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Mensaje por Evani Dom 17 Jun - 21:18

Capitulo 15

Aurora




Miro hacia la casa de mi infancia y la sensación de miseria y soledad no me golpea en absoluto. Noah me rodea con el brazo, acercándome más a él.

"No tenemos que hacer esto si no quieres." Dice. Algo que ha estado diciendo durante los últimos días. Le dije que quería ver a mi madre y sé que él tenía sus preocupaciones.

Soy un adulto. No tengo que hablar con ella si no quiero. Podría irme y no volver a verla. Ella nunca sabría lo que me pasó, pero yo quería un cierre. Tengo que hacerlo. Mi mano va a mi vientre muy redondo, donde estoy llevando a nuestra niña. Una niña que nunca conocerá a una madre como la que yo tuve. Ni siquiera conocerá a su abuela.

“No quiero que venga a buscarme. Y creo que lo haría en algún momento. Ella piensa que yo le pertenezco.” Le recuerdo y luego lo siento tensarse ante mis palabras. No le gusta que alguien más piense que soy de ellos.

Quiero volver a mi isla, pero si espero a que venga a buscarme, tendría un bebé recién nacido para cuando el año termine. No quiero que ninguna parte de ella toque la nueva vida que hemos creado. Todo esto tiene que ser arreglado antes de que nuestra hermosa y perfecta niña llegue a este mundo. Me aseguraré de que mi madre ni siquiera respire el mismo aire que ella. A diferencia de mi madre, caminaré a través del fuego para dar a mi pequeña la vida más feliz posible.

Le sonrío a mi marido, adorando lo posesivo y celoso que puede ser. Me encanta. Nadie nunca me ha tratado como si yo fuera su todo. Como si no pudiera respirar sin mí. 

"Todos sabemos que soy sólo tuya." Le doy un pequeño codazo en su costado y él gruñe como si yo realmente lo hubiera lastimado, haciéndome poner mis ojos en blanco.

Su otra mano viene a cubrir mi vientre redondo como si se estuviera calmando con el recordatorio de que soy real.

“Vamos a hacer esto. Te quiero en casa y de vuelta en nuestra cama.”

Tomo una respiración profunda, levanto mi mano presiono la campana. La campanada suena por toda la casa y una de las ayudantes de la casa de mi madre responde a la puerta. Sus ojos se ensanchan al verme y casi se salen de su cabeza cuando mira mi vientre. Ella retrocede y nos deja entrar. Noah nunca me libera de su agarre.

“Iré a buscarla.” Dice, y sale, medio corriendo, de la habitación.

"¿Hay algo que quieras de aquí?" Sus ojos se mueven hacia las escaleras. Sacudo la cabeza. No quiero nada de aquí. Sólo estarían contaminados. No hay nada que necesite en el mundo que Noah no pueda darme.

Me pongo rígida cuando mi madre entra en la habitación. Parece que está a punto de ir a un evento. Ella está bien arreglada y no parece de su edad en absoluto. Ella siempre fue tan bonita. Nunca entendí que fue lo que la hizo tan fea por dentro.

Aurora?" Dice mi nombre como si no estuviera segura de que sea yo. 

"Madre."

Sus ojos se ven un poco salvajes mientras corren sobre mí y da un paso más cerca. 

"Es suficiente." Dice Noah con voz corta y firme. Sé que se está manteniendo a raya. Durante los meses ha aprendido más y más sobre mi vida con ella y cómo me trató. Incluso me ayudó a mostrarme lo terrible que era mi madre, porque a veces volvía a preguntarme por qué nunca fui lo suficientemente buena para ella. Noah me enseñó que no era mi culpa. Para una persona como mi madre, nunca habría sido lo suficientemente buena. Nada de lo que podría haber hecho habría cambiado eso, por mucho que lo intentara. 

Los ojos de mi madre se dirigen hacia Noah y ella lo mira. Parece como si estuviera trabajando para ponerse al día antes de que ella se vuelva hacia mí y me mire de arriba a abajo. Ella ve mi estómago y luego el anillo gigante en mi dedo que Noah puso allí no mucho después de que me contó todo lo que hizo para tenerme.

"Te conozco. ¡Eres el hombre que estaba obsesionado con ella! Sé todo sobre ti. Te investigué. Venías husmeando y yo...”

“¿La envió lejos pensando que mi obsesión por ella cambiaría? No estaba equivocada, sin embargo. Cambió. Mi obsesión se convirtió en completa devoción.” 

"Aurora, ven aquí." Dice mi madre en un tono que no ejerce el mismo control que una vez ejerció sobre mí. 

“Vine a despedirme. No quiero que me busques." Le digo suavemente. Necesito que esto se haga. No me importa escuchar lo que tiene que decir. Quería hacer esto cara a cara para que ella supiera lo serio que era.

Ella señala con el dedo a Noah

"Te demandaré. Pagué para que ella fuera a una escuela. He pagado por...”

Noah la corta de nuevo

“Y no le has dado ni un céntimo del dinero que ha hecho por sus actuaciones. Si yo fuera tú, no intentaría lanzar acusaciones. No querrías que el mundo descubriera cómo trataste a tu hija, ¿verdad?” 

La boca de mi madre se abre.

“Eso pensé. Soy más poderoso que tú. Haré de tu vida un infierno si intentas hacer algo más para herir a Aurora.” Las palabras de Noah no dejan lugar a discusiones. Puedo ver que mi madre está tan furiosa que está empezando a temblar. “No me pongas a prueba. Yo quiero hacer estas cosas, pero no voy a hacerlas porque Aurora me pidió que las dejara en paz. Le daré cualquier cosa que ella pida. A menos que..." Deja la amenaza colgando en el aire. 

"Está bien." Puedo escuchar la derrota en la voz de mi madre.

"Adiós, madre." Le digo, volviéndome para irme

La oigo llamar calladamente mi nombre y me detengo. No me doy la vuelta, pero espero a ver si ella tiene algo que necesite decir antes de que me aleje para siempre.

"No esperes otro centavo de mi parte. Te marchas ahora y estás muerta para mí.” 

Dejé que la última poca esperanza a la que me estaba aferrando cayera y asentí sin mirar hacia atrás.

Siento los fuertes brazos de Noah rodearme y mientras camino hacia el coche, siento no sólo la esperanza por una relación marchita con mi madre, sino el peso de ella, también

Nunca me di cuenta de la carga que significaba el llevar siempre la posibilidad de más. Ahora que se ha ido, de alguna manera me hace sentir que puedo seguir adelante sin arrepentimientos Cuando llegamos al coche, Noah me abre la puerta, guiándome dentro de la limusina.

Me deslizo dentro y Elina baja el separador

“¿A casa?” Pregunta con una sonrisa en la cara.

Dios, ¡la amo! Ha sido más una madre para mí que lo que la mía fue y sé que será una abuela increíble para nuestros hijos.

"A casa." Digo, apoyándome en los brazos de Noah mientras sus labios susurran en mi oído.

"¿Lista para ser secuestrada de nuevo?

“Creo que esta vez me gustaría estar despierta para el viaje de vuelta.” Sonrío mientras su mano se desliza por mi muslo

FIN


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Mensaje por Evani Dom 17 Jun - 21:27

Hola chicas  Lectura Junio 2018 - Página 3 1f60a  Muchas gracias por acompáñame en esta lectura  espero que les haya gustado   Lectura Junio 2018 - Página 3 959896712.

Recuerden  que   faltan los  2 Epílogos 


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Mensaje por berny_girl Dom 17 Jun - 22:55

Capítulo 13
Todo dicho y aclarado… saliendo mejor de lo que se podría esperar…
Capítulo 14
Noah no tiene que hacer mucho esfuerzo para que Aurora haga lo que desea… hasta hijos quiere en un corto tiempo y ella ni reclama
Capítulo 15
Sí que ya viene en camino el primer integrante de la familia y eso que mucho no esperaron…
La mama de Aurora cada vez se supera de lo cruel y mala que es con su propia hija… que bueno que Aurora quisiera cerrar esa pág. y seguir adelante con su propia familia


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Mensaje por yiany Lun 18 Jun - 10:31

Cap 9: Aurora ya empieza a sentirse con más libertades q las que tenía, al deambular por la casa en bata como si estuviera en su propia casa, y además ya se siente posesiva con Noah y un poco rebelde.

Cap 10: en serio no llevaba nada, nadita debajo del camisón??? y estaba así desde que bajo a ver la peli? realmente si que se ha levantado la bata la jovencita, y de donde sacó todo ese descaro cuando apenas era capaz de mirarle a los ojos??  Lectura Junio 2018 - Página 3 1236164004

Cap 11: Aurora es tonta o se hace, después de semejante despliegue sexual entra a su oficina y encuentra cámaras documentando diferentes momentos de su vida durante los ultimos meses y todavia pregunta si la estudia para enseñarle a bailar mejor?? hellowww!!  Lectura Junio 2018 - Página 3 4020248012

Cap 12: bueno, ahora parecen conejos, y Noah no se quedó con la gana de iniciarla al sexo con todas las de la ley.

cap 13: ya sabemos quien era la mujer, al menos sirvió como detonante para que Noah le empezara a contarle las cosas y dejara de mantenerla en la oscuridad.

Cap 14: Ya salió todo a la luz, ahora falta ver como se desarrolla todo de acá en adelante, porq al parecer ambos desean procrear pronto.


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Mensaje por yiniva Lun 18 Jun - 13:31

buenos ya ahora parece que todo quedo claro para Aurora, ahora ya no puede despegarse de Noah y viceversa


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Mensaje por carolbarr Lun 18 Jun - 13:48

Aún no entiendo como pueden haber "madres" así, que no quieran a sus hijos, alejando a Noah y al final le salió el tiro por la culata
Cuando la gente habla, se entiende, Noah le explico que estaba loco y que la quería dejar embarazada y ella feliz y fueron felices por siempre. Gracias


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Mensaje por citlalic_mm Lun 18 Jun - 14:43

Capi 13 y 14
Claro que esta perdidamente enamorada, nunca antes había tenido algo así…
Y así como si nada todo esta bien entre ellos…


Capi 15
Un cierre con su “mamá” y tan rápido embarazada y casada? donde me perdí??
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Mensaje por Evani Lun 18 Jun - 16:40

Epílogo

Aurora




Cinco años después…
"Míralas. ¡Están tan emocionadas! "Digo, casi tan emocionada como las niñas.

Es la mañana de Navidad y Noah está teniendo un mal rato sosteniéndome en su regazo mientras que nuestros dos pequeños juegan con sus nuevos juguetes esparcidos por el suelo. Elina entra con una bandeja de chocolate caliente y galletas cuando las luces centellean en el árbol y cada uno de nosotros está feliz.

"Por supuesto que están emocionados. Tienen una pila de juguetes y una pila aún más grande de azúcar delante de ellos. "

Me río y me remuevo en el regazo de Noah. Su gran mano me acaricia el vientre y siento que una sensación de paz y comodidad me invade.

Nuestras dos niñas son tan dulces juntas. Matilda tiene cinco años y Opal tres. Tenemos gemelos varones en camino y nacerán un día de estos. Noah me preguntó si estaba lista para parar después de este embarazo, pero creo que tal vez uno más. No estoy lista para dejar de tener bebés todavía.

Soy la madre que dije que sería para mis bebés. Sé que algunos días mi paciencia es escasa y siempre me siento culpable cuando tomo una siesta, pero creo que la mayoría de las mamás se sienten de esa manera. He tenido la suerte de tener a Noah y Elina, pero también he hecho amigos. Terminamos mudándonos a la isla después de que Matilda tenía un año porque quería que tuviera interacción con otros niños. Conocí a otras mamás y me di cuenta de que nadie lo hace perfecto. Puede que esté en una desventajosa posición cuando se trata de la crianza de los hijos, pero me di cuenta de que la mayoría de las madres se sienten como yo; constantemente
preocupadas pero llenas con más amor del que parecía posible ante todo esto.

Noah me animó a abrir mi propio estudio de baile para enseñar clases de principiantes a los niños. No estaba segura al principio, pero él sabía cuánto lo extrañaba

Son sólo unas pocas noches a la semana, pero ver la luz en los ojos de los niños hace que valga la pena. Había olvidado la magia que implicaba el aprender a moverme y expresarme. Era exactamente lo que necesitaba, y por supuesto, Noah lo sabía. Soy más feliz de lo que alguna vez he sido y todos mis sueños se han hecho realidad. Incluso los que no sabía que tenía.

Ahora nosotros venimos a la isla para las vacaciones y cuando queremos un tiempo tranquilo a solas. Pasar la Navidad aquí es nuestro momento favorito, porque pone a nuestra familia en esta burbuja donde somos solo nosotros y nos une mucho más. 

“Bueno, mira lo que encontré.” dice Noah besándome el cuello

Miro hacia arriba y veo que está sosteniendo el muérdago por encima de mí y me giro en su regazo.

“¿Eso es lo que colgaba en nuestra cama esta mañana?”

“Estaba directamente entre tus piernas. ¿Qué se supone que debía hacer?” Me sonríe como el gato que se tragó la crema. Y eso es exactamente lo la primera cosa que obtuvo hoy.

“Estás haciendo todo lo posible por tener a estos chicos hoy, ¿verdad?” Sonrío. 

Su gran mano frota mi vientre y siento su erección clavarse en mi culo.

“Es el único regalo que quiero.”

Mi fecha de parto aun es por otras dos semanas más, pero el médico me dijo que podía ir en cualquier momento con gemelos. Noah está tan emocionado que es casi demasiado adorable.

“Sabes que si tuviera algún control sobre ello, lo haría. Y creo que si pudieras haber roto mi fuente eso también habría sucedido esta mañana.” Me sonrojo al recordar lo profundo que estaba. “De hecho, estoy muy afectada por tus intentos.” 

"Pobre pequeña estrella", dice, metiendo la mano bajo mi bata y sintiéndola entre mis piernas.

Él ahueca mi sexo y trato de ahogar una risita.

“Noah. Las chicas te van a ver." Murmuro mientras me besa

"Shhh. Están ocupadas con...” Detiene lo que estaba diciendo mientras sus ojos se ensanchan con sorpresa, conmoción, y luego con emoción. "¿Aurora?"

"O solo me oriné encima de ti o mi fuente se rompió" digo, sintiendo la humedad goteando entre mis piernas. 

"¡Los chicos están viniendo!" Grita Noah y todo el mundo entra en acción.

Elina llama al barco para llevarnos a la isla mientras las chicas dan saltos, casi tan emocionadas como Noah. 

He hecho esto dos veces antes, así que no estoy nerviosa. En todo caso, estoy mirando a Noah

"¿Qué?" Dice riéndose mientras agarra mi bolso y se pone los zapatos.

"¿Siempre tienes que conseguir lo que quieres?" Digo, sintiendo que mi vientre se contrae cuando una pequeña contracción pasa. Me toma en sus brazos y me lleva fuera de la casa mientras todo el mundo nos sigue.

"Cuando se trata de ti y de mi familia, eso es simple. Sí."

Su respuesta suena petulante, pero ambos sabemos que tiene razón

"Ahora vamos a hacer que esta Navidad sea aún mejor." Anuncia, y todo el mundo se anima.


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Mensaje por Evani Lun 18 Jun - 16:51

Epílogo

Noah




Diez años después...
Me siento en la silla de cuero y me inclino hacia atrás. El cuero fresco me oprime mientras agarro los brazos de la silla y me concentro en el escenario. Aurora está en el medio, usando algo inocente y dulce. Es un camisón de color melocotón que cae hasta la curva de su culo. Es sedosa y escotada en el frente, haciendo que sus duros pezones luzcan apetecibles.

"Baila." Abrevio y veo su culo mecerse mientras se aproxima al reproductor de música y presiona “reproducir ”. Siento una sonrisa tirando de mis labios cuando la canción de Marvin Gaye "Let's Get It On" comienza a sonar. Estamos en la isla por el fin de semana mientras los niños están en la otra con Elina. Ya me he follado a Aurora tres veces hoy, pero la quiero aquí en el estudio. Donde todo comenzó. 

Desabrocho mis pantalones vaqueros y saco mi polla mientras ella empieza a moverse. Ahora cuando me masturbo mientras baila, no trato de esconderlo. 

Ella me observa mientras se lame los labios y se agacha, revelando su coño,su cuerpo se ha llenado desde que tuvo a mis bebés y la vista me pone tan jodidamente caliente.

Sus tetas se hicieron más grandes, al igual que sus caderas. Sus piernas aún son largas, pero sus muslos son más gruesos, y me encanta agarrarme de ellos cuando hacemos el amor. 

Cada curva de su cuerpo cuenta una historia de nuestra felicidad y verla florecer en la mujer en la que se ha convertido ha sido el privilegio de mi vida.

"Ven aquí." gruño mientras froto mi mano arriba y abajo sobre la longitud de mi polla. Está dura como una roca y ya está llorando de necesidad. Ella sonríe seductoramente y en vez de caminar hacia aquí como se lo pedí, se pone de rodillas y gatea, cruzando la corta distancia, hacia mí.

"Mierda.," Gimo y cierro los ojos de forma apretada por un segundo. Sólo la visión de ella así me va a hacer volar la carga. 

"¿Quieres mi boca?" Pregunta mientras mira a través de sus pestañas hacia arriba, a mí. ¿O algo más? Una tira de su sedoso vestido se le ha caído del hombro, revelando una de sus perfectas y maduras tetas. 

"Boca. Luego coño. Luego, tu culo." Ella se inclina hacia adelante, y siento el cálido calor de su lengua rodear mi polla.

"Maldita sea." Digo con los dientes apretados mientras empujo mis manos en su cabello y la mantengo inmóvil. "Esa boca tuya te va a meter en problemas." Ella se burla de mí de nuevo mientras observa mi reacción.

Ella lo está pidiendo, y ambos lo sabemos. 

"O chupas mi polla o voy a ir directamente a tu culo." Aprieto mi agarre en su cabello y ella gime. Mirando hacia abajo, veo su mano entre sus piernas. Con un pequeño chasquido de su lengua, ella provoca una gota de semen fuera de mi polla y luego me guiña un ojo.

"Si así es como lo quieres." Digo justo antes de que la ponga en mi regazo con las piernas abiertas.

"Pon mi polla en tu culo." Ella deja salir otro gemido mientras lubrica mi polla con sus dedos que están empapados por su coño. Se frota la punta de ella en su clítoris primero y luego la desliza a través de su humedad hacia atrás, hacia su anillo apretado. 

Ella se tensa y luego se relaja mientras se desliza lentamente hacia abajo. Tiro hacia abajo la parte superior de su corpiño de seda, exponiendo sus dos tetas a mí.

“Eres mi sucia pequeña estrella, ¿no es así, Aurora? Nadie sospecha cuánto te gusta cuando te jodo aquí.” 

Ella me sonríe tímidamente mientras sube y baja. Me aferro sus caderas y me inclino hacia atrás.

“No hay nada ni nadie más que tú. Todo mi mundo gira en torno a ti. Ahora monta mi polla y muéstrame cuánto te gusta mi atención.” Le froto su clítoris mientras ella se mueve y observo como ella se deshace. 

Mientras la llevo a la ducha y vuelvo a hacerle el amor, pienso en todos los años que hemos pasado juntos. El tiempo ha sido bueno para nosotros, y sé que siempre será así.

Cuando encuentras a tu verdadero amor para tenerlo a tu lado, todo estará bien. Yo lo encontré cuando vi por primera vez a Aurora e hice lo que tenía que hacer para tenerla. Nunca me he arrepentido de lo que tuve que hacer para conseguirla, porque el fin justificaba los medios. Puedo decir con absoluta certeza que ella siente lo mismo, porque he pasado todos los días desde entonces convirtiéndola en el centro de mi mundo.

Mi devoción ni siquiera podría abarcarse en ella.


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Mensaje por serena24 Lun 18 Jun - 19:52

picante libro, pero a veces buscamos ese tipo de amor, ese con devoción total hacia cada uno dentro de la relación
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Mensaje por carolbarr Mar 19 Jun - 5:53

Me gustan los libros de Alexa, este no tenía muchas ganas de leerlo pero como salió en el club preferí leerlo acompañada
No será de mis favoritos
Gracias


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Mensaje por yiniva Mar 19 Jun - 11:56

pues si que fueron felices y la pasión esta a todo lo que da a pesar de los años ja, ja, gracias por la lectura @Elie


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Mensaje por berny_girl Mar 19 Jun - 12:08

Chicas, mas tarde les traigo el inicio de "Di mi nombre"... debería haber empezado ayer, pero por problemas de tiempo no pude publicar... si que hoy traigo los 4 primera capítulos... los cuales debo destacar son largos... 


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Mensaje por citlalic_mm Mar 19 Jun - 14:29

Epílogo
Cinco años después y tiene cuatro hijos y no sabe si para o no…
Diez años después siguen dándole jaja…
 
Es un genero que me gusta pero con estas autoras todo es tan rápido que no sabes si disfrutar la lectura o reírte de lo cliché que puede llegar a ser…. Haber que tal esta el otro…
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Mensaje por berny_girl Mar 19 Jun - 18:25

Epilogo Aurora
Tantos hijos en tan poco tiempo… estos dos no conocen la televisión… deberían empezar a buscar otro tipo de entretención antes de crear su propio equipo de futbol.

