deleite mío, Maven y yo tenemos un transporte privado, acompañados por solo dos Centinelas. Él señala los puntos de referencia cuando pasamos, explicando lo que aparece en cada esquina de la calle y las estatuas. Incluso menciona su pastelería favorita, aunque se encuentra al otro lado del río.
—El puente y el este de Archeon son para los civiles, los Plateados comunes, aunque muchos son más ricos que algunos nobles.
—¿Plateados comunes? —Casi tengo que reírme—. ¿Existe tal cosa?
Maven solo se encoge de hombros.
—Por supuesto. Son comerciantes, empresarios, soldados, funcionarios, tenderos, políticos, terratenientes, artistas e intelectuales. Algunos se casan con los de las Casas Altas, otros por encima de su clase, pero no tienen sangre noble y sus habilidades no son como, bueno, tan poderosas.
No todos somos especiales. Lucas me dijo eso una vez. No sabía qué quería decir también un Plateado.
—Mientras que, el oeste de Archeon es para la corte del rey —continúa Maven. Pasamos una calle flanqueada por casas de piedras preciosas y árboles podados en plena floración—. Todos los de las Casas Altas mantienen sus residencias aquí, para estar cerca del rey y el gobierno. De hecho, todo el país puede controlarse desde este acantilado, si surgiera la necesidad.
Eso explica la situación. El banco occidental está en una marcada pendiente, con el palacio y los otros edificios del gobierno asentados en la cresta de una colina con vistas al puente. Otra muralla rodea la colina, cercando el centro del país. Trato de no observar cuando pasamos por la puerta, revelando una cuadrada plaza embaldosada del tamaño de un estadio. Maven la llama la plaza Caesar, quien fue el primer rey de la dinastía. Julian mencionó al rey Caesar, pero fugazmente; nuestras lecciones nunca llegaron más allá de la primera Segregación, cuando el Rojo y el Plateado se convirtieron mucho más que en colores.
El Palacio Whitefire ocupa el lado sur de la plaza, mientras que los tribunales, la tesorería y los centros administrativos ocupan el resto. Incluso hay un cuartel militar, a juzgar por las tropas en el interior del jardín amurallado. Son la Legión Sombra de Cal que ha viajado delante de nosotros a la ciudad. Un consuelo para los nobles, dijo Maven. Soldados dentro de las murallas, para que nos protejan si llegara otro ataque. A pesar de la hora, la plaza bulle de actividad mientras la gente se apresura hacia una estructura de aspecto austera junto a los cuarteles. Las banderas rojas y negras, engalanadas con el símbolo de armas del ejército, cuelgan de sus columnas. Solo puedo ver un pequeño escenario instalado frente al edificio, con un podio rodeado de focos brillantes y una creciente multitud.
De repente la mirada de las cámaras, más intensas de lo que estoy acostumbrada, aterrizan en nuestro transporte, siguiéndonos mientras la fila de vehículos pasa junto al escenario. Por suerte nosotros seguimos avanzando, moviéndonos a través del arco de un pequeño patio, pero entonces nos detenemos en seco.
—¿Qué pasa? —susurro, agarrándome a Maven. Hasta ahora, he mantenido mi temor bajo control, pero entre las luces, las cámaras y el público, mi muro comienza a desmoronarse.
Maven suspira pesadamente, más molesto que cualquier otra cosa.
—Mi padre debe estar pronunciando un discurso. Solo una ostentosa exhibición de poder para mantener contentas a las masas. No hay nada que le guste más a la gente que un líder prometiendo la victoria.
Maven sale, arrastrándome con él. A pesar de mi maquillaje y mi ropa, me siento de repente muy desnuda. Esto es una difusión. Miles, millones, verán esto.
—No te preocupes, solo tenemos que permanecer de pie y parecer serios —murmura en mi oreja.
—Creo que Cal tiene eso cubierto. —Señalo con la cabeza hacia dónde el príncipe está absorto, unido por la cadera a Evangeline.
Maven se ríe disimuladamente.
—Cree que los discursos son una pérdida de tiempo. A Cal le gusta la acción, no las palabras.
Ya somos dos, pero no quiero admitir que tengo algo en común con el hermano mayor de Maven. Tal vez una vez, pensé que sí, pero ahora no. Nunca más.
Un enérgico secretario nos llama. Su ropa es azul y gris, los colores de la Casa Macanthos. Quizá él conocía al coronel; quizá era su hermano, su primo. No lo hagas, Mare. Éste es el último lugar para perder los nervios. Él no escatima una mirada hacia nosotros cuando entramos al lugar, detrás de Cal y Evangeline, con el rey y la reina a la cabeza. Extrañamente, Evangeline no tiene su habitual compostura; puedo ver el temblor de sus manos. Tiene miedo. Quería protagonismo, quería ser la novia de Cal y todavía tiene miedo de ello. ¿Cómo puede ser eso?
Y entonces nos movemos, entrando a un edificio con demasiados Centinelas y asistentes como para contar. En su interior, la estructura está construida para la función, con mapas, oficinas y salas de consejo en lugar de pinturas o salones. La gente de uniforme gris se apresura en el vestíbulo, aunque se detienen para dejarnos pasar. La mayoría de las puertas están cerradas, pero me las arreglo para echar un vistazo dentro de unas cuantas. Los oficiales y soldados miran mapas del frente de guerra, discutiendo sobre la colocación de las legiones. Otra sala cuenta con una energía estruendosa que parece almacenar cien pantallas de video, cada una gestionada por un soldado de uniforme de batalla. Hablan en los auriculares, vociferando órdenes a personas y lugares lejanos. Las palabras difieren, pero el significado es el mismo.
—Defiendan el frente.
Cal se detiene ante la puerta de la sala de video, estirando el cuello para ver mejor, pero de repente esta se cierra de golpe en su cara. Se eriza pero no protesta, retrocediendo a la fila con Evangeline. Ella le murmura algo en voz baja, pero él la ignora, para mi deleite.
Pero mi sonrisa se desvanece cuando retrocedemos hacia las cegadoras luces en las escalinatas de la estructura. Una placa de bronce junto a la puerta dice Comando de Guerra. Este lugar es el corazón de las fuerzas armadas, cada soldado, cada ejército, cada arma se controla desde dentro. Mi estómago se revuelve con el poder, pero no puedo perder el coraje, no delante de tanta gente.
Los flashes de las cámaras ciegan mi visión. Cuando me estremezco, oigo una voz dentro de mi cabeza. El secretario presiona un papel en mi mano. Le echo un vistazo, y casi grito. Ahora sé para qué fui salvada.
Gánate tu subsistencia, la voz de Elara susurra en mi cabeza. Ella me mira desde el otro lado de Maven, esforzándose para no sonreír.
Maven sigue su miserable mirada y observa el papel en mi mano temblorosa. Lentamente, enrolla sus dedos alrededor los míos, como si pudiera verter su fuerza en mí. No quiero nada más que rasgar el papel en dos, pero él me sujeta firmemente.
—Tienes que hacerlo. —Es todo lo que dice, susurrando tan bajo que apenas puedo oírlo—. Debes.
—Mi corazón se lamenta por las vidas perdidas, pero sabemos que no se perdieron en vano. Su sangre será nuestro combustible y determinación para llevarnos a superar las dificultades que vendrán. Somos una nación en guerra, durante casi un siglo hemos estado así, y no estamos acostumbrados a los obstáculos en el camino a la victoria. Esas personas serán descubiertas, esas personas serán castigadas y esta enfermedad llamada rebelión nunca se apoderará de mi país.
La pantalla de video en mi nueva habitación es tan útil como un barco sin fondo, reproduciendo el discurso del rey de la noche anterior en un bucle nauseabundo. Para ahora puedo recitarlo palabra por palabra, pero no puedo dejar de estar atenta. Porque sé qué viene luego.
Mi rostro se ve raro en la pantalla, demasiado frío, demasiado pálido. Todavía no puedo creer que mantuviera el rostro serio mientras leía las palabras. Cuando camino hacia el podio, tomando el lugar del rey, ni siquiera tiemblo.
—Me criaron los Rojos. Creía que era una de ellos. Y vi de primera mano la gracia de Su Majestad el rey, la libertad y el gran privilegio que nuestros señores Plateados nos proporcionan. El derecho a trabajar, a servir a nuestro país, para vivir y vivir bien. —En la pantalla, Maven pone una mano sobre mi brazo. Asintiendo para que continúe con mi discurso—. Ahora sé que nací Plateada, una lady de la Casa Titanos y algún día, princesa de Norta. He abierto los ojos. Existe un mundo que nunca soñé y es invencible. Es misericordioso. Y los terroristas, los asesinos de la peor clase, están tratando de destruir los cimientos de nuestra nación. Esto no podemos permitirlo.
En la seguridad de mi cuarto, exhalo un suspiro. Lo peor está llegando.
—En su sabiduría, el rey Tiberias ha elaborado unas Medidas para erradicar esta enfermedad de la rebelión y para proteger a los ciudadanos de nuestra nación. Son las siguientes: A partir de hoy un toque de queda al atardecer entrará en vigor para todos los Rojos. La seguridad se duplicará en cada pueblo y ciudad Roja. Nuevos fortines serán construidos en las carreteras y se tripulará a plena capacidad. Todos los delitos por parte de los Rojos, incluyendo romper el toque de queda, serán castigados con la ejecución. Y… —En esto, mi voz flaquea por primera vez—… la edad para el servicio militar obligatorio ha bajado a quince años. Cualquiera que proporcione información que conduzca a la captura de los operativos de la Guardia Escarlata o la prevención de acciones de la Guardia Escarlata se le otorgarán exenciones de reclutamiento, liberando a cinco miembros de la misma familia del servicio militar.
Es una inteligente y terrible maniobra. Los Rojos se quedarán al margen de tales exenciones.
—Las Medidas son para mantener a toda costa y hasta que la enfermedad conocida como la Guardia Escarlata sea destruida. —Miro mis propios ojos en la pantalla, viendo como evito atragantarme con mi discurso. Mis ojos están bien abiertos, esperando que mi gente sepa lo que estoy tratando de decir. Las palabras pueden mentir—. Larga vida al rey.
