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Lectura #5 Burn Before Reading - Sara Wolf

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Lectura #5 Burn Before Reading - Sara Wolf Empty Lectura #5 Burn Before Reading - Sara Wolf

Mensaje por Maga Vie 5 Jun - 22:55

Saludos chicas, gracias por participar. Les traemos una nueva lectura de la mano de @yiniva 
Iniciamos el lunes 08/06/20


Lectura #5 Burn Before Reading - Sara Wolf 34730969

Burn Before Reading - Sara Wolf



Una chica conoce un lobo.
El lobo conoce a su igual.
Beatrix Cruz, Bee abreviado, tiene exactamente un objetivo: darle una patada en el culo a la depresión de su padre. Tiene un plan a prueba de errores:
1. Consiguir entrar a la escuela de élite Preparatoria Lakecrest con una beca.
2. Estudiar como loca.
3. Graduarse en NYU y convertirse en psicóloga.
Nada puede interponerse en su camino, ni siquiera los famosos y ricos hermanos Blackthorn de Lakecrest. No Fitz Blackthorn, con su flirteo y sus habilidades de élite para hackear, tampoco Burn Blackthorn con su altura intimidante y rostro sin emociones, y ciertamente tampoco el pecaminosamente apuesto Wolf Blackthorn, que entrega "tarjetas rojas" a los estudiantes que le desagraden, y expulsa a los que siguen haciéndolo.
Pero cuando Bee se alza en defensa de un estudiante, enfada a Wolf, y de repente este está impaciente por quitarle la beca. Para mantenerla, Bee hace un trato con el diablo, el mismísimo padre Blackthorn; espiar a los hijos del Sr. Blackthorn, hacerse amiga de ellos, y descubrir sus secretos a cambio de quedarse en Lakecrest.
Se supone que traicionar la confianza de los hermanos Blackthorn va a ser fácil.
Hacerse amiga de los chicos Blackthorn hace que sea difícil.
Y enamorarse de Wolf hace que sea imposible.
(Este libro contiene lenguaje y situaciones que pueden ser inapropiados para lectores jóvenes).


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Lectura #5 Burn Before Reading - Sara Wolf Empty Re: Lectura #5 Burn Before Reading - Sara Wolf

Mensaje por yiniva Lun 8 Jun - 11:31

1
Beatrix


Si les dijera que la Preparatoria Lakecrest arruinó mi vida para siempre, no me creerían.
—¡Pero, Bee! —dirían—. ¿Cómo puede un conjunto de edificios centrados en el aprendizaje de la secundaria arruinar tu joven y prometedora vida?
—Y los miraría directamente a los ojos y agarraría sus manos inocentes e ingenuas y diría tres palabras:
Wolfgang Alexander Blackthorn.
Y estarían confundidos, por supuesto, porque ¿quién es él, y cómo puede una persona arruinar una vida para siempre? Preguntarían. Demonios, todavía yo lo hago, incluso después de todo este tiempo.
Pero comencemos desde el principio, ¿verdad? Dios, se siente bien decir eso. Como esta es una historia propia, algo largo y épico que merece ser escrito. Tal vez no. Lo arruiné de verdad, después de todo.
Como sea. Lo haré de todos modos. Un pequeño error nunca antes me detuvo. También estoy escribiendo en estilo cavernícola, con tinta y papel en lugar de mi computadora portátil. Ya tuve suficiente de computadoras y teléfonos. Tuve a suficientes personas enviándome mensajes de texto sin parar sobre lo mucho que me equivoqué. Y santa mierda, en verdad lo eché a perder.
El bolígrafo y el papel también son más seguros. Nadie puede hackearme, especialmente Fitz, el astuto bastardo. Llegaremos a él, no se preocupen. Todo lo que necesitan saber es que Fitz es inteligente. Más inteligente que yo, lo que me gusta pensar es una hazaña en sí misma.
¿Dónde demonio estaba? Oh, correcto. Con Wolfgang Blackthorn, y cómo arruinó mi vida.
Y mi corazón.
Comencemos por el principio.
Mi nombre es Beatrix Cruz, y no importa lo que diga nadie más, así fue como sucedió.

***





Comenzó hace tres meses, cuando alguien dejó una nota muy útil e informativa en el casillero de Eric Jones.
No me gustaba Eric. Todavía no me gusta. Apenas lo conocía en ese momento, pero teníamos juntos clase de arte y acababa de empezar en Lakecrest y le pedí que me pasara el carboncillo, lo cual era lo más próximo a un amigo que había hecho hasta el momento. La nota era una tarjeta roja, con solo la palabra DETENTE. Lo
supe porque su casillero estaba justo al lado del mío, y lo vi tomándola con manos temblorosas.
Me miró, su cabello castaño oscuro, que siempre me recordaba a un trapero sucio, temblando junto con el resto de su cuerpo. Siendo un miembro amable y considerado de la sociedad, expresé mi preocupación con delicadeza.
—¿Qué pasa, amigo?
Eric hizo un gesto a la tarjeta. Me tomó un tiempo, pero resolví su enigma.
—Ah, entonces o contrajiste temblores en la mandíbula, o se supone que debo saber de qué se trata. Te das cuenta de que llevo aquí dos semanas, ¿verdad?
—Es una tarjeta roja —susurró.
—¿De... un partido de fútbol? —lo intenté. De repente pareció aún más asustado—. ¿Un maestro? ¿El director? Lo tengo, ¡el partido de fútbol del director!
Mientras jugaba charadas en solitario, los ojos de Eric fueron por encima de mi hombro, y pude oír un débil crescendo de risa, carcajadas, y buenos días. En ese momento, repasé los catorce días en Lakecrest, pero ya sabía quién estaba causando el alboroto.
—Los Blackthorn. —Suspiré, y me volví para ver cómo se acercaban. Eran deslumbrantes, por decir lo menos. Los tipos guapos de su calibre no solían aparecer hasta la universidad. O hasta que encendías el televisor. Incluso en una escuela del noroeste del Pacífico rica-muy rica como Lakecrest, donde cada uno de los estudiantes manejaba su propio BMW o Mercedes o, al menos, un nuevo Prius, la gran mayoría de los chicos no le daban un segundo pensamiento a su apariencia. Claro, todos usan el mismo uniforme a cuadros gris y bronce con botones, pero algunos sabían cómo tomar duchas más de una vez a la semana, y algunos sin duda lo llenaban mejor que otros, gracias a la pubertad.
Desafortunadamente, los hermanos Blackthorn lo llenaban de la mejor manera. Desdichadamente y por desgracia, a todas las chicas de la escuela les encantaban. Eran sus genes, algunas susurraban. Una vez atrapé a dos profesoras discutiendo si se trataba o no de cirugía plástica. Dios sabe que podrían permitírselas, con su padre como director ejecutivo de una enorme empresa naviera. Lo que sea que haya sido, funcionó. La gente bonita consigue todo lo que quiere, y nadie las detiene. Todos los que pasaban a los hermanos Blackthorn en la habitación les daban un “hola” o un ligero saludo, incluso los chicos y las chicas más tímidas les daban miradas persistentes.
Me conocen, papel y bolígrafo. Saben que desprecio absolutamente a las personas que lo tienen fácil. Y los Blackthorn lo tenían tan fácil. Eran ricos. Eran preciosos. Y a todos les agradaban. Vivían vidas encantadoras.
O eso pensé en ese momento.
De todos modos, no era el hecho de que todo el mundo los mirara constantemente y los viera por el resto de la eternidad hasta que salieran de la habitación lo que me molestaba. Era el hecho de que nunca parecía importarles la atención.

Ahí estaba Bernard, o Burn, para abreviar. Más alto que sus hermanos, al menos una cabeza, era el mayor de los tres, el de último año. Sus ojos verdes siempre tenían los párpados pesados, como si estuviera perpetuamente a punto de quedarse dormido, aunque no tenía las mismas pestañas oscuras y gruesas y pómulos altos que sus hermanos. Sabía que estaba en el equipo de baloncesto de Varsity, y era la razón por la cual Lakecrest había ido a los estatales durante cuatro años. No hablaba mucho, pero no era necesario. Con su altura y anchura, era más que un poco intimidante. Algunas personas lo llamaban “el oso”, medio en broma, medio aterrorizados. Ahora que lo pienso, definitivamente era la razón principal por la que la gente le daba a los hermanos Blackthorn un espacio tan amplio, físicamente hablando.
El segundo hermano era Fitzwilliam - Fitz, para todos los que estaban fuera de su familia. Aparte del hecho de que su madre estaba claramente en un gran viaje victoriano en Inglaterra cuando les puso los nombres a sus hijos, era el más agradable. Y por “agradable” quiero decir que se dignaba a reconocer a la gente. A veces. Si eran lo suficientemente bonitos para su gusto. Sonreía más que los otros dos hermanos. Una vez, incluso le guiñó un ojo a una chica, y la pobre dejó caer los libros de texto en su pie y cojeó durante toda una semana con una sonrisa atónita en el rostro. Los maestros y el personal de Lakecrest eran tan susceptibles a sus encantos que, tenía esa manera en la que, con una sonrisa y un cumplido, hacía que hasta el señor Nomsky, el viejo maestro entrecano de inglés, se suavizara. Fitz era parte del club de ciencias de computación, aunque escuché de los otros miembros que nunca asistió a una sola reunión después de la escuela.
Fitz tenía el cabello ondulado como encaje dorado, pulcramente peinado hacia atrás, y los mismos ojos verdes que Burn, pero con un toque más amigable. Era el único con pecas en la nariz, y vestía su uniforme como si fuera una toga informal, con la corbata floja y la chaqueta colgando de los hombros. Era el menor de los tres, y lo mostraba en la forma en que nunca se tomaba nada en serio. Tenía tres clases con él, ya que también era estudiante de segundo año, y ni una sola vez lo vi tomar un lápiz o intentar leer el libro. Y, curiosamente, los profesores tampoco insistían en que lo hiciera. Lo atribuía a la injusticia general de la riqueza hasta que vi los resultados de sus pruebas; no menos del 98% en cada prueba individual. Y aquí estaba yo, que se reventaba el trasero desde el momento en que llegaba a casa de la escuela hasta la medianoche solo para conseguir un 80% en uno de los planes de estudio más estrictos, orientado a la universidad en el país. No hace falta decir que lo odiaba. Todavía lo hago, en realidad, pero en aquel entonces lo odiaba sin conocerlo.
Y finalmente, llegamos al gran emperador de todo mal: el propio Wolfgang. No siempre caminaba entre los otros dos, pero parecía gustarle, como si fueran sus gárgolas personales en lugar de sus hermanos. Más alto que Fitz, pero con el cabello más corto que Burn, Wolfgang - Wolf, para abreviar, porque por supuesto siempre hay un “para abreviar” con ellos, caminaba como una serpiente moviéndose en la arena; en silencio total y en equilibrio perfecto. Creo que eso es lo que intimidaba a la mayoría de las personas: que parecía que nunca podía estar alterado, molesto o desviado, ni siquiera pasando por un tornado. Había algo inquebrantable en la forma en que alzaba su cabeza, sus anchos hombros. Asustaba a la gente. Bueno, tal vez también era el hecho de que parecía que odiaba todo. Donde los ojos de sus hermanos eran verdes, los de Wolf eran marrón verdoso, avellana si realmente querías ponerte chiflado y poético con algo así como el color de ojos de satanás. En cualquier caso, los ojos de Wolf quemaban. Quemaban con un veneno profundo que solo puedo describir como desprecio total. Su mirada siempre era aguda, y comenzaba a doler un poco si mantenías contacto visual con él por mucho tiempo. Era una pequeña bendición que su cabello fuera oscuro y revuelto, se metía en sus ojos y ponía un amortiguador entre el mundo y su fuego ácido. A diferencia de Fitz, usaba su uniforme perfectamente planchado, aunque siempre mantenía varios anillos de plata en diferentes dedos, y en secreto jugaba con ellos, volteándolos en torno a su piel en los momentos de espera, o incluso al caminar. El hermano del medio, Wolf era un junior, y ya circulaban rumores de que era capaz de ir a la Liga Ivy. Estaba en el equipo de natación de Varsity, y nada más.
Burn era el más tranquilo, Fitz era el coqueto, y Wolf era el desagradable.
Todos sabían eso.
Y a medida que se acercaban a Eric y a mí, me di cuenta por la mirada de Eric y la forma en que comenzó a temblar con más fuerza, que fueron quienes le dejaron la tarjeta roja. Lo agarré de sus dedos y lo agité mientras los hermanos Blackthorn se acercaron.
—Entonces ustedes fueron quienes le dieron a Eric esta rara e ineficaz nota de papel con la palabra DETENTE, ¿eh? —pregunté. Wolf hizo girar un anillo en su dedo y me señaló con su mirada volcánica.
—Esto no te involucra a ti, becada. Te sugiero que mantengas tu nariz fuera de               esto —me gruñó.
Burn, obviamente acostumbrado al veneno habitual de Wolf, cerró los ojos y se apoyó en los casilleros mientras tomaba una siesta casual. Fitz se volvió hacia la barandilla del pasillo y vio pasar las nubes, como si estuviera aburrido de todo. Becada. Por supuesto, usaría el hecho de que soy la única becada en esta escuela en mi contra. Todos los demás tenían mamitas y papitos que podían pagar por un lugar tan prestigioso. Respiré profundo.
—Y te sugiero que vuelvas a Hot Topic y les regreses toda su sección de angustia juvenil que claramente te tragaste y reutilizaste como personalidad.
Burn abrió un ojo. Fitz volvió la cabeza por encima del hombro, arqueando una ceja. Wolf entrecerró sus ojos de largas pestañas en rendijas. Eric probablemente se orinó sobre sí mismo.
—¿Quién te crees que eres? —preguntó Wolf. La forma en que lo dijo, oscura, baja y dentada como un cuchillo, me hizo dar cuenta por una fracción de segundo de por qué Eric podría tener los pantalones mojados. Debajo de todo ese miedo de chico rico, Wolf tenía furia, un fuego real y terrible. Burn podría haber sido la fuerza detrás de los Blackthorn, y Fitz la afabilidad, pero Wolf era el miedo.
—Solo soy una becada —dije alegremente para contrarrestar su oscuridad—.
Metiéndose en sus propios asuntos.

—Definitivamente no lo eres —intervino Fitz con una dulce sonrisa, una voz como la miel fresca en comparación con la harapienta de Wolf—. Esto no es de tu incumbencia.
—Tienes razón. Un segundo. —Levanté la tarjeta y la rompí por la mitad, dejando que el papel cayera al piso. Siempre me ha gustado el drama. Y una pelea justa. Eric contra los tres Blackthorn no era justo bajo ninguna definición en el sistema solar. Le sonreí a Fitz—. Ahora es asunto mío.
Eric dejó escapar un sonido como de lechón exprimido detrás de mí. Un murmullo recorrió la multitud interesada mirándonos. Burn se enderezó, de repente frunciendo el ceño. Wolf tenía menos sentimientos neutrales al respecto. Se inclinó tan rápido que apenas tuve tiempo de respirar, su altura se elevó sobre mí. Vi sus hombros, pero no le di la satisfacción de mirarlo, así que fijé mi mirada en su garganta. Flotó, justo en frente de mí, ninguna parte de nosotros se tocaba, y, sin embargo, sentí como mil kilos de carbones en mi piel.
—La beca McCaroll es de la que cuelgas de un hilo, ¿verdad? —murmuró, y aunque sus palabras fueron más silenciosas, ardieron aún más.
No le di gracia de una respuesta. Se rió, el sonido completamente sin sentido del humor.
—¿Quién crees que paga por esa beca?
—La escuela —respondí.
—Y la escuela paga con donaciones —dijo—. De las cuales el setenta y cinco por ciento es donado por Blackthorn Shipping Industries, LLC.
Tragué tan fuerte que juré que lo había oído.
—Tu padre tiene depresión, y tu madre trabaja horas extras en Southern General. Lakecrest es la única forma en que puedes entrar en NYU a ese grado de psicología de alto nivel que siempre quisiste, ¿no?
El nudo en mi garganta cayó sobre mi estómago.
—¿Cómo lo sabes?
—Si te veo interferir con mis tarjetas rojas otra vez, te irás —siseó—. No beca.
No NYU. Nada.
Todos mis músculos se bloquearon, ya que había sido envenenada. Mi cabeza daba vueltas tan rápido que ni siquiera noté que Wolf y sus hermanos se iban, hasta que Eric me dio una palmadita en el hombro.
—Oye, ¿estás bien? —preguntó. Su voz y el timbre de la campana tardía me sacaron de allí.
—S-Sí, estoy bien. Tan bien como puedes estar cuando has sido amenazada por el propio Beelzebub.
Eric asintió, recogiendo la mitad de la tarjeta roja que había roto.
—¿Qué fue eso? ¿Por qué te lo dieron en primer lugar? —pregunté. Eric se encogió de hombros.
—Tarjetas rojas. Son una señal para el resto de la escuela, básicamente, cualquiera que consiga uno será rechazado por el resto de Lakecrest.
—¿Qué? ¡Eso es una locura! Se encogió de hombros.
—Así es como son las cosas aquí. Wolf se las da a las personas que hacen algo que no le gusta.
—¿Sabes lo que fue? Suspiró.
—Tengo una idea, espero que sea la correcta.
—No puedes simplemente… —Inhalé, sintiendo que la sangre corría de vuelta a mi palpitante cabeza—. ¡No puedes dejar que esos imbéciles consentidos te presionen así! ¿Qué importa si no les gusta lo que hiciste? ¿Y si son ricos? ¡No les respondas!
Eric se rió, el sonido era amargo.
—Es Lakecrest, Bee. Todos les responden.
—Bueno, estoy segura como el infierno de que no lo haré. Él negó y comenzó a caminar hacia su clase.
—Entonces no durarás mucho aquí. ¿Oíste hablar de Mark Gerund?
—¿De quién?
—Estudiante de primer año, hace unos dos años, era un chico becado, pero luego se peleó con Wolf en la escuela, como en una dura pelea a puñetazos.
—Seguramente no fue asesinado por un puñetazo. —Me reí nerviosamente. Eric se encogió de hombros.
—Lo que sea que le haya pasado, nunca lo volvimos a ver en la escuela. Los profesores tampoco lo mencionan, desapareció. Wolf parecía bastante feliz después de eso. —La campana tardía sonó, y Eric comenzó a irse—. Mierda, tengo que irme. Gracias por tu ayuda.
Lo vi irse, sintiéndome entumecida y fría.


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Mensaje por R♥bsten Lun 8 Jun - 17:38

Chicas les dejo la firma Lectura #5 Burn Before Reading - Sara Wolf 1f618

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Mensaje por IsCris Lun 8 Jun - 22:57

Pobre Beatriz se metió en la boca del Lobo, literalmente 

Que risa con Eric; el pobre seguro estaba feliz de que no fuese el blanco de esos tres come personas

Me intriga saber cómo conoció al padre de los chicos


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Mensaje por berny_girl Mar 9 Jun - 1:11

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Para mi parecer Eric, se escondió detrás de Beatriz... para mi gusto un poco cobarde el chico, mas teniendo bien claro en lo que ella se esta metiendo...

Pobre chica que sin saber se metió en la cueva del Lobo y lo peor que ella puede ser la mas perjudicada... con toda la información que ellos conocen de ella.

@R♥bsten gracias por la firma, esta muy linda...
Cuantos capítulos contiene la lectura??


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Mensaje por Maga Mar 9 Jun - 1:18

R♥bsten escribió:
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Mil gracias. Esta hermosa.


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Mensaje por Leshka Mar 9 Jun - 1:42

Oh! Q bien.. Me uno... Gracias!
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Mensaje por Maria-D Mar 9 Jun - 2:01

  Ha empezado muy bien. Qué intriga con este trío.
   Muchas gracias.  sunny


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Mensaje por Anagoi Mar 9 Jun - 10:49

genial


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Mensaje por yiniva Mar 9 Jun - 14:45

berny_girl escribió:
Lectura #5 Burn Before Reading - Sara Wolf 143162b70d1dd69f

Para mi parecer Eric, se escondió detrás de Beatriz... para mi gusto un poco cobarde el chico, mas teniendo bien claro en lo que ella se esta metiendo...

Pobre chica que sin saber se metió en la cueva del Lobo y lo peor que ella puede ser la mas perjudicada... con toda la información que ellos conocen de ella.