Epilogo Noah
Noah creo a Aurora a su gusto, y logro que ella se queda para siempre con el… al final todo terminal con un para siempre entre ellos.

 
Gracias por la lectura me gusto bastante… fue preciso y aunque fue cortito nada sonó extraño o fuera de lugar entre ellos…


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Mensaje por berny_girl Mar 19 Jun - 18:29

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Sylvia Brooks es una mujer emprendedora y en apariencia muy segura de sí misma que trabaja a las órdenes del magnate Damien Stark. Acostumbrada a moverse en un mundo de hombres poderosos, Sylvia recibe de su jefe un encargo que puede suponer su definitiva consagración profesional: la urbanización de una isla paradisíaca del Caribe llamada a convertirse en un complejo vacacional incomparable.

Ella es consciente de que el éxito radicará en encontrar al arquitecto adecuado y de que no hay otro mejor que el viril e independiente Jackson Steele, el apuesto hombre con quien mantuvo una relación a la que ella puso fin cuando intuyó que los sentimientos que albergaba hacia él podían derribar todas sus barreras y sacar a la luz sus secretos más íntimos.

Pero ha llegado el momento del reencuentro. Y Sylvia teme tanto a una negativa airada de Jackson como a dejarse arrastrar hacia un abismo de placeres inconfesables que trastorne su vida para siempre.


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Mensaje por berny_girl Mar 19 Jun - 18:31

Capítulo 1


El rítmico zumbido de las aspas del helicóptero, tump-tump, tump-tump, se ha instalado en mi cabeza, y me susurra un mensaje en clave que no me cuesta descifrar: «Él no, ahora no. Él no, ahora no».
Pero sé de sobra que mi súplica es inútil, que mis palabras son en vano. No puedo salir corriendo. No puedo esconderme. Solo puedo continuar como estoy, precipitándome a más de ciento cincuenta kilómetros por hora hacia un destino que creí haber eludido hace cinco años. Y hacia el hombre que ya formaba parte de mi pasado.
Me digo que ya no deseo a ese hombre. Sin embargo, no puedo negar que aún lo necesito como el aire que respiro.
Estrujo la revista Architectural Digest que tengo en el regazo. No me hace falta bajar la vista para ver al hombre de la portada. Su imagen está tan nítida en mi memoria como si lo hubiera visto ayer. Tiene el cabello negro y brillante, con reflejos cobrizos cuando le da el sol. Y sus ojos son tan azules y profundos que podría ahogarme en ellos.
En la revista está sentado con aire despreocupado en la esquina de una mesa, con la raya de los pantalones, de color gris oscuro, perfectamente marcada. Su camisa blanca se ve planchada con esmero; los gemelos resplandecen. Detrás de él, la silueta de Manhattan se alza enmarcada por una pared acristalada. Transmite arrojo y seguridad, pero, en mi imaginación, yo veo más.
Veo sensualidad y pecado. Poder y seducción. Veo a un hombre con el cuello de la camisa desabotonado y la corbata floja. A un hombre que se siente completamente a gusto en su piel, que se adueña de una habitación con solo entrar en ella.
Veo al hombre que me deseó.
Veo al hombre que me aterrorizó.
¡Jackson Steele!
Recuerdo el roce de su piel con la mía. Incluso recuerdo su olor, a madera, almizcle y un tenue toque a humo.
Sobre todo recuerdo cómo me seducían sus palabras. Cómo me hacía sentir. Y ahora, mientras sobrevuelo el Pacífico, no puedo negar la excitación que electriza mi cuerpo solo por saber que voy a verlo de nuevo.
Por supuesto, eso es lo que me asusta.
Como si me hubiera leído el pensamiento, el helicóptero se ladea con brusquedad y el estómago me da un vuelco. Pongo una mano en la ventanilla para sujetarme mientras contemplo el intenso color azul del océano y compruebo que el escabroso litoral de Los Ángeles cada vez está más lejos.
—Estamos llegando, señorita Brooks —dice el piloto poco después. Su voz me llega con nitidez a través de los auriculares—. Faltan solo unos minutos.
—Gracias, Clark.
No me gusta volar; menos aún, en helicóptero. Quizá tenga una imaginación desbordada, pero soy incapaz de dejar de pensar en que el movimiento continuo de estas máquinas afloja con su vibración montones de tuercas y cables que son imprescindibles.
He acabado por asumir que debo viajar en avión o en helicóptero de vez en cuando. Soy asistente ejecutiva de uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo, así que volar forma parte de mi trabajo. Pero, aunque me he resignado a esa realidad e incluso he conseguido tomármela con cierta actitud zen, sigo poniéndome muy nerviosa durante el despegue y el aterrizaje. Que la tierra se acerque mientras, al mismo tiempo, el helicóptero se inclina hacia ella me resulta tan antinatural que me asusta.
Aunque lo cierto es que ante mis ojos no hay tierra por ninguna parte. Que yo vea, seguimos sobrevolando el agua, y estoy a punto de mencionar al piloto ese detalle sin importancia cuando un trozo de isla aparece tras mi ventanilla. ¡Mi isla! Sonrío solo de verla, e inspiro una vez y otra hasta sentirme más calmada y bastante recuperada.
La isla no es mía de verdad, claro. Es de mi jefe, Damien Stark. Bueno, para ser exacta, pertenece a Stark Vacation Properties, que forma parte de Stark Real State Development, que, a su vez, forma parte de Stark Holdings, una corporación empresarial de las más rentables del mundo cuyo propietario es uno de los hombres más poderosos del mundo.
No obstante, en mi imaginación la isla Santa Cortez es mía. Y no solo la isla; también el proyecto y todo lo que promete.
Santa Cortez es una de las islas más pequeñas del archipiélago del Norte, próximo a la costa de California. Se encuentra poco más allá de la isla Catalina y se utilizó durante muchos años como instalación naval, junto con la isla San Clemente. A diferencia de esta última, que sigue en manos del
ejército y en la que hay una base militar, así como barracones y otros signos de civilización, Santa Cortez no está urbanizada; se utilizaba para el combate cuerpo a cuerpo y el entrenamiento con armas. Al menos eso fue lo que me contaron. El ejército no se distingue precisamente por hablar con claridad de sus actividades.
Hace unos meses leí un artículo de Los Angeles Times acerca de la presencia militar en California. En él se citaban las dos islas, y se hacía mención de que el ejército ya no llevaba a cabo operaciones en Santa Cortez. No había más datos al respecto de la isla. Aun así, se lo mostré a Stark.
—A lo mejor está en venta y, en tal caso, he pensado que deberíamos actuar con rapidez —le dije a la vez que le ofrecía el periódico.
Acababa de informarle de su agenda del día e íbamos a buen paso por el pasillo camino de una sala de reuniones donde nada menos que doce banqueros de tres países distintos esperaban con Charles Maynard, el abogado de Stark, a que comenzara una reunión sobre estrategias de inversión e impuestos programada desde hacía tiempo.
—Sé que está buscando una isla de las Bahamas para construir un resort para matrimonios — continué—, pero, como aún no hemos encontrado la adecuada, he pensado que mientras tanto un centro vacacional de lujo para familias con un acceso cómodo desde Estados Unidos podría tener muchas posibilidades como modelo de negocio.
Stark cogió el periódico y leyó el artículo sin detenerse hasta que estuvimos delante de las puertas acristaladas de la sala de reuniones. Ya llevo alrededor de cinco años trabajando para él y he aprendido a interpretar sus expresiones, pero en aquel momento no tuve la menor idea de lo que pensaba.
Me devolvió el periódico, levantó un dedo para indicarme que esperara, entró en la sala y se dirigió a los banqueros:
—Caballeros, les pido disculpas, pero me ha surgido un imprevisto. Charles, ¿serías tan amable de encargarte tú de la reunión?
Y salió de nuevo al pasillo, sin molestarse en aguardar la respuesta de Maynard ni el consentimiento de los banqueros, totalmente seguro de que todo iría bien y justo como él quería.
—Llama a Nigel Galway del Pentágono —me dijo en el pasillo mientras nos dirigíamos a su despacho—. Lo encontrarás en mis contactos privados. Dile que me interesa comprar la isla. Luego localiza a Aiden. Ha ido a la obra de Century City para ayudar a Trent con un problema que ha surgido durante la construcción. Pregúntale si puede ausentarse el tiempo suficiente para comer con nosotros en The Ivy.
—Oh —exclamé intentando no caerme redonda—. ¿Nosotros?
Contar con Aiden tenía sentido. Aiden Ward era el vicepresidente de Stark Real Estate Development y en ese momento estaba supervisando la construcción de Stark Plaza, tres edificios de oficinas próximos a Santa Monica Boulevard en Century City. Lo que no entendía era por qué quería el señor Stark que yo los acompañara, cuando solía limitarse a informarme tras sus reuniones solo de aquellos detalles que deseaba que supervisara o investigara.
—Si vas a dirigir este proyecto, es lógico que estés presente desde la primera reunión.
—¿Dirigir?
Juro que la cabeza empezó a darme vueltas.
—Si te interesa la promoción inmobiliaria, en particular para proyectos comerciales no podrías tener mejor mentor que Aiden —respondió—. Por supuesto, tu horario laboral se alargará ya que seguiré necesitándote como asistente. De todos modos puedes delegar tareas, siempre que no te excedas. Además, creo que a Rachel le gustaría trabajar más horas —añadió refiriéndose a su asistente de los fines de semana, Rachel Peters—. Básate en el plan de negocio que Trent presentó para la propuesta de las Bahamas y redacta tu propio borrador con un calendario. —Consultó la hora en su reloj— No lo tendrás listo antes de la comida, seguro. Pero puedes plantearnos algunos temas de discusión. —Me miró a los ojos y percibí un brillo de humor en los suyos—. ¿O estoy suponiendo demasiado? Pensaba que el sector inmobiliario era uno de tus intereses personales, pero si no quieres cambiar a un puesto directivo…
—¡No! —exclamé casi sin pensar al tiempo que me erguía—. No… Es decir, sí. Sí, señor Stark, quiero trabajar en este proyecto.
De hecho, lo que quería era no hiperventilar, aunque no tenía claro que fuera a conseguirlo.
—Bien —dijo. Habíamos llegado a mi mesa, situada ante la puerta de su despacho—. Llama a Nigel. Organiza la comida. Veremos adónde nos lleva esto.
«Esto» me ha llevado en una línea más o menos recta a este momento. Oficialmente soy la directora de proyecto del resort de Cortez, propiedad de Stark Vacation. Al menos, lo soy a día de hoy.
Con suerte, aún lo seré mañana. Porque de eso se trata, ¿no? De si la noticia que me han dado hace dos horas echará por tierra el proyecto de Santa Cortez o de si podré salvarlo junto con mi incipiente carrera en el sector inmobiliario.
Es una lástima que necesite a Jackson Steele para lograrlo.
El estómago me da un vuelco y me digo que no debo preocuparme. Jackson me ayudará. Tiene que hacerlo; todo lo que anhelo depende de él.
Teniendo en cuenta mis nervios crispados, agradezco especialmente que el aterrizaje sea suave. Meto la revista en mi bolso de piel, me desabrocho el cinturón de seguridad y espero a que Clark abra la portezuela. En cuanto lo hace aspiro la fresca fragancia del océano y alzo la cabeza para notar la brisa en la cara. De inmediato me siento mejor, como si ni mis preocupaciones ni mi mareo pudieran competir con la belleza de este lugar.
Y no cabe la menor duda de que es bello. Bello y virgen, con prados y árboles, dunas y playas sembradas de conchas.
Lo que quiera que los militares hayan hecho en esta isla no ha dañado el hábitat natural. De hecho, los únicos signos de civilización están justo donde hemos aterrizado. Aquí hay un helipuerto con cabida para dos helicópteros, un muelle, una caseta metálica utilizada como almacén y otra caseta con dos váteres químicos. También hay una carretilla elevadora, un generador y varias máquinas más que han traído para empezar a despejar el terreno. Por no mencionar las dos cámaras de vigilancia que han instalado para contentar tanto al departamento de Seguridad de Stark International como a la
compañía de seguros.
Hay un segundo helicóptero y, detrás de él, un caminito que parte de esta desvencijada área de trabajo y me llevará al interior aún virgen de la isla. Y supongo que también hasta Damien, su mujer, Nikki, y Wyatt Royce, el fotógrafo que Damien ha contratado para retratar a su esposa en la playa y
hacer un reportaje de la isla antes de que la urbanicemos.
Mientras Clark se queda con el helicóptero sigo el camino. Casi de inmediato me arrepiento de no haberme cambiado la falda y los zapatos de tacón por algo más cómodo antes de emprender esta excursión. El terreno es pedregoso y desigual, y voy a acabar con los zapatos rozados y estropeados. Quería ponerme vaqueros y botas de senderismo, pero tenía prisa. En fin, si consigo volver a encauzar este proyecto consideraré que mis stilettos azules favoritos serán un pequeño sacrificio.
El terreno asciende en suave pendiente y, cuando culmino una loma baja me descubro mirando una pequeña cala de arena al abrigo de unas rocas. Las olas azotan las piedras y las gotitas de agua que salen despedidas relucen como diamantes. En la arena, veo que Damien rodea a su mujer por la cintura y que ella apoya la cabeza en su hombro mientras ambos contemplan el inmenso mar azul.
Nikki y yo nos hemos hecho buenas amigas, de modo que no es la primera vez que los veo juntos. Con todo, este momento me parece tan dulce e íntimo que siento que debería dar media vuelta y dejarlos solos. Pero no tengo tiempo que perder, de manera que carraspeo y sigo adelante.
Por supuesto, sé que no me oirán. El ruido del mar al chocar contra la orilla ha bastado para ahogar el zumbido del helicóptero que me ha traído aquí; sin duda, podrá ahogar mis pisadas.
Como si quisiera darme la razón, Damien besa a Nikki en la sien. Me da un vuelco el corazón. Pienso en la revista de mi bolso y en el hombre de la portada. Él me besó de la misma forma y, al recordar la suave caricia de sus labios en mi piel, me escuecen los ojos. Me digo que es el viento y la espuma salada, pero, por supuesto, no es cierto.
Es la pena y la nostalgia. Y, sí, es el miedo.
El miedo de estar a punto de abrir la puerta a algo que deseo con todas mis fuerzas y que, aun así, sé que no puedo controlar.
El miedo de haber metido la pata hasta el fondo hace tantos años.
Y la amarga certeza de que, si no me ando con muchísimo cuidado, el muro que he erigido alrededor de mí para protegerme se derrumbará y mis horribles secretos quedarán a la vista del mundo entero.
—¿Sylvia?
Doy un pequeño respingo, sobresaltada, y caigo en la cuenta de que llevo un rato aquí parada, con la mirada ausente y la cabeza en otra parte.
—Señor Stark. Disculpe, yo…
—¿Estás bien? —Es Nikki quien lo pregunta mientras se acerca con cara de preocupación—. Pareces un poco nerviosa.
Ya está junto a mí y me coge del brazo.
—No, estoy bien —miento—. Solo un poco mareada a causa del traqueteo del helicóptero. ¿Dónde está Wyatt?
—En la otra playa —responde Stark—. Hemos pensado que era mejor que se adelantara y empezara con las fotografías para el catálogo.
Hago una mueca de disculpa. Me he retrasado más de una hora. Mi idea era pasar la mañana en Los Ángeles mientras Nikki, Damien y Wyatt llegaban temprano a la isla. Yo vendría cuando ya hubieran terminado su sesión privada de retratos, y pasaría el resto de la mañana con Wyatt tomando unas
cuantas fotografías para promocionar con ellas el resort.
Damien regresaría a la ciudad en su helicóptero y Wyatt, Nikki y yo lo haríamos más tarde con Clark. Nikki y yo descubrimos hace poco que ambas somos aficionadas a la fotografía, y Wyatt se ofreció a darnos unas nociones básicas cuando termine el trabajo.
—No has traído la cámara —observa Nikki con la frente arrugada—. ¿Ocurre algo?
—No —respondo. Pero enseguida añado—: Vale, sí. Puede. —Miro a Stark a los ojos—. Tengo que hablar con usted.
—Voy a ver cómo le va a Wyatt —se excusa Nikki.
—No, quédate. Es decir, si al señor Stark, si a Damien no le importa.
Aún me cuesta llamarlo por su nombre de pila en horas de trabajo. Pero, como él ha señalado más de una vez, me he pasado bastantes horas ya tomando cócteles con su mujer en la piscina de su casa, así que, después de tantos cosmopolitans, la formalidad cuando estamos a solas empieza a resultar forzada.
—Claro que no me importa —responde—. ¿Qué ha ocurrido?
Respiro hondo y les doy la noticia que he estado guardándome.
—Martin Glau ha dejado el proyecto esta mañana.
Veo que Damien cambia de cara al instante. Su expresión de sorpresa da paso al enfado, que enseguida es sustituido por una determinación inflexible. A su lado, Nikki reacciona con mucha menos moderación.
—¿Glau? Pero ¡si estaba entusiasmadísimo…! ¿Por qué diablos iba a querer dejarlo?
—Querer no —aclaro—. Lo ha dejado. Se ha ido.
Por un momento Damien se limita a mirarme fijamente.
—¿Se ha ido?
—Por lo visto, se ha marchado al Tíbet.
A Damien se le agrandan los ojos de forma casi imperceptible.
—¿Lo dices en serio?
—Ha vendido sus propiedades, ha cerrado su empresa y ha dicho a su abogado que comunique a sus clientes que ha decidido pasar el resto de su vida meditando y rezando.
—Qué hijo de puta —masculla Damien con la ira contenida que rara vez le veo mostrar en sus tratos de negocios, aunque la prensa haya magnificado su mal genio con el paso de los años—. ¿De qué coño va?
Comprendo su enfado. De hecho, lo comparto. Este es mi proyecto y Glau ha conseguido jodernos a todos. Aunque el resort de Cortez sea propiedad de Stark Vacation, eso no significa que Damien o sus empresas lo financien en su totalidad. No, hemos sudado tinta estos tres últimos meses para captar a los mejores inversores, y todos y cada uno de ellos mencionaron dos razones por las que se comprometían con el proyecto: la reputación de Glau como arquitecto y la reputación de Damien como empresario.
Damien se pasa los dedos por el pelo.
—Bueno, pues hay que ponerse manos a la obra. Si su abogado se lo está notificando hoy a sus clientes, la prensa se enterará enseguida y todo irá muy rápido.
Hago una mueca. Me entra un sudor frío solo de pensarlo, porque este proyecto es mío. Yo lo he concebido, lo he defendido y me he dejado la piel para ponerlo en marcha. Para mí, es más que un resort; es el trampolín hacia mi futuro.
Tengo que mantener vivo este proyecto. Y lo haré, maldita sea. Aunque para ello tenga que reanudar el contacto con el único hombre a quien juré que no volvería a ver jamás.
—Necesitamos desarrollar un plan —digo—. Un plan de acción definitivo para presentarlo a los inversores.
Pese a la situación, percibo un atisbo de diversión en los ojos de Damien.
—Y ya tienes una propuesta. Bien. Oigámosla.
Asiento y agarro el bolso con más fuerza.
—A los inversores les causó buena impresión la reputación de Glau y su trayectoria profesional — comienzo—. Pero es imposible que encontremos otro arquitecto igual.
Glau ha sido el impulsor de algunos de los edificios más imponentes e innovadores de la historia de la arquitectura contemporánea; no solo es un arquitecto célebre, sino también reputado, y todo ello aseguraba el éxito del proyecto.
—Así que sugiero proponer al único hombre que, a decir de todos, está listo para igualar o superar la valía profesional de Glau.
Meto la mano en el bolso, saco la revista y se la doy a Damien.
—Jackson Steele.
—Tiene experiencia, estilo y buen nombre. No es meramente un joven valor. De hecho, ahora que Glau no está, creo que es justo decir que Steele es el mejor. Y eso no es todo. Porque, incluso más que Glau, tiene la clase de fama que puede beneficiar a este proyecto. Me refiero a la clase de potencial
publicitario que no solo entusiasmará a los inversores, sino que nos vendrá de perlas cuando promocionemos el proyecto.
—¿Es para tanto? —pregunta Stark en un tono extrañamente apagado.
Se vuelve hacia Nikki, y no puedo evitar preguntarme por la rápida mirada que se dirigen.
—Lee el artículo —lo animo, decidida a demostrarle que tengo razón—. Corre el rumor de que van a adaptar al cine la historia que rodea a uno de sus proyectos. Pero es que, además, ya han realizado un documental sobre él y el museo que hizo en Amsterdam el año pasado.
—Lo sé —declara Damien—. Se estrena esta noche en el teatro Chino.
—Sí —digo con entusiasmo—. ¿Vas a ir? Podrías hablar con él allí.
Damien tuerce la boca en lo que interpreto como un gesto irónico.
—Por extraño que parezca, no me han invitado. Solo lo sé porque Wyatt lo ha comentado. Lo han contratado para hacer el reportaje fotográfico de la alfombra roja y de los invitados.
—¿Lo ves? —insisto—. Han puesto la alfombra roja. ¡Ese hombre está en auge! Lo necesitamos en nuestro equipo. Y en el artículo también se dice que tiene previsto abrir otro despacho en Los Ángeles, lo que parece indicar que intenta hacerse un hueco en el mercado de la costa Oeste.
—Jackson Steele no es el único candidato —arguye Damien.
—No —asiento—. Pero, en este momento, es el único que está en el candelero. Más que eso, ya he investigado a los otros pocos que podrían atraer a los inversores y ninguno está libre ahora mismo. Steele sí. No lo propuse como arquitecto desde buen comienzo porque había aceptado un proyecto en Dubai que le llevaría seis meses.
Entonces agradecí que Jackson estuviera ocupado porque no quería verme justo en esta situación. No obstante, ahora las cosas han cambiado.
—Lo de Dubai ha quedado en nada —continúo—. Problemas políticos y económicos, imagino. El artículo lo explica todo. He hecho algunas indagaciones y creo que Steele no tiene ningún otro proyecto entre manos, pero no va a pasarse mucho tiempo así. Jackson Steele puede salvar el resort
de Cortez. Por favor, Damien, créeme cuando te digo que no lo propondría si no estuviera totalmente convencida.
¿Y no es esa la pura verdad?
—Yo también lo estoy —responde Damien—. Y comparto tu valoración de la situación. Si no fichamos a Jackson Steele de inmediato perderemos a nuestros inversores. La otra única forma de seguir adelante con el proyecto es que lo financie todo yo, con activos de mis empresas o con mis propios fondos. —Inspira hondo—. Sylvia —dice con suavidad—, esa no es mi manera de hacer negocios.
—Lo sé. Claro que lo sé. Por eso te propongo que hablemos con Jackson… con Steele —rectifico, y reprimo una mueca por el desliz de haberme referido a él de una manera tan familiar—. Este es un proyecto muy llamativo, justo la clase de proyecto en que él se está centrando últimamente. Aceptará. Es justo lo que busca.
Una vez más Damien y Nikki se miran y me invade la preocupación.
—Perdonad —digo—, pero ¿hay algo que ignoro?
—Jackson Steele no está interesado en trabajar para Stark International — aclara Nikki tras vacilar un instante.
—¿Qué? —Tardo un momento en asimilar esas palabras—. ¿Cómo lo sabes?
—Lo conocimos cuando estuvimos en las Bahamas —explica—. Damien le ofreció incorporarse al proyecto de las Bahamas desde el principio, antes incluso de que Stark International comprara los terrenos. Le ofreció pleno acceso a todos los detalles del proyecto. Pero él dejó bien claro que no quiere trabajar para Damien ni para ninguna otra de sus empresas. Dice que Damien puede hacerle sombra y que no tiene ganas de que lo eclipse.
—En otras palabras, no vamos a conseguir que Steele se una al proyecto —apostilla Damien. Mira su reloj y luego a Nikki—. Tengo que irme —anuncia. Se vuelve hacia mí—. Llama a los inversores personalmente. Esta no es la clase de noticia que puedo callarme. Lo siento de veras, Syl —añade, y es el apelativo familiar lo que me induce a cobrar conciencia de lo real que es esto.
El proyecto se ha ido al garete. «Mi» proyecto se ha ido al garete.
Me digo que debería estar aliviada por no tener que arriesgarme a recordar. Que he sido una tonta al pensar que tengo la fortaleza de retar a mis pesadillas. Que debería renunciar al proyecto sin más en vez de volver a caer en todo de lo que una vez hui.
¡No!
No. Me he esforzado mucho y este proyecto significa demasiado para mí. No puedo dejarlo pasar. No así. No sin luchar.
Y, sí, es posible que, en parte, tenga ganas de volver a ver a Jackson Steele. De demostrarme que puedo hacer esto. Que puedo verlo, hablarle, trabajar con él en la más estrecha intimidad y, de algún modo, conseguir que el peso de todo ello no me destroce.
—Por favor —suplico a Damien. Cierro los puños, y me digo que el corazón acelerado y el sudor frío se deben a mi miedo de perder el proyecto y no a la posibilidad de ver de nuevo a Jackson Steele—. Deja que hable con él. Al menos, tenemos que intentarlo.
—Habrá más proyectos, señorita Brooks. —Su voz es dulce, pero firme—. Esta no es tu última ocasión.
—Te creo —digo—. Pero nunca te he visto renunciar a un negocio que zozobra si había alguna posibilidad de salvarlo.
—Basándome en lo que sé del señor Steele, no hay ninguna posibilidad.
—Yo creo que la hay. Por favor, deja que lo intente. Solo te pido un fin de semana —me apresuro a añadir—. Únicamente el tiempo suficiente para reunirme con el señor Steele y convencerlo de que se una al proyecto.
Damien no dice nada. Luego asiente.
—No puedo ocultar esto a los inversores —arguye por fin—. Pero… sí podemos aprovechar la circunstancia de que es viernes. Llámalos. Diles que tenemos que ponerlos al día del proyecto y programa una videoconferencia para el lunes por la mañana.
Asiento mostrando una actitud muy profesional. Sin embargo, en mi fuero interno estoy dando saltos de alegría.
—Eso te deja el fin de semana —continúa Damien—. El lunes por la mañana anunciaremos que hemos fichado a Jackson Steele o que el proyecto tiene problemas.
—Lo habremos fichado —afirmo con una seguridad que surge de la esperanza más que de la realidad.
Damien ladea la cabeza hacia la izquierda de forma casi imperceptible, como si reflexionara sobre lo que he dicho.
—¿Qué te hace pensar eso?
Me paso la lengua por los labios.
—Lo… lo conozco. Nos conocimos hace cinco años en Atlanta. De hecho, fue justo antes de que empezara a trabajar para ti. No sé si aceptará, pero creo que me escuchará.
Al menos eso creía antes de saber que ya había rechazado un proyecto de Stark.
Ahora las reglas han cambiado. Antes pensaba que iba a servirle un proyecto de puta madre en bandeja de plata. Que le hacía un favor. Que yo estaba al mando.
Ahora es justo al revés.
Puede desentenderse. Puede decir que no. Puede enseñarme el dedo corazón y mandarme a freír espárragos.
Me viene a la mente la conversación que tuvimos, una conversación que me hizo pedazos.
«Necesito que hagas una cosa por mí», le dije.
«Lo que sea.»
«Sin preguntas ni objeciones. Es importante.»
«Sea lo que sea, nena, te lo prometo. Solo tienes que pedírmelo.»
Él mantuvo su palabra. Hizo lo que le pedí, aunque casi nos destruyó a los dos.
Ahora hay otra cosa que necesito de él.
Y deseo con todas mis fuerzas que, una vez más, baste con que se la pida.


