Únete a un Staff
Últimos temas
Lectura Junio 2018
+10
citlalic_mm
Guadalupe Zapata
beth
yiany
carolbarr
mariateresa
Evani
yiniva
marilorem
Maga
14 participantes
Book Queen :: Biblioteca :: Lecturas
Página 5 de 5.
Página 5 de 5. • 1, 2, 3, 4, 5
Re: Lectura Junio 2018
Mmmmm quién será el que paso la información, yo pienso que es lógico que sospechen de Jackson, no sé por que se hace el ofendido.
Gracias Berny
Gracias Berny
yiniva- Mensajes : 4916
Fecha de inscripción : 26/04/2017
Edad : 33
Re: Lectura Junio 2018
Capítulo 19 - 20:
Duerman un poco 5 años separados pero hay que tener fuerza jajaja, no se por que pero estos jueguitos me recuerdan a otro libro…
Quien filtro la información? Jackson es sospechoso pero para mi es Trent por que no le han dado el proyecto a el y despues de todo Syl ya desconfía de Jackson.
Duerman un poco 5 años separados pero hay que tener fuerza jajaja, no se por que pero estos jueguitos me recuerdan a otro libro…
Quien filtro la información? Jackson es sospechoso pero para mi es Trent por que no le han dado el proyecto a el y despues de todo Syl ya desconfía de Jackson.
citlalic_mm- Mensajes : 978
Fecha de inscripción : 04/10/2016
Edad : 41
Re: Lectura Junio 2018
Capítulo 21
«Ahora mismo, Sylvia, necesito que te vayas.»
Esas palabras me hieren en lo más hondo. Son mis palabras, las que yo le dije hace tantos años. Y durante más de una hora no me las puedo quitar de la cabeza mientras me ducho y me retoco el maquillaje en el vestuario de mujeres.
Cuando ya no puedo seguir escudándome en eso para esconderme, subo a la planta veintisiete, me siento a mi mesa e intento avanzar un poco con el resort, esperando que mantenerme ocupada y concentrada me impida pensar en Jackson.
Sin embargo, teniendo en cuenta que mi proyecto de hoy es lidiar con la Administración Federal de Aviación por el pequeño helipuerto, mi estado de ánimo no ha mejorado mucho cuando dejo de trabajar y bajo a pie al bufete de Bender, Twain & McGuire, donde Cass ha quedado con Ollie para hablar sobre su franquicia.
He venido a este bufete montones de veces con Damien, de modo que no me sorprende cuando Cyndee, la recepcionista, me hace pasar directamente a la pequeña sala de reuniones. Las persianas están bajadas, y me siento culpable en cuanto reparo en que he llegado con cinco minutos de retraso y la reunión ha comenzado sin mí.
Llamo a la puerta, entro y me quedo sin habla cuando veo a Jackson sentado junto a Cass.
Ollie, al otro lado de la mesa, alza la vista.
—Sylvia, acabamos de empezar. Coge una galleta.
Me señala la familiar bandeja de galletas danesas. Es lo que más gusta de las reuniones a las que asisto en este bufete. El picoteo aquí es una pasada.
Cojo una de avena con pasas y me siento al lado de Cass para tenerla de parapeto entre Jackson y yo. Sé que él me está observando, pero no vuelvo la cabeza. No puedo estar segura de no desmoronarme si lo miro. Y Cass se juega mucho para que yo permita que mis problemas personales me confundan o le fastidien la reunión.
Pese a sus nervios y miedos, las preguntas que Cass plantea a Ollie son inteligentes. Ollie también me deja impresionada. Nunca he trabajado codo con codo con él, pero sé que pasó un tiempo en el departamento de Litigios y temía que no estuviera al día de los pormenores de crear una franquicia.
No obstante, es un experto y no solo describe a Cass todas las gestiones que tiene que realizar para ponerse en marcha sino que también es tremendamente paciente con sus preguntas y no recurre a la jerga legal.
Jackson tampoco está aquí de adorno e interviene varias veces para aclarar lo que Ollie ha dicho o pedirle más explicaciones. Es de tanta ayuda que, a pesar de que sigo con los nervios crispados, agradezco que haya venido.
—Te he dado mucho en que pensar —dice Ollie al final de la reunión—. Tus deberes son reflexionar acerca de cómo captar inversores. Eso disminuirá de manera sustancial tu riesgo, pero también tu participación. Todo se reduce a riesgo y rentabilidad. Y control —añade—. Ahora mismo tú eres la única cara de Totally Tatto y ya llevas tiempo siéndolo. Plantéate si estás dispuesta a renunciar a eso.
—Lo haré —promete Cass.
Nos despedimos y nos dirigimos al vestíbulo mientras Ollie echa a andar en el sentido contrario, camino de su despacho.
—Muchísimas gracias por venir, chicos —dice Cass mientras me abraza. Se vuelve hacia Jackson y le da otro abrazo—. Eres tan increíble como afirma Syl.
—¿Ah, sí? —declara él mirándome por encima de su cabeza.
Me muerdo el labio al darme cuenta de que esta es la primera vez que se ven. Y también de que no he tenido tiempo de informar a Cass de nuestro último drama.
—A Zee le ha sabido fatal que no pudiéramos vernos justo después del trabajo, así que voy a intentar alcanzarla para ir a tomar algo. ¿Queréis venir?
Niego con la cabeza.
—Tengo una clase de fotografía con Wyatt. Y antes necesito ir corriendo a casa para cambiarme de ropa y coger la cámara.
He pensado en anular la clase cuando Nikki me ha dejado un mensaje de voz muy ilusionada porque Damien ya le ha dicho que se la lleva a Nueva York esta noche. Pero lo cierto es que últimamente no he pasado suficiente tiempo detrás de la cámara. Y ahora mismo la he cagado tanto que la idea de olvidarme de todo y concentrarme solo en la forma, la luz y la composición me resulta muy atractiva.
—Pásatelo bien —me desea Cass. Señala el ascensor—. ¿Bajáis?
Me dispongo a decir que sí, pero Jackson me toca el codo.
—Baja tú —responde—. Quiero hablar con Sylvia un momento.
Cass sonríe.
—Pues claro. —Señala la recepción con la cabeza, donde Cyndee está atendiendo una llamada—. Pero sed discretos.
Nos guiña el ojo y se aleja camino de los ascensores.
—Gracias —digo cuando Cass ya no está—. Ha sido un detalle que vinieras.
—Te dije que lo haría.
—Sí. —Cambio el peso al otro pie porque detesto sentirme tan incómoda con él—. Pensaba que no vendrías.
—Deberías tener más fe en mí —arguye, y sé que no se refiere a Cass.
Quizá tenga razón. Quizá debería hacerlo. Pero no digo nada de eso en voz alta. Solo me encojo de hombros y me repito.
—En fin, me alegra que hayas venido. Significa mucho para ella.
—Y para ti.
—Sí. Y para mí.
Me mira un momento, tan fijamente que parece que esté memorizando mi rostro.
—Tú ya lo sabes, Sylvia. No te cuestiones.
Le rehúyo la mirada. No me gusta cómo me hieren sus palabras, cómo despiertan todos mis miedos.
Pero, ante todo, temo haberla cagado. Y haber vuelto a perderlo.
El miércoles vuelvo a estar en recepción, y el día es tan frenético entre la ausencia de Damien y los diversos fuegos que tengo que apagar que apenas me da tiempo en pensar en Jackson.
Agradezco esta pequeña bendición.
Agradezco incluso más no verlo en todo el día. No obstante, cuando se hacen las siete y el edificio empieza a vaciarse me descubro pensando cada vez más en él. Es absurdo, porque no estoy preparada para volver a verlo. No sé qué quiero decirle ni de qué manera.
Pero eso no cambia el hecho de que ansío verlo, y saber que no ha subido a verme, que no ansía verme también, me fastidia más de lo que me gusta reconocer.
Así pues, aunque vuelvo a sentirme como si fuera una colegiala, llamo a seguridad y pregunto a Joe si Jackson está en el edificio.
—No, señora… señorita Brooks. Hoy no ha venido.
Cuando cuelgo el teléfono me siento tonta. Porque la verdad es que podría haberme ido a casa hace una hora y, en vez de eso, he estado haciendo tiempo con la esperanza de ver a Jackson, y él ni tan siquiera ha venido.
Estoy hecha un lío y lo sé. Camino de casa en el coche llamo a Cass, que parece tan agobiada como yo.
—¿Qué pasa?
Patético, quizá, pero me alegra descubrir que no soy la única que ha tenido una mierda de día.
—Nada. Solo estoy muerta de miedo por el asunto de la franquicia. Zee cree que es un error.
—¿Por qué?
—No lo sé. —Cass parece agotada y exasperada—. Dice que es una obligación demasiado grande. Que me ocupará demasiado tiempo. Dice que ya lo está haciendo, porque me he pasado casi todo el día leyendo toda la información que Ollie me dio, y hasta más. Encima, está cabreada porque ayer apenas nos vimos.
Frunzo el entrecejo.
—Quiere estar contigo —arguyo, esperando tener razón—. Acabáis de empezar, así que está celosa de todas las personas que te roban tiempo. Eso incluye tu trabajo.
—Supongo. Oye, tengo un dolor de cabeza mortal, y hoy cerramos tarde y no tengo un minuto libre. Voy a tomarme un ibuprofeno y prepararme para mi próximo cliente. Eh —añade, de pasada— ¿por qué me has llamado? ¿Estás bien?
—Genial —miento, y dejo que cuelgue.
Me digo que debería creerme mis palabras y, al entrar en el piso, las repito como un mantra. «Soy genial. Soy increíble. Me va de perlas.»
El mantra no me hace demasiado efecto, de modo que decido seguir el ejemplo de Cass y automedicarme.
No obstante, mi droga favorita no es el ibuprofeno, sino una buena ración de helado de vainilla con Kahlúa y tantos capítulos de Friends como sea capaz de soportar.
Sé que me he quedado dormida cuando Ross sale de la pantalla y se convierte en Bob.
—No eres real —digo—. Ya no. No eres más que un sueño.
—Soy de lo más real, y los dos lo sabemos. —Da un paso hacia mí con la cámara, enfocándome la cara—. ¿Qué creías? ¿Que él te salvaría? Te ha puteado igual que hice yo.
Niego con la cabeza.
—No.
—Él no puede ayudarte. Pero yo puedo darte lo que quieres. Los dos sabemos que te gustaba.
—No.
Alarga la mano y noto sus dedos fríos cuando me los pasa por la piel. Intenta agarrarme por la muñeca, pero me suelto y echo a correr por pasillos oscuros, entre rascacielos en construcción y por largas vigas de acero suspendidas en el cielo.
—Él no puede salvarte. Ni tan siquiera tú puedes salvarte.
Se está acercando, pero no debo dejar que me atrape. Miro alrededor, histérica, sin saber qué busco pero consciente de que tengo que encontrarlo.
Y entonces lo veo.
¡Jackson!
Está en el suelo, al menos treinta pisos más abajo.
Extiende los brazos.
—¡Salta, Sylvia! ¡Salta y yo te cogeré!
Al volverme veo que Bob está más cerca.
—Nadie puede cogerte —dice—. Vas a estrellarte contra el suelo y arder en llamas.
—¡Maldita sea, Sylvia, confía en mí!
Oigo la voz de Jackson con mucha claridad pese a la distancia que nos separa.
Y, aunque me da miedo saltar, aunque estoy a punto de lanzarme al abismo sin contar con nada más que sus brazos para salvarme, salto al vacío y me precipito por el tormentoso cielo azul hacia el hombre que aguarda en el suelo para salvarme.
Esas palabras me hieren en lo más hondo. Son mis palabras, las que yo le dije hace tantos años. Y durante más de una hora no me las puedo quitar de la cabeza mientras me ducho y me retoco el maquillaje en el vestuario de mujeres.
Cuando ya no puedo seguir escudándome en eso para esconderme, subo a la planta veintisiete, me siento a mi mesa e intento avanzar un poco con el resort, esperando que mantenerme ocupada y concentrada me impida pensar en Jackson.
Sin embargo, teniendo en cuenta que mi proyecto de hoy es lidiar con la Administración Federal de Aviación por el pequeño helipuerto, mi estado de ánimo no ha mejorado mucho cuando dejo de trabajar y bajo a pie al bufete de Bender, Twain & McGuire, donde Cass ha quedado con Ollie para hablar sobre su franquicia.
He venido a este bufete montones de veces con Damien, de modo que no me sorprende cuando Cyndee, la recepcionista, me hace pasar directamente a la pequeña sala de reuniones. Las persianas están bajadas, y me siento culpable en cuanto reparo en que he llegado con cinco minutos de retraso y la reunión ha comenzado sin mí.
Llamo a la puerta, entro y me quedo sin habla cuando veo a Jackson sentado junto a Cass.
Ollie, al otro lado de la mesa, alza la vista.
—Sylvia, acabamos de empezar. Coge una galleta.
Me señala la familiar bandeja de galletas danesas. Es lo que más gusta de las reuniones a las que asisto en este bufete. El picoteo aquí es una pasada.
Cojo una de avena con pasas y me siento al lado de Cass para tenerla de parapeto entre Jackson y yo. Sé que él me está observando, pero no vuelvo la cabeza. No puedo estar segura de no desmoronarme si lo miro. Y Cass se juega mucho para que yo permita que mis problemas personales me confundan o le fastidien la reunión.
Pese a sus nervios y miedos, las preguntas que Cass plantea a Ollie son inteligentes. Ollie también me deja impresionada. Nunca he trabajado codo con codo con él, pero sé que pasó un tiempo en el departamento de Litigios y temía que no estuviera al día de los pormenores de crear una franquicia.
No obstante, es un experto y no solo describe a Cass todas las gestiones que tiene que realizar para ponerse en marcha sino que también es tremendamente paciente con sus preguntas y no recurre a la jerga legal.
Jackson tampoco está aquí de adorno e interviene varias veces para aclarar lo que Ollie ha dicho o pedirle más explicaciones. Es de tanta ayuda que, a pesar de que sigo con los nervios crispados, agradezco que haya venido.
—Te he dado mucho en que pensar —dice Ollie al final de la reunión—. Tus deberes son reflexionar acerca de cómo captar inversores. Eso disminuirá de manera sustancial tu riesgo, pero también tu participación. Todo se reduce a riesgo y rentabilidad. Y control —añade—. Ahora mismo tú eres la única cara de Totally Tatto y ya llevas tiempo siéndolo. Plantéate si estás dispuesta a renunciar a eso.
—Lo haré —promete Cass.
Nos despedimos y nos dirigimos al vestíbulo mientras Ollie echa a andar en el sentido contrario, camino de su despacho.
—Muchísimas gracias por venir, chicos —dice Cass mientras me abraza. Se vuelve hacia Jackson y le da otro abrazo—. Eres tan increíble como afirma Syl.
—¿Ah, sí? —declara él mirándome por encima de su cabeza.
Me muerdo el labio al darme cuenta de que esta es la primera vez que se ven. Y también de que no he tenido tiempo de informar a Cass de nuestro último drama.
—A Zee le ha sabido fatal que no pudiéramos vernos justo después del trabajo, así que voy a intentar alcanzarla para ir a tomar algo. ¿Queréis venir?
Niego con la cabeza.
—Tengo una clase de fotografía con Wyatt. Y antes necesito ir corriendo a casa para cambiarme de ropa y coger la cámara.
He pensado en anular la clase cuando Nikki me ha dejado un mensaje de voz muy ilusionada porque Damien ya le ha dicho que se la lleva a Nueva York esta noche. Pero lo cierto es que últimamente no he pasado suficiente tiempo detrás de la cámara. Y ahora mismo la he cagado tanto que la idea de olvidarme de todo y concentrarme solo en la forma, la luz y la composición me resulta muy atractiva.
—Pásatelo bien —me desea Cass. Señala el ascensor—. ¿Bajáis?
Me dispongo a decir que sí, pero Jackson me toca el codo.
—Baja tú —responde—. Quiero hablar con Sylvia un momento.
Cass sonríe.
—Pues claro. —Señala la recepción con la cabeza, donde Cyndee está atendiendo una llamada—. Pero sed discretos.
Nos guiña el ojo y se aleja camino de los ascensores.