@R♥bsten gracias por la firma, esta muy linda...
Cuantos capítulos contiene la lectura??
Son 17 capítulos más el epílogo


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Mensaje por yiniva Mar 9 Jun - 14:49

2


Pasé el resto del día tratando de sacarme de la cabeza las palabras de Eric y la presión de Wolf sobre mi piel. Y con eso, quiero decir, que me acurruqué en la biblioteca. Mi santuario. Mi lugar seguro.
La biblioteca de Lakecrest era un hermoso edificio de cristal, con mesas de madera clara y bancos apilados con cómodas almohadas. Superaba toda la escuela, que en aquel entonces pensaba que era increíble. Todavía lo es, los edificios son todos de ladrillos viejos cubiertos de hiedra, con pilares romanos y jardines bien cuidados y pasillos de un libro de cuentos, con enrejados cubiertos de flores. La mayoría de las flores se marchitaban en este punto, dado que en octubre el aire se va volviendo frío. La biblioteca era el lugar en el que me alejaba de todos los demás, con sus ostentosos autos y joyas y charla incesante por sus nuevos iPhone y quién tendría una fiesta en la casa ese fin de semana.
Me enojé, y pasé una página de mi libro, clavando mi trasero más profundamente en la silla acolchada. Sabía que este lugar era para gente rica cuando presenté mi solicitud, pero no sabía que era tan malo. Estaba cegada por las increíbles credenciales de los maestros y la tasa de aceptación que los estudiantes habían obtenido en grandes universidades. A diferencia de la mayoría de mis compañeros, sabía exactamente lo que quería de la secundaria: una universidad mejor. No quería unirme a un club ni asistir a fiestas. Quería buenas notas y salir tan pronto como fuera humanamente posible.                                                                                       
Mi teléfono sonó en mi bolsillo, y lo saqué. Era un Samsung barato, pero hacía lo único que quería de un teléfono: llamar a las personas y tal vez enviarles mensaje de texto, si mamá podía pagar la factura ese mes.
—Hola, papá —susurré—. Estoy en la biblioteca.
—Oh, lo siento, pensé que la escuela había terminado. —Su voz sonó tan pequeña, ese día—. Te llamaré de nuevo…
—No, está bien, ya terminé, solo estoy recogiendo algunos libros antes de irme a casa.
—Estoy tan orgulloso de ti, ¿lo sabes? —Pude escuchar la sonrisa en sus palabras—. No puedo dejar de alardear de ti con los vecinos. Mi hija, yendo a Lakecrest, de todos los lugares.
Me reí.
—Lo sé. ¿Cómo estuvo tu día? Se aclaró la garganta.
—¿Sabes cuándo volverás a casa?
Cambio de tema. Mi estómago se revolvió. Eso nunca era una buena señal.
—Como en media hora, ¿cómo suena eso?
—Genial, creo que comeremos espagueti esta noche, así que no hay prisa.
—¡Spaghetti al respecto! —dije con acento italiano. Papá se rió un poco de nuestro viejo chiste, pero estaba tan cansado que apenas lo escuché.
—Hasta pronto, Bee.
—Nos vemos.
Tenía que llegar a casa, lo sabía. Papá no sonaba tan bien, y mamá no estaría en casa por otras setenta y dos horas, ya que su turno en el hospital esta semana era doble. Necesitaba a alguien allí con él, y era la única.
Por mucho que quisiera quedarme y ver la puesta de sol sobre el terreno, me levanté, arrojé mis libros en mi bolso y los revisé con la bibliotecaria.
—Ah. —Se subió las gafas en su nariz—. Eres la estudiante con la beca McCaroll,
¿no?
—Sí. —Me moví incómoda—. ¿Realmente me destaco tanto?
—Eres una de las tres estudiantes de esta escuela sin bolso de diseñador. Nos reímos, y ella volvió a hablar.
—Te veo tanto aquí que pensé que deberías estar estudiando duro para algo.
Tienes que mantener buenas notas para conservar la beca, ¿eh?
—Sí, y un ensayo, todos los meses. Sus ojos se agrandaron.
—Vaya. Eso es mucho trabajo.
—Vale la pena. —Le sonreí. Seguía revisando mis libros, leyendo los títulos en voz baja.
—El Cerebro Moderno, Un Estudio de Química y los Estados de Ánimo, Conciencia Mental para el Inconsciente. —Me miró—. ¿Tendrás una clase de psicología pronto?
—Algo así. —Agarré los libros y los puse en mi bolso—. Que tenga buena noche.

***


Caminé por el césped y hasta el estacionamiento, ahora vacío de Jaguares y convertibles cromados. Mi pequeño Volvo gris me esperaba, arrojé mis cosas y me fui hacia mi casa. El ambientador de aire horriblemente maloliente de mamá se balanceaba en el espejo retrovisor, una taza de café vacía con manchas de lápiz labial todavía estaba en el portavaso. Normalmente la dejaba en el trabajo y la recogía después, pero en cualquier otro momento el auto era de ella. En los días cuando estaba en casa, tomaba el autobús. Me gustaba conducir. Papá no podía hacerlo, no desde que se enfermó, así que presioné para obtener mi licencia para no estar totalmente atascada en casa con mamá en el trabajo.
Los abetos brillaban en la carretera, perforando el sol poniente con oscuras puntas de lanza. La puesta del sol es la única vez que no duele al mirarlo, pensé.
Los ojos de Wolf, por otro lado, nunca se atenuaban.
—¡Fuera de mi cabeza! —Apreté los dientes. La mirada de Wolf ignoró mi demanda, y se quedó en mis recuerdos como una mala mancha.
Sé cómo averiguó de mi beca, todos los maestros lo saben, y aparentemente la bibliotecaria también. Cuando me uní por primera vez a Lakecrest, corrieron algunos rumores: ¿quiénes podrían ser mis padres? ¿Por qué manejaba un auto tan barato?
¿Por qué mi cabello estaba tan trágicamente cubierto de puntas abiertas? No sería difícil juntar dos y dos; de que era la estudiante becada. Pero las otras cosas: ¿dónde trabajaba mi mamá, papá estando enfermo, mi deseo de ir a la Universidad de Nueva York? ¿Cómo sabía Wolf sobre algo de eso? Eso era material privado y personal. Incluso sabía que quería ser psicóloga. Cómo…
Pensé en todo lo que escribí sobre la NYU. Era el único ensayo, lo que escribí para obtener la beca McCaroll en primer lugar. Debe haber leído eso. No iba exactamente anunciando que quería ser psicóloga, y lo único que tenía que decir sobre la NYU fue al comité de becas.
Así que Wolf de alguna manera se coló en una lectura de mi ensayo. ¿Por qué?
¿Por qué molestarse con algo tan insignificante como eso? Tal vez era fisgón. La verdad hizo conocer su pequeña voz claramente; no era fisgón. Les daba tarjetas rojas a las personas que hacían cosas que no le gustaban. Leyó mi ensayo para saber todo de mí, así sabría exactamente qué tipo de problema tendría la estudiante becada, y si cumplía o no con sus pequeñas reglas.
—Tarado —murmuré, deteniéndome en el camino de entrada de casa. La vista de nuestro dúplex desató una profunda ira que no sabía que tenía dentro. Al menos
mi casa estaba libre de las Blackthorn.                                                                                               
Subí las escaleras y fui recibida en la entrada por un olor a quemado. Una ola de terror me recorrió, ¿era un incendio? Tenía que sacar a papá, antes de que el humo lo hiriera a menos que ya lo hubiera hecho…
Dejé caer mis bolsas y corrí dentro, cubriendo mi nariz con mi manga.
—¿Papá? —grité. Encontré la fuente del humo en la cocina: una olla de salsa de tomate estaba ardiendo. La quité y apagué la flama, abrí la ventana de la cocina para dejar salir el humo—. ¡Papá! —Abrí las puertas de su habitación, mi cuarto, el baño, finalmente lo encontré sentado en el borde de la bañera, mirando al suelo—. Ahí estás. —Me desplomé a su lado. Mis ojos se clavaron en sus muñecas, pero papá se burló y murmuró:
—No me hice daño, si eso es lo que te preocupa.
—Yo no… —Aparté mis ojos de sus muñecas y miré su demacrado rostro. No se había afeitado en unos días, pero rara vez lo hacía en estos días—. Lo siento, no quise decir nada, papá, estaba preocupada. Dejaste la salsa en la cocina, y yo...
—Sé lo que hice, Bee —espetó, levantando la cabeza. Mamá siempre decía que me parecía mucho a él, con el cabello gris marrón, como un zorro plateado en verano. El suyo era más gris que el mío, con rayas blancas apenas visibles en sus sienes. Los ojos de papá son como los míos, azules, pálidos y ligeramente demasiado grandes para nuestras caras cuadradas, pero enrojecidos e irritados la mayoría de las veces—
. Estaba preparando la cena. Vine aquí para tomar mis pastillas… —Respiró—. Y luego me di cuenta: ¿por qué las tomo en absoluto, si no hay nadie en casa por quien tomarlas?
Me sentí mal del estómago.
—Papá…
—Me hacen normal —dijo de manera uniforme—. Me hacen actuar como una persona normal, ¿verdad? Entonces ¿por qué debo tomarlas si estoy solo la mayor parte del día? Si estoy solo, puedo ser tan anormal como quisiera. Puedo…
Titubeó, sus ojos se apagaron mientras me miraba.
—Lo siento, Bee. No quise asustarte.
—Está bien. —Sonreí, saltando y agarrando un vaso de papel y sus pastillas del armario. Lo llené de agua y se lo tendí. Intenté sacar lo poco que recordaba de los libros que había revisado. No debería confrontarlo directamente, según decían los libros, pero siempre debería centrarme en el bienestar del paciente—. Si no quieres tomarlas hoy, está bien. Es solo que, podrías sentirte mejor si lo haces.
Papá miró las píldoras y luego me vio.
—Está bien.
Lo vi tragarse las pastillas con agua, y aunque su sonrisa después pareció forzada, seguía siendo una sonrisa.
—Bueno, quemé la cena.
—¡Spaghetti al respecto! —canté—. Puedo pedir una pizza. Papá asintió con cansancio.
—Podrías hacerlo.
Observé a papá mientras nos acomodábamos para las telenovelas en el sofá. Era algo que siempre habíamos hecho juntos; tomar un tazón de palomitas de maíz, encontrar el espectáculo más hilarantemente malo, y burlarnos de todos los sobredimensionados giros de la trama. Ese solía ser mi ideal el sábado por la noche.
Ahora, sin embargo, era una historia diferente.
Papá lo intentó; al comienzo de su diagnóstico, sé que hizo todo lo posible cada día para actuar como si nada estuviera mal. Pero eso duró cuatro meses. Los días en que no se levantaba de la cama comenzaron a volverse más y más frecuentes, y se sentía mal por quedarse en la cama tanto tiempo. Era un círculo vicioso. Mamá lo comprendía y lo quería, pero sus peleas se volvían cada vez más frecuentes. En realidad, no eran “peleas” tradicionales, la mayoría de las veces papá se retiraba a su taller en el sótano antes de que estallara una verdadera pelea. Cuando aparecía, mamá lo acusaba de escapar de sus problemas, de ser un cobarde, y todo volvía a comenzar, otro día, durante una cena diferente. A veces, ella iba allí tras él, y la oía llorar desde el sótano. Cuando salían, eran un poco más amigables uno con el otro. No sé lo que pasaba allí, y nunca lo haría. No podía soportar escuchar el llanto por más de unos pocos segundos. Siempre sentía que el sonido en sí era un monstruo que intentaba abrir mi pecho.
Empecé a pensar que yo era la verdadera cobarde. Ni siquiera podía consolar a papá, o mamá, cuando más lo necesitaban.
Llegó la pizza, y papá y yo comimos con gusto. Sugerí más televisión después. La televisión siempre era una buena forma de pasar tiempo juntos sin exigir demasiado de él. Pero papá insistió en limpiar la olla quemada, así que subí a mi habitación y abrí los lomos de mis nuevos libros.
“Sobre todo”, decía el libro. “Debe recordar que la depresión y los pensamientos suicidas son el resultado de un desequilibrio químico en el cerebro. Es una enfermedad, no una condición del carácter del paciente, y debe tratarse como cualquier enfermedad, como un malestar que no está bajo el control de nadie”.
—No está bajo el control de nadie —repetí, y lo anoté en mi cuaderno morado de cuero. Es el mismo en el que escribo ahora, en realidad. Empecé a guardar uno solo para tener todas las cosas importantes disponibles, si papá tiene un episodio particularmente malo, o se me olvidaba qué decir cuando hablaba con él. No podía darme el lujo de decir algo equivocado y hacer que me odiara aún más. Me prometí que solo mejoraría su enfermedad, no la empeoraría.
Un golpe en mi puerta me hizo alzar la mirada.
—Adelante.
Mamá asomó la cabeza por la puerta y sonreí.
—Mamá, ¿te dejaron salir?
—Denise tomó mi turno —dijo—. Realmente lo necesitaba, y me trajo a casa también, ¿cómo te fue esta noche?
Se estaba refiriendo a papá. Era la misma pregunta que hacía cada vez que llegaba a casa después de un largo turno. Abrí la boca para contarle sobre la sartén, sus pastillas, y luego me detuve. Sus ojos se veían tan cansados, los círculos debajo de ellos eran de un púrpura violeta y su cabello desordenado. Un leve olor a antiséptico se adhería a ella. Negué.
—Estuvo bien, comimos pizza y vimos televisión.
—Uf, eso suena como el cielo. —Exhaló un suspiro—. ¿Y cómo te va? ¿La escuela todavía está bien?
—Aparte del hecho de que estoy bastante segura de que soy la única que sabe cómo limpiar mi propia habitación en todo el campus, sí, es genial.
Mamá se rió entre dientes.
—Así de mal, ¿eh?
—Juro que vi a alguien vistiendo un collar de diamantes. En P.E.
Su sonrisa hizo que mi corazón se hinchara un poco, incluso cansada, era tan bonita.
—Increíble. No puedo creer que hayas elegido esa escuela.
—Verás, cuando sea mundialmente famosa y obscenamente rica, ¡te arrepentirás de habérmelo preguntado alguna vez!
—Está bien, tigre. —Se rió de nuevo y miró alrededor de la habitación—. ¿No extrañas todos tus viejos carteles y fotos? Las paredes se ven tan desnudas.
—Se llama atmósfera, mamá. No puedo concentrarme en álgebra si una banda de chicos sin camisa sigue mirándome.
—¿Qué hay de tus viejos libros? ¿Los de fantasía? ¿También los guardaste?
—Tengo libros de texto para leer ahora. Ella negó.
—Está bien, lo entiendo, deja tu uniforme y lo plancharé cuando me levante, pero por ahora, me estoy cayendo.
—Está bien. Dulces sueños.
—Dulces sueños, Bee —dijo, y cerró mi puerta. Solté un largo suspiro y miré las paredes en blanco. Solían estar cubiertas de cosas que me gustaban: bandas de chicos, anime, musicales y viejos programas de televisión. Conservaba libros también, en una enorme estantería; todos los favoritos de mi infancia combinados con mis nuevos amores. Como una pequeña ardilla fanática del invierno, solía coleccionar figuritas, camisetas de bandas, la última trilogía de fantasía firmada por el autor: cualquier cosa y todo respecto a las personas y los medios que me obsesionaban. Pero especialmente libros.
Los libros eran mi pastel, mi crack. Podía comer toda una trilogía de libros en un día, fácil. Cuando estaba leyendo de verdad, cuando papá no estaba enfermo, solía leer cuarenta libros al mes. Loco, lo sé. Me tomaba la mayor parte de mi tiempo, pero no me importaba en absoluto. No tenía nada mejor que hacer. A veces incluso intentaba escribir, sentada en mi computadora portátil y soñar en mundos de fantasía para que mis personajes se pasearan por ahí. Nunca le mostré mi escritura a nadie, principalmente porque estaba avergonzada, y sobre todo porque no era buena.
Antes de que papá se enfermara, quería ser escritora.
Sé que suena tonto, lápiz y papel. Todos quieren ser escritores. Todo el mundo quiere ser estrella de rock también. Pero realmente lo deseaba. Estaba lista para ir a la escuela, haciendo una lista de las mejores escuelas de escritura, como Sarah Lawrence. Soñaba con leer todo tipo de literatura, escribir mi propio tipo de literatura, rodeada de gente que amaba los libros tanto como yo.
Pero no estaba destinado a ser.
El día que mi padre fue diagnosticado fue el mismo día en que investigué los mejores programas de psicología universitaria que pude encontrar, y las mejores secundarias para ayudarme a entrar en ellos. Me concentré y cambié mis calificaciones de C a todas A. Dos semanas después del final del primer año en mi antigua secundaria, ingresé al concurso de ensayos de becas McCaroll para Lakecrest y gané.
Vi mi armario, donde había montones de cajas de cartón, todas mis cosas viejas e infantiles dentro de ellas. Mis libros estaban allí, llamándome. Siempre había estado tentada de volver a abrirlos, navegar entre los mundos que solía amar, pero en el último segundo recordaba la cara de papá cuando escuchó su diagnóstico, la expresión de mamá cuando llegaba a casa, cansada y difícilmente compuesta, y todas mis ansias egoístas de relajarme se desvanecían de inmediato.
No tenía tiempo para jugar en tierras de fantasía. Papá me necesitaba. Mamá me necesitaba.
Seguí con mi tarea y lo reprimí, pero por mucho que tratara de concentrarme, la imagen de los iracundos ojos de Wolf se deslizaba en mi cerebro quemando entre todas esas ecuaciones y derivadas. El hecho de que creía que conocía a mi familia no hacía más que molestarme, una y otra vez, como frotar sal en una herida.
Hablaba de un gran juego, en su castillo dorado con su cuerpo perfecto, dinero infinito y pequeñas batallas de poder con tarjetas rojas, pero no sabía una mierda sobre mí.


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Mensaje por Maria-D Mar 9 Jun - 17:10

scratch   Vaya vida complicada que tiene nuestra pequeña Bee...
   La depresión es el mal oculto. Está ahí, pero, si no vives con ella, no sabes verla.
    Lo que le faltaba era captar la atención del matahombres de Wolf...
    A ver cómo se las apaña.
    Gracias por los capis.  sunny


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Mensaje por berny_girl Miér 10 Jun - 3:40

Que peso lleva encima... La enfermedad de su papá debe ser una constante agonía, tener que estar 100% con el... y de paso ayudar a su mamá quién es la cabeza de la casa... Y ahora estos chicos que aparecen para complicar todo.
Beatriz igual no se toma todo tan mal, es como parte de su vida.