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Mensaje por berny_girl Mar 19 Jun - 18:34

Capítulo 2

Hoy, cuando él pueda —digo con el móvil pegado a la oreja izquierda y tapándome la otra con la mano porque el ruido del helicóptero al apagar los motores casi me impide oír a la secretaria de Jackson Steele de su despacho de Nueva York.
—Lo siento, señorita Brooks. Esta tarde se estrena en Los Ángeles el documental del señor Steele, así que lo lamento, pero está ocupadísimo.
Me encuentro en la azotea de la Stark Tower y, pese a la sensación de estar en la cima del mundo, no creo que tenga la situación bajo control y no me siento tranquila. Quiero abrir la puerta para entrar en la caseta del ascensor, pero sé por experiencia que corro el riesgo de quedarme sin cobertura, y me da la impresión de que, si permito que esta mujer cuelgue el teléfono, ya no podré
volver a hablar con ella.
De modo que me quedo quieta, azotada por el viento, con el sol cayendo a plomo sobre mí y rodeada de asfalto, con la clara sensación de que no solo estoy a merced de los elementos sino de Jackson Steele, su secretaria e incluso la condenada compañía de telefonía móvil.
—¿Y mañana? —pregunto—. Sé que es sábado, pero, si no regresa directamente a Nueva York…
—El señor Steele va a quedarse en Los Ángeles al menos una semana.
—Genial —digo, y el alivio me afloja el cuerpo—. ¿Cuándo le vendría bien?
—Espere un momento, por favor. Veré si puedo localizarlo llamándolo al móvil.
Me quedo esperando, sintiéndome un poco ridícula, mientras suena la musiquita. Cuando oigo el clic que indica que la secretaria ya vuelve a estar en línea me yergo como si me pusiera firme y, al momento, pongo los ojos en blanco por mi absurda conducta.
—Lo siento, pero no le viene bien a ninguna hora, señorita Brooks.
—Oh, no, en serio. No tengo problema en verme con él a la hora que sea. Y, si lo prefiere, iré a su hotel, o él puede venir a mi oficina. Lo que más le convenga.
Oigo un suspiro, largo y hondo, y me muerdo el labio inferior cuando dice:
—No, señorita Brooks, no me ha entendido. El señor Steele me ha pedido que rehúse su petición de reunirse con él. Y, por supuesto, que le diga que lo lamenta.
—¿Que lo lamenta?
—Ha dicho que usted lo entendería. Que esto ya lo habían hablado. En Atlanta.
—¿Qué?
—Lo siento mucho, señorita Brooks. Pero puedo asegurarle que la negativa del señor Steele es definitiva.
La boca se me ha quedado completamente seca. De todos modos no importa, pues, aunque habría querido seguir insistiendo, es demasiado tarde. La secretaria ha colgado.
Me quedo mirando el móvil un instante, sin terminar de creerme lo que acabo de oír.
Jackson ha dicho que no.
—Mierda.
Me paso los dedos por el pelo y miro a Clark, que viene hacia mí tras dejar asegurado el helicóptero.
—¿Problemas? —pregunta al tiempo que me observa con la frente fruncida.
—No si puedo impedirlo —respondo.
Y es que no tengo la menor intención de llamar a Damien para decirle que he metido tanto la pata que ni tan siquiera he conseguido que Jackson Steele acceda a reunirse conmigo. Lo cual significa que necesito con urgencia un plan B. Otro super arquitecto. O una poción mágica… o un maldito milagro.
Me dispongo a entrar con Clark en la caseta del ascensor, pero me detengo en seco al recordar una cosa.
—Que tengas un buen fin de semana —digo—. He de hacer una última llamada.
Luego reviso mis contactos hasta dar con el número de Wyatt y lo llamo para ver si él puede obrar el milagro.