—Gracias —digo cuando Cass ya no está—. Ha sido un detalle que vinieras.
—Te dije que lo haría.
—Sí. —Cambio el peso al otro pie porque detesto sentirme tan incómoda con él—. Pensaba que no vendrías.
—Deberías tener más fe en mí —arguye, y sé que no se refiere a Cass.
Quizá tenga razón. Quizá debería hacerlo. Pero no digo nada de eso en voz alta. Solo me encojo de hombros y me repito.
—En fin, me alegra que hayas venido. Significa mucho para ella.
—Y para ti.
—Sí. Y para mí.
Me mira un momento, tan fijamente que parece que esté memorizando mi rostro.
—Tú ya lo sabes, Sylvia. No te cuestiones.
Le rehúyo la mirada. No me gusta cómo me hieren sus palabras, cómo despiertan todos mis miedos.
Pero, ante todo, temo haberla cagado. Y haber vuelto a perderlo.
El miércoles vuelvo a estar en recepción, y el día es tan frenético entre la ausencia de Damien y los diversos fuegos que tengo que apagar que apenas me da tiempo en pensar en Jackson.
Agradezco esta pequeña bendición.
Agradezco incluso más no verlo en todo el día. No obstante, cuando se hacen las siete y el edificio empieza a vaciarse me descubro pensando cada vez más en él. Es absurdo, porque no estoy preparada para volver a verlo. No sé qué quiero decirle ni de qué manera.
Pero eso no cambia el hecho de que ansío verlo, y saber que no ha subido a verme, que no ansía verme también, me fastidia más de lo que me gusta reconocer.
Así pues, aunque vuelvo a sentirme como si fuera una colegiala, llamo a seguridad y pregunto a Joe si Jackson está en el edificio.
—No, señora… señorita Brooks. Hoy no ha venido.
Cuando cuelgo el teléfono me siento tonta. Porque la verdad es que podría haberme ido a casa hace una hora y, en vez de eso, he estado haciendo tiempo con la esperanza de ver a Jackson, y él ni tan siquiera ha venido.
Estoy hecha un lío y lo sé. Camino de casa en el coche llamo a Cass, que parece tan agobiada como yo.
—¿Qué pasa?
Patético, quizá, pero me alegra descubrir que no soy la única que ha tenido una mierda de día.
—Nada. Solo estoy muerta de miedo por el asunto de la franquicia. Zee cree que es un error.
—¿Por qué?
—No lo sé. —Cass parece agotada y exasperada—. Dice que es una obligación demasiado grande. Que me ocupará demasiado tiempo. Dice que ya lo está haciendo, porque me he pasado casi todo el día leyendo toda la información que Ollie me dio, y hasta más. Encima, está cabreada porque ayer apenas nos vimos.
Frunzo el entrecejo.
—Quiere estar contigo —arguyo, esperando tener razón—. Acabáis de empezar, así que está celosa de todas las personas que te roban tiempo. Eso incluye tu trabajo.
—Supongo. Oye, tengo un dolor de cabeza mortal, y hoy cerramos tarde y no tengo un minuto libre. Voy a tomarme un ibuprofeno y prepararme para mi próximo cliente. Eh —añade, de pasada— ¿por qué me has llamado? ¿Estás bien?
—Genial —miento, y dejo que cuelgue.
Me digo que debería creerme mis palabras y, al entrar en el piso, las repito como un mantra. «Soy genial. Soy increíble. Me va de perlas.»
El mantra no me hace demasiado efecto, de modo que decido seguir el ejemplo de Cass y automedicarme.
No obstante, mi droga favorita no es el ibuprofeno, sino una buena ración de helado de vainilla con Kahlúa y tantos capítulos de Friends como sea capaz de soportar.
Sé que me he quedado dormida cuando Ross sale de la pantalla y se convierte en Bob.
—No eres real —digo—. Ya no. No eres más que un sueño.
—Soy de lo más real, y los dos lo sabemos. —Da un paso hacia mí con la cámara, enfocándome la cara—. ¿Qué creías? ¿Que él te salvaría? Te ha puteado igual que hice yo.
Niego con la cabeza.
—No.
—Él no puede ayudarte. Pero yo puedo darte lo que quieres. Los dos sabemos que te gustaba.
—No.
Alarga la mano y noto sus dedos fríos cuando me los pasa por la piel. Intenta agarrarme por la muñeca, pero me suelto y echo a correr por pasillos oscuros, entre rascacielos en construcción y por largas vigas de acero suspendidas en el cielo.
—Él no puede salvarte. Ni tan siquiera tú puedes salvarte.
Se está acercando, pero no debo dejar que me atrape. Miro alrededor, histérica, sin saber qué busco pero consciente de que tengo que encontrarlo.
Y entonces lo veo.
¡Jackson!
Está en el suelo, al menos treinta pisos más abajo.
Extiende los brazos.
—¡Salta, Sylvia! ¡Salta y yo te cogeré!
Al volverme veo que Bob está más cerca.
—Nadie puede cogerte —dice—. Vas a estrellarte contra el suelo y arder en llamas.
—¡Maldita sea, Sylvia, confía en mí!
Oigo la voz de Jackson con mucha claridad pese a la distancia que nos separa.
Y, aunque me da miedo saltar, aunque estoy a punto de lanzarme al abismo sin contar con nada más que sus brazos para salvarme, salto al vacío y me precipito por el tormentoso cielo azul hacia el hombre que aguarda en el suelo para salvarme.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura Junio 2018
Capítulo 22
He pedido a Rachel que me sustituya este jueves por la tarde porque no aguantaba más en la oficina. Porque necesitaba decirle a Jackson que lo siento y porque sabía exactamente cómo iba a hacerlo.
Pero ahora que estoy en el puerto deportivo lo único que he hecho en estos últimos veinte minutos es quedarme en el muelle mirando el Verónica.
Jackson está dentro, no me cabe ninguna duda. Al llegar he visto su sombra cruzando el estudio. Pero, aunque he venido por él, no acabo de atreverme a subir a bordo. Me da miedo que me eche; no creo que pudiera soportarlo.
«No. No lo hará. Es tu caballero. Es quien va a salvarte.»
Asiento, envalentonada por mis pensamientos. Agarro con más fuerza el bolso que llevo al hombro y subo a bordo.
Nada está cerrado con llave. Ni la portezuela de acceso ni ninguna otra.
No es muy prudente que digamos, pero no puedo negar que me lo ha puesto fácil.
Primero voy a su estudio, pero como no está bajo al camarote.
Oigo el agua de la ducha y vacilo delante de la puerta del baño, tentada de acompañarlo. Después miro la cama y decido que tengo un plan mejor.
Al menos, lo es si no me echa. Pero corro ese riesgo en ambos casos, así que lo mejor es que no me preocupe de eso.
Dejo el bolso en el suelo y saco lo que he traído. De camino aquí me he detenido un momento para hacer unas compras. Coloco todos los artículos sobre la cama, pero al instante me muerdo el labio porque temo haberme pasado un poco.
Aunque, si lo pienso, ¿cómo es el dicho? ¿Si no vas a sudar la camiseta no te la pongas? En lo que a mí concierne, esas palabras son ley.
Dejo de oír el agua de la ducha y sé que no tardará en salir del baño. Dudo unos segundos, pero al final me decido en el último momento. Me quito la falda, la blusa, el sujetador y las bragas. No obstante, me dejo puestos los zapatos negros de tacón de aguja. Y cojo una camisa blanca almidonada de su armario, me la pongo y me abrocho todos los botones salvo los tres de arriba.
Me llega a medio muslo y, a juzgar por la imagen que me devuelve el espejito colgado sobre la cómoda empotrada, creo que estoy mona y sexy, y espero que deseable y digna de perdón también.
De cualquier modo, ya es demasiado tarde, porque Jackson está abriendo la puerta, e inspiro hondo cuando entra en el camarote y lo veo, delgado, bronceado y perfecto, sin nada aparte de una toallita alrededor de las caderas.
—Sylvia.
No sé interpretar su reacción por su tono. Carraspeo y consigo esbozar una sonrisa.
—Deberías echar la llave si vas a meterte en la ducha. Nunca se sabe quién puede entrar.
—No suelo ducharme por la tarde. Por alguna razón, he estado distraído.
Me mira de arriba abajo y, aunque su tono aún es apagado, la toalla apenas disimula lo excitado que está. Soy consciente de que eso no significa forzosamente que vaya a perdonarme, pero estoy más que dispuesta a ser optimista e interpretarlo como una buena señal.
Cuando estoy a punto de disculparme, Jackson se me adelanta.
—¿Qué es todo esto? —pregunta después de señalar la cama con la cabeza.
Esta vez no me cabe duda del ardor de su voz.
Vuelvo a aclararme la garganta cuando veo que coge una bobina de cuerda de nailon.
—Yo… Es que… me he detenido en Come Again —respondo, refiriéndome a una tienda de juguetes sexuales de la zona—. Intentaba decidir cómo pedirte perdón por haber dudado de ti. Por no haber confiado en ti.
Deja la cuerda y coge el vibrador. Ladea la cabeza cuando me mira y, aunque las mejillas me arden tanto que temo prender fuego al barco, agradezco que no solo parezca divertido sino intrigado.
—¿Y ahora confías?
—Sí.
Una breve palabra, tan simple como cierta.
Coge la paleta de cuero y se pega suavemente con ella en la palma de la mano antes de mirarme con un deseo tan salvaje y peligroso que estoy tentada de saltarme la disculpa y suplicarle que me folle.
—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
Me paso la lengua por los labios.
—No he cambiado de opinión. Me he dado cuenta de que siempre he confiado en ti. Pero me dejé llevar por los rumores y las dudas. Es algo horrible. Se cuela por los poros. Puede ser muy destructivo. —Inspiro hondo—. Jackson, lo siento mucho.
En lugar de responder mira la selección de juguetes sexuales.
—¿Y así es como piensas demostrármelo?
—Me ha parecido buena idea cuando los he comprado.
Su expresión es inescrutable y estoy tan nerviosa como frustrada. Quiero que me perdone. Quiero que me toque.
Lo deseo, lisa y llanamente.
Y ahora mismo no tengo la menor idea de cómo sobreviviré si me dice que me largue.
—No necesitas todo esto.
—¿Estás insinuando que quieres que me vaya?
Por un momento me parece percibir en su semblante que está dolido.
—Claro que no.
—Entonces esto es lo que necesito, Jackson. Tú mismo lo dijiste.
—Sylvia…
—Maldita sea. No soy frágil. Necesito que sepas hasta qué punto confío en ti. Esto es lo que quiero.—Cojo la paleta—. La he cagado, Jackson. ¿No vas a azotarme?
Salvo la distancia que nos separa y respiro su olor, a jabón y champú, mientras veo cómo le llamean los ojos. Me coge la paleta y la arroja a la cama; luego me agarra por la muñeca y me arrima a él.
—¿No lo entiendes? En Atlanta te presioné y saliste huyendo.
—Hablamos de esto camino de Malibú. De por qué hui. De por qué hui de ti. Tú lo dijiste… Bondage. Morbo. Juguetes. Es lo que me prometiste. Y tenías razón.
—Eso fue antes…
—¿Antes de que te lo explicara todo?
Veo la afirmación en sus ojos.
—No quiero presionarte demasiado —dice.
—Pero yo quiero que me presiones —respondo—. Quiero que me presiones más y me lleves más lejos. Quiero que me lleves tan lejos como desees, tan lejos como necesites. Te contienes porque crees que yo lo necesito. Estás reprimiendo lo que ansías. Quién eres. Control y poder, ¿recuerdas? Me dijiste que eres eso.
Sigue en silencio, de modo que me apresuro a seguir.
—Dijiste que podías darme seguridad. Que me pone que me utilicen, pero solo si lo hace alguien en quien confío. Que a ti te gusta mucho el control. Que te pone cachondo y duro. —Respiro e intento hablar más despacio—. Me dijiste que querías que me sometiera a ti. ¿Aún lo quieres?
—Más que nada en el mundo. —Parece que le hayan arrancado las palabras—. Pero te repetiré lo que ya te he dicho: no si el precio es romperte.
—No me destruirás. No puedes. —Lo abrazo por la cintura y levanto la cabeza para poder mirar a este hombre que tiene la fortaleza de saber contenerse para no hacerme daño—. Tú eres mi pegamento, Jackson. Mi pegamento, mi caballero, mi héroe.
—Eso es mucha responsabilidad.
Entrecierro los ojos y me río, porque por fin he percibido consentimiento en su voz.
—¿Podrás con ella?
—Con un poco de esfuerzo, creo que sí.
—Entonces empezaremos despacio —digo—. Pero llegaremos lejos.
Da un paso atrás para poder mirarme de arriba abajo, desde los zapatos de tacón hasta los ojos.
—¿Qué llevas debajo de mi camisa?
—Nada.
La pasión que enturbia su mirada encierra tal promesa que noto el sexo en tensión, anticipándose.
Me rodea despacio y, aunque no me muevo, sé que tiene los ojos clavados en mí. Siento un cosquilleo en cada poro de mi piel.
Se acerca a la cama y coge la paleta que ha lanzado hace un momento.
—Te has portado mal. Pero no quiero esto.
Me sorprende la decepción que me invade. No estoy segura de cómo puedo echar de menos algo que jamás he experimentado, pero estoy segura de que lo deseo. Como si de un tatuaje se tratara, quiero que Jackson me deje una marca, y estoy a punto de confesárselo cuando se coloca detrás de mí
y me acerca los labios a la oreja.
—Cuando te azote, cariño, será con la palma de mi mano. No con cuero. Ni con un instrumento. No habrá nada entre tú y yo. ¿Lo entiendes?
—Sí, señor.
—¿Te has portado mal?
—Sí.
—¿Qué has hecho?
—Debería haber confiado en usted.
—¿Confías en mí ahora?
Me vuelvo; porque necesito verlo.
—Totalmente.
Mi respuesta parece despertar algo en su fuero interno, porque me agarra por los hombros y me arrima a él como si fuera a besarme. Pero no lo hace, y la expectación me entrecorta la respiración. Cuando se retira andando hacia atrás para sentarse en el baúl que hay al pie de la cama gimo, sorprendida ante la fuerza de mi creciente deseo.
—Ven aquí —dice—. Ponte sobre mis rodillas.
Obedezco y me echo en su regazo de forma que tengo el trasero en pompa. Y mi interés se aviva cuando noto su erección bajo la toalla y me doy cuenta de que está excitadísimo, tanto o más que yo.
Con delicadeza, me levanta la camisa para dejarme el culo al aire. Mantiene una mano en mi espalda, pero con la otra me acaricia la curva del trasero y ese mero movimiento hace que me retuerza.
—Estate quieta —dice, y me detengo de inmediato.
O lo intento, porque sus caricias han cambiado. Son más pausadas. Más sensuales. Y cuando baja el dedo para ver lo mojada que estoy no puedo evitar retorcerme de placer otra vez.
—Te gusta —añade—. Veamos si consigo que te guste aún más.
Levanta la mano y me azota con la palma. En un primer momento el dolor se concentra en un punto. Después, sin embargo, parece extenderse como un millón de minúsculas chispas que al principio me queman pero enseguida dan paso a una agradable sensación. Lo repite, y esta vez me arranca un gemido de puro placer.
—Eso es, nena —dice mientras con un dedo me explora el sexo, empapado y caliente—. Oh, sí, está claro que te gusta.
Me da otro azote, seguido de otro más. Luego me calma el dolor acariciándome el culo con suavidad, y tengo la sensación de encenderme por dentro y arder en las llamas de un deseo irrefrenable.
Una vez más baja la mano, pero, en esta ocasión, en vez de limitarse a acariciarme el sexo, me mete el dedo entero al tiempo que me pongo de puntillas para levantar el culo y facilitarle el acceso, porque ahora mismo lo único que quiero es esto. Esta sensación de perder el mundo de vista mientras
Jackson me colma de placer. De saber que puedo llegar tan lejos como él pueda llevarme, pero que me traerá de vuelta porque confío en él.
Me folla con el dedo, metiéndolo y sacándolo a un ritmo que aumenta mi placer, y mientras su polla palpita bajo mi cuerpo lo imagino encima de mí, embistiéndome, y gimo porque el goce es ya tanto que casi me resulta insoportable.
