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Lectura Septiembre 2018
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Book Queen :: Biblioteca :: Lecturas
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Re: Lectura Septiembre 2018
CAPÍTULO 26
Mairin llevaba mucho tiempo dormida cuando Ewan llegó a su habitación esa noche. Se detuvo junto a la cama y la observó mientras dormía, tan acurrucada bajo las pieles que sólo se asomaba su nariz.
Las conversaciones con McDonald habían aminorado rápidamente cuando más cerveza fue consumida. En lugar de hablar del matrimonio y las alianzas, los hombres se habían sentado alrededor de la mesa en el salón a beber y participar en narraciones subidas de tono de mozas de taberna y cicatrices de viejas batallas.
Ewan se había excusado, más interesado en deslizarse en una cama caliente con su mujer que en participar en jactancias procaces. Debería molestarle que incluso dormida la muchacha ejerciera tal poder sobre él, lo único que tenía que hacer era imaginarla, escaleras arriba en su cama y ya estaba impaciente y listo para abandonar a los hombres. Pero se encontró con que no le molestaba en absoluto.
Mientras que los demás se quedaron en el salón recordando con cariño noches pasadas en el regazo de una mujer, él estaría en la parte alta, sosteniendo a la suya en sus brazos.
Se desnudó y cuidadosamente retiró las mantas. Ella inmediatamente se movió, frunció el ceño, y luego tiró de las pieles para sujetarlas de vuelta. Él se rió entre dientes y se metió en la cama a su lado.
La impresión del cuerpo caliente contra el suyo lo trajo al instante y totalmente a la conciencia. Mairin se movió otra vez, murmuró algo en su sueño, y procedió a refugiarse debajo de él.
Su camisón cayó por un brazo, dejando al descubierto la curva de su cuello y la piel suave de su hombro. Incapaz de resistirse, presionó su boca contra su carne y mordisqueó un camino hacia la columna de su cuello.
Él amaba su sabor, le encantaba la forma en que su perfume llenaba su nariz cuando su lengua lamía sobre su suavidad. Ella emitió un suspiro que le hizo cosquillas sobre la oreja.
—¿Ewan? —preguntó adormilada.
—¿A quién más estabas esperando, muchacha?
—Oh, no lo sé. Parece que cada vez que despierto, hay personas en nuestra recámara.
Él se rió entre dientes y mordisqueó su oreja.
—¿No estás enojado conmigo?
Se echó hacia atrás y la miró.
—¿Qué has hecho ahora?
Ella resopló, y sus labios se torcieron en una línea de contrariedad.
—No he hecho nada. Me refería al día de hoy. Cuando me hice cargo de Rionna y la llevé conmigo. Sé que no debería haber interferido pero…
Él puso un dedo sobre sus labios.
—No, no deberías haberlo hecho. Pero estoy descubriendo rápidamente que haces muchas cosas que no deberías. Fue algo bueno que hayas sacado a Rionna cuando lo hiciste. Su padre estaba enojado, y tú suavizaste la situación.
Mi única queja es que te colocaste potencialmente en una explosiva situación, por no hablar de que te metiste a través de un grupo de hombres que estaban atrapados en la emoción de una batalla.
Ella deslizó sus manos por su cintura, más abajo, hasta que encontró su dureza. Sus dedos rodearon el eje y él gimió cuando se hinchó dentro de su agarre.
—Pero no estás enojado, —dijo en un suave susurro.
Sus ojos se estrecharon mientras empujaba más dentro de su mano.
—No creas que no sé lo que estás tratando de hacer, muchacha.
Sus ojos se abrieron inocentes mientras lo acariciaba desde su saco hasta la punta de su polla. Se inclinó para besarla, respirando su esencia misma.
Inhaló, sosteniendo y saboreando su aroma y luego se volvió y bulló alrededor de sus labios y lengua.
—Esto no te va a sacar de problemas todo el tiempo, —le advirtió.
Ella sonrió.
—Me conformo con la mayor parte del tiempo.
Estaba a punto de perderse en su mano. Su suave exploración le estaba conduciendo al borde de la locura. Tenía que tenerla. Ahora.
Se agachó y agarró el dobladillo de su camisón.
—No destruyas…
El sonido de la tela rasgándose amortiguó su advertencia. Empujó el material a lo largo de sus caderas y rodó hasta quedar posicionado entre los muslos extendidos.
Encontró su calor, sentía su ardor sedoso extendiéndose sobre la cabeza de su pene y con un empuje estuvo en su interior. Ella jadeó y se arqueó contra él, su vientre temblaba bajo el suyo.
Estaba tan prieta a su alrededor, aferrándolo como un puño, y manteniéndolo tan íntimamente constreñido que empezó a deshacerse.
—Ah, muchacha, lo siento.
—¿Por qué?
Sus manos se arrastraban por encima de sus hombros, sus uñas arañando su carne. Cerró los ojos, sabiendo que esto no iba a durar mucho tiempo en absoluto.
—Me parece que pierdo todo el control cuando estoy contigo. Esto será rápido. No puedo contenerme.
—Está bien, —susurró—. Porque al parecer no puedo contenerme tampoco.
Ella levantó las caderas y envolvió sus piernas alrededor de su cintura.
Era demasiado para él resistirse.
Empujó con fuerza y ya se sentía dejándose ir. Una vez más empujó, sumergiéndose profundamente en el interior de su complaciente cuerpo. Su semilla salió disparada a borbotones y él siguió impulsándose, una y otra vez hasta que su pasaje, tan resbaladizo por su pasión, lo liberó.
No dispuesto a privarse de su dulzura ni por un momento, enterró de nuevo su polla de regreso en la hendidura y se acomodó en su interior, montando las réplicas mientras ella temblaba y se convulsionaba en torno a él.
Se inclinó hacia delante, apoyando su peso sobre ella, mientras permanecía dentro de su caliente vaina. Ella respiraba con dificultad, sus bocanadas de aire soplaban sobre su cuello y pecho. Su cuerpo estaba enredado alrededor del suyo, sus brazos y piernas aferrándolo y sosteniéndolo cerca, como si nunca fuera a soltarlo.
A él le gustaba eso. Sí, le gustaba mucho.
Finalmente, rodó hacia un lado, pero mantuvo sus extremidades entrelazadas. Quería que fuera parte de él. Le gustaba la visión del cuerpo mucho más pequeño sostenido por el de él. Ella era suya.
Mairin dio un bostezo lujurioso y le acarició el pecho con la nariz. Sabía que estaría dormida en cuestión de segundos, pero él permaneció despierto, saboreando la sensación de tanta dulzura femenina en sus brazos.
Cuando por fin se durmió, tuvo cuidado de mantenerla lo más estrechamente atada a él como fuera posible.
Al día siguiente, Mairin se ocupó de que las mujeres prepararan la comida del mediodía, mientras que Ewan estaba ocupado con el laird McDonald.