—Esto es una pasada, lo sabes, ¿no? —exclama Cass al subir a la limusina y sentarse enfrente de mí.
Está espectacular, como de costumbre, enfundada en un vestido negro con una raja que le llega tan arriba que me cuesta creer que no haya escandalizado al vecindario. El vestido se le sujeta con un sencillo lazo en el hombro izquierdo, y ella lo llena con la clase de curvas con las que yo solo puedo soñar. Esta semana lleva el pelo teñido de rojo y recogido en un peinado alto que realza el efecto del vestido. Aparte del diamantito de la nariz, no se ha puesto joyas, lo que hace que el tatuaje de un ave exótica que luce en el hombro, cuya cola le baja por el brazo en una explosión de color, resulte incluso más impresionante.
En cuanto Cass se acomoda Edward cierra la puerta y vuelve a ponerse al volante. No lo vemos porque estamos sentadas detrás de la mampara, pero noto que nos ponemos en marcha y que la limusina se aparta del bordillo delante de la minúscula casa de Cass en Venice Beach.
—En serio, Syl, tu trabajo es un chollo.
—Desde luego que sí —convengo mientras le doy una copa de vino.
La limusina es uno de los vehículos del parque móvil de Stark International y Damien me ha prestado a Edward, su chófer personal, para esta noche. Si hay suerte, conseguiré que las horas extra de Edward le salgan a cuenta a mi jefe.
—Creo que las dos necesitamos un momento de meditación profunda —propone Cass—. Tú para apreciar las enormes ventajas de tu puesto. Y yo para agradecer que seas tan poco sociable que no hayas conseguido para esta noche otro acompañante.
—Mala pécora —digo, pero me río cuando cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás.
—Ommm —murmura, como si estuviera en una clase de yoga y no en la parte trasera de una limusina camino de una fiesta en Hollywood.
Dudaba si traerla o no, pero al final he decidido que no solo se lo pasará en grande asistiendo a un estreno de los de alfombra roja sino que también me vendrá muy bien tenerla cerca si necesito apoyo. Cass es mi mejor amiga desde que entré con aire decidido en el salón de tatuajes de su padre a la
avanzada edad de quince años. Él me mandó a freír monas y me dejó muy claro que no tenía ninguna intención de jugarse la licencia para que una chica malcriada de Brentwood pudiera cabrear a sus papaítos haciéndose un tatuaje.
No lloré entonces, no lo hago desde que tenía catorce años, pero noté que la cara me ardía de lo enfadada y frustrada que me sentía. Lo llamé capullo, y le grité que no sabía nada de mis padres y aún menos de mí. No recuerdo haberlo llamado gilipollas de mierda, pero Cass asegura que sí lo hice.
Lo que sí recuerdo es que salí de estampida de allí, hecha una furia, y corrí hasta la playa. Al cruzar el carril para bicicletas casi tiré al suelo a un niño pequeño antes de caerme de bruces en la arena. Me quedé tumbada como una idiota, con la frente apoyada en el brazo y los ojos bien cerrados porque quería llorar, juro que quería liberar mis lágrimas, pero no lloré. No pude.
No sé cuánto tiempo estuve así, boca abajo, respirando lo justo para que no me entrara arena en la nariz. Lo único que sé es que Cass estaba junto a mí cuando alcé la vista, patilarga y bronceada, con el pelo negro de punta y engominado. Se puso en cuclillas, con los codos apoyados en las rodillas y la
barbilla en una mano, y me miró fijamente mientras balanceaba a penas el cuerpo, adelante y atrás.
—Vete —dije.
—No es culpa suya. Mi madre se piró y tiene que ocuparse de mí, así que él no tiene la culpa. O sea, que si le quitan la licencia le cerrarán el negocio, se quedarán con la casa y acabaremos viviendo en su Buick, y yo tendré que prostituirme en Hollywood solo para que podamos desayunar.
Lo que dijo me encogió el estómago y, por un instante, creí que vomitaría.
—No digas eso —solté—. Ni tan siquiera tiene gracia.
Me observó con los ojos entrecerrados y se puso de pie, tan desgarbada como un potrillo, y me tendió la mano para ayudarme a levantarme del suelo.
—Él no puede hacerlo, pero yo sí.
—¿El qué?
—Si quieres un tatuaje, te lo puedo hacer yo.
Se encogió de hombros, como si tatuar a alguien fuera algo que cualquier chica adolescente supiera hacer.
—¡No digas chorradas!
—Tú misma.
Echó a andar.
Me puse de rodillas en la arena y la miré mientras se alejaba, sin volver la cabeza ni una vez para ver si yo había cambiado de opinión.
Yo había cambiado de opinión.
—¡Espera!
Se detuvo. Pasó un momento. Y otro. Luego se dio la vuelta. Se cruzó de brazos y esperó.
—¿Cuántos años tienes?
—Dieciséis. ¿Y tú?
—Acabo de cumplir quince. ¿De verdad puedes hacerlo?
Se acercó a mí, estiró una pierna y me fue imposible no ver la rosa roja que llevaba tatuada en el tobillo.
—Puedo.
—¿Me dolerá?
Resopló.
—¡Pues claro! Pero no más de lo que te dolería si te tatuara él.
Supongo que en eso tenía razón, aunque nunca lo sabré a ciencia cierta. Porque Cass es la única persona que me ha tatuado, y llevo varios tatuajes suyos. Aquel primer día esperamos en la playa hasta que su padre cerró el salón. Luego entramos a hurtadillas y ella me adornó la piel del hueso púbico con un bonito candado dorado, cerrado y atado con cadenas.
Me preguntó por qué quería aquel diseño y yo no se lo dije. No entonces. E incluso más adelante no se lo expliqué todo. Solo lo hice por encima, sin profundizar. Y aunque es mi mejor amiga, creo que no lo haré jamás.
Aquel tatuaje y los que lo siguieron son para mí sola. Son secretos y triunfos, fortalezas y debilidades. Son un mapa, y son recuerdos.
Por encima de todo, son míos.
—¿Quién va a ir a la fiesta? —pregunta Cass al cabo de un rato—. Han puesto la alfombra roja, ¿verdad?
—Eso he oído. Pero no te emociones mucho. Es un documental, no un exitazo de peli. Imagino que habrá unos cuantos peces gordos del mundillo, algunos agentes y puede que hasta algunos actores de cuarta fila.
—Eso no cambia el hecho de que vamos a desfilar por una alfombra roja, joder. Supongo que puedo tacharlo de mi lista de las cosas que quiero hacer antes de estirar la pata.
—Supongo que sí. El vestido es una pasada, por cierto. ¿Dónde lo has comprado?
—En el Goodwill que está cerca de Beverly Hills. Es mi preferido.
En la actualidad Cass es la propietaria de Totally Tatoo y se gana bien la vida, pero no siempre fue así y creo que jamás la he visto comprar ropa en boutiques.
—Normalmente solo me quedo con algún par de vaqueros de diez dólares de la marca 7 For All Mankind y unas camisetas chulas —continúa—. Pero el otro día había un perchero entero con prendas elegantes de segunda mano. Te juro que no entiendo a esas mujeres. Se ponen la ropa una vez y luego la donan. —Se encoge de hombros con resignación—. Bueno, a mí qué. No tengo ningún
problema en aprovecharme de su imbecilidad económica.
—¡Ni de tener esa pinta tan despampanante gastando tan poco!
—Ya te digo. Tú también estás genial —añade.
—Es lo mínimo. Me he tirado dos horas entre que me repasaban las puntas y me maquillaban.
Llevo el pelo corto desde que tenía quince años, que fue cuando dije adiós a mi larga melena ondulada en favor de un peinado con un estilo peculiar entre a lo garçon y a lo duendecillo. Por aquel entonces lo único que quería era un cambio, y cuanto más radical mejor. Como raparme al cero era demasiado extremo incluso para mi estado de ánimo, no llegué tan lejos.
No obstante, actualmente el corte me encanta. Según Kelly, mi peluquera, le sienta bien a mi rostro ovalado y me realza los pómulos. En fin, eso me trae sin cuidado. Lo único que me importa es que me gusta lo que veo en el espejo.
—Sobre todo me molan las puntas pelirrojas —dice Cass.
—Sí, ¿verdad? ¿A que queda divertido?
Tengo el pelo castaño oscuro con reflejos dorados naturales. Para ser sincera, me gusta tal como es, de modo que jamás he tenido la tentación de seguir los pasos de Cass y teñírmelo de rosa, morado o incluso de rojo corriente.
Aun así, esta noche he querido alegrarme un poco la cara y he pedido a Kelly que me hiciera unos cuantos reflejos de color. Ella ha ido un paso más allá y me ha teñido las puntas de unos pocos mechones para que el efecto no solo sea divertido sino también elegante.
—Te queda genial, sí, pero me refería a que el color te combina con el vestido. Que es fabuloso, por cierto.
—Ya puede ser fabuloso, ya… Me ha costado un dineral.
No me paso la vida rebuscando ropa en tiendas de segunda mano como Cass, pero tampoco hasta la fecha me había gastado tanto dinero en un vestido como me he gastado en este. Es rojo encendido y, aunque me he decidido por uno tipo cóctel, hasta la rodilla, creo que es tan elegante y sexy como el modelazo largo hasta los pies de Cass. Y, sí, cuando he dado una vuelta entera delante del espejo de mi vestidor he intentado verme con los ojos de Jackson Steele. No porque quiera estar despampanante —no del todo, al menos—, sino porque quiero ser la viva imagen del éxito. De la profesionalidad.
Del poder.
—¿Da el pego? —pregunto a Cass—. ¿No parezco una fresca? O peor… ¿demasiado seria?
—Es perfecto. Pareces una mujer de negocios segura y competente. Y está claro que has seguido mi consejo y has invertido en un sujetador con relleno y realce, porque hasta tienes canalillo.
—Mala pécora —digo, pero con todo el cariño del mundo.
Soy de constitución atlética, delgada y fibrosa. Lo que es estupendo para encontrar ropa, aunque no lo es tanto cuando intento llenar un vestido.
Espero que Cass me lance una réplica sarcástica, pero no dice nada.
—¿Qué? —pregunto cuando ya no aguanto más.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto?
Es la dulzura de su voz lo que me llega al alma. Cass es gritona y escandalosa, y estoy habituada a eso. Viniendo de ella, la dulzura puede derribar mis defensas.
Asiento.
—Me he dejado la piel en este proyecto. No voy a permitir que se vaya al garete si puedo salvarlo.
—¿Aunque salvarlo te haga sufrir?
Me obligo a no hacer una mueca.
—No me hará sufrir.
—Maldita sea, Syl, ya lo ha hecho. ¿Crees que no me doy cuenta? Nadie te conoce mejor que yo y, por si se te ha olvidado, soy yo la que te tatuó la espalda cuando volviste de Atlanta. Sé lo hecha polvo que estabas y juro por Dios que, si trabajar para Stark no te hubiera subido la moral, te habrías
desmoronado por completo.
—Cass, no…
—¿No qué? ¿Que no me preocupe por ti?
—Eso fue hace cinco años. Lo he dejado atrás.
—Y ahora vuelves a tenerlo delante.
—No —protesto, y me interrumpo porque tiene razón—. Vale, puede que sí. Sí. Me has pillado. Me estoy metiendo en la boca del lobo. Encendiendo una cerilla en una gasolinera. Saltando al vacío.
Elige la metáfora que quieras, porque me da igual. Tengo que hacerlo.
—¿Por qué?
—¿Me lo preguntas en serio?
Deja caer los hombros.
—No. Te entiendo. He visto cómo te currabas este proyecto. Sé cuánto significa para ti. Es como yo y el salón. Me encantaba trabajar para mi padre, pero es mejor ahora que el negocio es todo mío.
Me siento, no sé, adulta. Completa.
—Sí. Me pasa igual.
—Es solo que él ya ha dicho que no, ¿no es así? Se lo dijo a Stark y ahora se ha negado incluso a reunirse contigo. Así que, ¿de verdad crees que puedes hacerle cambiar de opinión?
—Tengo que creerlo —respondo—. Ahora mismo el optimismo puro y duro es lo único que tengo a mi favor.
—Oh, tía. No digas eso.
Me inclino hacia delante para cogerle la mano.
—Puedo hacerlo. Y no me pasará nada. En serio. Ya no soy tan frágil como antes. Puedo hacerlo —repito, para convencerme también a mí.
—Sí, joder —dice, aunque su débil sonrisa contradice sus palabras.
—¡Vamos! —me animo—. ¿Cómo voy a fracasar con lo despampanante que estoy?
Eso la hace reír.
—Tienes razón —reconoce—. O sea, que estás para comerte. Y, coño, me acuerdo de cuando ibas tan zarrapastrosa que ni tan siquiera un perro querría darte un lametón.
—Sí, ¿verdad?
Pasé mis últimos años de instituto esforzándome en ser invisible. Fue Cass quien me hizo entrar en razón el verano antes de que me fuera a estudiar a la Universidad de California en Los Ángeles.
Es un día que recuerdo como si fuera ayer. Era martes y habíamos decidido visitar el campus que pronto se convertiría en mi hogar. Un par de estudiantes veteranos nos dieron un buen repaso y mi reacción inmediata fue encorvar la espalda y cruzarme de brazos.
—¿Eres imbécil o qué? —me preguntó con esa delicadeza tan suya.
—¿Perdona?
—Oh, vamos, Syl. Tienes que dejar de hacer eso. Estás buenísima, y lo disimulas poniéndote esas sudaderas tan horribles y esos vaqueros anchos. Y el pelo…
—¡No pienso dejármelo largo!
—¿Te has planteado, no sé, peinártelo?
Metí las manos en los bolsillos de mis vaqueros anchos y clavé los ojos en la acera.
—Oye —dijo, con más dulzura—. Lo entiendo. De veras. Ponte cómoda en mi diván de loquera y te contaré exactamente qué pasa por esa cabecita tuya.
—Al final no te expliqué lo que ocurrió para que puedas analizarme —espeté.
—¿Sabes qué? Me da igual. Porque eres mi mejor amiga y te quiero, y estás entregando el poder a ese cabrón en una puta bandeja de plata.
—No le estoy entregando nada —argüí—. Él ya no está. Hace ya mucho que se fue. Gracias a Dios.
—Y una mierda. Él es la razón de que vayas por ahí como si quisieras que te vieran como la típica gordita. Puede que no hayas visto a ese capullo desde que tenías quince años, pero él está contigo todos los días, joder.
Cerré los puños, enfadada.
—Ni se te ocurra seguir por ahí —dije.
Levanté la cabeza y di un paso hacia ella.
—Demasiado tarde.
Cassidy solo me lleva unos siete centímetros de estatura, pero siempre ha tenido una presencia imponente y su sombra me apabulló. Y eso solo me enfureció todavía más. Estaba sufriendo. Estaba perdida. Y ni tan siquiera mi mejor amiga me respaldaba.
—No lo hagas, joder.
—¿Que no haga qué? —preguntó—. ¿Que no te diga la verdad? ¿Que no intente meterte en ese coco tan hueco que tienes lo absurdo que es esto? ¿Un fotógrafo pervertido se aprovechó de ti porque eras joven y guapa, y tú sigues haciendo todo lo posible para que nadie se fije en ti? A la mierda con eso. Tenías catorce años, ¡catorce! El cabrón fue él.
Negué con la cabeza despacio; los ojos me escocían, pero no lloré. Quería echar a correr, pero Cass era a quien siempre acudía, lo que significaba que esa vez no tenía adónde ir.
—No debería habértelo contado.
Insisto en que no se lo había explicado todo, ni mucho menos. Pero sí lo suficiente.
—Maldita sea, Syl —dijo con lágrimas rodándole por las mejillas—. ¿No lo entiendes? Ese capullo te quitó la virginidad. Tuvo relaciones contigo. Pero no te hizo suya. Tú eres inteligente y eres guapa, y él no puede quitarte eso. Tienes que reconocerlo. Porque cada vez que te escondes bajo mierdas como esta —añadió, y tiró de mi fea sudadera gris— estás dejándole ganar. Quieres
recuperar tu vida, ¡pues recupérala! Y hazlo sacando partido a ese cuerpo que tienes.
Ahora, sentada en la parte trasera de la limusina con mi sexy vestido rojo, aún puedo sentir cómo se me retorció el estómago cuando Cass habló de lo que Bob me hizo durante aquellos meses cuando yo tenía catorce años. No obstante, más que eso, recuerdo lo reconfortada y segura que me sentí por
el mero hecho de saber que tenía una amiga que me quería de verdad.
—Gracias —digo en voz baja.
Cass ladea la cabeza y es obvio que no sabe a qué me refiero.
—¿Por qué?
—Por esto —respondo, y me toco el vestido—. Si no me hubieras echado la bronca hace años, es probable que esta noche hubiera venido en chándal.
—No si venías conmigo —replica, y las dos nos reímos.
—Oye, Syl —dice un momento después—. Solo quiero que no te me vuelvas a desquiciar. De hecho, nunca me explicaste qué pasó con Steele, pero te conozco lo suficiente para saber que con los hombres y las relaciones te rayas bastante.
—Es una forma suave de decirlo —convengo.
No necesito un psiquiatra para saber que aún tengo problemas.
—¿Te has acostado con alguien después de Atlanta?
Me pongo tensa.
—He estado volcada en el trabajo —arguyo, con más crispación de la que me gustaría—. Mi trabajo no se hace precisamente en horas de oficina.
Alza la mano para indicarme que se rinde.
—Oye, que lo entiendo, sí. Tampoco te estoy diciendo que deberías volver a lo de antes.
Hago una mueca, porque lo cierto es que me follé a muchos tíos en la universidad. No porque me atrajeran o ni tan siquiera porque quisiera echar un polvo. No, lo hacía como terapia sexual, para demostrarme una y otra vez que, pese a todo lo que sabía de mí misma, podía guardar mis sentimientos, reacciones y emociones bajo llave en una bonita cajita. Que podía ser más fuerte que los recuerdos, la lucha y las pesadillas. Que podía ser dueña de mi vida.