—¿Lo sientes?
—Sí.
—Soy yo, nena. Mi polla. Mi mano. Mi piel. Has traído un vibrador y me parece bien. Te prometo que un día haré buen uso de él contigo, pero no ahora. Hoy nada que no sea yo te dará placer. ¿Lo entiendes?
—Sí —respondo con los músculos tensos alrededor de sus dedos porque quiero que me los meta aún más.
Estoy al límite y empapada, la cabeza me da vueltas y lo único que quiero es que Jackson me posea, que me folle sin piedad, deprisa y a conciencia.
Pero entonces, como esto es un castigo, retira los dedos.
Cuando gimoteo su reacción es reírse entre dientes.
—Paciencia, cariño. —Me da un azote que es casi una caricia, pero, aun así, todo mi cuerpo arde
—. A la cama —dice, y sé que voy a tener que esperar un poco más para experimentar el dulce placer del clímax.
Pero ya estoy en llamas, bailando al filo de un precipicio, con el cuerpo listo para echar a volar. Y, oh, Dios santo, quiero saber qué me hará sentir ahora.
Subo a la cama tal como me ha ordenado y lo miro mientras se levanta, sin preocuparse por la toalla, que cae al suelo. Tiene la polla completamente erecta, el esbelto cuerpo tenso, la cara tan cargada de pasión que parece la personificación del deseo. Más que eso, parece un dios. Me quedo pasmada al pensar que alguien como Jackson, tan brillante, fuerte y sexy, pueda mirarme con un deseo tan puro. Pero lo hace, y su fuerza me debilita.
Me enseña la cuerda y me llama con el dedo.
Gateo por la cama y me quedo delante de él. Soy consciente de cada parte de mi cuerpo. De la ligera corriente de aire que se cuela por la rejilla del techo.
—Date la vuelta —dice, y hago lo que me pide—. Pon las manos a la espalda, con los codos doblados. Cógetelos con las manos para formar un cuadrado.
Una vez más obedezco, y él me ata los brazos y las muñecas para inmovilizarme. Me resulta extraño sentirme atrapada y vulnerable y, no obstante, también me parece excitante. Pero solo porque estoy con Jackson; ansío sus caricias y confío en que cuidará de mí.
—Ahora arrodíllate y túmbate de lado sin separar la pantorrilla del muslo.
Es una postura poco habitual, pero consigo ponerme como ordena, y él utiliza una navaja de la mesilla de noche para cortar un trozo de cuerda y atarme el muslo izquierdo a la pantorrilla izquierda.
—Te he inmovilizado los brazos —dice—. Y ahora te estoy atando las piernas en la postura de la rana.
Lo creo. Y contengo las ganas de preguntarle cómo sabe todo esto. Aunque, si lo pienso, sé de sobra que Jackson no ha sido un monje. Todo lo contrario. Me digo que eso es bueno. Que me estoy beneficiando de su experiencia. Y me esfuerzo muchísimo por no sucumbir a los celos.
Teniendo en cuenta la atención que me está prestando, en realidad no me resulta difícil. Con cada vuelta de cuerda, con cada nuevo nudo, me acaricia. Ha estado concentrado en atarme, primero el costado izquierdo y después el derecho, y entretanto me ha tocado de una forma tan sutil que solo ahora soy consciente de lo excitada que estoy. Completamente entregada a él y a lo que me haga ahora, sea lo que sea.
Cuando termina tengo las piernas atadas de tal modo que me veo obligada a estar de rodillas con los brazos a la espalda, casi como una penitente.
—Estás increíble. —Su mirada es un reflejo de sus palabras, al igual que su erección—. La próxima vez haremos más. Te ataré un cordón alrededor de los pechos para que los notes más sensibles. O entre las piernas para que todos los movimientos te repercutan en el clítoris. Hay muchas posibilidades.
Me paso la lengua por los labios, ya intrigada y a punto de correrme solo por estar en esta postura, con las piernas separadas y el sexo a la vista.
—¿Sabes por qué quiero atarte?
Niego con la cabeza, con el único deseo de oír su respuesta.
—Porque quiero que sientas plenamente todo lo que te doy. Que no luches contra las sensaciones. Que no te retires porque el placer sea tanto que casi raye en dolor. Atada, no tienes más alternativa que aceptarlo. Atada, no tienes más alternativa que sentir.
Me pone la mano entre las piernas y me acaricia despacio. Tiemblo, llevada por la arrolladora sensación de notar cada roce de su piel.
—¿Y sabes por qué esta postura es tan genial?
Una vez más me limito a negar con la cabeza.
—Porque estás completamente abierta. Puedo penetrarte por todas partes. El coño. El culo. La boca.—Me pasa el dedo por el cuerpo con cada palabra y me estremezco solo de pensarlo—. También lo haré, un día. Te deseo toda, Sylvia. Pero ahora mismo quiero sentirte sobre mí. Quiero sujetarte y controlar cada movimiento. Y te quiero muy cerca para verte los ojos y besarte cuando te corras.
—Sí —susurro, tan empapada que me noto los muslos mojados—. Sí, por favor.
Me separa las piernas, se arrodilla entre ellas, me coge por las caderas y utiliza una mano para tumbarme boca arriba sobre la cama antes de penetrarme con una embestida fuerte y rápida. Estoy mojada, tan tremendamente mojada que no necesita ir despacio, y grito del delicioso placer de sentirlo tan dentro de mí.
Estoy de cara a él, y la sensación de arquear la espalda mientras me folla es maravillosa. Me noto la piel tirante y sensible, y hasta un leve soplo de aire me excita los pechos.
Pero Jackson enseguida baja las manos y me coge por la espalda para levantarme y ponerme a horcajadas sobre él.
No puedo utilizar las manos ni impulsarme con las piernas, de manera que, aunque estoy encima de él, Jackson es quien hace todo el trabajo. Me sujeta por la cintura para subirme y bajarme, llenándome y excitándose al sentirme tan prieta.
Es erótica hasta un punto desquiciante, esta sensación de follar y ser follada de forma simultánea, y hago lo único que puedo hacer, que es tensar los músculos alrededor de su polla con cada embate y apretar para que tenga un intenso orgasmo cuanto antes, aunque no quiero que esta sensación tan intensa acabe.
—Sí —dice animándome—. Eso es, nena.
Con cada palabra me mueve con más fuerza. Con más rapidez. Y siento la tensión creciendo dentro de él, la explosión inminente.
También la mía, porque en esta postura me penetra tan hondo que, con cada embate, me lleva más lejos mientras el movimiento oscilante contra mi clítoris me hace rozar el cielo, rozar el orgasmo.
—Por favor —gimo cuando estamos a punto.
Jackson empieza a moverme con urgencia hasta que, por fin, me agarra por la espalda para pegarme a él. Lo miro a los ojos y sé que ambos estamos a punto de experimentar esa explosión.
Y, cuando llega, es casi nuclear y lo único que me mantiene sujeta al suelo es la boca de Jackson, besándome con ardor, buscándome con la lengua, como si este beso escondiera un secreto que solo nosotros podemos saber.
Nos quedamos así hasta que dejamos de temblar y, después, Jackson abraza mi cuerpo exhausto.
Me acaricia, y notar sus manos en mi piel me reconforta.
Despacio, me desata y me frota con suavidad las marcas que la cuerda me ha dejado en los brazos.
—¿Cómo te sientes?
Le sonrío, cansada, agotada y colmada.
—Increíble —respondo casi sin fuerzas. Luego murmuro—: ¿Podemos repetir?
Noto su risa vibrándome en el cuerpo cuando vuelve a abrazarme.
—Creo que puedo encargarme de eso. Ahora duerme, cariño.
Sus palabras parecen flotar por encima de mí, y cuando soy consciente de que estoy rindiéndome al sueño el mundo se queda a oscuras y me acurruco entre sus brazos protectores.
Resulta que Jackson es uno de esos solteros al uso que no tienen en la nevera nada salvo un trozo de queso ni otra cosa que beber aparte de vino, whisky escocés y cerveza.
Como no me apetece descongelar bollería ni esperar una hora a que nos traigan algo de comer, optamos por picar unas palomitas mientras asistimos a una sesión casera de cine.
Ahora estoy tumbada en el sofá del estudio de Jackson, con los pies en su regazo y mi ordenador apoyado en la barriga. En el televisor del fondo del estudio están dando El sueño eterno, una vieja película de Humphrey Bogart que Jackson ha dicho que teníamos que ver, después de encontrarla mientras hacía eso tan molesto que los hombres hacen con el mando a distancia.
Como Bogart me gusta y cualquier cosa es mejor que mirar deportes, me parece bien.
Se supone que estoy trabajando, porque aún es temprano y esta tarde no he terminado nada de lo previsto. Así pues, tengo el ordenador portátil abierto y estoy revisando las notas de Aiden sobre mi proyecto promocional y presupuesto revisados. Alterno esta tarea con archivar y responder diversos correos tanto de mi cuenta como de la de Damien.
En otras palabras, soy una auténtica mujer multitareas. Vivo la vida de una agente inmobiliaria. La vida de una asistente.
¡Y me doy la gran vida!, pienso, cuando miro a Jackson y sonrío.
Me he puesto unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas de Megan, y Jackson no hace más que alzar la vista del cuaderno de bocetos que tiene apoyado en el brazo del sofá para sonreírme con expresión lasciva.
—No sabes disimular —digo.
—¿Ah, no? A lo mejor eres extremadamente intuitiva. Pongamos a prueba esa teoría. ¿En qué pienso?
—En sexo.
—Has acertado —dice con una sonrisa—. ¿En sexo tranquilo y pausado? ¿O en sexo ardiente y morboso?
Enarco una ceja.
—No sabes disimular nada en absoluto —insisto, y doblo la pierna para poder pasarle el pie por los vaqueros hasta ponerlo en su entrepierna—. Sexo —añado mientras lo muevo hacia delante y hacia atrás— ardiente y morboso.
—Tienes toda la razón. —Me sujeta el pie de tal forma que tengo el empeine apretado contra su erección cada vez mayor—. Más —dice, y de pronto esta indolente tarde de otoño se convierte en un caluroso día de tórrido verano.
Y entonces, por supuesto, me suena el teléfono, que he dejado en la mesa de centro.
—No contestes —me dice, pero ambos hemos visto el nombre que aparece en la pantalla: «Cass»—. Vale, contesta. Pero infórmale de que esto le resta unos cuantos puntos.
Me río y le prometo que luego le compensaré. En cuanto respondo Cass desahoga todo su agobio conmigo.
—Es que es todo —concluye—. Lo de la franquicia, Zee… Sé que estamos en la fase de ser inseparables, pero estoy empezando a agobiarme.
—Tienes que tranquilizarte —le aconsejo—. ¿Quieres que nos veamos para tomar algo?
Sonrío a Jackson para disculparme.
—Estaría genial, la verdad. ¿A Jackson no le importará?
—Espera.
Cuando le explico la situación, Jackson me dice que por él bien, pero propone que la invite a venir al yate.
—¿En serio?
—Es tu mejor amiga. Podéis beber sin conducir. Y yo tendré ocasión de conocerla un poco mejor, aunque prometo que me iré al estudio para dejaros solas. Y que se quede a dormir, si quiere. Es más, invítala al acto benéfico de mañana por la noche. Podemos recogerla en la limusina de camino.
Me quedo mirándolo hasta que se remueve un poco en el sofá, incómodo con mi inspección.
—¿Qué?
—Eres increíble.
—Acuérdate de eso la próxima vez que discutamos.
Sonrío.
—Tomaré nota.
Cojo el móvil y refiero la conversación a Cass, quien aplaude cuando la invito a la fiesta.
—En serio, Syl, Jackson es un tesoro.
—No voy a llevarte la contraria. Así que ven… echando leches.
Por desgracia, Cass no vive lo bastante lejos para que Jackson y yo podamos llevar a cabo nuestro plan original de practicar sexo ardiente y morboso.
—Mañana por la noche —dice él, y me besa antes de que baje a asegurarme de que hay sábanas en la cama del camarote de invitados—. Después de la fiesta, estate preparada.
—Yo siempre estoy preparada para ti.
Su sonrisa me indica que sabe perfectamente que no exagero en lo más mínimo.
Cuando Cass llega Jackson le enseña el yate y se sienta a tomar una copa con nosotras en la cubierta superior. El ambiente es muy distendido, y agradezco que Jackson pregunte a mi amiga por la franquicia e incluso responda sus preguntas.
—Solo necesito hablarlo a fondo, ¿sabes? —arguye ella—. A Zee no le apetece ni oír hablar del tema.
—Cuando quieras —dice Jackson, y me encanta ver cuánto anima a mi mejor amiga este ofrecimiento sin duda sincero.
Hablamos un poco sobre el resort, pero Jackson utiliza la conversación como pretexto para marcharse.
—Debería ponerme a trabajar en el resort —arguye, y me mira—. La mujer que me ha contratado es una tirana.
—Creo que «jefa despiadada» la define mejor.
—¡Eh! —protesto—. Aún no lo soy.
—Pero vas por buen camino —replica Cass mientras me acaricia la mano en actitud maternal.
Jackson se ríe de nuestras tonterías, me besa con pasión y baja a sentarse delante de sus pantallas de ordenador.
—Me cae bien —dice Cass en cuanto estamos solas.
Sonrío.
—Sí. A mí también. —Respiro hondo, subo los pies al sofá y contemplo el puerto deportivo—. Se lo he contado, Cass. Le he contado lo que pasó con Bob.
—Me alegro mucho, Syl.
Se me encoge un poco el estómago.
—Se lo he contado todo. Es decir, le he contado incluso más que a ti.
Frunce el entrecejo y, por un instante, creo que está enfadada. Y no me extraña, porque me siento culpable.
—Oh, tía, ¿crees que no lo sabía?
Parpadeo, desconcertada.
—Un momento. ¿Qué sabías?
—Que no me lo habías contado todo. Era obvio.
—¿Lo sabías?
—Claro. Y me alegro de que le hayas contado el resto a Jackson.
Me reclino en el sofá, satisfecha y confusa a partes iguales.
—No es un concurso, Syl. Lo que le cuentas a él. Lo que me cuentas a mí. Si me necesitas, puedes contar conmigo ahora y siempre.
Cierro los ojos y me abrazo las rodillas.
—Gracias.
—No tienes que darme las gracias por eso, pero, aun así, de nada. En serio, Syl. Tanto si hablas conmigo como si no, te quiero y nada va a cambiar eso. Y lo digo con toda la ropa puesta en un sentido más o menos platónico.
Suelto una carcajada.
—Vale. Gracias. —Trago saliva. Luego inspiro y le confieso lo que aún no he sido capaz de reconocer ni siquiera a mí misma—. Creo que me estoy enamorando de él.
Chasquea la lengua.
—Yo no.
—¿En serio?
No sé si sentirme ofendida, sorprendida o defraudada.
—¿Qué te estás enamorando, dices? Venga ya, nena. Creo que estás perdidamente enamorada de él desde Atlanta. —Me aprieta la mano—. Enhorabuena por haberte dado cuenta por fin.
Mi mejor amiga es una mujer muy inteligente.
—Yo también te quiero, lo sabes, ¿no?
—Joder, sí, claro. Soy un amor.
Pasamos el resto de la noche hablando de todo y nada, pero es agradable estar en el barco con el chapoteo del agua como telón de fondo y una botella descorchada —o dos— de vino delante de nosotras.
Cuando veo que Cass bosteza y reparo en que la luz del estudio de Jackson está apagada doy la velada por terminada y ambas bajamos a los camarotes.
La abrazo delante del suyo y le digo que puede dormir hasta cuando quiera, pero que yo me levantaré tempranísimo para ir a la oficina y que le mandaré un mensaje de texto con la hora a la que pasaremos a recogerla en la limusina.
Luego, sin hacer ruido, abro la puerta del otro camarote para ver al hombre que amo.
Está en la cama dormido, con el portátil abierto a su lado. Se lo quito y me acuesto a su lado.
Jackson me abraza sin despertarse y me acurruco contra él, tan emocionada por este sencillo gesto inconsciente como por cualquier otra de las cosas que me ha hecho o dicho.
