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Lectura Septiembre 2018

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Mensaje por Maga Dom 2 Sep - 21:54

Bienvenidas a la nueva lectura chicas. Espero que disfruten. Gracias por participar. Nuevamente @berny_girl va dirigir, felicidades por ganar y gracias por participar. 







Enamorado de su enemiga
Maya Banks


Lectura Septiembre 2018 Los-hermanos-mccabe-enamorado-de-su-enemiga_9788408039136

Ewan, el mayor de los hermanos McCabe, lleva ocho años tratando de vengarse de los Cameron y de poner a salvo a su clan. Para él, los asuntos del corazón no son en absoluto una prioridad… hasta que conoce a Mairin, una belleza de ojos azules que trastoca su duro mundo de lucha.
Mairin no cree en el amor, pues desde que heredó su dote sabe que se ha convertido en objeto de deseo de muchos hombres que sólo ansían sus posesiones. Sus peores temores se confirman cuando Ewan la rescata de una situación muy peligrosa y se ven obligados a casarse…



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Mensaje por berny_girl Dom 2 Sep - 23:44

Lectura Septiembre 2018 2f670110

Muchas gracias por sus votos...
Espero que nos divirtamos con esta lectura como fue con la de Agosto...

Iniciaremos las lectura el Miércoles, en donde publicaremos 2 capítulos diarios.

Lectura Septiembre 2018 Captur10


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Mensaje por msoles_ Lun 3 Sep - 0:06

Tiene muy buena pinta!!¡! Hasta el miércoles!!!
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Mensaje por Gatita Lun 3 Sep - 0:39

me uno


Las mujeres sólo fingen que les gustan la flores. A los hombres les gusta la idea de que pueden complacerlas al comprar algo tan malditamente fácil. pero la mujeres son malditamente complicadas. No quieren flores: quieren pensamientos, quieren sacrificios, quieren poseerte. No quieren jodidas flores que sólo se pudrirán y morirán en pocos días.


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Mensaje por Loam Lun 3 Sep - 2:23

Me uno!!

Maria Alexandra me encantó tu firma, de que libro es?


-Tú eres mi perfección. Soy todas esas cosas por ti. -dijo sacudiendo su cabeza a lo que él consideró como una seria confusión-. Existo por ti, Nina. Este ser mortal tan precioso para el Creador del Universo que permitió mi existencia. Dime que eso no es increíble.
--Jared Ryel--


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Mensaje por Invitado Lun 3 Sep - 2:52

claro que me huno!! llevo tiempo queriendo leer esta serie
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Mensaje por Maria-D Lun 3 Sep - 3:41

sunny   ¡ Enhorabuena ! Aunque no ganó la que voté, parece interesante.


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Mensaje por Invitado Lun 3 Sep - 14:42

gracias !!!
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Mensaje por yiniva Lun 3 Sep - 15:19

me uno


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Mensaje por Gatita Lun 3 Sep - 16:18

Loam escribió:Me uno!!

Maria Alexandra me encantó tu firma, de que libro es?
hola es del libro Up in Flames-Abby Glines


Las mujeres sólo fingen que les gustan la flores. A los hombres les gusta la idea de que pueden complacerlas al comprar algo tan malditamente fácil. pero la mujeres son malditamente complicadas. No quieren flores: quieren pensamientos, quieren sacrificios, quieren poseerte. No quieren jodidas flores que sólo se pudrirán y morirán en pocos días.


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Mensaje por alexana Mar 4 Sep - 14:16

yo tambien
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Mensaje por yiany Miér 5 Sep - 10:32

Me uno, casi se me pasa,  Loco


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Mensaje por berny_girl Miér 5 Sep - 23:37

ARGUMENTO


Ewan McCabe, el mayor de los hermanos, es un guerrero decidido a vencer a su enemigo. Ahora, con el tiempo dispuesto para la batalla, sus hombres están listos y a punto de recuperar lo que es suyo, –hasta que una seductora con ojos azules, y pelo negro, es arrojado sobre él–. Mairin puede ser la salvación del clan de Ewan, pero para un hombre que sólo sueña con la venganza, los asuntos del corazón son territorio desconocido a conquistar.

Aunque es hija ilegítima del rey, Mairin posee una valiosa propiedad que la ha convertido en un peón—por lo que desconfía del amor—. Sus peores miedos se cumplen cuando es rescatada del peligro, sólo para ser obligada a contraer matrimonio con su carismático y autoritario salvador, Ewan McCabe. Además de la atracción por su poderoso, tosco y desconocido marido se encuentra anhelando su toque sorprendentemente tierno, su cuerpo se llena de vida bajo su sensual dominio. Y a medida que la guerra se acerca, la fuerza de Mairin, su espíritu y pasión desafían a Ewan a conquistar sus demonios —y abrazar un amor que vale más que la venganza y la tierra.


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Mensaje por berny_girl Miér 5 Sep - 23:47