Cass sabe más que nadie de esa época de mi vida. Y también sabe que no es una época de la que quiera hablar.
—No hagas esto, Cass. No me comas el tarro esta noche. Por favor.
—Lo siento. Pero a eso voy, a esta noche. Aún estás vulnerable.
Muevo la cabeza de forma automática, queriendo negarlo a pesar de que sé que tiene razón.
—No tengo pesadillas desde que volví a Los Ángeles.
—Y eso es estupendo. Por eso lo digo. Y no deseo que ahora te hagan daño… otra vez. Ya has sufrido demasiado.
—No me lo harán —afirmo, aunque es una promesa hueca—. Te quiero, ya lo sabes.
Advierto un brillo de malicia en sus ojos verdes. Esboza una sonrisa y me suelta:
—Sí, pero ¿te vendrás a la cama conmigo?
—¿Después del tiempo que he tardado en vestirme? —bromeo.
Si tengo en cuenta lo mal que llevo las relaciones sentimentales con los tíos, a veces pienso que ojalá pudiera cambiar de bando. Pero eso no va conmigo. Y, aunque hemos tenido nuestros momentos embarazosos, en su mayor parte, el enamoramiento que Cass nunca se ha molestado en disimular solo es un ingrediente más de nuestra amistad.
Se ríe con picardía y mira su reloj.
—Aún nos quedan unos minutos antes de llegar al teatro. Podríamos bajar la mampara. Montar un numerito para Edward.
Pone morritos y menea las tetas.
Me río a carcajadas.
—Eso está mal en muchos sentidos.
—Sinceramente, ¿para qué ir a una juerga en Hollywood si no va a haber sexo y alcohol?
—Tenemos alcohol —le recuerdo, y le relleno la copa—. En cuanto al sexo, estoy segura de que habrá muchas posibilidades.
—Con actores de cuarta fila —me recuerda.
Pienso un momento.
—De hecho, no me sorprendería que apareciera Graham Elliott —dejo caer. Elliott es la mega estrella más reciente de Hollywood—. Por lo visto, quiere interpretar a Steele en un largometraje que están preparando, y él es de primerísima fila.
—No es mi tipo. Pero eso significa que es probable que también venga Kirstie Ellen Todd, ¿no?
—Lo dudo. En internet he leído que han roto.
Cass hace una mueca y suspira.
—Bueno, al menos vuelvo a tener una oportunidad con ella.
—En primer lugar, estoy bastante segura de que es hetero. Y en segundo, está el pequeño problema de que no la conocerás ni en un millón de años.
—Bah, inconvenientes sin importancia.
Niego con la cabeza, divertida.
—Para segura tú, Cass.
—Exacto. Oh, caray, mira eso. —Apura la copa y la utiliza para señalar—. Reflectores.
Tiene razón. Como es habitual en estas ocasiones, los rayos de dos reflectores inmensos se están entrecruzando en el cielo delante del teatro Chino de Grauman, que ahora es el teatro Chino TCL. En mi infancia, era el teatro Chino de Mann, de modo que, en general, solo pienso en él como en el teatro Chino de Hollywood, con las huellas de las manos y los pies de un montón de estrellas del cine y la televisión.
Edward se suma a la fila de coches y la limusina avanza despacio hasta que nuestra puerta está delante de la alfombra roja. Edward detiene el vehículo, nos abre la puerta y, al apearnos, los reporteros se alborotan y nos acribillan a fotografías. Aflojan el ritmo en cuanto se dan cuenta de que no somos famosas, aunque creo que las piernas de infarto de Cass pueden haberlos tenido disparando fotos más tiempo de lo normal.
Delante de nosotros unos cordones de terciopelo rojo separan el teatro y su antesala de los espectadores que se han congregado en este tramo de Hollywood Boulevard.
Cass me aprieta la mano cuando empezamos a desfilar por la alfombra roja hacia la emblemática entrada con forma de pagoda del famoso teatro.
—Esto es una pasada.
Desde luego no se lo voy a discutir y, conforme avanzamos por la alfombra roja, me siento un poco como una celebrity. Esa fantasía solo hace que acentuarse cuando me fijo en los hombres con esmoquin y las mujeres bien peinadas que alternan en esta zona al aire libre, hablan con la prensa y
brindan a los turistas y los mirones la oportunidad de sacar montones de fotografías.
Wyatt aguarda al final y, cuando Cass y yo nos acercamos, sonríe. Espero pasar de largo y sumarme al resto de los invitados, pero él nos conduce hasta un cartel del estudio que ha financiado el documental y pasa a inmortalizar nuestro momento de fama.
—Gracias por conseguirme entradas —digo—. Te debo una.
—Tranquila —responde Wyatt mientras enfoca a Cass con la cámara—. Solo es otra manifestación de mi personalidad artística subversiva. Soy un excéntrico —añade, y eso me hace reír.
Cass y yo entrelazamos los brazos y seguimos a los elegantes invitados. Primero nos dirigimos al salón de baile Grauman del multicine contiguo, donde ofrecen una recepción antes de la proyección en el teatro original. Me inclino hacia Cass.
—Una pasada total —digo, repitiendo sus palabras.
Y hablo en serio. En este momento me siento llena de entusiasmo, segura y lista para conquistar el mundo. O, al menos, a Jackson Steele.
Camareros de uniforme aguardan junto a la puerta para ofrecernos copas de champán cuando entramos en el salón de baile.
—Caray —exclama Cass, otra opinión que también comparto.
El salón es impresionante. Enorme, pero no apabullante. La luz dorada que lo baña se ve interrumpida por un dibujo de imágenes azules proyectadas en el suelo y el techo. Hay luces rojas en algunos rincones de la galería, lo que confiere al salón un festivo ambiente discotequero. Dos columnas inmensas parecen montar guardia sobre el recinto y, entre ellas, la gente se congrega
alrededor de una barra circular cuyas copas de vino apiladas centellean como estrellas de colores gracias a la ingeniosa iluminación.
Detrás de la barra hay una pantalla en la que se proyecta un montaje fotográfico: rascacielos altísimos, angulosos edificios de oficinas, innovadores complejos de viviendas. Los reconozco todos como proyectos de Jackson Steele, y esas imágenes se intercalan con bocetos, anteproyectos y fotografías de la construcción del museo de Amsterdam, que es tan primordial para el documental como el propio Jackson Steele.
Cass apura su copa de champán y va derecha a la barra.
—Yo necesito otro trago y tú tienes que beber más para reunir valor —dice.
—No es verdad —miento, pero, de todas formas, Cass pide una copa de cabernet para cada una.
Cojo la mía e ignoro a esa vocecita sabía que oigo en mi cabeza susurrándome que con Jackson Steele ni tan siquiera debería estar un poco achispada. Que, para conseguir lo que me propongo, necesito tener el coco despejado y ser profesional y fría, muy fría. Son palabras sensatas, pero las mando a paseo cuando me llevo la copa a los labios y doy un trago largo y pausado.
—¡Por la victoria! —dice Cass al alzar su copa.
Brindo con ella y tomo un sorbo pequeño. ¿Qué ha dicho? ¿Que he de beber más para reunir valor? Sí. Después de todo, puede que sea buena idea.
Miro alrededor, tanteando el terreno y escrutando las caras. El salón, que es tan elegante como acogedor, tiene mesas vestidas con manteles entremezcladas con lujosos sofás y sillas de diseño. Casi todas están vacías porque los invitados están de pie charlando entre sí. Reconozco a unos cuantos. Una estrella de un reality en un rincón, un agente que conocí en una fiesta… Pero no veo a Jackson y estoy empezando a ponerme nerviosa. Debe de estar por aquí, y me da miedo que, si no lo encuentro antes de la proyección, se lo lleven tras el pase antes de que tenga ocasión de hablar con él.
—¿Cómo es?
—¿No lo sabes?
Cass se encoge de hombros.
—Hasta hoy no me habías dicho que tu ligue de Atlanta se había convertido en un arquitecto famoso buenísimo. Es buenísimo y está buenísimo, ¿no?
—Sí, eso lo resume bien.
Por un momento dudo porque ¿cómo se describe la perfección? Y luego no sigo porque lo tengo justo delante. No a él, sino su imagen, proyectada en la pantalla que hay detrás de la barra para que todos la vean.
—Caray —dice Cass al mirarla—. Joder, hostia. ¿En serio? Ese tío es espectacular.
Asiento, con los ojos pegados a la pantalla y un nudo en la garganta. Pensaba que la portada de la revista le hacía justicia, pero me equivocaba. En la portada está impecable, con su rudeza suavizada por la magia de Photoshop. Pero esta imagen, esta imagen está sin retocar y tiene definición. Es genuina, asombrosa y apabullante.
Es Jackson, de pie sobre dos vigas de hierro paralelas, al menos a treinta pisos por encima del suelo, en una ciudad que no reconozco. Lleva vaqueros, una camiseta blanca de manga larga y un casco blanco. Está agarrado a un gigantesco gancho que pende delante de él y parece no ser consciente de la cámara que, imagino, lo está enfocando con un teleobjetivo desde una distancia prudencial.
La sombra de su barba incipiente es tan inconfundible como el intenso azul de sus ojos, que parecen arder en llamas bajo la blanca luz del sol. Con la otra mano se los protege mientras contempla la construcción que lo rodea. Por detrás y por debajo de él se extiende la ciudad, pero Jackson es el foco de atención. Y, con esta sola imagen, no cabe duda de que Jackson es un hombre
con poder para hacer del planeta lo que le dé la gana. Y, ahora mismo, lo único que me cabe esperar es que lo que puedo ofrecerle sea algo que quiera poseer.
Me rodeo el cuerpo con los brazos y doy un paso atrás cuando la imagen se funde a negro y es sustituida por otra obra de construcción. Me doy la vuelta y veo a Cass mirándome de hito en hito.
Suspira y niega con la cabeza despacio.
—Joder, Syl… Te lo veo en la cara.
Le rehúyo la mirada, pero me coge del brazo.
—Ese proyecto no lo merece. Va a destrozarte otra vez. Ya casi lo ha hecho.
—¡No! —Respiro hondo—. No, no me destrozará… No me ha destrozado. Y, además, no me destrozó él. El daño me lo hice yo sola. Lo único que él hizo fue…
—¿Irse?
—Lo único que hizo fue lo que yo le pedí.
«Y, si hay suerte, volverá a actuar así.»
—De acuerdo. Vale. Pero ¿estás segura de que no quieres tener al lado a alguien que te cubra las espaldas? Al menos, puedo quedarme contigo hasta que lo encuentres.
—No, estoy bien. Ve a relacionarte. Quién sabe. A lo mejor ha venido Kirstie Ellen Todd.
Vacila antes de asentir.
—La saludaré de tu parte.
Me da un abrazo rápido y regresa a la barra para pedir otra copa de vino. Yo hago lo contrario y dejo la mía medio llena en la bandeja de un camarero que pasa junto a mí. Decididamente, mejor tener la cabeza despejada.
Quince minutos después ya estoy arrepintiéndome de mi sobriedad. Me he dado dos vueltas completas por el salón y he visto montones de actores casi famosos y más de un centenar de caras que no me suenan de nada. He visto a Cass intentando ligar con casi todo el mundo, a una camarera que reconozco de mi restaurante preferido que me ha dicho que está ganándose un dinero extra, y también a Wyatt yendo de acá para allá con su cámara y su flash.
Pero no he visto a Jackson.
No obstante, debe de estar por aquí, de modo que decido que la mejor estrategia es subir al primer piso, asomarme a la galería e inspeccionar a los invitados desde arriba. Echo a andar en esa dirección, con la cabeza un poco agachada porque estoy aprovechando para mirar en el móvil el correo electrónico de la oficina y mis mensajes de texto, cuando capto una silueta familiar con el rabillo del ojo.
Alzo la vista, sin hacer caso al peso que, de repente, noto en el pecho, y miro alrededor, buscando su rostro. Pero Jackson no está y el pecho se me encoge todavía más, esta vez por la desilusión de no verlo.
Doy otro paso mientras guardo el móvil en mi minúsculo bolso rojo.
Y es entonces cuando lo veo.
Está bajando por la escalera, con la atención puesta en el hombre de porte distinguido que lo acompaña. Va perfectamente afeitado y lleva una elegante chaqueta sin cuello y un jersey de algodón. Esperaba que fuera de esmoquin, pero no puedo negar que esta ropa le sienta mucho mejor. Le da un
aire oscuro… entre sexy e imprevisible. Diría más: tiene pinta de hombre importante. De la clase que puede mandar los convencionalismos a la mierda y conseguir que todos lo imiten.
Este es el hombre que habita en mi recuerdo. Esos ojos azules y cristalinos. Esa boca grande y sensual. Esas cejas pobladas y esas facciones cinceladas.
Baja otros dos peldaños y vuelve un poco la cabeza hacia mí. Es entonces cuando veo que no está exactamente como lo recuerdo. Ahora tiene una cicatriz que le cruza la ceja izquierda y le traza un arco en la frente hasta perderse en el nacimiento del pelo. No la tenía en Atlanta, pero está bien curada y debe de ser de hace varios años.
Pero esa cicatriz no enturbia la sensualidad de este hombre cuya presencia transmite una autoridad tan innegable. Por el contrario, esa única imperfección acrecienta su misterio y le confiere un aire peligroso y enigmático. Aun así, sé que tras ella debe de haber dolor, y me muero por tocarla, por reseguirla con los dedos. Por abrazarlo, tranquilizarlo y consolarlo frente al ser malvado que se atrevió a dejar esa marca en un rostro tan increíble.
Sin embargo he perdido ese derecho, y cobro plena conciencia de ello cuando miro alrededor y veo que todas las mujeres próximas a mí lo están mirando igual que yo. Cierro el puño en un arranque de posesividad, aunque ya no me pertenece. Renuncié a él. Lo sacrifiqué para salvarme.
Me embarga la melancolía y me digo: «Basta, basta, ¡basta!».
Hice lo correcto, de eso estoy segura. Y, además, da lo mismo. El pasado es pasado, maldita sea. No me queda más remedio que aguantarme y seguir adelante, como llevo haciendo toda mi desastrosa vida.
Respiro hondo, una vez y otra más, y me obligo a rehacerme. Soy una mujer de negocios, con una jugosa propuesta. No soy una chica soñadora que se echa a temblar en presencia del irresistible protagonista de esta noche.
Puedo hacerlo. Puedo acercarme a él, saludarlo, decirle que no voy a tolerar que me mande a paseo. Que han pasado cinco años, que ambos somos personas adultas y que va a tener que escucharme.
Clara. Directa. Al grano.
Bien. Puedo conseguirlo. No hay problema.
Doy un paso hacia él, seguido de otro.
Me pongo erguida y esbozo en mi rostro la sonrisa profesional que he perfeccionado en los cinco años largos que llevo trabajando para el director general de Stark International.
Camino de la escalera, no despego los ojos de Jackson porque tengo la intención de abordarlo en cuanto pise el salón de baile.
Él no me ve; está totalmente concentrado en su acompañante. No oigo su conversación, pero Jackson va agitando las manos y sé que hablan de arquitectura. Sonrío con afecto al recordar cómo dibujaba un rascacielos imaginario y cómo movía los dedos mientras pensaba en fachadas y planos,
funcionalidad y diseño.
Su acompañante hace un comentario y Jackson se ríe. La boca grande y sensual se le curva en una sonrisa que se le queda congelada cuando mira alrededor… y me ve.
Veo fuego en sus ojos, pero se apaga con tanta rapidez que casi creo haberlo imaginado. Ahora, cuando los miro de nuevo, solo veo indiferencia. No obstante, Jackson sigue proyectando cierta intensidad, una ilusión de movimiento aunque se ha quedado petrificado en la escalera.
No despega los ojos de los míos y yo también me quedo quieta, incapaz de moverme. Casi incapaz de respirar.
—Jackson —digo, pero no sé si he hablado en voz alta o si su nombre me ha llenado por dentro, tan necesario como el oxígeno.
Nos quedamos así mientras el tiempo pasa, con el mundo paralizado alrededor de nosotros. Ninguno se mueve, pero tengo la sensación de estar girando sobre mí misma en el espacio, precipitándome hacia él. La ilusión me aterroriza porque ahora mismo sé dos cosas: estoy deseando volver a encontrarme entre sus brazos y estoy muerta de miedo por enfrentarme a él.
Y entonces, de repente, el mundo se pone en movimiento otra vez. Jackson me mira un momento más y, en los breves segundos antes de que aparte los ojos, percibo ira y dureza. Pero también veo otro sentimiento. Tristeza bajo el hielo, quizá.
Tomo conciencia de nuevo de mis extremidades y doy un paso hacia él, sabiendo que esta es mi oportunidad. Para el proyecto, y para algo más profundo en lo que no quiero pensar porque abrir esa puerta me asusta demasiado.
Pero da igual. Ni mi miedo ni el proyecto importan.
Porque Jackson no vuelve a mirarme.
Por el contrario, pasa de largo, sin ladear la cabeza ni una sola vez, sin tan siquiera aflojar el paso. Y yo me quedo viéndolo pasar, tan anónima como el resto de las mujeres que suspiran por él.