Los dos hombres habían salido a cazar por la mañana, para gran disgusto de Rionna, que se había tenido que quedar al margen de la partida de caza.
Estaba sentada en la sala, vestida con un atuendo de hombre, una holgada túnica que se tragaba la mitad superior de su cuerpo, luciendo aburrida y un poco aterrorizada por todo el bullicioso ambiente a su alrededor.
Rionna era un pequeño misterio para Mairin. Quería preguntarle a la muchacha por su aparente fascinación con los deberes de los hombres, pero tenía miedo de insultar a la mujer. Se había enterado por Maddie que el laird McDonald trataba de casar a su hija con Alaric para sellar la alianza con el clan McCabe, y que de hecho, los Lairds estaban en ese momento en conversaciones acerca de ese acuerdo.
Compadecía a Rionna, le daba la impresión de que la muchacha no tenía deseos de casarse, y sólo podía imaginarse la reacción de Alaric a la propuesta de ese arreglo.
¿Qué esperaba lograr participando en este tipo de actividades impactantes que obviamente atraían la ira de su padre hacia ella?
Y Alaric, seguramente no aceptaría el deseo de su esposa de participar en luchas con espadas. Ewan había estado horrorizado, y Alaric no pensaba de manera diferente. Todos los hermanos McCabe tenían ideas firmes sobre el papel de una mujer, y definitivamente no era el camino que Rionna había elegido.
Rionna necesitaba a alguien más... comprensivo, aunque Mairin no podía imaginar a ningún guerrero permitiendo tales libertades a su esposa, como las que la muchacha aparentemente disfrutaba.
Negó con la cabeza y permitió que Rionna permaneciera tumbada en una de las sillas viendo lo que sucedía a su alrededor.
—¿Está todo preparado? —le preguntó a Gertie cuando entró al calor sofocante del área de la pequeña cocina.
—Sí, acabo de sacar el pan de la leña y el estofado hierve a fuego lento.
Tan pronto como regresen los hombres, empezaré a servir los alimentos.
Mairin agradeció a Gertie y luego volvió sobre sus pasos hacia el pasillo.
Un ruido en la entrada le dijo que su marido había regresado y fue a aludarlo.
Ella dio un paso atrás, esperando a que ingresara completamente. Él entró, el laird McDonald justo detrás, con Caelen y Alaric en la retaguardia.
—Bienvenido a casa, esposo. Si tú y el Laird toman asiento a la mesa, la comida será servida.
Ewan asintió su aprobación y ella se retiró para decirle a Gertie que comenzara a servir.
Más de los hombres de Ewan entraron, mezclándose con los soldados de McDonald. Las tres mesas de la sala se llenaron rápidamente, mientras que los hombres que no habían conseguido asientos, esperaban en la entrada de la
cocina por su porción.
Insegura de cualquier acuerdo de matrimonio, ya que Ewan no había tenido a bien compartir la propuesta del laird McDonald con ella, optó por sentarse al lado de Rionna, con McDonald al otro extremo de la mesa y Ewan a su lado. Alaric y Caelen ocuparían los dos puestos siguientes al invitado.
La comida fue un evento ruidoso, bullicioso mientras la cacería de la mañana era relatada para que todos escucharan. Platos y fuentes iban y venían de todas partes y Mairin se encontró confundida, al punto de no saber cuál copa
era la suya. Tomó la que estaba entre Ewan y ella, bebió un sorbo antes de seguir con su almuerzo.
Arrugó la nariz ante el sabor amargo, y confiaba en que todo el lote de cerveza no estuviera estropeado. La puso a un lado para que Ewan no la bebiera y le indicó a Gertie que le llevara al Laird otra copa, por si esa era realmente la de él.
El laird McDonald mantuvo a Ewan involucrado en diálogos acerca de la
protección de las fronteras, el aumento de las patrullas, y el plan para fortalecer sus alianzas hablando con Douglas.
Mairin prestó sólo una atención parcial a la charla mientras observaba a Rionna escoger su porción ociosamente. Se preguntaba acerca de qué tema
podría participar con la otra mujer, cuando un calambre onduló a través de su
vientre.
Frunció el ceño y puso una mano sobre su abdomen. ¿Estarían los alimentos en mal estado? Pero sin duda era demasiado pronto para sentir los efectos, y además la carne era fresca, traída apenas dos días atrás. Observó a los demás, pero no vio ninguna señal de incomodidad.
De hecho, todo el mundo atacaba su comida con aparente satisfacción por su sabor.
Cogió la copa en la que habían reemplazado la cerveza amarga cuando otro calambre se apoderó cruelmente de su estómago. Abrió la boca para tomar aliento, pero el dolor era tan intenso que se dobló.
Otro ramalazo acuchilló a través de ella, atenazando sus tripas con un nudo implacable. Su visión se volvió borrosa y sintió un repentino deseo de vomitar.
Se alzó y con las prisas, derribó la copa de Ewan. El líquido se derramó sobre la mesa y en el regazo de su marido.
Éste se distrajo de su conversación con McDonald, una mueca estropeando sus labios. Ella se tambaleó y luego se dobló, dejando escapar grito mientras el fuego retorcía sus entrañas.
Rionna se levantó de un salto y se inclinó ansiosamente sobre Mairin, con el rostro arrugado por la preocupación.
A su alrededor, murmullos surgieron mientras todos se enfocaban en su señora y su evidente angustia.
—¡Mairin!
Ewan se puso de pie, con las manos extendidas para sostenerla. Se habría caído si no la hubiera arrastrado contra él. Ella se quedó sin fuerzas, sus piernas ya no podían sostener su peso.
—Mairin, ¿qué te pasa? —exigió él.
—Enferma, —jadeó—. Oh Dios, Ewan, creo que me estoy muriendo. El
dolor...
Se postró de nuevo y Ewan descendió con ella, relajando su peso en el
suelo.
Por encima de ellos, apareció el rostro preocupado de Alaric.
—¿Qué demonios está pasando, Ewan? —demandó. Empujó hacia atrás a Rionna y mantuvo un protector perímetro alrededor de Mairin.
Y entonces ésta volvió la cabeza y vomitó por todo el suelo. El sonido era horrible incluso a sus propios oídos, pero se sentía diez veces peor.
Era como si se hubiera tragado un millón de piezas de vidrio y ellas estuvieran triturándole las entrañas.
Se hizo un ovillo en el suelo, ante tanto dolor, en un momento de debilidad, rezó por la muerte.
—¡No! —rugió Ewan—. No morirás. No lo permitiré. ¿Me oyes, Mairin?
Yo no lo permitiré. ¡Me obedecerás, maldita sea! ¡Por una vez me obedecerás!
Gimió cuando Ewan la levantó del suelo. Hizo una mueca cuando sus gritos resonaron en su cabeza. Él bramó órdenes y el salón expectante volvió a la vida con el sonido de pies corriendo y exclamaciones vacilantes.
Se agitaba en brazos de Ewan, mientras la subía por las escaleras.