Capítulo 1

Mairin Stuart se arrodilló en el suelo de piedra al lado de su camastro e inclinó la cabeza para su oración vespertina. Su mano se deslizó a la pequeña cruz de madera colgada de un trozo de cuero alrededor de su cuello, y su pulgar frotó una trayectoria familiar en la ahora lisa superficie.
Por varios minutos, susurró las palabras que había recitado desde que era una niña, y luego terminó como lo hacía siempre.
Por favor, Dios. No dejes que me encuentre.
Se incorporó del suelo, sus rodillas raspando las piedras irregulares. El sencillo traje marrón que llevaba señalaba su lugar junto al de las otras novicias. Aunque había estado aquí mucho más tiempo que las demás, nunca había tomado los votos que completarían su viaje espiritual. Nunca fue su intención.
Se acercó a la palangana de la esquina y vertió el agua de la jarra. Sonrió humedeciendo un paño, mientras las palabras de la madre Serenity llegaban flotando a su mente.
La limpieza se aproxima a la Santidad.
Se limpió la cara y empezó a quitarse el vestido para extender su ablución, cuando oyó un estrépito terrible. Asustada, dejó caer el lienzo y se giró para mirar la puerta cerrada. Entonces se impulsó a la acción, corrió y la
abrió, empujándose al pasillo.
A su alrededor, las otras monjas también llenaban el hall, sus murmullos consternados en aumento. Un fuerte eco resonó en el corredor de la entrada principal de la abadía. Un grito de dolor seguido de un bramido, y el corazón
se le congeló.
La madre Serenity.
Mairin y el resto de las hermanas corrieron hacia el ruido, mientras que algunas quedaban rezagadas, otras marcharon decididamente hacia adelante.
Cuando llegaron a la capilla, se dominó, paralizada por la visión ante ella.
Los guerreros estaban por todas partes. Había al menos veinte, todos vestidos con indumentaria de batalla, sus caras sucias, el sudor empapando sus cabellos y su ropa. Pero no había sangre. Ellos no venían pidiendo asilo o ayuda. El líder sostenía a la madre Serenity por el brazo, e incluso a la distancia, podía ver el rostro de la abadesa desfigurado por el dolor.
—¿Dónde está ella? —preguntó uno de ellos con voz fría.
Mairin dio un paso atrás. El hombre tenía una mirada fiera. Malvada. Sus ojos irradiaban furia como una serpiente esperando para atacar. Sacudió a la madre Serenity cuando esta no respondió, gorjeando entre sus garras como una muñeca de trapo.
Mairin se persignó y murmuró una rápida oración. Las monjas se reunieron a su alrededor y también ofrecieron sus plegarias.
—Ella no está aquí, —jadeó la superiora—. Le he dicho que la mujer que buscan no está aquí.
—¡Miente! —rugió.
Miró hacia el grupo de monjas, su mirada parpadeaba fríamente sobre ellas.
—Mairin Stuart. Dime dónde está.
Mairin estaba fría, el miedo creciente bullendo en su estómago. ¿Cómo la habían encontrado? Después de todo este tiempo. Su pesadilla no había terminado.
De hecho, apenas acababa de empezar.
Sus manos temblaban tanto que tuvo que esconderlas en los pliegues de su vestido. El sudor anegaba su frente, y sus entrañas se contraían.
Tragó saliva, deseando no enfermarse. Ante la falta de una respuesta, el hombre sonrió, y esto hizo que sintiera un escalofrío a través de su columna. Sin dejar de mirarlas, levantó el brazo de la madre Serenity, de modo que estuviera a la vista de todas. De modo insensible, inclinó su dedo índice hasta que se oyó el chasquido del hueso al romperse.
Una de las monjas gritó y corrió hacia adelante sólo para ser abofeteada por uno de los soldados. El resto de ellas se quedó sin aliento ante el ultraje.
—Esta es la casa de Dios, —dijo la madre Serenity con voz aguda—. Usted peca enormemente trayendo violencia a un suelo sagrado.
—Cállese anciana, —le espetó el hombre—. Dígame dónde está Mairin Stuart o mataré a cada una de ustedes.
Mairin contuvo el aliento y apretó sus dedos en puños a sus costados. Le creyó. Había demasiada maldad, demasiada desesperación en sus ojos. Él había sido enviado en un encargo del diablo, y no se le podía mentir.
Agarró el dedo medio de la superiora, y Mairin caminó hacia adelante.
—¡Por caridad, no!, —gritó la madre Serenity mirándola.
Mairin no le hizo caso.
—Soy Mairin Stuart. ¡Ahora déjela ir!
El hombre soltó la mano de la abadesa y luego le dio un empujón a la mujer. Contempló a Mairin con interés, dejando que su mirada vagara sugestivamente de arriba hacia abajo por su cuerpo. Sus mejillas ardieron ante tan evidente falta de respeto, pero no se intimidó, le devolvió la mirada al hombre con tanto desafío como se atrevió.
Él chasqueó sus dedos, y otros dos hombres avanzaron, agarrándola antes de que se le ocurriera correr. La tuvieron en el suelo en una fracción de segundo, sus manos hurgando en el dobladillo de su vestido.
Pateó salvajemente, agitando los brazos, pero no podía competir con su fuerza. ¿La violarían ellos aquí en el suelo de la capilla? Las lágrimas inundaron sus ojos, cuando empujaron su ropa por encima de sus caderas. La
giraron hacia la derecha y los dedos tocaron su muslo, justo donde descansaba la marca.
Oh no.
Inclinó la cabeza mientras lágrimas de derrota resbalaban por sus mejillas.
—Es ella —dijo uno de ellos con excitación.
Se hicieron a un lado al instante en que el líder se inclinó para examinar la marca por sí mismo.
Él también la tocó, perfilando el emblema real de Alexander. Emitió un gruñido de satisfacción, enroscó su mano alrededor de su barbilla y tiró de esta hasta que se enfrentó a él.
Su sonrisa le repugnaba.
—Te hemos estado buscando por mucho tiempo, Mairin Stuart.
—Váyase al infierno, —le espetó ella.
En lugar de golpearla, sonrió con una amplia expresión.
—Tsk-tsk, semejante blasfemia en la casa de Dios.
Se puso de pie rápidamente, y antes de que pudiera parpadear, fue empujada sobre el hombro de un hombre, y los soldados salieron de la abadía al frescor de la noche.
No perdieron tiempo en subirse a sus caballos. Mairin fue amordazada, luego atada de pies y manos y arrojada sobre la silla en frente de uno de los hombres. Se iban alejando, los truenos de los cascos resonando a través de la
noche, aún antes de que tuviera tiempo de reaccionar. Eran tan precisos como despiadados.
La silla se le clavaba en el vientre, y ella rebotaba de arriba hacia abajo, tanto que estuvo segura de que iba a vomitar. Gimió, tenía miedo de ahogarse con la mordaza tan apretada alrededor de su boca.
Cuando finalmente se detuvieron, estaba casi inconsciente. Una mano agarró su nuca, los dedos fácilmente rodearon su delgado cuello. Fue alzada y luego lanzada bruscamente al suelo.
A su alrededor, levantaron el campamento mientras ella yacía temblando por el viento frío. Finalmente oyó decir:
—Cuide mejor a la muchacha, Finn. El laird Cameron no estará feliz si muere de exposición.
Un gruñido irritado siguió, pero un minuto más tarde, fue desatada y retirada la mordaza.
Finn, el líder aparente de este secuestro, se inclinó sobre ella, sus ojos brillando a la luz del fuego.
—No hay nadie que escuche sus gritos, y si emite apenas un sonido, voy a asestarle un golpe en la mandíbula.
Asintió con la cabeza y se arrastró hasta ponerse de pie. Él le propinó una patada en el trasero con su bota y se rió entre dientes cuando ella se giró con indignación.
—Hay una manta junto al fuego. Enróllese en ella y duerma un poco.
Saldremos al amanecer.
Se acurrucó agradecida por el calor de la manta, insensible a las piedras y palos en el suelo que se clavaban en la piel. El laird Cameron. Había oído hablar de él a los soldados que entraban y salían de la abadía.
Decían que era un hombre despiadado. Avaro y con ganas de añadir más a su creciente poder. Se rumoreaba que su ejército era uno de los más grandes de toda Escocia y que David, el rey de Escocia, le temía.
Malcolm, el hijo bastardo de Alexander —su medio hermano— ya había conducido una rebelión contra David, en un intento por tomar el trono. Si Malcolm y Cameron Duncan se aliaban, serían pronto una fuerza imparable.
Ella tragó saliva y cerró los ojos. La posesión de Neamh Álainn haría a Cameron invencible.
—Querido Dios, ayúdame, —susurró.
No podía permitir que él tomara el control de Neamh Álainn. Era su legado, lo único que tenía de su padre.
Era imposible dormir, así que se quedó allí acurrucada en la manta, con la mano enroscada alrededor de la cruz de madera, mientras oraba para tener fortaleza y visión. Algunos de los soldados dormían mientras otros vigilaban.
No era tan tonta como para pensar que tendría la oportunidad de escapar. No cuando valía más que su peso en oro.
Pero ellos no la matarían tampoco, y esto le concedía una ventaja. No tenía nada que temer al tratar de escapar y todo para ganar.
Una hora después de la oración de vigilia, una conmoción detrás de ella la hizo sentarse y mirar fijamente en la oscuridad. A su alrededor, los soldados que dormían se levantaron a trompicones, sus manos en sus espadas cuando el llanto de un niño desgarró la noche.
Uno de los hombres lo empujaba a patadas, sacudiendo al chiquillo dentro del círculo alrededor del fuego, luego lo dejó caer en la tierra. El niño se agachó y miró a su alrededor salvajemente, mientras que todos se reían a
carcajadas.
—¿Qué es esto? —exigió Finn.
—Lo sorprendimos tratando de robar uno de los caballos, —dijo el captor del muchacho.
La ira sesgó las facciones del hombre de manera perversa, y se hizo más demoníaca por la luz del fuego. El muchacho, que no podía tener más de siete u ocho años, inclinó la barbilla desafiante como retándolo a hacer lo peor.
—¿Por qué pequeño cachorro? —rugió Finn. Levantó la mano y Mairin voló a través del suelo, lanzándose delante del pequeño mientras el puño giraba y cortaba su mejilla.
Ella se tambaleó, pero se recuperó y rápidamente se echó de nuevo sobre el niño, apretándolo cerca para poder cubrir la mayor parte de él tanto como fuera posible. El chico luchó salvajemente debajo de ella, chillando obscenidades en gaélico. Su cabeza golpeó su mandíbula ya adolorida, haciéndole ver estrellas.
—Cállate ahora, —le dijo en su propia lengua—. Quédate quieto. No dejaré que te hagan daño.
—¡Apártate de él! —bramó Finn.
Se apretó aún más alrededor del niño que finalmente dejó de agitarse y dar patadas. Finn se agachó y enroscó la mano en su pelo, tirando brutalmente hacia arriba, pero ella se negó dejar de lado su carga.
—Tendrá que matarme primero, —dijo fríamente cuando la obligó a mirarlo.
Soltó su pelo con una maldición y luego se echó hacia atrás y le dio patadas en las costillas. Ella se encorvó por el dolor, pero tuvo cuidado de mantener al chiquillo protegido de la bestia maníaca.
—Finn, es suficiente, —gritó un hombre—. El Laird la quiere en una sola pieza.
Murmurando una maldición, se apartó.
—Déjenla cuidar al sucio mendigo. Tendrá que soltarlo muy pronto.
Mairin giró bruscamente su cuello para mirar hacia los ojos de Finn.
—Usted toca a este muchacho una sola vez y yo cortaré mi garganta.
La risa del hombre quebró la noche.
—Eso es un loco farol, muchacha. Si usted va a tratar de negociar, tiene que aprender a ser creíble.
Lentamente ella se levantó hasta que estuvo a un pie de distancia del hombre mucho más grande. Se le quedó mirando hasta que sus ojos parpadearon y apartó la mirada.
—¿Farol? —dijo en voz baja—. No lo creo. De hecho, si yo fuera usted, estaría escondiendo todos y cada uno de los objetos afilados de mí. ¿Piensa que no sé cuál es mi destino? Acostarme con ese bruto Laird suyo hasta que mi vientre se hinche con un niño y él pueda reclamar Neamh Álainn. Prefiero morir.
Los ojos de Finn se estrecharon.
—¡Está loca!
—Sí, tal vez, y en ese caso siendo usted estaría preocupado por si alguno de esos objetos afilados pudiera encontrar el camino entre sus costillas.
Él hizo un gesto con la mano.
—Quédese con el niño. El Laird se ocupará de él y de usted. Nosotros no vemos con buenos ojos a los ladrones de caballos.
Mairin no le hizo caso y se volvió hacia el muchacho que estaba encogido en el suelo, mirándola con una mezcla de temor y adoración.
—Vamos —le dijo suavemente—. Si nos acurrucamos lo suficientemente apretados, alcanzará la manta para los dos.
Se encaminó hacia ella con entusiasmo, metiendo su pequeño cuerpo a la altura del de ella.
—¿Dónde está tu casa? —le preguntó mientras él se recostaba en su contra.
—No lo sé —dijo con tristeza—. Debe estar lejos de aquí. Por lo menos dos días.
—Shh, —le dijo con dulzura—. ¿Cómo hiciste para llegar hasta aquí?
—Me perdí. Mi papá me dijo que nunca me alejara del torreón sin sus hombres, pero yo estaba cansado de ser tratado como un bebé. Yo no soy un crío, ya sabes.
Ella sonrió.
—Sí, lo sé. ¿Así que dejaste el torreón?
Asintió con la cabeza.
—Tomé un caballo. Yo sólo quería ir al encuentro del tío Alaric. Él tenía que regresar y pensé esperarlo cerca de la frontera para saludarlo.
—¿Frontera?
—De nuestras tierras.
—¿Y quién es tu papá, pequeño?
—Mi nombre es Crispen, no “pequeño”, —el disgusto en su voz era evidente, y ella volvió a sonreír.
—Crispen es un buen nombre. Ahora continúa con tu historia.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó.
—Mairin —le respondió en voz baja.
—Mi papá es el laird Ewan McCabe.
Mairin lidió por reconocer el nombre, pero había muchos clanes que no conocía. Su casa estaba en las tierras altas, pero no había visto esa tierra de Dios en diez largo años.
—Así que fuiste a encontrarte con tu tío. Entonces ¿qué pasó?
—Me perdí, —dijo tristemente—. Entonces un soldado de los McDonald me encontró y quiso llevarme ante su Laird para pedir un rescate, pero yo no podía dejar que eso sucediera. Sería deshonrar a mi papá, y él no puede
permitirse el lujo de pagar un rescate por mí. Eso arruinaría a nuestro clan.
Ella acarició su pelo mientras su cálido aliento soplaba contra su pecho.
Sonaba mucho más viejo que sus tiernos años. Y muy orgulloso.
—Me escapé y me escondí en la carreta de viaje de un comerciante.
Tardó un día antes de que me descubriera, —inclinó la cabeza hacia arriba, chocando con su mandíbula dolorida de nuevo—. ¿Dónde estamos, Mairin? — susurró—. ¿Estamos muy lejos de casa?
—No estoy segura dónde está tu casa, —dijo con tristeza—. Pero estamos en las Lowlands, y apostaría a que estamos por lo menos a dos días de camino de tu fortaleza.
—Las tierras bajas, —espetó—. ¿Eres una lowlander?
Se sonrió ante su vehemencia.
—No, Crispen. Soy una highlander.
—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí? —insistió—. ¿Te secuestraron de tu casa?
Ella suspiró.
—Es una larga historia. Una que comenzó antes de que nacieras.
Cuando él empezó a hacer otra pregunta, lo calló con un suave apretón.
—Vamos a dormir, Crispen. Debemos mantener nuestra fuerza si queremos escapar.
—¿Vamos a escapar? —le susurró.
—Sí, por supuesto. Eso es lo que los presos hacen —dijo en un tono alegre. El miedo en su voz hizo que sufriera por el muchacho. Que aterrador debía ser estar tan lejos del hogar y de los que te aman.
—¿Me llevarás de vuelta a casa con mi papá? Haré que te proteja del laird Cameron.
Ella sonrió ante la ferocidad de su voz.
—Por supuesto, me encargaré de que llegues a casa.
—¿Lo prometes?
—Te lo prometo.
Lectura Septiembre 2018 Captur10
—¡Encuentren a mi hijo!
El rugido de Ewan McCabe podía oírse por el patio entero. Todos sus hombres estaban de pie en posición de firmes, sus expresiones solemnes.
Algunos con sentimientos de simpatía. Creían que Crispen estaba muerto, aunque nadie se atrevía a pronunciar esa posibilidad al Laird.
No era algo que él no hubiera contemplado por sí mismo, pero no descansaría hasta que su hijo fuera encontrado —vivo o muerto.
Ewan se dirigió a sus hermanos, Alaric y Caelen.
—No puedo permitirme enviar a cada hombre en la búsqueda de Crispen, —dijo en voz baja—. Eso nos dejaría vulnerables. Confío en ustedes dos con mi vida, y con la vida de mi hijo. Quiero que cada uno tome un
contingente de hombres y monten en diferentes direcciones. Tráiganlo a casa para mí.
Alaric, el segundo de los hermanos McCabe, asintió.
—Sabes que no descansaré hasta encontrarlo.
—Sí, ya lo sé —dijo Ewan.
Observó cómo los dos se alejaban, gritando órdenes a sus hombres. Cerró los ojos y apretó con rabia los puños. ¿Quién se había atrevido a llevarse a su hijo? Durante tres días había esperado una petición de rescate, pero no había recibido ninguna. Durante tres días había recorrido cada centímetro de la tierra McCabe y más allá.
¿Era el precedente de un ataque? ¿Estaban sus enemigos conspirando para golpearlo cuando estaba más débil? ¿Cuando todos los soldados disponibles estarían involucrados en la búsqueda?
Su mandíbula se endureció al mirar alrededor el desmoronamiento de su fortaleza. Durante ocho años había luchado por mantener su clan vivo y fuerte.
El nombre McCabe había sido siempre sinónimo de poder y orgullo.
Ocho años atrás habían resistido un ataque paralizante. Traicionados por la mujer que Caelen amaba. El padre de Ewan, y su joven esposa habían sido asesinados, su hijo sobrevivió sólo porque fue escondido por uno de los sirvientes.
Casi nada quedaba cuando él y sus hermanos habían vuelto. Sólo una gran y pesada masa de ruinas, su pueblo disperso por los vientos, su ejército casi diezmado.
No había quedado nada para que Ewan heredara cuando se convirtió en Laird.
Le había tomado todo este tiempo para reconstruir. Sus soldados eran los mejor entrenados en las tierras altas.
Él y sus hermanos trabajaron durante horas inhumanas para asegurarse de que había comida para los ancianos, las mujeres y los niños. Muchas veces los hombres se iban sin nada. Y silenciosamente fueron creciendo, aumentando sus números hasta que, finalmente, Ewan había comenzado a transformar a su clan luchando por mantenerlo unido.
Pronto, sus pensamientos podrían volver a la venganza. No, eso no era exacto. La venganza había sido lo que lo mantuvo durante estos últimos ocho años. No pasaba un solo día en que no hubiera pensado en ella.
—Laird, traigo noticias de su hijo.
Se giró para ver a uno de sus soldados corriendo hacia él, su túnica polvorienta como si acabara de llegar a caballo.
—Habla, —le ordenó.
—Uno de los McDonald se encontró con su hijo hace tres días a lo largo de la frontera norte de su tierra. Lo tomó con la intención de entregarlo a su Laird para que pidiera rescate por el muchacho. Sólo que el muchacho escapó.
Nadie lo ha visto desde entonces.
Ewan temblaba de rabia.
—Toma ocho soldados y diríjanse donde McDonald. Llévenle este mensaje. Que entregue al soldado que se llevó a mi hijo de la entrada del torreón o firmara su propia sentencia de muerte. Si no obedece, iré yo mismo por él. Voy a matarlo. Y no será rápido. No omitas ninguna palabra de mi mensaje.
El soldado hizo una reverencia.
—Sí, Laird.
Dio media vuelta y salió corriendo, dejando a Ewan con una mezcla de alivio y rabia. Crispen estaba vivo, o al menos lo había estado. McDonald fue un tonto por incumplir su acuerdo de paz tácita.
Aunque los dos clanes no podían ser considerados aliados, McDonald no era suficientemente estúpido como para incitar la ira de Ewan McCabe.
Su fortaleza podría estar desmoronándose, y su pueblo podría no ser el clan mejor alimentado, pero su potencia había sido doblemente restaurada.
Sus soldados eran una fuerza de combate mortal a tener en cuenta, y aquellos lo suficientemente cercanos a las propiedades de Ewan lo sabían. Pero él no tenía puesta la mirada en sus vecinos. Ésta apuntaba a Duncan Cameron. No sería feliz hasta que toda Escocia goteara con la sangre de Cameron.


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Mensaje por berny_girl Miér 5 Sep - 23:56