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Mensaje por Guadalupe Zapata Mar 19 Jun - 20:01

Jajá, "tan anónima como el resto de las mujeres que suspiran por él." ¡Seguro!
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Mensaje por yiany Mar 19 Jun - 23:22

Gracias Elie, me gusta el género, sin embargo no llegue a conectarme con la historia, no me gustan mucho las protas sin carácter, fue demasiado ficticio y forzado, y siento q faltó historia y sobró sexo, lo único rescatable fue leerlo con ustedes.

Berny, me pongo al día y comento


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Mensaje por berny_girl Miér 20 Jun - 0:46

Capítulo 3

¿En qué demonios estaba pensando?»
Jackson ha rehusado reunirse conmigo, es evidente. ¿De veras pensaba que en cuanto me viera todo cambiaría? ¿Que correría a mi encuentro, me cogería las manos y me preguntaría en qué podía ayudarme?
No lo pensaba, no. Pero, tonta de mí, abrigaba esa esperanza.
En teoría, me parecía de lo más sencillo. Fácil no, tenía claro que volver a ver a Jackson no sería nada fácil, pero sí mecánico. Podía hacerlo, sobre todo porque tenía que hacerlo.
Pero me he quedado sin palabras.
En vez de adoptar la estrategia directa de abordarlo y hablar con él, me he quedado petrificada. En vez de interceptarlo, he dejado que pasara de largo.
¡Mierda!
He juzgado mal la situación y, si tenía alguna confianza en mí misma, la he perdido por completo.
Veo a Cass al otro lado del salón, riéndose con una mujer que lleva un vestido corto ceñido y tiene el pelo aclarado por el sol. Me mira de reojo y veo que enarca un poco las cejas con aire inquisitivo.
«¿Me necesitas?»
Niego con la cabeza y sonrío. Cass rompió con su novia de muchos años hace cinco meses y, desde entonces, ha estado bastante fuera de circulación. Si está haciendo migas con esa mujer, no tengo ninguna intención de cortarle el rollo.
Además, es hora de que haga de tripas corazón. He venido a defender un proyecto y ni de coña me marcho de aquí sin intentarlo.
Espoleada por mis palabras de ánimo, me dispongo a ir tras él, pero me detengo cuando anuncian que el documental se proyectará dentro de quince minutos y que los invitados deberíamos empezar a dirigirnos hacia el teatro.
El anuncio acaba prácticamente con todas mis posibilidades de abordar a Jackson a solas. En primer lugar, estoy segura de que tendrá que decir unas palabras antes de que comience el documental. En segundo lugar, la gente se ha apiñado tanto que no tengo más remedio que avanzar con la multitud.
Me dejo llevar por la marea humana y me resigno a aceptar que tendré que acercarme a Jackson justo después de la proyección o, si no, conseguir que me cuelen en la fiesta posterior, un privilegio que mi entrada no incluye.
Acomodadores vestidos de negro que probablemente son estudiantes de cine de la Universidad del Sur de California nos conminan a salir del multi cine y dirigirnos al teatro Chino original. Es uno de mis lugares favoritos de Los Ángeles. Cuando era adolescente solía venir aquí para escapar a otra realidad oculta en este entorno tan exótico. Lo han reformado hace poco, pero, a diferencia de la esplendorosa modernidad del salón de baile del que acabamos de salir, el vestíbulo del teatro Chino conserva cierta pátina antigua, con sus estatuas traídas de Pekín y Shangai, los ornamentados azulejos y apliques del techo, los biombos plegables que decoran las paredes, muchas de las cuales son rojas, como las innumerables alfombras.
No obstante, dentro del teatro, impera la tecnología. La pantalla IMAX es inmensa y ultramoderna, y no puedo negar que me emociona saber que estoy a punto de ver tanto a Jackson como su obra proyectados en este formato tan impresionante.
Me siento junto al pasillo en una butaca de la última fila porque calculo que tendré más probabilidades de eludir el gentío si puedo salir en busca de Jackson en cuanto termine el documental. El teatro no está lleno del todo y, cuando atenúan la iluminación, hay unas cuatro o cinco butacas entre la siguiente persona y yo. Mejor así. Estoy crispada y nerviosa, bombardeada por
recuerdos que amenazan con desquiciarme. Estoy cansada de luchar contra ellos. Después del documental podré volver a ser fuerte. Pero durante los siguientes setenta minutos quiero zambullirme en el pasado, embeberme de Jackson y de las impresionantes imágenes del mundo que ha creado.
Los invitados aplauden cuando un hombre que reconozco como el acompañante de Jackson en la escalera sube al escenario y se presenta como Michael Prado, el director del documental.
—Como muchos de ustedes sabrán, soy miembro del consejo del Proyecto de Protección Histórica y Arquitectónica Nacional y, como tal, he tenido el privilegio de observar la evolución de muchos jóvenes arquitectos con talento. Algunos tienen excelentes aptitudes. Otros, un buen sentido para los negocios. Y los hay que poseen una capacidad innata para fusionar forma y función, ubicación y finalidad. No obstante, solo una vez he visto todos esos atributos encarnados en un único hombre. Y ese hombre está aquí esta noche. Damas y caballeros, sean tan amables de dar la bienvenida a Jackson Steele.
Se oyen bastantes más aplausos cuando Jackson sube los escalones de dos en dos y saluda a los asistentes antes de estrechar la mano a Prado.
—Gracias a todos por esta calurosa bienvenida —dice en cuanto coge el micrófono—. Y gracias, Michael, por tus increíbles elogios. Como quizá observarán —continúa, y se vuelve de tal forma que mira al público sin dar la espalda al director—, un documental como el que Michael ha dirigido es una bestia tremendamente invasiva. Y lo digo con el mayor respeto y cariño —añade mientras todos se echan a reír.
—Intenta decir que le estorbé —bromea Michael.
—O que yo le estorbé a él —apostilla Jackson, manejándose con la concurrencia con innegable habilidad—. Pero, hablando en serio, tengo una gran deuda con este hombre. Me propuso el documental incluso antes de que el consejo de la Coalición para las Artes y las Ciencias Contemporáneas eligiera mi proyecto para su museo. Y, aunque no puedo decir que estuviera
preparado para que mi proceso fuera sometido a un examen tan minucioso, sí reconozco que la experiencia ha sido instructiva y gratificante. He tenido el lujo de ver mi obra con otros ojos. Eso es un regalo excepcional que no debería caer en saco roto. Me ha enseñado a respetar mi visión, pero también a abrir los ojos.
Lo miro fascinada, tan desenvuelto, tan cómodo delante del público.
Se adelanta en el escenario y da la impresión de estar mirando a todos y cada uno de los asistentes.
—Y ahora me complace anunciarles el estreno en Estados Unidos de Piedra y acero y ofrecerles una muestra de otra clase de labor conjunta. La interpretación de Michael Prado de los padecimientos, tribulaciones y éxitos que rodearon a la financiación, construcción, consagración e inauguración del
famoso, o tristemente famoso, según algunos, Museo de las Artes y las Ciencias de Amsterdam.
Guarda silencio mientras los espectadores vuelven a aplaudir, y me sorprende cuánto me recuerda a Damien Stark. No solo en su aspecto físico —ambos son morenos y varoniles—, sino en lo bien que se maneja con la fama y en su don de gentes. Si terminara con un discurso para vender un producto, estoy segurísima de que se haría millonario esta noche.
Pero hoy no se vende nada. Esta velada es una celebración y, después de unas pocas palabras más sobre la historia del proyecto, Jackson invita al público a ponerse cómodo y disfrutar de la proyección.
Cuando las luces se apagan y se abre el telón me recuesto en la butaca mientras sube el volumen de la música y la pantalla se llena de luz y movimiento. La cámara se eleva en una magnífica toma que parte del suelo y asciende cada vez más deprisa hasta alcanzar la emblemática cornisa roma del museo y abrir finalmente el plano para abarcar el cielo azul y el sol.
La pantalla se vuelve de un blanco cegador que da paso a los créditos iniciales y un primer plano de Jackson Steele, inclinado sobre una mesa con montones de anteproyectos, con el pelo azotado por el viento y unos vaqueros que se le ciñen a los musculosos muslos. Está enfrascado en una conversación con otro hombre, pero sus palabras quedan ahogadas por la voz clara y pausada del
narrador.
Miro la pantalla, hipnotizada por el hombre que la llena. Por la pasión y la precisión de sus movimientos. Está absorto en su trabajo, consagrado a él. Hay autoridad en lo que hace. Solemnidad, incluso magia.
Y la honda emoción que percibo en su rostro me enciende la piel y me desboca el corazón.
He visto ese mismo fuego, esa misma determinación. Lo he visto feliz y extasiado. Lo he tenido entre mis brazos y he sentido su pasión, y la intensidad de ese hombre me ha quemado.
El pecho se me encoge y las manos empiezan a dolerme. Reparo en que estoy aferrada a los brazos de la butaca con fuerza. Más aún, he dejado de respirar.
«Aire», pienso, y me dispongo a levantarme. Solo necesito salir al vestíbulo. Ir tal vez al aseo de señoras para refrescarme la cara.
Pero cuando empiezo a levantarme alguien se sienta en la butaca contigua.
¡Jackson!
No lo he visto, ni tan siquiera he vuelto aún la cabeza, pero no tengo ninguna duda. ¿Cómo iba a tenerla cuando la piel me cosquillea por su mera proximidad? ¿Cuando la fragancia de su colonia me envuelve, especiada, almizclada, con ese toque a humo?
Cierro los ojos y me quedo sentada al borde de la butaca porque, de golpe, no estoy segura de adónde me dirigía ni por qué.
—Quédate.
Una mera palabra, pero me hace mella. Inspiro, asiento y me recuesto otra vez en la butaca tapizada. Cuando me vuelvo hacia él lo encuentro mirándome. Las sombras danzan en su rostro, y juro que podría perderme en el intenso azul de sus ojos.
Me dispongo a hablar, aunque no sé qué voy a decir. En ese momento se inclina hacia mí y me pone la mano en la pierna, con la palma sobre la fina tela de mi vestido, pero rozándome la piel desnuda con los dedos. Todas mis terminaciones nerviosas parecen apiñarse y chisporrotear en esa parte de mi cuerpo.
Soy agudamente consciente de su mano en mi pierna y tengo que combatir el impulso de inspirar y ponerme tiesa cuando el pulso se me acelera y noto un fuego quemándome por dentro. No quiero reaccionar a él; no quiero que mi cuerpo me delate. Y no puedo permitir de ninguna manera que esto se me vaya de las manos.
Pero Jackson se acerca todavía más, y noto más presión en el muslo cuando sus labios casi me rozan la oreja.
—¿Qué coño te crees que haces?
Pienso en hacerme la loca, pero con eso no sacaría nada. Además, no tengo nada claro que lo consiguiera ahora que me está tocando y me ha alterado tanto.
—Tengo que hablar contigo —me limito a decir.
—¿Ah, sí? —Su voz es tan dulce y tentadora como el chocolate—. Estoy bastante seguro de que no te he dado una cita.
Me pasa un dedo por la piel, despacio, de arriba abajo, con un aire tan distraído que podría estar haciéndolo sin darse cuenta. Pero sé que no es así. Jackson sabe exactamente lo que hace.
—¿Necesito que me des una cita para charlar contigo en una fiesta?
—¿Es eso lo que estamos haciendo? —pregunta sin dejar de acariciarme y provocarme con el dedo—. ¿Charlar?
Se me encoge el pecho y empiezo a sentir pánico.
—Por favor, Jackson.
—¿Por favor qué?
—Vamos afuera. —Espero que no perciba el temblor de mi voz—. ¿Podemos salir al vestíbulo un momento para hablar?
Impide que me levante ejerciendo una presión suave pero firme sobre mi pierna. Con ello consigue subirme la falda. Solo enseño unos centímetros más de piel, pero es suficiente para que me sienta más expuesta y vulnerable todavía.
Para que recuerde el tacto de sus manos cuando me tocaba sin enfado ni pretextos.
Trago saliva porque me invaden la pena y la nostalgia.
—Jackson…
—Si estás tan decidida a hablar, hazlo aquí.
Su voz no ha perdido su tono aterciopelado, pero ahora percibo dureza en ella.
—Molestaremos a la gente —susurro, decidida a recuperar el control.
Enarca las cejas y advierto que la situación le resulta divertida porque se le curva la comisura de la boca.
—¿Ah, sí? —Sube más la mano y me levanta la falda—. No pensaba que nuestra… conversación fuera tan ruidosa.
—Para.
Cierro la mano sobre la suya para impedir que ascienda un milímetro más.
—¿Por qué?
—Porque lo digo yo, joder.
—Me refería a por qué necesitas hablar conmigo —aclara—. Pero la pregunta también es válida para eso. —Su mano sigue avanzando despacio y continúa levantándome la falda, centímetro a centímetro, dolorosamente—. Explícame por qué dices que debería parar. ¿Porque no quieres que te toque? ¿Porque no quieres que siga subiendo la mano? ¿Porque no quieres que te roce las bragas con los dedos y las encuentre húmedas y calientes?
Tengo la boca seca y el cuerpo ardiendo. Y, maldita sea, tiene razón. Estoy empapada, con los muslos en llamas y el sexo palpitante.
—¿O a lo mejor es porque quieres que continúe? ¿Porque imaginas… o recuerdas la sensación de mis dedos dentro de ti, excitándote, acariciándote el clítoris? ¿Estás mojada, princesa? —pregunta con una voz tan delicada ahora como esa yema que acaricia mi muslo.
—¿Estás cachonda y excitada, suplicándome calladamente que te toque, que te pase el dedo por el sexo… resbaladizo, chorreante? ¿Es eso lo que te gustaría? Vamos, cariño, dímelo. ¿No quieres que te lleve a la cumbre? ¿Cada vez más alto hasta que note los espasmos en mi mano cuando tengas un
orgasmo? Porque yo creo que sí quieres. Creo que lo deseas tanto que casi te quema.
Cierro los ojos, decidida a no permitir que note en mi cara cuánta razón tiene.
—Para —repito—. No puedes…
—Y un cuerno. —La tierna sensualidad de su voz ha desaparecido, sustituida por un duro tono acusatorio—. ¿Crees que no te he observado esta noche? ¿Crees que no he visto cómo me mirabas? Ambos sabemos que aún me deseas y ambos sabemos que eso te cabrea. Así que dímelo, Sylvia. Quiero oírlo. Dilo en voz alta.
Pero yo no pienso admitirlo por nada del mundo. Porque, aunque sea cierto (por Dios, claro que lo deseo, y claro que eso me cabrea), lo que no deseo es lo que viene después. El pánico y el recelo. La tensión y el miedo. La espantosa sensación de que todo lo que me rodea gira sin control y de que, por mucho que me esfuerce en mantenerme fuerte, es inevitable que esto me desgarre.
—Dímelo —repite. Su voz está ahora cargada del dolor y la ira que ha acumulado en estos cinco años—. Y luego escucharé lo que tengas que contarme.
Hago una mueca cuando me invade un sentimiento semejante a la culpa. Pero lo alejo al mismo tiempo que le aparto la mano para levantarme.
—Que te den —le espeto, sin hacer caso del «chissssss» que me susurran desde nuestra fila.
Recorro el pasillo central dando traspiés, casi me lanzo contra la puerta y solo respiro cuando salgo al vestíbulo.
Me apoyo en la pared y me obligo a serenarme. Estoy en ello, pero la puerta se abre y veo a Jackson dirigiéndose derecho hacia mí. Creo que debo de estremecerme, porque aprieta los dientes y se detiene.
—No son precisamente esas las palabras tiernas que me esperaba —arguye con ironía—. Pero me valen.
—Déjame en paz —digo.
—Puedo hacer eso… —Ha adoptado un tono profesional—. O bien puedes explicarme por qué quieres hablar conmigo.
Parpadeo, un poco desconcertada por su inesperado cambio de tono.
—Es por un trabajo —consigo decir mientras relajo el cuerpo aliviada y, aunque odio reconocerlo, un poco desilusionada.
Me quito eso último de la cabeza. Entre Jackson y yo no puede haber en esta estancia nada aparte de negocios, y el mero hecho de imaginar que podría haber más es una forma segura de sufrir.
Sin despegar los ojos de mí, asiente con rapidez.
—De acuerdo. Te escucho.
Me pongo erguida, adopto una actitud profesional y disfruto con la sensación de haber recobrado el control.
—Es para Stark International —anuncio—. Y, antes de que me digas que ya has rechazado el resort de las Bahamas, querría que siguieras escuchando.
Interpreto su silencio como un sí y paso a describirle el proyecto desde su concepción hasta la horrible noticia de que Glau no solo se ha desanimado, sino que se ha retirado por completo.
—¿Han puesto verde a Miss Estados Unidos en Facebook y ahora la corona es para su dama de honor?
—No —respondo con firmeza—. La idea no es contratar un sustituto, sino construir el mejor resort posible.
—¿De veras? —Me recorre con una mirada tan sensual como una caricia lenta—. No recuerdo que nadie me llamara cuando iniciasteis el proyecto.
—Estabas ocupado con lo de Dubai.
—¿Ah, sí? —dice, como si ese proyecto solo fuera producto de mi imaginación—. Entonces ¿esto no tiene nada que ver con el hecho de que tu preciado resort tiene más problemas de los que das a entender?
—No sé de qué me hablas.
—Problemas con la Administración Federal de Aviación, Sylvia. Permiso de uso. Grupos de defensa medioambiental. ¿Quieres que siga?
—Ya nos estamos ocupando de todo eso —arguyo.
Y, en teoría, es cierto. Al parecer, hay que superar muchas barreras burocráticas incluso para construir una pequeña pista de aterrizaje en una isla diminuta. En cuanto a los grupos de defensa medioambiental, reconozco que tiene razón también. Resulta que la isla es el hábitat de una especie
poco común de grillos cavernícolas, y franquear ese campo de minas fue tan peligroso como desactivar una bomba nuclear.
Pero, en verdad, lo que me preocupa es cómo se ha enterado de esos problemas. Porque los hemos mantenido todos en estricto secreto.
Combato el impulso de pasarme los dedos por el pelo de lo frustrada que me siento y me digo que este no es momento para preocuparme por eso.
—Maldita sea, Jackson, lo importante es que es una gran oportunidad.
—Yo no digo que no lo sea. —Me tiende la mano—. Ven conmigo.
Le miro la mano, pero no se la cojo. Un momento después la baja y se le ensombrece tanto la mirada que casi me vengo abajo.
No dice nada más, sino que da media vuelta y echa a andar. Lo sigo en silencio cuando entra en el salón de baile y, luego, en una sala que no conozco.
—¿No te echarán de menos?
—Esto es Hollywood. Tienen recursos para todo. —Se ríe y las comisuras de los ojos se le arrugan de un modo que me resulta irresistible y tremendamente sensual—. Además, la fiesta es aquí. Tarde o temprano, quien me necesite me encontrará.
Asiento y aprovecho la ocasión para echar un vistazo a mi alrededor. La sala es espaciosa, con las paredes blancas y el techo bajo. Tiene el suelo de hormigón sin pulir y varias columnas cuadradas geométricamente distribuidas a todo lo largo.
Montones de fotografías en blanco y negro adornan las paredes, y pasamos por delante de Humphrey Bogart, Audrey Hepburn, Harrison Ford, Marlon Brando e incontables estrellas más de algunas de mis películas favoritas.
Pero no son estos retratos lo que Jackson quiere que vea. Me lleva a la primera columna para enseñarme la fotografía a todo color que hay colgada. Es del edificio Winn de Manhattan, un rascacielos de vidrio y acero que se alza con poderío sobre la urbe, con tanta superficie para comercios, oficinas y viviendas que es casi una ciudad independiente.
Jackson no dice nada mientras miramos la foto y calculo que transcurre un minuto completo antes de que vayamos a la siguiente columna y contemplemos la fotografía de la nueva Ópera de Salzburgo, cuya fachada curva parece fluir como la música en perfecta armonía con las montañas
que la enmarcan.
La última imagen no plasma un proyecto comercial sino una casa en las montañas próximas a Santa Fe, Nuevo México. Su impecable exterior se confunde con las piedras y las rocas y, aunque es obvio que esa residencia de una planta es nueva y ultramoderna, se integra en el paisaje con la clase
de audaz confianza que parece indicar que ha surgido de las montañas que la rodean.
—¿Qué sabes de todo esto?
Le respondo dándole la información que ya conoce: que la segunda residencia que proyectó en Santa Fe para un famoso filántropo por fin le valió el reconocimiento que merecía y marcó los inicios de su carrera como arquitecto. Que la Ópera fue su puerta de acceso al sector de la construcción cuando pasó de dedicarse únicamente a diseñar y proyectar a abarcar todo el espectro
de la promoción inmobiliaria. Y que el edificio Winn fue una gran victoria para Steele Development, porque marcó su incursión en el rentable mercado neoyorquino y propició su primer proyecto con participación sobre la propiedad.
No menciono el asesinato y el suicidio que tuvieron lugar en la casa de Santa Fe no mucho después de que se terminara. No creo que eso venga al caso y, sinceramente, temo que esa clase de chisme pueda arruinar los avances que podamos estar haciendo.
Tampoco menciono que los ingresos por alquiler del edificio Winn deben de haber al menos cuadruplicado el patrimonio neto de Jackson de la noche a la mañana. Pero los dos sabemos que conozco esa información. Es imposible trabajar para un hombre como Damien Stark durante tantos años sin adquirir cierto conocimiento del potencial económico de la clase de proyectos que Jackson realiza en la actualidad.
En otras palabras: Jackson no necesita los ingresos del resort de Cortez. Y, teniendo en cuenta su rápido ascenso al estrellato con el documental y la posibilidad de que se ruede un largometraje, ni tan siquiera necesita la publicidad.
Lo único que puedo ofrecerle es el desafío. Y confío en que eso le baste.
Me vuelvo hacia él y me quedo de espaldas a la columna.
—Y bien, ¿qué tal lo he hecho?
—No ha estado mal. Has seguido mi carrera profesional.
—No —digo, y no me cuesta mentir—. Pero soy buena en mi trabajo. Y eso ha de darte a entender que sé a quién contrato.
—«Contrato» —repite, y da un paso hacia mí.
—Sí —Lo digo con firmeza y estoy orgullosa de lo confiada que me siento.
Se acerca más y reduce la distancia que nos separa a meros centímetros. Echo la cabeza hacia atrás.
Aunque llevo zapatos de tacón, me saca más de un palmo y no puedo evitar sentirme empequeñecida.
Vulnerable.
No obstante, combato esa sensación y lo miro a los ojos, esperando que los míos le transmitan frialdad y determinación.
—¿Te acuerdas de Atlanta?
Sus palabras son como una bofetada y, pese a toda mi determinación, retrocedo, aunque la columna apenas me lo permite.
—Por… por supuesto. —Me paso la lengua por los labios—. Jackson, lamento lo que pasó. Pero esto no es…
—No —me interrumpe, y alza un dedo para hacerme callar—. ¿Te acuerdas de antes? ¿Antes de que tú destrozaras lo nuestro? ¿Te acuerdas de lo que sentías cuando te tocaba?
La boca se me ha secado por completo y noto perlas de sudor en la nuca.
—Jackson, no sigas.
Se acerca más, sin hacerme caso.
—Dime, Sylvia. Y sé sincera, porque juro que si mientes lo sabré. —Su voz es grave, seductora y también autoritaria—. ¿Te acuerdas?
Niego con la cabeza, pero no es cierto. Claro que me acuerdo. Recuerdo todas las risas, todas las caricias, todos los suspiros y jadeos. Recuerdo todas las palabras de todas las conversaciones, el sabor de todas las comidas. Recuerdo la incomparable sensación de sus manos en mi cuerpo y su polla dentro de mí.
Pero también me acuerdo de cuando el pánico se apoderó de mí. Cuando empecé a ahogarme y, por mucho que me esforzaba en mantenerme a flote, las turbulentas aguas del miedo y los malos recuerdos siempre me arrastraban al fondo.
Puse fin a la relación porque tenía que hacerlo. Porque mi única forma de sobrevivir era destruyéndolo todo. Porque mi única forma de seguir respirando era apartándolo de mí.
De hecho, ahora mismo empiezo a notar que me falta el aire.
Jackson me pone un dedo bajo la barbilla y me levanta la cabeza para que lo mire a los ojos.
—¿Te acuerdas? —repite.
No digo nada.
—Y al final… —insiste— ¿recuerdas qué me pediste en Atlanta?
Me paso la lengua por los labios resecos y asiento.
—Dímelo.
Lo recuerdo, sí… «Sea lo que sea, nena, te lo prometo. Solo tienes que pedírmelo», me dijo. Y esta fue mi respuesta entonces: «Jackson, necesito que… que me dejes. Necesito que te vayas y no mires nunca atrás».
Ese recuerdo palpita en mi mente como luces rojas de neón.
—Dímelo —repite.
—Te pedí que te fueras —contesto sin rodeos, como si cada sílaba no me hiciera pedazos.
—¿Y me fui? —Sigue sin alterar la voz, pero no logra disimular la tensión que encierra cada una de sus palabras—. ¿No hice justo lo que me pediste? ¿No me fui aunque hacerlo casi acabó conmigo?
«También acabó conmigo.» Quiero gritárselo, pero me contengo. No puedo hacerlo, porque eso solo le acarrearía más sufrimiento y, después de todo el daño que le he hecho, no debo torturarlo así.
De modo que solo asiento.
—Sí. —Mi voz me parece lejana. Hueca—. Te fuiste.
Se acerca más a mí y apoya una mano en la columna. Está de costado y tiene la cara tan cerca de la mía que percibo que el aliento le huele ligeramente a whisky.
—Entonces ¿qué quieres de mí ahora?
Baja la otra mano por mi brazo hasta alcanzarme la mano. Entrelaza los dedos con los míos y me atrae hacia él con brusquedad.
Se me escapa un grito ahogado e intento separarme, pero no puedo. La mano que había apoyado en la columna está ahora en la parte baja de mi espalda. Me tiene aferrada con tanta fuerza que me he quedado sin aliento, absorta en sentir su cuerpo y, sí, en la erótica sensación de su erección, inconfundible contra mi vientre.
—Jackson…
—¿Estás ofreciéndome un trabajo? —continúa, sin hacer caso de mi protesta—. ¿Estás ofreciéndome revivir todo lo que destruiste cuando me apartaste de ti?
Me suelta la mano.
—¿O me estás ofreciendo esto? —pregunta mientras me pasa el dedo por el labio inferior, con tanta delicadeza y suavidad que tengo que hacer un esfuerzo para no gemir de placer—. ¿O quizá esto? —añade al tiempo que baja la mano y me roza el pecho con la palma.
El pezón se me endurece y noto un ardiente cosquilleo en la piel. Tengo que concentrarme en respirar, en no permitir que me fallen las piernas.
Jackson no se apiada de mí y me dibuja círculos en el pecho, excitándome y atormentándome mientras continúa hablándome.
—Te acuerdas de cómo era, ¿no? —insiste—. Estar entre mis brazos. Correrte. Tu cara de éxtasis. El abandono que yo sentía en tu cuerpo.
—Para. —Esa única palabra es un grito. Una súplica.
—¿Que pare? —Baja la mano y vuelve a entrelazar los dedos con los míos—. No puedo. Así que dímelo, Sylvia. Porque necesito saberlo: ¿qué me ofreces exactamente?
Me escuecen los ojos y los cierro con fuerza. Desearía desahogarme llorando, pero no derramo ni una sola lágrima.
—Solo el trabajo —respondo por fin. Respiro hondo y abro los ojos para enfrentarme a él—. Nada ha cambiado, Jackson. No podemos…
Niego con la cabeza, sin terminar la frase.
Me sostiene la mirada. El calor que se está acumulando entre nuestros cuerpos es tan intenso que juro que veo cómo giran las moléculas.
Despacio, me suelta la mano. Da un paso atrás y siento frío cuando deja de sujetarme por la espalda.
—Tienes razón —conviene—. No podemos.
Y eso es todo. Dos meras palabras, antes de que se aparte de mí y eche a andar. Lo sigo con la mirada, respirando de forma entrecortada, hasta que se pierde entre las sombras.
No mira atrás ni una sola vez.