La ira ondula a través de mí, y la pantalla se apaga, reemplazando mi rostro con un vacío negro. Pero todavía puedo ver cada nueva orden en mi mente. A más oficiales patrullando, más cuerpos colgando de la horca y más madres llorando por sus hijos robados. Hemos matado a una docena de los suyos, y ellos han matado a miles de los nuestros. Parte de mí sabe que golpes como estos llevará a algunos Rojos al lado de la Guardia, pero muchos más estarán del lado del rey. Por sus vidas, por las vidas de sus hijos, abandonarán la poca libertad que les quedaba.
Creía que ser su marioneta sería fácil comparado con todo lo demás. Estaba muy equivocada. Pero no puedo dejarles vencerme, no ahora. Ni cuando mi propio destino permanece en el horizonte. Debo hacer todo lo que pueda hasta que mi sangre se empareje y mi juego haya terminado. Hasta que me lleven a rastras y me maten.
Por lo menos mi ventana tiene vistas al río, yendo al sur hacia el mar. Cuando miro el agua, puedo ignorar mi futuro en declive. Mis ojos se arrastran rápidamente por la corriente en movimiento a la mancha oscura. Mientras que el resto del cielo está claro, unas nubes oscuras flotan en el sur, sin moverse de la tierra prohibida en la costa. La Ciudad en Ruinas. La radiación y el fuego consumieron la ciudad una vez y nunca la dejó. Ahora no es más que un fantasma negro fuera de nuestro alcance, una reliquia del viejo mundo.
Parte de mí desea que Lucas toque mi puerta y me saque deprisa de aquí para un nuevo horario, pero no ha vuelto todavía. Supongo que está mejor sin mí arriesgando su vida.
El regalo de Julian se encuentra contra la pared, un recordatorio firme de otro amigo perdido. Es una pieza del mapa gigante, enmarcado y reluciente detrás de un vidrio. Cuando lo recojo, algo golpea el suelo, cayendo desde la parte trasera del bastidor.
Lo sabía.
Mi corazón se acelera, palpitando violentamente mientras me dejo caer de rodillas, esperando encontrar una nota secreta de Julian. Pero en cambio, no hay nada más que un libro.
A pesar de mi decepción, no puedo evitar sonreír. Por supuesto que Julian me dejaría otra historia, otra colección de palabras para consolarme cuando él ya no pudiera.
Abro la tapa, esperando encontrar algunas nuevas historias, pero en cambio, las palabras del manuscrito me miran desde la página de título. Rojo y Plateado. Están en el inconfundible garabato que es la firma de Julian.
La línea visual de las cámaras de mi cuarto está a mi espalda, recordándome que no estoy sola. Julian también sabía eso. Brillante, Julian.
El libro parece normal, un aburrido estudio de las reliquias encontradas en Delphie, pero oculto entre las palabras del mismo tipiado, hay un secreto digno de contar. Me lleva muchos minutos encontrar cada línea agregada y doy gracias en silencio que me despertara tan temprano. Finalmente lo tengo todo, y parece como si me hubiera olvidado hasta cómo respirar.
Danes Davidson, soldado Rojo, de la Legión Tormenta, asesinado en una patrulla de rutina, el cuerpo nunca se recuperó. 1 de agosto, 296 NE. Jane Barbaro, soldado Rojo, de la Legión Tormenta, asesinado por el fuego amigo, incineraron su cuerpo. 19 de noviembre, 297 NE. Pace Gardner, soldado Rojo, de la Legión Tormenta, ejecutada por insubordinación, extraviaron su cuerpo. El 4 de junio, 300 NE. Hay más nombres, distribuidos a lo largo de los últimos veinte años, todos incinerados o sus cuerpos perdidos o “extraviados”. Cómo puede alguien perder un hombre ejecutado, no lo sé. El nombre al final de la lista hace que mis ojos se llenen de lágrimas. Shade Barrow, soldado Rojo, de la Legión Tormenta, ejecutado por deserción, el cuerpo se incineró. 27 de julio de 320 NE.
Las propias palabras de Julian siguen al nombre de mi hermano, y siento como si estuviera de nuevo junto a mí, enseñando despacio y serenamente su lección.
Según la ley militar, todos los soldados Rojos serán enterrados en los cementerios de Choke. Los soldados ejecutados no tienen entierros y yacen en fosas comunes. La cremación no es común. Los cuerpos extraviados son inexistentes. Y sin embargo he encontrado 27 nombres, 27 soldados, tu hermano incluido, que sufrieron tales destinos.
Todos murieron patrullando, asesinados por los Lakelanders o sus propias unidades, si no ejecutados por acusaciones sin fundamento. Todos fueron transferidos a la Legión Tormenta semanas antes de morir. Y todos sus cuerpos fueron destruidos o perdidos de alguna manera. ¿Por qué? La Legión Tormenta no es un escuadrón de muerte, cientos de Rojos sirven bajo las órdenes del General Eagrie sin morir extrañamente. Así que, ¿por qué matar a estos 27?
Por primera vez, me alegré del registro de sangre. Aunque ellos están muertos desde hace mucho tiempo… sus muestras de sangre siguen existiendo todavía. Y ahora debo disculparme, Mare, porque no he sido completamente honesto contigo. Confiaste en mí para entrenarte, ayudarte, y lo hice, pero también me estaba ayudando a mí mismo. Soy un hombre curioso, y tú eres lo más curioso que he visto en mi vida. No pude evitarlo. Comparé las muestras de sangre con la tuya, solo para encontrar un marcador idéntico en ellos, diferente de todos los demás.
No me sorprende que nadie se diera cuenta, porque no lo estaban buscando. Pero ahora que lo sabía, era fácil de encontrar. Tu sangre es Roja, pero no es igual. Hay algo nuevo en ti, algo que nadie ha visto. Y estaba en los otros 27. Una mutación, un cambio que puede ser la clave para todo lo que eres.
No eres única, Mare. No estás sola. Eres simplemente la primera protegida ante los ojos de miles, la primera a la que ellos no podrán matar y ocultar. Como los demás, eres Roja y Plateada y más fuerte que ambos.
Pienso que eres el futuro. Creo que eres el nuevo amanecer.
Y si antes había 27, debe haber otros. Debe de haber más.
Me siento congelada; me siento entumecida; siento todo y nada. Otros como yo.
Usando las mutaciones en tu sangre, he investigado al resto del registro de sangre, encontrando lo mismo en otras muestras. Los he incluido aquí, para que puedas trasmitirlo.
Sé que no necesito decirte la importancia de esta lista, de lo que podría significar para ti y el resto de este mundo. Cuéntaselo a alguien en quien confíes, para buscar a los demás, protegerlos, formarlos, porque es solo cuestión de tiempo antes de que alguien menos amigable descubra lo que tengo y les dé caza.
Sus palabras se acaban ahí, seguidas de una lista que hace temblar mis dedos. Hay nombres y lugares, tantos, todos esperando que yo los encuentre. Todos esperando para luchar.
Mi mente parece como si estuviera ardiendo. Hay otros. Varios. Las palabras de Julian nadan por mis ojos, abrasando mi alma.
Más fuerte que ambos.
El pequeño libro se encuentra cómodamente en mi chaqueta, guardado junto a mi corazón. Pero antes de ir junto a Maven, para mostrarle el descubrimiento de Julian, Cal me encuentra. Me acorrala en una sala de estar como en la que bailamos, aunque la luna y la música han desaparecido. Una vez quise todo lo que pudiera darme, y ahora la visión de él me revuelve el estómago. Puede ver el asco en mi cara, tanto como trato de ocultarlo.
—Estás enfadada conmigo —dice. No es una pregunta.
—No lo estoy.
—No mientas —gruñe, de repente sus ojos echan fuego. He estado mintiendo desde el día en que nos conocimos—. Hace tres días me besaste, y ahora no puedes ni siquiera mírame.
—Estoy comprometida con tu hermano —le digo, apartándome.
Rechaza el argumento con un movimiento de mano.
—Eso no te detuvo entonces. ¿Qué ha cambiado?
He visto quién eres en realidad, quiero gritar. No eres el guerrero apacible, el príncipe perfecto o incluso el chico confundido que pretendes ser. Por mucho que trates de luchar contra ello, eres igual que todos los demás.
—¿Esto es por los terroristas?
Mis dientes rechinan dolorosamente.
—Rebeldes.
—Han asesinado a personas, niños, inocentes.
—Tú y yo sabemos que no fue culpa suya —escupo, sin molestarme en cuidar lo crueles son las palabras. Cal retrocede desconcertado un momento. Casi parece asqueado cuando recuerda los Disparos del Sol y la explosión accidental que los siguieron. Pero esto pasa, reemplazado lentamente por la ira.
—Pero lo provocaron todo ellos mismos —gruñe—. Lo que le ordené al Centinela que hiciera, fue por los muertos, por la justicia.
—¿Y qué has conseguido con la tortura? ¿Sabes sus nombres, cuántos son? ¿Sabes lo que quieren? ¿Te has molestado siquiera en escuchar?
Lanza un pesado suspiro, tratando de salvar la conversación.
—Sé que tienes tus razones para haber simpatizado, pero sus métodos no pueden ser…
—Sus métodos son culpa tuya. Nos haces trabajar, nos haces sangrar, nos haces morir por tus guerras, fábricas y las pocas comodidades ni siquiera se notan, todo porque somos diferentes. ¿Cómo puedes esperar que nosotros permitamos eso?
Cal está inquieto, un músculo de su mejilla se crispa. No tiene ninguna respuesta a esa pregunta.
—La única razón por la que no estoy muerta en una fosa en alguna parte es porque te compadeciste de mí. La única razón por la que incluso me estás escuchando ahora es porque, por algún descabellado milagro, resulta que soy algo diferente.
Perezosamente, mis chispas ascienden en mis manos. No puedo imaginar volver a la vida de antes de que mi cuerpo zumbara con energía, pero realmente puedo recordarlo.
—Puedes detener esto, Cal. Tú serás rey y puedes detener esta guerra, puedes salvar miles, millones de personas, de generaciones de esclavitud autorizada, si lo dices tú.
Algo se rompe en Cal, apagando el fuego que tanto intenta ocultar. Cruza hasta la ventana, con las manos entrelazadas detrás de su espalda. Con el sol naciente en su rostro y la sombra en la espalda, parece dividido entre dos mundos. En mi corazón, sé que lo está. Una pequeña parte de mí que aún se preocupa por él quiere acortar la distancia entre ambos, pero no soy tan tonta. No soy ninguna chiquilla enamorada.