Irrumpió en su recámara, al tiempo que seguía vociferando demandas al resto
de su clan.
No fue suave cuando la depositó en la cama.
Su estómago convulsionó de nuevo cuando el olor de su propio vómito
le quemó la nariz. Su vestido. Estaba arruinado. Ahora ni siquiera podría ser
enterrada con él.
Ewan le agarró la cara con las manos y se inclinó hasta que sus narices
estaban casi tocándose.
—Nadie te va a enterrar, muchacha. ¿Me oyes? Vivirás, o que alguien me
asista, te seguiré hasta el infierno y te arrastraré de vuelta gritando y pataleando todo el camino.
—Me duele, —sollozó.
Su toque se suavizó mientras le apartaba el pelo de su cara.
—Lo sé, muchacha. Sé que te duele. Lo soportaría por ti, si pudiera.
Prométeme que lucharás. ¡Prométemelo!
No estaba segura de qué era por lo que se suponía debía luchar, el dolor que rugía a través de sus entrañas solo le daba ganas de acurrucarse en una pelota y cerrar los ojos, pero cuando lo intentó, Ewan la sacudió hasta que los dientes traquetearon en su cabeza.
—Ewan, ¿qué hay de malo en mí? —musitó, cuando otra oleada de dolor la abrumó.
Su rostro estaba sombrío y por un momento se le hizo borroso.
—Has sido envenenada.
Las conversaciones con McDonald habían aminorado rápidamente cuando más cerveza fue consumida. En lugar de hablar del matrimonio y las alianzas, los hombres se habían sentado alrededor de la mesa en el salón a beber y participar en narraciones subidas de tono de mozas de taberna y cicatrices de viejas batallas.
Ewan se había excusado, más interesado en deslizarse en una cama caliente con su mujer que en participar en jactancias procaces. Debería molestarle que incluso dormida la muchacha ejerciera tal poder sobre él, lo único que tenía que hacer era imaginarla, escaleras arriba en su cama y ya estaba impaciente y listo para abandonar a los hombres. Pero se encontró con que no le molestaba en absoluto.
Mientras que los demás se quedaron en el salón recordando con cariño noches pasadas en el regazo de una mujer, él estaría en la parte alta, sosteniendo a la suya en sus brazos.
Se desnudó y cuidadosamente retiró las mantas. Ella inmediatamente se movió, frunció el ceño, y luego tiró de las pieles para sujetarlas de vuelta. Él se rió entre dientes y se metió en la cama a su lado.
La impresión del cuerpo caliente contra el suyo lo trajo al instante y totalmente a la conciencia. Mairin se movió otra vez, murmuró algo en su sueño, y procedió a refugiarse debajo de él.
Su camisón cayó por un brazo, dejando al descubierto la curva de su cuello y la piel suave de su hombro. Incapaz de resistirse, presionó su boca contra su carne y mordisqueó un camino hacia la columna de su cuello.
Él amaba su sabor, le encantaba la forma en que su perfume llenaba su nariz cuando su lengua lamía sobre su suavidad. Ella emitió un suspiro que le hizo cosquillas sobre la oreja.
—¿Ewan? —preguntó adormilada.
—¿A quién más estabas esperando, muchacha?
—Oh, no lo sé. Parece que cada vez que despierto, hay personas en nuestra recámara.
Él se rió entre dientes y mordisqueó su oreja.
—¿No estás enojado conmigo?
Se echó hacia atrás y la miró.
—¿Qué has hecho ahora?
Ella resopló, y sus labios se torcieron en una línea de contrariedad.
—No he hecho nada. Me refería al día de hoy. Cuando me hice cargo de Rionna y la llevé conmigo. Sé que no debería haber interferido pero…
Él puso un dedo sobre sus labios.
—No, no deberías haberlo hecho. Pero estoy descubriendo rápidamente que haces muchas cosas que no deberías. Fue algo bueno que hayas sacado a Rionna cuando lo hiciste. Su padre estaba enojado, y tú suavizaste la situación.
Mi única queja es que te colocaste potencialmente en una explosiva situación, por no hablar de que te metiste a través de un grupo de hombres que estaban atrapados en la emoción de una batalla.
Ella deslizó sus manos por su cintura, más abajo, hasta que encontró su dureza. Sus dedos rodearon el eje y él gimió cuando se hinchó dentro de su agarre.
—Pero no estás enojado, —dijo en un suave susurro.
Sus ojos se estrecharon mientras empujaba más dentro de su mano.
—No creas que no sé lo que estás tratando de hacer, muchacha.
Sus ojos se abrieron inocentes mientras lo acariciaba desde su saco hasta la punta de su polla. Se inclinó para besarla, respirando su esencia misma.
Inhaló, sosteniendo y saboreando su aroma y luego se volvió y bulló alrededor de sus labios y lengua.
—Esto no te va a sacar de problemas todo el tiempo, —le advirtió.
Ella sonrió.
—Me conformo con la mayor parte del tiempo.
Estaba a punto de perderse en su mano. Su suave exploración le estaba conduciendo al borde de la locura. Tenía que tenerla. Ahora.
Se agachó y agarró el dobladillo de su camisón.
—No destruyas…
El sonido de la tela rasgándose amortiguó su advertencia. Empujó el material a lo largo de sus caderas y rodó hasta quedar posicionado entre los muslos extendidos.
Encontró su calor, sentía su ardor sedoso extendiéndose sobre la cabeza de su pene y con un empuje estuvo en su interior. Ella jadeó y se arqueó contra él, su vientre temblaba bajo el suyo.
Estaba tan prieta a su alrededor, aferrándolo como un puño, y manteniéndolo tan íntimamente constreñido que empezó a deshacerse.
—Ah, muchacha, lo siento.
—¿Por qué?
Sus manos se arrastraban por encima de sus hombros, sus uñas arañando su carne. Cerró los ojos, sabiendo que esto no iba a durar mucho tiempo en absoluto.
—Me parece que pierdo todo el control cuando estoy contigo. Esto será rápido. No puedo contenerme.
—Está bien, —susurró—. Porque al parecer no puedo contenerme tampoco.
Ella levantó las caderas y envolvió sus piernas alrededor de su cintura.
Era demasiado para él resistirse.
Empujó con fuerza y ya se sentía dejándose ir. Una vez más empujó, sumergiéndose profundamente en el interior de su complaciente cuerpo. Su semilla salió disparada a borbotones y él siguió impulsándose, una y otra vez hasta que su pasaje, tan resbaladizo por su pasión, lo liberó.
No dispuesto a privarse de su dulzura ni por un momento, enterró de nuevo su polla de regreso en la hendidura y se acomodó en su interior, montando las réplicas mientras ella temblaba y se convulsionaba en torno a él.