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Mensaje por berny_girl Miér 20 Jun - 0:47

Capítulo 4

En cuanto pierdo de vista a Jackson me fallan las piernas. Me dejo caer hasta sentarme en el suelo, con la falda sobre las rodillas, que tengo pegadas contra el pecho. Me las abrazo porque estoy temblando. No lloro, pese a lo mucho que lo intento.
Cuando Cass me encuentra continúo aquí con la cabeza entre las rodillas, la mente vacía, tratando de abstraerme de mis recuerdos, de esta noche, de todo, maldita sea.
—Santo Dios, Syl. ¿Qué ha pasado?
Alzo la cabeza y la veo acuclillada delante de mí. La acompaña la rubia de antes, que se ha quedado a unos pasos de nosotras y parece sinceramente preocupada.
—¿Cómo has entrado?
—Zee tiene invitaciones para la fiesta. Alguien te ha visto salir con Jackson y, al no encontrarte, hemos pensado que debías de haber venido aquí con él.
—Así es —confirmo, y alargo la mano para que me ayude a levantarme—. ¿Zee?
—Zelda —aclara la rubia—. A mis padres les encanta F. Scott Fitzgerald. ¿Te encuentras bien?
Me encojo de hombros.
—No es la mejor noche de mi vida.
—Lo siento —dice. Mira a Cass de soslayo—. Para mí sí.
Oírlo me levanta bastante el ánimo y dirijo una rápida sonrisa a mi amiga, que, algo extraño en ella, se ha ruborizado.
—Deduzco que ha dicho que no —aventura Cass.
—Ha dicho muchas cosas —reconozco—. «No» ha sido una de ellas.
—Un asunto de negocios —aclara Cass a Zee—. Se ha ido al garete.
—Vaya mierda. ¿Quieres acompañarnos?
Estoy tentada de hacerlo. Ahora mismo olvidarme de todo bebiendo y bailando me parece una idea estupenda. Pero no me apetece ir de carabina. Es más, necesito resolver esto. Necesito pensar. Necesito encontrar la forma de dar marcha atrás, volver a empezar y, aunque no sé cómo, conseguir que Jackson acepte.
—Gracias, pero no. —Me paso los dedos por el pelo—. Solo estoy chafada. Pero volveré a la fiesta con vosotras, chicas.
—¿Te quedas?
—Sí… Creo. No estoy segura. Tengo que volver a hablar con Jackson. Esta vez no hemos empezado con demasiado buen pie.
Cass entrecierra los ojos.
—Estoy bien —miento—. Y todo irá bien.
Sé que no la dejo convencida, pero me conoce lo suficiente para no llevarme la contraria. Cuando entramos en el salón de baile me separo de ellas y me dirijo a la barra para pedir una copa de vino. Esta vez doy un buen trago porque mantenerme sobria no me ha servido de mucho hasta ahora. Noto un calor interno cuando el vino me hace efecto y me bebo el resto de la copa más despacio, tomando pequeños sorbos mientras me paseo por el salón.
La fiesta está incluso más concurrida que la recepción previa a la proyección, lo que supongo que es lógico porque, sin duda, mucha gente ha llegado justo cuando se apagaban las luces, con la idea de ver el documental y pasar directamente a la fiesta. Por desgracia para mí, eso hace que me resulte más difícil moverme por el salón, y empiezo a sentirme un poco atrapada, con una angustia muy claustrofóbica.
Pienso en mandar un mensaje de texto a Cass para decirle que me reuniré con ella dondequiera que esté, pero me reprendo severamente por habérmelo planteado siquiera. Es evidente que Zee está interesada en ella, y no pienso fastidiarle el plan solo porque necesite calmarme. En cambio, redoblo mis esfuerzos por encontrar a Jackson. En definitiva, por eso estoy aquí. Así que decido que no me iré hasta que se haya serenado y yo tenga la oportunidad de hablar con él como es debido.
Me dirijo a una de las columnas bañadas de luz y me quedo de espaldas a ella, utilizándola como base desde la que inspeccionar las caras que me rodean. No veo a Jackson, pero sí encuentro un rostro conocido y sonrío de oreja a oreja cuando Evelyn Dodge me ve y se acerca.
—¡Mírate! —Abre los brazos y me envuelve en un sofocante abrazo—. ¿De verdad te ha dado una noche libre mi buen dictador favorito?
—Solo un descansito —respondo, siguiéndole el juego—. Si no vuelvo a la oficina antes de medianoche me convertiré en calabaza.
—No te arriesgues, cariño. El naranja le sentaría fatal a tu piel. A mí, en cambio… —Me señala el estridente vestido que lleva, el cual, pese a su color anaranjado radiactivo, le queda sensacional—. Sabía que había una razón para que me cayeras bien —añade cuando le digo que está espectacular.
Evelyn fue la primera persona que conocí cuando empecé a trabajar para Damien Stark. Un día irrumpió en recepción e informó a Damien de que me invitaba a comer porque, según ella, «para ganarse a un ejecutivo hay que empezar por su asistente».
Aunque, bien pensado, no le hacía ninguna falta ganarse a Damien. Evelyn Dodge ha ejercido casi todos los oficios que se pueden desempeñar en Hollywood —empezando por el de actriz— y varios más que estoy segura que se ha inventado ella. Aunque estaba casi jubilada, desde hace poco vuelve a
ejercer de representante.
Conoce a Damien desde que mi jefe era un astro del tenis. Entonces lo representó en contratos de patrocinio publicitario y unos cuantos chollos más de esos que trae consigo ser un deportista guapo y atractivo. Y más aún cuando se convirtió en un deportista guapo, atractivo y polémico.
Por supuesto, en esa época yo no conocía a ninguno de los dos, pero ahora no solo sé que Evelyn es tan fiel a Damien Stark como una mamá osa a su osezno, sino que es la mujer más divertida, descarada y cautivadora que he conocido jamás. Y es un gran alivio que haya aparecido justo delante de mí en este momento.
—No sabía que venías —digo—. ¿Representas a alguien de la fiesta?
—Aún no, pero la noche es joven. —Me coge del brazo y me lleva hacia un camarero con una bandeja llena de bocaditos de hojaldre cubiertos de crema agria y caviar—. No, he venido por Michael.
—¿El director? —Cojo la servilleta con el pastelito que me ofrece y trato de decidir cómo me lo voy a comer porque sigo con la copa de vino en la otra mano—. ¿Lo conoces bien?
—No tan bien como creía. —Me quita la copa y apura el cabernet antes de dársela a un camarero que pasa—. Estuvimos casados.
—Oh.
Pienso en Blaine, el extravagante joven pintor con quien Evelyn mantiene actualmente una relación. Es casi todo lo contrario de Michael Prado. Y, pese a los años que se llevan, debo decir que no me imagino a Evelyn en brazos de nadie que no sea Blaine.
—¿Dónde está Blaine? —pregunto, y me ruborizo cuando Evelyn se ríe porque estoy segura de que me ha leído el pensamiento.
—Trabajando en su estudio. —Me guiña el ojo—. Piensa que Michael es un imbécil.
Me echo a reír también.
—¿Lo es?
—Un poco, pero de los inofensivos. Y es muy buen director, además de un excelente recaudador de fondos y miembro del consejo. Sus defectos se concentran más en el ámbito doméstico. —Se encoge de hombros con naturalidad—. Aunque, bien mirado, puede que los defectos fueran míos.
—O puede que no sea culpa de nadie. Puede que, simplemente, no conectarais.
—Me gusta tu forma de pensar —observa, pero apenas le estoy prestando atención.
Sin darme cuenta he hecho una reflexión que podría referirse a mí. Porque Jackson y yo conectamos, profundamente. Y si ahora no estamos juntos, es por mi culpa.
—No me has explicado aún por qué estás aquí —dice—. ¿Motivos personales o profesionales?
—Sabes que estoy trabajando en el proyecto de Santa Cortez, ¿verdad?
—Por supuesto.
—Sí, bueno, hemos tenido un pequeño contratiempo.
Le hablo de Glau y de que espero convencer a Jackson Steele para que se una al equipo. No le hablo de nuestro pasado. Aunque Evelyn esté de humor para hacer confidencias, yo no me siento tan comunicativa.
—Has venido a trabajar —sentencia—. Una venerable tradición. Yo estoy haciendo más o menos lo mismo desde que he llegado. —Mira alrededor y me señala unos cuantos actores y actrices de los que está pendiente—. Anda, he ahí alguien a quien no esperaba ver.
Al seguir su mirada veo a Jeremiah Stark, el padre de Damien. Me vuelvo hacia ella con el entrecejo fruncido.
—Menos mal que Damien no está —digo y, de inmediato, lamento el comentario porque temo haberme excedido.
No es ningún secreto que Damien no se lleva bien con su padre, pero soy su asistente y no debería hacer comentarios sobre ese tema. Ni tan siquiera a una amiga común.
Evelyn no se inmuta.
—Últimamente lo he visto en muchas proyecciones; está decidido a meter la cabeza en Hollywood.
Pero me sorprende que haya venido desde San Diego para un documental.
—A lo mejor le gusta la arquitectura.
A decir verdad, me trae sin cuidado. Damien me cae bien. Jeremiah no. Y no quiero perder más tiempo pensando en él.
—Creo que tienes razón. Está en el consejo con Michael. Lo había olvidado. —Le quita importancia con un gesto de la mano—. Pero, hablando de arquitectura, ¿dónde está el protagonista de la noche?
—No lo veo desde que ha terminado el documental.
—¿Lo conoces personalmente?
—Un poco —respondo—. ¿Y tú?
—Solo por su reputación —dice.
—¿Qué reputación?
La sonrisa de Evelyn raya en la picardía.
—La que tiene. Y hablando del rey de Roma…
Señala el rincón más alejado del salón, donde veo a Jackson de pie, iluminado por la luz roja de la galería. Esta se mezcla con la luz dorada y azul, lo que confiere a esa parte del salón una cualidad incluso más irreal.
Muy oportuno, pienso, teniendo en cuenta que la noche entera parece bastante irreal.
Evelyn entrelaza el brazo con el mío.
—Anda, chiquilla. Vamos a pescarte un arquitecto.
Jackson está solo cuando echamos a andar, con un vaso de tubo en la mano del que bebe sin prisa mientras mira alrededor, como si estuviera contemplando su imperio. Sus ojos se vuelven hacia mí y se pone un poco más tieso. Por un momento creo que me ha visto.
Pero no es así.
Llama a alguien con la mano, y descubro que se acerca a él una elegante pelirroja cuya melena parece en llamas bajo la luz dorada. Lo besa en la mejilla con suavidad y tengo dos impulsos igual de fuertes. El primero, salir corriendo. El segundo, darle una bofetada para borrarle de la cara el placer
que no se molesta en disimular.
—¿Sabes quién es? —pregunto a Evelyn al tiempo que la obligo a detenerse.
—Ni idea, lo que significa que probablemente no está en el mundo del espectáculo. O, si lo está, es una principiante.
—Deberíamos esperar —digo.
—Deberíamos acercarnos —replica—. Quieres hablar de negocios con él, ¿no?
Asiento.
—¿Y me has contado que se ha negado a reunirse contigo?
Vuelvo a asentir.
—Entonces acepta un consejo de la tía Evelyn y habla con él mientras está acompañado. Tendrá que acceder si no quiere arriesgarse a quedar como un gilipollas delante de su adorable amiguita.
Dado que tiene razón, echamos de nuevo a andar, pero volvemos a detenernos cuando dejan de charlar para ponerse a discutir.
—¿Quieres conocer la única excepción a mi regla? —dice Evelyn cuando nos detenemos a unos metros de ellos—. No entres en un campo de minas.
Lo reconozco: tengo tanta curiosidad que eso es justo lo que haría. Quiero saber quién es esa mujer, por qué lo ha besado y por qué discuten. Me estoy imaginando una pelea de pareja y la idea no me hace ninguna gracia. No porque me preocupe la pelea en sí, sino porque ese hombre me interesa.
Wyatt me distrae al acercarse.
—Una foto estupenda —dice—. Sonrían, señoras.
Evelyn me pasa un brazo por los hombros y ambas sonreímos a la cámara.
—¿Quieres hacer la ronda conmigo? —me pregunta—. ¿Qué tal si sacas algunas fotos? Puedo darte algún consejo.
El ofrecimiento es tentador, pero, muy a mi pesar, niego con la cabeza.
—Aún no he cumplido mi misión —arguyo, y le señalo a Jackson con el dedo pulgar.
Esboza una sonrisa.
—Ya intuía yo que tu idea no era venirte de fiesta conmigo cuando me has pedido las entradas.
—Muy gracioso.
Se ríe entre dientes.
—Pues te deseo suerte. —Se vuelve hacia Evelyn—. ¿Y tú? ¿Quieres compañía?
—¿La tuya? Siempre. Sobre todo si me haces una foto con esa mujer. —Señala a una despampanante rubia que está coqueteando con el barman—. Esa chica promete, y la representa Jake Osprey, que es un competidor mío muy cabrón. Se pondrá como una furia si me ve negociando con su guapa y joven clienta.
—Qué retorcida eres —bromeo.
—Por eso soy tan buena en mi trabajo. Anda, ve —dice señalando el rincón en el que Jackson estaba hace un momento—. No puede haber ido muy lejos.
Me abraza a toda prisa. Wyatt me da un apretón en el hombro y ambos se mezclan con el resto de los invitados. Me quedo un momento más donde estoy, de nuevo mirando las caras de quienes pasan por delante de mí, y me pongo a buscar a Jackson entre la multitud mientras ensayo mentalmente lo
que voy a decirle. Tiene que ver las ventajas de unirse al proyecto, y voy a razonar con él haciendo hincapié en sus muchos pros y sus poquísimos contras.
Y, sí, ya sé que para él trabajar conmigo es claramente un contra. Sin embargo, reconozcámoslo, Jackson no habría llegado tan alto en el mundo de los negocios si no tuviera la capacidad de dejar a un lado sus emociones cuando toca.
Podemos entendernos, y estoy decidida a convencerlo de que es posible.
Se abre un hueco entre el gentío y vuelvo a ver a Jackson. La pelirroja ya no está con él, pero la ha sustituido una esbelta morena que me resulta vagamente familiar. Cuando me acerco a toda prisa Jackson alza la vista y le sonrío, segura de que me ha visto. No obstante, en vez de saludarme, rodea
por la cintura a la morena. A ella se le ilumina la cara y su expresión da a entender que, si el gesto era una invitación, su sonrisa es un sí.
Contengo mi irritación, y continúo avanzando mientras me recuerdo que no es asunto mío a quién tenga Jackson cogida por la cintura.
—Jackson —digo en cuanto los tengo delante—, siento la interrupción, pero tengo que hablar contigo.
—¿Acerca del resort?
Tiene los ojos clavados en mí, pero los dedos enroscados en los rizos de la morena.
—Sí, por supuesto.
Centra su atención en la chica.
—Entonces no tenemos nada de qué hablar.
—Jackson, vamos. Sabes…
—Sé que ya no es hora de hablar de negocios, Sylvia.
Pasa el dedo por el labio inferior de la zorra morena y noto un cosquilleo de deseo en el mío.
—Me doy cuenta.
Estoy super calmada. Soy la calma personificada. No me noto enfadada ni exasperada. Para calmada, yo.
Me pinto mi sonrisa de recepcionista.
—Es solo que estamos bastante apurados, con el tema de los plazos.
—¿Ah, sí?
Me parece percibir curiosidad en su voz y, como es mejor eso que el desinterés, me permito abrigar una brizna de esperanza.
—Sí, antes te he dicho que…
—Lo recuerdo.
Procuro no alterarme.
—Vale. Y bien, ¿podemos hablar?
Por un instante no dice nada. Luego se lleva la mano de la morena a los labios y le da un tierno beso en los dedos.
—Necesito un momento.
Ella se pone tiesa, pero no protesta. Aun así me fulmina con la mirada. Luego gira sobre sus talones y se aleja camino del bar.
—Tienes diez minutos para convencerme. —Jackson echa un vistazo a su reloj—. Te sugiero que empieces ya.
—¿Qué? —digo como una tonta—. ¿Aquí? ¿Ahora?
Por la expresión de su cara, creo que habla muy en serio, pero enseguida niega con la cabeza.
—No, creo que esta conversación es mejor tenerla en privado. —Me señala el fondo del salón con la cabeza—. Pasada la barra hay una puerta por la que se sube a unas oficinas. Hay que marcar una clave para entrar. Es seis-uno-tres-uno. La última es una pequeña sala de reuniones. Michael ha estado utilizándola esta semana para prepararse para hoy. Podemos hablar ahí. Llega en cinco minutos o no te molestes en venir.
Dicho esto se da la vuelta y en dos zancadas se pierde entre la multitud mientras me quedo intentando recordar la clave y determinando adónde exactamente se supone que tengo que ir.
¿Cinco minutos?
¡Mierda!
Pues tendré que aprovechar bien el tiempo. Así, mientras me abro paso entre el gentío camino de la puerta del fondo mantengo la cabeza agachada y los ojos clavados en mi iPhone para seleccionar algunas fotografías. Porque, maldita sea, no tengo proyector, y mucho menos una presentación en PowerPoint. Está claro que habré de improvisar de principio a fin.
Irrumpo en la sala de reuniones del final del pasillo con cuarenta segundos de antelación, aunque casi sin resuello y bastante nerviosa.
Aún me pongo más cuando veo a Jackson. Ya está en la sala, sentado al otro extremo de una mesa de madera de caoba lustrosísima. Se recuesta en la silla y me observa en silencio.
Seguro que yo estoy hecha un asco, además de sofocada, pero Jackson, en cambio, aparenta todo lo contrario. Irradia fuerza y autoridad.
Por encima de todo, es evidente que controla la situación por completo. Desde la sala que ha elegido hasta el lugar en el que se ha sentado. Coño, si hasta ha sido pura estrategia su decisión de no levantarse cuando he entrado.
Es una estratagema que he visto utilizar a Damien montones de veces. El propósito es intimidar.
Hacerse con el control de la sala y asegurarse de que todas las personas que entran saben quién está al mando. En conjunto, debo reconocer que Jackson está aplicando ese recurso con bastante acierto.
Porque ahora mismo me queda muy claro que la que suplica soy yo. Y, maldita sea, también me siento bastante intimidada.
«Sí, bueno, a hacer puñetas», me digo. ¿No soy yo quien brinda la oportunidad? ¿No soy yo quien puede ofrecerle el proyecto de su vida?
¡Exacto, joder! Así que doy un paso hacia delante, decidida a demostrarle que, aunque esta reunión me la ha concedido él, ahora soy yo quien lleva la batuta.
—Ha dicho diez minutos, señor Steele. Puedo convencerle en cinco.
Su expresión es casi divertida.
—Soy todo oídos.
—No me extraña que en un principio rechazaras la proposición. Entiendo que nuestro pasado nos influya y que verme te haya sorprendido. Pero ha sido una reacción instintiva. Esto no es personal.
Son negocios. Y estás a punto de descubrir que es una oportunidad excelente.
—¿Que no es personal, dices? Entre tú y yo todo es personal, Sylvia, y tú lo sabes perfectamente.
—Porque tú quieres que lo sea. ¿Deseas estar cabreado? Pues adelante. Pero a mí déjame fuera.
—Tú no eres el único pero, te lo aseguro.
—Eso he oído. El genial y prometedor arquitecto Jackson Steele no quiere que Damien Stark le haga sombra —digo. Y antes de que tenga ocasión de abrir la boca añado—: Damien es un empresario brillante. Es una maldita máquina en la pista de tenis. Y si el último acto benéfico donde lo vi con su mujer sirve como prueba, doy fe de que también es un bailarín alucinante. Pero él no
puede hacer esto.
Le lanzo mi móvil por la reluciente mesa para que vea la fotografía del edificio Winn que es la primera de una presentación de sus edificios.
—Tú sí —continúo mientras se suceden las imágenes—. Tus edificios. Tu talento. Lo que tú haces con la forma, con la estructura me deja sin habla. —Guardo silencio el tiempo suficiente para subrayar mi argumento—. Este no es solo un proyecto de Stark. Este es mi proyecto. Y contigo en el equipo también será un proyecto de Jackson Steele.
Sé que he captado su atención y doy un paso hacia él.
—Damien Stark no es el único que puede hacer sombra, señor Steele. ¿Cuántos hombres tienen documentales sobre su vida y obra? ¿Cuántos hombres tienen su propia película?
Entrecierra los ojos.
—La película no se hará. Si yo puedo impedirlo.
—Oh. —Vacilo un poco, sorprendida por la vehemencia de su voz—. En fin, eso no importa. Lo que importa no es tu reputación como hombre o arquitecto, sino lo que creas. Lo que crearás. Tus edificios han captado la atención y avivado la imaginación del mundo, pero jamás has trabajado en un proyecto como este. Una isla entera, sin urbanizar. Es una página en blanco, y te la estoy ofreciendo a ti.
Percibo en sus ojos lo que espero que sea una chispa de interés y me apresuro a continuar.
—¿No quieres que este sea un proyecto de Stark como otro cualquiera? No lo será. No podría serlo. Porque tú y yo sabemos que el resort que proyectes brillará con luz propia. Quiero lo mejor, señor Steele. Le quiero a usted. Y, a menos que sea imbécil, usted también debería quererlo.
Respiro hondo y luego, para indicar que he terminado, aparto una silla de la mesa y me siento.
Durante un momento Jackson no dice nada. Ni tan siquiera se mueve. Después se levanta y se dirige a la ventana. Tiene los cristales tintados, de modo que veo su reflejo superpuesto sobre la vista. Una azotea. El lado del multi cine. Un poco de tráfico en Hollywood Boulevard. Nada del otro mundo.
Aunque eso es irrelevante. Ni tan siquiera una vista tan impresionante como el monte Cervino habría apartado mi atención de este hombre.
—Quiero saber una cosa —dice al cabo.
—Por supuesto.
Espero que me pregunte por el presupuesto. O los plazos. O las constructoras con que solemos trabajar. Cualquier cosa salvo las palabras que salen de su boca.
—Quiero saber por qué pusiste fin a lo nuestro.
Noto una punzada en el pecho y tengo que hacer un esfuerzo para no abrazarme el cuerpo. Aun ahora la angustia amenaza con apoderarse de mí, junto con las pesadillas y los malos recuerdos que pugnan por abandonar la noche para colarse en mis días. Niego con la cabeza, decidida a mantener
todo eso bajo llave, muy lejos de mí.
—Da igual.
Se vuelve hacia mí con una expresión feroz que combina la ira con el dolor.
—No da igual, joder.
—Tengo mis razones, Jackson.
Percibo pánico en mi voz y temo que él también lo note. Respiro despacio y de forma regular.
Quiero tranquilizarme. Y, joder, quiero calmarlo.
Deseo aliviar el dolor que le causé, pero eso es imposible… porque no puedo responderle.
—¿Por qué? —vuelve a preguntar, solo que ahora lo hace con una dulzura que me desconcierta.
Me pongo tensa, una reacción instintiva de defensa, porque temo derretirme ante la menor muestra de ternura de este hombre.
—No querías que lo dejáramos —continúa Jackson—. Incluso ahora, no lo quieres.
—No tienes ni idea de lo que quiero —arguyo con aspereza, aunque también eso es mentira.
—¿No? —Percibo ira en su voz. También dolor—. Sé que quieres el resort.
Dejo de mirar la mesa y alzo la vista.
—Sí. —No añado más. Puede que esta sencilla palabra sea la primera verdad completa que le he dicho desde Atlanta—. ¿Vas a hacerlo? Tú y yo sabemos que es la oportunidad de tu vida. ¿De veras permitirás que el pasado se interponga en lo que puede ser un gran logro?
Veo cómo se le infla el pecho al respirar. Después se vuelve de nuevo hacia la ventana.
—Quiero el proyecto, Sylvia.
Me invade un alivio inmenso y tengo que agarrarme a la mesa para resistir el impulso de levantarme y abrazarlo.
—Pero también te quiero a ti.
Se vuelve hacia mí y, cuando lo tengo de frente, es imposible negar la verdad, o el deseo, que brilla en sus ojos.
Trago saliva. Tengo la sensación de que una multitud de mariposas eléctricas me acarician la piel, me erizan el vello y me hacen consciente de todo, desde la solidez del suelo que piso hasta el aire que sale por la rejilla de ventilación de la pared del fondo.
Me obligo a seguir sentada. Porque, mal que me pese, mi impulso es lanzarme a sus brazos.
—No… no lo entiendo.
Mi mentira se queda suspendida en el aire y me enorgullece haber conseguido que no me tiemble la voz.
—Pues permíteme que te lo aclare.
Salva la distancia que nos separa y, con el dedo índice, me levanta la barbilla para poder mirarme a los ojos. Me aparto, no solo por la descarga eléctrica que me atraviesa por el mero roce de su dedo, sino porque temo que si me mira fijamente descubrirá la verdad que trato de ocultarle.
—No —dice—. Mírame, Sylvia. Porque no voy a repetirlo. Una vez te dije que soy un hombre que persigue lo que quiere… Y te quiero en mi cama. Quiero sentirte excitada y desnuda debajo de mí. Quiero oírte gritar cuando te corras y quiero saber que soy el hombre que te ha llevado a la cumbre.
Me escuecen los ojos y niego con la cabeza, como si, con solo desearlo, pudiera borrar lo que ha dicho.
—Te deseo, Sylvia. Y te haré mía.
—Jackson, por favor…
—Y tú me deseas, Sylvia. Puedes negarlo, pero los dos sabemos que mentirías.
—Te deseo, sí —reconozco, y me aferro a esta pizca de verdad, intentando utilizarla en mi favor —. Pero está el hombre y está el arquitecto. No… no puedo estar con el hombre. Sin embargo, necesito desesperadamente al arquitecto.
—O todo o nada, princesa —arguye, y el apelativo cariñoso me hace estremecer—. Tú me quieres en el proyecto y yo te quiero en mi cama.
—Maldita sea, Jackson. —La angustia me invade y sus frías garras apagan el fuego. Por una vez no lucho contra ella porque, en este momento, puede serme útil—. No digas tonterías. O sea, ¿quién hace algo así?
—Yo, por lo visto.
Está sereno y tranquilo, y su actitud prepotente me cabrea. Se lo agradezco: prefiero estar cabreada que angustiada. O, peor, excitada.
—¿Es por venganza? —exijo saber—. Porque lo parece.
Curva los labios como si reflexionara sobre ello.
—Puede —responde, y la confesión se me clava tan limpiamente como la fría hoja de una cuchilla afilada—. Pero, si lo es, la venganza jamás me había sabido tan dulce.
—Que te den, Jackson —le espeto, tan enfadada como desconcertada—. Que os den a ti, a tu resentimiento y a tu maldito ultimátum.
Cojo el móvil de la mesa y corro a la puerta mientras el mundo gira alrededor de mí en un remolino rojo y gris.
Me agarro al marco, de espaldas a él, y respiro hondo para serenarme.
—Jamás pretendí hacerte daño —digo, tan bajo que no estoy segura de que me haya oído.
—Puede que no —acepta, también en un susurro—. Pero me lo hiciste. Y ahora, si me quieres en este proyecto, vas a tener que pagar el precio.


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Mensaje por yiniva Miér 20 Jun - 14:58

Era lógico que Jackson no recibiera con los brazos abiertos a Sylvia después de como terminaron sin una explicación, y solo lo busque porque le interesa sacar el proyecto adelante, ya sabe lo que tiene que hacer para que la ayude.
gracias Berny


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Mensaje por carolbarr Miér 20 Jun - 21:00

De hecho se lo tomo bastante bien...
gracias por los capítulos , hace mucho que tenía en lista está serie


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Mensaje por berny_girl Jue 21 Jun - 1:41

Capítulo 5

¡Cabrón!
Es un maldito cabrón y que me caiga muerta ahora mismo si permito que me utilice de ese modo.
Bajo la escalera a toda prisa, con el pecho encogido y la garganta reseca. Cuando respiro el fresco aire de octubre sé que estoy al borde de un ataque de pánico.
Quiero correr; coño, ¡quiero volar! Quiero perderme entre las luces y el bullicio de Hollywood Boulevard. Quiero lanzarme calle abajo, no en dirección a nada, sino lejos de todo. De Jackson. Del pasado.
Y de esta horrible sensación de estar desgarrada por dentro.
Quiero hacerlo, pero no puedo. Porque, si lo intento, seguro que daré un traspié con estos malditos tacones de aguja y terminaré rompiéndome la nariz delante del teatro contra la huella de la mano de Clark Gable.
¡Maldita sea, maldita sea, maldita sea!
Así pues, ando en vez de correr, deseando que hubiera una forma de detener mis pensamientos, de ignorar mis emociones.
«Tú me quieres en el proyecto y yo te quiero en mi cama.»
Esas palabras me han golpeado con la fuerza de un tren y todo se me ha ido de las manos. Mis planes para el resort, mis esperanzas de dar un salto en mi carrera.
Lo tenía todo pensado, cada etapa del camino planeada a la perfección.
Pero ha llegado Jackson y la fantasía de que podía controlar la situación se ha esfumado.
¿Cómo he podido ser tan tonta? Porque ¿no me trastornó Jackson desde el momento que lo vi?
Cinco años, pienso. Han pasado casi cinco años desde el día que lo conocí. Cinco años y dos días desde el momento que le pedí que se alejara de mí.
No, dos días no. Dos vidas. Dos eternidades. Porque me sería totalmente imposible condensar todo lo que sentía por él, todo lo que todavía siento por él, en un período tan breve.
Pero lo hice. Lo hicimos.
Todo comenzó, recuerdo, con los pandas.