Capítulo 2

Mairin clavó su mirada sobre el castillo al que se aproximaba mientras cabalgaban a través del final de la ladera de piedra y hacia el patio. Los pensamientos sobre escaparse quebrantados, mientras miraba impotente lo que la rodeaba. Era impenetrable.
Los hombres estaban en todas partes, la mayoría de ellos entrenando, algunos otros atendiendo la reparación de diversas partes de la pared interior, otros se tomaban un descanso y bebían agua de un cubo cerca de los escalones del torreón.
Como si sintiera sus pensamientos fatalistas, Crispen levantó la mirada, sus ojos verdes, brillantes por el miedo. Ella tenía los brazos colocados alrededor de su cuerpo, con las manos atadas delante de él, mientras lo apretaba para tratar de tranquilizarlo. Aunque tenía la certeza de que Dios existía, ella misma, estaba temblando como la última hoja de otoño.
El soldado que llevaba su montura se detuvo, y tuvo que luchar para mantenerse en la silla.
Crispen los estabilizó agarrándose a las crines del animal.
Finn cabalgaba a su lado y entonces tiró a Mairin del caballo. Crispen se desplomó con ella, chillando por la sorpresa cuando aterrizó en el suelo.
El hombre la agarró, sus dedos apretaron como garras dejando moretones en su brazo. Se zafó y estiró las manos atadas para ayudar a sostener al muchacho.
A su alrededor, cesó la actividad cuando todo el mundo se detuvo para hacer un balance de la nueva llegada.
Algunas de las mujeres de la fortaleza los observaban con curiosidad desde la distancia, susurrando detrás de sus manos.
Sabía que seguramente parecería asustada, pero estaba más preocupada por lo que iba a suceder cuando el laird Cameron llegara para ver a su cautiva. Que Dios la ayudara a continuación.
Y entonces lo vio. Se presentó en la parte superior de las escaleras que conducen al torreón, su mirada afilada mientras la buscaba. Los rumores de su codicia, de su crueldad y ambición, la llevaron a esperar la imagen misma del diablo. Para su sorpresa, era un hombre muy guapo.
Su ropa estaba impecable, como si nunca hubiera visto un día en el campo de batalla. Ella sabía que no era así. Había remendado a demasiados soldados que se habían cruzado con él. Suaves calzones de cuero y una túnica
de color verde oscuro, con botas que se veían demasiado nuevas. A su lado, su espada brillaba a la luz del sol, la hoja afilada con una nitidez mortal.
Sus manos automáticamente fueron hasta su garganta y tragó rápidamente contra el nudo que se le formó.
—¿La encontraste? —Duncan Cameron preguntó desde la parte superior de los escalones.
—Sí, Laird. —Finn la empujó hacia adelante, sacudiéndola como una muñeca de trapo—. Esta es Mairin Stuart.
Duncan estrechó sus ojos y frunciendo el ceño la miró como si hubiera sufrido ya alguna decepción en el pasado. ¿Habría estado buscándola durante tanto tiempo? Se estremeció y trató de impedir que el miedo se apoderase de
ella.
—Muéstramela, —gritó Duncan.
Crispen se le acercó al mismo tiempo que Finn tiraba de Mairin contra él. Y se estrelló con suficiente fuerza contra su pecho como para cortarle la respiración. Otro soldado se presentó a su lado, y para su humillación, agarró y levantó el dobladillo de su vestido.
Duncan descendió los escalones, con la cara arrugada por la concentración a medida que se acercaba. Algo salvaje destelló en sus ojos, y brillaron en señal de triunfo.
Su dedo acarició el contorno de la marca, y esbozó una amplia sonrisa.
“El emblema real de Alexander” —susurró—. Todo este tiempo creía que habías muerto, y que Neamh Álainn estaría perdido para siempre. Ahora ambas son mías.
—Nunca, —gruñó ella.
Él se sobresaltó por un momento y luego dio un paso atrás, frunciéndole el ceño a Finn.
—Cúbrela.
Finn tiró hacia abajo su ropa y liberó su brazo. Crispen estuvo de regreso a su lado inmediatamente.
—¿Quién es éste? —Duncan rugió cuando puso los ojos en el muchacho—. ¿Es este su mocoso? ¿Lo ha reclamado ella? ¡No puede ser!
—No, Laird, —Finn se apresuró a decir—. El niño no es suyo. Lo sorprendimos tratando de robar uno de nuestros caballos. Ella lo defiende.
Nada más.
—Deshazte de él.
Mairin envolvió los brazos alrededor de Crispen y miró a Duncan con toda la fuerza de su odio.
—Si lo toca se arrepentirá del día en que nació.
Duncan parpadeó por la sorpresa y la rabia después cubrió su rostro con un rubor cercano al púrpura.
—¿Te atreves, te atreves a amenazarme?
—Adelante, máteme, —dijo calmadamente—. Eso serviría a su propósito.
Él arremetió contra ella abofeteándola de un lado al otro en las mejillas.
Cayó al suelo, su mano moviéndose rápidamente hacia su mandíbula.
—¡Déjela en paz! —gritó Crispen.
Ella se abalanzó sobre él, derribándolo hasta que estuvo acunado en sus brazos.
—Shh, —le advirtió—. No hagas nada para enfadarlo aún más.
—Veo que has recobrado tus sentidos, —Duncan dijo—. Procura que no te abandonen de nuevo.
Mairin no dijo nada, sólo se quedó allí en el suelo, sosteniendo a Crispen mientras contemplaba las pulcras botas de Duncan. Él nunca debe haber trabajado, pensó. Incluso su mano se sintió suave contra su mejilla. ¿Cómo podría un hombre que llegó al poder sobre las espaldas rotas de los demás tener tanta fuerza?
—Llévala al interior y dásela a las mujeres para que la bañen, —dijo Duncan con repugnancia.
—Quédate a mi lado, —le susurró a Crispen.
Ella no confiaba en Finn para no hacerle daño al niño.
Este la levantó, y la llevó medio arrastrando, y medio cargándola hacia el interior del torreón.
Aunque el exterior brillaba, el interior estaba sucio y olía a humedad y a cerveza rancia.
Los perros ladraban con entusiasmo, y ella arrugó la nariz ante el olor de las heces que asaltaron sus fosas nasales.
—Arriba ustedes dos, —gruñó Finn, mientras la empujaba hacia las escaleras—. Y no intenten nada. Tendré guardias apostados fuera de la puerta. Y que sea rápido. Usted no querrá hacer esperar al Laird.
Las dos mujeres a quienes les encomendaron la tarea de velar el baño de Mairin la miraban con una mezcla de simpatía y curiosidad, mientras le lavaban enérgicamente el pelo.
—¿Usted quiere que el chico sea bañado, también? —preguntó una de ellas.
—¡No! —exclamó Crispen desde su posición en la cama.
—No, —se hizo eco Mairin suavemente—. Déjenlo estar.
Después de enjuagar el jabón de su cabello, le ayudaron en la bañera y luego la vistieron con un hermoso traje azul, con elaborados bordados en el cuello y las mangas y también en el dobladillo. No dejó de percibir el
significado de estar vestida con los colores de Duncan. ¿Con qué facilidad él la consideraba su conquista?
Cuando las dos mujeres se ofrecieron a arreglarle el pelo, Mairin negó con la cabeza. Tan pronto como estuviera seco se lo trenzaría.
Con un encogimiento de hombros, las mujeres salieron de la habitación, dejándola a la espera de la llamada de Duncan.
Se sentó en la cama junto a Crispen, y él se acurrucó en el hueco de su brazo.
—Te estoy ensuciando, —susurró.
—No me importa.
—¿Qué vamos a hacer, Mairin?
Su voz temblaba de miedo, y lo besó en la parte superior de su cabeza.
—Ya se nos ocurrirá algo, Crispen. Ya pensaremos en algo.
La puerta se abrió de golpe, y Mairin instintivamente metió al muchacho detrás de ella. Finn estaba allí en la entrada, su mirada triunfante.
—El Laird requiere su presencia.
Se volvió hacia Crispen y ahuecó su barbilla hasta que la miró directamente a los ojos.
—Quédate aquí, —susurró—. No salgas de esta habitación.
Prométemelo.
Él asintió con la cabeza, con los ojos muy abiertos por el miedo.
Se levantó y fue hacia donde estaba Finn. Cuando trató de tomarla del brazo, ella se apartó.
—Soy capaz de caminar sin ayuda.
—Perra engreída— escupió él.
Le precedió por las escaleras, su temor creciendo con cada segundo que pasaba.
En el momento que vio al sacerdote de pie junto al fuego en el gran salón, sabía que Duncan no quería correr riesgos. Se casaría con ella, la llevaría a la cama, y sellaría su destino y el de Neamh Álainn.
Cuando Finn la empujó hacia adelante, rezó por tener la fuerza y el coraje para lo que debía hacer.
—Aquí está mi novia, —dijo Duncan, dándole la espalda al sacerdote que conversaba con él.
Su sonrisa no llegó a sus ojos, y él la estudió con atención, casi como si estuviera advirtiéndole de las consecuencias si se negaba.
Dios, ayúdame.
El sacerdote se aclaró la garganta y centró su atención en Mairin.
—¿Está usted dispuesta, muchacha?
Se hizo el silencio mientras todos esperaban su respuesta.
Luego, lentamente, ella negó con la cabeza. El sacerdote volvió su mirada a Duncan, una atisbo de acusación en sus ojos.
—¿Qué significa esto, Laird? Usted me dijo que ambos deseaban este matrimonio.
La expresión en la cara de Duncan hizo retroceder al sacerdote. El padre se santiguó apresuradamente y se colocó a una distancia segura de él.
Luego se volvió hacia ella, y la hizo palidecer. Para un hombre tan guapo, en ese momento, se veía muy feo.
Dio un paso hacia adelante, agarrándola del brazo por encima del codo, apretando hasta que ella temió que el hueso se rompería.
—Preguntaré esto sólo una vez más, —dijo en una engañosamente suave voz—. ¿Estás dispuesta?
Lo sabía. Sabía que cuando pronunciara su negativa, habría represalias.
Incluso podría matarla si veía su camino a Neamh Álainn hecho añicos. Pero no se había quedado escondida todos estos años sólo para ceder a la primera señal de adversidad. De alguna manera, de algún modo, encontraría la forma de salir de este lío.
Levantando sus hombros, infundiendo el acero de una espada a su espalda. En un tono de voz clara, y determinada, pronunció su negación.
—No.
Su rugido de furia casi destrozó sus oídos.
Su puño la envió volando a varios metros, mientras se acurrucaba en una bola, jadeando sin aliento. La había golpeado tan fuerte en las costillas que no podía introducir aire en sus pulmones.
Elevó su conmocionada y desenfocada mirada, para verlo imponente sobre ella, su ira como algo tangible, aterradora. En ese momento, supo que había elegido bien. Aunque no la matara en su frenesí, ¿qué sería de su existencia como su esposa? Después de que diera a luz al heredero necesario para apoderarse de Neamh Álainn, habría dejado de tener utilidad para él de todos modos, y acabaría por librarse de ella entonces.
—Ríndete, —exigió, levantando el puño en advertencia.
—No.
Su voz no salió tan fuerte como antes. Surgió más como una exhalación entrecortada, mientras sus labios temblaban. Pero se hizo escuchar.
En el gran salón, los murmullos se elevaron y la cara de Duncan se deformó, sus mejillas de un color tan escarlata que hasta pensó que podría explotar.
Esa brillante bota se echó hacia adelante, conectando con su cuerpo. Su grito de dolor fue silenciado por el siguiente golpe. Una y otra vez, la pateó, y luego le dio un tirón hacia arriba y estrelló el puño contra su cara.
—¡Laird, la va a matar!
Apenas consciente. No tenía ni idea de quien pronunció la advertencia. Colgada en sus garras, cada respiración causándole un insoportable dolor.
Duncan la dejó caer con disgusto.
—Enciérrenla en sus aposentos. Que nadie le dé ningún alimento o agua.
Tampoco a ese mocoso suyo. Ya veremos cuánto tiempo le toma ceder cuando empiece a gemir con hambre.
Una vez más, fue arrastrada hacia arriba sin que tuvieran en cuenta sus heridas. Cada paso por las escaleras era una agonía cuando rebotaba contra la dura piedra. La puerta de su habitación se abrió y Finn la lanzó al interior.
Cayó al suelo, luchando por la consciencia con cada respiración.
—¡Mairin!
Crispen se inclinó sobre ella, sus pequeñas manos agarrándola dolorosamente.
—No, no me toq… —susurró con voz ronca. Si la tocaba, estaba segura que se desmayaría.
—Tienes que ir a la cama, —dijo con desesperación—. Te ayudaré. Por favor, Mairin.
Él estaba a punto de llorar, y fue sólo el pensar en cómo el pequeño sobreviviría en manos de Duncan si ella moría, lo que le impidió cerrar los ojos y rezar por la paz.
Se levantó lo suficiente para avanzar lentamente hacia la cama, cada movimiento enviando un clamor por su espalda. Crispen llevaba tanto de su peso como podía, y juntos lograron arrastrarse hasta el borde del lecho.
Se hundió en el jergón, calientes lágrimas deslizándose por sus mejillas.
Respirando dolorosamente. El muchacho se sentó a su lado, su dulce y cálido cuerpo buscando un consuelo que ella no le podía ofrecer.
En cambio, sus brazos la rodearon, y la abrazó a su pequeño cuerpo.
—Por favor no te mueras, Mairin, —rogó en voz baja—. Tengo miedo.