—Lo pensé una vez —murmura—. Pero eso conduciría a la rebelión en ambos lados, y no seré el rey que arruine este país. Este es mi legado, el legado de mi padre y tengo un deber al respecto. —Un fuego lento sale de él, humedeciendo el cristal de la ventana—. ¿Cambiarías un millón de muertes por lo que ellos quieren?
Un millón de muertes. Mi mente regresa al cadáver de Belicos Lerolan, con sus hijos muertos a su lado. Y luego otros rostros se unen a los muertos; Shade, el padre el Kilorn, cada uno de los soldados Rojos que murieron por la guerra.
—La Guardia no se detendrá —digo suavemente, pero sé que apenas está escuchando ya—. Y mientras ellos son realmente culpables, tú también lo eres. Hay sangre en tus manos, príncipe. —Y en las de Maven. Y las mías.
Lo dejo allí de pie, con la esperanza de haberlo cambiado pero sabiendo que las probabilidades son casi nulas. Es digno hijo de su padre.
—Julian ha desaparecido, ¿no? —me grita, deteniéndome en seco.
Me vuelvo lentamente, reflexionando sobre lo que posiblemente quiere decir. Y decido permanecer en silencio.
—¿Desaparecido?
—La fuga dejó lagunas en los recuerdos de muchos Centinelas, así como en los registros de los videos. Mi tío no utiliza sus habilidades a menudo, pero conozco las señales.
—¿Crees que les ayudó a escapar?
—Lo creo —dice dolorosamente, mirando sus manos—. Es por eso le di el tiempo suficiente para escaparse
—¿Que hiciste, qué? —No puedo creer mis oídos. Cal, el soldado, el que siempre sigue las órdenes, rompiendo las reglas por Julian.
—Es mi tío, he hecho lo que he podido por él. ¿Tan cruel crees que soy? —Me sonríe tristemente, sin esperar una respuesta. Me hace sufrir—. Retrasaré la detención tanto como pueda, pero todo el mundo deja pistas, y la reina lo encontrará. —Suspira, poniendo una mano contra el cristal—. Y será ejecutado.
—¿Le harías eso a tu tío? —No me molesto en esconder mi repugnancia, o el miedo subyacente. Si él mataría a Julian, incluso después de haberlo dejado ir, ¿qué hará conmigo cuándo me descubra?
Los hombros de Cal se tensan cuando se endereza, retornando al soldado. Se niega a seguir escuchando más de Julian o de la Guardia Escarlata.
—Maven ha tenido una propuesta interesante.
Eso es algo inesperado.
—¿Eh?
Asiente, extrañamente molesto ante la idea de su hermano.
—Maven siempre ha sido muy perspicaz. Ha heredado eso de su madre.
—¿Se supone que eso debe asustarme? —Conozco mejor que cualquiera a Maven, no es como a su madre, o cualquier otro maldito Plateado—. ¿Qué intentas decir, Cal?
—Estás al descubierto ahora —dice bruscamente—. Después de tu discurso, todo el país conoce tu nombre y tu rostro. Y muchos más se preguntarán quién y qué eres.
Solo puedo fruncir el ceño y encogerme de hombros.
—Quizá deberías de haber pensado eso antes de hacerme leer ese repugnante discurso.
—Soy soldado, no un político. Sabes que no he tenido nada que ver con las Medidas.
—Pero las seguirás. Las seguirás sin lugar a dudas.
No discute eso. A pesar de sus defectos, Cal nunca me ha mentido. Ahora tampoco.
—Todos los registros han sido eliminados. Funcionarios, archiveros, nadie podrá nunca encontrar alguna prueba de que nacieras Roja —murmura, bajando sus ojos—. Eso es lo que Maven propuso.
A pesar de mi enfado, suspiro en voz alta. El registro de sangre. Los archivos.
—¿Qué significa eso? —No tengo ni fuerzas para impedir que mi voz tiemble.
—Tus antecedentes escolares, certificado de nacimiento, huellas dactilares, incluso tu tarjeta de identificación han sido destruidos. —Apenas lo escucho sobre el sonido de los latidos de mi corazón martilleando.
En otro momento, lo habría abrazado sinceramente. Pero debo permanecer inmóvil. No debo permitir que Cal sepa que me ha salvado de nuevo. No, Cal no. Esto es algo que Maven está haciendo. Es la sombra que controla la llama.
—Esa parece la solución más correcta —digo en voz alta, tratando de sonar indiferente.
Pero mi actuación no durará mucho tiempo. Después de una rígida reverencia en dirección a Cal, me doy prisa para salir de la sala escondiendo mi sonrisa salvaje.
berny_girl- Mensajes : 2842
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Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Capitulo 24
Me paso gran parte del día siguiente explorando, aunque mi mente está en otra parte. Whitefire es más antiguo que el Salón, sus paredes hechas de piedra y madera tallada en lugar de cristal de diamante. Dudo que aprenda alguna vez la disposición de todas las cosas, ya que esto no sólo alberga la residencia real sino también muchas oficinas administrativas y salas de audiencias, salones de baile, una completa corte de entrenamiento, y otras cosas que no entiendo. Supongo que es por eso que la secretaria tarda casi media hora en encontrarme, deambulando por una galería de estatuas. Pero no tendré más tiempo para explorar. Tengo deberes que cumplir.
Según está diciendo la secretaria del Rey, deberes que se aplican a una serie entera de maldades más allá de simplemente leer las Medidas. Como futura princesa, debo reunirme con la gente en paseos concertados, dar discursos, estrechar manos y permanecer de pie al lado de Maven. La última parte realmente no me importa, pero ser exhibida como una cabra en una subasta pública no es exactamente excitante.
Me uno a Maven en un transporte que se dirige a la primera aparición. Estoy muriéndome de ganas por contarle sobre la lista y agradecerle por la base de datos de sangre, pero hay demasiados ojos y oídos.
La mayor parte del día pasa volando como un borrón de ruido y color mientras recorremos diferentes partes de la capital. El Mercado del Puente me recuerda al Gran Jardín, aunque éste es tres veces más grande.
En la única hora que pasamos saludando a los niños y los tenderos, veo a Plateados atacar o agraviar a una docena de sirvientes Rojos, todos intentando hacer su trabajo. Seguridad evita que el abuso sea completo, pero las palabras que les lanzan son igual de hirientes. Asesinos de niños, animales y demonios. Maven mantiene mi mano agarrada con fuerza, apretándola cada vez que un Rojo es arrojado al suelo.
Cuando alcanzamos nuestra siguiente parada, una galería de arte, estoy encantada de estar fuera del ojo público, hasta que veo los cuadros. Los artistas Plateados utilizan dos colores, el plateado y el rojo, en una espeluznante colección que me pone enferma. Cada cuadro es peor que el anterior, representando la fuerza de los Plateados y la debilidad de los Rojos en cada pincelada. La última representa una figura gris y plateada, bastante parecida a un fantasma, y la corona desangrándose sobre su frente. Me hace querer apoyar mi cabeza sobre una pared.
La plaza fuera de la galería es ruidosa y está llena de la vida de la ciudad. Muchos se detienen a ver, mirándonos boquiabiertos mientras nos dirigimos a nuestro transporte. Maven los saluda con una sonrisa practicada, provocando que la multitud aclame su nombre. Es bueno en esto; después de todo, esta gente son su herencia. Cuando se detiene para hablar con unos pocos niños, su sonrisa resplandece. Cal quizás nació para reinar, pero Maven estaba destinado a ello. Y Maven está dispuesto a cambiar el mundo para nosotros, para los Rojos que le enseñaron a despreciar.
Toco a escondidas la lista en mi bolsillo, pensando en los únicos que pueden ayudarnos a Maven y a mí a cambiar el mundo. ¿Son como yo, o son tan variados como los Plateados? Shade era como tú. Sabían lo de Shade y tuvieron que matarlo, como no pudieron matarte a ti. Mi corazón añora a mi hermano caído, por las conversaciones que podríamos haber tenido. Por el futuro que podríamos haber forjado.
Pero Shade está muerto, y hay otros que necesitan mi ayuda.
—Necesitamos encontrar a Farley —susurro al oído a Maven, apenas audible para mí. Pero me escucha y alza una ceja como en una pregunta silenciosa—. Tengo algo que darle.
—No tengo ninguna duda de que nos encontrará —me murmura—, si es que no nos está viendo ya.
—¿Cómo…?
¿Farley, espiándonos? ¿Dentro de una ciudad que la quiere destruir? Esto parece imposible. Pero luego me doy cuenta de la multitud de Plateados apelotonándose, y de los sirvientes Rojos más allá. Unos pocos se detienen a mirarnos, con sus brazos marcados con rojo. Uno de ellos podría trabajar para Farley. Todos podrían. Incluso con los Centinelas y la seguridad rodeándolos, ella aún está con nosotros.
Ahora la pregunta se convierte en la localización del Rojo correcto, decir la cosa correcta, encontrando el lugar correcto, y hacerlo todo sin que nadie note al príncipe y su futura princesa comunicándose con una terrorista buscada.
Esto no es como las multitudes de casa, las únicas en las que podía moverme con tanta facilidad. Ahora estoy de pie fuera, una princesa rodeada por escoltas, con una rebelión que descansa sobre sus hombros. Y quizás incluso algo más importante, pienso, recordando la lista de nombres en mi chaqueta.
Cuando la multitud se empuja, estirando el cuello para mirarnos, tomo la oportunidad y me escabullo. Los Centinelas se agrupan alrededor de Maven, todavía no acostumbrados protegerme del mismo modo, y con unos pocos giros rápidos, salgo del círculo de escoltas y de curiosos. Continúan a través de la plaza sin mí, y si Maven nota que me voy, no los detiene.
Los criados Rojos no me conocen, mantienen sus cabezas agachadas mientras pasan zumbando entre las tiendas. Se mantienen en los callejones y en las sombras, intentando permanecer fuera de la vista. Estoy tan ocupada buscando en los rostros de los Rojos que no me doy cuenta del que está al lado de mi codo.
—Mi lady, se le ha caído esto —me dice el niño. Tiene probablemente unos diez años, con un brazo marcado con rojo—. ¿Mi lady?