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Mensaje por yiniva Miér 10 Jun - 11:25

3

Me fui a la cama enojada con Wolf. A la mañana siguiente, me levanté ligeramente ofendida. Estaba dispuesta a perdonarlo. Quizás. Si decidía pagarme un millón de billones de dólares.
Excepto que mamá me dejó en la escuela y él tuvo que hacer que lo odiara de nuevo.
Siempre sabías cuándo los hermanos Blackthorn estaban por ahí, porque allí es donde se juntaban las personas. Un círculo de gente rodeaba a otras dos personas en el patio, una parte cubierta de hierba del campus donde la gente solía pasar el rato antes de que sonara la campana. Las dos personas en cuestión eran Wolf, y un chico de primer año que reconocí como parte del equipo de natación también. Fitz y Burn esperaban a Wolf lejos de la multitud, apoyados en una columna y observando todo. Luché para llegar al borde del círculo, apenas captando las palabras.
—¿Quién es ese?
—Wolf necesita dejar de molestar a los estudiantes de primer año. Pero no le digas que dije eso.
—¡Mira a ese tipo! Es tan grande para un estudiante de primer año.
Era cierto: el estudiante de primer año tenía casi la estatura de Burn y el doble de ancho. Sus músculos se hinchaban de su uniforme, como si hubiesen crecido demasiado rápido como para mantener su propia piel. Wolf estaba de pie frente a él, su chaqueta perfectamente apretada y sus ojos avellana entrecerrados, su cuerpo exactamente opuesto al del estudiante de primer año: delgado y elegante y enrollado como un resorte.
—Te preguntaré nuevamente, ¿vas a parar? —Wolf casi gruñó.
El estudiante de primer año apretó su carnoso puño, una tarjeta roja se asomaba de él.
—No sabes cómo es.
—No, no lo sé. —Wolf elevó sus cejas apretadas y duras—. Y tampoco lo harás tú si continúas así.
—No me detendré. —El estudiante de primer año tensó la mandíbula con orgullo—. Me importa una mierda lo que digas.
Mi pecho se hinchó un poco. Bien por él, de pie frente al sentido trasero de Wolf. Wolf, por otro lado, ni siquiera parpadeó. Se acercó a la multitud, donde una chica estaba bebiendo café helado. Le dijo algo, y ella le dio el resto. Fue un silencio extraño, hasta que Wolf se acercó al estudiante de primer año y le echó el café sobre la cabeza.
La multitud dio un grito ahogado a medias. Algunos comenzaron a reír. El estudiante de primer año parecía mortificado, enojo profundamente en sus ojos, pero no le dio tanto como una mirada a Wolf. Wolf, por otro lado, lo miró directamente, como si fuera a lanzar un golpe. Acababa de enemistarse con un tipo que probablemente podría doblarlo por la mitad, pero parecía imperturbable y valiente hasta el punto de ser arrogante.
—Te detendrás —dijo Wolf—. O haré que te detengas. Es tu elección: controlarte o que yo lo haga por ti.
El estudiante de primer año solo podía mirar al suelo, pero incluso yo podía decir que quería gruñir “vete a la mierda”. Apreté los dientes. Me estaba enfermando solo de ver eso. Ya tenía suficiente. Caminé hacia el centro, entre el estudiante de primer año y Wolf. Inmediatamente pasó su gruñido hacia mí.
—¿Qué diablos estás haciendo, becada?
—Vaya, es extraño como yo también tengo una pregunta para ti, es decir, ¿eres en verdad un enojón, o solo lo haces para presumírselo a tu papá?
Un segundo murmullo recorrió la multitud. Mantuve la cabeza alta. La mirada salvaje de Wolf prácticamente me estaba abrasando desde adentro hacia afuera. Abrió la boca, y en ese segundo el timbre sonó, lo suficientemente alto como para romper la tensión y dispersar a la multitud en una docena de direcciones. El estudiante de primer año se apartó de nosotros, goteando café mientras lo hacía. En un abrir y cerrar de ojos, solo estábamos Wolf y yo. Seguiría su juego mirándolo, pero estaba demasiado nerviosa en ese momento.
—Sigues metiéndote en mi camino —gimió.
—Alguien tiene que hacerlo —dije—. ¿Has visto una sola caricatura después de la escuela? ¿De qué otro modo podemos defendernos contra los males del acoso escolar? —¿A quién engaño? Probablemente creció viendo orquestas en Berlín en lugar de ver televisión.
Me sorprendió mi propia valentía, pero luego me di cuenta de que mi boca se estaba moviendo en piloto automático, nacido de esa clase de ansiedad que te aplasta el pecho. ¿Podría realmente quitarme mi beca? Incluso si pudiera, eso no quería decir que simplemente me quedaría de brazos cruzados y lo vería hostigar y humillar a otras personas. No cuando sabía cuánto daño psicológico puede hacer. La mirada de Wolf permaneció en mi rostro, sobre mi chaqueta, en mi falda, calcetines largos y converse gastados.
—Tienes las mejores calificaciones de la clase de segundo año detrás de Fitz — dijo Wolf finalmente—. Pero en realidad eres una completa idiota.
—Prefiero ser una idiota que un matón sádico y malcriado —le respondí, mi rostro poniéndose rojo.
—Así es cómo piensas de mí. —Cruzó los brazos sobre el pecho.
—No pienso en ti en absoluto —espeté, dejando que la ira y el miedo alimentaran mi lengua—. A diferencia del resto de los idiotas impresionados por las estrellas en esta escuela, literalmente, no pienso en ti, porque, resulta que las personas que me amenazan no están en mi lista de por los que doy una mierda.
¿Quieres quitarme mi beca? Adelante. Ve a llorarle a tu papi. Pero estoy segura como el infierno de que no lo dejaré ir fácilmente. Lucharé contigo. Lucharé con tus estúpidos  hermanos.  Lucharé  con  tu  papá.  Lucharé  contra  cualquiera  que  se interponga ante lo que quiero en la vida. Entonces adelante. Pruébame. Pero no digas que jodidamente no te lo advertí.
Volteándome, me alejé, mi corazón latía como un pájaro frenético contra mis costillas. La adrenalina chamuscaba mis venas, mi cuerpo listo para cualquier cosa. Si intentaba correr detrás de mí, lo patearía en las nueces y correría. Si intentaba acercarse a mí otra vez como ayer, golpearía su rostro.
Si no estaba segura antes, ahora lo estaba; odiaba a Wolfgang Alexander Blackthorn con cada fibra de mi cuerpo.
Pero para odiar mejor a tu enemigo, debes llegar a conocerlo mejor. Y no quería dejar que un poco de desprecio recién descubierto se interpusiera en mi forma de descubrir el trato de Wolf. Cuanto más supiera de él, mejor podría defender mi beca.
Pregúntenle a cualquiera en la Preparatoria Lakecrest sobre la vida personal de los hermanos Blackthorn, y harán una de dos cosas; A. Pretender que no te conocen, ni a los hermanos Blackthorn, o incluso a su propio trasero, o B. Permanecer mudos de forma selectiva durante un mínimo de tres minutos mientras los miras expectantemente esperando una respuesta.
Lo descubrí en el almuerzo. O lo intenté. Resulta que, si te enfrentas al chico de oro de la escuela, se corre la voz, y obtienes algunas miradas desagradables y todo el valor de un contenedor de basura. Incluso la mesa de almuerzo habitual en la que me sentaba con algunas chicas no amenazantes me dijo que no podía sentarme allí. Mi único refugio en esta infernal cafetería: desaparecido. Un tipo me dio un codazo para que tirara mi bandeja, sus amigos se rieron desde una mesa muy lejos. Pasaba desapercibida, como un cartón, o una decoración monótona que a nadie le importaba, y ahora era la enemiga pública número uno. La gente podría haberse sentido ambivalente sobre mí antes, pero seguro que ahora me odiaban. Pero estaba bien, no vine a este lugar para hacer amigos, de todos modos.
Le pregunté a todos los que no arrugaron la nariz de inmediato lo que sabían sobre los hermanos Blackthorn, y todos me dieron la misma respuesta. Toses. Olfateos. Un ligero carraspeo de garganta. Algunas chicas que no parecían odiarme se desvanecieron extremadamente impotentes. Finalmente, dejé toda esperanza de conversar inteligentemente con mis compañeros y volví la mirada hacia los maestros. Más de varios me dijeron que era una pregunta inapropiada y luego me echaron de la clase antes de que pudiera discutir.
Sin embargo, triunfé con la señora Greene. Una maestra joven y educada, tenía cara de bebé y el tono más hermoso de piel castaña que jugaba con sus blusas y faldas flotantes. Era la profesora de química, por lo que probablemente ayudaría, cuando la interrogué, estaba medio distraída con dos productos químicos peligrosos juntos.
—¿Los hermanos Blackthorn? —dijo—. Oh Dios, ¿por qué me preguntas eso ahora? ¿No puedes esperar hasta después de la clase?
—Bueno, no. Verá, estoy escribiendo un ensayo de historia titulado “Una mirada profunda a ejemplos de Homo Sapiens con sus cabezas peligrosamente enterradas en sus propios traseros”, y necesito hacerlo en el próximo período. Me olvidé de hacerlo.

—Eres la mejor estudiante de mi clase, Bee. No puedes esperar que me crea eso
—me dijo la señora Greene frunciendo el ceño, y casi dejando caer su vaso—. Oh, no sé nada de ellos, ¿sí? Incluso si lo supiera, el señor Blackthorn está en el consejo escolar, así que no podría simplemente decírtelo. Me cortaría la cabeza.
—Sé que a mucha gente probablemente le cortaría la cabeza por mezclar sustancias químicas de aspecto muy aterrador en la misma habitación que uno de sus alumnos. Mientras no tengo equipo de protección —canté.
La señora Greene se quedó boquiabierta.
—¡Irrumpiste!
—Aun así… —Miré mi mano—. ¿Es eso un poco de ácido lo que veo, quemándome la piel? ¡Ayuda! ¡Alguien que me ayude!
—¡Está bien! —siseó la señora Greene, bajando los vasos—. No tienes que gritar, sé que perdieron a su madre cuando eran jóvenes.
De repente me sentí mal por fisgonear. Casi lo suficiente como para detenerme.
La palabra clave aquí era “casi”.
—Sé que todos los años, sin falta, se ausentan el 8 de enero. El señor Blackthorn dijo una vez durante una reunión que visitaban su tumba —gruñó la señora Greene—
. ¿Ya estás feliz? Por favor vete, hoy tengo mucho que preparar para el laboratorio.
—¿Mark Gerund realmente dejó de venir a la escuela después de haberse peleado con Wolf hace dos años?
La señora Greene de repente parecía nerviosa.                                                                      
—Sí, era nueva aquí cuando sucedió, así que no lo recuerdo muy bien, pero sí, creo que se retiró en ese momento, ahora por favor, si no te importa, tengo que volver a trabajar.
—Correcto, lo siento, realmente no voy a acusarla de esto. Suspiró.
—Lo sé, yo tampoco.
—¿Por qué?
—Por ser demasiado lista para tu propio bien ¡Ahora vete! —Se acercó y me sacó por la puerta del aula, golpeándome detrás con un grito ahogado—. ¡Gracias!
Le di vueltas en mi cabeza por el resto del día; los Blackthorn perdieron a su madre. No podría imaginarme la vida sin mi madre, es una roca, una isla, todo lo que mantiene unida a nuestra familia. Si alguno de nosotros, papá, mamá o yo, ya no estuviéramos allí, nos derrumbaríamos.
A veces me corroía, que papá pudiese no estar. Era una parte natural de estudiar mucho sobre la depresión y el suicidio, supongo. Nos juró que nunca lo haría, pero siempre temía que algún día llegara a casa y estuviera en la bañera, o colgado del techo, o...
Cerré los ojos y negué. No ahora. Saca esos pensamientos de tu cabeza, Bee.
No están ayudando.

—Señorita Cruz, ¿está con nosotros?
La voz del señor Brant diciendo mi nombre me sacó de allí. Me enderecé en mi escritorio y asentí.
—Sí.
—¿Puede decirme qué estábamos discutiendo en este momento?
Mis ojos se dirigieron a mi libro de texto, a la pizarra, pero no había nada en ella. Me mordí el interior de la boca, la sensación de una docena de ojos en mí me mareó. Siempre tenía una respuesta para el señor Brant. Eso era, como, lo mío. La historia es mi mejor tema.
—No puedo recordarlo.
—Bueno, tal vez lo recuerde mejor si lo escucha la próxima vez —insistió el señor Brant. Asentí mientras un murmullo recorría la clase. En la parte de atrás, podía ver a Fitz, con el cabello recogido, con la barbilla apoyada en los brazos cruzados, como si solo levantara la mirada de su lugar habitual para dormir en el escritorio. Sus ojos verdes atraparon los míos, y rápidamente desvié la mirada.
Lo último que necesitaba en ese momento era la atención de un Blackthorn.
Pero la tuve de todos modos. Después de la clase, Fitz se acercó a mi escritorio.
—Hola, becada. —Sonrió—. No creo que hayamos sido presentados formalmente todavía.
—Desafortunadamente, ya sé quién eres —le dije, apresuradamente metiendo mis libros en mi bolso—. Y tres veces desafortunado, tengo otra clase a la que llegar al otro lado del campus, así que si me disculpas…
Puso su cuerpo entre la puerta y yo. Traté de hacer que mi mirada imitara una espada de sierra, pero no se desvaneció en absoluto. Solo siguió sonriendo.
—Ni siquiera me has dicho tu nombre.
—Ya sabes mi nombre —dije.
—Bueno, claro, quiero decir, soy yo quien hackeó la computadora de mi padre y le robé una copia de tu ensayo.
Mi boca se abrió un poco.
—¿Qué?
—Me escuchaste. —Fitz se rió, sus ojos verdes brillaron—. Sus contraseñas son siempre muy fáciles de adivinar. Supe tu nombre hace semanas. Pero me gustaría escucharlo de ti. Ya sabes, ¿fingir que somos personas normales que se presentan por primera vez?
—No tendríamos que hacerlo si no hubieras hackeado a tu padre —titubeé—.
De todos modos, ¿por qué querías tanto saber de mí?
Fitz se encogió de hombros.
—Wolf me pidió que lo hiciera. Siempre me está pidiendo que investigue a los nuevos chicos.

—¿Por qué? ¿Está paranoico de que alguno de ellos pueda arruinar su preciosa escuela?
—Oh, dulce ingenua y mal vestida bebé.
—¿Mal vestida? —farfullé.
—Escucha, esta escuela ya está arruinada. —Fitz me ignoró—. No has estado aquí el tiempo suficiente para notarlo.
—¿Estás hablando del materialismo alucinante o de la actitud engreída?
—Eso es solo lo de la superficie. —Fitz negó—. En caso de que no lo hayas notado, el dinero hace que las personas se sientan bien haciendo cosas estúpidas.
—Igual que tu hermano y sus tarjetas rojas.
Al principio de mi carrera en Lakecrest, aprendí que Fitz nunca fruncía el ceño. Su rostro se volvía neutral, y tal vez incluso aburrido, pero nunca, nunca fruncía el ceño. Excepto esta vez.
—Wolf es el único que está haciendo algo bueno por esta escuela.
Me reí, pero me detuve cuando me di cuenta de que no estaba bromeando.
—Lo siento, pensé que estabas probando una rutina de comedia de stand-up.
¿No es lo que está pasando aquí?
—No espero que me creas. —Fitz negó—. Claramente odias a Wolf, después de
todo.
—Lo único que odio es que las personas asuman lo que siento por otras
personas.
—Cariño… —Fitz puso una sonrisa de miedo mientras se burlaba de mí—. Nadie lo asume. Tu odio por él esta mañana fue tan claro como que el cielo es azul.
—De acuerdo, me atrapaste, odio a los burlistas arrogantes. Extraño, ¿eh?
Nadie más parece hacerlo.
—Te diría que le des una segunda oportunidad, pero claramente no eres del tipo indulgente —dijo.
—Wolf y tú son un paquete —logré decir—. Así que voy a decir esto una sola vez; no quiero tener nada que ver contigo, o él, ni con el alto tampoco. O su padre rico. Solo déjenme en paz, y dejen de amenazarme con mi maldita beca...
La sonrisa de Fitz se hizo más grande y pícara como su rizo.
—Es una pena que te vayas pronto. No me he divertido tanto en mucho tiempo. Incluso Burn parecía un poco menos muerto en el interior con tus payasadas esta mañana, y eso es mucho decir.
Mi estómago se cae. ¿Me iré pronto? Eso quiso decir…
—Es extraño —presionó Fitz—. Siempre llegamos un poco tarde, pero hoy, Wolf insistió en que llegáramos a la escuela temprano para darle a ese estudiante de primer año la tarjeta roja, como si quisiera evitarte, o algo así.
—¿Por qué es extraño?
—Pensé que lo odiabas. —La sonrisa de Fitz se convirtió en una mueca—.
Mírate, haces preguntas sobre él como si te importara.
—No me importa, solo quiero... ¡Uf! Bien, no me lo digas. Solo aléjate de mí. — Me puse mi mochila al hombro y comencé a caminar hacia la puerta. La voz de Fitz me detuvo.
—Nunca trata de evitar a la gente, Beatrix, al contrario, de hecho, los confronta constantemente, pero por alguna razón, quiere evitarte a ti.
Lo miré por encima de mi hombro.
—Dile que el sentimiento es mutuo.
Salí del aula, la adrenalina sacudiéndome de nuevo. Cada vez que hablaba con uno de los chicos Blackthorn cara a cara, me ponía tan nerviosa que apenas podía ver bien. Es la beca. Sabía que lo era. Tenían el poder de quitármela, de sacar de la foto mi arduo trabajo con un chasquido de sus dedos. Podrían cortar mi vida con guillotina, y estaba esperando que bajaran la cuchilla. Lo hicieron con Mark Gerund. Podrían hacerlo conmigo.
Abrí mi casillero, una tarjeta roja se resbaló del interior. La recogí y leí la palabra que ya sabía que estaba en ella.

DETENTE.

Miré alrededor en busca de cualquier señal de los hermanos. Tenían que estar cerca, listos para abalanzarse a la matanza. Sabía exactamente lo que Wolf quería que dejara de hacer. Lo había dejado muy claro esta mañana. Esto era solo una formalidad. Quería que dejara de interferir.
Pero como el infierno si hacía lo que quería. Todos los demás lo hacían. Todo el mundo probablemente lo haría, por el resto de su mimada vida. Pero no iba a darle esa satisfacción. Nadie merecía el respeto de Beatrix Cruz, tenían que ganárselo.
Moví las manos para romper la tarjeta roja en dos cuando una voz profunda me asustó sin piedad.
—No haría eso si fuera tú.
Miré alrededor y vi a Burn, medio escondido en las sombras al lado de los casilleros, a pesar de su altura. Su cabello corto y rizado se balanceaba con la brisa, sus ojos me miraban cansados sin nada del veneno de Wolf o la diversión de Fitz. Solo parecía completamente aburrido.
—¡Jesús en un plato de queso! ¡Me asustaste! —dije.
—Lo siento —murmuró—. No era mi intención.
—¿Qué pasa con los chicos Blackthorn que me molestan hoy? ¿Me oíste cuando les dije a todos que se mantuvieran alejados de mí?
—Te escuché —dijo Burn, su voz se suavizó incluso cuando la mía se hizo más fuerte. Estaba tan tranquilo que de alguna manera me sentía tonta por estar tan nerviosa. Respiré profundo.
—¿Wolf los puso en esto?