—Señora. Mi señora, despierte. Debe despertar.
El susurro urgente despertó a Mairin de la inconsciencia, y tan pronto como se dio la vuelta, buscó el ruido molesto que la importunaba, agonía pasó a través de su cuerpo hasta que jadeó en busca de aire.
—Lo siento, —dijo la mujer con ansiedad—. Yo sé que está mal herida, pero debe darse prisa.
—¿Darme prisa?
Mairin arrastraba las palabras, y su cerebro era una masa de telarañas. A su lado, Crispen se agitó y dio un respingo de susto cuando vio la sombra, de pie junto a la cama.
—Sí, apresúrese, —dijo la voz impaciente de nuevo.
—¿Quién es usted? —Logró preguntar.
—No tengo tiempo para hablar, señora. El Laird duerme la borrachera. Él piensa que usted está demasiado herida para escapar. Tenemos que irnos ahora si usted va a hacerlo. Planea matar al niño si usted no se rinde.
Ante la palabra escapar, algunas de las telarañas se desvanecieron. Trató de incorporarse, pero casi lloró cuando el dolor la acuchilló en su costado.
—Aquí, déjeme ayudarle. Tú también, muchacho, —dijo la mujer—. Ayúdame con tu señora.
Crispen trepó sobre el lecho y se deslizó hasta el borde.
—¿Por qué hace esto? —preguntó Mairin cuando ambos le ayudaron a incorporarse.
—Lo que él hizo fue una vergüenza, —la mujer murmuró—. Golpear a una muchacha como lo hizo. Está loco. Usted ha sido su obsesión. Temo por su vida, no importa si usted cede o no. Él matará al chico.
Mairin le apretó la mano con la poca fuerza que tenía.
—Gracias.
—Debemos darnos prisa. Hay un pasadizo en la recámara siguiente.
Usted tendrá que hacerlo sola. Yo no puedo arriesgarme a llevarla. Al final, Fergus los espera con un caballo. Él la pondrá junto con el muchacho a salvo.
Esto le dolerá, sí, pero usted tendrá que soportarlo. Es su única salida.
Mairin asintió en aceptación. Escapar en agonía o morir con comodidad.
No parecía una decisión tan difícil.
La criada abrió la puerta de la recámara, se volvió hacia ella y se llevó un dedo a los labios. Hizo un gesto a la izquierda para dejarle saber que el guardia estaba allí.
Crispen deslizó su mano en la suya, y de nuevo lo apretó para consolarlo. Jadeando centímetro a centímetro, pasaron al soldado dormido en la oscuridad del pasillo. Contuvo su respiración durante todo el camino, temiendo que si dejaba escapar así fuera una exhalación, el guardia se despertaría y alertaría a toda la fortaleza.
Finalmente llegaron a la siguiente cámara. Apenas entró, el polvo voló y se enroscó alrededor de su nariz, y tuvo que presionar sus fosas nasales para evitar estornudar.
—Por aquí, —susurró la mujer en la oscuridad.
Siguió el sonido de su voz hasta que sintió la frialdad que emanaba de la pared de piedra.
—Que Dios les acompañe, —dijo la criada mientras los hacía pasar dentro del pequeño túnel.
Mairin sólo se detuvo el tiempo suficiente para apretarle la mano en un rápido agradecimiento, y luego instó al muchacho en el estrecho pasadizo.
Cada paso enviaba una nueva ola de agonía a través de su cuerpo.
Temía que sus costillas estuvieran rotas, pero no había nada que pudiera hacer al respecto ahora.
Se apresuraron a través de la oscuridad, casi arrastrando al chico detrás de ella.
—¿Quién anda ahí?
Mairin se detuvo ante la voz del hombre, pero recordó que la mujer había dicho que Fergus les esperaba.
—¿Fergus? —llamó en voz baja—. Soy yo, Mairin Stuart.
—Venga, señora, —exhortó.
Se precipitó hasta el final y dio un paso hacia el suelo frío y húmedo, haciendo una mueca cuando sus pies descalzos hicieron contacto con los ásperos guijarros.
Miró a su alrededor y vio que el pasadizo daba a la parte trasera del castillo donde sólo había una ladera entre la torre y la colina que se alzaba hacia el cielo.
Silenciosamente, Fergus se fundió en la oscuridad, y Mairin corrió para ponerse a su altura.
Se movieron a lo largo de la parte inferior de la ladera y se dirigieron hacia el bosque en el perímetro de la explotación de Duncan.
Un caballo estaba atado a uno de los árboles, y Fergus lo liberó rápidamente, recogiendo las riendas cuando se volvió hacia Mairin.
—La subiré primero y luego al muchacho, —señaló en la distancia—. Ese camino lleva hacia el norte. Que Dios los acompañe.
Sin otra palabra, la levantó, y ella se removió en la silla. Fue todo lo que pudo hacer para no caerse. Las lágrimas llenaron sus ojos y se dobló sobre sí misma, luchando contra la pérdida de conocimiento.
Ayúdame Señor, por favor.
Fergus alzó a Crispen, y lo colocó delante de ella. Se alegró de que no fuera detrás porque, por Dios, la verdad era que necesitaba algo para sostenerse.
—¿Puedes manejar las riendas? —le susurró al chico cuando se inclinó hacia él.
—Yo te protegeré, —dijo Crispen ferozmente—. Agárrate a mí, Mairin.
Voy a llevarnos a casa, lo juro.
Sonrió ante la determinación de su voz.
—Sé que lo harás.
Fergus le dio una palmada al caballo haciéndolo avanzar. Mairin se mordió el labio tratando de controlar el grito de dolor que luchaba por salir.
Ella nunca llegaría ni siquiera a una milla.
Lectura Septiembre 2018 Captur10
Alaric McCabe detuvo su caballo y sostuvo el puño hacia arriba para detener a sus hombres. Habían cabalgado toda la mañana, buscando caminos interminables, siguiendo huellas de cascos en vano. Todos eran puntos sin
salida.
Se deslizó de la silla y dio unos pasos hacia adelante para ver la alteración en la tierra. De rodillas, tocó las huellas tenues y la aplastada hierba a un lado. Parecía como si alguien hubiera caído de un caballo.
Recientemente.
Echó un vistazo a la franja adyacente y vio un rastro en un trozo de suelo desnudo a unos metros de distancia, y luego alzó la mirada hacia el área donde la persona se había dirigido. Poco a poco se levantó, desenvainó su espada, y le indicó a sus hombres que se extendieran y se diseminaran en círculo alrededor de la zona.
Con cuidado, dio un paso a través de los árboles, mirando con recelo ante cualquier señal de emboscada. Vio primero al caballo, pastando a una corta distancia, las riendas colgando, la silla torcida.
Frunció el ceño. Tal indiferencia en el cuidado de una montura, era seguramente un pecado.
Un crujido leve a su derecha le hizo girarse alrededor, y se encontró contemplando a una pequeña mujer, con la espalda acuñada contra un árbol enorme. Sus faldas sobresalían como si tuviera una camada de gatitos ocultos
debajo, y sus grandes ojos azules estaban llenos de miedo —y furia.
Su largo pelo negro colgaba en desorden hasta su cintura, y fue entonces cuando él se dio cuenta de los colores de la túnica y el escudo de armas bordados en el dobladillo.
La rabia lo cegó temporalmente, y avanzó, su espada sostenida en un arco por encima de su cabeza.
Ella pasó un brazo detrás de sí misma, empujando algo entre ella y el árbol.
Sus faldas se retorcieron de nuevo, y fue entonces que se dio cuenta de que protegía a una persona. Un niño.
—Quédate detrás de mí, —dijo entre dientes.
—Pero Mair…
Alaric se congeló. Conocía esa voz. Sus dedos temblaron, por primera vez en su vida, su mano insegura en torno a la empuñadura. El infierno se congelaría antes de que él permitiera que un Cameron pusiera una mano sobre su familia.
Con un gruñido de rabia, se lanzó al ataque, agarró a la mujer por los hombros, y la arrojó a un lado. Crispen estaba de pie junto al árbol, con la boca abierta. Entonces vio a Alaric y casi saltó a sus brazos.
La espada cayó al suelo —otro pecado de negligencia— pero en ese momento no le importaba. Un dulce alivio lo sacudió.
—Crispen, —dijo con voz ronca, mientras abrazaba al niño contra él.
Un grito de rabia asaltó sus oídos mientras era golpeado por el bulto de una mujer volando sobre su cabeza. Tan sorprendido estaba, que llegó a caer hacia atrás, aflojando su dominio sobre el muchacho.
Se acuñó a sí misma, entre él y Crispen y le dio un rodillazo en su entrepierna. Se dobló, maldiciendo cuando la agonía lo dominó. Cayó sobre una rodilla y agarró su espada mientras silbaba a sus hombres. La mujer estaba demente.
A través de la bruma de dolor, la vio agarrar a un reticente Crispen y echar a correr. Varias cosas ocurrieron al mismo tiempo. Dos de sus hombres se pusieron delante de ella. La chica se detuvo, moviendo a Crispen hacia su
espalda. Cuando se movió en dirección opuesta, Gannon levantó el brazo para detenerla.
Para asombro de Alaric, se giró, agarró a Crispen, y cayó al suelo, su cuerpo acurrucándose en forma protectora sobre él.
Gannon y Cormac se congelaron y miraron a Alaric al tiempo que el resto de sus hombres irrumpían a través de los árboles.
Para confundir aún más la mierda en todos ellos, Crispen finalmente se movió de debajo y se arrojó encima de ella, frunciendo el ceño ferozmente todo el tiempo hacia Gannon.
—¡No la golpees! —gritó.
Cada uno de sus hombres parpadeó sorprendido ante la ferocidad de Crispen.
—Muchacho, yo no iba a golpear a la chica —Gannon dijo—. Yo estaba tratando de evitar que huyera. Contigo. Por el amor de Dios, hemos estado buscándote durante días. El Laird está enfermo de preocupación por ti.
Alaric se acercó a Crispen y lo apartó de la mujer a la cual se apretaba.
Cuando se agachó para alzarlo, el chico explotó de nuevo, empujándolo hacia atrás.
Él miró boquiabierto a su sobrino.
—No la toques, —dijo Crispen—. Ella está gravemente herida, tío Alaric.
El niño se mordió el labio inferior y él apostaría lo que fuera, a que estaba a punto de romper a llorar. Quien sea que fuera esta mujer, era obvio que el chico no le temía.
—No voy a hacerle daño, muchacho, —dijo Alaric suavemente.
Se arrodilló y le apartó el cabello de la cara y se dio cuenta de que ella estaba inconsciente.
Había un golpe en su mejilla, pero por lo demás no parecía herida.
—¿Dónde está herida? —le preguntó a Crispen.
Las lágrimas llenaron los ojos del muchacho, y se las limpió apresuradamente con la palma de su mugrienta mano.
—Su estómago. Y su espalda. Le duele mucho si alguien la toca.
Con cuidado, para no alarmar al niño, Alaric tiró de su ropa. Cuando su abdomen y espalda quedaron a la vista, contuvo el aliento. A su alrededor, sus hombres alternativamente maldijeron y murmuraron su pena por la menuda
muchacha.
—Dios que está en los cielos, ¿qué le pasó? —Alaric preguntó.
Toda su caja torácica era de color púrpura, y las feas contusiones empañaban su suave espalda. Él podría jurar que una de ellas tenía la forma de la bota de un hombre.
—Él le pegó, —se atragantó Crispen—. Llévanos a casa, tío Alaric. Quiero a mi papá.
Como no quería que el chico perdiera su compostura delante de los otros hombres, asintió con la cabeza y le dio una palmada en el brazo. No pasaría mucho tiempo para que consiguiera la historia de Crispen más tarde. Ewan
querría oír todo.
Él se quedó mirando a la mujer inconsciente y frunció el ceño. Había ofrecido su cuerpo para proteger a Crispen, aunque llevaba los colores de Duncan Cameron. Ewan estaría fuera de control si Cameron había tenido alguna participación en la desaparición del muchacho.
La guerra. Por fin, la guerra sería declarada.
Hizo un gesto a Cormac para que atendiera a la muchacha, y él cogió al niño, con la intención de que viajara con él. Había varias preguntas que necesitaban respuesta mientras se encaminaban a casa.
Crispen sacudió la cabeza inflexiblemente.
—No, la llevas, tío Alaric. Ella tiene que montar contigo. Le prometí que papá la mantendría a salvo, pero como él no está aquí, tú tienes que hacerlo. Tienes que hacerlo.
Alaric suspiró. No podría razonar con el chico, y ahora que estaba tan contento de que estaba vivo, tendría que ceder ante sus ridículas demandas.
Más tarde él daría un jalón de orejas al mocoso por cuestionar su autoridad.
—Quiero ir contigo, también, —dijo Crispen, dirigiendo su mirada nerviosa a la mujer.
Se acercó aún más, como si no pudiera soportar la idea de estar separado de ella.
Alaric miró hacia el cielo. Ewan no había tenido una mano suficientemente firme con el niño. Eso era todo.
Y así, Alaric se montó a horcajadas sobre su caballo con la mujer tumbada a través de la silla, delante de él, su cuerpo protegido en el hueco de su brazo, mientras llevaba a Crispen sentado en la otra pierna, la cabeza acurrucada contra su pecho.
Fulminó con la mirada a sus hombres, por si acaso alguno de ellos se atreviera a reírse. Infiernos, él tuvo que renunciar a su espada por el deber de llevar el extra de dos personas, no importaba que su peso no igualase al de un
solo guerrero.
Más le valía a Ewan estar malditamente agradecido. Él podría decidir lo que haría con la mujer tan pronto como Alaric la dejara en su regazo.


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Mensaje por yiniva Jue 6 Sep - 15:41

pobre Mairin tremendos golpes que se llevo, pero se mantuvo firme y afortunadamente ya encontraron ayuda
gracias por los capítulos


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Mensaje por berny_girl Jue 6 Sep - 23:16