Estoy contenta, lo reconozco.
Contenta. Feliz. Y, sí, enamorada.
Pero ahora que estoy en el puerto deportivo lo único que he hecho en estos últimos veinte minutos es quedarme en el muelle mirando el Verónica.
Jackson está dentro, no me cabe ninguna duda. Al llegar he visto su sombra cruzando el estudio. Pero, aunque he venido por él, no acabo de atreverme a subir a bordo. Me da miedo que me eche; no creo que pudiera soportarlo.
«No. No lo hará. Es tu caballero. Es quien va a salvarte.»
Asiento, envalentonada por mis pensamientos. Agarro con más fuerza el bolso que llevo al hombro y subo a bordo.
Nada está cerrado con llave. Ni la portezuela de acceso ni ninguna otra.
No es muy prudente que digamos, pero no puedo negar que me lo ha puesto fácil.
Primero voy a su estudio, pero como no está bajo al camarote.
Oigo el agua de la ducha y vacilo delante de la puerta del baño, tentada de acompañarlo. Después miro la cama y decido que tengo un plan mejor.
Al menos, lo es si no me echa. Pero corro ese riesgo en ambos casos, así que lo mejor es que no me preocupe de eso.
Dejo el bolso en el suelo y saco lo que he traído. De camino aquí me he detenido un momento para hacer unas compras. Coloco todos los artículos sobre la cama, pero al instante me muerdo el labio porque temo haberme pasado un poco.
Aunque, si lo pienso, ¿cómo es el dicho? ¿Si no vas a sudar la camiseta no te la pongas? En lo que a mí concierne, esas palabras son ley.
Dejo de oír el agua de la ducha y sé que no tardará en salir del baño. Dudo unos segundos, pero al final me decido en el último momento. Me quito la falda, la blusa, el sujetador y las bragas. No obstante, me dejo puestos los zapatos negros de tacón de aguja. Y cojo una camisa blanca almidonada de su armario, me la pongo y me abrocho todos los botones salvo los tres de arriba.
Me llega a medio muslo y, a juzgar por la imagen que me devuelve el espejito colgado sobre la cómoda empotrada, creo que estoy mona y sexy, y espero que deseable y digna de perdón también.
De cualquier modo, ya es demasiado tarde, porque Jackson está abriendo la puerta, e inspiro hondo cuando entra en el camarote y lo veo, delgado, bronceado y perfecto, sin nada aparte de una toallita alrededor de las caderas.
—Sylvia.
No sé interpretar su reacción por su tono. Carraspeo y consigo esbozar una sonrisa.
—Deberías echar la llave si vas a meterte en la ducha. Nunca se sabe quién puede entrar.
—No suelo ducharme por la tarde. Por alguna razón, he estado distraído.
Me mira de arriba abajo y, aunque su tono aún es apagado, la toalla apenas disimula lo excitado que está. Soy consciente de que eso no significa forzosamente que vaya a perdonarme, pero estoy más que dispuesta a ser optimista e interpretarlo como una buena señal.
Cuando estoy a punto de disculparme, Jackson se me adelanta.
—¿Qué es todo esto? —pregunta después de señalar la cama con la cabeza.
Esta vez no me cabe duda del ardor de su voz.
Vuelvo a aclararme la garganta cuando veo que coge una bobina de cuerda de nailon.
—Yo… Es que… me he detenido en Come Again —respondo, refiriéndome a una tienda de juguetes sexuales de la zona—. Intentaba decidir cómo pedirte perdón por haber dudado de ti. Por no haber confiado en ti.
Deja la cuerda y coge el vibrador. Ladea la cabeza cuando me mira y, aunque las mejillas me arden tanto que temo prender fuego al barco, agradezco que no solo parezca divertido sino intrigado.
—¿Y ahora confías?
—Sí.
Una breve palabra, tan simple como cierta.
Coge la paleta de cuero y se pega suavemente con ella en la palma de la mano antes de mirarme con un deseo tan salvaje y peligroso que estoy tentada de saltarme la disculpa y suplicarle que me folle.
—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
Me paso la lengua por los labios.
—No he cambiado de opinión. Me he dado cuenta de que siempre he confiado en ti. Pero me dejé llevar por los rumores y las dudas. Es algo horrible. Se cuela por los poros. Puede ser muy destructivo. —Inspiro hondo—. Jackson, lo siento mucho.
En lugar de responder mira la selección de juguetes sexuales.
—¿Y así es como piensas demostrármelo?
—Me ha parecido buena idea cuando los he comprado.
Su expresión es inescrutable y estoy tan nerviosa como frustrada. Quiero que me perdone. Quiero que me toque.
Lo deseo, lisa y llanamente.
Y ahora mismo no tengo la menor idea de cómo sobreviviré si me dice que me largue.
—No necesitas todo esto.
—¿Estás insinuando que quieres que me vaya?
Por un momento me parece percibir en su semblante que está dolido.
—Claro que no.
—Entonces esto es lo que necesito, Jackson. Tú mismo lo dijiste.
—Sylvia…
—Maldita sea. No soy frágil. Necesito que sepas hasta qué punto confío en ti. Esto es lo que quiero.—Cojo la paleta—. La he cagado, Jackson. ¿No vas a azotarme?
Salvo la distancia que nos separa y respiro su olor, a jabón y champú, mientras veo cómo le llamean los ojos. Me coge la paleta y la arroja a la cama; luego me agarra por la muñeca y me arrima a él.
—¿No lo entiendes? En Atlanta te presioné y saliste huyendo.
—Hablamos de esto camino de Malibú. De por qué hui. De por qué hui de ti. Tú lo dijiste… Bondage. Morbo. Juguetes. Es lo que me prometiste. Y tenías razón.
—Eso fue antes…
—¿Antes de que te lo explicara todo?
Veo la afirmación en sus ojos.
—No quiero presionarte demasiado —dice.
—Pero yo quiero que me presiones —respondo—. Quiero que me presiones más y me lleves más lejos. Quiero que me lleves tan lejos como desees, tan lejos como necesites. Te contienes porque crees que yo lo necesito. Estás reprimiendo lo que ansías. Quién eres. Control y poder, ¿recuerdas? Me dijiste que eres eso.
Sigue en silencio, de modo que me apresuro a seguir.
—Dijiste que podías darme seguridad. Que me pone que me utilicen, pero solo si lo hace alguien en quien confío. Que a ti te gusta mucho el control. Que te pone cachondo y duro. —Respiro e intento hablar más despacio—. Me dijiste que querías que me sometiera a ti. ¿Aún lo quieres?
—Más que nada en el mundo. —Parece que le hayan arrancado las palabras—. Pero te repetiré lo que ya te he dicho: no si el precio es romperte.
—No me destruirás. No puedes. —Lo abrazo por la cintura y levanto la cabeza para poder mirar a este hombre que tiene la fortaleza de saber contenerse para no hacerme daño—. Tú eres mi pegamento, Jackson. Mi pegamento, mi caballero, mi héroe.
—Eso es mucha responsabilidad.
Entrecierro los ojos y me río, porque por fin he percibido consentimiento en su voz.
—¿Podrás con ella?
—Con un poco de esfuerzo, creo que sí.
—Entonces empezaremos despacio —digo—. Pero llegaremos lejos.
Da un paso atrás para poder mirarme de arriba abajo, desde los zapatos de tacón hasta los ojos.
—¿Qué llevas debajo de mi camisa?
—Nada.
La pasión que enturbia su mirada encierra tal promesa que noto el sexo en tensión, anticipándose.
Me rodea despacio y, aunque no me muevo, sé que tiene los ojos clavados en mí. Siento un cosquilleo en cada poro de mi piel.
Se acerca a la cama y coge la paleta que ha lanzado hace un momento.
—Te has portado mal. Pero no quiero esto.
Me sorprende la decepción que me invade. No estoy segura de cómo puedo echar de menos algo que jamás he experimentado, pero estoy segura de que lo deseo. Como si de un tatuaje se tratara, quiero que Jackson me deje una marca, y estoy a punto de confesárselo cuando se coloca detrás de mí
y me acerca los labios a la oreja.
—Cuando te azote, cariño, será con la palma de mi mano. No con cuero. Ni con un instrumento. No habrá nada entre tú y yo. ¿Lo entiendes?
—Sí, señor.
—¿Te has portado mal?
—Sí.
—¿Qué has hecho?
—Debería haber confiado en usted.
—¿Confías en mí ahora?
Me vuelvo; porque necesito verlo.
—Totalmente.
Mi respuesta parece despertar algo en su fuero interno, porque me agarra por los hombros y me arrima a él como si fuera a besarme. Pero no lo hace, y la expectación me entrecorta la respiración. Cuando se retira andando hacia atrás para sentarse en el baúl que hay al pie de la cama gimo, sorprendida ante la fuerza de mi creciente deseo.
—Ven aquí —dice—. Ponte sobre mis rodillas.
Obedezco y me echo en su regazo de forma que tengo el trasero en pompa. Y mi interés se aviva cuando noto su erección bajo la toalla y me doy cuenta de que está excitadísimo, tanto o más que yo.
Con delicadeza, me levanta la camisa para dejarme el culo al aire. Mantiene una mano en mi espalda, pero con la otra me acaricia la curva del trasero y ese mero movimiento hace que me retuerza.
—Estate quieta —dice, y me detengo de inmediato.
O lo intento, porque sus caricias han cambiado. Son más pausadas. Más sensuales. Y cuando baja el dedo para ver lo mojada que estoy no puedo evitar retorcerme de placer otra vez.
—Te gusta —añade—. Veamos si consigo que te guste aún más.
Levanta la mano y me azota con la palma. En un primer momento el dolor se concentra en un punto. Después, sin embargo, parece extenderse como un millón de minúsculas chispas que al principio me queman pero enseguida dan paso a una agradable sensación. Lo repite, y esta vez me arranca un gemido de puro placer.
—Eso es, nena —dice mientras con un dedo me explora el sexo, empapado y caliente—. Oh, sí, está claro que te gusta.
Me da otro azote, seguido de otro más. Luego me calma el dolor acariciándome el culo con suavidad, y tengo la sensación de encenderme por dentro y arder en las llamas de un deseo irrefrenable.
Una vez más baja la mano, pero, en esta ocasión, en vez de limitarse a acariciarme el sexo, me mete el dedo entero al tiempo que me pongo de puntillas para levantar el culo y facilitarle el acceso, porque ahora mismo lo único que quiero es esto. Esta sensación de perder el mundo de vista mientras
Jackson me colma de placer. De saber que puedo llegar tan lejos como él pueda llevarme, pero que me traerá de vuelta porque confío en él.
Me folla con el dedo, metiéndolo y sacándolo a un ritmo que aumenta mi placer, y mientras su polla palpita bajo mi cuerpo lo imagino encima de mí, embistiéndome, y gimo porque el goce es ya tanto que casi me resulta insoportable.
—¿Lo sientes?
—Sí.
—Soy yo, nena. Mi polla. Mi mano. Mi piel. Has traído un vibrador y me parece bien. Te prometo que un día haré buen uso de él contigo, pero no ahora. Hoy nada que no sea yo te dará placer. ¿Lo entiendes?
—Sí —respondo con los músculos tensos alrededor de sus dedos porque quiero que me los meta aún más.
Estoy al límite y empapada, la cabeza me da vueltas y lo único que quiero es que Jackson me posea, que me folle sin piedad, deprisa y a conciencia.
Pero entonces, como esto es un castigo, retira los dedos.
Cuando gimoteo su reacción es reírse entre dientes.
—Paciencia, cariño. —Me da un azote que es casi una caricia, pero, aun así, todo mi cuerpo arde
—. A la cama —dice, y sé que voy a tener que esperar un poco más para experimentar el dulce placer del clímax.
Pero ya estoy en llamas, bailando al filo de un precipicio, con el cuerpo listo para echar a volar. Y, oh, Dios santo, quiero saber qué me hará sentir ahora.
Subo a la cama tal como me ha ordenado y lo miro mientras se levanta, sin preocuparse por la toalla, que cae al suelo. Tiene la polla completamente erecta, el esbelto cuerpo tenso, la cara tan cargada de pasión que parece la personificación del deseo. Más que eso, parece un dios. Me quedo pasmada al pensar que alguien como Jackson, tan brillante, fuerte y sexy, pueda mirarme con un deseo tan puro. Pero lo hace, y su fuerza me debilita.
Me enseña la cuerda y me llama con el dedo.
Gateo por la cama y me quedo delante de él. Soy consciente de cada parte de mi cuerpo. De la ligera corriente de aire que se cuela por la rejilla del techo.
—Date la vuelta —dice, y hago lo que me pide—. Pon las manos a la espalda, con los codos doblados. Cógetelos con las manos para formar un cuadrado.
Una vez más obedezco, y él me ata los brazos y las muñecas para inmovilizarme. Me resulta extraño sentirme atrapada y vulnerable y, no obstante, también me parece excitante. Pero solo porque estoy con Jackson; ansío sus caricias y confío en que cuidará de mí.
—Ahora arrodíllate y túmbate de lado sin separar la pantorrilla del muslo.
Es una postura poco habitual, pero consigo ponerme como ordena, y él utiliza una navaja de la mesilla de noche para cortar un trozo de cuerda y atarme el muslo izquierdo a la pantorrilla izquierda.
—Te he inmovilizado los brazos —dice—. Y ahora te estoy atando las piernas en la postura de la rana.
Lo creo. Y contengo las ganas de preguntarle cómo sabe todo esto. Aunque, si lo pienso, sé de sobra que Jackson no ha sido un monje. Todo lo contrario. Me digo que eso es bueno. Que me estoy beneficiando de su experiencia. Y me esfuerzo muchísimo por no sucumbir a los celos.
Teniendo en cuenta la atención que me está prestando, en realidad no me resulta difícil. Con cada vuelta de cuerda, con cada nuevo nudo, me acaricia. Ha estado concentrado en atarme, primero el costado izquierdo y después el derecho, y entretanto me ha tocado de una forma tan sutil que solo ahora soy consciente de lo excitada que estoy. Completamente entregada a él y a lo que me haga ahora, sea lo que sea.
Cuando termina tengo las piernas atadas de tal modo que me veo obligada a estar de rodillas con los brazos a la espalda, casi como una penitente.
—Estás increíble. —Su mirada es un reflejo de sus palabras, al igual que su erección—. La próxima vez haremos más. Te ataré un cordón alrededor de los pechos para que los notes más sensibles. O entre las piernas para que todos los movimientos te repercutan en el clítoris. Hay muchas posibilidades.
Me paso la lengua por los labios, ya intrigada y a punto de correrme solo por estar en esta postura, con las piernas separadas y el sexo a la vista.
—¿Sabes por qué quiero atarte?
Niego con la cabeza, con el único deseo de oír su respuesta.
—Porque quiero que sientas plenamente todo lo que te doy. Que no luches contra las sensaciones. Que no te retires porque el placer sea tanto que casi raye en dolor. Atada, no tienes más alternativa que aceptarlo. Atada, no tienes más alternativa que sentir.
Me pone la mano entre las piernas y me acaricia despacio. Tiemblo, llevada por la arrolladora sensación de notar cada roce de su piel.
—¿Y sabes por qué esta postura es tan genial?
Una vez más me limito a negar con la cabeza.
—Porque estás completamente abierta. Puedo penetrarte por todas partes. El coño. El culo. La boca.—Me pasa el dedo por el cuerpo con cada palabra y me estremezco solo de pensarlo—. También lo haré, un día. Te deseo toda, Sylvia. Pero ahora mismo quiero sentirte sobre mí. Quiero sujetarte y controlar cada movimiento. Y te quiero muy cerca para verte los ojos y besarte cuando te corras.
—Sí —susurro, tan empapada que me noto los muslos mojados—. Sí, por favor.
Me separa las piernas, se arrodilla entre ellas, me coge por las caderas y utiliza una mano para tumbarme boca arriba sobre la cama antes de penetrarme con una embestida fuerte y rápida. Estoy mojada, tan tremendamente mojada que no necesita ir despacio, y grito del delicioso placer de sentirlo tan dentro de mí.
Estoy de cara a él, y la sensación de arquear la espalda mientras me folla es maravillosa. Me noto la piel tirante y sensible, y hasta un leve soplo de aire me excita los pechos.