La cara de Burn no hizo muchos movimientos, pero frunció un poco el ceño en esta ocasión.
—¿Nos puso?
—Fitz también habló conmigo. Trató de decirme lo extraño que era que se levantaran temprano, o algo así. No sé, dejo de escuchar los tonos de voz condescendientes cuando duran más de cinco segundos.
Escuché una risita, y pestañeé. Ese no pudo haber sido Burn. Nunca lo había visto sonreír, y mucho menos reír. Pero ahí estaba, la más pequeña de las sonrisas en su rostro, aunque se desvaneció rápidamente cuando encontré sus ojos.
—Cuando Wolf comenzó, no estaba de acuerdo con sus métodos —dijo Burn—. Todavía no lo estoy. Cuando me dijo lo que planeaba hacer, intenté convencerlo de que no lo hiciera.
—Obviamente, eso no salió demasiado bien. Burn siguió, su voz firme.
—No lo ayudé al principio, tampoco Fitz, era tonto, pensamos, pero luego lo vimos.
Sus ojos color verde jade se alejaron un poco, ya que estaba profundamente metido en su memoria.
—¿Vieron qué? —intenté
—La escuela. Se... transformó. Mejoró. Todos le temían a Wolf, y él lo sabía, y lo usaba. Las tarjetas rojas hicieron que la gente pensara dos veces antes de hacer cosas terribles.
—Lo siento, tengo que ser lenta o algo así, porque no entiendo seriamente lo que es tan bueno acerca de intimidar a las personas para que hagan lo que tú quieres.
Burn me estudió, no me devoró con los ojos como Wolf, sino que me vio lenta y directamente a la cara. Sin fuego, sin ácido. Solo neutralidad.
—Espero que te quedes, Beatrix —dijo finalmente.
—¿Por qué?
Burn volvió a callar, y luego murmuró, casi para sí mismo:
—Nunca he visto a Wolf acercarse tanto a alguien. Fruncí mis cejas.
—¿Qué?
—Él no… hace toda la cosa conmovedora —dijo Burn—. Y odia acercarse físicamente a las personas. Pero tú… ese día con Eric y la tarjeta roja…
Se detuvo, pero el momento del que estaba hablando me golpeó con un claro recuerdo. El calor corporal de Wolf, la forma en que su sombra bailó sobre mi piel. Se había acercado demasiado. Pero aparentemente eso no era algo propio de él.
—Burn, qué demonios...
—Solo... hazme un favor —dijo Burn—. Y quédate en esta escuela, si puedes.
Sin decir una palabra, se alejó. Yo farfullé en el aire, moviendo mis manos con confusión. No solo los hermanos Blackthorn eran molestos como el infierno, eran obtusos. Los tres eran muy diferentes, pero compartían una cosa en común: nunca se detenían a explicarse.
—Bien. —Metí mis libros en mi bolsa—. Bien, no expliques nada nunca, eso está bien y es elegante y definitivamente es algo que hace la gente normal. —Me moví para romper la tarjeta roja con frustración, pero algo me detuvo. Si lo hacía, Wolf estaría más enojado, ¿no? Bajaría esa cuchilla de guillotina en mi cabeza aún más rápido. ¡Argh! ¡Odiaba haber tomado alguna decisión por su culpa en primer lugar! Era una mierda, y él era una mierda, y…
Mi bolso zumbó y saqué mi teléfono. Papá me estaba llamando. Agarré el teléfono con fuerza, el plástico de sus bordes se hundió como dientes en mi palma. Le dije que estaba casi en casa, y que llegaba tarde al autobús. Lo que estaba, gracias a cierto hermano Blackthorn. Contesté con un nudo caliente de terror en mi estómago.
—No estoy en Lakecrest por mí. —Descansé mi mentón sobre el frío metal de mi casillero y murmuré hacia él—. Esto no es sobre mí. Este lugar es por papá. NYU. La Universidad de Nueva York, Bee. No te desvíes. Eso es todo lo que importa. Si odias las entrañas de Wolf, ignóralo, y haz lo que tengas que hacer para salir de aquí con un brillante currículum universitario.
Me lo repetí todo el camino hasta la parada del autobús. Si lo decía bastantes veces, se consolidaría en mi cerebro como una verdad, y podría dejar de atrapar el
fuego ofensivo cada vez que veía la cara de Wolf. En teoría. Pero, Dios mío, mis teorías eran horribles últimamente.
Saqué uno de mis libros de psicología y comencé a leerlo, así que no noté la lustrosa limusina negra que se acercaba a la acera. Incluso si lo hubiera hecho, probablemente habría pensado que era alguien que iba a ser recogido de la escuela por su chofer privado, algo que muchas veces había visto en este punto para estar sorprendida. Entonces la voz grave me golpeó cuando dijo mi nombre.
—¿Señorita Cruz?
Levanté la vista para ver al hombre más guapo y anciano que había visto, sentado en el asiento trasero de la limusina, con la ventana baja. Su cabello era casi blanco por la edad, pero su rostro tenía finas y profundas líneas que le daban un aspecto más majestuoso. Sus cejas eran gruesas y su nariz era ligeramente pronunciada, y sus labios formaban una sonrisa.
—Así que usted es la señorita Cruz, me presento, mi nombre es Nathaniel Blackthorn, y soy presidente de la Junta Escolar de la Preparatoria Lakecrest.
El padre de Wolf. El hombre al que le envié mi ensayo para la beca McCaroll. El tipo al que Fitz hackeó para obtener el mismo ensayo. Estaba tan preocupada por impresionarlo cuando estaba tratando de ingresar a esta escuela. De repente, mi corazón se sintió como si hubiera sido dirigido directamente a mi caja torácica. Me puse de pie y alisé mi falda.
—H-Hola, señor. Lo siento, no sabía…
—Tenemos algo de qué hablar, me temo —me interrumpió sin problemas y sonrió con ojos arrugados—. Se trata de su beca.
—Oh. C-correcto. —El corazón en mi garganta comenzó a latir con dificultad. Eso era, ¿no? Iba a abrir la boca y a decirme que mi beca fue revocada—. Por favor, si hay algo que pueda hacer para mantenerla.
Para mi sorpresa, el señor Blackthorn se rió entre dientes.
—Ah, entonces es consciente de cuánto le disgusta mi hijo. He estado pensando que esto ya pasaba por algún tiempo. Excelente, eso demuestra que es mucho más lista de lo que pensaba.
Levanté la vista, confundida.
—No entiendo.
—En ese caso, ¿sería tan amable de encontrarse conmigo en Ciao Bella esta noche?
El restaurante italiano más elegante de este lado de la ciudad.
—No estoy segura de que debería...
—No quise ponerla en una posición incómoda, señorita Cruz. Solo esperaba hablar con usted en un lugar donde ninguna de nuestras familias pudiera estar al tanto de la conversación.
Sus palabras eran pesadas y lentas, ya que tenían un doble significado en ellas.
Fruncí el ceño, pero el señor Blackthorn continuó.
—Le estoy ofreciendo una forma de que pueda salvar su beca, señorita Cruz. Me sentí estúpida por sonrojarme, pero lo hice de todos modos.
—Mire, señor Blackthorn, no creo que esto sea apropiado... Se rió, esta vez, con mucho movimiento y en alto.
—Oh, querida, tiene razón, sería un horrible cabrón si eso fuera lo que quisiera,
¿no? Pero no, estoy muy feliz siendo viudo, gracias. Mis intereses están en su posición, señorita Cruz, dentro de esta escuela. Creo que hay algo que puede hacer por mí que agradecería muchísimo.
Debió ver lo confundida que estaba, porque sonrió.
—Simplemente encuéntrese conmigo en Ciao Bella a las siete de esta noche. Pregunte por Blackthorn, discutiremos los puntos más delicados allí. Lo espero con ansias.
No esperó a que confirmara o negara. Simplemente subió su ventana tintada, y la limusina se alejó. Y así es como supe que era un Blackthorn de verdad, porque se fue sin explicar nada en absoluto.


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Mensaje por Maria-D Miér 10 Jun - 17:40

sunny    Ésto se está poniendo muuuy interesante.
   Los dos hermanos, casi le han suplicado que dé una oportunidad a Wolf y que no se rinda...Y el padre, creo que va a proponerle algo parecido, porque está viendo que su hijo ha cambiado (para bien), por ella.
    Aún no sé cómo , es un misterio para mí, pero espero averiguarlo pronto.
     Gracias por el capi.  Lectura #5 Burn Before Reading - Sara Wolf 115428551


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Mensaje por IsCris Jue 11 Jun - 7:13

O sea que no solo Beatrix se la pasó pensando en Wolf, sino que Wolf también pensó en ella, me gusta 

Entiendo que las tarjetas rojas se las da a personas que hacen cosas malas 
Me gustaron los hermanos.


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Lectura #5 Burn Before Reading - Sara Wolf Empty Re: Lectura #5 Burn Before Reading - Sara Wolf

Mensaje por yiniva Jue 11 Jun - 19:03

4
Wolf


Una chica me está esperando cerca de mi moto en el estacionamiento después de clases.
Pero no es nada nuevo. A las chicas siempre, por alguna razón u otra, les ha gustado esperar cerca de mi moto. He aprendido a vivir con ello, de la forma en que aprendes a vivir con los mosquitos. Vivir con ellos no es un problema. El problema es que últimamente, se ha vuelto mucho peor.
Las más estúpidas se sientan en la moto como si fueran las dueñas. Las inteligentes solo se quedan de pie, admirándola.
Hoy es del primer tipo.
Es una junior en mi clase de Cálculo… ¿Miranda? ¿Minnie? Algo fácil de olvidar que comienza con M. Está sentada en la silla de mi moto, estirándose, como si fuera una cama. Su cabello está pintado de rojo y rizado con una agonizante precisión como su delineador, y usa el uniforme azul marino, la falda tan alta hasta su cintura sin que reciba miradas de los profesores. Me saluda cuando me ve. Le doy dos segundos para que trate de adivinar que mi mirada significa que tiene que moverse. No lo hace.
—Hola, Wolf. —Sonríe—. ¿Qué vas a hacer hoy?                                                                   
Ella, como todos en la escuela, sabe que no me gusta que las personas toquen mi moto sin mi permiso. Y aun así lo está haciendo. Todavía estoy confundido respecto al por qué creen que estando cerca de mi moto van a conseguir algo. ¿Mi atención? Quizás. Aunque el por qué quieren la atención de una persona con tan corto temperamento como yo, no tengo idea. Esta chica ha decidido saltarse el respeto y moverse directamente a donde le voy a prestar atención. Y la tendrá. Solo que no de la manera que quiere.
—Muévete —le digo. La chica guiña un ojo y acaricia los manubrios.
—Oh, vamos, Wolf. Hemos estado en la misma clase desde siempre. Lo menos que podrías darme es un “hola”, o un “hola, hermosa”.
—¿Por qué lo haría? —pregunto sin expresión.
—Quizás, para ser amable. —Se revisa sus uñas.
—Yo no soy amable.
Su risa es agradable, aunque su personalidad no lo sea.
—Por eso me gustas. Así que supongo que está bien. Por ahora.
—Muévete —repito, mis palabras bruscas y secas—. O te tendré que castigar. Se sonroja.
—Bueno, ¡si insistes!
Frunzo el ceño. Ella está comenzando a darme dolor de cabeza. Si fuera Burn, o Fitz, fácilmente podría moverla con muy poco daño, pero esa no es una opción para mí. Nunca lo había sido. Mis palabras y ojos tienen que quemarla tanto que quiera moverse. He perfeccionado el quemar a las personas como una forma de arte para sobrevivir. Pero hoy no va a suceder.
Un apagado sonido de choque nos hace dar la vuelta hacia una chica que desesperadamente levanta muchos libros de texto del suelo. Una chica que resultó molestarme esta mañana. Beatrix Cruz.
—Dios mío, no ella —se queja Miranda—. Me molesté tanto por lo que te dijo, Wolf. Realmente voy a pelear con ella.
—Conmovedor —digo—. Pero no tienes que defenderme.
—¡Ella es tan arrogante! —Miranda señala a Beatrix—. ¡Solo mírala!
Lo hago. Beatrix junta sus libros cuidadosamente y los toma entre sus brazos, mientras va hacia su auto. La manera en que camina es algo insegura, pero determinada. El viento juega con su cabello, algo se atora en la esquina de sus fríos y sonrojados labios. El uniforme le queda de una manera que rara vez le queda a las demás, la hace ver más joven de lo que sus ojos delatan. Es fácil ignorar la carga que tiene en sus hombros cuando están cubiertos por la chaqueta azul marino. En los ángulos correctos, cuando la atrapas en algún libro o cuando sonríe por algo que leyó, casi parece la adolescente sin preocupaciones que debería ser.
El encantamiento del momento se pierde cuando Eric camina, ofreciéndose a ayudarla con sus libros. Mi piel se calienta. No tiene idea de lo que él ha hecho, y le permite ayudarla, sus manos tocándose, su sonrisa sin ver la maldad que oculta.
—Es tan gracioso. —Miranda se ríe—. Si de verdad comienza a salir con Eric, y él intenta hacer lo que hizo de nuevo…
—Muévete, ahora. —Mi voz se siente como ácido en mi garganta, y Miranda
salta.
—Dios, está bien.
Me coloco el casco y enciendo la moto tan fuerte que todos en el estacionamiento me voltean a ver. Beatrix y Eric incluidos. Recordándole a Eric que mi presencia es suficiente para que tenga que hacerle alguna excusa a Beatrix y se aleje. Dios, Beatrix, siendo tan ignorante, no se ve muy feliz al respecto, enviándome una furiosa mirada mientras salgo del estacionamiento. Está bien. Dejen que se enoje conmigo. ¿Qué es otra gota de odio en el mar de disgusto que ya siente por mí?
Si las cosas hubieran sido diferentes, si lo hubiera manejado diferente, si nos hubiéramos conocido de otra manera.
Niego y me detengo en el semáforo. Es inútil pensar así. Lo que está hecho, hecho está, no importa lo mucho que desee haberlo hecho diferente.
—¡Aquí está nuestro chico!
Sigo la voz, para ver a Fitz, sentado en el convertible de Burn, con Burn conduciendo. Fitz me saluda, su rizado cabello revuelto por todos lados a causa del viento.
—¿Qué te sucede hoy? ¿Por qué todo ese lio? Podría haber jurado que querías que las personas te vieran, o algo así, pero eso no puede ser verdad. ¡Tú eres antisocial, hermano! ¡Tienes una reputación que mantener!
Pongo los ojos en blanco y no digo nada. Burn asiente hacia mí, y yo asiento hacia él.
—Esta noche, cena —dice simplemente Burn. Me encojo de hombros. Él no está equivocado, es ese día del mes en que papá intenta que estemos todos juntos en una misma habitación para comer. A veces es un restaurante. A veces es en casa. Pero siempre es lo mismo, comida preparada por un chef, no por él. Conversaciones desesperadas por respuestas. Miradas de lástima y largos discursos. Gigantescos intentos de manipulación.
¿Y la peor parte? No podemos evitarlo, aunque queramos. Bueno, podríamos. Solíamos hacerlo, durmiendo en el auto de Burn a orillas del camino, pero eso significaba que al día siguiente sería incluso peor. Y el día después de eso. Evitar La Cena, solo se convertía en cuatro Cenas más que evitar, así que habíamos acordado asistir a la primera y superarlo.
La luz se pone verde, y Burn me sonríe.
—Carreras.
Asiento, y enciendo el motor. Él hace lo mismo. Fitz se abrocha el cinturón como si su vida dependiera de ello.
—Oye, uh, yo aquí, siendo la voz de la razón por primera vez en mi vida, quizás es una ¡mala idea!
Las  luces  verdes  parpadean,  y  salgo  disparado  por  la  calle.  El  auto  de  Burn puede ser espectacular y poderoso, pero mi moto acelera de 0 a 90 en un parpadeo. Él suyo toma mucho más, pero cuando me alcanza, comienza a pasarme. Acelero, ambos cuello a cuello a 126 kilómetros por hora. El grito de niña de Fitz es apenas audible   por   mi   casco   y   el   rugir   del   viento.   El   camino   a   nuestra   casa   está prácticamente  vacío,  la  colina  siendo  la  prueba  perfecta  para  el  nuevo  sistema hidráulico  de  mi  moto.  El  convertible  de  Burn  siempre  es  más  rápido  en  estas colinas, con más caballos de fuerza, pero recorto lo más que puedo y gano algo de ventaja. La parte más difícil de esta carrera se acerca, una curva en la que puedes ver un bosque. Siempre la tomo lentamente. Es una completa locura tomarla a más de 56 kilómetros.
Miro a Burn, su sonrisa pegada a su rostro. Él no es alguien que demuestre demasiadas emociones, no desde que mamá murió, pero en momentos como estos, y especialmente cuando estamos corriendo, él es tan feliz. Regocijado. Lo conozco; lleva su cuerpo al límite, haciendo lo que sea para llegar ese centímetro más lejos, más rápido. Es su forma de probarse a sí mismo, al mundo. A veces, se siente como si estuviera probando la suerte, invitándola a llevárselo como se llevó a mamá.
Ambos nos estamos acercando a la curva a 126 kilómetros. Es un juego de quién va a ser el cobarde; ¿quién se va a detener primero? Quien lo haga, pierde, es muy difícil regresar de una curva así sin tener camino recto, y es una colina hasta casa. Siempre pierdo, y es justo en este punto cuando sucede siempre. Pero no esta vez. Esta vez voy más lejos. Esta vez, lo seguiré hasta donde nadie ha podido.
La curva se acerca rápido, mi corazón está latiendo muy rápido. Es ahora o nunca. Si no desacelero, si él no desacelera…
Freno, y Burn me pasa zumbando, jalando el freno de emergencia y dando la vuelta sin esfuerzo. Maldito. Es tan bueno en eso. Envidia e irritación luchan dentro de mi cabeza; él es tan jodidamente bueno, pero es un imbécil. Es un movimiento bastante peligroso. Si el camino estuviera más húmedo, o si sus frenos fueran peor, iría directo a ese acantilado.
Conduzco el resto del camino a casa. La entrada esta inmaculadamente cuidada, por supuesto. Papá le paga a nada más que cuatro jardineros para que mantengan los setos y árboles de roble lo más perfectos posible. Las apariencias son, y siempre serán, lo más importante para él.
La casa no es en la que crecimos, papá la vendió cuando mamá murió. Era mucho más pequeña, y mucho menos ostentosa que ésta. Esta tiene pisos de mármol blanco, una gran escalera, dos “cuartos de estar” y una habitación para el piano. Todas las pinturas son originales, todos los jarrones de Japón. Después del funeral, papá se lanzó a las cosas materiales, en poner esas frivolidades de los “ricos” para poder ocultar su dolor. No siempre fue así. Cuando mamá estaba viva teníamos una gran casa en los suburbios. Papá no era la cabeza de la corporación en ese entonces. Pero cuando se convirtió en CEO, el dinero lo cambió. Mamá también vio el cambio, y peleaban constantemente. Y luego ella murió. Y en lugar de abrirle los ojos a papá para cambiar, fue exactamente lo opuesto. Le cerró los ojos, tan fuerte como pudo, por tanto tiempo como le fue posible.
Entonces, poner un pie en la nueva casa siempre se sentía un poco triste, para  mí. Como si fuera una cáscara, un ataúd para el amor que mamá y papá alguna vez
tuvieron… un ataúd para nuestra familia, y la manera en que solíamos ser; inocentes y felices y cientos de veces menos solitarios.
Burn y Fitz ya están fuera del convertible, Fitz siendo una ira temblante.
—¿Que parte de, “nunca voy a ir con ustedes si sacan esa mierda de nuevo” no entienden? —exige. Burn lo ignora y me mira a mí.
—Perdiste.
Apago el motor y bajo el pedal de la moto, sacándome el casco.
—Quizás has perdido —digo—. La cabeza. Eso fue lo más rápido que te he visto tomar la curva.
Se encoje de hombros.
—Tenía que probar el nuevo inyector de gasolina que le puse.
—Esa es una excusa ridícula, y lo sabes —respondo.
—La próxima vez, ¿quizás puedas probarla sin tenerme en el asiento del pasajero? —dice Fitz. Burn no dice nada, volviéndose a subir al convertible para estacionarlo en el garaje. Hago lo mismo. Friz entra furioso a la casa, murmurando algo como “locos”.
—Él está lloriqueando, pero tiene un punto, Burn —digo. La oscuridad del garaje hace difícil ver su rostro, no es que estaría mostrando alguna emoción—. No hagas nada ridículo con él en el auto.
—Entonces, ¿está bien si soy solo yo? —pregunta Burn. ¿Qué puedo decir? ¿No?
¿Sí? ¿Cómo le explico que nada de eso está bien, que hacerlo por si solo podría matarlo o lastimarlo? Pero no le importa. Nunca escucha, solo sale y hace cualquier cosa riesgosa que quiere hacer. No hay punto en decir nada. Así que guardo silencio. Finalmente, Burn da la vuelta y entra a la casa, y eventualmente lo sigo.
Esperaba al chef personal de papá en la cocina preparando la cena, pero no había nadie. Extraño. Me había equivocado con la fecha de La Cena, pero eso nunca sucedía. Había ocurrido tanto que habíamos creado un radar interno que nos señalaba el día. Reviso la oficina de abajo, nada. La oficina de arriba, vacía. Papá no estaba.
Desconcertado, me dirijo a mi habitación. Paso a la desordenada habitación de Fitz, donde está tecleando en su extenso sistema de computadoras. Contenedores vacíos de comida rápida en toda la superficie, sus ropas volando como un tornado en su closet. La única cosa en su habitación que se mantiene limpia es su computadora. Tiene cuatro monitores conectados a un escritorio de hierro negro, y dos monitores más en la pared. Su silla es enorme, y se mueve de teclado a teclado, escribiendo esto o aquello. A veces, tiene una competición de un juego como Call of Duty, haciendo que grite obscenidades, pero no hoy. Hoy solo escribe, cientos de líneas blancas en la pantalla negra que básicamente molesta a todos menos a él.
—El chef no está aquí —digo, tocando su puerta.                                                                     
—A menos que haya creado el código de cómo hacer una poción invisible — ofrece Fitz, sin apartar la mirada de sus monitores.
—Lo cual no ha hecho.
—Nunca sabes. —Fitz se encoje de hombros—. Quizás Harry Potter es real.
—No lo es.
—Deja de matar mis esperanzas y sueños. Oh, espera, ese es tu pasatiempo favorito. Me disculpo.
Sé que Fitz está demasiado furioso para estar echando esa “pelea verbal”. Es inútil hablar con él hasta que tenga diez minutos calmado, así que me dirijo a mi habitación.
La habitación de Burn está junto a la mía, la puerta completamente abierta revelando lo vacías que están sus paredes y lo aburridos que son sus muebles. Burn quizás sea el más temerario de nosotros, pero también es extrañamente el más modesto, todo desde las cortinas hasta las sábanas son grises. Un gimnasio personal está ubicado en la esquina de su habitación, con unas pesas, y una elíptica, y una caminadora. De nosotros tres, es quien está menos tiempo en casa, siempre corriendo o en excursiones, así que no tiene mucho en su habitación aparte de su ropa. En los raros momentos en que elige estar en casa, le gusta cortar pequeños trozos de madera. Mamá le enseñó cómo hacerlo cuando era niño. Él es bueno en eso; animales de madera con piel detallada y garras están alineadas en la ventana de su habitación.
Camino a mi habitación y cierro la puerta detrás de mí. Prefiero la privacidad más que Burn y Fitz. No soy tan activo como Burn, ni tan descuidado como Fitz. Estoy en algún lugar en el medio. Mi cama está cubierta con una simple cobija, mi computadora es decente pero no de alta tecnología como la de Fitz. Tengo algunas pesas y pelotas de peso en la esquina de mi habitación que uso para calentar antes y después de la práctica de natación. La única decoración en mi pared son espadas; la vieja espada decorativa de la marina de la Segunda Guerra Mundial de mi abuelo, el machete con hoja de oro de mi mamá que recibió como regalo de un oficial mexicano, y una elegante katana tradicional, que mi papá me dio como soborno. Lo odio, pero no puedo odiar algo tan hermoso y bien hecho como la katana, así que la tengo con el resto de mi colección.
Lanzo mis guantes y chaqueta a la cama, y me acomodo en la computadora. A veces Fitz y yo jugamos juntos, pero sé que está demasiado molesto en este momento. Navego aburridamente por Facebook y Twitter, no ha ocurrido nada emocionante o nuevo. No tengo cuentas de redes sociales por mi propia vanidad, o conexión con los otros, es únicamente para mis tarjetas rojas. Las redes sociales te dan pistas sobre la vida de una persona, tan fácil como una nuez partida. Todo lo que toma es escarbar un poco en la red de Lakecrest para encontrar todo lo que necesito saber de si es algo real o no. Fotografías, tweets, marcas de tiempo, todo es evidencia que junto y guardo en mi arsenal. Fitz siempre se ofrece a ayudar, pero me rehúso, sabiendo que su ayuda es de la clase que nos metería a la cárcel si no fuera cuidadoso. Le gusta pensar que es el mejor hacker que está cerca, y no me malinterpreten, él es bueno. Pero sé que sufre el síndrome de gran pez en el pequeño estanque. Él es bueno, pero siempre existen personas que son mejores.
Así que rechazo su ayuda. Rechazo la ayuda de quien sea. Yo hago todas mis investigaciones, todas mis indagaciones. A Burn le gusta decirle “stalkeo”. No puedo culparlo, es básicamente stalkeo. Pero he trabajado mucho para hacer de Lakecrest un mejor lugar. No voy a detenerme ahora.
Fitz una vez me preguntó “por qué”. Por qué me esforzaba tanto en hacer la escuela mejor. No estaba seguro. Todavía no estoy seguro. Después de Mark, (trato de ignorar el dolor que me está recorriendo), no tengo nada más. Estaba en el fondo, sin luz a la vista. Necesitaba hacer algo, lo que fuera. Inicié con algo pequeño; con los de clase alta que molestaban y perseguían a los de clase baja. Y luego se movió a detener peleas, hacer que los que vendían drogas fueran expulsados. Era una pequeña ironía que Fitz se las arreglará para conseguir drogas, aunque hayan expulsado a la mayoría de ellos. Él no dijo nada, nunca se quejó de que le estaba haciendo difícil satisfacer su hábito; un hábito que Burn y yo odiábamos admitir, pero más odiaba interferir. Es difícil decirle a tu hermano menor que deje de meterse pastillas, cuando Burn busca ataques de adrenalina y yo alejo a cualquiera que afecte la integridad de Lakecrest. Todos tenemos nuestros vicios. Fitz es un perezoso, Burn es la glotonería, y el mío es la ira. Parte de la razón de que logramos llevarnos bien es el hecho que no nos decimos nada de lo que hacemos.
De repente, las cosas en el Twitter de Lakecrest comienzan a moverse de nuevo. Las personas no pueden dejar de comentar el incidente de los libros de Beatrix, o la manera en que ella y Eric se sonrieron. Algunas personas incluso me etiquetaron, preguntándome por qué no había expulsado a Eric todavía. Me río. Como si fuera tan simple. Las tarjetas rojas son solo advertencias, nada más. Si él lo sigue jodiendo, entonces es cuando lo pateo. Pero no hasta que llegue ese día. Hasta ese entonces, depende de todos el que lo miren de cerca, y me den las pistas e información que necesito para correrlo. Es todo lo que puedo hacer. No soy ningún vigilante, no importa lo claro que recuerde la sonrisa de Beatrix a Eric. Todo lo que puedo hacer ahora es stalkear su presencia en internet, esperando y buscando cualquier indicador de que está haciendo algo asqueroso una vez más.
Pero él no publica nada. No hoy, de todos modos. Pero voy a estar observando. Salgo de la computadora y me quito el uniforme, la chaqueta y la camisa, colapsando en la cama. Cada músculo de mi cuerpo está adolorido. El entrenador nos estuvo apresurando en la práctica de natación. No estoy en el equipo de natación para competir, todo lo contrario, estoy para liberar estrés. Es solo una feliz coincidencia que sea bueno con las brazadas de pecho.
Mi mano intenta llegar a la mesa de noche, donde mantengo cierto ensayo. Le pedí a Fitz que lo tomara de la computadora de papá, sin saber lo profundo que me golpearía. El tema era “esperanza”. Lo había leído tantas veces que las esquinas de las paginas estaban algo gastadas. La escritura usualmente no me afectaba así. No tocaba nada en mí, me hacía detenerme y pensar. Pero por mucho que odie admitirlo, el ensayo de Beatrix lo hizo. Golpeó una fibra que no había sido capaz de sentir.
Miro el párrafo.
Originalmente quería ir a la universidad para escribir. No periodismo, sino escritura creativa. Es estúpido, lo sé. No se gana dinero con eso, sería un artista viviendo la vida de un artista con hambre. Sé todas esas cosas. Pero no existe nada que disfrute más que la escritura. Que leer. Los libros son mi mundo, y quiero vivir en ese mundo para siempre. Quiero crear mundos en los que pueda vivir para siempre.
Pero esa no es la realidad. La realidad es, que papá está enfermo, y escribir no va a ayudarle. Los libros con portadas hermosas no van a hacerlo sentir mejor. No… la psicología lo hará. Ciencia verdadera y real, terapia y tiempo y esfuerzo. Esas son las únicas cosas que puedo hacer para ayudarlo. Y la escritura creativa definitivamente no tiene nada que ver con la psicología clínica. No puedo hacer ambos al mismo tiempo.
Así que tuve que tomar una decisión.
Quizás cuando sea mayor pueda regresar a la escritura. Quizás pueda aprender a escribir cuando papá se sienta mejor. Pero por ahora, tengo que ayudar. Ayudar es más importante que el arte. La familia es más importante que lo que yo quiera.
Mi pecho dolió. Esta era la parte del ensayo que me hacía sentir peor, ella estaba renunciando a sus sueños por sus padres. Está mal, sus motivos para estar en Lakecrest son simplemente incorrectos. Tuve casi la urgencia de pedirle a papá que rechazara su beca hace algunos meses, pero nunca logré juntar el coraje. No es que papá no lo fuera a hacer, lo haría. Él siempre hace lo que le pido si se refiere a Lakecrest, principalmente porque nada le gusta más que afirmar su poder sobre la escuela. Era solo eso, si hubiera rechazado su beca, nunca la hubiera conocido.
Así que no se lo pedí. Era egoísta de mi parte. Estúpido y egoísta. Y mira lo bien que había salido, no había sido capaz de hablar con ella hasta hace poco, y eso había sido jodidamente incómodo.
Niego y sigo leyendo, hasta llegar al último párrafo.
No importa lo que suceda, si logro o no entrar a Lakecrest, darme por vencida no es una opción para mí. Creo que eso es la esperanza, no una luz brillante, o un brillante y positivo sentimiento como te hacen creer en las películas de Disney. No es alguna característica que solo tienen los héroes y las Buenas Personas TM. Creo que es seguir adelante cuando se ha perdido toda la esperanza. La esperanza no es una misteriosa y espectacular motivación como el amor; es solo nunca darte por vencido cuando te sientes desamparado. Cuando todo esté perdido, cuando no puedes físicamente seguir adelante, pero eliges seguir delante de todos modos, eso es la esperanza. La esperanza no es una cosa. Es algo que haces cuando no puedes hacer nada más.
Así que seguiré teniendo esperanza.
Las palabras son tan simples. Seguro, usa unas más elegantes al inicio del ensayo, pero sus palabras no son pretenciosas, como muchos ensayos de los aspirantes a la beca McCaroll que he leído. Los he leído todos, por supuesto, tratando de tener un acercamiento a quiénes son esas personas, si logran entrar a Lakecrest. He leído docenas. Quizás cientos. ¿Pero éste? Este no es tonto o plano. Este no presume o alardea. Este va al punto y es verdadero, como una flecha, un rayo de luz, innegable y fuerte. Estaba sorprendido. La leí una y otra vez, separando y memorizando mis partes favoritas.
Y luego la conocí.
Bueno, la vi. Por primera vez. Fue el primer día de escuela, todos arreglados y perfumados y con sus mejores ropas, y luego estaba ella. Beatrix Cruz caminó hacia las puertas del frente, con sus dos trenzas un poco agitadas por el viento de otoño. Cargaba una mochila que se veía más vieja que ella, hilos saliendo de las esquinas y un cierre que no se cerraba del todo en los masivos útiles que había llevado. Su uniforme estaba cuidadosamente planchado, y por el ensayo, ella tuvo que haberlo hecho, su madre rara vez estaba en casa. No estaba arreglado como el de los demás; simplemente colgaba sobre sus hombros, sin arrugas, pero demasiado grande. Sus ojos grises de tormenta no miraban a nadie. Ella miraba al frente, la luz del sol iluminándola desde atrás.
Supe en ese momento que era ella. Siempre había algunos pocos estudiantes en el primer día, pero ella era irreconocible. La mirada inquebrantable solo podía pertenecer a la misma persona que escribió ese ensayo.
Y ahora ella me odiaba.
Había olvidado cómo era, ser odiado. Bueno, los estudiantes que había corrido me odiaban, pero ellos eran basura que necesitaban aprender una lección. Podía importarme poco lo que pensaran de mí, pero ¿alguien que había escrito algo tan honesto? ¿Alguien que había dejado su corazón en papel y lo había hecho parecer tan fácil? ¿Alguien que sabía qué era la esperanza? Quería agradarle a alguien así. Alguien así era raro e invaluable. Lo último que quería era que me odiara.
Pero lo hacía.
Sí, quizás había creado una presentación en mi cabeza. Quizás había estado muy nervioso por tanto tiempo, mirándola desde lejos. Quizás había leído su ensayo demasiado, en lugar de intentar hablar con ella como un ser humano normal. Quizás estaba siendo un poco perverso sobre todo esto. Me gustaba su manera de escribir, y eso era todo. No debí de haber querido algo más que eso. Era codicioso de mi parte. Y era estúpido de mi parte, la última vez que intenté conocer a alguien me había traicionado. Mark tomó mi confianza y la hizo trizas. Solo porque ella había escrito un ensayo que me gustaba, no significaba que fuera diferente. Sabía por sus palabras, que ella y yo éramos similares, dos personas que intentaron todo por salvar a alguien. Intentaron. Ella todavía está intentando, pero mis esfuerzos quedaron en el pasado.
Es por eso que no pertenece a Lakecrest.
Su ensayo no dijo nada sobre el querer estar ahí por su propio bien. Todo era por su papá. Y mientras eso era noble, y de auto sacrificio, y un millón de cosas más, también era muy, muy estúpido. Increíblemente estúpido. Quizás porque yo hubiera dado todo para que Mark volviera a “mejorar”, pero no podía verla desperdiciar lo que quedaba de sus años de adolescencia tratando desesperadamente de curar a alguien que no podía. Él necesitaba ayuda profesional. Es el trabajo de un psiquiatra,
no de ella, ayudarle con su enfermedad. Poner toda esa presión en una sola persona que no está entrenada para eso, que no tiene años de estudio y práctica en su espalda,
está mal. Poner toda esa presión en una chica, está mal. ¿Y la peor parte? Ella lo está haciendo obstinadamente sola.
Ella tiene que ser expulsada. Tiene que hacerse. Tiene que dejar Lakecrest antes de que dañe su espíritu, su alma, y sus sueños, permanentemente. Y si tengo que ser el chico malo, entonces lo voy a ser.
No la conozco. No realmente. Pero su escritura me cantó. Alguien que escribía así tenía que ser igualmente elegante, sabia, y amable. Palabras así no vienen de la nada, esas provienen de la mente, y quería conocer la suya.
Nunca lo podría saber. Pero al menos lo que podría intentar era preservarlo.
Protegerlo. Protegerla.
Todo lo que me queda es el ensayo, y lo he leído una y otra vez y otra vez hasta que el sol se oculta y me duerma con sus palabras bailando detrás de mis párpados.