Se inclinó hacia delante, apoyando su peso sobre ella, mientras permanecía dentro de su caliente vaina. Ella respiraba con dificultad, sus bocanadas de aire soplaban sobre su cuello y pecho. Su cuerpo estaba enredado alrededor del suyo, sus brazos y piernas aferrándolo y sosteniéndolo cerca, como si nunca fuera a soltarlo.
A él le gustaba eso. Sí, le gustaba mucho.
Finalmente, rodó hacia un lado, pero mantuvo sus extremidades entrelazadas. Quería que fuera parte de él. Le gustaba la visión del cuerpo mucho más pequeño sostenido por el de él. Ella era suya.
Mairin dio un bostezo lujurioso y le acarició el pecho con la nariz. Sabía que estaría dormida en cuestión de segundos, pero él permaneció despierto, saboreando la sensación de tanta dulzura femenina en sus brazos.
Cuando por fin se durmió, tuvo cuidado de mantenerla lo más estrechamente atada a él como fuera posible.
Al día siguiente, Mairin se ocupó de que las mujeres prepararan la comida del mediodía, mientras que Ewan estaba ocupado con el laird McDonald.
Los dos hombres habían salido a cazar por la mañana, para gran disgusto de Rionna, que se había tenido que quedar al margen de la partida de caza.
Estaba sentada en la sala, vestida con un atuendo de hombre, una holgada túnica que se tragaba la mitad superior de su cuerpo, luciendo aburrida y un poco aterrorizada por todo el bullicioso ambiente a su alrededor.
Rionna era un pequeño misterio para Mairin. Quería preguntarle a la muchacha por su aparente fascinación con los deberes de los hombres, pero tenía miedo de insultar a la mujer. Se había enterado por Maddie que el laird McDonald trataba de casar a su hija con Alaric para sellar la alianza con el clan McCabe, y que de hecho, los Lairds estaban en ese momento en conversaciones acerca de ese acuerdo.
Compadecía a Rionna, le daba la impresión de que la muchacha no tenía deseos de casarse, y sólo podía imaginarse la reacción de Alaric a la propuesta de ese arreglo.
¿Qué esperaba lograr participando en este tipo de actividades impactantes que obviamente atraían la ira de su padre hacia ella?
Y Alaric, seguramente no aceptaría el deseo de su esposa de participar en luchas con espadas. Ewan había estado horrorizado, y Alaric no pensaba de manera diferente. Todos los hermanos McCabe tenían ideas firmes sobre el papel de una mujer, y definitivamente no era el camino que Rionna había elegido.
Rionna necesitaba a alguien más... comprensivo, aunque Mairin no podía imaginar a ningún guerrero permitiendo tales libertades a su esposa, como las que la muchacha aparentemente disfrutaba.
Negó con la cabeza y permitió que Rionna permaneciera tumbada en una de las sillas viendo lo que sucedía a su alrededor.
—¿Está todo preparado? —le preguntó a Gertie cuando entró al calor sofocante del área de la pequeña cocina.
—Sí, acabo de sacar el pan de la leña y el estofado hierve a fuego lento.
Tan pronto como regresen los hombres, empezaré a servir los alimentos.
Mairin agradeció a Gertie y luego volvió sobre sus pasos hacia el pasillo.
Un ruido en la entrada le dijo que su marido había regresado y fue a aludarlo.
Ella dio un paso atrás, esperando a que ingresara completamente. Él entró, el laird McDonald justo detrás, con Caelen y Alaric en la retaguardia.
—Bienvenido a casa, esposo. Si tú y el Laird toman asiento a la mesa, la comida será servida.
Ewan asintió su aprobación y ella se retiró para decirle a Gertie que comenzara a servir.
Más de los hombres de Ewan entraron, mezclándose con los soldados de McDonald. Las tres mesas de la sala se llenaron rápidamente, mientras que los hombres que no habían conseguido asientos, esperaban en la entrada de la
cocina por su porción.
Insegura de cualquier acuerdo de matrimonio, ya que Ewan no había tenido a bien compartir la propuesta del laird McDonald con ella, optó por sentarse al lado de Rionna, con McDonald al otro extremo de la mesa y Ewan a su lado. Alaric y Caelen ocuparían los dos puestos siguientes al invitado.
La comida fue un evento ruidoso, bullicioso mientras la cacería de la mañana era relatada para que todos escucharan. Platos y fuentes iban y venían de todas partes y Mairin se encontró confundida, al punto de no saber cuál copa
era la suya. Tomó la que estaba entre Ewan y ella, bebió un sorbo antes de seguir con su almuerzo.
Arrugó la nariz ante el sabor amargo, y confiaba en que todo el lote de cerveza no estuviera estropeado. La puso a un lado para que Ewan no la bebiera y le indicó a Gertie que le llevara al Laird otra copa, por si esa era realmente la de él.
El laird McDonald mantuvo a Ewan involucrado en diálogos acerca de la
protección de las fronteras, el aumento de las patrullas, y el plan para fortalecer sus alianzas hablando con Douglas.
Mairin prestó sólo una atención parcial a la charla mientras observaba a Rionna escoger su porción ociosamente. Se preguntaba acerca de qué tema
podría participar con la otra mujer, cuando un calambre onduló a través de su
vientre.
Frunció el ceño y puso una mano sobre su abdomen. ¿Estarían los alimentos en mal estado? Pero sin duda era demasiado pronto para sentir los efectos, y además la carne era fresca, traída apenas dos días atrás. Observó a los demás, pero no vio ninguna señal de incomodidad.
De hecho, todo el mundo atacaba su comida con aparente satisfacción por su sabor.
Cogió la copa en la que habían reemplazado la cerveza amarga cuando otro calambre se apoderó cruelmente de su estómago. Abrió la boca para tomar aliento, pero el dolor era tan intenso que se dobló.
Otro ramalazo acuchilló a través de ella, atenazando sus tripas con un nudo implacable. Su visión se volvió borrosa y sintió un repentino deseo de vomitar.
Se alzó y con las prisas, derribó la copa de Ewan. El líquido se derramó sobre la mesa y en el regazo de su marido.
Éste se distrajo de su conversación con McDonald, una mueca estropeando sus labios. Ella se tambaleó y luego se dobló, dejando escapar grito mientras el fuego retorcía sus entrañas.
Rionna se levantó de un salto y se inclinó ansiosamente sobre Mairin, con el rostro arrugado por la preocupación.
A su alrededor, murmullos surgieron mientras todos se enfocaban en su señora y su evidente angustia.
—¡Mairin!
Ewan se puso de pie, con las manos extendidas para sostenerla. Se habría caído si no la hubiera arrastrado contra él. Ella se quedó sin fuerzas, sus piernas ya no podían sostener su peso.
—Mairin, ¿qué te pasa? —exigió él.
—Enferma, —jadeó—. Oh Dios, Ewan, creo que me estoy muriendo. El
dolor...
Se postró de nuevo y Ewan descendió con ella, relajando su peso en el
suelo.
Por encima de ellos, apareció el rostro preocupado de Alaric.