CAPÍTULO 3


Tan pronto como cruzaron la frontera de las tierras McCabe, un grito surgió e hizo eco a través de las colinas, y en la distancia, Mairin oyó el grito ser recogido y retransmitido.
Pronto, el Laird sabría que su hijo había regresado.
Retorcía nerviosamente las riendas alrededor de sus dedos mientras Crispen casi saltaba de la silla por el entusiasmo.
—Si sigues retorciendo las riendas, muchacha, tú y el caballo terminarán
de nuevo por donde viniste.
Ella miró con aire de culpabilidad hacia Alaric McCabe, quien cabalgaba a su derecha. Su amonestación había salido como una tomadura de pelo, pero por Dios, el hombre la asustaba. Parecía salvaje con su desaliñado pelo largo, oscuro y con trenzas colgando a cada lado de sus sienes.
Cuando se había despertado en sus brazos, casi los había lanzado a los dos fuera de la silla de montar en su prisa por escapar. Se había visto obligado a hacer palanca tanto a ella como a Crispen desde su agarre, y los había puesto en el suelo hasta que todo el asunto quedó resuelto.
Él no había estado satisfecho con su terquedad, pero ella tenía a Crispen firmemente de su lado, y habiendo extraído la promesa del muchacho de no decir a nadie su nombre, ambos se habían quedado en silencio cuando Alaric exigió respuestas.
Oh, él bramó y agitó sus brazos. Incluso amenazó con ahogarlos a los dos, y al final había murmurado maldiciones contra las mujeres y los niños, antes de reanudar el viaje para traer a casa a Crispen.
Entonces había insistido en que viajara con él por lo menos un día más, porque dijo, sin ningún lugar a dudas, que la capacidad de sentarse en un caballo por sí misma, en su estado era nula, y sería un pecado abusar de un buen jamelgo con una montura inepta.
El viaje que normalmente habría durado dos días, se alargó a tres, gracias a la deferencia de Alaric por su condición y de la interrupción frecuente para descansar. Ella sabía que estaba siendo considerado porque se lo dijo, numerosas veces.
Después del primer día, estaba decidida a andar sin ayuda de Alaric, si no por otra razón al menos para borrar la petulancia de su expresión. Obviamente, él no tenía paciencia con una mujer, y, sospechaba, que a excepción de su sobrino, a quien obviamente amaba, tenía aún menos paciencia con los niños.
Sin embargo, dado el hecho de que no sabía nada sobre ella, sólo que Crispen la defendía, él la había tratado bien, y sus hombres eran respetuosos y educados con su persona.
Ahora que se acercaban a la fortaleza del laird McCabe, el miedo revoloteaba en su garganta. Ya no sería capaz de mantenerse en silencio. El Laird exigiría respuestas, y ella estaría obligada a dárselas.
Se inclinó para susurrar cerca de la oreja de Crispen.
—¿Recuerdas la promesa que me hiciste, Crispen?
—Sí, —susurró él—. No debo decirle a nadie tu nombre.
Asintió con la cabeza, sintiéndose culpable por pedirle tal cosa al chico, pero si pudiera fingir que no era nadie importante, sólo alguien que se encontró con el muchacho y lo trajo de forma segura de regreso con su padre, tal vez él estaría suficientemente agradecido como para proporcionarle un caballo y quizás algo de comida, y así ella podría ponerse en camino.
—Ni siquiera a tu padre—presionó.
Crispen asintió solemnemente.
—Sólo contaré que tú me salvaste.
Le apretó el brazo con la mano libre.
—Gracias. Yo no podría pedir un mejor campeón.
Él volvió la cabeza hacia atrás para sonreírle ampliamente, su espalda irguiéndose con orgullo.
—¿Qué están cuchicheando ustedes dos? —exigió Alaric irritado.
Echó un vistazo hacia atrás para ver al guerrero mirándola, con los ojos entrecerrados con recelo.
—Si yo quisiera que lo supiera, habría hablado más fuerte, —dijo con calma.
Se alejó refunfuñando lo que seguramente eran más molestos reniegos sobre las mujeres.
—Usted debe agotar a un sacerdote con la longitud de sus confesiones, —le dijo.
Él levantó una ceja.
—¿Quién le dice que confieso cualquier cosa?
Ella negó con la cabeza. El hombre era arrogante.
Probablemente pensaba que su camino al cielo estaba ya asegurado, y que actuaba de acuerdo a la voluntad de Dios sólo respirando.
—¡Mira, ahí está! —gritó Crispen mientras señalaba con impaciencia hacia adelante.
Ellos encabezaron la colina y miraron el torreón de piedra enclavado en la ladera de la siguiente elevación.
La muralla estaba desmoronada en varios lugares, y había un grupo de hombres trabajando de manera constante, sustituyendo las piedras de la pared. Las que ella podía ver por encima de los muros exteriores de la fortificación estaban ennegrecidas por un viejo fuego.
El lago se extendía a la derecha del torreón, el agua brillando a la luz del
sol.
Uno de sus extremos serpenteaba alrededor del frente de la fortaleza, proporcionando una barrera natural a la entrada principal. El puente a través de ella, sin embargo, se hundía precariamente en el medio.
Un camino estrecho y temporal sobre el agua había sido construido a un lado, y sólo permitía que entrara un caballo a la vez al recinto.
A pesar del evidente estado de deterioro del entorno, la tierra era hermosa. Dispersas a través del valle a la izquierda del mismo, las ovejas pastaban, conducidas por un hombre mayor flanqueado por dos perros. De vez en cuando uno de los perros corría a la parte de atrás del rebaño ovino en el límite imaginario, y entonces volvía a su amo para recibir una palmadita de aprobación en la cabeza.
Se volvió hacia Alaric, que se había detenido a su lado.
—¿Qué pasó aquí?
Pero él no respondió. Un profundo ceño arrugaba su rostro, y sus ojos se volvieron casi negros. Ella agarró las riendas un poco más apretadas y se estremeció bajo la intensidad de su odio. Sí, odio. No podía haber otro término
para lo que vio en sus ojos.
Alaric espoleó a su caballo y el suyo lo siguió automáticamente, abandonando las riendas para agarrar a Crispen y asegurarse de que ninguno de ellos se caía.
Mientras montaban bajando por la colina, los hombres de Alaric la flanqueaban protectoramente por todos los lados. Crispen jugueteaba con tanta fuerza en la silla que tenía que agarrar firmemente sus brazos para evitar que saltara fuera de su piel.
Cuando llegaron al cruce temporal, Alaric se detuvo a esperarla.
—Iré primero. Tú sigues directamente detrás mí.
Asintió su entendimiento. No era como si quisiera ser la primera en llegar al torreón de todos modos. En cierta forma, esto era más aterrador que cuando llegó a la fortaleza de Duncan Cameron porque no conocía qué le
deparaba el destino aquí. Ciertamente había sabido lo que Cameron tenía en
mente para ella.
Cabalgaron sobre el puente y a través de la amplia entrada arqueada al patio. Un gran bramido se escuchó, y le llevó un momento darse cuenta de que era Alaric quien había hecho el sonido. Se volvió para verlo todavía montado en su caballo, con el puño en alto.
Todos los soldados a su alrededor, —y había cientos— alzaron sus espadas al cielo gritando, izando y bajando sus armas en celebración.
Un hombre entró corriendo al patio, con el pelo volando hacia atrás, al tiempo que sus zancadas mordían el suelo debajo de él.
—¡Papá! —exclamó Crispen, y saltó a toda prisa de la silla antes de que pudiera impedírselo.
Cayó al suelo en marcha, y Mairin quedó fascinada por el hombre que asumió era el padre de Crispen. Sintió un nudo en el estómago, y tragó saliva, tratando de no permitirse entrar en pánico de nuevo.
El hombre era enorme, y se parecía mucho a Alaric, y ella no sabía cómo, pero mientras él se volvía con tanta alegría reflejada en su rostro y tomaba a Crispen en sus brazos, pensó que él la asustaba de una manera en que Alaric no lo hacía.
Los hermanos eran muy similares en complexión y estatura. Ambos tenían el cabello oscuro que le caía por debajo de los hombros, y ambos llevaban trenzas.
Al mirar alrededor, sin embargo, se hizo evidente que todos sus hombres llevaban el pelo de la misma manera. Largo, salvaje, dándoles una apariencia
feroz.
—Estoy tan contento de verte, muchacho, —dijo su padre con voz ahogada.
Crispen se aferró al Laird con sus pequeños brazos, haciéndole recordar a Mairin un pequeño erizo aferrado obstinadamente a sus faldas.
Sobre la cabeza del niño, su mirada se encontró con la de ella, y sus ojos se endurecieron inmediatamente. Él observo cada detalle, estaba segura, se retorció incómoda, sintiéndose horrible bajo su escrutinio.
Empezó a bajar de su caballo porque se sentía un poco tonta, cuando todo el mundo a su alrededor ya había desmontado, pero Alaric estaba allí, con las manos extendidas hacia arriba, arrancándola sin esfuerzo del animal y dejándola en el suelo.
—Despacio, muchacha, —advirtió—. Te estás recuperando bien, pero tienes que tener cuidado.
Sonaba casi preocupado, pero cuando ella lo miró, él tenía el mismo gesto que siempre usaba cuando la miraba.
Irritada, le frunció el ceño enseguida. Él parpadeó con sorpresa, luego la empujó hacia donde la esperaba el Laird.
Ewan McCabe parecía mucho más amenazador ahora que Crispen ya no estaba en sus brazos sino en el suelo. Se encontró dando un paso atrás, sólo para colisionar con la montaña que era Alaric.
Ewan miró primero a su hermano, evitándola como si fuera invisible, y eso estaba bien para ella.
—Tienes mi agradecimiento por traer a mi hijo a casa. Tenía toda mi confianza puesta en ti y en Caelen.
Alaric se aclaró la garganta y le dio un codazo a Mairin para que se adelantara.
—Tienes que dar las gracias a la muchacha por el regreso de Crispen. Me limité a proporcionar la escolta.
Los ojos de Ewan se estrecharon mientras la estudiaba aún más. Para su sorpresa, sus ojos no eran los orbes oscuros y feroces que había pensado, sino más bien eran de un extraño verde pálido. Cuando frunció el ceño, sin embargo, su rostro se ensombreció con una nube de tormenta, y ¿cómo podría pensar que sus ojos eran otra cosa que un negro a juego?
Asustada por esta revelación, —y como si estuviera evitando la confrontación inevitable con el Laird, ¿quién podría culparla?—, se dio la vuelta bruscamente y se quedó mirando los ojos de Alaric. Él parpadeó y luego la miró como si pensara que estaba loca, —y estaba segura de que así lo creía.
—Sus ojos son verdes, también, —murmuró.
El ceño de Alaric se convirtió en una expresión de preocupación.
—¿Estás segura de que no sufriste un golpe en la cabeza que no me hayas dicho?
—Tú me mirarás, —rugió Ewan.
Ella saltó y se dio la vuelta, tomando un instintivo paso atrás y chocando, una vez más contra Alaric.
Él masculló un improperio y se paralizó, pero ella estaba demasiado preocupada por Ewan para darse cuenta de que Alaric estaba maldiciendo de nuevo.
Su valor se había agotado, y su determinación para no sentir dolor, y no permitir que su columna se debilitara, inmediatamente murió de manera brutal.
Sus piernas temblaban, sus manos se sacudían, y el dolor alanceaba a través de sus costados, haciéndola jadear suavemente con cada respiración. El sudor perlaba su frente, pero no se permitiría echarse aún más hacia atrás.
El Laird estaba enojado —con ella— y por su vida que no podía discernir por qué.
¿No debería estar agradecido por haber salvado a su hijo? No es que realmente hubiera hecho algo heroico, pero él no lo sabía. Por todo lo que sabía, ella podría haber luchado con diez hombres en nombre de Crispen.
No fue hasta que la miró con asombro que se dio cuenta de que había balbuceado su pensamiento en voz alta. El patio entero se había quedado en silencio y la miraba como si hubiera pronunciado una maldición sobre todos ellos.
—¿Alaric? —murmuró, sin apartar la mirada del Laird.
—¿Sí, muchacha?
—¿Me vas a coger si me desmayo? No creo que una caída al suelo sería buena para mis lesiones.
Para su sorpresa, la agarró por los hombros sosteniéndola con fuerza. Sus manos temblaban un poco, e hizo el más extraño sonido. ¿Estaba riéndose de
ella?
Ewan avanzó, su asombro reemplazado por ese oscuro ceño de nuevo. ¿Nadie en el clan McCabe sonreía nunca?
—No, no lo hacemos, —dijo Alaric, divertido.
Apretó los labios cerrados, determinada a no decir una palabra más, y se preparó para la censura del Laird.
Ewan se detuvo a solo un pie frente a ella, obligándola a estirar el cuello hacia arriba para encontrarse con su mirada. Era difícil ser valiente cuando estaba intercalada entre dos guerreros corpulentos, pero su orgullo no le permitía arrojarse a sus pies y pedir indulgencia.
Incluso si en verdad pensara que era la mejor idea. No, se había enfrentado a Duncan Cameron y sobrevivido. Este guerrero era más grande y más malo, y probablemente podría aplastarla como a un insecto, pero no iba a morir como una cobarde. Ella no iba a morir en absoluto si tenía algo que decir al respecto.
—Tú me dirás quién eres, y por qué estás usando los colores de Duncan Cameron, y cómo infiernos mi hijo llegó a tu poder.
Mairin negó con la cabeza, apoyada contra Alaric, sólo para oírle maldecir de nuevo mientras ella retrocedía sobre sus pies, y luego rápidamente se adelantaba de nuevo, recordando, con retraso, su voto de ser valiente.
Ewan frunció el ceño aún más, si eso era posible.
—¿Me desafías?
Había una nota de incredulidad en su voz que podría haber encontrado divertida si no estuviera inundada de dolor y a punto de vomitar justo encima
del traje del Laird ofendiéndolo aún más.
El estómago le hervía, y rezaba para no vomitar sobre sus botas. No eran nuevas y brillantes como las de Duncan, pero de alguna manera pensaba que lo tomaría como una gran ofensa de todos modos.
—No le desafío, señor, —dijo en un tono de voz que la hizo sentirse orgullosa.
—Entonces dame la información que busco. Y hazlo ahora, —agregó en voz baja y mortal.
—Yo...
Su voz se quebró como el hielo, y se tragó de nuevo las náuseas que se arremolinaban en su garganta.
Fue salvada por Crispen, quien obviamente no podía estarse quieto por más tiempo. Se echó hacia delante, insertándose entre ella y su padre, y envolvió sus brazos alrededor de sus piernas, enterrando la cara en su abdomen herido.
Un gemido escapó de sus labios, e inconscientemente puso sus brazos alrededor del muchacho para alejarlo de sus costillas. Se habría deslizado directamente al suelo si no fuera por Alaric que la tomaba por los hombros para estabilizarla de nuevo.
Crispen se dio la vuelta en su asimiento y miró arriba hacia a su padre, quien parecía estar luchando con la enorme sorpresa e hirviendo de impaciencia.
—¡Déjala en paz! —exclamó Crispen—. Ella está herida, y le prometí que tú la protegerías, papá. Lo prometí. Y un McCabe jamás rompe su palabra. Tú me lo dijiste.
Ewan miró a su hijo con asombro, su boca se abría y cerraba mientras las venas de su cuello se hinchaban.
—El chico tiene razón, Ewan. La muchacha está muy necesitada de una cama. Y un baño caliente no sería negligente.
Sorprendida por el apoyo de Alaric, y más agradecida de lo que podría expresar, echó otro vistazo al Laird sólo para verlo boquiabierto y mirando con incredulidad a su hermano.
—¿Cama? ¿Baño? Mi hijo ha sido devuelto a mí por una mujer que lleva los colores de un hombre que detesto más que nada, ¿y lo único que puedes sugerir es que le brinde un baño y una cama?
El Laird parecía peligrosamente cerca de explotar.
Dio un paso atrás, y esta vez, Alaric la acomodó moviéndola a un lado para que pudiera poner distancia entre ella y Ewan.
—Ella salvó su vida, —dijo Alaric calmadamente.
—Ella recibió una golpiza por mí, —Crispen gritó.
La expresión de Ewan vaciló y se le quedó mirando de nuevo como si estuviera tratando de ver por sí mismo el alcance de sus lesiones. Se veía desgarrado, como si realmente quisiera exigir su cooperación, pero tanto Crispen como Alaric lo miraban expectantes, chasqueó los labios cerrados y dio un paso atrás.
Sus músculos se abultaban en sus brazos y cuello, y tomó varias respiraciones como si estuviera trabajando para mantener la paciencia. Sentía compasión por él, realmente lo hacía. Si se tratara de su niño, ella exigiría, tal como lo había hecho él, cada detalle.
Y si fuera cierto —y Ewan no tenía razón para mentir— que Duncan Cameron era su enemigo mortal, hasta podría entender por qué la miraba con tal desconfianza y odio. Sí, entendía bien su dilema.
Eso no significaba que de repente ella iba a cooperar, sin embargo.
Reuniendo sus nervios, y esperando no sonar jactanciosa, miró al Laird a los ojos.
—Salvé a su hijo, Laird. Yo estaría muy agradecida por la ayuda que me pudiera proporcionar. No voy a pedir mucho. Un caballo y tal vez algo de comida. Estaré en mi camino y no seré más una molestia.
Ewan ya no la miraba. No, él elevó su cara al cielo como si rezara, ya sea por paciencia o liberación. Tal vez ambas cosas.
—Un caballo. Alimentos.
Dijo las palabras, sin dejar de mirar hacia las alturas. Luego, lentamente, bajó la cabeza hasta que esos ojos verdes la quemaron y le robaron el aliento.
—Tú no vas a ninguna parte, muchacha.


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Mensaje por berny_girl Jue 6 Sep - 23:17