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Mensaje por Maria-D Vie 12 Jun - 5:59

scratch  Pero...¿por qué ese empeño en que no se gradúe en Lakecrest? ¿Cómo dice que es por su bien? ¿Acaso piensa que no lo va a intentar por otro lado?  scratch No entiendo nada.
   Si es un colegio de prestigio y se ha esforzado por conseguir una beca...¿cómo va a desistir? ¿Acaso piensa Wolf que, si fracasa, se dedicará a la escritura creativa?  Evil or Very Mad 
   Me parece que este chico es muuuy raro. Bueno, ya me lo parecía entregando tarjetas rojas a todo el que era malo o hacía algo mal.
   ¿Quién se cree que es? ¿El sherif del colegio? No es así como se hacen las cosas.  Evil or Very Mad 
    Esta familia está toda grillada. Empezando por el padre.
     Gracias por el capi.  king


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Mensaje por berny_girl Vie 12 Jun - 6:21

Capitulo 3

—Wolf y tú son un paquete —logré decir—. Así que voy a decir esto una sola vez; no quiero tener nada que ver contigo, o él, ni con el alto tampoco. O su padre rico. Solo déjenme en paz, y dejen de amenazarme con mi maldita beca...
En verdad Beatrix, puedes decir eso...cuando hasta ahora eres quien se la das de heroína sin tener como pelear contra los hermanos...

Todo es un intriga de saber por que están tan familiarizados en Beatrix, siendo que hace menos de 24 horas no eran nadie...

Extraño de todo eso.


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Mensaje por IsCris Vie 12 Jun - 8:20

Tal vez las intenciones de Wolf no sean malas; pero está tomando decisiones de la vida de otra personas, básicamente jugando a ser dios. Como el mismo leyó en el ensayo aunque la expulsen seguirá intentando por ayudar a su padre, así que Wolf no es quien para buscar expulsarla.

Fitz definitivamente sigue dolido con la muerte de su madre...


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Mensaje por yiniva Vie 12 Jun - 12:01