Entonces me fijo en el trozo de papel que sujeta. No es nada, solo un pedazo de papel que no recuerdo haber tenido. Aun así, le sonrío al niño y lo tomo.
—Muchas gracias.
Me sonríe, como sólo un niño puede, antes de irse dando saltando del callejón. Brinca con cada paso. La vida no se la ha arrebatado todavía.
—Por este camino, lady Titanos. —Un Centinela está de pie detrás de mí, mirándome con los ojos entrecerrados. Hasta aquí ha llegado el plan. Le permito llevarme de vuelta al transporte, sintiéndome de repente alicaída. No puedo ni siquiera escabullirme como solía hacerlo. Estoy volviéndome blanda.
— ¿Qué ha sido todo eso? —me pregunta Maven cuando me deslizo de nuevo en el transporte.
—Nada —suspiro, echando un vistazo por la ventana mientras nos retiramos de la plaza—, pensaba que había visto a alguien.
Estamos rodeando una curva en la calle antes incluso de que me acuerde de mirar el trozo de papel. Lo desdoblo sobre mi regazo, ocultando el pedazo en los pliegues de mi manga. Hay unas palabras garabateadas sobre la nota, tan pequeñas que apenas puedo leerlas.
Teatro Hexaprin. En la obra de la sesión de tarde. Los mejores asientos.
Me toma un tiempo darme cuenta que solo entiendo la mitad de esas palabras, pero no me importa en absoluto. Sonriendo, empujo el mensaje dentro de la mano de Maven.
La solicitud de Maven es todo lo que se necesita para meternos en el teatro. Es pequeño pero muy grande, con un tejado abovedado y verde coronado por un cisne negro. Es un lugar de entretenimiento, que muestra las obras de teatro, los conciertos o incluso algún archivo filmado para ocasiones especiales. Una obra de teatro, como Maven me dice, es cuando la gente, los actores, representan una historia sobre el escenario. En casa no teníamos tiempo para cuentos de hadas, mucho menos para espectáculos, actores y trajes.
Antes de que lo sepa, estamos sentados en un balcón cerrado encima del escenario. Los asientos debajo de nosotros están repletos de gente, mucho de ellos niños, todos ellos Plateados. Unos pocos Rojos vagan entre las hileras de butacas y los pasillos, sirviendo bebidas o recogiendo las entradas, pero ninguno de ellos sentados. Este no es un lujo que se puedan permitir. Mientras tanto, nos sentamos en las butacas de terciopelo con las mejores vistas, con la secretaria y los Centinelas de pie justo detrás de nuestras cortinas.
Cuando el teatro se oscurece, Maven pone su brazo sobre mis hombros, acercándome tanto que puedo sentir el latido de su corazón. Le sonríe a la secretaria, que ahora está mirando entre las cortinas.
—Qué no nos molesten —ordena, y lleva mi rostro hacia el suyo.
La puerta suena detrás de nosotros, cerrándose, pero ninguno de nosotros se aleja. Un minuto o una hora pasa, de lo cual no me doy cuenta, hasta que las voces del escenario me traen de vuelta a la realidad.
—Lo siento —le murmuro a Maven, levantándome de mi butaca en un esfuerzo por poner algo de distancia entre nosotros. No hay tiempo para besarnos ahora, no importa cuánto lo desee. Sólo sonríe, mirándome en lugar de la obra. Hago todo lo posible por mirar a cualquier otra parte, pero siempre hay algo que atrae mi mirada de nuevo hacia él.
—¿Qué hacemos ahora?
Se ríe y su mirada brilla con malicia.
—Eso no es lo que quería decir. —Pero no puedo evitar sonreírle.
—Cal me arrinconó antes.
Los labios de Maven se fruncen, apretándose por el pensamiento.
—¿Y?
—Parece que he sido salvada.
Su sonrisa resultante podría iluminar el mundo entero, y estoy luchando contra la necesidad de besarlo de nuevo.
—Te dije que lo haría —dice, con su voz un poco áspera. Cuando su mano alcanza la mía, la agarro sin dudarlo.
Antes de que podamos continuar, el panel del techo por encima de nosotros se remueve raspando con algo. Maven salta sobre sus pies, más sorprendido que yo, y observa dentro del oscuro espacio entre nosotros. Ni siquiera un susurro se filtra, pero de todos modos, sé lo que hay que hacer. El entrenamiento me ha hecho más fuerte y me empujo a mí misma con facilidad, desapareciendo en la oscuridad y el frío. No puedo ver nada ni a nadie, pero no tengo miedo. La excitación me gobierna ahora, y con una sonrisa, estiro una mano para ayudar a Maven. Se lanza hacía la oscuridad y trata de orientarse. Antes de que nuestros ojos se acostumbren, el panel del techo se desliza de nuevo en su lugar, cerrando el paso de la luz, la obra de teatro y de las personas más allá.
—Sed rápidos y silenciosos. Os guiaré desde aquí.
No es la voz lo que reconozco sino el olor: una mezcla penetrante de té, viejas especias y el familiar olor de una vela azul.
— ¿Will? —Mi voz apenas un susurro—. ¿Will Whistle?
Con lentitud, la oscuridad se hace más fácil de manejar. Con su barba blanca y enmarañada como siempre se enfoca, no hay ninguna duda ahora.
—No hay tiempo para reuniones, pequeña Barrow —dice—. Tenemos trabajo que hacer.
Cómo ha llegado Will hasta aquí, viajando todo el camino desde Los Pilares, no lo sé, pero su profundo conocimiento del teatro es incluso mucho más extraño. Nos guía a través del techo, bajando por escaleras, peldaños y unas pequeñas trampillas, todo con la obra de teatro haciéndose eco sobre nuestras cabezas. No pasa mucho tiempo antes de que estemos bajo tierra, con soportes de ladrillos y vigas de metal desplegadas en lo alto por encima de nosotros.
—Tu gente seguro que sabe cómo ser dramática —murmura Maven, mirando a la penumbra alrededor de nosotros. Esto parece una cripta, oscura y húmeda, donde cada sombra guarda un horror.
Will apenas se ríe mientras empuja con el hombro abriendo una puerta de metal.
—Solo esperad.
Caminamos pesadamente a través del estrecho pasadizo, descendiendo cuesta abajo incluso más lejos. El aire huele ligeramente a aguas residuales. Para mi sorpresa, el camino termina en una pequeña plataforma, iluminada por sólo una antorcha encendida. Ésta arroja sombras extrañas sobre un muro derruido adornado con unos azulejos rotos. Hay marcas negras en ellos, letras, pero no de la lengua antigua que he visto.
Antes de que pueda preguntarle sobre ellos, un gran estallido sacude las paredes alrededor de nosotros. Esto viene de un agujero redondo en la pared, emitiendo un ruido sordo incluso mayor en la oscuridad. Maven sujeta mi mano, asustado por el sonido, y estoy tan asustada como él. Metal raspando sobre metal, un sonido ensordecedor. Unas luces brillantes salen del túnel y puedo sentir algo aproximándose, algo grande, electrizante y poderoso.
Un gusano de metal aparece, arrastrándose fácilmente hasta detenerse delante de nosotros. Sus costados son de metal puro, soldado y atornillado con pernos, con hendiduras como ventanas. Una puerta se desliza abriéndose con unos chirridos escalofriantes, derramando un cálido resplandor sobre la plataforma.
Farley nos sonríe desde un asiento dentro de la puerta. Nos saluda, indicándonos con un gesto que nos unamos a ella.
—Todos a bordo.
—Los técnicos lo llaman el Tren Subterráneo —dice mientras con pasos vacilantes llegamos a nuestros asientos—. Extraordinariamente rápido, y recorre las antiguas vías que los Plateados nunca se molestarían en buscarlas.
Will cierra la puerta detrás de nosotros, estrellándonos contra lo que parece ser nada más que una gran lata. Si no estuviera tan preocupada por el estruendo debajo de la cosa subterránea, estaría impresionada. En vez de eso, aprieto mi agarre sobre la silla debajo de mí.
—¿Dónde construyeron esto? —pregunta Maven en voz alta, su mirada se desliza sobre la espantosa caja—. Cuidad Gris está controlada. Los técnicos trabajan…
—Tenemos técnicos y ciudades tecnológicas de nuestra propiedad, pequeño príncipe. —le dice Farley, luciendo muy orgullosa—. Lo que ustedes los Plateados saben sobre la Guardia no podría llenar ni una taza de té.
El tren se tambalea debajo de nosotros, casi echándome fuera de mi asiento, pero nadie se inmuta. Se desliza hacia adelante hasta que alcanza una velocidad que hace que mi estómago se aplaste contra mi columna. Los demás continúan conversando, sobre todo Maven haciendo preguntas sobre el Tren Subterráneo y la Guardia. Estoy contenta de que nadie me pregunte nada, porque seguramente vomitaría o me desmayaría si hago algo más que quedarme quieta. Pero Maven no. Nada se le pasa a él.
Echa un vistazo por la ventana, deduciendo algo del borrón de la roca que pasamos.
—Estamos dirigiéndonos al sur.
Farley se sienta de nuevo en su silla, asintiendo.
—Sí.
—El sur es radioactivo —grita, mirándola fijamente.
Apenas se encoge de hombros.
—¿A dónde nos estás llevando? —murmuro, finalmente encontrando mi voz.
Maven no pierde el tiempo, moviéndose hacia la puerta cerrada. Nadie lo detiene porque no hay a dónde ir. No hay escapatoria.
—¿Sabes lo que haces? ¿La radiación? —Suena realmente asustado.
Farley empieza a contar con los dedos los síntomas, una sonrisa irritante sigue en su rostro.
—Nauseas, vómitos, dolor de cabeza, convulsiones, enfermedades cancerosas, y, oh sí, muerte. Una muerte muy desagradable.
De repente me siento muy enferma.
—¿Por qué estás haciendo esto? Estamos aquí para ayudarte.
—Mare, para el tren, puedes parar el tren —Maven cae delante de mí, agarrándome por los hombros—. ¡Para el tren!