—¿Qué demonios está pasando, Ewan? —demandó. Empujó hacia atrás a Rionna y mantuvo un protector perímetro alrededor de Mairin.
Y entonces ésta volvió la cabeza y vomitó por todo el suelo. El sonido era horrible incluso a sus propios oídos, pero se sentía diez veces peor.
Era como si se hubiera tragado un millón de piezas de vidrio y ellas estuvieran triturándole las entrañas.
Se hizo un ovillo en el suelo, ante tanto dolor, en un momento de debilidad, rezó por la muerte.
—¡No! —rugió Ewan—. No morirás. No lo permitiré. ¿Me oyes, Mairin?
Yo no lo permitiré. ¡Me obedecerás, maldita sea! ¡Por una vez me obedecerás!
Gimió cuando Ewan la levantó del suelo. Hizo una mueca cuando sus gritos resonaron en su cabeza. Él bramó órdenes y el salón expectante volvió a la vida con el sonido de pies corriendo y exclamaciones vacilantes.
Se agitaba en brazos de Ewan, mientras la subía por las escaleras.
Irrumpió en su recámara, al tiempo que seguía vociferando demandas al resto
de su clan.
No fue suave cuando la depositó en la cama.
Su estómago convulsionó de nuevo cuando el olor de su propio vómito
le quemó la nariz. Su vestido. Estaba arruinado. Ahora ni siquiera podría ser
enterrada con él.
Ewan le agarró la cara con las manos y se inclinó hasta que sus narices
estaban casi tocándose.
—Nadie te va a enterrar, muchacha. ¿Me oyes? Vivirás, o que alguien me
asista, te seguiré hasta el infierno y te arrastraré de vuelta gritando y pataleando todo el camino.
—Me duele, —sollozó.
Su toque se suavizó mientras le apartaba el pelo de su cara.
—Lo sé, muchacha. Sé que te duele. Lo soportaría por ti, si pudiera.
Prométeme que lucharás. ¡Prométemelo!
No estaba segura de qué era por lo que se suponía debía luchar, el dolor que rugía a través de sus entrañas solo le daba ganas de acurrucarse en una pelota y cerrar los ojos, pero cuando lo intentó, Ewan la sacudió hasta que los dientes traquetearon en su cabeza.
—Ewan, ¿qué hay de malo en mí? —musitó, cuando otra oleada de dolor la abrumó.
Su rostro estaba sombrío y por un momento se le hizo borroso.
—Has sido envenenada.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura Septiembre 2018
Cap 24: bueno Mairin se ha comportado a altura, pero realmente me extraña el comportamiento de Rionna, será sólo timidez o habrá algo más de fondo? Y ahora quieren casarla con Alaric.
Cap 25: bueno, ya sabemos cuál era el guardado de Rionna, me gusta que sea una chica de armas tomar.
Cap 26: OMG, envenenada? Ahora definitivamente no me queda duda que el incidente de la flecha no fue accidental y que la traidora es mujer, pero, quien?
Cap 25: bueno, ya sabemos cuál era el guardado de Rionna, me gusta que sea una chica de armas tomar.
Cap 26: OMG, envenenada? Ahora definitivamente no me queda duda que el incidente de la flecha no fue accidental y que la traidora es mujer, pero, quien?
yiany- Mensajes : 1938
Fecha de inscripción : 23/01/2018
Edad : 41
Re: Lectura Septiembre 2018
Siguen los ataques contra Mairin...¿o contra Ewan? La copa era la de él ¿no?
Rionna parece una buena candidata para tener su historia. Y promete ser muy "movida".
Veremos qué pasa.
Muchas gracias por los capis.
P.D.: Digo yo si no podríamos seguir con las demás historias de los hermanos McAbe...después de ésta.
Rionna parece una buena candidata para tener su historia. Y promete ser muy "movida".
Veremos qué pasa.
Muchas gracias por los capis.
P.D.: Digo yo si no podríamos seguir con las demás historias de los hermanos McAbe...después de ésta.
Maria-D- Mensajes : 435
Fecha de inscripción : 04/04/2017
Re: Lectura Septiembre 2018
CAPÍTULO 27
Habían pasado muchos años desde que Ewan había rezado. No desde el nacimiento de su hijo, cuando había orado junto a la cama de su esposa, en el momento en que ésta tuvo dificultades para dar a luz la vida dentro de ella.
Pero se encontró ofreciendo una ferviente oración ahora, mientras permanecía de pie encima de la cabecera de Mairin.
Maddie llegó corriendo con Bertha pisándole los talones.
—Usted debe provocarle el vómito, Laird, —le dijo Bertha —. No hay tiempo que perder. No podemos saber qué cantidad de veneno tomó, y debe vaciar el estómago de todo su contenido.
Ewan se inclinó y agarró a Mairin por los hombros, haciéndola rodar hasta el borde de la cama, por lo que su cabeza quedó colgando a un lado. Tomó su cara suavemente entre las manos y le abrió la boca con el pulgar.
Se retorció y luchó contra él, pero él apretó con más fuerza, negándose a ceder.
—Escúchame, Mairin, —dijo con urgencia—. Hay que eliminar el contenido de tu estómago. Debo hacerte vomitar. Lo siento, pero no tengo otra opción.
Tan pronto como sus labios se separaron, él metió los dedos hasta el fondo de su garganta y ella se atragantó y convulsionó. Con un solo brazo para inmovilizarla, era difícil.
—Ayúdame a sostenerla, —le gritó a Maddie—. Si no puedes hacerlo, llama a uno de mis hermanos.
Bertha y Maddie, saltaron hacia delante, presionando todo su peso contra el cuerpo de Mairin.
Tuvo arcadas de nuevo y vomitó sobre el suelo.
—Una vez más, Laird, —instó Bertha—. Sé que es difícil verla con tanto dolor, pero si es para que sobreviva, hay que hacerlo.
Haría cualquier cosa para que no muriera, incluso si eso significaba causarle agonía. Le sostuvo la cabeza y la obligó a vomitar. Una y otra vez se convulsionó hasta que nada más pudo ser expulsado fuera de ella. Todo su cuerpo estaba tan rígido, que era un milagro que no se le hubiera roto ningún hueso todavía.
Aun así siguió adelante, decidido a mantenerla con vida. Finalmente Bertha le tocó el brazo.
—Está hecho. Puede soltarla ahora.
Maddie se levantó y humedeció un trapo con agua de la palangana y se lo dio rápidamente a Ewan. Él le limpió la boca a Mairin, y luego la frente enrojecida y sudorosa.
Con cuidado, la recostó de nuevo en la cama y ágilmente la despojó de su ropa. Tiró las prendas a un lado y dio instrucciones a las mujeres para que limpiaran la recámara y así librarla del repulsivo olor.
Se sentó a su lado mientras la cubría con las mantas para proteger su desnudez. La miró ansiosamente, sintiéndose tan impotente que ardió en él, una rabia tan profunda que lo quemaba.