Beatrix

Esto les sorprenderá, papel y lápiz, pero nunca he estado en un verdadero restaurante de lujo en mi vida.
Lo más cercano que he estado fue en Cheesecake Factory en Seattle, a veces en un fin de semana. Salir a comer no era exactamente algo que papá haría, siempre sintió como si estuviera arruinándolo para el resto de nosotros, y se oprimía bastante rápido, así que dejamos de hacerlo. Definitivamente había olvidado cuál era el tenedor para la ensalada y cómo sentarme en una silla por más de diez minutos sin retorcerme a una posición más cómoda, y definitivamente, DEFINITIVAMANTE no tenía nada que ponerme. No es que usualmente me importara impresionar a las personas, es solo que el señor Blackthorn tenía el futuro de mi beca en sus manos. Al menos tenía que tratar y verme más inteligente y mayor de lo que realmente era.
Los vestidos no son mi estilo. Me gustan los suéteres, jeans y converse, y eso es todo. Francamente todo lo demás en el mundo de la moda podría tomar un salto volador en una cascada. Con pirañas en el fondo. Mamá trató de hacerme usar un vestido de verano con flores azules una vez. Apenas me quedaba, pero era todo lo que tenía y estaba desesperada por verme mucho más que una chica de dieciséis años, perteneciente a una familia americana cerniéndose al borde de la pobreza. A duras penas entré en el vestido y me puse un suéter encima, convencida que me veía como la maestra de jardín de infancia más tonta del mundo.
Afortunadamente, mamá no estaba en casa. Solo papá y únicamente papá. Mamá definitivamente notaría que algo estaba pasando cuando caminara hacia la sala usando el vestido de verano que odio. Pero papá no tenía idea, pegado a la televisión como había estado desde que había llegado a casa. Era uno de esos días para él.
—Hola, papá. —Besé su mejilla, su barba arañándome. Una vez me dijo que odiaba las barbas, pero afeitarse había caído a un segundo plano para él—. Voy a la tienda a conseguir algunas cosas para mamá. ¿Necesitas algo?
—¿Qué? —Papá despegó sus ojos vidriosos de la TV—. No, no, estaré bien.
—Está bien. Llevo mi teléfono conmigo. Llámame si piensas en algo.
Gruñó, y caminé de puntillas hacia la puerta principal cerrándola tras de mí. Únicamente cuando estuve en el interior del auto dejé salir un suspiro de alivio. Eso pudo haber ido mucho, pero mucho peor. Por un segundo agradecí el hecho que no tuviera energía para detenerme, o siquiera prestarme atención el tiempo suficiente para darse cuenta de lo que realmente estaba pasado. Pero eso era desagradable de mi parte, y lo sabía, así que sacudí ese pensamiento como un bicho malo. Por supuesto que no estaba agradecida. Desearía que me hubiera detenido. Desearía que hubiera notado siquiera la mínima parte de mí estos días.
Ensayé un discurso para el señor Blackthorn todo el camino a Ciao Bella. No podía verme demasiado desesperada, porque incluso una becaria de clase baja como yo tenía orgullo, pero no podía dejar que cada hueso que me tirara se desperdiciara. Tenía que aceptar, sin importar lo que quisiera que hiciera. En ese punto, hubiera hecho lo que fuera, menos contrabandear con drogas, para mantener mi beca. Mientras reflexionaba sobre la lista de potenciales cosas ilegales que aceptaría y no hacer, un golpe en mi ventana me sobresaltó. Un joven, vestido de blanco, me sonrió mientras bajaba la ventana.
—Hola, señorita. ¿Puedo ser su valet parking esta noche?
Miré por encima de su cabeza solo para ver el letrero de Ciao Bella mirándome fijamente. Había estado tan profundamente en mis pensamientos que ni siquiera había notado que había llegado. Me aclaré la garganta a toda prisa.
—Uh, solo lo estacionaré normalmente, gracias.
Estacioné y rodeé el restaurante, el cual parecía un gran trozo de cristal oscuro, brillante y suave e imposible de ver hacia adentro. Hermosas mesas iluminadas con velas esperaban fuera en el patio, aunque con la temperatura fría la mayoría de las personas estaban dentro. Una ráfaga de aire cálido con aroma a romero me dio la bienvenida cuando abrí la puerta, el crepitar de un fuego de leña real a lo largo de la pared mezclándose con la música baja del violín. Una anfitriona me saludó y pregunté por la mesa de Blackthorn. Me guio a través de hileras de mesas llenas de parejas con ropa de apariencia costosa, comiendo platos de pasta con langosta, y copas de espeso vino tinto, el tipo de vino para el que se lleva toda la botella a la mesa. Traté de no sudar o encontrar su mirada cuando echaron un vistazo hacia mí, pero definitivamente noté a una dama riéndose, detrás de su mano, de mis zapatos.
Peleé contra la vergüenza enrojeciendo mi rostro.                                                                        
La anfitriona finalmente se detuvo en un reservado en el fondo, donde estaba sentado el señor Blackthorn. Cada parte de él se veía como si perteneciera a El Padrino, con su flamante esmoquin y solitario trago de whiskey. Hizo un brindis hacia mí mientras me quitaba el abrigo y me sentaba frente a él.
—Aquí está, señorita Cruz. —Me sonrió—. ¿Hay algo que quisiera beber?
—Agua estaría bien, gracias.
—Vamos, un té helado sería mucho más sabroso. ¿Quizás una soda? Mis hijos prefieren el vino aquí, le aseguro, es bastante bueno.
Mordí mi labio, cortando mis palabras de “beber siendo menor de edad es ilegal” o algo igualmente juvenil.
—Solo agua.
—Muy bien. —Asintió, y la anfitriona desapareció silenciosamente y reapareció con un vaso para mí. Cuando el agua fue servida, se fue y el señor Blackthorn se aclaró la garganta.
—¿Este lugar es de tu agrado? Miré alrededor.
—Seguro. Es acogedor. Muchas personas bonitas. Incluso una de ellas se rió de mí. Bueno, estoy bastante segura que estaba riéndose. De lo contrario debió haberse estado ahogando con la pasta. Pero no hay ninguna ambulancia o gritos de horror, así que imagino que definitivamente soy la fuente de su diversión. Siempre feliz de ayudar a aligerar el humor.
El señor Blackthorn se veía impresionado.
—¿Riéndose de ti? ¿Quién? ¿Puedes señalarla para mí?
—Oh no, preferiría no causar problemas…
—Marie —dijo el señor Blackthorn. La anfitriona reapareció, aparentemente de la nada—. Escolta, amablemente, fuera del local a cualquiera de los huéspedes que se rieron de mi amiga.
La anfitriona sonrió.
—Por supuesto, señor Blackthorn.
Horrorizada, observé mientras caminaba hasta la mesa de la mujer y le decía algo. La mujer empezó a discutir, y su cita golpeó sus puños contra la mesa. Esto causó que dos hombres en camisas almidonadas y chaquetas, que no había visto antes, aparecieran, tan altos que bloquearon completamente la luz y enviaron grandes sombras sobre la mesa. Uno de los hombres dijo algo, luego señaló hacia nuestra mesa. La mujer y su cita nos vieron, y el señor Blackthorn sonrió y les dio un pequeño asentimiento. Los rostros de la pareja se pusieron pálidos, agarraron sus cosas y caminaron tan rápido como pudieron.
Cuando se fueron, el señor Blackthorn suspiró.
—Eso está mucho mejor.
—No tuve… —Tragué—. No tuve la intención de…                                                                
—No hizo nada malo, señorita Cruz. Fue completamente su culpa. Desprecio a las personas que no pueden mantener buenos modales en público. ¡Y reírse de mi propio invitado para cenar! Tanta arrogancia me quita el apetito. —Abrió el menú que estaba entre sus dedos y me lo entregó—. Debes estar hambrienta. Por favor, echa un vistazo. Recomiendo encarecidamente los espaguetis al pepperoni y la boloñesa tradicional.
Todavía sintiéndome mareada, mis ojos escanearon el menú y prácticamente se salieron. ¡Todo en el menú valía más de cuarenta dólares! Pasé desesperadamente a través de las ensaladas baratas, pero incluso esas eran unos buenos ¡treinta dólares! ¡Los vinos cien dólares la botella! Tragué pesadamente.
—Creo que estoy bien con el agua por ahora.
—Oh, por favor. Insisto. Yo invito. Sé lo mucho que pueden comer los estudiantes de secundaria, y la respuesta es “incesantemente”.
—En realidad, estoy bien. Comí antes de venir.
El señor Blackthorn me inmovilizó con una mirada. Era más parecida a la mirada inacusativa de Burn que la engreída de Wolf. Pero luego sonrió, tan rápido y brillante y de aspecto sincero. Era la misma manera que Fitz sonreía también.
—Necesitaremos mejorar sus habilidades para mentir, si vamos a trabajar juntos, señorita Cruz —dijo. Abrí mi boca para discutir, pero él se adelantó—.
¿Trabajar juntos en qué, se preguntará? Mis hijos, por supuesto.
El señor Blackthorn puso una servilleta en su regazo y tomó otro sorbo de whiskey. Estaba a punto de hacer otra pregunta, pero me contuve. Era un Blackthorn, me lo diría únicamente cuando estuviera bien y listo. La camarera vino a nuestra mesa, tomó su orden, y se fue, y ahí fue cuando el señor Blackthorn continuó.
—Como debe saber, mis hijos son bastante… privilegiados. Como padre me preocupa que ese privilegio pueda guiarlos a un camino de vicios sin sentido.
—No estoy segura de lo que está diciendo, señor Blackthorn —traté.
—Vamos. —Sonrió—. Ambos sabemos que Lakecrest está llenó de jóvenes adultos, la mayoría de ellos con acceso a la riqueza. La riqueza puede comprar todo tipo de cosas sórdidas, señorita Cruz. Ropa, autos, celulares… drogas.
Dijo la última palabra ligeramente, aunque acarreaba peso.
—¿Quiere que, uh, los espíe? —pregunté, repentinamente nerviosa.
—Espiar es una palabra tan cruda. —El señor Blackthorn suspiró—. Preferiría decir que te “harás amiga” de ellos. Después de todo, eres su “par”.
Bufé tan fuerte, a mitad de la bebida, que casi salpico agua por toda la mesa. Pareció muy impresionado. Con cuidado, guie una servilleta contra mi nariz hasta que estuve decente, y luego:
—Lo lamento. ¿En qué mundo, sus hijos y yo somos “pares”? “Pares” significa “iguales”, y definitivamente no voy por allí haciendo bullying a las personas y oliendo a Burberry mientras lo hago…
Me detuve, repentinamente consciente de mi diatriba. El señor Blackthorn únicamente tenía una sonrisa en su rostro.
—Seré franco con usted, señorita Cruz. Wolf me ha hecho una petición formal para que revoque su beca en Lakecrest.
El agua que casi se había ido por mi nariz bailó en mi estómago.
—¿Y va a hacerlo?
—Es la primera vez que se acerca personalmente a mí con una solicitud. —El señor Blackthorn negó—. Casi me sentí como su padre de nuevo. —Sus ojos se pusieron un poco empañados, y me quedé callada. Obviamente no estaban en los mejores términos el uno con el otro—. Claramente tiene fuertes sentimientos por usted, señorita Cruz.
—Sí, fuertes sentimientos de que me envíen directamente al infierno. Se rió.
—Eres tan directa. Me gusta eso. Esto es lo que propongo: usted, señorita Cruz, observará a mis hijos.
—Uh…
—Sé que no son las personas más públicas —dijo—. Pero sí frecuentan todas las numerosas fiestas que sus compañeros de clases dan los fines de semana mientras sus padres están ausentes. Y considerando que la mayoría de los padres de los estudiantes aquí tienen dos o más propiedades, frecuentemente están fuera. Me
reportarás lo que mis hijos hacen en esas fiestas. Eso incluye drogas, cualquier actividad sexual, o cualquier juego de apuesta.
—Pero…
—No me hago ilusiones de que te volverás su amiga —continuó—. Apenas son amigos entre ellos. Pero ya no hablan abiertamente conmigo. Sus preocupaciones, su dolor, sus alegrías… las esconden de mí. Ha sido de esa manera desde que su madre murió. Sinceramente, creo que todavía me culpan por su muerte.
La tristeza se movió sigilosamente en sus ojos, profundos, incoloros y oscuros, una tristeza que he visto algunas noches en los ojos de papá. Una tristeza que únicamente podría describir como desesperanza, en todo su fiero vacío. Sin embargo, el señor Blackthorn se recuperó y aclaró su garganta.
—Si pudiera escuchar siquiera un poco de sus preocupaciones y reportármelas, estaría infinitamente agradecido.
Me quedé callada, revolviendo mi agua con una cuchara.
—Quiere que sea su informante.
—Sí.
—¿Por cuánto tiempo?
—Me gustaría que fuera al menos durante dos meses.
—¿Y mantendrá mi beca intacta si lo hago durante dos meses?
—Sí, creo que será suficiente. Siempre y cuando continúe manteniendo sus calificaciones y presente su ensayo mensual.
—No sé si lo ha notado. —Hice un gesto hacia mi vestido—. Pero no soy exactamente una chica aceptable en las fiestas de los chicos populares de Lakecrest. Ni siquiera sé cómo, eh, ir de fiesta. Levanto las manos al aire o algo y tomo tragos de un mal vodka, ¿cierto?
Se rió.
—No se inquiete. Kristin Degal… ¿la conoce?
—Por-por supuesto —tartamudeé—. Ella es legendaria. La he admirado desde que entré. De último año, capitana del equipo de Voleibol universitario y presidenta del consejo estudiantil. Tiene el GPA más alto en la historia de Lakecrest, y tuvo una temprana aceptación en…
—… MIT el siguiente otoño —terminó por mí con un asentimiento—. Sí. Esa Kristin Degal. Ambiciosa y brillante como un botón. Escribí su carta de recomendación para MIT, ¿sabes? —lo dijo deliberadamente, como si debiera captar algo más profundo.
—Oh, entonces… —Luché—. Entonces, ¿ella… le horneará un pastel?
—Te ayudará a entrar a esas fiestas
—¿Kristin Degal irá a esas fiestas… por mí? —Agité mis manos alrededor como un idiota incoherente hasta que me di cuenta de algo—. Espere… ¿ella va a fiestas?
—Por supuesto. —Los ojos del señor Blackthorn brillaron maliciosamente como una copia exacta de los de Fitz. O, mejor dicho, Fitz era la copia. Este era el brillo original—. Una chica de alta demanda como esa tiene que relajarse de alguna manera. Está en deuda conmigo, y saldará esa deuda, justamente como usted lo hará.
Fruncí el ceño.
—Lo siento, no es como si no le creyera… pero ¿cómo sabré que mantendrá su palabra? Podría informarle y usted simplemente podría hacer lo contario al final de los dos meses y tirar mi beca al basurero, y yo no podría hacer nada al respecto.
—Es una propuesta bastante desequilibrada, ¿no es así? Arriesgada también.
Esa es la razón por la que tengo esto.
Sacó un grueso documento con letra pequeña, cláusulas y puntos que iban del A, B, C hasta la L. Un espacio para firmar dos nombres se ubicaba en la parte inferior, y sacó un bolígrafo de aspecto costoso de su bolsillo, le quitó la tapa y firmó uno de los espacios con floritura.
—Este es un documento que sella nuestro acuerdo. Hice que mis abogados lo redactaran, es legalmente vinculante por completo. Dice que, a cambio de informarme sobre mis hijos por un mínimo de sesenta días, mantendré tu beca intacta. Le pediré a nuestra camarera que sea nuestro testigo, ¿puedo? Y, por supuesto, conservarás este documento, ya que, si rompo nuestro acuerdo, serás capaz de proveer evidencia de mi palabra en una corte de justicia, como debería ser; así que elige.
Bajé mi incrédula mirada hacia el papel. Mi experiencia estaba en leer libros de textos psicológicos y tesis médicas, no contratos legalmente vinculantes. Pero si iba a seguir con esto, tenía que ser minuciosa. Había visto la manera en que fácilmente había pedido que escoltaran a dos personas fuera del restaurante solo por ofenderlo… ¿quién sabe qué ingeniosa artimaña podría esconder en un documento? Rastreé cada centímetro de las palabras, una y otra vez, hasta que pude encontrarle sentido. O, casi sentido. Para el momento que levanté mi mirada, el señor Blackthorn estaba comiendo su pasta elegantemente. Limpió su boca.
—¿Está satisfecha con la legalidad del contrato, señorita Cruz?
—Su-supongo.
—¿Supone? —Elevó una ceja.
—Lo estoy —corregí, sin querer verme inexperta o indecisa—. Esto está bien.
¿Tiene un bolígrafo?
Llamó a la camarera, y ella observó. Me entregó el bolígrafo. Se sentía demasiado grande y lujoso para mis dedos todavía cubiertos con restos de un mal trabajo de esmalte de uñas rojo. Doblé el papel dos veces y lo metí en mi bolsillo.
—Entonces. Exactamente ¿cómo funciona esto? El señor Blackthorn sonrió.
—Cada miércoles por la noche, nos reuniremos aquí y entonces me reportará sus descubrimientos.
—¿No podemos solo, no sé, hacerlo por Facebook? ¿Correo electrónico?
—Esos son… poco fiables —dijo delicadamente. Y entonces entendí.
—Oh, cierto, Fitz.
—Ciertamente Fitz —afirmó—. Es muy inteligente, e incluso más implacable que yo. Pero su manejo de las máquinas… lo obtuvo de su madre. Ella era una programadora, sabe.
Observé su rostro y cada vez que la mencionaba, sonreía con gentileza. Debió haberla amado realmente.
—Por supuesto, nunca haría nada de eso si Wolf no se lo pidiera —continuó con una sonrisa irónica—. Wolf es bueno manipulando a las personas. Obtuvo eso de mí.
—¿Y Burn? —pregunté.
—Burn es igual a su madre… suave, gentil, pero temeroso. Tan temeroso de perder a aquellos cercanos a él. Así que cuando ella murió, dejó de hablar tanto. Todos ellos lo manejaron de una manera diferente. Fitz se enterró a sí mismo en las computadoras. Y Wolf…
El señor Blackthorn observó fijamente el líquido dorado de su whiskey antes de suspirar, profunda y resignadamente.
—Quizás Wolf fue el más afectado por su muerte de todos nosotros.
Estuve callada, insegura de qué decir. El señor Blackthorn pareció notar el incómodo y pesado aire y aplaudió con sus manos.
—Ahora bien. Te daré el número de Kristin para que puedan enviarse mensajes de textos. ¿Hay algo más que necesite, señorita Cruz?
Fruncí el ceño.
—¿Algún consejo? Sobre, no sé, ¿los programas que ven? ¿Qué tipo de helado le gustan? ¿Algo? Más o menos les dije esta mañana que pelearía con ellos, así que definitivamente no van a convertirse en amigos míos, o incluso hablar conmigo, a menos que un milagro…
—Burn corre —dijo—. Cada mañana, a las cinco en punto, se levanta y corre a lo largo de la senda Diamondback. Sabes, por la…
—… Antigua Reserva Natural —terminé por él—. Sí. Mi papá me enseñó a andar en bicicleta allí arriba.
—Quizás no lo admita, pero disfruta de la compañía silenciosa. Fitz te atrapará de inmediato, a menos…
—¿A menos qué?
—Tendrías que mentir. —Suspiró—. Y como descubrimos previamente, no es muy buena haciendo eso.
—Puedo serlo —insistí—. Se lo juro que puedo hacerlo. Lo que se necesite, lo haré.
Se miraba sorprendido ante mi vehemencia.
—¿Quieres mucho esta beca, no es así?
—Sí, señor.
—Muy bien. Fitz verá a través de cualquier artimaña con la que vayas. A menos que, por supuesto, admitas ante él que es el estudiante más inteligente, y que nunca vas a estar a su nivel. No le gusta la adulación completa, pero tiene un punto débil cuando se trata de las personas que reconocen sus límites y quieren superarlos. Así que, pídele que sea tu tutor.
Me burlé.
—¿Señor Blackthorn, tiene idea de cuántas chicas hacen eso a diario?
—Pero tú serás delicada al respecto —presionó—. Lo alimentarás con pequeñas mentiras a la vez… falla algunas preguntas clave en una prueba…
—Pero mis calificaciones…
—Estoy seguro que una o dos no harán mucho daño. Recuerda, tenemos que hacerlo parecer convincente. Estoy seguro que siempre puedes pedir un crédito extra, la facultad ama ese tipo de cosas.
Gruñí, imaginando cuánto trabajo extra significaría eso. Pero podía hacerlo.
Tenía que hacerlo.
—Bien. ¿Qué hay sobre Wolf? —El señor Blackthorn estuvo callado e inmóvil, así que al principio pensé que no me había escuchado. Aclaré mi garganta—. Señor Blackth…
—Wolf no confía en nadie —dijo finalmente—. Ni siquiera en sí mismo. Nunca podrás hacerte su amiga. Sospechará sin importar lo que hagas, especialmente desde que ustedes dos han tenido problemas antes. Es egoísta, engreído, joven y arde con un odio contra el mundo. No tengo ningún consejo para ti.
—Genial. Bien. De todas maneras, no quería exactamente tratar.
—A menos…
—¿A menos qué?
El señor Blackthorn sonrió y negó.
—No, es tan insignificante…
Mi curiosidad corrió más fuerte que mi sentido común.
—Cualquier cosa ayuda.
—Su motocicleta es muy especial para él —dijo—. Es muy posesivo con ella… nunca ha dejado que nadie suba en ella, a parte de él. Si, tal vez, aprendieras algunas trivialidades sobre motocicletas…
Dejó de hablar. He visto a Wolf montar esa cosa ruidosa y de apariencia costosa todos los días, la pintura negra y azul acentuado, tan brillante y aerodinámica que parece una avispa. Cada mañana se quita su casco, y cada mañana su cabello luce de alguna manera mejor con la cabeza de casco. Me exasperaba.
—¿Es especial para él? —Entrecerré mis ojos. El señor Blackthorn asintió.
—Era de su madre.
Silbé.
—¿Una programadora y una motociclista? Debió ser una dama impresionante.
—Lo era —concordó.
—Es… —Tragué pesadamente—. ¿Es cierto que no le gusta tocar a las personas?
—Ahora ¿dónde escuchaste eso?
—Burn me lo dijo.
Asintió con una pequeña exhalación.
—Sí.
—¿Siempre…?
—No. Empezó cuando su madre murió.
Me quedé callada. También leí sobre ese tipo de cosas en mis libros de psicología; fobias que se manifiestan a causa de un trauma. El señor Blackthorn forzó una sonrisa.
—No debería ser un factor para intentar hacerte amiga de él, nunca deja que nadie lo toque, sin importar quién sea. Ni siquiera yo. —Echó un vistazo a su reloj—
. Oh, vea la hora. Debería ir a casa antes que oscurezca. Conserva el documento contigo y te veré el próximo miércoles aquí, a la misma hora.
Me levanté y me puse de nuevo mi suéter. Justamente cuando me estaba alejando, el señor Blackthorn me llamó.
—Oh, y ¿Beatrix?                                                                                                                          
Me giré. Su sonrisa esta vez era casi una sonrisa maligna, exasperante en su serena y perfecta arrogancia. Una sonrisa maligna que he visto a Wolf usar algunas veces.
—Recuerda, este es nuestro secreto. Mis hijos no deben saberlo.
—Seguro. —Giré en mis talones y me fui con solo el más leve rastro de una sensación incómoda en mi estómago.


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Mensaje por Maria-D Vie 12 Jun - 14:16

Evil or Very Mad   Menudo chantajista el querido Sr. Blacksthorn...
   ¿No os parece una tarea demasiado ardua para una becada? Sus estudios y sus notas deben ser lo primero.
   Además, si quiere saber de sus hijos ¿no es más fácil contratar a un detective privado?  Rolling Eyes 
   ¿O está tramando alguna otra cosa?  scratch 
   Ay, ayay...pobre Beatrix.
   Gracias por el capi.  sunny


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Mensaje por IsCris Vie 12 Jun - 22:26

A mi no me convence nada de esto, ese señor me parece muy sospechoso


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IsCris
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Mensaje por berny_girl Sáb 13 Jun - 3:37

Capítulo 4
No esperaba parte de Wolf en esta historia, pero eso lo hace mucho más entretenido…


Estos chicos no tienen una vida tan fabulosa que cree Beatrix, llevan mucha carga encima y por lo que se nota, ninguno ha superado la pérdida de su mama…


Me tiene muy intrigada lo de Eric, por lo que se entiende el chico no es tan encantador ni inocente como lo plantearon en la primera parte…


Que tanto esconde el colegio? Porque Wolf es el protector del recinto? Y cuál es el afán de querer sacar a Beatrix de ahí? Siendo que ella quien dejado claro en el ensayo que lo necesita más de lo que en verdad le gustaría estar… muchas interrogante.


Capítulo 5
Ese acuerdo personalmente lo encuentro muy arriesgado… creo que ella lograra su objetivo, el padre podrá ayudar de alguna forma, pero todo terminara mal, como lo indica en el inicio… jugará con la confianza de los chicos y siendo que son tan frágil, terminara destrozando más de uno.