Para mi sorpresa, la lata de metal chilla a nuestro alrededor, deteniéndose de forma brusca y repentina. Maven y yo caemos al suelo en un enredo de extremidades, golpeando la dura cubierta de metal con un sonido doloroso. La luz nos ilumina desde la puerta abierta, revelando otra plataforma iluminada por antorchas. Es mucho más larga y llega más lejos de lo que me alcanza la vista.
Farley pasa por encima de nosotros sin mucho más que una mirada y trota sobre la plataforma.
—¿No van a venir?
—No te muevas, Mare. ¡Este lugar nos matará!
Algo chirria en mis orejas, casi hundiendo la risa fría de Farley. Mientras me siento, puedo ver que ella está esperándonos pacientemente.
—¿Cómo sabes que el sur, las Ruinas, siguen radiadas? —pregunta con una sonrisa loca.
Maven tropieza con las palabras.
—Tenemos máquinas, detectores, ellos nos dicen…
Farley asiente.
—¿Y quién ha construido esas máquinas?
—Los técnicos —grazna Maven—. Rojos. —Finalmente, entiende lo que está insinuando—. El detector miente.
Sonriendo, Farley asiente y extiende una mano, ayudándole a levantarse del suelo. Mantiene sus ojos en ella, todavía receloso, pero permite que nos lidere hasta la plataforma y subimos el conjunto de escaleras de hierro. La luz del sol entra desde arriba, y el aire fresco se arremolina bajando en una mezcla de vapores turbios de bajo tierra.
Después estamos parpadeando al aire libre, mirando hacia una niebla baja. Unas paredes se levantan por todas partes, apoyando un techo que ya no existe. Sólo piezas de él permanecen, pequeños trozos de aguamarina y oro. Mientras mis ojos se ajustan, puedo ver altas sombras en el cielo, sus partes superiores desaparecen en la neblina. Las calles, amplios ríos negros de asfalto, están agrietadas y de las grietas crece una maleza gris de cientos de años. Árboles y arbustos crecen sobre el hormigón, reclamando pequeñas bolsas y esquinas, pero incluso más han sido disipadas. Los cristales hechos añicos crujen bajo mis pies y nubes de polvo van a la deriva en el viento, pero de alguna manera este lugar, la imagen de abandono, no se siente abandonado. Sé que este lugar tiene historias, de libros y viejos mapas.
Farley pone un brazo alrededor de mis hombros, su sonrisa es amplia y blanca.
—Bienvenidos a la Ciudad en Ruinas, a Naercey —dice usando el viejo nombre, olvidado hace mucho tiempo.
La isla arruinada contiene marcas especiales alrededor de los bordes, para trucar los detectores de radiación de los Plateados usan para sondear los viejos campos de batalla. Así es cómo la protegen, la casa de la Guardia Escarlata. En Norta, al menos. Eso es lo que ha dicho Farley, dando a entender que hay más bases en el país. Y pronto, será el santuario de todos los Rojos refugiados que huyen de los nuevos castigos del rey.
Cada edificio que pasamos parece ruinoso, cubiertos de cenizas y maleza, pero en una inspección más cercana, hay mucho más. Huellas en el polvo, una luz en una ventana, el olor de comida que flota de un drenaje. Personas, Rojos, tienen una ciudad propia justo aquí, escondida a plena vista. La electricidad es escasa pero las sonrisas no.
El edificio medio derrumbado al que Farley nos lleva debe de haber sido algún tipo de cafetería una vez, juzgando por las mesas comidas por el moho y asientos de cabina arrancados. Las ventanas han desaparecido hace tiempo, pero el suelo está limpio. Una mujer barre el polvo de la puerta, en pilas ordenadas en la acera rota. Estaría intimidada por esa tarea, sabiendo que hay mucho que barrer, pero ella continúa con una sonrisa, tarareando para sí misma.
Farley asiente hacia la mujer limpiando y se aleja rápidamente, dejándonos en paz. Para mi deleite, la cabina más cercana a nosotros contiene un rostro familiar.
Kilorn, seguro y entero. Incluso tiene la audacia de guiñar.
—Mucho tiempo sin verte.
—No hay tiempo para ser amable —gruñe Farley, tomando el asiento al lado de él. Nos gesticula para seguirla y lo hacemos, deslizándonos en la cabina chirriante—. ¿Supongo que has visto los pueblos en tu crucero por el río?
Mi rápida sonrisa se desvanece, igual que la de Kilorn.
—Sí.
—¿Y las nuevas leyes? Sé que has escuchado sobre ellas —Sus ojos se endurecen, como si hubiera sido culpa mía que fuera forzada a leer Las Medidas.
—Eso es lo que pasa cuando amenazas a la bestia —murmura Maven, saltando en mi defensa.
—Pero ahora ellos saben nuestro nombre.
—Ahora ellos te están cazando —espeta Maven, golpeando la mesa con el puño. Eso sacude la fina capa de polvo, haciendo que flote en el aire—. Has ondeado una bandera roja delante de un toro pero no has hecho nada más que darle un toque.
—Sin embargo, tienen miedo —digo con un tono estridente—, han aprendido a tener miedo. Eso tiene que servir para algo.
—Eso sirve no para nada si te escabulles de nuevo a tu ciudad escondida y los dejas reagruparse. Le estás dando al rey tiempo para armarse. Mi hermano ya está en camino, y no pasará mucho tiempo hasta que te localice. —Maven mira sus manos. Extrañamente enfadado—. Pronto ir un paso por delante no será suficiente. Incluso no será posible.
Los ojos de Farley brillan sutilmente mientras nos estudia, pensando. Kilorn está satisfecho dibujando círculos en el polvo, supuestamente indiferente. Lucho con la urgencia de darle una patada por debajo de la mesa para que preste atención.
—No podría preocuparme menos sobre mi propia seguridad, príncipe —dice Farley—. Es la gente en los pueblos, los trabajadores y soldados, por quienes me preocupo. Ellos son los que están siendo castigados justo ahora, e injustamente.
Mis pensamientos vuelan a mi familia y a Los Pilares recordando la mirada aburrida en miles de ojos mientras pasaba.
—¿Qué has sabido?
—Nada bueno.
La cabeza de Kilorn se alza de golpe, aunque sus dedos siguen arremolinándose en la mesa.
—Turnos de trabajos doble, ahorcamientos los domingos, fosas comunes. No es bonito para los que no pueden seguir el ritmo de la paz. —Está recordando nuestro pueblo, justo como yo—. Nuestra gente en el frente de guerra nos dice que allí tampoco es muy diferente. Los de quince y dieciséis años de edad están siendo acomodados en su propia legión. No sobrevivirán mucho tiempo.
Sus dedos dibujan una X en el polvo, furiosamente marcando lo que siente.
—Puedo retrasar eso, tal vez —dice Maven, soltando ideas en voz alta—. Si convenzo al consejo de guerra de que los retenga, les haga pasar por un entrenamiento extra.
—No es suficiente —Mi voz es baja pero firme. La lista parece quemar contra mi piel, rogando por ser liberada. Me vuelvo a Farley—. Tienes gente por todas partes, ¿verdad?
No me pierdo la sombra de satisfacción que cruza su rostro.
—La tengo.
—Entonces dales estos nombres. —Saco el libro de Julian de mi chaqueta, abriéndolo por el comienzo de la lista—. Y encuéntralos.
Maven toma el libro gentilmente, sus ojos examinándolo.
—Deben de ser cientos —balbucea, sin alejar la mirada de la página—. ¿Qué es esto?
—Son como yo. Rojos y Plateados, y más fuertes que ambos.
Es mi turno de sentirme orgullosa. Incluso la mandíbula de Maven cae. Farley chasquea sus dedos, y lo pasa sin un pensamiento, todavía mirando el pequeño libro que sostiene con un secreto poderoso
—No pasará mucho hasta que la persona equivocada lo descifre, sin embargo —añado—. Farley, tú debes encontrarlos primero.
Kilorn mira los nombres como si le estuviera ofreciendo algún tipo de insulto.
—Eso podría tomar meses, años.
Maven resopla.
—No tenemos esa cantidad de tiempo.
—Exactamente. —Está de acuerdo Kilorn—. Tenemos que actuar ahora.
Sacudo la cabeza. La revolución no puede ser apresurada.
—Pero si esperas, si encuentras tantos como puedas, podrías tener un ejército.
De repente, Maven abofetea la mesa, causando que todos saltemos.
—Pero tenemos uno.
—Tengo muchos bajo mi orden aquí, pero no tantos —argumenta Farley, mirando a Maven como si estuviese loco.
Pero él sonríe, vivo con un fuego escondido.
—Si puedo conseguir un ejército, una legión en Archeon, ¿qué podrías hacer?
Sólo se encoge de hombros.
—Muy poco, en realidad. Las otras legiones los machacarían en el campo.
Esto me golpea como un rayo, y finalmente me doy cuenta de a lo que está llegando Maven.
—Pero ellos no podrán luchar en el campo. —Respiro. Él se vuelve hacia mí, sonriendo como un loco—. Estás hablando sobre un golpe.
Farley frunce el ceño.
—¿Un golpe?
—Un golpe, un golpe de estado. Es una cosa de historia, una del antes —explico, intentando alejar su confusión—. Es cuando un pequeño grupo rápido derroca a un gran gobierno. ¿Te suena familiar?
Farley y Kilorn intercambian miradas, con los ojos entrecerrados.
—Continúa —dice ella.
—Sabes la manera en la que está construida Archeon, con el Puente, el lado oeste, y el lado este. —Mis dedos corren junto a mis palabras, dibujando un mapa irregular de la ciudad en el polvo—. Ahora, el lado oeste tiene el palacio, comando, la tesorería, las cortes, todo el gobierno. Y si de alguna manera podemos entrar allí, cortarlo, llegar al rey, y hacerle estar de acuerdo con nuestros términos, se acabó. Tú mismo lo dijiste, Maven, puedes dirigir todo el país desde la Plaza de Caesar. Todo lo que tenemos que hacer es tomarla.
Bajo la mesa, Maven me da una palmada en la rodilla. Está zumbando de orgullo. La mirada sospechosa habitual de Farley se ha ido, reemplazada con verdadera esperanza. Pasa una mano por sus labios, articulando palabras para sí misma mientras observa el plan dibujado en polvo.