Podía oír el alboroto fuera de la puerta de la habitación, sabía que sus hermanos estaban allí, con los demás, pero él no podía apartar los ojos de Mairin.
Las mujeres rápidamente limpiaron el lío de la recámara y retiraron la nauseabunda ropa. Momentos más tarde, Maddie regresó, cerrando la puerta firmemente detrás de ella.
—Laird, deje que me haga cargo de su cuidado, —dijo con voz suave—. Ya vació su estómago. No hay nada más que hacer ahora, sino esperar.
Ewan negó con la cabeza.
—No la dejaré.
Le pasó un dedo por el pelo lacio y le tocó la mejilla, alarmado por cuán fría se sentía la piel bajo su toque. Su respiración era poco profunda, tan ligera que muchas veces había inclinado su cabeza a fin de percibirla, temeroso de que el aire no saliera por su nariz por más tiempo.
Había caído en la inconsciencia. No se había movido, no se había agitado, ni gritado por el cruel dolor que la atacaba. Él no sabía qué era peor. Si oír sus desvalidos gritos o verla tan inmóvil como si estuviera muerta.
Ambas cosas lo asustaban como el infierno.
Maddie estuvo junto a la cama durante un largo rato, y luego, con un suspiro, se volvió y salió de la habitación.
Antes de que Ewan pudiera descansar en la cama junto a Mairin, sus hermanos irrumpieron en la recámara.
—¿Cómo está ella? —exigió Alaric.
Caelen no habló, pero la tormenta estaba allí en sus ojos, mientras miraba a Mairin.
Ewan le tocó de nuevo la mejilla y le pasó los dedos por debajo de su nariz, hasta que sintió el ligero intercambio de aire sobre su piel. Había tanta agitación bullendo en su interior. Rabia. Miedo. Indefensión.
—No lo sé, —dijo finalmente. La admisión fue como un cuchillo retorciéndose en su vientre hasta que sintió la misma urgencia de vomitar que Mairin.
—¿Quién le hizo esto? —siseó Caelen—. ¿Quién pudo haberla envenenado?
Ewan miró hacia ella mientras la ira anudaba su pecho. Sus fosas nasales se dilataron y cerró los dedos en puños apretados.
—McDonald, —dijo con los dientes apretados—. El maldito McDonald.
Alaric se echó hacia atrás, sorprendido.
—¿McDonald?
Ewan miró fijamente a sus dos hermanos.
—Quiero que se queden con Mairin. Ambos. Llámenme si hay algún cambio en su condición. Ahora mismo, no confío en nadie más que ustedes, hasta que descubra quién está tratando de matar a mi esposa.
—Ewan, ¿a dónde vas? —exigió Caelen, mientras Ewan salía de la habitación.
Éste se dio la vuelta al llegar a la puerta.
—Voy a tener unas palabras con McDonald.
Bajó como una tromba por las escaleras, su espada desenvainada mientras entraba en la sala donde la mayoría de sus soldados estaban ahora reunidos. Se irguieron al verlo con la hoja en la mano.
McDonald estaba parado a un lado, rodeado por sus guardias. Rionna junto a él, mientras ambos conversaban en tono de urgencia. La tensión se respiraba en el aire de la sala, tan densa que la piel de Ewan se erizó al sentirla.
Rionna alzó la vista, alarmada cuando lo vio acercarse. Sacó su espada y se colocó delante de su padre, pero Ewan la empujó a un lado provocando que se tambaleara.
La sala estalló en un caos.
Los hombres de McDonald se abalanzaron sobre Ewan, y los hombres de éste reaccionaron ferozmente en la protección de su Laird.
—Protege a la mujer, —ladró a Gannon.
Estaba encima de McDonald antes de que éste pudiera desenvainar su espada. Agarró al hombre mayor por la túnica y lo estrelló contra la pared.
La cara de McDonald enrojeció de rabia y sus mejillas se hincharon cuando Ewan tensó el cuello de su túnica apretándolo alrededor de su garganta.
—Ewan, ¿qué significa esto?
—¿Qué tan mal querías que me casara con tu hija? —le preguntó Ewan en un tono de voz peligrosamente bajo.
McDonald parpadeó confundido antes de que la comprensión se estableciera en él. La saliva salpicó de sus labios cuando resopló e hizo un sonido de indignación.
—¿Me estás acusando del envenenamiento de lady McCabe?
—¿Lo hiciste?
Los ojos de McDonald se estrecharon con furia. Empujó las manos de Ewan, en un intento de desprenderse del asimiento de éste, pero Ewan sólo lo estrelló de nuevo contra la pared.
—Esto es la guerra, —escupió McDonald—. No voy a dejar que este insulto quede sin respuesta.
—Si quieres guerra, estaré más que feliz de complacerte, —siseó Ewan—. Y cuando haya limpiado el suelo con tu sangre, tus tierras y todo lo que te es querido, será mío. ¿Quieres hablar de insultos, Laird? ¿Vienes a mi casa, aceptas mi hospitalidad, e intentas matar a mi señora esposa?
McDonald palideció y miró fijamente a los ojos de Ewan.
—No hice nada de eso, Ewan. Tienes que creerme. Sí, yo quería que Rionna se casara contigo, pero un matrimonio con tu hermano estará igual de bien. Yo no la envenené.
La mandíbula de Ewan se contrajo y su nariz se ensanchó. El sudor cubrió la frente de McDonald y miró nerviosamente hacia la izquierda y la derecha, pero sus hombres habían sido fácilmente dominados por los soldados McCabe.
Rionna estaba a varios metros de distancia, con los brazos sostenidos por Gannon. Estaba realmente cabreada, y le tomó todo su esfuerzo a Gannon retenerla.
No había culpa en los ojos de McDonald.
¿Le estaría diciendo la verdad? La simultaneidad en la llegada de McDonald y el envenenamiento de Mairin era demasiada coincidencia. ¿O sólo fue para que pareciera de esa manera?
Ewan relajó su agarre y movió a McDonald lejos de la pared.
—Perdonarás mi mala educación, pero quiero que tú y tus hombres salgan de mis tierras ahora mismo. Mi esposa yace enferma de muerte y no sé si sobrevivirá. Y que sepas esto, McDonald. Si ella muere, y descubro que tuviste algo que ver en ello, no habrá piedra en toda Escocia bajo la cual te puedas ocultar, ni rincón donde puedas buscar refugio.
—¿Q-Qué hay de nuestra alianza? —McDonald balbuceó.
—Lo único que me preocupa ahora es mi esposa. Vete a casa, McDonald. Vete a casa y reza para que ella sobreviva. Hablaremos de nuestra propuesta de alianza otro día.
Él casi lanzó a McDonald contra la puerta que conduce fuera de la sala.
—¡Ewan! La muchacha está enferma otra vez. Está vomitando atrozmente. Nada de lo que Caelen y yo hacemos parece ayudar.
Ewan dio media vuelta para ver a Alaric con aspecto macilento, de pie en la entrada de la sala.