CAPÍTULO 4

Ewan miró a la mujer delante de él, era lo único que podía hacer para no agitarla hasta dejarla sin sentido. La chiquilla poseía audacia, tenía que reconocerlo. No sabía que se traía entre manos con su hijo, pero pronto iba a
llegar al fondo de aquel asunto.
Incluso Alaric parecía estar bajo su hechizo, y mientras que podía entenderlo, porque Señor, la muchacha era hermosa, le molestaba que su hermano tratara de defenderla contra él.
Ella levantó su barbilla en desafío y la luz atrapó sus ojos. Azules. No sólo azules, sino un matiz brillante que le recordaba el cielo en primavera, justo antes de que llegara el verano.
Tenía el pelo desaliñado, pero los rizos colgaban todo el camino hasta la cintura, una cintura que podría abarcar con sus manos. Sí, estas encajarían muy bien en la curva entre sus caderas y sus pechos, y si él las deslizara sólo un poco, podría ahuecar la generosa curvatura de su pecho.
Era preciosa. Y era una molestia.
Y además estaba adolorida. No lo había fingido.
Sus ojos se cerraron y él pudo conseguir una mejor visión de las sombras que los rodeaban. Estaba tratando valientemente de ocultar su incomodidad, pero casi irradiaba de ella en perceptibles olas.
Su interrogatorio tendría que esperar.
Él levantó la mano e hizo un gesto hacia una de las mujeres que se reunían en el perímetro.
—Atiende sus necesidades, —ordenó—. Que tome un baño. Ordena que Gertie le prepare un plato de comida. Y por el amor de Dios, dale algo de ropa que no tenga los colores de Cameron.
Dos de las mujeres McCabe se adelantaron y cada una tomó un brazo de la chica que seguía apoyada en Alaric.
—Tengan cuidado, —advirtió Alaric—. Sus heridas todavía son dolorosas.
Las mujeres retiraron sus manos y en su lugar le hicieron un gesto para que las precediera hacia el torreón. Miraba nerviosamente alrededor, y estaba claro que no tenía ganas de entrar. Metió su labio inferior entre los dientes hasta que él estaba seguro de que se sacaría sangre, si no se detenía.
Ewan suspiró.
—No voy a pedir tu muerte, muchacha. Pediste un baño y comida. ¿Estás cuestionando mi hospitalidad ahora?
Ella frunció el ceño, y sus ojos se estrecharon cuando lo miró fijamente.
—Le pedí un caballo y alimentos. No tengo ninguna necesidad de su hospitalidad. Preferiría estar en mi camino tan pronto como sea posible.
—No tengo ningún caballo de sobra, y además, no vas a ninguna parte hasta que haya aclarado todo este asunto. Si no deseas un baño, estoy seguro de que las mujeres estarían encantadas de mostrarte la cocina para que puedas
comer.
Terminó con un encogimiento de hombros, como haciendo una señal de no me importa si te bañas o no. Esa había sido idea de Alaric, ¿pero no todas las mujeres saltaban a la oportunidad de revolcarse en una tina de agua caliente?
Mairin frunció los labios como si fuera a discutir, pero evidentemente decidió que callar era una idea mejor.
—Me gustaría un baño.
Él asintió con la cabeza.
—Entonces te sugiero que sigas a las mujeres arriba, antes de que cambie de opinión.
Se dio la vuelta, murmurando algo entre dientes que él no entendió. Sus ojos se estrecharon. A la muchacha le gustaba llevarle la contraria tratando de hacerlo perder la paciencia.
Miró a su alrededor para ver a su único hijo corriendo detrás de las señoras hacia el torreón.
—Crispen, —gritó.
Crispen se dio la vuelta, la ansiedad por ser apartado de la mujer, grabada en su pequeño rostro.
—Ven aquí, hijo.
Después de vacilar un momento, se lanzó hacia Ewan, y éste lo cogió en sus brazos una vez más.
Su corazón se aceleró frenéticamente, abrumándolo con el alivio de poder sostener a su hijo otra vez.
—Me quitaste diez años de vida, muchacho. No vuelvas a asustar a tu padre de esa manera otra vez.
Crispen se aferró a los hombros de Ewan y enterró la cara en su cuello.
—No lo haré, papá. Te lo prometo.
Ewan se aferró a él mucho más tiempo de lo necesario, el niño se removió hasta que fue puesto en libertad.
No había pensado en ver al chiquillo otra vez, y si Alaric estaba en lo cierto, él tenía que agradecer a la mujer por ello.
Miró por encima de la cabeza de su hijo a Alaric, exigiendo respuestas de su hermano en silencio.
Alaric se encogió de hombros.
—Si estás queriendo respuestas de mí, estás buscando a la persona equivocada. —Hizo un gesto de impaciencia hacia Crispen—. Él y la muchacha se negaron a decirme nada. El descarado mocoso me exigió que trajera a ambos hasta aquí para que tú pudieras protegerla.
Ewan frunció el ceño y miró a Crispen a los ojos.
—¿Es eso cierto, hijo?
Crispen parecía decididamente culpable, pero la determinación brillaba en sus pupilas verdes. Sus labios se torcieron en rebeldía, y se puso tenso, como si esperara a que su padre se lanzara a una diatriba.
—Le di mi palabra, —dijo tercamente—. Tú dijiste que un McCabe nunca rompe su palabra.
Ewan negó con la cabeza con cansancio.
—Estoy empezando a lamentarme por decirte las cosas que un McCabe no hace. Ven, vamos a sentarnos en el salón así podrás contarme esas aventuras tuyas.
Le dirigió una mirada a Alaric, ordenando silenciosamente que se quedara también. Luego se volvió hacia Gannon.
—Lleva a tus hombres y cabalguen hacia el norte para encontrar a Caelen. Dile que Alaric ha vuelto y Crispen está en casa. Vuelvan lo más rápidamente que puedan.
Gannon hizo una reverencia y se alejó rápidamente, gritando órdenes a su paso.
Bajó al muchacho, pero mantuvo un firme control sobre su hombro mientras pasaban al hacinado torreón. Entraron en la sala en medio de un coro de gritos y exclamaciones. Crispen fue profundamente abrazado por cada mujer que pasaba y recibió una palmada en la espalda de los hombres del clan. Finalmente Ewan les hizo señas para que se fueran y se quedaron solos en la
sala.
El Laird se sentó a la mesa y le dio unas palmaditas al espacio junto a él. Crispen saltó sobre el banco mientras que Alaric se sentó a la mesa con ellos.
—Ahora dime lo que pasó —le ordenó Ewan.
El chico se miró las manos, sus hombros caídos.
—Crispen, —comenzó Ewan suavemente—. ¿Qué más te dije que un McCabe siempre hace?
—Decir la verdad, —dijo a regañadientes.
Ewan sonrió.
—En efecto. Ahora comienza tu relato.
El niño suspiró dramáticamente antes de decir:
—Me escabullí para encontrar al tío Alaric. Creí que podría esperarlo en la frontera y darle una sorpresa cuando volviera a casa.
Alaric fulminó a Crispen con la mirada del otro lado de la mesa, pero Ewan levantó la mano.
—Déjalo seguir.
—Debo haber ido demasiado lejos. Uno de los soldados McDonald me atrapó y me dijo que me llevaría de vuelta con su Laird para pedir un rescate por mí.
Se volvió con los ojos suplicantes hacia Ewan.
—Yo no podía dejarle hacer eso, papá. Sería avergonzarte a ti, y nuestro clan no podría pagar un rescate. Así que me escapé y me escondí en la carreta de un comerciante ambulante.
Ewan se tensó con rabia hacia el soldado de McDonald, y su corazón se encogió ante el tono de orgullo en la voz de su hijo.
—Nunca podrías avergonzarme, Crispen, —señaló en voz baja—. Ahora sigue con tu historia. ¿Qué pasó después?
—El comerciante me descubrió después de un día y me expulsó. Yo no sabía dónde estaba. Traté de robar un caballo de los hombres que estaban acampando pero me atraparon. Y ella… ella me salvó.
—¿Quién te salvó? —exigió.
Ella me salvó.
Ewan se tragó su impaciencia.
—¿Quién es ella?
Crispen se removió incómodo.
—No puedo decírtelo. Lo prometí.
Los hermanos intercambiaron miradas frustradas, y Alaric levantó una ceja como si señalara “te lo dije”.
—Está bien, Crispen, ¿qué fue exactamente lo que prometiste?
—Que yo no te diría quién es ella, —Crispen espetó—. Lo siento, papá.
—Ya veo. ¿Qué más le prometiste?
Crispen se quedó perplejo por un momento, y del otro lado de la mesa, Alaric sonrió al captar la dirección a la que Ewan quería llegar.
—Le prometí que no te diría su nombre.
Ewan contuvo su sonrisa.
—Está bien, continúa con tu historia. La mujer te salvó. ¿Cómo lo hizo? ¿Estaba acampando con los hombres a los que trataste de robar el caballo? ¿Eran los que la escoltaban a su destino?
Crispen arrugó su frente mientras luchaba pensando si podría divulgar dicha información sin romper su promesa.
—No voy a preguntarte su nombre otra vez, —dijo Ewan solemnemente.
Pareciendo aliviado, Crispen apretó los labios y luego dijo:
—Los hombres se la habían llevado de la abadía. Ella no quería estar con ellos. Yo los vi llevarla al campamento.
—Por los clavos de Cristo, ¿ella es una monja? —gritó Ewan.
Alaric sacudió la cabeza firmemente.
—Si esa mujer es una monja, entonces yo soy un monje.
—¿Puedes casarte con una monja? —preguntó Crispen.
—¿Por qué diablos haces una pregunta como esa? —le exigió.
—Duncan Cameron quería casarse con ella. Si es una monja, no puede, ¿verdad?
Ewan se enderezó y lanzó una mirada feroz a Alaric. Luego se volvió hacia Crispen, tratando de ocultar su reacción y mantener la calma para no asustar a su hijo.
—¿Los hombres a los que trataste de robar el caballo, eran soldados de Cameron? ¿Fueron los que secuestraron a la mujer de la abadía?
Crispen asintió solemnemente.
—Nos llevaron al laird Cameron. Trató de obligarla... a... casarse con él, pero ella se negó. Cuando lo hizo, le pegó muy fuerte.
Las lágrimas brotaron de sus ojos, e hizo un esfuerzo feroz para detenerlas.
Una vez más, Ewan miró a Alaric para juzgar su reacción a la noticia. ¿Quién podría ser esta mujer que Duncan Cameron quería lo suficiente como para secuestrarla de una abadía? ¿Era una heredera retenida allí hasta su matrimonio?
—¿Qué sucedió después de que él la golpeó? —Ewan le preguntó.
Crispen limpió su cara, dejando un rastro de tierra sobre su mejilla.
—Cuando volvió a la habitación, ella apenas podía sostenerse. Tuve que ayudarla a subir a la cama. Más tarde, una mujer nos despertó y dijo que el Laird dormía una borrachera y que pensaba amenazarla con hacerme daño si ella no hacía lo que él quería. Nos dijo que teníamos que escapar antes de que él se despertara. La dama tenía miedo, pero prometió que me protegería. Y entonces, yo le prometí que iba a traernos aquí para que tú pudieras protegerla. No dejarás que Duncan Cameron se case con ella, ¿verdad, papá? ¿No vas a permitir que la lastime de nuevo?
Miró ansiosamente hacia su padre, con los ojos muy serios y graves.
Parecía mucho mayor que sus ocho años en ese momento, como si hubiera tomado una gran responsabilidad, una mayor a la que su edad justificaba, y que además estaba decidido a llevarla a cabo.
—No, hijo. No permitiré que Duncan Cameron lastime a la muchacha.
El alivio inundó a Crispen, y su expresión de repente se veía muy cansada. Se balanceó en su silla y se inclinó sobre el brazo de Ewan.
Durante un largo momento, se quedó mirando la cabeza de su hijo, resistiendo el impulso de correr sus dedos por los mechones rebeldes. No pudo evitar sentir una oleada de orgullo por la manera en que había luchado por la mujer que lo había salvado. De acuerdo con Alaric, Crispen había intimidado a Alaric y a sus hombres todo el camino de regreso al torreón McCabe. Y ahora estaba coaccionando a Ewan para mantener la promesa que había hecho en nombre de su clan.
—Está dormido, —murmuró Alaric.
Cuidadosamente pasó la mano por la cabeza de su retoño y lo sostuvo firmemente contra su costado.
—¿Quién es esta mujer, Alaric? ¿Qué significa para Cameron?
Alaric hizo un sonido de frustración.
—Desearía poder decírtelo. La muchacha no me dijo una palabra en todo el tiempo que estuvo conmigo. Ella y Crispen fueron tan herméticos como dos monjes con votos de silencio. Todo lo que sé, es que cuando la encontré, estaba severamente golpeada. Nunca he visto a una muchacha tan maltratada como ella. Se me revolvió el estómago, Ewan. No hay excusa para que un hombre pueda tratar alguna vez a una mujer como él lo hizo. Y, sin embargo, tan gravemente herida como estaba, se enfrentó a mí y a mis hombres cuando pensó que éramos una amenaza para Crispen.
—¿No dijo nada durante todo el tiempo que estuvo contigo? ¿No dejó escapar nada? Piensa, Alaric. Tuvo que haber dicho algo. Simplemente no está en la naturaleza de una mujer permanecer en silencio durante largos períodos de tiempo.
Alaric gruñó.
—Alguien debería decírselo a ella. Te lo repito, Ewan, no dijo nada. Me contempló como si yo fuera una especie de sapo. Peor aún, ella y Crispen actuaban como si yo fuera el enemigo. Los dos susurraban como conspiradores y me fulminó con la mirada cuando me atreví a intervenir.
Ewan frunció el ceño y tamborileó con los dedos en la madera sólida de la mesa.
—¿Qué podría Cameron querer con ella? ¿Además, que estaba haciendo una muchacha de las highlands en una abadía de las tierras bajas? Los highlanders protegen a sus hijas tan celosamente como el oro. No puedo comprender que enviaran a una heredera, a una abadía a un día de distancia.
—A menos que la muchacha estuviera siendo castigada —Alaric señaló—. Tal vez fue atrapada en una indiscreción. Más de una ha sido cortejada entre las sábanas fuera de la santidad del matrimonio.
—O tal vez era una arpía difícil y que exasperaba a su padre, —murmuró Ewan, cuando recordó lo difícil y recalcitrante que había estado hace unos momentos. Podía imaginar ese contexto. Pero, aun así, tendría que haber cometido un pecado atroz para que un padre la enviara lejos.
Alaric se rió entre dientes.
—Ella es bastante fogosa. —Luego se puso serio—. Pero protegió a Crispen muy bien. Interpuso su cuerpo entre él y los demás más de una vez, sufriendo mucho por ello.
Ewan reflexionó sobre esa verdad durante un largo rato. Luego miró a Alaric de nuevo.
—¿Viste esas heridas?
Alaric asintió.
—Lo hice. El hijo de puta la pateó. Había huellas de una bota en su espalda.
Ewan maldijo, el sonido haciendo eco en el pasillo.
—Me gustaría saber cuál es su conexión con Cameron. ¿Y por qué la quiere lo suficiente como para secuestrarla de una abadía y golpearla hasta dejarla sin sentido cuando se negó casarse con él? ¿Por qué además pensó en utilizar a mi hijo para influenciarla?
—Habría funcionado, muy bien, —dijo Alaric en con voz sombría—. La muchacha es muy protectora con Crispen. Si Cameron lo hubiera amenazado, ella habría consentido. Estoy seguro de eso.
—Esto representa un problema para mí, —comentó Ewan en voz baja—. Cameron la quiere. Mi hijo quiere que la proteja. La chica sólo quiere irse. Y luego está el misterio de quién es.
—Si Cameron descubre su paradero, vendrá a por ella, —advirtió Alaric.
Ewan asintió.
—Entonces que lo haga.
Las miradas de los hermanos se encontraron y se sostuvieron. Alaric asintió en aceptación a la declaración silenciosa de su hermano.
Si Cameron quería una pelea, los McCabe estarían más que dispuestos a darle una.
—¿Qué pasa con la muchacha? —preguntó finalmente.
—Voy a tomar esa decisión una vez que haya escuchado toda la historia de sus labios, —dijo.
Estaba seguro de que podría ser un hombre razonable, y una vez que ella
viera lo sensato que era, cooperaría totalmente.


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Mensaje por yiniva Vie 7 Sep - 13:27

cuantos años tendrá Crispen, me parece un chico muy inteligente, responsable y educado, Mairin aun esta un poco recelosa, pero es obvio no los conoce, ya quiero saber como reaccionara Cameron cuando se entere de que escaparon. 
gracias por los capìtulos


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Mensaje por yiany Vie 7 Sep - 14:53

Capi 1: vaya inicio interesante, si Mairin llevaba escondiéndose por 10 años, como dieron con ella? y la que se va a armar cuando Ewan descubra que tienen a su hijo. Inicio interesante.

Cap 2: Duncan definitivamente es un =&=$&#& Lectura Septiembre 2018 3946091865  casi la mata a golpes, por suerte recibieron ayuda y lograron escapar, ahora solo queda ver la reacción de Ewan cuando la vea llegar con los colores de Cameron.

Cap 3: Ewan definitivamente lo tomo mejor de lo que creía, es obvio que recele, primero porque viste los colores de su enemigo y segundo, por su renuencia a hablar. Me hizo dar mucha risa Mailin sin callarse sus pensamientos.

Cap 4: me encanta Crispen, pese a su edad y a desconocer los motivos de Mairin está determinado a mantener su palabra dejando su identidad en secreto y ofreciéndole protección, para honrar su palabra. #loveCrispen


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Mensaje por Maga Sáb 8 Sep - 0:24

Chicas aquí les dejó la firma de la lectura.