Lastima que su necesidad por ayudar a su padre... terminara de la mejor o pero forma. 


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Mensaje por yiniva Sáb 13 Jun - 11:40

6


En caso que no lo hayan notado aún, papel y lápiz, hacer amigos es extremadamente fácil para mí. Tengo muchos amigos. Hordas de ellos. Gengis Khan estaría celoso por lo grande que es mi horda de amigos.
Esa es la razón por la que nunca como en la cafetería sola. Es por eso que la gente siempre pelea por ser mi compañero durante los proyectos en pareja en clase.
Soy la única razón por la cual el maestro de educación física tiene que dividir a los equipos de quemados por su cuenta, porque todos quieren estar en mi equipo.
Mi teléfono de mierda, literalmente, nunca deja de zumbar con gente que me envía mensajes de texto de cuánto me quieren.
Bien, está bien. Me atraparon. Tenía —tengo— cero amigos en Lakecrest.
No había tenido un verdadero amigo desde la escuela secundaria. Perdí a la mayoría de mis amigos en mi vieja escuela, cuando, en primer año, decidí que quería ir a Lakeview. Sin embargo, lo entiendo totalmente, porque saqué a mis viejos amigos hasta que dejaron de mandarme mensajes de texto, y luego dejaron de comer conmigo en el almuerzo o me preguntaron qué pasaba. No lo hice a propósito, lo juro, simplemente no tuve tiempo para pasar el rato con ellos cuando mamá necesitaba que llegara temprano a casa para papá, o que limpiara la casa cuando él no podía, o que preparara la cena para él cuando no tenía la energía. Y por encima de todo eso, tenía que estudiar, así que conservar amistades o cualquier tipo de vida social se volvió imposible con bastante rapidez. Así que sí, los traté injustamente. Pensé que era la manera más agradable, la forma más fácil de conseguir que dejaran de perder su tiempo conmigo.
Además, ¿qué podría haberles dicho? “¿Mi papá tiene depresión y necesito estar en casa?”. Nunca lo entenderían. Tenían mamás y papás que funcionaban sin desequilibrios químicos cerebrales. Habían tratado de obligarme a salir con ellos, y créanme, yo quería. Por un tiempo, realmente quería volver a ser normal, o lo que fuera normal para mí antes de la enfermedad de papá. Lo deseaba más que nada. Pero sabía que salir con ellos era solo una solución breve, un escape rápido a la no realidad. Las pijamadas, las películas y las cafeterías no significaban nada. No lograrían nada. La realidad era que papá estaba enfermo. Y lo único que me ayudaría, a largo plazo, era mi educación. Podría ayudar. Podría convertirme en alguien que realmente, verdaderamente podría ayudarlo, no como hija, sino como persona.
Traté de no pensar en la frecuencia con la que los libros de mi escritorio, que había revisado de la biblioteca, me decían que la depresión a veces, a menudo, nunca desaparecía para siempre. Que siempre permanecía, justo debajo de la superficie.
Aparté mis ojos de ese fragmento. No tenía tiempo para leer ahora mismo. Necesitaba ponerme al día con mi tarea, pasar el rato con el señor Blackthorn me retrasó un par de horas. Si terminaba lo suficientemente rápido, podía volver a leer, así que calenté un poco de té y encendí mi laptop. Golpearon mi puerta y mamá asomó la cabeza. No tenía idea de que me había ido, ella regresó de salir con sus compañeras enfermeras, una hora después que yo.
—Oye, cariño. ¿Por qué no estás en la cama? Es casi la una.
—Lo sé, solo tengo que terminar este trabajo. Mamá me miró muy severamente.
—Diez minutos.
—Treinta —insistí—. Y luego prometo que iré directamente a la cama.
—Sabes, podrías haber ido a una escuela secundaria normal. Una que no te diera tanta tarea.
—¡Oye, vamos! Me conoces, el desafío es divertido. Y desafiante. Pero mayormente divertido.
Mamá se rió entre dientes.
—Siempre trataste de escalar lo más alto que pudiste en los mostradores de la cocina. O la TV. O la estantería fina de porcelana. Cualquier cosa que pareciera peligrosa. —Se acercó y me besó en la parte superior de la cabeza—. Duerme bien.
—Igualmente.
Cuando se va, dejo dos respuestas equivocadas en mi tarea. Mi mano tiembla mientras lo hago, y tengo que reprimir mi deseo de corregir, pero lo hago. Antes de irme a la cama, pongo mis viejas y destartaladas zapatillas de gimnasia junto a mi cama. Pongo mi alarma a la inhumana hora de las cuatro y media de la mañana. Y, por último, pero no menos importante, busco en la pantalla de mi pequeño teléfono “diferentes tipos de motocicletas y cómo reconocerlas”.
Me volteé hacia el lado frío de mi almohada, ahogando mis pensamientos con los Blackthorn. La fobia de Wolf comenzó cuando su madre murió. Si perdiera a papá, ¿cómo lidiaría con ello? No lo haría. Me destrozaría total y completamente.
Una gran semilla de compasión, más de la que me gustaría admitir, brotó en mi corazón por él, pero la anulé. Él todavía quería que me expulsaran de su escuela. Todavía era un imbécil.
Todavía era Wolfgang Blackthorn, y nunca seríamos más que enemigos mortales.

***

No soy una persona madrugadora. Esto es evidente en la forma en que:
A.  No puedo abrir los ojos completamente sin la ayuda del café, y
B.   Despierto todas las mañanas con el cabello como un nido de demonios de Tasmania.
Me obligué a caminar de puntillas hasta la cocina y poner en marcha la cafetera con el menor pitido posible, tanto mamá como papá necesitaban dormir. Preparé exitosamente una taza de café con solo dos dedos de los pies golpeados y una maniobra con el armario frontal. Teniendo en cuenta la poca luz que entraba por el apagado cielo del amanecer, decidí llamarlo una victoria.
—¿Pueden callarse? —siseé ante una pandilla de alegres pájaros que cantaban locamente en el camino de entrada. Busqué a tientas mis llaves tratando de subir al auto y los pájaros se hicieron más ruidosos, y por una fracción de segundo, juro por Dios que se estaban riendo de mí.
Mirando mi vieja camiseta de ejercicio y pantalón corto de gimnasia, casi comencé a reírme también. ¿Desde cuándo me ejercitaba? Claro, hacía algunos estiramientos si me dolía la espalda, cuando estaba en la computadora, pero aparte de eso, era una tortuga. Fue un milagro no haber aumentado de peso, pero mamá siempre decía que tenía que agradecer a papá por eso. Es cierto: el hombre tiene un metabolismo como un tigre hambriento. Incluso si eso significaba, cuando ya no comía tanto, que adelgazó.
Demasiado delgado.
Negué. Ahora no era el momento. Papá estaba bien. Esta noche vendría a casa y le haría algo que realmente le gustara. Pero por ahora necesitaba toda mi presencia mental para poder manejar con dos sorbos de café y sin dormir.
Llegué al sendero Diamondback en una sola pieza. Por supuesto, el estacionamiento estaba vacío, porque ¿qué loco viene aquí al amanecer para hacer algo saludable como ejercitarse? Yo no. Pero Burn Blackthorn definitivamente lo hacía, a juzgar por el brillante descapotable rojo que estaba allí. ¿Qué pasaba con los ricos y su obsesión por los vehículos de motor? ¿Por qué los pulían y lavaban y detallaban tan minuciosamente? ¿Los autos crearon sus vidas o algo así? ¿Les traían comida en pleno invierno cuando estaban hambrientos? ¿Los autos realmente eran
útiles más allá de ir de un lugar a otro y simplemente no lo sabía? Tal vez usó su auto para salvar a los huérfanos, o algo así. O tal vez solo sea una tontería que nunca
entenderé.
Estiré mis pantorrillas un poco en la entrada del camino, por un lado, para calmar mis nervios, y por el otro, para no lastimarme hasta la muerte corriendo como nunca lo hice. Burn definitivamente estaba aquí. Y definitivamente tenía que conocerlo, si quería que mi beca quedara intacta. Era ahora o nunca.
—Harley Davidson —murmuré mientras comenzaba el camino—. Bugatti. Suzuki. Yamaha. También hay una marca italiana, ¿no es así? ¿O es Bugatti? ¿Eres Bugatti una Bugatti? —Me reí de mi propio chiste y me sentí un poco mejor.
El humor se apagó rápidamente. Solo llevaba medio kilómetro más o menos en el camino y ya estaba respirando con dificultad. Las agujas de pino olían muy bien, pero el aire fresco me picaba la piel, congelando mis pulmones durante el camino de descenso. Y mientras mi nariz goteaba con el frío, el resto de mi cuerpo estaba ardiendo, mis músculos me suplicaban que parara.
—Oh no. No hay piedad para ti —dije mientras me inclinaba para mirar mis tobillos—. Hoy no.
—¿Estás... hablando con tus pies?
Me sobresalté ante la voz baja, girándome para encontrarme cara a cara con Burn. Llevaba pantalón de chándal y una sudadera con capucha, su cabello rizado estaba empapado de sudor y tenía las mejillas encendidas. Me miró como si fuera una especie totalmente alienígena.
—¡Mierda! —jadeé aún más fuerte—. ¡Me asustaste! ¡Otra vez! ¿Es eso como un talento tuyo? ¿Asustar a la gente? Porque deberías considerar hacer dinero con eso. Eres muy bueno en ello. No es que necesites dinero. O asustar a la gente. Preferiría menos de eso, francamente.
—Yo también —dijo lentamente—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿No es obvio? —Asumí una postura de confianza incluso cuando mis piernas me estaban matando—. Estoy trotando.
—No haces esto a menudo —dijo Burn, un hecho, no una pregunta. Me sentí un poco molesta, pero luego me di cuenta que tenía razón, y era obvio por la forma en que estaba resoplando y bufando.
—Sí, bueno. Todos debemos comenzar a pensar en nuestros viejos cuerpos algún día —le dije—. Quiero que el mío se vea bien en una tumba, muchas gracias.
Negó, lo cual tomé como una señal positiva. Al menos no estaba huyendo.
Todavía.
—Entonces, eh. —Miré detrás de él, hacia el sendero brumoso—. ¿Alguien más?
¿Aquí fuera? ¿Contigo? ¿En esta mañana?
Burn se limpió el rostro con su sudadera.
—No te preocupes, Wolf odia las mañanas.
—No estaba preocupada por él —respondí—. Solo estaba…
—Debería volver a mi rutina —me interrumpió Burn.
—Oh… correcto. Puedo… ¿Puedo ir contigo?
Parecía confundido de nuevo, y cuanto más lo veía, más me recordaba a un cachorro perdido. No parecía tan intimidante, a como estaba acostumbrada en la escuela. Por otra parte, nunca había estudiado su rostro demasiado, estaba demasiado asustada por su altura para realmente mirarlo por mucho tiempo.
—Simplemente no conozco este camino —dije rápidamente. Su boca se arrugó levemente, pero finalmente asintió.
—Está bien. Pero no reduciré la velocidad por ti.
—Claro. De todos modos, no quería que lo hicieras. Me gusta correr rápido.
Me dio lo que pensé era una mirada de “claro”, antes de girar y comenzar a buen ritmo. Seguí con él durante tres minutos antes de tener que retroceder. Dios, era rápido. Y para hacerlo completamente injusto, también era elegante, como un guepardo corriendo junto a mi paso de alce borracho y tambaleante. El sendero era una rotonda bastante simple, así que simplemente lo seguí, aferrándome a la punzada que sentía en mi costado y refunfuñando por las huellas en la tierra que indudablemente pertenecían al hermano Blackthorn más rápido.
—Las cosas… que hago… —resoplé—. Para permanecer en esta… estúpida escuela.
Al llegar a la cima de una colina, vi una figura apoyada en una roca, esperando. Por mí. Era Burn, su pecho aún estaba un poco agitado, aunque sus ojos parecían opuestos a cansados, incluso vigorizados.
—Has llegado a la mitad del camino —dijo. Me desplomé sobre las agujas de pino, demasiado cansada para jugar a ser orgullosa.
—¿M-mitad? —gruñí, congelándome en un bulto sobre el suelo del bosque—.
¿Quién inventó esta cosa de correr y cómo puedo meterle la cabeza por el culo?
Burn no me agració con una respuesta, prefiriendo beber agua de una botella.
Por alguna razón, un fantasma de emoción cruzó su rostro. No pude identificarlo.
—¿Estás... bien? —le pregunté.
El fantasma de la emoción de Burn se convirtió en una mueca en toda regla.
—No preguntes eso.
—¿Qué?
—¿Estás bien? —repitió, luego se burló—. Es una trivialidad sin sentido. Y estoy harto de esas.
—Solo estoy siendo…
—Cortés. Lo sé. Pero piensa: ¿a cuántas personas le has contado realmente tus verdaderos sentimientos si te preguntan eso?
Me quedé callada. Él negó.
—Todos decimos que estamos “bien”. Automáticamente. Como si no estuviera bien no estar bien. Es por eso que lo odio. Porque es una mentira. Todo ello. Incluso si te refieres bien, nadie te dirá cómo se sienten realmente. Entonces no tiene sentido preguntar.
—Te lo diré —le ofrecí—. Pregúntame ahora.
—No.
—¡Vamos!
Se quedó en silencio, y luego:
—¿Estás bien?
—¡No! —grité al aire, al máximo de mis pulmones—. ¡Me siento como una mierda!
Bajé la mirada, solo para ver su cara ligeramente divertida. O tal vez lo estaba imaginando. Sí. Probablemente eso. Definitivamente eso, Bernard Wolfgang no es del tipo para sentirse entretenido.
Nos quedamos sentados allí por un rato, yo recuperando el aliento y él mirando la vista. Señaló el horizonte.
—Ahí —dijo.
Con un gran esfuerzo, me senté, mirando la impresionante vista que alcanzó su punto máximo con la luz de la mañana. El punto medio estaba en un mirador, los dos prácticamente tambaleándonos en el borde de un acantilado que colgaba sobre la ciudad propiamente dicha. Podías ver todo desde aquí arriba; todos los pequeños autos, todos los aviones, todas las nubes entrantes y los puntos claros en el cielo. Mi casa se veía tan pequeña desde allí arriba; Lakecrest parecía prácticamente insignificante. Y por ese breve momento, lo fueron. Mirando el horizonte y lo hermoso que era el amanecer, mi cerebro estaba limpio. Las preocupaciones permanecieron dentro de mi casa y mi escuela se evaporó, hasta que solo quedó la belleza de la vista.
—Ahora lo entiendo —lo dije con la boca seca y los pulmones agitados—. Creo… que finalmente entiendo por qué un tipo inventó toda esta cosa de correr.
Esperaba el silencio de Burn, y lo entendía. Después de una plácida media hora más o menos de una cabeza vacía, la mano masiva de Burn en mi hombro me sacó de allí.
—Tenemos que irnos. La escuela comienza pronto.
Me levanté, mis piernas en forma semi-trabajadora de nuevo.
—Escuela. Correcto.
Toda la ligereza desapareció cuando Burn y yo caminamos por el camino de regreso al estacionamiento. Aparentemente, no quería correr la otra mitad del camino, al menos no hoy. Al ver mi auto, me tambaleé con lágrimas en mis ojos, abrazando el techo.
—¡Nunca he sido tan feliz de ver un trozo de metal en mi vida! —canté.
El sonido de un auto deteniéndose detrás de mí me asustó. Era Burn, con la ventana abierta esta vez.
—Va a doler —dijo.
—¿Qué cosa? —pregunté.                                                                                                            
—Todo —aclaró—. Todo dolerá. Coloca cubos de hielo en bolsas y colócala sobre tu cuerpo si puedes.
—No puedes decirme qué hacer, señor Juegos Olímpicos.
Niega otra vez, sube su ventana, y se va sin otra palabra. Me quedo en el polvo de su tubo de escape durante unos segundos, reflexionando sobre las siete mil millones de opciones en mi vida, pero, sobre todo, solo aquella en la que traté de impresionarlo y terminó por impresionarme.

***

Si crees que soy mala en los deportes y muevo mi cuerpo de una manera más rápida que un alcance ligero de papas fritas, solo espera hasta que hayas visto mi rutina en la escuela con cuatro horas de sueño. Es una obra de arte. Una comedia- tragedia digna del propio Shakespeare. Gran énfasis en la tragedia.
No tuve clases con Fitz hasta el final del día, pero realmente no tenía ganas de adular a Wolf. De alguna manera, se sentía sucio, como si estuviera corrompiéndome en uno de esos zombis estúpidos que se desmayaban o fruncían el ceño cada vez que él pasaba. Di lo que quieras sobre Wolf, el tipo sabía cómo impresionar a donde quiera que fuera. Fans, enemigos, aparentemente no le importaba, siempre y cuando le prestaran atención.
Que es exactamente por lo que decidí darle una suma total de ninguna atención. En el momento en que vi su rostro arrogante y enojado caminando por el patio en la mañana, hice un giro de ciento ochenta grados. No había forma en el infierno de que estuviera lista para dejar pistas sobre saber de motocicletas o alguna mierda sobre él. Dios sabe si eso funcionaría. Él era más inteligente que eso. Tenía que serlo.
Opté por la siguiente mejor opción: el señor Francis, el maestro de taller de carrocería.
Taller  de  carrocería  y  carpintería  eran  impartidos  por  el   señor  Francis. Básicamente,  si  necesitabas  una  herramienta  enorme  y  peligrosa  que  pudiera atravesar  tu  fémur  en  1.7  segundos,  llamabas  al  señor  Francis.  O,  para  ser  más exactos,  entrabas  en  su  salón  de  clases  a  primera  hora  de  la  mañana  y  exigías respuestas. Cortésmente.
—¡Señor Francis! —lo intenté. Se suponía que las puertas del taller permanecerían cerradas todo el tiempo, entonces ¿por qué estaban abiertas así?
Vi la razón un segundo demasiado tarde: la hermosa motocicleta de Wolf estaba en el garaje, la pintura azul marino resplandecía al sol. El señor Francis estaba inclinado sobre ella, caminando en un lento vals como si la inspeccionara por problemas. Y he aquí, el rey de la basura caliente estaba allí también, y en lugar de su habitual mirada de “odio mi vida”, tenía una leve expresión de interés.
—¿Qué piensa que es? —Oí que Wolf preguntaba.
—Mmm. No estoy seguro —gruñó el señor Francis. No me habían visto todavía. Si solo hiciera una copia de seguridad—. Estoy pensando que son los inyectores de combustible, pero me llevará al menos un día, más si tengo que pedir una pieza para reemplazarla.
Wolf me vio por el rabillo del ojo, y se me cayó el estómago. Atrapada. Me fulminó con su mirada de rayos de ballesta.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Entonces, ¿qué? ¿No te enseñan a leer en el jardín de infancia de una escuela privada? —Señalo el letrero que claramente dice Clase de Mecánica sobre la puerta.
—Puedo leer palabras muy bien —respondió Wolf—. Son los rostros de idiotas como tú los que tengo problemas para procesar.
—Bien, lee esto. —Señalé mis labios, aferrándome a mi temperamento por un hilo desnudo de agotamiento de mi carrera el día de hoy—. Ve. A. Tomar. Un. Chapuzón. En. Un. Lago. Con. Pirañas.
—Ah —nos interrumpió la voz del señor Francis, demasiado sincronizada para ser cualquier cosa menos estratégica—. Debes ser la estudiante becada. Bienvenida.
¿Has cambiado de opinión y has decidido comprar una tienda de autos, de madera o algo por el estilo?
—Uh. —Mis ojos buscaron desesperadamente algo, cualquier cosa. Cualquier excusa para que Wolf no supiera que estaba aquí por… argh… por él. Advirtieron la única parte de una motocicleta que reconocí, por estudiar anoche: el escape—. Tu escape está torcido.
El señor Francis se volvió para inspeccionarlo, pero Wolf se burló y se sacudió el largo flequillo de la cara. El movimiento era tan exasperantemente atractivo que olvidé quién era por un segundo. Y luego lo recordé. Y me tapé la boca.
—El hecho de que pienses que sabes algo sobre lo que estamos haciendo aquí es divertidísimo —dijo Wolf.
—Oh —dijo el señor Francis en voz baja. Se enderezó y me sonrió—. Tenías razón, Beatrix. El escape estaba un poco suelto y golpeaba el molde, de ahí venía el sonido.
—¡Ja, ja! —Señalé acusatoriamente a Wolf. Él ni siquiera parpadeó.
—Tuviste suerte
—Suerte o no, ¿debería calentar tus propias palabras en el microondas para que puedas digerirlas mejor, alteza? Después de todo, tienes que comer un montón de ellas.
—Estaré bien, gracias —contestó sarcásticamente y luego se volvió hacia el señor Francis—. Guárdala aquí por mí, ¿lo harías, Carl? Vendré a recogerla después de la escuela. O cuando esta mocosa decida irse.
—¡Oye! ¡Esta mocosa resolvió los problemas con tu motocicleta! —protesté. Wolf pasó como un rayo junto a mí, con los ojos centelleantes de irritación, trazando una gran franja de tierra ardiente alrededor. Pasó debajo de la puerta del garaje y se había ido antes que pudiera tirarle un último insulto de puñalada por la espalda.
—Lo siento —dijo el señor Francis—. Los Blackthorn pueden ser un poco…
—¿Malvados?
—Estaba pensando más en la línea de… excéntricos —corrige—. De todos modos, ¿necesitabas algo de mí?
—Uh, sí, en realidad. ¿Cree que tenga un último lugar en su clase de mecánica?
—¿En cuál?
—Cualquiera en la que esté Wolf.
El señor Francis reflexionó sobre esto.
—Quieres ponerlo en evidencia tan desesperadamente, ¿eh?
—Llámelo un deseo personal. Una compulsión, el deber de un genio. Un geass1, por así decirlo.
—Bueno, no puedo simplemente dejarte entrar, es una clase avanzada.
Procedí a contarle todo lo que aprendí, casi textualmente, de la revista de motocicletas que leí anoche. ¿Mencioné que sé cómo ponerme a trabajar y estudiar cuando quiero? Señales manuales, tapas de motores, cambios de aceite. Le dije todo. Cuando terminé, el señor Francis parecía más que un poco alborotado.
1  El Geass o mejor llamado Poder del Rey (王の力 Ō no Chikara?) es el poder especial de la serie Code Geass y Code Geass R2. Al inicio de la serie se tienen pocas referencias de estas habilidades especiales transmitidas por contacto visual en su mayoría, pero en la segunda temporada comienza a tomar cierta importancia.