—Ocúpate de que se marchen, —espetó a Gannon—. Escóltalos hasta nuestra frontera y asegúrate de que no se detengan.
Entonces echó a correr, llevándose por delante a Alaric mientras tronaba por las escaleras.
Irrumpió en la recámara para ver a Caelen sosteniendo a Mairin sobre el borde de la cama, mientras ésta vomitaba y se convulsionaba. Caelen parecía desesperado, y sin embargo, la mantenía protectoramente contra sí, aferrándola mientras todo el cuerpo de ella se sacudía con la fuerza de las arcadas.
Caelen levantó la vista cuando su hermano se abalanzó hacia la cama.
—Ewan, gracias a Dios que estás aquí. ¡No puedo hacer que pare y esto la está matando!
Ewan tomó el cuerpo inerte de Mairin y lo acunó en sus brazos.
—Shh, cariño. Respira conmigo. A través de la nariz. Debes detener las arcadas.
—Enferma, —gimió—. Por favor, Ewan, déjame morir. Duele demasiado.
Su corazón dio un vuelco y la abrazó aún más fuerte contra él.
—Sólo respira, —susurró—. Respira para mí, Mairin. El dolor desaparecerá. Lo juro.
Se aferró a su túnica, tan fuerte que el material se apretó incómodamente a través de sus brazos. El cuerpo de ella se tensó, pero esta vez se las arregló para contener la urgencia de vomitar.
—Eso es, muchacha. Aférrate a mí. No te dejaré ir. Estoy aquí.
Ella sepultó la cara en su cuello y quedó inerte. La bajó hacia la cama y luego miró a Caelen que estaba junto al lecho, su rostro delineado con impotente furia.
—Humedece un paño para que pueda limpiarle la cara.
Caelen se apresuró a ir hasta la jofaina. Escurrió un paño y se lo pasó a Ewan. Éste limpió la frente de Mairin y luego le pasó la tela húmeda sobre la boca. Ella suspiró, pero no abrió los ojos mientras él limpiaba el resto de su cara.
Parecía haber terminado con los espasmos que sacudían su estómago. Se acurrucó junto a su costado y envolvió un brazo alrededor de su cintura. Y luego, con un suspiro, se deslizó en un profundo sueño.
Ewan ahuecó la parte posterior de su cabeza y presionó los labios contra su frente. El hecho de que había despertado era una buena señal, pero odiaba verla con tanto dolor. Su cuerpo estaba tratando de librarse del veneno, y ella continuaba luchando valientemente contra sus efectos.
—Vive, —susurró—. No te dejaré morir.
Alaric, que había seguido a Ewan de regreso a la recámara, y Caelen lo miraron desconcertados por la inusual manifestación emocional de su hermano. En este momento, a Ewan no le importaba que vieran su debilidad.
—La quieres, —señaló Alaric con brusquedad.
Ewan sintió que algo dentro de él se aflojaba y desplegaba. Sí, la amaba, y no podía soportar la idea de perderla. Por Dios que ella iba a despertar, hablarle descaradamente, y entonces él la seduciría para que le dijera las palabras que más deseaba oír.
Sí, ella iba a vivir, y entonces, la pequeña muchacha espinosa iba a quererlo tan absolutamente como él la amaba.
Miró a sus hermanos, quienes lo veían con extraña fascinación.
—Voy a necesitar la ayuda de ambos. Alguien trató de matarla. Por mucho que me duela, tiene que ser alguien de nuestro clan. Tenemos un traidor entre nosotros y deberá ser eliminado o Mairin nunca estará segura. No puedo perderla. Nuestro clan no puede perderla. Ella representa nuestra salvación —y la mía—. Si no lo hacen por ella, su hermana, entonces háganlo por mí, su hermano.
Alaric cayó de rodillas junto a la cama, extendió la mano, y puso sus dedos sobre la mano inerte de Mairin. Caelen cuadró los hombros y luego él también se puso de rodillas al lado de Alaric. Tocó a Mairin en el hombro y su mirada se suavizó al contemplarla.
—Has tenido siempre nuestra lealtad, Ewan —dijo Alaric con voz grave—. Nuestra devoción te pertenece. Ahora comprometo mi lealtad y mi fidelidad a Mairin también. La protegeré como tu esposa y mi hermana. Pondré su seguridad por encima de la mía.
La declaración solemne de Alaric envió una feroz oleada de orgullo a Ewan.
—Ella es una buena chica, —dijo Caelen con brusquedad—. Es una buena madre para Crispen y una esposa leal. Es una buena influencia para ti, Ewan. La protegeré con mi vida y buscaré hacer justicia por los agravios cometidos en su contra. Ella siempre tendrá un lugar de honor a mis ojos.
Ewan sonrió, sabiendo lo difícil que debía haber sido para Caelen recitar tal compromiso.
—Gracias. Esto significa mucho para mí. Debemos asegurarnos de que esté a salvo de ahora en adelante. No será fácil de contener cuando esté de nuevo sobre sus pies.
—Pareces estar seguro de su recuperación, —le indico Caelen.
Ewan bajó la vista de nuevo, mientras la esperanza quemaba en sus entrañas como azufre.
—Sí, estoy seguro. La muchacha es demasiado cabezota para ceder a la muerte. Ewan se reunió con sus hermanos bien entrada la noche. Se sentaron en la sala con solo una vela para iluminar el cuarto oscuro.
—Hemos interrogado a todos los que sirvieron, a cada uno en la cocina, todos los que estuvieron en contacto con la comida, y los que se reunieron en el salón, —informó Caelen.
—Gertie está mortificada, —dijo Alaric con gravedad—. Está afectada porque Mairin fuera envenenada. No creo ni por un momento que Gertie esté detrás de esto, incluso siendo la que hubiera tenido más oportunidad que nadie. Ella ha estado con nuestro clan desde antes de que naciéramos. Era leal a nuestro padre y ha seguido inquebrantable desde su muerte.
Ewan no lo creía tampoco, pero sería insensato descartar la posibilidad. Él no podía imaginarse a ninguno de su clan tratando de matar a Mairin. ¿Por qué lo harían? Representaba esperanza. Ella era su salvación y no había nadie que no lo supiera.
Pero alguien lo había hecho.
Gannon y Cormac entraron en la sala, sus expresiones sombrías. La fatiga llenaba sus rostros mientras iban directamente hasta Ewan.
—Laird, tenemos un informe.
Él les hizo un gesto para que se sentaran.
Cormac se sentó pero Gannon optó por quedarse de pie, su agitación era evidente por la forma en que abría y cerraba los puños.
—Hemos determinado la fuente del veneno —Gannon, dijo.
—Díganme, —escupió Ewan.
—No estaba en la comida. Probamos las piezas sobrantes de las bandejas, incluyendo la de lady McCabe. El veneno estaba en una copa. Estaba casi llena, así que no llegó a beber mucho de ella.