Pero Jackson enseguida baja las manos y me coge por la espalda para levantarme y ponerme a horcajadas sobre él.
No puedo utilizar las manos ni impulsarme con las piernas, de manera que, aunque estoy encima de él, Jackson es quien hace todo el trabajo. Me sujeta por la cintura para subirme y bajarme, llenándome y excitándose al sentirme tan prieta.
Es erótica hasta un punto desquiciante, esta sensación de follar y ser follada de forma simultánea, y hago lo único que puedo hacer, que es tensar los músculos alrededor de su polla con cada embate y apretar para que tenga un intenso orgasmo cuanto antes, aunque no quiero que esta sensación tan intensa acabe.
—Sí —dice animándome—. Eso es, nena.
Con cada palabra me mueve con más fuerza. Con más rapidez. Y siento la tensión creciendo dentro de él, la explosión inminente.
También la mía, porque en esta postura me penetra tan hondo que, con cada embate, me lleva más lejos mientras el movimiento oscilante contra mi clítoris me hace rozar el cielo, rozar el orgasmo.
—Por favor —gimo cuando estamos a punto.
Jackson empieza a moverme con urgencia hasta que, por fin, me agarra por la espalda para pegarme a él. Lo miro a los ojos y sé que ambos estamos a punto de experimentar esa explosión.
Y, cuando llega, es casi nuclear y lo único que me mantiene sujeta al suelo es la boca de Jackson, besándome con ardor, buscándome con la lengua, como si este beso escondiera un secreto que solo nosotros podemos saber.
Nos quedamos así hasta que dejamos de temblar y, después, Jackson abraza mi cuerpo exhausto.
Me acaricia, y notar sus manos en mi piel me reconforta.
Despacio, me desata y me frota con suavidad las marcas que la cuerda me ha dejado en los brazos.
—¿Cómo te sientes?
Le sonrío, cansada, agotada y colmada.
—Increíble —respondo casi sin fuerzas. Luego murmuro—: ¿Podemos repetir?
Noto su risa vibrándome en el cuerpo cuando vuelve a abrazarme.
—Creo que puedo encargarme de eso. Ahora duerme, cariño.
Sus palabras parecen flotar por encima de mí, y cuando soy consciente de que estoy rindiéndome al sueño el mundo se queda a oscuras y me acurruco entre sus brazos protectores.
Resulta que Jackson es uno de esos solteros al uso que no tienen en la nevera nada salvo un trozo de queso ni otra cosa que beber aparte de vino, whisky escocés y cerveza.
Como no me apetece descongelar bollería ni esperar una hora a que nos traigan algo de comer, optamos por picar unas palomitas mientras asistimos a una sesión casera de cine.
Ahora estoy tumbada en el sofá del estudio de Jackson, con los pies en su regazo y mi ordenador apoyado en la barriga. En el televisor del fondo del estudio están dando El sueño eterno, una vieja película de Humphrey Bogart que Jackson ha dicho que teníamos que ver, después de encontrarla mientras hacía eso tan molesto que los hombres hacen con el mando a distancia.
Como Bogart me gusta y cualquier cosa es mejor que mirar deportes, me parece bien.
Se supone que estoy trabajando, porque aún es temprano y esta tarde no he terminado nada de lo previsto. Así pues, tengo el ordenador portátil abierto y estoy revisando las notas de Aiden sobre mi proyecto promocional y presupuesto revisados. Alterno esta tarea con archivar y responder diversos correos tanto de mi cuenta como de la de Damien.
En otras palabras, soy una auténtica mujer multitareas. Vivo la vida de una agente inmobiliaria. La vida de una asistente.
¡Y me doy la gran vida!, pienso, cuando miro a Jackson y sonrío.
Me he puesto unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas de Megan, y Jackson no hace más que alzar la vista del cuaderno de bocetos que tiene apoyado en el brazo del sofá para sonreírme con expresión lasciva.
—No sabes disimular —digo.
—¿Ah, no? A lo mejor eres extremadamente intuitiva. Pongamos a prueba esa teoría. ¿En qué pienso?
—En sexo.
—Has acertado —dice con una sonrisa—. ¿En sexo tranquilo y pausado? ¿O en sexo ardiente y morboso?
Enarco una ceja.
—No sabes disimular nada en absoluto —insisto, y doblo la pierna para poder pasarle el pie por los vaqueros hasta ponerlo en su entrepierna—. Sexo —añado mientras lo muevo hacia delante y hacia atrás— ardiente y morboso.
—Tienes toda la razón. —Me sujeta el pie de tal forma que tengo el empeine apretado contra su erección cada vez mayor—. Más —dice, y de pronto esta indolente tarde de otoño se convierte en un caluroso día de tórrido verano.
Y entonces, por supuesto, me suena el teléfono, que he dejado en la mesa de centro.
—No contestes —me dice, pero ambos hemos visto el nombre que aparece en la pantalla: «Cass»—. Vale, contesta. Pero infórmale de que esto le resta unos cuantos puntos.
Me río y le prometo que luego le compensaré. En cuanto respondo Cass desahoga todo su agobio conmigo.
—Es que es todo —concluye—. Lo de la franquicia, Zee… Sé que estamos en la fase de ser inseparables, pero estoy empezando a agobiarme.
—Tienes que tranquilizarte —le aconsejo—. ¿Quieres que nos veamos para tomar algo?
Sonrío a Jackson para disculparme.
—Estaría genial, la verdad. ¿A Jackson no le importará?
—Espera.
Cuando le explico la situación, Jackson me dice que por él bien, pero propone que la invite a venir al yate.
—¿En serio?
—Es tu mejor amiga. Podéis beber sin conducir. Y yo tendré ocasión de conocerla un poco mejor, aunque prometo que me iré al estudio para dejaros solas. Y que se quede a dormir, si quiere. Es más, invítala al acto benéfico de mañana por la noche. Podemos recogerla en la limusina de camino.
Me quedo mirándolo hasta que se remueve un poco en el sofá, incómodo con mi inspección.
—¿Qué?
—Eres increíble.
—Acuérdate de eso la próxima vez que discutamos.
Sonrío.
—Tomaré nota.
Cojo el móvil y refiero la conversación a Cass, quien aplaude cuando la invito a la fiesta.
—En serio, Syl, Jackson es un tesoro.
—No voy a llevarte la contraria. Así que ven… echando leches.
Por desgracia, Cass no vive lo bastante lejos para que Jackson y yo podamos llevar a cabo nuestro plan original de practicar sexo ardiente y morboso.
—Mañana por la noche —dice él, y me besa antes de que baje a asegurarme de que hay sábanas en la cama del camarote de invitados—. Después de la fiesta, estate preparada.
—Yo siempre estoy preparada para ti.
Su sonrisa me indica que sabe perfectamente que no exagero en lo más mínimo.
Cuando Cass llega Jackson le enseña el yate y se sienta a tomar una copa con nosotras en la cubierta superior. El ambiente es muy distendido, y agradezco que Jackson pregunte a mi amiga por la franquicia e incluso responda sus preguntas.
—Solo necesito hablarlo a fondo, ¿sabes? —arguye ella—. A Zee no le apetece ni oír hablar del tema.
—Cuando quieras —dice Jackson, y me encanta ver cuánto anima a mi mejor amiga este ofrecimiento sin duda sincero.
Hablamos un poco sobre el resort, pero Jackson utiliza la conversación como pretexto para marcharse.
—Debería ponerme a trabajar en el resort —arguye, y me mira—. La mujer que me ha contratado es una tirana.
—Creo que «jefa despiadada» la define mejor.
—¡Eh! —protesto—. Aún no lo soy.
—Pero vas por buen camino —replica Cass mientras me acaricia la mano en actitud maternal.
Jackson se ríe de nuestras tonterías, me besa con pasión y baja a sentarse delante de sus pantallas de ordenador.
—Me cae bien —dice Cass en cuanto estamos solas.
Sonrío.
—Sí. A mí también. —Respiro hondo, subo los pies al sofá y contemplo el puerto deportivo—. Se lo he contado, Cass. Le he contado lo que pasó con Bob.
—Me alegro mucho, Syl.
Se me encoge un poco el estómago.
—Se lo he contado todo. Es decir, le he contado incluso más que a ti.
Frunce el entrecejo y, por un instante, creo que está enfadada. Y no me extraña, porque me siento culpable.
—Oh, tía, ¿crees que no lo sabía?
Parpadeo, desconcertada.
—Un momento. ¿Qué sabías?
—Que no me lo habías contado todo. Era obvio.
—¿Lo sabías?
—Claro. Y me alegro de que le hayas contado el resto a Jackson.
Me reclino en el sofá, satisfecha y confusa a partes iguales.
—No es un concurso, Syl. Lo que le cuentas a él. Lo que me cuentas a mí. Si me necesitas, puedes contar conmigo ahora y siempre.
Cierro los ojos y me abrazo las rodillas.
—Gracias.
—No tienes que darme las gracias por eso, pero, aun así, de nada. En serio, Syl. Tanto si hablas conmigo como si no, te quiero y nada va a cambiar eso. Y lo digo con toda la ropa puesta en un sentido más o menos platónico.
Suelto una carcajada.
—Vale. Gracias. —Trago saliva. Luego inspiro y le confieso lo que aún no he sido capaz de reconocer ni siquiera a mí misma—. Creo que me estoy enamorando de él.
Chasquea la lengua.
—Yo no.
—¿En serio?
No sé si sentirme ofendida, sorprendida o defraudada.
—¿Qué te estás enamorando, dices? Venga ya, nena. Creo que estás perdidamente enamorada de él desde Atlanta. —Me aprieta la mano—. Enhorabuena por haberte dado cuenta por fin.
Mi mejor amiga es una mujer muy inteligente.
—Yo también te quiero, lo sabes, ¿no?
—Joder, sí, claro. Soy un amor.
Pasamos el resto de la noche hablando de todo y nada, pero es agradable estar en el barco con el chapoteo del agua como telón de fondo y una botella descorchada —o dos— de vino delante de nosotras.
Cuando veo que Cass bosteza y reparo en que la luz del estudio de Jackson está apagada doy la velada por terminada y ambas bajamos a los camarotes.
La abrazo delante del suyo y le digo que puede dormir hasta cuando quiera, pero que yo me levantaré tempranísimo para ir a la oficina y que le mandaré un mensaje de texto con la hora a la que pasaremos a recogerla en la limusina.
Luego, sin hacer ruido, abro la puerta del otro camarote para ver al hombre que amo.
Está en la cama dormido, con el portátil abierto a su lado. Se lo quito y me acuesto a su lado.
Jackson me abraza sin despertarse y me acurruco contra él, tan emocionada por este sencillo gesto inconsciente como por cualquier otra de las cosas que me ha hecho o dicho.
Estoy contenta, lo reconozco.
Contenta. Feliz. Y, sí, enamorada.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura Junio 2018
Que bien por los dos, que pudieron estar juntos de nuevo, no me agrada que Zee no apoye a Cass, ella esta muy ilusionada no necesita màs estrés.
gracias Berny
gracias Berny
yiniva- Mensajes : 4916
Fecha de inscripción : 26/04/2017
Edad : 33
Re: Lectura Junio 2018
Capítulo 21 -22 :
Muy mal tenerle desconfianza, al final se arrepentirá de lo sucedido y hasta en sueños le dice que confié en él y ella no sabe que hacer…
Que buena forma de pedir perdón, cediendo el control para el placer de ambos, lastima que llego la amiga a bajarles la flama un poco jaja
Muy mal tenerle desconfianza, al final se arrepentirá de lo sucedido y hasta en sueños le dice que confié en él y ella no sabe que hacer…
Que buena forma de pedir perdón, cediendo el control para el placer de ambos, lastima que llego la amiga a bajarles la flama un poco jaja
citlalic_mm- Mensajes : 978
Fecha de inscripción : 04/10/2016
Edad : 41
Re: Lectura Junio 2018
Gracias por su tiempo y en mi opinión me parece bien q estén juntos pero ando desconfiada, en fin y para colmo le dañan el momento
FernandaGnzlz- Mensajes : 159
Fecha de inscripción : 28/06/2018
Re: Lectura Junio 2018
gracias chicas
alexana- Mensajes : 185
Fecha de inscripción : 17/06/2018
Edad : 53
Localización : petrer
Re: Lectura Junio 2018
Capitulo 23
—A nosotros nos complace haber venido —responde Jackson al tiempo que estrecha la mano a su amigo—. Me gustaría presentarte a mi novia, Sylvia Brooks, y a su amiga, Cassidy Cunningham.
¡Novia!
Es la primera vez que Jackson me llama así, y me quedo tan sorprendida que casi no me doy cuenta de que Michael me ha tendido la mano.
—No pongas esa cara de sorpresa —me susurra Jackson cuando las presentaciones han concluido y estamos ya con el resto de los invitados en el salón de baile—. Es la verdad, ¿no?
—Sí. —La palabra burbujea en mí como si fuera champán y miro a Cass—. Sí, lo es.
—No es fácil sorprenderla —dice mi amiga a Jackson—. Creo que tu única manera de volver a conseguirlo es desnudándola.
Él se ríe entre dientes y le pasa un brazo por los hombros.
—Buena tentativa, pero no voy a complacer tus fantasías lascivas.
—Tenía que intentarlo.
Pongo los ojos en blanco, pero es una pose. No solo sigo flotando porque Jackson me ha llamado «novia», sino también porque mi mejor amiga y mi chico han cruzado esa línea invisible que separa a los meros conocidos de los colegas.
Bien mirado, la vida mola bastante.
Me apoyo en Jackson y echo un vistazo a mi alrededor. Ya he visto qué se puede comprar con una cantidad de dinero escandalosa, pero hasta yo tengo que obligarme a no quedarme mirándolo todo. Hay vestigios arquitectónicos que representan diferentes períodos históricos distribuidos por todo el salón con mucho gusto, entremezclados con algunos objetos de interés de Hollywood. Pósters de películas, fotografías de famosos que no están posando, páginas de guiones e incluso tres estatuillas de los Oscar adornan las paredes o están expuestos en vitrinas.
—Es como un museo —digo, y me ruborizo cuando me doy cuenta de que Michael se ha unido a nuestro trío.
—Esa es la idea —confirma—. Aquí guardo mis recuerdos. Me pareció más fácil que ir haciendo un álbum de recortes, y confiere a este salón un atractivo sin igual para actos como el de hoy. Como Jackson sabe, el Proyecto de Protección Histórica y Arquitectónica Nacional es una de mis causas predilectas y, cuando me pidieron que organizara una fiesta y una subasta silenciosa aquí estuve encantado de hacerlo.
—Es una causa maravillosa —digo, y soy sincera—. Y Piedra y acero me pareció brillante —añado, aunque lo cierto es que todavía no he visto más que el principio.
—Sí que lo es —interviene Cass, que esta noche lleva el pelo rubio y está tan elegante que parece uno más de los tesoros de Prado.
—Sois las dos muy amables —responde Prado, y guiña el ojo a Jackson—. Por supuesto, tuve un material excelente. Pero lo primero es lo primero. Antes de que echéis un vistazo a la subasta silenciosa, tenemos que conseguiros una copa. He organizado suficientes actos como este para saber que la cantidad de alcohol que ingiere una persona es directamente proporcional a la cantidad de dinero que ofrece en la puja. Y quiero que este acto sea un éxito.
—Bueno, si beber alcohol ayuda —dice Cass—, estaré encantada de complacerle.
Prado llama a un camarero que lleva una bandeja con bebidas y escoge un Artes y Ciencias de Amsterdam para mí, un Ópera de Sydney para Cass y un Guggenheim para Jackson.
—Un cosmopolitan, un old fashioned y un martini vodka con una rodaja de limón —nos explica— Pero teníamos que ceñirnos al tema.
Señala la zona que queda bajo la enorme escalera curva del fondo del salón.
—Los objetos subastados se exponen en mesas apoyadas contra esa pared. Desde aquí no se ve, pero siguen por debajo de la escalera y tenemos algunas maravillas. He invitado a un montón de gente con más dinero que tiempo, lo que quiere decir que no solo preveo una buena cantidad de pujas, sino que también hay algunos premios increíbles. Tú has donado treinta horas para proyectar una casa unifamiliar, ¿verdad, Jackson?