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Mensaje por berny_girl Sáb 8 Sep - 0:46

CAPÍTULO 5


Mairin despertó con la certeza de que no estaba sola en la pequeña recámara que le habían dado para dormir, su nuca se erizó y cuidadosamente abrió un ojo para ver a Ewan McCabe de pie en el dintel de la puerta.
La luz del sol se asomaba por la ventana, abriendo una brecha en las pieles. La iluminación de alguna manera lo hizo más siniestro que si estuviera envuelto en tinieblas. En la claridad, se podía apreciar lo grande que era.
Creaba un amenazante retrato, enmarcado por el umbral por el que apenas
podía pasar.
—Perdón por la intrusión, —dijo Ewan con voz ronca—. Estaba tratando de localizar a mi hijo.
Fue entonces, mientras seguía con la mirada al bulto junto a ella, que se dio cuenta de que Crispen se había metido en su cama durante la noche. Estaba acurrucado firmemente a su lado, las mantas apretadas alrededor de su cuello.
—Lo siento. No me di cuenta... —comenzó.
—Ya que yo mismo lo metí en mi cama al anochecer, estoy seguro de que no te diste cuenta, —dijo secamente—. Es evidente que él hizo el movimiento durante la noche.
Ella comenzó a moverse, pero Ewan levantó una mano.
—No, no lo despiertes. Estoy seguro de que ambos necesitan su descanso. Haré que Gertie mantenga caliente la comida de la mañana para ti.
—G-Gracias.
Se lo quedó mirando fijamente, insegura de qué hacer con su bondad repentina. Ayer él había sido tan feroz, su ceño habría bastado como para hacer saltar a un hombre fuera de sus botas.
Después de una breve inclinación de cabeza, se retiró de la habitación y cerró la puerta detrás de él.
Ella frunció el ceño. No confiaba en tal cambio de actitud. Entonces bajó la mirada hacia el niño durmiendo a su lado, y su gesto se atenuó. Suavemente, le tocó el pelo, maravillándose de la forma en que los suaves rizos enmarcaban su rostro. Con el tiempo, serían tan largos como los de su padre.
Quizá el Laird se había calmado tras el retorno seguro de su hijo. Tal vez además se sintiese agradecido y se arrepentía de su aspereza.
La esperanza creció en su pecho. Él podría estar más dispuesto a darle una montura y suministros. No tenía ni idea de adónde huir, pero dado que Duncan Cameron parecía ser enemigo jurado de Ewan McCabe, no sería una buena idea quedarse allí.
La tristeza sacudió su corazón y apretó a Crispen más cerca de ella. La abadía que había sido su casa durante tanto tiempo, y la presencia reconfortante de las hermanas, ya no eran una opción. Estaba sin hogar y sin refugio seguro.
Cerrando los ojos, susurró una ferviente oración por la misericordia y protección de Dios. Sin duda, Él proveería para ella en su hora de necesidad.

Cuando volvió a despertar, Crispen se había ido de su lecho. Se estiró y flexionó los dedos de sus pies e inmediatamente después hizo una mueca cuando el dolor serpenteó a través de su cuerpo. Incluso un baño caliente y una cama cómoda, no la habían librado totalmente de su fatiga. Sin embargo, ya se podía mover considerablemente mejor que el día anterior, y estaba sin duda lo suficientemente bien como para sentarse a caballo por su cuenta.
Arrojando las pieles, apoyó los pies en el suelo de piedra y se estremeció ante el frío. Se levantó y se acercó a la ventana para echar hacia atrás la cortina permitiendo que la luz del sol entrara.
Los rayos se deslizaron sobre ella como ámbar líquido. Cerró sus ojos y volvió la cara hacia el sol, con impaciencia por absorber el calor.
Era un día hermoso, como sólo un día de primavera en las tierras altas podría ser. Miró por encima las laderas, cubiertas de luz sintiendo la alegría de ver su hogar por primera vez en muchos largos años.
En verdad, había habido días en los que había perdido la esperanza de volver a ver el cielo otra vez. Neamh Álainn. Cielo hermoso. Un día ella contemplaría su legado –el legado de su hijo. La única parte de su padre que alguna vez podría tener.
Cerró los dedos en puños apretados.
—No fallaré, —susurró.
Como no quería perder más tiempo en las habitaciones, se puso el sencillo vestido que las criadas habían dejado para ella. El escote bordado con una femenina cadena de flores, y en el medio, en verde y oro, estaba lo que supuso que era el escudo de armas de los McCabe. Contenta de estar usando algo que no fueran los colores de Duncan Cameron, corrió hacia la puerta.
Cuando se acercaba al final de la escalera, vaciló, sintiéndose de repente insegura de sí misma. Se salvó de hacer una torpe entrada al salón cuando una de las mujeres McCabe la vio. La mujer sonrió y corrió a saludarla.
—Buenas tardes. ¿Se siente mejor hoy?
Mairin hizo una mueca.
—¿Es de tarde ya? Yo no pensaba dormir todo el día.
—Usted necesitaba descansar. Ayer se veía como si se fuera a caer. Por cierto, mi nombre es Christina. ¿Por cuál nombre debería llamarla?.
Mairin se ruborizó, sintiéndose de pronto un poco tonta. Se preguntó si debería inventarse un nombre, pero odiaba la idea de mentir.
—No puedo decirle, —murmuró.
Las cejas de Christina se alzaron, pero para su crédito ella no mostró ninguna otra reacción. Entonces la cogió del brazo metiéndolo debajo del suyo.
—Pues bien, señora, vamos a llevarla hasta la cocina antes de que Gertie alimente con su comida a los perros de caza.
Sintiéndose aliviada de que Christina no la hubiera presionado, permitió a la chica arrastrarla hasta la cocina, donde una mujer mayor estaba atendiendo
el fuego en el pozo. Mairin esperaba una matrona, por qué, no estaba segura.
¿No debería la mujer encargada de la cocina ser maternal?
Gertie era esquelética, y su cabello gris estaba recogido en un apretado nudo en la nuca. Mechones de pelo se escapaban por todos lados mientras volaban sobre su rostro, dándole un aspecto de ferocidad.
Ella cubrió a Mairin con una mirada penetrante que desprendió varias capas de su piel.
—Ya era hora de que se levantara y viniera, muchacha. Nadie se queda en cama aquí por mucho tiempo a menos que se esté muriendo. Supongo que no te estás muriendo ya que estás de pie delante de mí luciendo sana y vigorosa. No hagas un hábito de esto, o yo no guardaré la comida de la mañana para ti de nuevo.
Desconcertada, el primer instinto de Mairin fue reír, pero no estaba segura si la otra mujer lo tomaría como una ofensa. En cambio, cruzó sus manos solemnemente delante de ella y prometió no volver a hacerlo de nuevo. Un voto que se sentía cómoda haciendo, ya que no tenía intención de pasar otra noche
en el torreón McCabe.
—Tome asiento entonces. Hay un taburete en la esquina. Puede tomar su comida allí. No tiene sentido desordenar la mesa del hall de nuevo para una sola persona.
Humildemente obedeció y rápidamente se puso a la labor de trinchar sus alimentos. Gertie y Christina observaban mientras comía, y ella las oía cuchichear cuando pensaban que no las estaba mirando.
—¿No te dijo su nombre? —Gertie exclamó en voz alta.
Se dio la vuelta en dirección a Mairin y lanzó un hummph.
—Cuando la gente no quiere dar su nombre, es porque tienen algo que ocultar. ¿Qué esconde, muchacha? No piense que nuestro Laird no lo averiguará. Él es demasiado observador como para permitir esas tonterías de una chiquilla como usted.
—Entonces discutiré el asunto con su Laird y sólo con su Laird, —dijo con firmeza.
Esperaba que al inyectar suficiente fuerza en su voz la otra mujer daría marcha atrás. Gertie sólo rodó los ojos y reanudó la atención al fuego.
—¿Puedes llevarme con él? —preguntó a Christina mientras se levantaba del taburete—. Realmente necesito hablar con él de inmediato.
—Por supuesto, señora, —dijo Christina con su dulce voz—. Ya tenía instrucciones de llevarla, en el momento en que terminara de comer.
La comida que Mairin acababa de consumir se arremolinaba en sus entrañas como cerveza agria.
—¿Está nerviosa? —le preguntó la muchacha, mientras descendían los escalones del torreón—. Usted no tiene razón para estarlo. El Laird parece brusco, y puede ser severo cuando lo atacan, pero él es justo y muy equilibrado con nuestro clan.
La parte que omitió fue que Mairin no era parte del clan McCabe, así que cualquier política sobre ser justo e imparcial no era aplicable. Pero había salvado a Crispen, y era obvio que el Laird amaba a su hijo. Se aferró a ese pensamiento mientras doblaban la esquina hacia el patio.
Sus ojos se ensancharon al llegar al lugar donde los hombres entrenaban. El choque de espadas y escudos casi la ensordecían, el sol de la tarde golpeando el metal le hizo entrecerrarlos y hacer una mueca de dolor. Parpadeó y enfocó su mirada, lejos de los reflejos que bailaban en el ambiente. En cambio, cuando se dio cuenta de lo que estaba viendo, se quedó sin aliento.
Su mano revoloteó sobre su pecho, y su visión se hizo un poco borrosa. No fue hasta que sus torturados pulmones pidieron clemencia que se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Aspiró una bocanada de aire, pero eso no la ayudó a disminuir su mareo.
El Laird se entrenaba con otro soldado sólo con sus botas y calzones. Su pecho desnudo resplandecía con el brillo del sudor, y un hilo de sangre se deslizaba por su costado. Oh cielo misericordioso. Ella lo miraba fascinada, incapaz de obligarse a apartar la vista, no importaba que sin duda era un pecado comérselo con los ojos de esa manera.
Él tenía los hombros anchos. Su enorme pecho lucía varias cicatrices. Un hombre no llegaba a esa edad sin haber obtenido marcas de sus batallas. Insignias de honor de los highlanders.
Un hombre sin ellas sería considerado débil y sin valor. Su cabello se aferraba húmedamente a su espalda y sus trenzas giraban en torno suyo, mientras oscilaba en la tierra para esquivar otra estocada de su oponente.
Sus músculos tensos y abultados mientras balanceaban la pesada espada sobre su cabeza y luego daba un golpe descendente. En el último momento, su oponente levantó su escudo, pero aun así se vio vencido por el golpe.
El hombre más joven cayó despatarrado, su propia espada traqueteó al caer al suelo. Aunque tuvo la presencia de ánimo para cubrirse con el escudo mientras yacía allí, jadeando suavemente.
El Laird frunció el ceño, pero extendió su mano hacia el soldado más joven.
—Resististe más tiempo esta vez Heath, pero aun permites que las emociones gobiernen tus acciones. Hasta que aprendas a controlar ese temperamento tuyo, serás un blanco fácil en la batalla.
El soldado frunció el ceño y no pareció apreciar la crítica de su Laird. Hizo caso omiso de la mano extendida de Ewan y se puso de pie, con la cara roja de ira.
Fue entonces cuando él levantó la vista y la vio allí de pie con Christina. Sus ojos se estrecharon y ella se sintió atrapada por la fuerza de su mirada. Hizo un ademán hacia su túnica, y Alaric se la arrojó a sus manos.
Después de apresurarse a jalarla sobre su pecho desnudo, le indicó a Mairin a que se acercara.
Sintiéndose extrañamente decepcionada de que se hubiera puesto la vestidura de nuevo, se acercó más, prácticamente arrastrando sus talones en el suelo. Era una tontería. Ella era una mujer adulta, pero frente a este hombre, se sentía como un niño descarriado a punto de ser reprendido. Conciencia culpable. Una buena confesión aclararía eso.
—Ven a caminar conmigo, muchacha. Tenemos mucho que discutir.
Tragó saliva y echó un vistazo a Christina, quien hizo una reverencia en la dirección de su Laird antes de girarse e irse en la misma dirección por la que habían llegado.
Sus dientes brillaron en una sonrisa.
—Ven, —él dijo de nuevo—. No muerdo.
El destello de humor la cogió desprevenida y sonrió ampliamente, totalmente inconsciente del efecto que causó en los hombres que la vieron.
—Muy bien, señor. Puesto que me ha ofrecido tal tranquilidad, me arriesgaré y lo acompañaré.
Caminaron desde el patio y tomaron un camino que conducía a la colina con vista al lago. En la parte superior, el Laird se detuvo y contempló el agua.
—Mi hijo dice que tengo mucho que agradecerte.
Entrelazó las manos delante de ella, recogiendo un trozo de la tela de su vestido con sus dedos.
—Él es un buen chico. Me ayudó tanto como yo le ayudé a él.
El Laird asintió.
—Eso me dijo. Él te trajo a mí.
A Mairin no le gustó la forma en que dijo esto último. Había demasiada posesión en su voz.
—Laird, debo marcharme hoy. Si usted no puede prescindir de un caballo, lo entiendo. Me marcharé a pie, aunque yo apreciaría una escolta hasta su frontera.
Se volvió hacia ella con una ceja levantada.
—¿A pie? No llegarías lejos, muchacha. Serías arrojada sobre la silla de alguien y raptada al momento en que salgas de mi tierra.
Ella frunció el ceño.
—No si tengo cuidado.
—¿Tan cuidadosa como cuando fuiste secuestrada por los hombres de Duncan Cameron?
El calor subió a sus mejillas.
—Eso fue diferente. Yo no esperaba...
Una débil diversión brilló en sus ojos.
—¿Espera alguien, alguna vez ser secuestrado?
—Sí, —susurró.
—Dime algo, muchacha. Pareces ser alguien que cree firmemente en una promesa. Apostaría a que esperas que las personas permanezcan fieles a su palabra.
—Oh, sí, —dijo con fervor.
—Y tú exigiste una promesa de mi hijo, ¿no es así?
Ella miró hacia abajo.
—Sí, lo hice.
—¿Y esperas que él mantenga esa promesa, no?
Se retorció incómoda, pero asintió con la cabeza aun cuando la culpabilidad la llenaba.
—Como resultado, Crispen también exigió un promesa de mí.
—¿Qué promesa? —preguntó.
—La de protegerte.
—Oh.
No sabía qué decir ante eso. De alguna manera acababa de caer en su propia trampa. Lo sabía.
—Yo diría que es difícil proteger a una chica, si esta sale corriendo por todas las Highlands a pie, ¿no te parece?
Frunció el ceño, descontenta con la dirección que la conversación tomaba.
—Le libero de su promesa, —declaró.
Él negó con la cabeza, una sonrisa elevándose en las comisuras de su boca. Sorprendida, lo miró, paralizada por el cambio que aquel gesto producía en sus rasgos. ¡Caramba!, él era completamente hermoso. Realmente magnífico. Y parecía más joven, no tan endurecido, aunque había visto las cicatrices, entonces sabía que él era todo menos suave. No, él era un guerrero. Era imposible saber cuántos hombres habría matado en batalla. Porque, probablemente él podría romper el cuello de alguien con sus dedos. Seguramente el suyo.
El pensamiento la hizo cubrir su garganta.
—Sólo Crispen me puede liberar de esa promesa, muchacha. Como estoy seguro de que te lo dijo, un McCabe siempre cumple su palabra.
Con tristeza, recordó al muchacho diciendo exactamente eso. También recordó la promesa que le hizo de que su padre la protegería. Había estado demasiado empeñada en auto-protegerse para realmente dar importancia a lo que eso significaba.
—¿Está diciendo que no puedo marcharme? —susurró.
Él pareció considerar la pregunta durante un momento, su mirada nunca se apartó de ella. Se le quedó observando hasta que se retorció bajo su escrutinio.
—Si supiera que tienes algún lugar seguro a donde ir, entonces por supuesto que te permitiría marchar. ¿Con tu familia quizás?
No iba a mentir y decir que tenía familia, así que no dijo nada en absoluto.
El Laird suspiró.
—Dime tu nombre, muchacha. Dime por qué Duncan Cameron estaba tan decidido a que te casaras con él. He prometido a Crispen que yo te protegería, y lo haré, pero no puedo hacerlo a menos que tenga todos los hechos.
¡Dios mío!, él iba a volverse de nuevo todo brusco cuando se negara a obedecer sus órdenes. Había estado a punto de estrangularla el día anterior. Una noche de sueño probablemente no había atenuado ese deseo, no importa cuán paciente parecía estar en el momento.
En lugar de desafiarlo abiertamente como había hecho ayer, se quedó muda, con las manos todavía cruzadas delante de ella.
—Comprende, que voy a averiguarlo muy pronto. Pero sería mejor para ti, si simplemente me dijeras lo que quiero saber ahora. No me gusta esperar. No soy un hombre paciente. Particularmente cuando aquellos quienes están bajo mi mando me desafían.
—No estoy bajo sus órdenes, —dijo abruptamente antes de que pudiera pensarlo mejor.
—En el momento en que entraste en mis tierras, has estado bajo mi mando. La promesa de mi hijo te puso firmemente bajo mi cuidado y protección. La ofrenda que le hice al chico solidificó esto. Tú me obedecerás.
Ella levantó la barbilla, mirando directamente a aquellos penetrantes ojos
verdes.
—Yo sobreviví a manos Duncan Cameron. Sobreviviré a las suyas. No puede obligarme a decirle nada. Pégueme si quiere, pero yo no le diré lo que quiere saber.
La indignación chispeó en sus ojos, y se quedó boquiabierto.
—¿Crees que te golpearía? ¿Piensas que soy igual que Cameron?
La furia en su voz la hizo dar unos pasos atrás. Le había tocado una fibra sensible, y la ira rodó fuera de los hombros del Laird en atronadoras ondas. Él
casi gruñó sus preguntas.
—Yo no tenía la intención de insultarlo. No sé qué clase de hombre es. Sólo le he conocido por un corto tiempo, y debe admitir, que nuestro encuentro ha sido todo menos amistoso.
El Laird se dio la vuelta, se pasó la mano por el pelo. Ella no sabía si tenía la intención de tirar de él con frustración o evitar envolver esos dedos alrededor de su cuello.
Cuando se giró de nuevo, sus ojos brillaban con un propósito, y avanzó enfrentándola, cerrando la distancia entre ellos. Ella dio otro rápido paso atrás, pero él estaba allí, cerniéndose sobre ella, erizado de indignación.
—Nunca, nunca he tratado a un hombre o a una mujer en la forma en que Cameron te ha tratado. Los perros son tratados con mayor respeto que eso. Jamás cometas el error de compararme con él.
—S-Sí, Laird.
Levantó la mano, y fue todo lo que ella pudo hacer para no estremecerse. Cómo estuvo de pie tan estoicamente, no lo sabía, pero le pareció importante no mostrar temor de que él la golpearía. En su lugar, tocó un mechón de su cabello mientras susurraba en su mejilla.
—Aquí nadie te hará daño. Tú confiarás en mí.
—¡No puede obligarme a confiar en usted!
—Sí, puedo, y estoy dispuesto a darte hasta mañana para decidir que puedes confiar en mí lo suficiente como para decirme lo que quiero saber. Yo soy tu Laird, y me obedecerás como todo el mundo aquí me obedece. ¿Entendido?
—Eso... eso es ridículo, —farfulló, olvidando su temor de no enojarlo—. Esa es la cosa más absurda que he oído.
Se volvió de espaldas a él, diciéndole sin palabras lo que pensaba de su dictado. Mientras se alejaba, se perdió la sonrisa divertida que se instaló en el
rostro de Ewan.