—Entonces, está bien. Parece que te subestimé, Beatrix. Estás dentro.
Considera tu sexto período el mío.
Hice una pequeña señal de victoria con el puño.
—¡Sí! ¡Gracias, señor Francis! ¡No se arrepentirá! ¡A menos que lo arruine horriblemente y nos mate a todos con ácido de batería! Pero eso es simplemente una hipótesis salvaje, usted sabe.
—Claro. —Me miró—. ¿No tienes otra clase a la que llegar?
Salí del taller sintiéndome considerablemente mejor. Logré invadir con éxito uno de los espacios de Wolf Blackthorn al rodearlo, en lugar de atravesarlo. Ahora, si pudiera mantener esa tendencia por el resto de la eternidad o hasta que él decida dejar de ser un imbécil conmigo, lo que ocurra primero, aunque ninguno de los dos fuera primero porque “la eternidad” y “odiarme” eran las mismas cosas para él, eso sería genial. Wolf podría odiarme más por lo que he hecho, pero en este punto me odia simplemente por respirar, entonces, correré el riesgo.
Si Burn era el objetivo difícil y Wolf el objetivo imposible, entonces Fitz era el objetivo fácil. Pasó la mayor parte de la última clase del día durmiendo como siempre: su cabeza rubia sobre su escritorio y sus brazos como almohada. El señor Blackthorn subestimó la apatía de Fitz; estaba bastante segura de que algunas respuestas equivocadas, y yo pidiéndole que me enseñara, no sería suficiente. Tenía que hacerlo convincente. Tenía que dar un paso más. La clase de historia del señor Brant era mi favorita, y el señor Brant era mi favorito: seco, ingenioso, pero serio. Y ahora tenía que decepcionarlo.
Levanté la mano para ofrecer una respuesta.
—Elizabeth I —dije con orgullo. El señor Brant frunció el ceño.
—Lo siento, Beatrix, pero esa no es la respuesta que estoy buscando. De hecho, eso es dos siglos demasiado tarde. Ni siquiera estaba cerca de este período de tiempo.
Un puñado de vergüenza comenzó a arder en mi estómago, mis mejillas se calentaron. Una cosa era no prestar atención como el otro día, ¿pero dar una mala respuesta? Las respuestas incorrectas no eran lo mío, y toda la clase se volvió para mirarme. Lo sabían. Susurros recorrieron la habitación. Risa. Fitz levantó la cabeza del escritorio para mirarme, sus ojos no estaban ni un poco soñolientos. El desconcierto persistió en ellos, y atrapé su mirada solo por un momento antes de mirar hacia otro lado.
El señor Brant finalmente cambió el tema, pero el daño ya estaba hecho. El daño falso. O eso pensé, hasta que el señor Brant me pidió que me quedara después de clase. Fitz fue el último en irse, y sus pasos fueron tan lentos y deliberados que podría jurar que lo estaba haciendo a propósito.
El señor Brant esperó hasta que todos se hubieron filtrado antes de volverse hacia mí.
—¿Cómo va todo contigo, Beatrix? —preguntó. Me miré los pies, incapaz de mirarlo a los ojos.
—Bien.
—Pareces distraída últimamente. ¿Hay algo que no entiendas de la materia?
Puedo ayudar a aclararlo...
—No es eso —espeté—. Es solo que estoy… cansada. Eso es todo. Me miró, sin juzgar ni sospechar.
—Está bien. Espero que descanses pronto. Necesitamos tu brillante cerebro en esta clase; de lo contrario, ¿quién responderá todas mis preguntas? Estaría hablando con una habitación silenciosa.
Me reí un poco y me despedí de él. Tenía la corazonada de que Fitz me estaba esperando fuera de la habitación, así que cuando dijeron mi nombre, estuve preparada para eso. Efectivamente, Fitz me alcanzó en el pasillo.
—Aquí estás, becada.
—Creí haberte dicho que te mantuvieras lejos —gruñí. No podía volverme amigable con él de repente, no después de mi arrebato la otra mañana. Si lo hiciera, sospecharía. Es inteligente, pero no cauteloso como Wolf.
Sonrió.
—Digamos que no puedo resistirme a una historia triste. No has estado concentrada. Estás fallando. Y me parece irresistiblemente trágico.
—Puedo cuidar de mí misma, gracias —resoplé.
—Oh, sé que puedes cuidarte. Pero ¿cómo vas a encontrar tiempo para eso cuando estás demasiado ocupada cuidando de todos los demás? Esa es mi pregunta.
—¿Qué?
—Oh, vamos, no te hagas la tonta. Eric. Y luego ese enorme estudiante de primer año con esteroides explosivos. Los defendiste a ambos. Ingenuamente, por supuesto. Pero aun así lo hiciste. Te pusiste justo en medio del conflicto con Wolf por ellos. Eres valiente o estúpida. O ambos.
—¿Esteroides? —susurré. Fitz me miró como si fuera una niña pequeña aprendiendo los colores por primera vez.
—Dah. ¿Por qué crees que Wolf le dio una tarjeta roja? Wolf quiere que se detenga. El chico está en su equipo de natación. Los esteroides pueden destruir tu cuerpo. Wolf lo sabe. Ese estudiante de primer año no. Sigue apareciendo con la esperanza de impresionar a su padre cabeza hueca, o algunas tonterías.
Sentí que se me cortaba la respiración.
—¿Es por eso que Wolf lo hostigaba? Fitz se rió de nuevo.
—Así es cómo funciona. Haz algo estúpido, tajante o ilegal en esta escuela, y Wolf te amenaza para que te detengas. Y si no lo haces, te vas. Tan simple como eso.
—¿Y Eric? ¿Qué hizo?
—Lo atraparon tratando de poner drogas de violación en la bebida de una chica durante una fiesta en casa hace un mes.
—Espera, ¿cómo lo sabe Wolf?
—Todos lo saben. —Bostezó Fitz—. Wolf solo se toma el tiempo para asegurarse de que sea verdad. Pregunta por ahí, hace su investigación. Y cuando tiene pruebas, cuando está seguro, emite una tarjeta roja. Eso es lo que significa. “Tenemos sucios secretos sobre ti que podrían arruinar tu vida aquí en Lakecrest, así que será mejor que te detengas”.
De repente me sentí enferma. Eric, el tipo que defendí primero, el chico tímido y asustado. ¿Había intentado salir y ponerle droga de violación a la bebida de alguien? ¿Y lo defendí?
Me temblaban las piernas, así que busqué un banco cercano y puse mi cabeza en mis manos. Escuché a Fitz sentarse conmigo. Levanté mi cabeza rápidamente y lo miré.
—No me estás engañando, ¿verdad? ¿Para hacer que Wolf se vea bien o algo así? ¿Esto es realmente cierto?
Fitz hizo una seña de Boy Scout.
—Por lo que queda de mi honor mancillado, becada, es verdad. Si no me crees, puedes preguntarle a cualquiera en esta escuela.
—Nadie en esta escuela me habla. Excepto tú. Y Burn. A veces, Wolf me lanza un destello más desagradable que la parte trasera del inodoro, y eso es emocionante.
—Sí, él hace eso.
—Entonces Mark Gerund. —Tragué saliva—. ¿Él fue un caso similar? Fitz se encogió de hombros.
—No. Eso fue más… personal. Para Wolf, de todos modos.
—Pero Wolf lo expulsó. Tu padre lo echó…
—Oh, no. —Se rió—. Créeme, Mark se fue por su cuenta. Es el simple hecho de haber tenido una pelea con Wolf, el día anterior a su abandono, lo que hace que la gente piense que Wolf tuvo algo que ver con eso.
—Entonces, ¿por qué? ¿Por qué Wolf está tratando de echarme, ahora? Los ojos verdes de Fitz brillaron con algo parecido a la diversión.
—Probablemente por las mismas razones por las que luchó contra Mark, imagino.
—¿Qué? Eso no tiene ningún sentido.
—Escucha. —Fitz se inclinó hacia adelante—. Estás apestando en historia de repente. Eso es lo que quería preguntar. Se supone que eres inteligente, la más inteligente en este infierno además de mí. ¿Qué pasa?
—Yo… —En medio de todas las revelaciones que Fitz me estaba lanzando sobre Wolf y sus tarjetas rojas, luché por recordar para qué estaba haciendo todo esto realmente. Fitz tenía que ser uno de los hermanos más fáciles de conocer. Tenía que caerle bien—. Las cosas no están bien en casa —dije, no mintiendo del todo, realmente—. Y apesta, y no me puedo concentrar últimamente y estoy empezando a quedarme atrás en clase, y no tengo notas. —Mi voz se fue apagando—. No importa. Es estúpido quejarse de esto.
El rostro de Fitz se iluminó.
—No es estúpido. Solo significa que apestas. Más de lo normal. Le fruncí el ceño y él se rió.
—Por ahora —aclaró—. Estás atravesando un período de apestar. No te preocupes. Nosotros, los seres más inteligentes, podemos ayudar con eso.
—Como si quisiera tu ayuda —espeté, ahora definitivamente irritada con él.
—En serio —insistió—. Si necesitas ayuda para ponerte al día, puedo hacerlo.
—¿Por qué ayudarme? No hice nada más que enfadarme contigo y gritarle a Wolf. —El recuerdo de defender a Eric se me vino encima y gimoteé—. Dios. ¿Por qué nadie me detuvo?
—Wolf lo intentó —presionó Fitz—. Con esa tarjeta roja. Pero lo ignoraste, por supuesto. Eres buena en eso de que la ignorancia es una bendición, ¿eh?
—Jódete tú también.
Fitz pasó rápidamente por el insulto, apartando un mechón de su cabello rubio como si estuviera en la alfombra roja de Hollywood.
—Puedo ser tu tutor. Contrariamente a la creencia popular, en realidad soy bastante bueno en todo lo relacionado con la escuela. Cuando quiero serlo. Cuando no me pone a dormir para siempre.
—¿Y qué obtienes de eso? —pregunto—. No puedo darte dinero, o…
—Discúlpate —dijo rápidamente.
—¿Qué?
—Ve a disculparte con Wolf. Ahora mismo. Está en la práctica de natación, en el edificio de la piscina.
—¡No tengo nada por lo que disculparme! —protesté—. Él es quien le tira café a la gente, él es quien amenazó con quitarme la beca.
Suspiró.
—Bien. Tienes razón. Sus métodos son extremos. Pero siempre tiene una razón para ello. Tirar café a alguien no es tan dañino como la mierda que el estudiante de primer año le está haciendo a su cuerpo con los esteroides, o lo que Eric intentó hacerle a esa chica.
—¿Y hacer que me echen de la escuela? —pregunté—. ¿Cómo justificas eso? Fitz se queda en silencio por una vez, sin chistes en sus labios.
—Tendrás que preguntárselo tú misma. Como, ahora mismo. Está a solo unos minutos de distancia.
—¿Estás seguro? —presioné—. ¿Estás absolutamente seguro que tiene una buena razón para hacerlo? Eso es estúpido. Es una fe ciega. Lo está haciendo porque me odia.
—Entonces demuéstrame que estoy equivocado. Ve a preguntarle.
—¡Bien! —Levanté mis manos—. Iré.
Harta de él, camino por el campus hacia el edificio de la piscina. Fitz no me sigue. El olor a cloro y el sonido de las salpicaduras de agua y los chicos que gritan saludan mis oídos. Cuando entro en la piscina, me doy cuenta de lo grande que es este error. Fitz me incitó a esto: si no juego bien, Wolf será aún más difícil de ponerse de mi lado, si eso es posible.
El equipo de natación da vueltas de lado a lado, una corpulenta mujer con brazos gruesos y una voz fuerte les grita que se muevan más rápido mientras merodeaba por el borde de la piscina con un cronómetro.
—¿Crees que eso te llevará a los estatales, Bergman? —gritó—. Déjame ver ese movimiento de brazos, círculos grandes. ¿Es esa tu idea de grande? ¡Muévete!
Me encogí en la pared embaldosada, esperando que no me viera. Estaba a punto de salir corriendo hacia la puerta cuando su voz gritó:
—¡Oye! ¡Tú ahí! ¿Quién eres?
Me estremecí y me volví. La gente en la piscina había dejado de nadar, todos los chicos me miraban. Wolf estaba en el carril del medio, flotando en agua, con el cabello empapado, pero sin hacer nada para ocultar su mirada sobre mí. Mierda. Ahora me odia y piensa que probablemente lo estoy acechando. Lo cual es verdad. Un poco. En la nómina de su padre. Despacio. Desde lejos.
—Debo… ¿haber tomado la puerta equivocada? —Le ofrecí en voz baja—. Lo siento.
Me miró de reojo y luego hizo sonar su silbato.
—Muy bien, cinco minutos, muchachos, y luego volvemos a la mariposa que todos conocen y aman. Beban algo, recuperen esos electrolitos.
Vi a los chicos salir de la piscina y supe que esta era mi oportunidad de irme.
Lo arruiné. Dios santo, me equivoqué tanto al dejar que Fitz me afectara
—No me das la impresión de ser del tipo que le gusta el agua. O nada, realmente.
Mi mano se congeló en la manija de la puerta y me volví, encontrándome cara a cara con Wolf. Se secó con una toalla mientras me miraba, frotándola a través de su oscuro cabello mientras el desdén le amargaba el rostro.
—¿Cómo haces eso? —siseé—. ¿Acercarte sigilosamente a la gente de esa forma? Burn lo hace también. ¿Es hereditario, o son ninjas de formación clásica, o…?
De repente me empuja un billete de veinte dólares ligeramente húmedo.
—Por tu ayuda no deseada. Con la reparación de mi motocicleta. Fue una cosa tan extraña que me quedé muda por un segundo.
—Oh, espera. Lo entiendo. Esto está lleno de ántrax y has tomado el antídoto durante toda tu vida y así es como muero, herida por la caridad de mi enemigo mortal.
Sus ojos verdes se entrecerraron, como los del zorro.
—No es caridad. Arreglaste la motocicleta, por lo estúpidamente afortunada que fuiste con ella.
—¿Por qué me estás dando esto? —me burlé. Cometí el error de bajar la mirada, a la piel expuesta de su vientre aterciopelado, cada línea de músculo esbelto se movía bajo su respiración. Estúpida, Bee. No dejes que te hipnotice como a todas las chicas de esta maldita escuela—. El señor Francis es quien realmente va a arreglarla.
—El señor Francis no tiene solo un padre que trabaja —respondió bruscamente—. Solo toma el dinero.
La ira se acumuló debajo de mis mejillas.
—¿Crees que sabes todo sobre mi vida? No necesito tus estúpidos veinte, ¿de acuerdo? Mi mamá está bien, estoy bien, mi papá está bien, todos estamos bien,
¿bueno? Puede que no estemos nadando, pero sabemos cómo ahorrar y ser inteligentes con nuestro dinero. No lo desperdiciamos en cosas como autos o restaurantes costosos o chicas al azar por las que sentimos lástima.
Mis gritos hicieron que los otros chicos del equipo nos miraran, murmurando el  uno  al  otro.  Incluso  la  entrenadora  me  miró  con  el  ceño  fruncido.  Me  sentía caliente y con comezón, como en la multitud esa mañana. Haría cualquier cosa por no estar allí en ese mismo segundo. Si pudiera teletransportarme a la cima de una montaña, o a un prado sereno, o al infierno, incluso el estacionamiento del 7-11 cerca de mi casa, algo, cualquier cosa. En cualquier lugar lejos de su momento y los ojos de Wolf atados con fuego. Parecía casi… conmocionado, la habitual irritación en sus cejas como halcones relajándose. Mis ojos se posaron en sus anchos hombros, su clavícula afilada, su prominente mandíbula. Esta era la forma de él, de un tipo que nunca podría entender mi situación. Ni en un millón de años. Pero fingió hacerlo, como si le ganara puntos por ser un “buen tipo”. Estaba harta de él. Estaba harta de que todos me dijeran que, secretamente, era un buen tipo. No lo era. Nunca lo sería. No para mí, de todos modos.
Una parte distraída y estúpida de mí volvió a mirar su piel aceitunada. Era una pena, esa parte, que no podía soportar ser tocado por otra persona. Tenía un cuerpo hermoso. ¿Realmente tenía una fobia? ¿Alguien tan aparentemente controlado como él? ¿Cómo podría tener una fobia, cuando el primer día que interactuamos se acercó tanto que pude olerlo? ¿Fue una mentira? ¿Estaba el señor Blackthorn simplemente agregando una capa extra de precaución alrededor de su hijo?
Repentinamente, mis dedos estaban a unos centímetros de la mejilla de Wolf, con la punta de ellos sintiendo el calor que salía de su piel. Quería terminar el movimiento, tocarlo, pero la lógica me gritó. ¿Qué demonios estaba haciendo?
¿Cómo diablos llegaron mis dedos allí? Retiré mi mano y Wolf se apartó de mí al mismo tiempo. ¿Qué mierda estaba haciendo?
—Lo siento. Tengo que irme —gruñí las palabras en un revoltijo y corrí hacia la puerta. El olor a aire fresco volvió todas mis palabras, y acciones dentro del edificio de la piscina, a la cruda realidad. ¡Mierda, mierda, mierda! ¿Qué había hecho? Actuaba como un completo bicho raro: no hay forma de que pueda mirarlo a los ojos otra vez, ¿verdad? Esto era todo, tenía que mudarme a China, Japón, Malasia; tan lejos de los chicos Blackthorn y esta estúpida escuela como pudiera. Todos en ese edificio me vieron alcanzarlo, me vio, me vi y no puedo sacarme la imagen de la cabeza. La repito una y otra vez, como un carrete de película espantosamente embarazoso.
Mi camino de regreso a casa es una mancha de terror y asco de nudillos blancos. Medio me muevo para controlar a papá, asegurándome de que ha comido, tomado sus pastillas, asegurándome que la cena comience, asegurándome que mi tarea esté al día, asegurándome de que nunca, nunca, miro en la dirección de Wolf Blackthorn de nuevo en lo que me resta de vida.


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