—¿Ah, sí? —pregunto.
—Me pilló con la guardia baja —arguye él riendo.
—Me cae bien —digo a Jackson cuando Prado se marcha para atender a otros invitados.
—A mí también. Ha sido mi única experiencia decente en Hollywood hasta la fecha.
—Decente, no sé si será —interviene Cass—, pero hay otra experiencia de Hollywood que intenta llamarte la atención.
Con la cabeza señala la escalera, por la que Irena Kent está bajando con un hombre calvo de unos cuarenta y tantos que lleva perilla y la clase de gafas de montura oscura que la gente se pone cuando quiere dárselas de moderna y artista. Me resulta vagamente familiar, pero no lo ubico. No obstante, Irena Kent capta toda mi atención. Va cogida del brazo del hombre calvo y, con la otra mano, está saludando a Jackson.
—Oh, mierda —se lamenta él.
—Podrías hacer como que no la ves.
Le creo cuando dice que ya no hay nada entre Irena Kent y él, pero eso no significa que quiera invitarla a unirse a nuestro pequeño círculo. Y como soy así de ruin, sigue hiriéndome que se haya acostado con ella.
—Podría, sí. Pero está con Robert Reed.
Cass y yo nos encogemos de hombros.
—El productor cabrón.
—¿El que quiere hacer la película sobre la casa de Santa Fe?
—El mismo —responde Jackson—. Y, por ese motivo, voy a ir a hablar con ellos.
—¿Por qué? —pregunta Cass—. Es decir, si no quieres que hagan la película.
—Por dos razones. En primer lugar, creo firmemente en ganarse a la gente con amabilidad cuando es conveniente. Mis abogados pueden ser los chicos malos. Yo seré educado, encantador y, si hace falta, sembraré cizaña sin que se den cuenta.
—Me gusta su forma de pensar —me dice Cass.
—Y en segundo lugar —continúa Jackson—, quiero información. Si siguen adelante con el proyecto, he de saberlo. A lo mejor me entero de algo que puede serles de utilidad a mis abogados.
—Tu novio es un retorcido —bromea Cass—. Yo me andaría con cuidado.
—Venid conmigo si os apetece. ¿Syl?
—Adelántate. Creo que Cass y yo vamos a ver si subastan algún objeto por el que podamos permitirnos pujar.
Me mira a los ojos antes de besarme y me parece percibir comprensión en su mirada. Cass no es tan intuitiva.
—¿Por qué no vas con él? Esa mujer y él salían juntos.
—Precisamente —digo—. Irena Kent es alta, escultural y glamurosa. Yo, de lo más corriente en comparación.
—Qué va. Eres fabulosa y lo sabes. Y Jackson te adora.
—Y si estuviera junto a ella, podría perder todo mi atractivo poniéndome celosa. Además —añado— necesitamos estar solas. ¿Qué pasa con Zee?
—No estoy segura. Le molestó que Jackson y tú os reunierais con Ollie y conmigo.
—¿En serio? ¿Por qué?
—No lo tengo claro. Le dije que también me habría encantado conocer su opinión. Pero no estaba enfadada porque quería estar en la reunión. Simplemente, no quería que estuvierais vosotros.
—¿Le has contado lo de esta noche?
Cass arruga la nariz.
—No.
—Cass…
—Oye, acabamos de empezar. Aún no tenemos que ir juntas a todas partes.
Tiene razón. Se me olvida lo deprisa que han ido las cosas con Jackson. En especial porque me parece que estoy con él desde siempre. O al menos desde hace cinco años.
Miramos todos los objetos de la subasta silenciosa e incluso yo pujo por un fin de semana romántico en un hotel con encanto de Laguna Beach. Si gano, sorprenderé a Jackson. Y si no gano, puede que lo sorprenda igualmente.
—Pensaba que Evelyn vendría.
Hemos terminado de ver los objetos y estamos cerca de una vitrina de cristal con varias páginas del guión técnico de El mago de Oz. Miro entre los invitados, pero no la veo. Es más, tampoco veo a Jackson. Pero sí veo a Irena Kent y me complace ver que no está con mi novio.
—¿No es esa de ahí? —pregunta Cass mientras me señala el fondo del salón, donde Robert Reed está charlando con Evelyn y varias personas más que no conozco.
—Buena vista —digo—. Vamos a saludarla.
Cuando echo a andar hacia ellos vuelve a asaltarme la sensación de que conozco a Reed. Pero no me obsesiono con eso. Es difícil crecer en Los Ángeles sin tropezarse con famosos de vez en cuando, sobre todo ahora que trabajo para Stark.
Pero, conforme nos acercamos, empiezo a oír su conversación. Su voz también me resulta familiar y me aprieto las sienes para intentar situarlo. Entonces tiende la mano a una de las guapas mujeres jóvenes.
—Encantado de conocerte. Soy Robert Cabot Reed. Pero puedes llamarme Bob.
Me quedo petrificada.
—¿Syl?
—Es él, Cass.
Me noto la lengua hinchada y no estoy enteramente segura de haber hablado en voz alta.
—¿Él? No…
—Tengo que encontrar a Jackson.
—Pero…
—¡Jackson!
—Hostia. —Percibo comprensión y pánico en la voz de Cass—. Hostia puta.
Pero no le estoy prestando atención. Estoy cruzando el salón dando traspiés, con los puños cerrados a los costados porque… ¡no, no, no voy a perder el control!
Consigo dominarme hasta llegar al vestíbulo, donde Prado sigue recibiendo a los rezagados.
—¿Ha visto a Jackson?
Al oír el tono apremiante de Cass, comprendo lo asustada que deber de estar.
—Hola, Cassidy. Pues sí. Ha dicho que salía para atender una llamada. —Prado nos pregunta—: ¿Estáis bien?
No sé qué le responde Cass. Lo único que sé es que soy puro movimiento. Que, de algún modo, he atravesado las puertas, he salido de la casa y voy de un lado a otro como un torbellino buscándolo.
Junto a la caseta del aparcacoches. Entre las sombras de la calle. Bajo el semáforo.
¡Ahí!
Corro hacia él, pero me detengo en seco cuando veo que no está solo.
—Maldita sea —recrimina a su acompañante—. ¿Qué coño haces aquí? Te dije que no te acercaras a mí.
No puedo oír la respuesta del otro hombre, pero la réplica de Jackson está clarísima.
—Tonterías —alega—. ¿No eres tú el que siempre dice que no pueden vernos juntos? Maldito seas, Jeremiah.
—¡Syl!
La angustiada voz de Cass atraviesa la noche, y cuando los dos hombres se vuelven hacia mí la débil luz dorada de la farola les alumbra las caras.
Jackson Steele.
Y Jeremiah Stark.
Se me escapa un gemido.
—¡Sylvia!
Percibo urgencia en la voz de Jackson, y advierto sorpresa y culpa en su rostro.
Me doy la vuelta… y echo a correr.
—¡Sylvia, espera!
Pero sigo corriendo, al menos hasta que tropiezo y grito al sentir un dolor agudo en la rodilla.
Se me ha roto un tacón y he topado con el bordillo.
Veo que un aparcacoches vestido de rojo echa a correr hacia mí. Me doy la vuelta. Jackson también viene a mi encuentro a toda prisa en la oscuridad.
Me pongo de rodillas, porque no puedo hablar con él. Ahora no. Quizá nunca.
Me ha mentido. Oh, santo Dios, me ha mentido.
—¡Sylvia! —grita, y me levanto del suelo con la mano tendida hacia el aparcacoches.
—Maldita sea, Sylvia, ¡espera!
—¡Déjala en paz! —grita Cass y, al volver la cabeza, veo que ha retenido a Jackson cogiéndolo por la manga—. Maldita sea, Jackson, deja que se vaya.
Cojo la mano del aparcacoches.
—Por favor, necesito un taxi.
—Por supuesto. —El chico aparenta unos diecisiete años y está muerto de miedo—. ¿Se encuentra bien? ¿Necesita ayuda?
—Solo un taxi. Por favor, date prisa.
Ya hay uno vacío esperando y el aparcacoches se apresura en ayudarme a subir. Me hundo en el asiento trasero agradecida, y cuando el coche sale del aparcamiento para incorporarse a la circulación lo último que veo antes de doblarme por la cintura es a Jackson de pie junto a Cass, con el cuerpo ladeado como si estuviera en movimiento, retenido solamente por la fuerza con la que Cass lo agarra por el brazo.
Vuelvo a recostarme en el asiento e intento decidir dónde ir. A casa no. Jackson iría a buscarme allí.
A la oficina tampoco, porque me encontraría.
Al final voy a un motel. Un motel insulso que cobra demasiado por sus insulsas habitaciones diminutas.
Pero no me importan ni el dinero ni la decoración. Ni tan siquiera me importa la cama, porque no tengo intención de dormir.
No puedo, esta noche no. Porque esta noche será la peor.
Esta noche volveré a tener pesadillas; volveré a soñar con pérfidos dragones de afilados dientes y garras de fuego.
Tendré pesadillas y veré a Bob en sueños, ¡a Cabot Reed!, y él me tocará y seducirá, y yo me correré para él y me odiaré por ello.
Luego lo miraré a los ojos y veré a Jackson, y me odiaré mucho más.
Estaré indefensa.
Perdida y sola, sin nadie que mate al dragón.
En un arrebato de cólera, cojo la cubitera del aparador y la arrojo contra la pared. Hace un ruido sordo muy poco satisfactorio al estrellarse contra el fino tabique de yeso y la barata pintura.
—¡Maldito seas, Jackson Steele! —grito—. Maldito seas, joder.
Me ha mentido, por omisión si no de forma flagrante. Fingió que no conocía a Jeremiah Stark cuando le pregunté por él después del artículo que LA Scandal publicó online. Y quizá podría creer que esta noche solo se han conocido fortuitamente si no hubiera visto su cara ni hubiera oído la conversación. Pero lo he hecho, y como he aprendido a interpretar las expresiones de Jackson estoy segura de que se conocen desde hace mucho tiempo. Y es evidente que son más que meros conocidos.
Dios santo, ¿cómo he podido ser tan tonta? He depositado mi confianza, ¡toda mi confianza!, en ese hombre.
Y juro que creía estar enamorándome de él.
¡No! Maldita sea. Me he enamorado de él, y por eso me duele tanto.
Lo amo, o al menos amaba al hombre que creía conocer.
Y ahora, de algún modo, tengo que volver a perderlo y conseguir superarlo. Porque sé que el hombre de quien me he enamorado no es la persona que es en realidad.
¡Mierda!
La palabra me parece hueca y cojo el móvil para hablar con Cass, pero cuelgo antes de oír el tono de llamada. No es su compañía lo que ansío, sino tatuarme.
Pero ¿qué me tatuaría? Lo que siento es demasiado fuerte, demasiado personal. Es demasiado sin más. Y, a menos que pueda abrirme en canal y tatuarme el corazón, no creo que ningún otro tatuaje me ayudara a mitigar el dolor que siento.
¡Joder, joder, joder!
Me arrojo sobre la cama, aprieto los párpados con fuerza y me obligo a llorar. Pero mis ojos siguen secos.
Ni tan siquiera puedo tener ese pequeño desahogo para aliviar mi dolor.
En vez de eso, me meto en la cama y veo la televisión, aletargada y embotada, mientras lucho contra el sueño que está decidido a dominarme. Publirreportajes. Comedias de situación. Dibujos animados de mala calidad.
Hora tras hora hasta que, al otro lado de la sucia ventana, la oscuridad da paso a la luz.
Salgo de la habitación dando tumbos, con la piel tirante y los ojos rasposos, y me dirijo a la entrada para tomar el desayuno incluido en el precio a base de bollos fríos y café tibio.
Me siento a la mesa de plástico barato y sorbo café durante más de una hora. Hay un periódico enfrente de mí, pero no lo leo. Hay un televisor en el que dan un ridículo programa matutino, pero no lo miro. Solo me quedo mirando al vacío, retraída y ensimismada como no había estado desde que Jackson me hizo su propuesta el día del estreno.
Desde entonces no había querido desaparecer.
Ahora no se me ocurre nada que desee más.
A menos que sea recuperar al Jackson que creía conocer.
Dios mío, me estoy poniendo sentimental.
Asqueada conmigo misma, me levanto. Si voy a estar deprimida, y creo que tengo derecho a estarlo, iré a un lugar más agradable que el feo salón común de este motel.
Subo a ducharme a la habitación y me pongo un pantalón de chándal y una camiseta de la película City of Angels que he comprado en recepción. No voy a la última moda, pero paso más desapercibida que con mi vestido de fiesta.
Pido al recepcionista que llame a un taxi y, una vez más, evito ir a casa. En cambio, le digo al conductor que me lleve al único lugar al que siempre he ido cuando las cosas se me tuercen en esta ciudad. El lugar al que iba a pasear o leer los fines de semana después de mis «sesiones» con Bob y al que huía para eludir las burlas de mis compañeras de instituto. Al que a veces iba sencillamente porque quería ver algo bonito. El Getty Center.
El taxi me deja al pie de la cuesta y me monto en el tranvía con una avalancha de turistas. Agradezco que sea sábado. Quiero perderme entre la multitud y camuflarme entre las camisetas, los vaqueros y las gorras de béisbol que distinguen a los visitantes que no son de aquí.
Todo el Getty es asombroso, desde el museo o el centro de investigación hasta el tranvía que transporta a los visitantes por el complejo. Probablemente he pisado cada centímetro cuadrado de este lugar en algún momento de mi vida.
Hoy elijo la plaza y me siento junto a la fuente situada enfrente del edificio circular abovedado.
No pienso demasiado en la razón, pero, en parte, sé que lo he hecho porque la perfección y la fluidez de este increíble edificio me recuerdan a Jackson. El centro es una obra maestra de belleza arquitectónica, una obra de arte en toda regla, y no acabo de saber si he venido a disfrutar o a atormentarme.
No tengo la menor idea de cuánto tiempo me quedo sentada, con la conocida sensación de entumecimiento adherida a los huesos. Lo único que sé es que me he desconectado del mundo. Así pues, cuando lo oigo es a través de un túnel y desde muy lejos.
—¿Sylvia? —Me roza el hombro con los dedos—. Cariño, estoy aquí.
¡Jackson!
Su voz, su piel, su olor.
Cambio de postura y lo miro. Tiene la cara desencajada y está más desaliñado que yo. Al menos, yo me he dado una ducha. Jackson sigue con el traje que llevaba anoche, aunque ahora tiene el cuello de la camisa desabrochado y se ha metido la corbata roja en un bolsillo, del que asoma un poco.
—No te quiero aquí.
Es mentira. Es la peor de las mentiras, porque sí lo quiero. Pero no así. Con los juegos, el engaño y todo lo que me ha ocultado.
—Lo que crees que sabes —dice— no lo sabes.
—Eres un puto mentiroso —replico en voz baja y sosegada—. Necesitaba algo real a lo que aferrarme y tú has sido una ilusión desde el principio.
—Sylvia…
—¿Has hecho esto por Damien? ¿Por Stark International?
Niega con la cabeza.
—Por Damien rechacé el proyecto de las Bahamas. Por ti he aceptado Santa Cortez.
No digo nada. Porque ¿qué coño puedo decir?
—Cuando esto empezó —continúa— quería hacerte daño. Me dejaste. Y, para colmo, pensaba que te habías ido con Damien. Así que confieso que buscaba vengarme. Quería debilitarte. Desquiciarte.
¿La primera noche? Mi plan era conseguir que me necesitaras tanto como el puto aire que respiras. Ser tan necesario para ti que perderme te destruiría.
Aprieto los dientes, me abrazo el cuerpo y me obligo a no decirle que su éxito ha sido rotundo.
—Y luego, cuando lo fuera todo para ti, iba a dejarte. A vengarme sabiendo que la ira y la pérdida te estaban consumiendo.
Alzo la cabeza para mirarlo a los ojos. Espero ver triunfo en ellos, pero veo arrepentimiento. Y también ternura. Por eso me quedo, pese al impulso casi arrollador de levantarme y echar a correr.