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Mensaje por berny_girl Sáb 8 Sep - 0:47

CAPÍTULO 6

Mairin pasó la tarde estudiando las defensas del torreón en busca de una posible ruta de escape. El Laird no le había dado ninguna otra opción en el asunto. Mientras mantenía los ojos bien abiertos a lo que sucedía a su alrededor, también examinaba la cuestión de exactamente adonde viajaría.
Duncan registraría las otras abadías. Era una opción demasiado obvia para tomarla. La gente de su madre provenía de las islas de la zona occidental, pero su madre se había disociado de su clan, incluso antes de haberse convertido en la amante del rey.
Y la verdad, no podía contar con ellos sin dar a conocer su propiedad sobre Neamh Álainn. Se vería casada con el primer hombre que tuviera conocimiento de su herencia. Necesitaba tiempo. Tiempo para considerar el mejor curso a seguir. La madre Serenity había estado trabajando con ella para formar una lista de posibles candidatos para el matrimonio. Mairin no había querido un guerrero, pero había reconocido la necesidad de contar con uno como su marido. Desde el momento en que reclamara su herencia, su esposo tendría que pasar el resto de su vida defendiéndola de hombres codiciosos y hambrientos de poder.
¿No era esa la manera de ser del mundo, sin embargo? Sólo los fuertes sobrevivían y los débiles perecían.
Arrugó el ceño. No, eso no era cierto. Dios protegía a los débiles. Quizás por eso existían los guerreros, así podrían defender a las mujeres y los niños. Lo que significaba que Duncan Cameron sólo podía ser el diablo.
Con un suspiro, plantó las manos en la tierra calentada por el sol, con la intención de empujarse a sí misma a ponerse de pie para poder volver a su habitación con el fin de trazar mejor su fuga. Antes de que se levantara totalmente, vio a Crispen corriendo por la colina, agitando la mano hacia ella.
Se dejó caer de nuevo al suelo y esperó a que él llegara. Su rostro abierto en una amplia sonrisa, entonces se dejó caer en la tierra a su lado.
—¿Cómo te sientes hoy? —él le preguntó cortésmente.
—Me siento mucho mejor. He estado moviéndome para olvidar el dolor.
Se acurrucó a su lado.
—Me alegro. ¿Hablaste con papá?
Mairin suspiró.
—Lo hice.
Crispen le sonrió.
—Te dije que él cuidaría de todo.
—En efecto, lo hiciste, —murmuró.
—¿Entonces te quedarás?
La expresión esperanzada en su rostro hizo a su corazón derretirse. Envolvió su brazo alrededor de él y lo apretó firmemente.
—No puedo quedarme, Crispen. Tienes que entenderlo. Hay hombres además de Duncan Cameron quienes me secuestrarían si supieran quién soy yo.
La cara de Crispen se arrugó hasta que su nariz se crispó.
—¿Por qué?
—Es complicado, —farfulló—. Desearía que fuera diferente, pero la madre Serenity siempre me dijo que tenemos que hacer lo mejor con lo que tenemos.
—¿Cuándo vas a marcharte y adónde te irás? ¿Te veré otra vez?
Aquí tendría que andarse con cuidado. No podía tener a Crispen corriendo hacia su padre con las noticias de su partida. Ahora que había tomado la decisión de marcharse sola, no quería que el Laird interfiriera con su demanda de confiar en él. Casi resopló ante esa idea. Él podría ser capaz de ordenar que su clan confiara en su Laird, y estaba segura de que lo hacían, pero una mujer en su posición no podía permitirse el lujo de confiar en nadie.
—No lo sé aún. Las partidas necesitan planificación.
Él levantó la barbilla de modo que pudiera mirarla a los ojos.
—¿Vas a decírmelo antes de marcharte para que así pueda decirte adiós?
Le dolía el corazón ante la idea de alejarse y dejar al muchacho del que tanto se había encariñado en los últimos días.
Pero no iba a mentir y decirle que lo haría cuando sabía perfectamente que no iba a anunciar su partida a nadie.
—No puedo prometértelo, Crispen. Quizás deberíamos decir nuestros adioses ahora para que estemos seguros de expresar todo lo que queramos decir.
Él se levantó y arrojó sus brazos alrededor de ella, casi golpeando su espalda contra el suelo.
—Te quiero, —dijo ferozmente—. No quiero que te vayas.
Lo abrazó contra ella y presionó un beso en la parte superior de su cabeza.
—Te quiero, también, cariño. Siempre te mantendré cerca de mi corazón.
—¿Lo prometes?
Ella sonrió.
—Eso te lo puedo prometer, y lo hago.
—¿Vas a sentarte a mi lado en la cena esta noche?
Ya que no planeaba marcharse hasta que todos estuvieran en sus camas, su solicitud era bastante razonable. Así que asintió con la cabeza, y él sonrió a
su vez.
Un grito proveniente del patio, se escuchó hasta la colina donde estaban Mairin y Crispen. Se dio la vuelta en dirección del sonido para ver una procesión de soldados a caballo desfilando por el puente y en el torreón.
Crispen se soltó de su asimiento y corrió varios metros antes de detenerse.
—¡Oh, es tío Caelen! ¡Está de vuelta!
—Entonces, por supuesto, debes ir a saludarlo, —le dijo con una sonrisa.
Él corrió hacia ella y la tomó de la mano, tratando de levantarla.
—Ven tú también.
Negó con la cabeza y apartó su mano.
—Me quedaré aquí. Adelante. Estaré allí pronto.
Lo último que necesitaba era conocer a otro hermano McCabe. Se estremeció. Él probablemente era igual de exasperante que Ewan y Alaric.
Lectura Septiembre 2018 Captur10
Ewan llegó para saludar a Caelen al tiempo en que éste se deslizaba de su caballo y se dirigía en su dirección.
—¿Es verdad? ¿Ha sido devuelto Crispen? —demandó.
—Sí, es cierto. Alaric lo trajo a casa ayer.
—Bien, ¿dónde está el mocoso?
Ewan sonrió cuando Crispen atravesó el patio gritando:
—¡Tío Caelen! —con toda la fuerza de sus pulmones.
Éste palideció y se tambaleó, antes de enderezarse y capturar la masa serpenteante del muchacho que se abalanzaba a sus brazos.
—Alabado sea Dios, —susurró Caelen—. Estás vivo.
Crispen lanzó sus brazos alrededor del cuello de Caelen y se colgó de él como si le fuera la vida en ello.
—Lo siento, tío Caelen. No fue mi intención asustarte a ti, ni a papá. Pero no te preocupes, Mairin tomó buen cuidado de mí.
Las cejas de Ewan se elevaron. Junto a él, Alaric también tomó nota del desliz de Crispen.
Caelen frunció el ceño sobre la cabeza del chico hacia Ewan.
—¿Quién diablos es Mairin?
Crispen se puso rígido en los brazos de Caelen, y entonces luchó hasta que su tío finalmente lo bajó. Se volvió hacia Ewan con los ojos afectados, su mirada atormentada.
—Oh no, papá, rompí mi promesa. ¡Yo la rompí!
Ewan cogió a su hijo y le apretó el hombro para tranquilizarlo.
—No fue tu intención, hijo. Si eso te hace sentir mejor, les pediré a Alaric y a Caelen que lo olviden inmediatamente.
—¿Y tú, papá? —preguntó ansiosamente Crispen—. ¿Lo olvidarás también?
Ewan reprimió una risita y luego echó un vistazo a sus hermanos.
—Los tres haremos el esfuerzo de olvidarlo.
—¿Va alguien a decirme qué infiernos está pasando aquí? —exigió Caelen—. ¿Y si esto tiene algo que ver con la extraña mujer sentada en la colina?
Ewan siguió la mirada de su hermano hasta donde Mairin estaba sentada en la colina que daba vista al torreón. Se podía confiar en Caelen para divisar inmediatamente cualquier extraño en la fortaleza. Él era extremadamente cauteloso sobre quién tenía acceso a ella.
Una lección que aprendió por el camino difícil.
—Ella no se quedará, —dijo Crispen con tristeza.
Ewan se volvió bruscamente hacia su hijo.
—¿Por qué dices eso?
—Me dijo que no podría.
—¿Ewan? ¿Voy a tener que arrancar la información de ti? —le preguntó Caelen.
Ewan alzó la mano para silenciarlo.
—¿Dijo algo más, Crispen?
El muchacho encrespó el ceño y abrió la boca, pero luego la cerró de nuevo rápidamente, sus labios formando una línea apretada, rebelde—. Yo ya
rompí mi promesa, —murmuró—. No debería decir nada más.
Ewan suspiró y negó con la cabeza. Todo este gran lío era suficiente para provocarle un gigantesco dolor en sus sienes. Dios lo salvara de mujeres obstinadas y reservadas. Peor aún, ella se había ganado completamente el corazón de su hijo, y aun así no quería quedarse en el torreón.
Frunció el gesto ante ese pensamiento. No era que él quisiera que se quedara. No quería que Crispen sufriera, pero tampoco quería la molestia de una mujer difícil o los problemas que había traído con ella.
—¿Por qué mejor no te vas para que pueda darle correctamente la bienvenida a casa a tu tío? Tengo mucho que discutir con Caelen y Alaric.
En lugar de parecer ofendido, los ojos de Crispen brillaron tenuemente con alivio. Se dio la vuelta y se dirigió directamente de regreso a la colina hacia donde Mairin estaba sentada. Sólo que ahora ella ya no estaba allí. Ewan miró alrededor de la dirección que había tomado, pero no estaba a la vista.
—¿Mairin? ¿Quién diablos es Mairin y qué tiene que ver con Crispen? Además, ¿qué está haciendo aquí?
Ewan hizo un gesto con el pulgar en dirección de Alaric.
—Él la trajo.
Como era de esperarse, Alaric inmediatamente negó su parte en todo el lío. Ewan contuvo su risa ante el cansancio en la voz de su hermano.
Caelen estaba a punto de perder la paciencia, no es que él tuviera mucha, así que Ewan le dijo todo lo que sabía. Alaric rellenó alguna información más, y cuando estuvo hecho, lo miró con incredulidad.
—¿Ella no dijo nada? ¿Y permitiste eso?
Ewan suspiró.
—¿Qué querías que hiciera, golpearla como hizo Cameron? La muchacha
entrará en razón. Le he dado hasta mañana para que se decida a confiar en mí.
—¿Y qué vas a hacer cuando se niegue mañana? —sonrió Alaric con satisfacción.
—No se negará.
—Lo importante es que tenemos a Crispen de vuelta, —dijo Caelen—. Lo que la mujer haga o diga es irrelevante. Si Cameron viene en busca de una pelea, estaré más que feliz de darle una y luego enviaremos a la mujer de regreso por donde vino.
—Ven, está anocheciendo y Gertie tendrá la cena lista. No le gusta servir una comida fría y bien lo sabes, —indicó Ewan—. Deja el asunto de Mairin en mis manos. Ustedes dos no tienen que preocuparse más por ello.
—Como si quisiéramos, —refunfuñó Caelen, mientras hacía a un lado a
su hermano.


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Mensaje por digno Sáb 8 Sep - 12:15

me uno!!!


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Mensaje por yiniva Sáb 8 Sep - 19:49

Se le chispoteo a Crispen el nombre, pobre estaba todo preocupadillo, y ella está aferrada a no decir nada.
Gracias por los capítulos


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