Mi día estaba siendo una verdadera porquería. Acababan de despedirme. Más o menos. Mi jefe, un inversor inmobiliario de Atlanta llamado Reggie Gale, había decidido jubilarse y eligió darme el notición mientras íbamos en coche a una recepción privada que organizaba el Brighton Consortium, un grupo integrado por diversos profesionales del sector inmobiliario del que Gale era miembro.
Teniendo en cuenta que me había mudado de Los Ángeles a Atlanta nada más terminar los estudios con el único propósito de trabajar para Gale, y teniendo en cuenta que me encantaban tanto el sector inmobiliario como mi empleo, aquel no estaba siendo uno de mis mejores días. Tenía veintiún años, llevaba menos de seis semanas trabajando para Gale, aún no había comprado cortinas para mi piso. Y no me hacía ninguna gracia tener que ponerme otra vez a buscar trabajo.
El consorcio ofrecía la recepción en la zona de los pandas del zoológico de Atlanta, y su propósito era crear un ambiente festivo y ameno para atraer más inversores.
Huelga decir que yo no estaba de humor para fiestas.
—Deja que lo adivine. Visto un panda, vistos todos.
Esa voz grave, baja, acariciadora y solo ligeramente risueña pareció envolverme y me obligó a desviar la atención de aquellos animalitos para centrarla en el hombre que estaba a mi lado.
—Esto… ¿qué?
Una respuesta nada coherente la mía, pero me había cogido desprevenida. Estaba en el mirador con vistas al hábitat de los pandas. Había ido allí para no tener que relacionarme con los invitados y poder centrarme tanto en mis pensamientos como en mi preocupación. De hecho, aunque es innegable que
los pandas son adorables, en ese momento no los tenía presentes.
En cuanto lo miré todas mis preocupaciones laborales se desvanecieron. Solo una cosa ocupó mi mente. Él. Su espalda ancha. Su mandíbula cincelada. Sus facciones marcadas, suavizadas por el minúsculo hoyuelo del mentón.
Aparentaba unos veintiocho años y se comportaba con una seguridad que, si bien podría parecer arrogante en algunos hombres, en él resultaba sensual.
Su cara era una combinación de ángulos y sombras, la cara de un guerrero, tan exquisita que podría emocionar a los dioses. Los ojos, por su parte, le brillaban con la dureza del zafiro tallado. Pero le chispeaban cuando sonreía, y el modo en que las comisuras se le arrugaban al hacerlo humanizaba aquellas facciones tan perfectas. Como todos los asistentes a aquella recepción al aire
libre vestía ropa informal. No obstante, en su caso aquel sencillo conjunto de unos vaqueros y una camisa blanca almidonada con el botón del cuello desabrochado resultaba irresistible.
Mirándolo, tuve la sensación de que el suelo se inclinaba un poco bajo mis pies. Jamás había reaccionado así ante un hombre y me agarré a la barandilla con una mano, sin tener claro si aquella sensación me gustaba.
—O a lo mejor te has quedado extasiada con ellos —continuó al tiempo que señalaba dos rollizos pandas que estaban sentados comiendo bambú—. Espero que sea eso, porque, de lo contrario, herirías mi amor propio.
—¿Cómo iba nadie a herir tu amor propio? —dije sin pensar y, al instante, noté calor en las mejillas—. Lo siento. Suena…
Pero no acabé de disculparme, porque mis palabras quedaron ahogadas por sus risas y el roce de sus dedos en mi brazo desnudo.
—Gracias —respondió—. Amor propio salvado. —Me dirigió una sonrisa torcida—. No soporto que los pandas me hagan sombra.
Yo también le sonreí.
—Sí, aunque son una monada.
Me volví hacia los pandas como si quisiera confirmarlo. «Por supuesto, no hay color», me dije.
Se quedó un momento callado y, de repente, temí que me hubiera leído el pensamiento. Rompí el silencio aclarándome la garganta.
—¿Estás aquí por la recepción?
Una pregunta tonta, dado que, en aquel momento, el zoológico estaba cerrado al público y las únicas personas que había en el recinto éramos los trabajadores y los invitados del Brighton Consortium.
—Sí —respondió—. Pero tú no.
Me erguí.
—Claro que sí.
—Quiero decir que, en realidad, no estás aquí. Tienes la cabeza en otra parte.
—Oh. —Dado que no podía discutírselo, no lo hice. En cambio, me volví otra vez hacia los pandas, con las manos apoyadas en la barandilla—. Sí, bueno… Ha sido un día bastante horrible.
—Lo lamento.
Se situó a mi lado y también se apoyó en la barandilla. Al hacerlo me rozó los dedos y sentí que había química entre los dos. Una sensualidad que no había experimentado hasta entonces y que creía que solo existía en la literatura.
Me volví hacia él de forma refleja y el pecho se me encogió cuando lo sorprendí mirándome sin disimulo, con tanto ardor en los ojos que creí que iba a derretirme.
Aparté la mirada.
—No. —Me cogió la barbilla con una mano y me volvió delicadamente la cabeza hacia él—. No — repitió, y esa vez percibí una súplica bajo su tono autoritario.
Empecé a protestar, pero me pasó un dedo de esa misma mano por el labio, con firmeza y sensualidad, y tuve ganas de chuparlo y saborearlo. Me sentía mareada, embriagada por la proximidad de aquel hombre enigmático que me había hechizado con tanta facilidad.
No me gustaba. Y, no obstante, cómo me gustaba, por Dios.
—No me discutas —dijo—. No protestes ni me des excusas. —Me tendió la mano—. Tú te vienes conmigo.
—Ni lo sueñes.
Me puse un poco más erguida cuando el suelo dejó de moverse bajo mis pies. No era la clase de mujer que pasaba por el aro solo porque un hombre se lo ordenara. De hecho, era justo lo contrario. Estaba acostumbrada a ser la que mandaba. A utilizar a un hombre antes de que él pudiera utilizarme a
mí.
Enarcó ligeramente una ceja y supe que no era la clase de hombre que estaba acostumbrado a que lo desafiaran.
Curvó los labios en una sensual media sonrisa.
—Sería un honor para mí que pasearas conmigo.
El mundo, que ya se había quedado quieto, empezó de nuevo a inclinarse, esa vez mucho más porque no me esperaba aquella reacción.
Me sorprendí dando un paso hacia él y me obligué a detenerme cuando el pánico comenzó a atenazarme, aunque atenuado por una inusitada corriente de excitación.
—No —dije despacio—. No creo que sea buena idea.
—¿No? ¿Por qué?
«Porque no debería tomar decisiones cuando estoy ebria», quería responderle. Pero esa noche no había bebido nada y, de no ser por su proximidad, estaría completamente sobria.
—Porque ni tan siquiera te conozco —respondí, en cambio.
—¿Ah, no?
Me pareció que su sonrisa escondía un millar de secretos y quise conocerlos todos.
—Soy Jackson Steele. Y te conozco.
—¿Ah, sí?
No imaginaba cómo. Desde luego, yo no lo había visto nunca, porque me acordaría. Y no era ninguno de los clientes o contactos de Reggie, porque su apellido era nuevo para mí. Debía de ser el invitado de alguien, pero, como yo solo era una humilde asistente, no había motivo para que él, ni ningún otro de los presentes, supieran quién era. Como si quisiera recalcar ese hecho, cuando Reggie y yo habíamos llegado, uno de los jefazos del grupo de Brighton había pedido a la camarera un vaso de agua con gas para «la chica de Reggie».
Yo había conseguido forzar una sonrisa y contenerme para no poner los ojos en blanco. Siempre se agradece que a una la valoren.
—Claro que te conozco. Eres Sylvia Brooks —afirmó Jackson, y mi nombre sonó como ambrosía en sus labios—. Y, aunque esta noche no he venido por ti, sí me he quedado por ti.
Aquello me dejó aturdida. Un momento después, dije:
—Oh.
Tampoco ese fue un comentario muy ocurrente.
No obstante, mi estupidez no pareció molestar a Jackson, porque volvió a tenderme la mano y me dirigió su matadora sonrisa.
—Ven a pasear conmigo, Sylvia. Te prometo que no muerdo.
Ese frívolo comentario, dicho con tanta seriedad, me hizo reír y despejó las pocas dudas que me quedaban. Bien mirado, ¿qué mal me haría pasear? Siempre podía dar media vuelta y regresar a la fiesta.
—De acuerdo, Jackson Steele —convine, y acepté su mano—. Tú primero.
Esperaba que se alejara del mirador para ir al pabellón donde estaban las mesas con los postres y las otras barras, pero, en cambio, rodeó el hábitat de los pandas y se alejó de él por un camino que se internaba en el zoológico. Paseamos por debajo de otra estructura cubierta donde algunos empleados
del zoológico indicaban a los rezagados dónde era la fiesta.
Fruncí el entrecejo.
—No puedo irme sin más —argüí—. Mi jefe está ahí.
No me molesté en aclararle que ya no era mi jefe y que actuaba así solo por educación.
—No nos vamos —dijo Jackson mientras me llevaba por el ancho camino hasta una bifurcación; un ramal conducía a la salida y el otro se adentraba todavía más en el zoológico.
Este último estaba cerrado por un cordón rojo de terciopelo atado a dos postes dorados que me llegaban a la altura de la cintura. Jackson pasó entre uno de ellos y un seto de flores y tiró de mi mano para indicarme que debía seguirlo. Vacilé con una ceja enarcada.
Se encogió de hombros y puso una cara tan divertida que tuve que reírme.
—Tengo un pequeño problema con la autoridad —me confesó cuando me uní a él en el lado prohibido.
—¿Ah, sí?
—Solo en determinadas circunstancias.
—¿Por ejemplo?
Hablábamos en voz baja mientras avanzábamos por el camino asfaltado que conducía a la zona de los gorilas.
—Si no soy el que manda, tengo un problema.
Tragué saliva, porque sabía que ya no estábamos hablando de traspasar cordones de terciopelo. Pensé que me entraría pánico, seguido de unas ganas imperiosas de echar a correr y, cuando no fue así, no supe qué pensar. Y luego, cuando hizo que me detuviera, dejé por completo de pensar.
—Sylvia…
Me acarició la frente y me apartó unos mechones de pelo. Me mordí el labio inferior, con la respiración entrecortada. La risa fácil que habíamos compartido hacía tan solo un momento se había apagado, sustituida por algo intenso y palpable. Algo peligroso.
Peligroso, sí. Pero también fascinante.
Estábamos justo debajo del rústico portón de troncos que señalaba la entrada a las tierras inexploradas del África más recóndita. Muy oportuno, pensé, considerando lo salvaje que me sentía.
Me cogió la cara entre las manos, inclinó la cabeza y me besó en la boca.
El beso fue delicado, tierno y demasiado rápido y, cuando se apartó, vi fuego e interrogación en sus ojos.
No pensé. No vacilé. Solo me acerqué a él y me puse de puntillas para arrimarme todavía más. Para poseerlo. Y, sí, para entregarme a él.
No esperó a que mis labios rozaran los suyos. Vi el cambio en sus ojos; el momento en que la dulzura fue desbancada por la lujuria, el deseo y el voraz apetito que se palpaba entre los dos. Me cogió por la nuca con una mano y me rodeó por la cintura con la otra.
Me arrimó a él para besarme, con las caderas pegadas a mí. Noté su erección bajo los vaqueros y mi cuerpo reaccionó; sentí un hormigueo en la piel y el sexo excitado, palpitante y desesperado por notarlo. Me agarró por el culo para apretujarme contra él mientras su boca luchaba con la mía y su lengua me buscaba y me saboreaba, impetuosa y reclamante. Tomaba todo lo que yo podía darle, y más.
Me habían besado, pero nunca así. Nunca de una forma tan ardiente e intensa que me pareció estar haciendo el amor. Que me sacó de mi piel y consiguió que olvidara mi pasado y que el futuro dejara de importarme. Que solo deseara aquel momento y a aquel hombre.
Que deseara poder derramar lágrimas, porque, cuando por fin se separó de mí, no había nada que deseara más que echarme a llorar.
Estaba fuera de mi elemento, perdida en una nebulosa de sensualidad. En lugar de cerrarme, me había abierto. En lugar de marcharme, me había arrojado a sus brazos.
Esas no eran mis reacciones habituales, ni mucho menos, pero no podía negar que quería más. Que lo quería a él.
Debería estar aterrorizada, pero solo me sentía tentada. Y el solo hecho de ser consciente de ello ya me desconcertaba en lo más hondo.
—Dime… —Pasó los dedos por mi pelo corto—. Dime por qué pareces un conejillo a punto de echar a correr.
Vacilé, pero le respondí con franqueza.
—Me das miedo.
Negó con la cabeza.
—No creo. Creo que es porque no te doy miedo. —Entrecerró los ojos—. Eres un enigma, Sylvia Brooks. Creo que por eso te deseo. Te he visto en cuanto te has separado de la gente y has ido al mirador. He preguntado cómo te llamabas. De hecho, llevo toda la tarde observándote. Educada, pero distante. Nunca eres grosera, pero es como si tuvieras una línea dibujada alrededor de ti que no dejas cruzar a nadie.
Lo miré boquiabierta, porque tenía toda la razón. Lo que me asustaba era que le hubiera resultado tan fácil verlo que yo me enorgullecía de esconder tan bien.
—Ahora estoy dentro de ese círculo —continuó—. Y no es porque te dé miedo.
Me pasé la lengua por los labios.
—¿No? Entonces ¿por qué es?
En mi fuero interno sentí que la esperanza se mezclaba con el deseo, porque realmente quería oír lo que iba a decir. No entendía lo que sentía por él. Aquel fuerte puñetazo me había desconcertado y me había dejado mareada y aturdida y, milagrosamente, ávida de más.
—Es porque tampoco lo entiendes.
Combatí el impulso de rodearme el cuerpo con los brazos cuando se me erizó el vello.
—¿Qué es lo que no entiendo? —pregunté, aunque ya sabía a qué se refería.
—Esto —respondió, y nos señaló a los dos—. No lo entiendes, pero lo sientes de una forma tan palpable como yo. Por eso me has dejado entrar. —Se acercó más y percibí su olor, a humo y madera, como un bosque después de una tormenta—. A lo mejor no lo entiendes. Pero, cariño, tienes que creer en ello.
Yo quería creer. Juro que, en ese momento, lo quería más que nada en el mundo. Aun así… Alcé la cabeza para mirarlo a los ojos.
—¿Y si no puedo?
—Entonces, tendré que convencerte.
Me abrazó y volvió a besarme, esa vez despacio y con dulzura, pero la cabeza me dio vueltas de todas formas. Y juro que deseaba más. Mucho más.
Cuando se apartó de mí sentí que mi cuerpo se movía con él, poco dispuesto a que nos separáramos.
—Ahora voy a llevarte a casa.
Sus palabras fueron una orden, expresada con la clase de seguridad que por lo general me instaría a salir corriendo o a protestar. No hice ninguna de las dos cosas, sino que me aferré a lo único de lo que estaba segura: si rechazaba su ofrecimiento, él me dejaría marchar. Puede que no quisiera hacerlo, pero, si yo se lo pedía, me permitiría dar media vuelta y regresar a la fiesta.
Yo no deseaba eso y me consolé pensando que, en el fondo, la decisión era mía. Y en aquel momento me bastó. Asentí.
—Sí —dije—. Llévame a casa.
Conducía deprisa, lo que no me sorprendió. Ni tampoco me sorprendió el coche, un elegante Porsche de color negro que se movía entre el tráfico de Atlanta con la suavidad de una pluma.
—Bonito trasto.
—Sí —asintió—. Es un clásico. Se lo compré a un coleccionista para hacerme un regalo cuando me saqué la licencia hace unos años.
—¿Para ejercer como agente inmobiliario? —pregunté, suponiendo que trabajaba con uno de los jefazos de Brighton o que era un posible inversor.
—Para ejercer como arquitecto.
Me puse un poco más derecha en el asiento.
—Ah.
Dejó de prestar atención a la carretera el tiempo suficiente para mirarme.
—Pareces sorprendida.
—No lo estoy —respondí—. Te pega.
—¿Eso crees? ¿En qué sentido?
Dudé un instante, pero le dije la verdad.
—Porque eres un poco arrogante.
—¿En serio? Y yo que me esperaba un halago.
—Lo es. Es igual que tu manera de conducir este coche. Segura y enérgica, cambiando continuamente de carril. —Me encogí de hombros—. Así imagino a los arquitectos, supongo. Se remonta a las pirámides, ¿no? Es decir, un arquitecto egipcio tuvo el atrevimiento de decir que su proyecto se alzaría hasta el cielo y él encontraría la forma de hacerlo realidad. Es como construir un rascacielos que toca las nubes o tender un puente sobre un desfiladero.
Miré la silueta de Atlanta por la ventanilla.
—Me deja sin habla, ¿sabes? Crear algo así requiere mucho control y precisión. Es… No sé…
—Creo que sí lo sabes —dijo en voz baja.
Me volví hacia él y percibí interés y comprensión en su mirada.
Me encogí de hombros.
—Quizá. Es solo que… está bien, a veces me saltaba las clases y me iba al centro en autobús. Vivía en Los Ángeles —añadí—. Mis padres no tenían ni idea, pero había días que no me veía capaz de soportar mi asco de vida. Me quedaba de pie, con la cabeza echada hacia atrás, viendo cómo la ciudad
se alzaba a mi alrededor. Y eso me reconfortaba. Entonces no lo entendía; lo único que sé es que me daba esperanzas.
—¿Lo entiendes ahora?
—Sí —respondí en voz baja—. Ahora sí.
—Yo también lo entiendo.
—¿De veras?
—Estabas en lo cierto con la esperanza —dijo—. Pero no eras más que una cría, así que no captabas la esencia. Solo lo supiste más adelante, cuando comprendiste que las líneas definidas y dinámicas de un edificio de oficinas son un testimonio. Recuerdan que las circunstancias y el mundo pueden controlarse, por muy perdidos e inútiles que nos sintamos en algunos momentos.
Se me hizo un nudo en la garganta porque Jackson lo sabía. Lo entendía de verdad. Y en ese momento agradecí no ser capaz de llorar, porque no quería derramar lágrimas delante de él.
—Sí. Exacto.
—¿Por qué no te dedicaste? Como profesión, quiero decir.
—Lo habría hecho —reconocí—. Pero no tengo ni las habilidades ni la visión necesaria. Veo un edificio y comprendo su grandeza, pero mi mente no está hecha para concebirlo. Así pues, supongo que, en mi caso, es más bien una afición y el motivo por el que trabajo en el sector inmobiliario. Y me gusta pasear por las ciudades y mirar los edificios. Leer libros. Hacer fotografías. Hago muchas fotografías —añadí.
No le pregunté por qué se había hecho arquitecto. No me hizo falta. Solo con mirarlo me quedaba claro que tenía un talento innato para la profesión. Incluso algo tan simple como su manera precisa y segura de conducir el Porsche me demostraba que encarnaba todo lo que yo admiraba. Era un
hombre que no se escondía del mundo sino que se movía por él con la cabeza bien alta, tan capaz como deseoso de remodelarlo a su antojo.
¿Había percibido yo aquella cualidad suya desde el primer momento? Debía de haberlo hecho, porque ¿cómo si no una sola mirada suya había bastado para doblegarme?
Aún me lo preguntaba cuando subimos por la escalera a mi piso de Buckhead, situado en la segunda planta.
Rompí el silencio cuando llegamos a mi puerta.
—Yo no hago esto… normalmente.
—¿Ir a casa?
Era una broma, por supuesto, pero continué seria y, con la mano, nos señalé a los dos.
—Esto —aclaré—. No salgo con hombres. No mucho. No… no está entre mis prioridades.
—Bien. No quiero que salgas con hombres. Pero, Sylvia, ahora estás entre mis prioridades. Y me parece genial.
Me ruboricé mientras hurgaba en el bolso buscando las llaves.
—En casa solo tengo vino. ¿Te gusta el tinto?
—Sí. Pero no voy a entrar.
—No vas… Pero…
Me interrumpí porque temía parecer tan perpleja como me sentía. Me había preguntado si quería más, de manera que lo esperaba todo. Lo deseaba. Incluso lo ansiaba.
Me quedé en la puerta confundida y desconcertada, sin estar segura de qué había ido mal.
—No voy a entrar esta noche —aclaró mientras me pasaba los dedos por la mejilla—. No te equivoques, Sylvia. Esto no ha terminado. Ni tan siquiera ha empezado.
—Yo no quiero que termine —reconocí.
—¿Y qué quieres? —preguntó—. Porque debes saber que, cuando yo quiero algo, o a alguien, lo persigo sin descanso y no me detengo hasta poseerlo por completo. ¿Quieres palabras bonitas y bombones? Los tendrás. ¿Quieres que nos cojamos de la mano y nos besemos con ternura? Me parece bien. Pero yo quiero mucho más, Sylvia, y tienes que saber que voy a acostarme contigo.
La boca se me había quedado completamente seca. El resto de mi cuerpo estaba caliente y húmedo, y tuve que agarrarme al quicio de la puerta para no derretirme en el suelo.
Esperé que la oscuridad se apoderara de mí, que mis miedos me atenazaran y que las frías garras de mis recuerdos me apresaran y me apartaran de aquel hombre y sus palabras, tan seductoras como exigentes.
Pero no sentí ningún frío y la única oscuridad provino del cielo nocturno, que estaba cuajado de estrellas. El cosquilleo que noté no era miedo, sino excitación. Y cuando lo miré a los ojos estuve segura de que él vio en los míos el milagro que era para mí.
—Joder, me tientas. Me muero de ganas de hacerte mía ahora mismo. De quitarte la ropa y mirarte, desnuda, ardiente y mojada, solo para mí. Y lo haré. Voy a tocarte. Voy a acariciar todos los poros de tu piel. Voy a penetrarte. Y voy a memorizar tu cara cuando te corras entre mis brazos. Haré todo eso
—dijo mientras el cuerpo se me aflojaba y me ardía bajo la fuerza de sus palabras—. Pero todavía no. Esta noche no.
Fue a acariciarme la cara, pero cuando tenía los dedos a solo unos milímetros de mi piel se detuvo. Inspiré una bocanada de aire, plenamente consciente de nuestra atracción, con un deseo incontenible de que me tocara, de que me rozara siquiera.
Entonces apartó la mano y me miró a los ojos. Los suyos eran inescrutables. Los míos, no me cabe duda, estaban enfebrecidos, suplicantes y un poco desconcertados. Porque con Jackson todo había cambiado. En vez de asumir el mando, había renunciado a él. Y yo no era así.
No entendía la razón y, aunque eso me asustaba, lo que me asustaba más era el temor a que se marchara.
—Tú también me deseas.
Era una afirmación, no una pregunta, pero respondí de todas formas.
—Sí.
La palabra me pareció demasiado pequeña para contener un deseo tan grande.
—Perfecto. —Apenas sonrió, pero vi que el placer le iluminaba la cara—. Pasaré a recogerte mañana. A las diez y media.
—Oh. —Parpadeé ante aquel cambio inesperado de la seducción al misterio—. De acuerdo.
Repasé mentalmente mi agenda y agradecí no tener nada a esa hora. Aunque daba igual. Me habría escaqueado de cualquier compromiso que me hubiera impedido pasar la mañana con Jackson.
Los ojos se le arrugaron en las comisuras, como si me hubiera leído el pensamiento.
—Mañana eres toda mía —dijo mientras reseguía con un dedo mi labio inferior.
Luego se volvió y se marchó.
Entré en casa, tan feliz e ilusionada que hasta di una vuelta sobre mí misma. Y yo no soy de esa clase de chicas.
Me desvestí y cada roce de la ropa contra mi piel excitada lo noté como una sensual caricia. Me metí en la cama desnuda, sin querer nada aparte de la sábana entre mis recuerdos de Jackson y yo.
Cerré los ojos, me metí la mano entre las piernas y me quedé pensando en aquel hombre impresionante, sexy y enigmático hasta conciliar el sueño.



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