—Pero todo eso cambió, Sylvia. Preferiría morir antes que hacerte daño. Pensaba que era fuerte; no lo soy. Pensaba que era valiente; no lo soy. Porque, cuando se trata de ti, no tengo fuerzas para irme e incluso la mera idea de perderte me hace pedazos.
—Creo que vas a tener que acostumbrarte —replico—. Porque ya me has perdido.
—Cariño…
Me coge por la muñeca y me aparto con brusquedad.
—¡Me has mentido! Después de todo lo que te he contado. Después de cómo me he entregado a ti. Me has mentido, joder.
—No es verdad.
Me pongo de pie.
—Oh, venga ya, Jackson.
—Escúchame. No —dice, y me agarra la mano cuando echo a andar—. ¡Escúchame!
Me doy la vuelta, pero no me siento, sino que me quedo de pie con los brazos cruzados y la mandíbula tensa.
Jackson también se levanta y se mete las manos en los bolsillos.
—Te he ocultado cosas, sí. Quizá más de las que debiera.
—Caramba. ¿Tú crees? ¿Como, por ejemplo, que quizá tendrías que haberme comentado que estabas conspirando con Jeremiah Stark?
—No lo estaba. Pero sí lo conozco. Lo conozco desde hace mucho. —Inspira y se pasa los dedos por el pelo—. Maldita sea, Syl. Jeremiah Stark es mi padre.
Me tambaleo. De hecho, doy un paso atrás como si Jackson me hubiera empujado con la palma de la mano.
—¿Qué? —digo por fin, aunque no me cabe ninguna duda de que he oído bien.
—Damien es mi hermanastro.
Habla sin emoción, y me queda muy claro que no siente un gran aprecio por su árbol genealógico.
No estoy segura de cómo asimilar la noticia, de modo que vuelvo a sentarme al borde de la fuente. Un momento después Jackson me acompaña.
—¿Lo sabe Damien? —pregunto.
—No. Te dije la verdad sobre mi padre. Mi familia. Solo que no te dije quién era.
—Deberías haberlo hecho. —Estoy intentando ordenar mis pensamientos, pero esta noticia es demasiado inesperada—. Todas las veces que te he preguntado qué problema tenías con Damien, y tú no has soltado prenda.
—Lo siento. Quizá debiera haberlo hecho. No sé… —Percibo angustia en su rostro, pero no intento consolarlo. Estoy demasiado herida. Demasiado anestesiada—. ¿No lo entiendes? Es un secreto que guardo desde que nací. No es nada que pueda proclamar a gritos.
—No —digo con voz tensa—. ¿Qué sabré yo de secretos complicados?
—¿Se trata de eso? ¿Ojo por ojo? ¿Tú me contaste lo de Bob y me estás castigando porque yo no he hecho lo mismo con mis traumas de infancia?
—¿Bob? —repito—. ¿Es todo lo que tienes que decir? ¿Te limitas a mencionarlo y te pones otra vez a hablar de tus problemas con tu papi?
Sus palabras se me han clavado en el corazón como un estilete, porque, maldita sea, Bob es quien ha desencadenado esto. Robert Cabot Reed, el productor cabrón que quiere realizar una película sobre la casa que Jackson construyó en Santa Fe. Bob, que nos tiene atrapados a los dos. ¿Y Jackson solo es capaz de pensar que estoy cabreada porque no me reveló la identidad de Damien de inmediato?
No digo nada de esto, a pesar de que mis emociones son tan intensas que me impulsan a ponerme de nuevo en pie para soltárselo todo con dureza y sequedad.
Pero me está mirando con un desconcierto tan sincero que me muerdo la lengua.
Y es entonces cuando caigo en la cuenta: Jackson no sabe nada de Robert Cabot Reed. Solo sabe que salí a buscarlo. No tiene la menor idea de por qué lo hice. Ni de que mi estado de ánimo, mis miedos, mi crisis no se deben enteramente a su insignificante complot con Jeremiah Stark.
De repente me noto muy cansada.
—Necesito ir a casa.
Ahora mismo me hace falta mi piso. Mi patio. Necesito acurrucarme en mi tumbona y dormirme. Y, con un poco de suerte, con lo agotada que estoy, no tendré pesadillas.
—Vuelve al barco conmigo. Por favor, Syl. Tenemos que hablar más. No quiero que esto sea lo que nos separe. Mi padre ya me ha arrebatado demasiadas cosas.
—No ha sido él quien que me ha ocultado secretos —susurro—. Sino tú.
Veo que se estremece al oír mis palabras y casi las retiro. Pero son ciertas, de modo que solo niego con la cabeza.
—Lo siento —digo—. Es posible que necesitemos hablar. Pero, ahora mismo, lo que yo necesito es estar sola.
No le doy tiempo a responder. Echo a andar, aunque hacerlo me deje un hueco en el corazón.[/justify]
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura Junio 2018
Capitulo 24
Recuerdo que he tenido pesadillas, pero no recuerdo sobre qué. Solo me acuerdo de una y en ella corría. Cada vez más rápido, cada vez más lejos. Pero jamás escapaba de lo que me perseguía.
Ni tan siquiera sé de qué huía. Solo puedo suponer que era de todo.
Me envuelvo en la manta y entro en el salón dando tumbos. Me duele el cuerpo entero y me siento vieja, como si ninguna parte de mí quisiera seguir funcionando.
Y no me apetece estar sola.
Me doy una ducha caliente y eso me alivia algunos dolores, pero no el que llevo dentro.
Lo cierto es que quiero estar con Jackson, pero no estoy preparada para hacerlo.
De modo que llamo a la otra única persona a la que puedo acudir.
—¿Me dejas que me quede contigo? —pregunto en cuanto Cass coge el teléfono.
—Dios santo, Syl… Debería ir ahí y estrangularte. ¿Sabes lo preocupada que me has tenido? ¿Por qué coño no me cogías el teléfono?
—Lo siento. Lo tenía en silencio. Solo necesitaba tiempo.
La oigo suspirar.
—Perdona. Lo sé. Lo entiendo. ¡Mierda! Oye, ¿estás bien?
—Sí, sobreviviré. Pero no quiero estar sola.
—Estaré ahí en un cuarto de hora.
—Puedo conducir.
—¿Tienes los nervios destrozados?
Me echo a reír, y me hace bien.
—Obvio.
—Entonces no es bueno que conduzcas. Quédate ahí. Voy ahora mismo a buscarte.
Fiel a su palabra, Cass está en mi puerta justo cuando termino de meter unas cuantas prendas de ropa en una bolsa de viaje.
—¿Y cuántas normas de tráfico has violado? —pregunto al abrirle.
En lugar de responder, Cass me estrecha entre sus brazos.
—Vamos. Yo cuidaré de ti.
—¿Seguro que te va bien? —pregunto cuando bajamos a la calle—. ¿A Zee no le importa?
Cass agita una mano.
—Oh, por favor. Claro que no.
Pero veo que se le ensombrece la cara y eso me preocupa.
No obstante, no tengo ocasión de preguntarle nada porque hemos llegado al aparcamiento y Cass se ha detenido junto a su motocicleta.
La miro pestañeando.
—¿En serio?
—¿Qué? Los domingos a esta hora el tráfico es un coñazo, y tenía que venir rápido. Además, solo llevas una bolsa.
Esbozo una sonrisa y la abrazo.
—Te quiero.
—Pues claro. —Se ríe—. Soy un amor. —Desabrocha la correa del casco que me ha traído y me lo da—. Sube.
Me monto en la parte de atrás de su Ducati de diez años, me pongo el casco y me agarro a su cintura.
—Deberías ir a verlo —declara al arrancar la motocicleta, pero luego se incorpora al tráfico.
Ignoro si aún sigue hablándome. No la oigo. Tengo la cara pegada a su espalda, y me quedo absorta pensando en lo que ha acaba de decirme.
Dieciséis minutos después nos detenemos delante de su casa.
—Porque está bastante hecho polvo —dice como si la conversación no se hubiera visto interrumpida en ningún momento.
—Yo estoy hecha polvo —la corrijo—. ¿Y, además, cómo lo sabes?
—He hablado con él —responde al quitarse el casco.
Me quedo petrificada en la acera.
—¿Cuándo?
—Ayer. Se pasó por el estudio después de que te marcharas del Getty Center.
—¿Ah, sí?
—Quería mi ayuda.
—¿Para encontrarme?
Me mira de soslayo.
—Para saber qué hacer.
—Y… ¿En serio?
Abre la puerta y entramos. Su piso es pequeño, solo tiene unos sesenta metros cuadrados de superficie, pero es bonito. Cass odia el desorden, de modo que su apartamento está tan ordenado como las cabinas de Totally Tattoo. Dado que conozco sus manías, dejo la bolsa en el pequeño armario de los abrigos antes de dirigirme al sofá cama, ahora plegado, y sentarme en él.
—¿Por qué te sorprendes? —pregunta Cass desde la cocina contigua, donde está descorchando una botella de vino.
La trae junto con dos copas.
—No lo sé —respondo con sinceridad—. Supongo que porque es muy autosuficiente.
Cass alza un hombro.
—Pero no lo es tanto —dice—. Diría que te necesita, es mi opinión.
El corazón se me encoge un poco, y aún lo hace más cuando Cass me aprieta una mano.
—Te ama, ¿sabes?
—¿Te lo ha dicho él?
—No. Pero tengo ojos.
Lo cierto es que también los tengo yo. Y, antes de que ocurriera esto, también habría dicho que me ama.
Ahora, sabiendo lo que me ha ocultado, no sé qué pensar.
—Es el hermanastro de Damien —digo de sopetón, y mis palabras me sorprenden.
—Lo sé —afirma Cass, lo que me sorprende todavía más—. Me lo explicó.
Me da una copa de vino.
—La ha cagado, Syl, eso no te lo discuto. Con todo lo que ha pasado entre vosotros, debería haberte hablado de su padre cuando tú le preguntaste si lo conocía.
—Veo que te lo ha contado todo.
—Sí, bueno. Como he dicho, está colado por ti. —Se hunde en el sofá—. Y como resulta que sé que el sentimiento es mutuo, he pensado que debería ser una buena intermediaria.
«Mutuo.»
Por supuesto, tiene razón. Lo es.
—Me ha hecho daño —digo—. Tendría que habérmelo contado, haber confiado en mí.
Pero mientras hablo pienso en todo lo que aún me queda por contarle y sé que no estoy siendo justa. No me ha preguntado a bocajarro, es cierto, pero eso solo es mi absurda justificación.
El secreto era suyo, y era muy grande. Y qué arrogante es por mi parte pensar que, solo porque le pregunte, tiene que cambiar por completo y contármelo todo.
—Necesito verlo —susurro—. Necesito hablar con él. —Miro a Cass—. Me ha hecho daño y me ha cabreado, pero tienes razón. Lo amo. Y quiero arreglar las cosas.
Al decirlo, sé que hay cosas que quizá no podamos arreglar. Este no es un secreto que yo pueda guardar y, por supuesto, Jackson también me lo había ocultado por esa razón. Porque su secreto incumbe a mi jefe y es posible que su padre esté saboteando a Stark International.
Damien tiene que saber la verdad, y cuando la conozca no estoy segura de que Jackson siga en el proyecto.
De hecho, cuando pienso en el genio que tiene Damien tampoco estoy segura de que siga yo.
Pero puedo superarlo. Mientras esté con Jackson, podemos resolver lo demás juntos.
—¿Está en el barco? ¿Te lo dijo?
Por un momento Cass pone una expresión extraña.
—Esto, oye… Antes tendría que contarte una cosa.
Me quedo callada, pero se me encoge el estómago. Porque Cass está nerviosa y eso no es propio de ella.
Se aclara la garganta.
—Vale. Pues, cuando hablamos, comprendí que no le habías contado lo de Robert Cabot Reed. Y me pareció que necesitaba entender por qué te alteraste tanto. O sea, que no era el mejor momento para enterarte de un secreto.
—Entonces ¿lo sabe? —Estoy empezando a enfadarme y quiero asegurarme de que esta vez me queda todo claro—. ¿Sabe que estuve cara a cara con el hombre que me violó repetidamente durante más de un año pero no ha venido a verme? ¿No me ha llamado? ¿No ha hecho nada aparte de lamerse las heridas porque me largué del Getty Center?
He visto desconcierto en la cara de Cass cuando he alzado la voz. Pero ahora desaparece, sustituido por otra cosa que solo puedo describir como inquietud.
—¿Qué? —exijo saber—. ¿Qué coño pasa?
Coge el periódico de la mesa de centro y, en cuanto le da la vuelta, veo una fotografía de Jackson, esposado junto a un agente de policía.
—Jackson le ha dado una paliza a Reed —dice Cass—. Lo han detenido por agresión.
Estoy en mi piso, andando de un lado a otro, del patio a la puerta y de nuevo al patio, esperando que aparezca Jackson, que Charles llame o que ocurra algo que me permita saber qué sucede.
He telefoneado a la comisaría en cuanto Cass me ha informado de la detención, pero, como es domingo, me han dicho que salir bajo fianza era imposible.
Llevo trabajando para Damien Stark el tiempo suficiente para saber que hay veces que «imposible» significa «imposible sin dinero ni poder», de modo que he llamado a Charles Maynard y le he suplicado que me ayude.
Por suerte, estaba en casa.
También por suerte, después de tantos años, nos conocemos lo bastante para que esté dispuesto a sacrificar unas horas de un festivo.
Charles me ha dicho que me fuera a casa y que, si conseguía que soltaran hoy a Jackson bajo fianza, lo traería a mi apartamento en lugar de llevarlo al barco.
De momento, no hay noticias de Jackson.
Descuelgo el teléfono, busco el número de Charles y, por enésima vez en lo que llevo de día, me obligo a no marcarlo. Me llamará cuando tenga noticias. Ese es mi nuevo mantra.
Detesto mi nuevo mantra.
Recorro el piso otras tres veces y estoy a punto de decir «¡A la mierda!» y plantarme personalmente en la comisaría cuando oigo que llaman a la puerta.
Casi me caigo al correr a abrir y, cuando lo hago y veo a Jackson, despeinado y barbudo, con la cara amoratada y magullada, estoy segura de que jamás había visto nada tan hermoso.
Casi tiro de él para meterlo en el piso; luego lo abrazo y ambos nos escurrimos al suelo.
—Sylvia… Oh, Dios santo, Sylvia. —Repite mi nombre sin cesar, y me quedo absorta oyendo cómo lo pronuncia, abrazándolo con fuerza, acunándolo—. Lo siento muchísimo. Debería haberte dicho quién soy.
—No. —Le acaricio el pelo—. He sido ruin y egoísta. No tengo derecho a conocer tus secretos, Jackson. E hice más que sentirme dolida. Tuve una pataleta, y me sabe fatal.
Alza la cabeza y me besa.
—El que lo siente soy yo. Estabas confundida y sufriendo, y no me di cuenta. Tuvo que explicármelo Cass… Y, desde el principio, ese hijo de perra es el hombre que también me ha estado dando por el culo a mí.
—No deberías haberte ensañado con él —susurro—. Pero, Jackson, me alegro mucho de que lo hicieras.
Me mira a los ojos y percibo alivio en los suyos.
—¿Creías que me enfadaría?
—No es una forma de resolver los problemas muy civilizada que digamos —arguye riéndose.
—No. Para nada. ¿Por qué lo has hecho?
—Ya sabes por qué.
—Dímelo tú.
—Por lo que te hizo ese cabrón. Porque te lo arrebató todo. Porque te utilizó y te hizo daño. Y porque siempre te protegeré.
Parpadeo para aclararme la vista y hago un amago de sonrisa.
—Por eso no estoy enfadada.
Me pasa el dedo pulgar por la mejilla.
—Creía que no llorabas.
—¿Qué? —Estoy convencida de no haber oído bien, pero cuando me toco la mejilla la noto mojada. Se me entrecorta la respiración y las lágrimas se me agolpan en la garganta. Hace tanto tiempo que apenas recuerdo esta sensación—. Supongo… supongo que tú me importas.
Y eso es todo lo que puedo decir antes de ponerme a llorar a lágrima viva tan fuerte que el cuerpo entero me tiembla.
Jackson me lleva al sofá en brazos, donde me rodea con ellos mientras lloro por el pasado, por él, por el futuro al que, de repente, tengo miedo. Pero, sobre todo, son lágrimas de alivio y alegría, porque Jackson vuelve a estar junto a mí y vamos a resolver todo lo demás, del modo que sea.