—Puede ser que solo sea yo —comienza Kilorn, cayendo de vuelta en su sarcástico tono normal—, pero no estoy exactamente seguro de cómo planeas tener suficientes Rojos allí para pelear contra los Plateados. Necesitas diez de nosotros para abatir uno de ellos. Sin mencionar que hay cinco mil soldados Plateados leales a tu hermano —mira a Maven—, entrenados para matar, todos intentando cazarnos mientras hablemos.
Me desanimo, cayendo contra el asiento.
—Eso podría ser difícil —Imposible.
Maven pasa una mano sobre mi mapa de polvo, limpiando Archeon Este con unos pocos golpes de sus dedos.
—Las legiones son leales a sus generales. Y resulta que conozco a una chica que conoce a un general muy bien.
Cuando sus ojos encuentran los míos, todo el fuego se ha ido, reemplazado ahora con un frío intenso. Sonríe apretadamente.
—Estás hablando de Cal —El soldado. El general. El príncipe. El hijo de su padre. Pienso otra vez en Julian, el tío que Cal que mataría por su versión retorcida de justicia. Cal nunca traicionará a su país, por nada.
Cuando Maven responde, es una cuestión de hecho:
—La damos una elección difícil.
Puedo sentir los ojos de Kilorn en mi rostro, sopesando mi reacción, y es casi demasiada presión por aguantar.
—Cal nunca le volverá la espalda a la corona, a su padre.
—Conozco a mi hermano, si llega a eso, salvar tu vida o salvar su corona, ambos sabemos lo que elegirá —replica Maven.
—Él nunca me elegiría.
Mi piel arde bajo la mirada de Maven, con el recuerdo de un beso robado. Fue él quien me salvó de Evangeline. Fue Cal quien me salvó de escaparme y provocarme más dolor. Fue Cal quien me salvó del reclutamiento. Había estado demasiado ocupada intentando salvar a otros para darme cuenta de cuánto me salva Cal. Cuánto me ama.
De repente es difícil respirar.
Maven sacude su cabeza.
—Siempre te elegirá.
Farley se burla.
—¿Quieres que base toda la operación, toda la revolución, en una historia de amor adolescente? No puedo creerlo.
Al otro lado de la mesa, una mirada extraña cruza el rostro de Kilorn. Cuando Farley se vuelve hacia él, buscando algún tipo de apoyo, no encuentra nada.
—Yo puedo —susurra él, sus ojos nunca dejan mi rostro.
Según está diciendo la secretaria del Rey, deberes que se aplican a una serie entera de maldades más allá de simplemente leer las Medidas. Como futura princesa, debo reunirme con la gente en paseos concertados, dar discursos, estrechar manos y permanecer de pie al lado de Maven. La última parte realmente no me importa, pero ser exhibida como una cabra en una subasta pública no es exactamente excitante.
Me uno a Maven en un transporte que se dirige a la primera aparición. Estoy muriéndome de ganas por contarle sobre la lista y agradecerle por la base de datos de sangre, pero hay demasiados ojos y oídos.
La mayor parte del día pasa volando como un borrón de ruido y color mientras recorremos diferentes partes de la capital. El Mercado del Puente me recuerda al Gran Jardín, aunque éste es tres veces más grande.
En la única hora que pasamos saludando a los niños y los tenderos, veo a Plateados atacar o agraviar a una docena de sirvientes Rojos, todos intentando hacer su trabajo. Seguridad evita que el abuso sea completo, pero las palabras que les lanzan son igual de hirientes. Asesinos de niños, animales y demonios. Maven mantiene mi mano agarrada con fuerza, apretándola cada vez que un Rojo es arrojado al suelo.
Cuando alcanzamos nuestra siguiente parada, una galería de arte, estoy encantada de estar fuera del ojo público, hasta que veo los cuadros. Los artistas Plateados utilizan dos colores, el plateado y el rojo, en una espeluznante colección que me pone enferma. Cada cuadro es peor que el anterior, representando la fuerza de los Plateados y la debilidad de los Rojos en cada pincelada. La última representa una figura gris y plateada, bastante parecida a un fantasma, y la corona desangrándose sobre su frente. Me hace querer apoyar mi cabeza sobre una pared.
La plaza fuera de la galería es ruidosa y está llena de la vida de la ciudad. Muchos se detienen a ver, mirándonos boquiabiertos mientras nos dirigimos a nuestro transporte. Maven los saluda con una sonrisa practicada, provocando que la multitud aclame su nombre. Es bueno en esto; después de todo, esta gente son su herencia. Cuando se detiene para hablar con unos pocos niños, su sonrisa resplandece. Cal quizás nació para reinar, pero Maven estaba destinado a ello. Y Maven está dispuesto a cambiar el mundo para nosotros, para los Rojos que le enseñaron a despreciar.
Toco a escondidas la lista en mi bolsillo, pensando en los únicos que pueden ayudarnos a Maven y a mí a cambiar el mundo. ¿Son como yo, o son tan variados como los Plateados? Shade era como tú. Sabían lo de Shade y tuvieron que matarlo, como no pudieron matarte a ti. Mi corazón añora a mi hermano caído, por las conversaciones que podríamos haber tenido. Por el futuro que podríamos haber forjado.
Pero Shade está muerto, y hay otros que necesitan mi ayuda.
—Necesitamos encontrar a Farley —susurro al oído a Maven, apenas audible para mí. Pero me escucha y alza una ceja como en una pregunta silenciosa—. Tengo algo que darle.
—No tengo ninguna duda de que nos encontrará —me murmura—, si es que no nos está viendo ya.
—¿Cómo…?
¿Farley, espiándonos? ¿Dentro de una ciudad que la quiere destruir? Esto parece imposible. Pero luego me doy cuenta de la multitud de Plateados apelotonándose, y de los sirvientes Rojos más allá. Unos pocos se detienen a mirarnos, con sus brazos marcados con rojo. Uno de ellos podría trabajar para Farley. Todos podrían. Incluso con los Centinelas y la seguridad rodeándolos, ella aún está con nosotros.
Ahora la pregunta se convierte en la localización del Rojo correcto, decir la cosa correcta, encontrando el lugar correcto, y hacerlo todo sin que nadie note al príncipe y su futura princesa comunicándose con una terrorista buscada.
Esto no es como las multitudes de casa, las únicas en las que podía moverme con tanta facilidad. Ahora estoy de pie fuera, una princesa rodeada por escoltas, con una rebelión que descansa sobre sus hombros. Y quizás incluso algo más importante, pienso, recordando la lista de nombres en mi chaqueta.
Cuando la multitud se empuja, estirando el cuello para mirarnos, tomo la oportunidad y me escabullo. Los Centinelas se agrupan alrededor de Maven, todavía no acostumbrados protegerme del mismo modo, y con unos pocos giros rápidos, salgo del círculo de escoltas y de curiosos. Continúan a través de la plaza sin mí, y si Maven nota que me voy, no los detiene.
Los criados Rojos no me conocen, mantienen sus cabezas agachadas mientras pasan zumbando entre las tiendas. Se mantienen en los callejones y en las sombras, intentando permanecer fuera de la vista. Estoy tan ocupada buscando en los rostros de los Rojos que no me doy cuenta del que está al lado de mi codo.
—Mi lady, se le ha caído esto —me dice el niño. Tiene probablemente unos diez años, con un brazo marcado con rojo—. ¿Mi lady?
Entonces me fijo en el trozo de papel que sujeta. No es nada, solo un pedazo de papel que no recuerdo haber tenido. Aun así, le sonrío al niño y lo tomo.
—Muchas gracias.
Me sonríe, como sólo un niño puede, antes de irse dando saltando del callejón. Brinca con cada paso. La vida no se la ha arrebatado todavía.
—Por este camino, lady Titanos. —Un Centinela está de pie detrás de mí, mirándome con los ojos entrecerrados. Hasta aquí ha llegado el plan. Le permito llevarme de vuelta al transporte, sintiéndome de repente alicaída. No puedo ni siquiera escabullirme como solía hacerlo. Estoy volviéndome blanda.
— ¿Qué ha sido todo eso? —me pregunta Maven cuando me deslizo de nuevo en el transporte.
—Nada —suspiro, echando un vistazo por la ventana mientras nos retiramos de la plaza—, pensaba que había visto a alguien.
Estamos rodeando una curva en la calle antes incluso de que me acuerde de mirar el trozo de papel. Lo desdoblo sobre mi regazo, ocultando el pedazo en los pliegues de mi manga. Hay unas palabras garabateadas sobre la nota, tan pequeñas que apenas puedo leerlas.
Teatro Hexaprin. En la obra de la sesión de tarde. Los mejores asientos.
Me toma un tiempo darme cuenta que solo entiendo la mitad de esas palabras, pero no me importa en absoluto. Sonriendo, empujo el mensaje dentro de la mano de Maven.
La solicitud de Maven es todo lo que se necesita para meternos en el teatro. Es pequeño pero muy grande, con un tejado abovedado y verde coronado por un cisne negro. Es un lugar de entretenimiento, que muestra las obras de teatro, los conciertos o incluso algún archivo filmado para ocasiones especiales. Una obra de teatro, como Maven me dice, es cuando la gente, los actores, representan una historia sobre el escenario. En casa no teníamos tiempo para cuentos de hadas, mucho menos para espectáculos, actores y trajes.
Antes de que lo sepa, estamos sentados en un balcón cerrado encima del escenario. Los asientos debajo de nosotros están repletos de gente, mucho de ellos niños, todos ellos Plateados. Unos pocos Rojos vagan entre las hileras de butacas y los pasillos, sirviendo bebidas o recogiendo las entradas, pero ninguno de ellos sentados. Este no es un lujo que se puedan permitir. Mientras tanto, nos sentamos en las butacas de terciopelo con las mejores vistas, con la secretaria y los Centinelas de pie justo detrás de nuestras cortinas.
Cuando el teatro se oscurece, Maven pone su brazo sobre mis hombros, acercándome tanto que puedo sentir el latido de su corazón. Le sonríe a la secretaria, que ahora está mirando entre las cortinas.
—Qué no nos molesten —ordena, y lleva mi rostro hacia el suyo.
La puerta suena detrás de nosotros, cerrándose, pero ninguno de nosotros se aleja. Un minuto o una hora pasa, de lo cual no me doy cuenta, hasta que las voces del escenario me traen de vuelta a la realidad.
—Lo siento —le murmuro a Maven, levantándome de mi butaca en un esfuerzo por poner algo de distancia entre nosotros. No hay tiempo para besarnos ahora, no importa cuánto lo desee. Sólo sonríe, mirándome en lugar de la obra. Hago todo lo posible por mirar a cualquier otra parte, pero siempre hay algo que atrae mi mirada de nuevo hacia él.
—¿Qué hacemos ahora?
Se ríe y su mirada brilla con malicia.
—Eso no es lo que quería decir. —Pero no puedo evitar sonreírle.
—Cal me arrinconó antes.
Los labios de Maven se fruncen, apretándose por el pensamiento.
—¿Y?
—Parece que he sido salvada.
Su sonrisa resultante podría iluminar el mundo entero, y estoy luchando contra la necesidad de besarlo de nuevo.
—Te dije que lo haría —dice, con su voz un poco áspera. Cuando su mano alcanza la mía, la agarro sin dudarlo.
Antes de que podamos continuar, el panel del techo por encima de nosotros se remueve raspando con algo. Maven salta sobre sus pies, más sorprendido que yo, y observa dentro del oscuro espacio entre nosotros. Ni siquiera un susurro se filtra, pero de todos modos, sé lo que hay que hacer. El entrenamiento me ha hecho más fuerte y me empujo a mí misma con facilidad, desapareciendo en la oscuridad y el frío. No puedo ver nada ni a nadie, pero no tengo miedo. La excitación me gobierna ahora, y con una sonrisa, estiro una mano para ayudar a Maven. Se lanza hacía la oscuridad y trata de orientarse. Antes de que nuestros ojos se acostumbren, el panel del techo se desliza de nuevo en su lugar, cerrando el paso de la luz, la obra de teatro y de las personas más allá.
—Sed rápidos y silenciosos. Os guiaré desde aquí.
No es la voz lo que reconozco sino el olor: una mezcla penetrante de té, viejas especias y el familiar olor de una vela azul.
— ¿Will? —Mi voz apenas un susurro—. ¿Will Whistle?
Con lentitud, la oscuridad se hace más fácil de manejar. Con su barba blanca y enmarañada como siempre se enfoca, no hay ninguna duda ahora.
—No hay tiempo para reuniones, pequeña Barrow —dice—. Tenemos trabajo que hacer.
Cómo ha llegado Will hasta aquí, viajando todo el camino desde Los Pilares, no lo sé, pero su profundo conocimiento del teatro es incluso mucho más extraño. Nos guía a través del techo, bajando por escaleras, peldaños y unas pequeñas trampillas, todo con la obra de teatro haciéndose eco sobre nuestras cabezas. No pasa mucho tiempo antes de que estemos bajo tierra, con soportes de ladrillos y vigas de metal desplegadas en lo alto por encima de nosotros.
—Tu gente seguro que sabe cómo ser dramática —murmura Maven, mirando a la penumbra alrededor de nosotros. Esto parece una cripta, oscura y húmeda, donde cada sombra guarda un horror.
Will apenas se ríe mientras empuja con el hombro abriendo una puerta de metal.
—Solo esperad.
Caminamos pesadamente a través del estrecho pasadizo, descendiendo cuesta abajo incluso más lejos. El aire huele ligeramente a aguas residuales. Para mi sorpresa, el camino termina en una pequeña plataforma, iluminada por sólo una antorcha encendida. Ésta arroja sombras extrañas sobre un muro derruido adornado con unos azulejos rotos. Hay marcas negras en ellos, letras, pero no de la lengua antigua que he visto.
Antes de que pueda preguntarle sobre ellos, un gran estallido sacude las paredes alrededor de nosotros. Esto viene de un agujero redondo en la pared, emitiendo un ruido sordo incluso mayor en la oscuridad. Maven sujeta mi mano, asustado por el sonido, y estoy tan asustada como él. Metal raspando sobre metal, un sonido ensordecedor. Unas luces brillantes salen del túnel y puedo sentir algo aproximándose, algo grande, electrizante y poderoso.
Un gusano de metal aparece, arrastrándose fácilmente hasta detenerse delante de nosotros. Sus costados son de metal puro, soldado y atornillado con pernos, con hendiduras como ventanas. Una puerta se desliza abriéndose con unos chirridos escalofriantes, derramando un cálido resplandor sobre la plataforma.
Farley nos sonríe desde un asiento dentro de la puerta. Nos saluda, indicándonos con un gesto que nos unamos a ella.
—Todos a bordo.
—Los técnicos lo llaman el Tren Subterráneo —dice mientras con pasos vacilantes llegamos a nuestros asientos—. Extraordinariamente rápido, y recorre las antiguas vías que los Plateados nunca se molestarían en buscarlas.
Will cierra la puerta detrás de nosotros, estrellándonos contra lo que parece ser nada más que una gran lata. Si no estuviera tan preocupada por el estruendo debajo de la cosa subterránea, estaría impresionada. En vez de eso, aprieto mi agarre sobre la silla debajo de mí.
—¿Dónde construyeron esto? —pregunta Maven en voz alta, su mirada se desliza sobre la espantosa caja—. Cuidad Gris está controlada. Los técnicos trabajan…
—Tenemos técnicos y ciudades tecnológicas de nuestra propiedad, pequeño príncipe. —le dice Farley, luciendo muy orgullosa—. Lo que ustedes los Plateados saben sobre la Guardia no podría llenar ni una taza de té.
El tren se tambalea debajo de nosotros, casi echándome fuera de mi asiento, pero nadie se inmuta. Se desliza hacia adelante hasta que alcanza una velocidad que hace que mi estómago se aplaste contra mi columna. Los demás continúan conversando, sobre todo Maven haciendo preguntas sobre el Tren Subterráneo y la Guardia. Estoy contenta de que nadie me pregunte nada, porque seguramente vomitaría o me desmayaría si hago algo más que quedarme quieta. Pero Maven no. Nada se le pasa a él.
Echa un vistazo por la ventana, deduciendo algo del borrón de la roca que pasamos.
—Estamos dirigiéndonos al sur.
Farley se sienta de nuevo en su silla, asintiendo.
—Sí.
—El sur es radioactivo —grita, mirándola fijamente.
Apenas se encoge de hombros.
—¿A dónde nos estás llevando? —murmuro, finalmente encontrando mi voz.
Maven no pierde el tiempo, moviéndose hacia la puerta cerrada. Nadie lo detiene porque no hay a dónde ir. No hay escapatoria.
—¿Sabes lo que haces? ¿La radiación? —Suena realmente asustado.
Farley empieza a contar con los dedos los síntomas, una sonrisa irritante sigue en su rostro.
—Nauseas, vómitos, dolor de cabeza, convulsiones, enfermedades cancerosas, y, oh sí, muerte. Una muerte muy desagradable.
De repente me siento muy enferma.
—¿Por qué estás haciendo esto? Estamos aquí para ayudarte.
—Mare, para el tren, puedes parar el tren —Maven cae delante de mí, agarrándome por los hombros—. ¡Para el tren!
Para mi sorpresa, la lata de metal chilla a nuestro alrededor, deteniéndose de forma brusca y repentina. Maven y yo caemos al suelo en un enredo de extremidades, golpeando la dura cubierta de metal con un sonido doloroso. La luz nos ilumina desde la puerta abierta, revelando otra plataforma iluminada por antorchas. Es mucho más larga y llega más lejos de lo que me alcanza la vista.
Farley pasa por encima de nosotros sin mucho más que una mirada y trota sobre la plataforma.
—¿No van a venir?
—No te muevas, Mare. ¡Este lugar nos matará!
Algo chirria en mis orejas, casi hundiendo la risa fría de Farley. Mientras me siento, puedo ver que ella está esperándonos pacientemente.
—¿Cómo sabes que el sur, las Ruinas, siguen radiadas? —pregunta con una sonrisa loca.
Maven tropieza con las palabras.
—Tenemos máquinas, detectores, ellos nos dicen…
Farley asiente.
—¿Y quién ha construido esas máquinas?
—Los técnicos —grazna Maven—. Rojos. —Finalmente, entiende lo que está insinuando—. El detector miente.
Sonriendo, Farley asiente y extiende una mano, ayudándole a levantarse del suelo. Mantiene sus ojos en ella, todavía receloso, pero permite que nos lidere hasta la plataforma y subimos el conjunto de escaleras de hierro. La luz del sol entra desde arriba, y el aire fresco se arremolina bajando en una mezcla de vapores turbios de bajo tierra.
Después estamos parpadeando al aire libre, mirando hacia una niebla baja. Unas paredes se levantan por todas partes, apoyando un techo que ya no existe. Sólo piezas de él permanecen, pequeños trozos de aguamarina y oro. Mientras mis ojos se ajustan, puedo ver altas sombras en el cielo, sus partes superiores desaparecen en la neblina. Las calles, amplios ríos negros de asfalto, están agrietadas y de las grietas crece una maleza gris de cientos de años. Árboles y arbustos crecen sobre el hormigón, reclamando pequeñas bolsas y esquinas, pero incluso más han sido disipadas. Los cristales hechos añicos crujen bajo mis pies y nubes de polvo van a la deriva en el viento, pero de alguna manera este lugar, la imagen de abandono, no se siente abandonado. Sé que este lugar tiene historias, de libros y viejos mapas.
Farley pone un brazo alrededor de mis hombros, su sonrisa es amplia y blanca.
—Bienvenidos a la Ciudad en Ruinas, a Naercey —dice usando el viejo nombre, olvidado hace mucho tiempo.
La isla arruinada contiene marcas especiales alrededor de los bordes, para trucar los detectores de radiación de los Plateados usan para sondear los viejos campos de batalla. Así es cómo la protegen, la casa de la Guardia Escarlata. En Norta, al menos. Eso es lo que ha dicho Farley, dando a entender que hay más bases en el país. Y pronto, será el santuario de todos los Rojos refugiados que huyen de los nuevos castigos del rey.
Cada edificio que pasamos parece ruinoso, cubiertos de cenizas y maleza, pero en una inspección más cercana, hay mucho más. Huellas en el polvo, una luz en una ventana, el olor de comida que flota de un drenaje. Personas, Rojos, tienen una ciudad propia justo aquí, escondida a plena vista. La electricidad es escasa pero las sonrisas no.