Cuando por fin me calmo después de gastar una caja entera de pañuelos de papel, me acurruco contra él, agotada pero feliz.
Feliz, pero también asustada.
—No estoy enfadada —afirmo con voz ronca—. Hasta me atrevería a decir que estoy contenta.
Pero no deberías haberlo hecho. Presentará cargos. Es esa clase de persona.
—Protegeré tu secreto, nena. No tienes de qué preocuparte.
—No lo hago. Ni siquiera he pensado en eso —reconozco, y es cierto. Tengo la certeza absoluta de que Jackson se llevará mi secreto a la tumba si yo se lo pido, y saberlo me conforta—. Pensaba en ti.
Vuelve la cabeza y me mira de hito en hito.
—La película.
Asiento.
—Si nadie sabe que existo, la gente supondrá que le has agredido por la película y empezará a hurgar. Y será más difícil seguir ocultando todos esos secretos. He visto cómo acosan los buitres de la prensa a Nikki y Damien. Hasta ahora solo has tenido buena prensa. La mala prensa puede hacer mucho daño.
Me pasa los dedos por el pelo y comprendo que eso le preocupa.
—Haré lo que tenga que hacer —dice—. Pero, pase lo pase, no romperé mi promesa.
—Lo sé. De veras. —Inspiro, porque hay más. Y, aunque detesto dar malas noticias, tengo que hacerlo, solo por si todavía no ha pensado en ello—. Esto también puede fastidiarnos el proyecto del resort. Cuando Damien vuelva, te aseguro que no le hará ninguna gracia que su arquitecto salga en la prensa sensacionalista. Especialmente cuando no sabe si fiarse de ti.
No dice nada, de modo que decido continuar.
—Y también tienes que explicarle el resto. O se lo explicaré yo. Y es posible que tampoco le haga mucha gracia que no le dijeras quién eres de entrada. Lo siento —añado—. Pero no puedo ocultarle esto. No si quiero conservar mi puesto. O, si vamos al caso, el resort.
—Jamás te pediría que mintieras por mí, Sylvia —dice—. Y conozco los riesgos. Pero te haré una promesa: cueste lo que cueste, no perderemos el resort. Si es necesario, me enfrentaré con Damien cara a cara.
Da la impresión de que eso le gustaría.
—¿Lo entiendes?
Asiento, aunque no termino de tenerlo claro. Porque, en un enfrentamiento entre Jackson y Damien por si conservo o no mi trabajo, no imagino cómo podría Damien no tener la última palabra. En definitiva, mi jefe es él.
Se me ocurre la idea bastante desagradable de que puesto que Jackson es hijo de Jeremiah Stark, estoy bastante segura de que este sabe muchas cosas que Damien querría mantener en secreto. Lo que significa que es posible que Jackson también las sepa.
Pero la idea de que Jackson haga chantaje a Damien por mí es tan repulsiva que me la quito de la cabeza. No ha dicho eso y solo estoy rizando el rizo. Y lo cierto es que Jackson no conoce a Damien en absoluto.
—Tu hermano no es tan mala persona, ¿sabes?
—Puede que sí o puede que no. Ahora mismo no me importan ni Damien ni el resort. Lo único que me importa eres tú. Lo único que deseo eres tú. Dime que no la he cagado. Dime que no te he perdido.
—¿Cómo ibas a perderme cuando acabamos de volver a encontrarnos?
Me sostiene la mirada un instante, antes de abrazarme y besarme con dulzura.
—Ahora voy a hacerte el amor —dice, y me coge en brazos y me lleva al dormitorio.
Empieza a desvestirme, dándome mimos y caricias con cada prenda que me quita, hasta que estoy desnuda y en llamas, deseando tan solo tener a este hombre sobre mí y dentro de mí.
Él no espera y hacemos el amor despacio y con dulzura, pero no con menos pasión que cuando me ha poseído de forma salvaje. Hay ternura en sus movimientos. Control en su forma de penetrarme. Y no despega los ojos de los míos ni un solo instante.
Cuando veo cómo se gesta la tormenta en el azul tan intenso de sus pupilas arqueo la espalda para sentir más su cuerpo porque quiero alcanzar el clímax con él, perderme en el tiempo y el espacio con este hombre que ha logrado que me sienta despierta, viva, yo misma. Y cuando llega la explosión me hago pedazos con él y todos nuestros fragmentos se juntan formando una unión perfecta antes de que empecemos a bajar y gritemos sorprendidos al regresar a la realidad.
—Sylvia —murmura, y en sus labios mi nombre es tan dulce como la miel y tan intenso como hacer el amor.
Lo beso y me desperezo, satisfecha y dichosa cuando me aferra a él y apoyo la cabeza en su pecho.
Me siento a salvo entre sus cálidos brazos. Y, aunque Jackson nunca me lo ha dicho en palabras, me siento amada.
Alzo la barbilla para poder mirar el rostro de este hombre que me colma el corazón y la mente. Que se alza como un guerrero para protegerme de los demonios de mi pasado.
Veo tanta ternura en sus ojos que temo volver a llorar y, cuando se inclina sobre mí y me besa en la frente una pequeña lágrima de felicidad me rueda por la mejilla.
Sonrío.
Puede que no conozca todos sus secretos. Y no puedo conocer el futuro.
Pero sí veo el presente.
Y, para mí, para Jackson, este momento es suficiente…[/justify]
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura Junio 2018
Epílogo
Jackson se quedó de pie junto a la cama y la miró. Miró a la mujer que le aceleraba el corazón y hacía que le ardiera la sangre.
Ella lo calmaba. Lo centraba. Colmaba su corazón y su mundo.
Lo hacía mejor persona, él lo sabía. Lo creía. Joder, lo quería.
Y, cielo santo, también la quería a ella. Había estado muerto durante aquellos cinco años sin ella y no se había dado cuenta. Pero volvía a estar vivo, y era gracias a ella.
Procurando no despertarla, se metió en la cama. El corazón le dio un vuelco cuando ella lo buscó dormida y se acurrucó contra él, piel con piel.
Joder, cómo lo ponía.
Le pasó la mano por el pelo y, después, los dedos por el hombro. Como ella se había destapado mientras dormía, podía ver los tatuajes que le marcaban los pechos, solo algunos de los muchos que tenía. Eran cicatrices de un dolor ya pasado y él había sido el causante de algunos. La idea le retorció las entrañas, siniestra y desagradable, y, no por primera vez, deseó poder llevar sus cargas.
Ella había depositado su confianza en él, le había revelado sus secretos más íntimos. Y sabía que él tenía que hacer lo mismo. Pero el corazón se le desgarraba de solo pensarlo.
Quería seguir así para siempre, perdido en la oscuridad, entre el crepúsculo y el alba, donde la realidad parecía un sueño y él podía creer que todo era posible y todas las historias tenían un final feliz.
Pero había cosas que tenía que hacer. Lugares sombríos que necesitaba visitar. Batallas que debía librar.
Secretos que tenía que proteger.
Suspiró, la estrechó contra sí y sucumbió al dulce consuelo del sueño. No había nada más que hacer. No en realidad. No entonces.
En cambio, lo único que podía hacer era abrazarla y esperar que, en su lucha por ser el hombre que debía ser, no perdiera a la única persona que por fin le había hecho sentirse completo.
Ella lo calmaba. Lo centraba. Colmaba su corazón y su mundo.
Lo hacía mejor persona, él lo sabía. Lo creía. Joder, lo quería.
Y, cielo santo, también la quería a ella. Había estado muerto durante aquellos cinco años sin ella y no se había dado cuenta. Pero volvía a estar vivo, y era gracias a ella.
Procurando no despertarla, se metió en la cama. El corazón le dio un vuelco cuando ella lo buscó dormida y se acurrucó contra él, piel con piel.
Joder, cómo lo ponía.
Le pasó la mano por el pelo y, después, los dedos por el hombro. Como ella se había destapado mientras dormía, podía ver los tatuajes que le marcaban los pechos, solo algunos de los muchos que tenía. Eran cicatrices de un dolor ya pasado y él había sido el causante de algunos. La idea le retorció las entrañas, siniestra y desagradable, y, no por primera vez, deseó poder llevar sus cargas.
Ella había depositado su confianza en él, le había revelado sus secretos más íntimos. Y sabía que él tenía que hacer lo mismo. Pero el corazón se le desgarraba de solo pensarlo.
Quería seguir así para siempre, perdido en la oscuridad, entre el crepúsculo y el alba, donde la realidad parecía un sueño y él podía creer que todo era posible y todas las historias tenían un final feliz.
Pero había cosas que tenía que hacer. Lugares sombríos que necesitaba visitar. Batallas que debía librar.
Secretos que tenía que proteger.
Suspiró, la estrechó contra sí y sucumbió al dulce consuelo del sueño. No había nada más que hacer. No en realidad. No entonces.
En cambio, lo único que podía hacer era abrazarla y esperar que, en su lucha por ser el hombre que debía ser, no perdiera a la única persona que por fin le había hecho sentirse completo.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura Junio 2018
Llegamos al Fin, se que la lectura fue un poco rápida, pero teníamos 2 semanas para terminarla y lo logramos...
Chicas muchas Gracias por acompañarme en la lectura especialmente a @yiniva que me acompaño publicación por publicación, @citlalic_mm que aunque la pillo avanzada la lectura logro continuar con nosotras y @carolbarr se perdió casi el final pero estuvo en los inicio...
Espero que hayan disfrutado la lectura o por lo menos que les aya gustado. Estaré atenta a sus comentarios Final, haber si consistimos en algo en lo que sacamos de esta lectura.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura Junio 2018
Comentario Final de la Lectura.
Personalmente cuando busque referencia me salía este libro como de los mejores… y creo que está dentro de lo bueno, aunque a mí gusta hay mejores, además tenía otra idea del libro.
En Epilogo te deja en claro que aún falta muchos secretos que sacar a la Luz del pasado de estos tórtolos torturados... la noticia de Jackson la esperaba desde que hablo un poco de su familia, estaba muy claro, hasta me parecía raro que Syl nunca lo descubriera por si sola.
En cuanto a Syl tuve emociones encontradas con ella, en verdad que en ocasiones me daba lastimas, otras sentía que era fuerte y otras quería matarla por su comportamiento tan dramático... pero bueno es parte de toda la tortura que sufrió...
Personalmente cuando busque referencia me salía este libro como de los mejores… y creo que está dentro de lo bueno, aunque a mí gusta hay mejores, además tenía otra idea del libro.
En Epilogo te deja en claro que aún falta muchos secretos que sacar a la Luz del pasado de estos tórtolos torturados... la noticia de Jackson la esperaba desde que hablo un poco de su familia, estaba muy claro, hasta me parecía raro que Syl nunca lo descubriera por si sola.
En cuanto a Syl tuve emociones encontradas con ella, en verdad que en ocasiones me daba lastimas, otras sentía que era fuerte y otras quería matarla por su comportamiento tan dramático... pero bueno es parte de toda la tortura que sufrió...
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura Junio 2018
Capítulo 23- Epilogo:
Aww!!! que tierno ya la presenta como su novia y justo cuando todo va bien aparece en desgraciado de bob y ve a Jackson con el padre de su jefe , que también es su papá, ya lo sabia...
Como siempre su amiga esta ahí para ella, y ahora estará para los dos, que pasara despues de que salga la verdad de que son hermanos??
Que mas secretos esconde Jackson, no lo sabré hasta que lea los próximos dos libros, aunque cabe decir que no creo hacerlo ya que este no me agrado mucho, pero como dicen, los hay peores o no???
Aww!!! que tierno ya la presenta como su novia y justo cuando todo va bien aparece en desgraciado de bob y ve a Jackson con el padre de su jefe , que también es su papá, ya lo sabia...
Como siempre su amiga esta ahí para ella, y ahora estará para los dos, que pasara despues de que salga la verdad de que son hermanos??
Que mas secretos esconde Jackson, no lo sabré hasta que lea los próximos dos libros, aunque cabe decir que no creo hacerlo ya que este no me agrado mucho, pero como dicen, los hay peores o no???
GRACIAS POR LAS LECTURAS!!!!
citlalic_mm- Mensajes : 978
Fecha de inscripción : 04/10/2016
Edad : 41
Re: Lectura Junio 2018
No puedo creer que ya termino, se me fue super rápido, tantos secretos que se destaparon y como dice Berny los que faltan, la verdad es que no me esperaba nada de lo que paso, ya sabemos quien es el violador pero y el castigo que? se me hace muy poco con la golpiza que Jackson le dio, se merece màs por gandalla, pero pues también Sylvia no quiere que salga a la luz lo que le hizo, yo si me sorpendi Damien y Jackson hermano, no me lo esperaba.
Comentario Final:
A mi si me dio cosita Sylvia pobrecita, vivió un trauma enorme, pero creo que debió buscar ayuda psicológica, ella solita se atormentaba màs, y como dice el dicho si amas a alguien déjalo libre si vuelve es tuyo y si no nunca lo fue, pues volvio Jackosn y esta vez no se alejo.
No se si esta lectura cuenta con màs libros, porque a mi ver, aun faltaron que se aclararan màs cosas.
Mil gracias Berny
Comentario Final:
A mi si me dio cosita Sylvia pobrecita, vivió un trauma enorme, pero creo que debió buscar ayuda psicológica, ella solita se atormentaba màs, y como dice el dicho si amas a alguien déjalo libre si vuelve es tuyo y si no nunca lo fue, pues volvio Jackosn y esta vez no se alejo.
No se si esta lectura cuenta con màs libros, porque a mi ver, aun faltaron que se aclararan màs cosas.
Mil gracias Berny
yiniva- Mensajes : 4916
Fecha de inscripción : 26/04/2017
Edad : 33
Re: Lectura Junio 2018
gracias por toerse el tiempo
FernandaGnzlz- Mensajes : 159
Fecha de inscripción : 28/06/2018
Re: Lectura Junio 2018
yiniva escribió:No se si esta lectura cuenta con màs libros, porque a mi ver, aun faltaron que se aclararan màs cosas.
Mil gracias Berny
Si son dos libros mas... es una trilogía, por eso el Epilogo deja abierta que aun falta cosas por sacar a la luz.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura Junio 2018
gracias por su tiempooo
FernandaGnzlz- Mensajes : 159
Fecha de inscripción : 28/06/2018
MEDALLAS COLOCADAS-LECTURA CERRADA
MEDALLAS COLOCADAS-LECTURA CERRADA
Moders:
Participantes:
Faltan Puntos
Maga- Mensajes : 3549
Fecha de inscripción : 26/01/2016
Edad : 37
Localización : en mi mundo
Maga- Mensajes : 3549
Fecha de inscripción : 26/01/2016
Edad : 37
Localización : en mi mundo
yiany- Mensajes : 1938
Fecha de inscripción : 23/01/2018
Edad : 41
Página 5 de 5. • 1, 2, 3, 4, 5
Temas similares
» Lectura #1 Junio 2017
» Lectura #2 Junio 2017
» Lectura Enero 2018
» Lectura Agosto 2018
» Lectura Septiembre 2018
» Lectura #2 Junio 2017
» Lectura Enero 2018
» Lectura Agosto 2018
» Lectura Septiembre 2018
Book Queen :: Biblioteca :: Lecturas
Página 5 de 5.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér 20 Nov - 21:20 por vientoyletras
» Cuenta Regresiva de 500 a 0
Lun 11 Nov - 21:47 por vientoyletras
» Cuenta de 1 en 1 hasta 100
Dom 10 Nov - 17:30 por johanaalove
» ABC de Nombres
Mar 5 Nov - 17:45 por citlalic_mm
» Di cómo te sientes con Emoticones
Mar 5 Nov - 17:42 por citlalic_mm
» ABC de Frutas y Verduras
Mar 5 Nov - 17:41 por citlalic_mm
» ABC de Todo
Mar 5 Nov - 17:41 por citlalic_mm
» Cuenta de 2 en 2 hasta 10.000
Vie 25 Oct - 13:12 por DESI
» Cuenta de 5 en 5 hasta 500
Mar 22 Oct - 16:26 por adricrisuruta