El edificio medio derrumbado al que Farley nos lleva debe de haber sido algún tipo de cafetería una vez, juzgando por las mesas comidas por el moho y asientos de cabina arrancados. Las ventanas han desaparecido hace tiempo, pero el suelo está limpio. Una mujer barre el polvo de la puerta, en pilas ordenadas en la acera rota. Estaría intimidada por esa tarea, sabiendo que hay mucho que barrer, pero ella continúa con una sonrisa, tarareando para sí misma.
Farley asiente hacia la mujer limpiando y se aleja rápidamente, dejándonos en paz. Para mi deleite, la cabina más cercana a nosotros contiene un rostro familiar.
Kilorn, seguro y entero. Incluso tiene la audacia de guiñar.
—Mucho tiempo sin verte.
—No hay tiempo para ser amable —gruñe Farley, tomando el asiento al lado de él. Nos gesticula para seguirla y lo hacemos, deslizándonos en la cabina chirriante—. ¿Supongo que has visto los pueblos en tu crucero por el río?
Mi rápida sonrisa se desvanece, igual que la de Kilorn.
—Sí.
—¿Y las nuevas leyes? Sé que has escuchado sobre ellas —Sus ojos se endurecen, como si hubiera sido culpa mía que fuera forzada a leer Las Medidas.
—Eso es lo que pasa cuando amenazas a la bestia —murmura Maven, saltando en mi defensa.
—Pero ahora ellos saben nuestro nombre.
—Ahora ellos te están cazando —espeta Maven, golpeando la mesa con el puño. Eso sacude la fina capa de polvo, haciendo que flote en el aire—. Has ondeado una bandera roja delante de un toro pero no has hecho nada más que darle un toque.
—Sin embargo, tienen miedo —digo con un tono estridente—, han aprendido a tener miedo. Eso tiene que servir para algo.
—Eso sirve no para nada si te escabulles de nuevo a tu ciudad escondida y los dejas reagruparse. Le estás dando al rey tiempo para armarse. Mi hermano ya está en camino, y no pasará mucho tiempo hasta que te localice. —Maven mira sus manos. Extrañamente enfadado—. Pronto ir un paso por delante no será suficiente. Incluso no será posible.
Los ojos de Farley brillan sutilmente mientras nos estudia, pensando. Kilorn está satisfecho dibujando círculos en el polvo, supuestamente indiferente. Lucho con la urgencia de darle una patada por debajo de la mesa para que preste atención.
—No podría preocuparme menos sobre mi propia seguridad, príncipe —dice Farley—. Es la gente en los pueblos, los trabajadores y soldados, por quienes me preocupo. Ellos son los que están siendo castigados justo ahora, e injustamente.
Mis pensamientos vuelan a mi familia y a Los Pilares recordando la mirada aburrida en miles de ojos mientras pasaba.
—¿Qué has sabido?
—Nada bueno.
La cabeza de Kilorn se alza de golpe, aunque sus dedos siguen arremolinándose en la mesa.
—Turnos de trabajos doble, ahorcamientos los domingos, fosas comunes. No es bonito para los que no pueden seguir el ritmo de la paz. —Está recordando nuestro pueblo, justo como yo—. Nuestra gente en el frente de guerra nos dice que allí tampoco es muy diferente. Los de quince y dieciséis años de edad están siendo acomodados en su propia legión. No sobrevivirán mucho tiempo.
Sus dedos dibujan una X en el polvo, furiosamente marcando lo que siente.
—Puedo retrasar eso, tal vez —dice Maven, soltando ideas en voz alta—. Si convenzo al consejo de guerra de que los retenga, les haga pasar por un entrenamiento extra.
—No es suficiente —Mi voz es baja pero firme. La lista parece quemar contra mi piel, rogando por ser liberada. Me vuelvo a Farley—. Tienes gente por todas partes, ¿verdad?
No me pierdo la sombra de satisfacción que cruza su rostro.
—La tengo.
—Entonces dales estos nombres. —Saco el libro de Julian de mi chaqueta, abriéndolo por el comienzo de la lista—. Y encuéntralos.
Maven toma el libro gentilmente, sus ojos examinándolo.
—Deben de ser cientos —balbucea, sin alejar la mirada de la página—. ¿Qué es esto?
—Son como yo. Rojos y Plateados, y más fuertes que ambos.
Es mi turno de sentirme orgullosa. Incluso la mandíbula de Maven cae. Farley chasquea sus dedos, y lo pasa sin un pensamiento, todavía mirando el pequeño libro que sostiene con un secreto poderoso
—No pasará mucho hasta que la persona equivocada lo descifre, sin embargo —añado—. Farley, tú debes encontrarlos primero.
Kilorn mira los nombres como si le estuviera ofreciendo algún tipo de insulto.
—Eso podría tomar meses, años.
Maven resopla.
—No tenemos esa cantidad de tiempo.
—Exactamente. —Está de acuerdo Kilorn—. Tenemos que actuar ahora.
Sacudo la cabeza. La revolución no puede ser apresurada.
—Pero si esperas, si encuentras tantos como puedas, podrías tener un ejército.
De repente, Maven abofetea la mesa, causando que todos saltemos.
—Pero tenemos uno.
—Tengo muchos bajo mi orden aquí, pero no tantos —argumenta Farley, mirando a Maven como si estuviese loco.
Pero él sonríe, vivo con un fuego escondido.
—Si puedo conseguir un ejército, una legión en Archeon, ¿qué podrías hacer?
Sólo se encoge de hombros.
—Muy poco, en realidad. Las otras legiones los machacarían en el campo.
Esto me golpea como un rayo, y finalmente me doy cuenta de a lo que está llegando Maven.
—Pero ellos no podrán luchar en el campo. —Respiro. Él se vuelve hacia mí, sonriendo como un loco—. Estás hablando sobre un golpe.
Farley frunce el ceño.
—¿Un golpe?
—Un golpe, un golpe de estado. Es una cosa de historia, una del antes —explico, intentando alejar su confusión—. Es cuando un pequeño grupo rápido derroca a un gran gobierno. ¿Te suena familiar?
Farley y Kilorn intercambian miradas, con los ojos entrecerrados.
—Continúa —dice ella.
—Sabes la manera en la que está construida Archeon, con el Puente, el lado oeste, y el lado este. —Mis dedos corren junto a mis palabras, dibujando un mapa irregular de la ciudad en el polvo—. Ahora, el lado oeste tiene el palacio, comando, la tesorería, las cortes, todo el gobierno. Y si de alguna manera podemos entrar allí, cortarlo, llegar al rey, y hacerle estar de acuerdo con nuestros términos, se acabó. Tú mismo lo dijiste, Maven, puedes dirigir todo el país desde la Plaza de Caesar. Todo lo que tenemos que hacer es tomarla.
Bajo la mesa, Maven me da una palmada en la rodilla. Está zumbando de orgullo. La mirada sospechosa habitual de Farley se ha ido, reemplazada con verdadera esperanza. Pasa una mano por sus labios, articulando palabras para sí misma mientras observa el plan dibujado en polvo.
—Puede ser que solo sea yo —comienza Kilorn, cayendo de vuelta en su sarcástico tono normal—, pero no estoy exactamente seguro de cómo planeas tener suficientes Rojos allí para pelear contra los Plateados. Necesitas diez de nosotros para abatir uno de ellos. Sin mencionar que hay cinco mil soldados Plateados leales a tu hermano —mira a Maven—, entrenados para matar, todos intentando cazarnos mientras hablemos.
Me desanimo, cayendo contra el asiento.
—Eso podría ser difícil —Imposible.
Maven pasa una mano sobre mi mapa de polvo, limpiando Archeon Este con unos pocos golpes de sus dedos.
—Las legiones son leales a sus generales. Y resulta que conozco a una chica que conoce a un general muy bien.
Cuando sus ojos encuentran los míos, todo el fuego se ha ido, reemplazado ahora con un frío intenso. Sonríe apretadamente.
—Estás hablando de Cal —El soldado. El general. El príncipe. El hijo de su padre. Pienso otra vez en Julian, el tío que Cal que mataría por su versión retorcida de justicia. Cal nunca traicionará a su país, por nada.
Cuando Maven responde, es una cuestión de hecho:
—La damos una elección difícil.
Puedo sentir los ojos de Kilorn en mi rostro, sopesando mi reacción, y es casi demasiada presión por aguantar.
—Cal nunca le volverá la espalda a la corona, a su padre.
—Conozco a mi hermano, si llega a eso, salvar tu vida o salvar su corona, ambos sabemos lo que elegirá —replica Maven.
—Él nunca me elegiría.
Mi piel arde bajo la mirada de Maven, con el recuerdo de un beso robado. Fue él quien me salvó de Evangeline. Fue Cal quien me salvó de escaparme y provocarme más dolor. Fue Cal quien me salvó del reclutamiento. Había estado demasiado ocupada intentando salvar a otros para darme cuenta de cuánto me salva Cal. Cuánto me ama.
De repente es difícil respirar.
Maven sacude su cabeza.
—Siempre te elegirá.
Farley se burla.
—¿Quieres que base toda la operación, toda la revolución, en una historia de amor adolescente? No puedo creerlo.
Al otro lado de la mesa, una mirada extraña cruza el rostro de Kilorn. Cuando Farley se vuelve hacia él, buscando algún tipo de apoyo, no encuentra nada.
—Yo puedo —susurra él, sus ojos nunca dejan mi rostro.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Que loco lo que hizo Julián al encontrar que hay otros rojos-plateados, y estoy segura que tal vez hay muchos más, y que los “muertos” están vivos
Definitivamente Kirlon está enamorada de Mare
Y como que Cal ya está enamorado deMare, si ni se hablan casi
Maven no me fio en ti!!
Definitivamente Kirlon está enamorada de Mare
Y como que Cal ya está enamorado deMare, si ni se hablan casi
Maven no me fio en ti!!
IsCris- Mensajes : 1339
Fecha de inscripción : 25/10/2017
Edad : 26
Re: Lectura #3 - 2020 La Reina Roja-Victoria Aveyard
Hay más como Maren, que genial, ojalá y si, regresen esos que creen muertos. Yo no tengo un bando aún, como que no confió mucho
yiniva- Mensajes : 4916
Fecha de inscripción : 26/04/2017
Edad : 33
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