—Gracias a Dios —bufó. Aún había esperanza.
—Laird, —dijo Cormac dolorosamente—. Creemos que la copa no era la de lady McCabe.
Ewan golpeó sus puños sobre la mesa y se inclinó hacia delante.
—¿De quién era entonces?
Gannon dejó escapar un suspiro.
—Creemos que era la suya, Laird.
En ese momento, Caelen y Alaric casi se desplomaron de sus sillas.
—¿Qué diablos quieres decir? —demandó Caelen.
—Hemos hablado extensamente con todas las mujeres de la servidumbre. Había tres copas. Una que lady McCabe volcó cuando se levantó de la mesa. Esa era su copa, pero no fue colocada correctamente y no creemos que haya llegado siquiera a beber de ella. Tomó la copa que le pertenecía a usted y bebió una pequeña porción. Debe haber tenido mal sabor porque la apartó a un lado y convocó a una de las mujeres que sirven para que le trajeran otra. Poco después, cayó enferma.
—Pero ¿por qué...? —La voz de Ewan se fue apagando, y miró a sus hombres de confianza y a sus hermanos—. La flecha. La flecha no estaba destinada a Mairin en absoluto. Se suponía que era para mí.
—Jesús, —dijo Alaric con agitación—. Alguien está tratando de matarte, Ewan. No a Mairin.
—Tiene más sentido, —dijo Caelen con gravedad.
—No ganan nada si Mairin muere. Ese no sería el caso si Ewan muriese, dejando a Mairin sin esposo y sin hijos.
—Cameron está detrás de esto y de una u otra manera, se ha infiltrado en nuestro clan. Alguien aquí está siguiendo sus mandatos. Dos veces han tratado de matarme y, por dos veces Mairin casi ha muerto como resultado.
El puño de Ewan se estrelló contra la mesa con un repugnante chasquido, mientras maldecía al cabo de su ejecución.
—Sí, ¿pero quién? —preguntó Alaric.
—Eso es lo que tenemos que averiguar, —dijo Ewan.
—Y hasta que no lo hagamos, Mairin debe ser vigilada estrechamente en todo momento. No voy a tenerla herida por otro atentado contra mi vida.
Pero se encontró ofreciendo una ferviente oración ahora, mientras permanecía de pie encima de la cabecera de Mairin.
Maddie llegó corriendo con Bertha pisándole los talones.
—Usted debe provocarle el vómito, Laird, —le dijo Bertha —. No hay tiempo que perder. No podemos saber qué cantidad de veneno tomó, y debe vaciar el estómago de todo su contenido.
Ewan se inclinó y agarró a Mairin por los hombros, haciéndola rodar hasta el borde de la cama, por lo que su cabeza quedó colgando a un lado. Tomó su cara suavemente entre las manos y le abrió la boca con el pulgar.
Se retorció y luchó contra él, pero él apretó con más fuerza, negándose a ceder.
—Escúchame, Mairin, —dijo con urgencia—. Hay que eliminar el contenido de tu estómago. Debo hacerte vomitar. Lo siento, pero no tengo otra opción.
Tan pronto como sus labios se separaron, él metió los dedos hasta el fondo de su garganta y ella se atragantó y convulsionó. Con un solo brazo para inmovilizarla, era difícil.
—Ayúdame a sostenerla, —le gritó a Maddie—. Si no puedes hacerlo, llama a uno de mis hermanos.
Bertha y Maddie, saltaron hacia delante, presionando todo su peso contra el cuerpo de Mairin.
Tuvo arcadas de nuevo y vomitó sobre el suelo.
—Una vez más, Laird, —instó Bertha—. Sé que es difícil verla con tanto dolor, pero si es para que sobreviva, hay que hacerlo.
Haría cualquier cosa para que no muriera, incluso si eso significaba causarle agonía. Le sostuvo la cabeza y la obligó a vomitar. Una y otra vez se convulsionó hasta que nada más pudo ser expulsado fuera de ella. Todo su cuerpo estaba tan rígido, que era un milagro que no se le hubiera roto ningún hueso todavía.
Aun así siguió adelante, decidido a mantenerla con vida. Finalmente Bertha le tocó el brazo.
—Está hecho. Puede soltarla ahora.
Maddie se levantó y humedeció un trapo con agua de la palangana y se lo dio rápidamente a Ewan. Él le limpió la boca a Mairin, y luego la frente enrojecida y sudorosa.
Con cuidado, la recostó de nuevo en la cama y ágilmente la despojó de su ropa. Tiró las prendas a un lado y dio instrucciones a las mujeres para que limpiaran la recámara y así librarla del repulsivo olor.
Se sentó a su lado mientras la cubría con las mantas para proteger su desnudez. La miró ansiosamente, sintiéndose tan impotente que ardió en él, una rabia tan profunda que lo quemaba.
Podía oír el alboroto fuera de la puerta de la habitación, sabía que sus hermanos estaban allí, con los demás, pero él no podía apartar los ojos de Mairin.
Las mujeres rápidamente limpiaron el lío de la recámara y retiraron la nauseabunda ropa. Momentos más tarde, Maddie regresó, cerrando la puerta firmemente detrás de ella.
—Laird, deje que me haga cargo de su cuidado, —dijo con voz suave—. Ya vació su estómago. No hay nada más que hacer ahora, sino esperar.
Ewan negó con la cabeza.
—No la dejaré.
Le pasó un dedo por el pelo lacio y le tocó la mejilla, alarmado por cuán fría se sentía la piel bajo su toque. Su respiración era poco profunda, tan ligera que muchas veces había inclinado su cabeza a fin de percibirla, temeroso de que el aire no saliera por su nariz por más tiempo.
Había caído en la inconsciencia. No se había movido, no se había agitado, ni gritado por el cruel dolor que la atacaba. Él no sabía qué era peor. Si oír sus desvalidos gritos o verla tan inmóvil como si estuviera muerta.
Ambas cosas lo asustaban como el infierno.
Maddie estuvo junto a la cama durante un largo rato, y luego, con un suspiro, se volvió y salió de la habitación.
Antes de que Ewan pudiera descansar en la cama junto a Mairin, sus hermanos irrumpieron en la recámara.
—¿Cómo está ella? —exigió Alaric.
Caelen no habló, pero la tormenta estaba allí en sus ojos, mientras miraba a Mairin.
Ewan le tocó de nuevo la mejilla y le pasó los dedos por debajo de su nariz, hasta que sintió el ligero intercambio de aire sobre su piel. Había tanta agitación bullendo en su interior. Rabia. Miedo. Indefensión.
—No lo sé, —dijo finalmente. La admisión fue como un cuchillo retorciéndose en su vientre hasta que sintió la misma urgencia de vomitar que Mairin.
—¿Quién le hizo esto? —siseó Caelen—. ¿Quién pudo haberla envenenado?
Ewan miró hacia ella mientras la ira anudaba su pecho. Sus fosas nasales se dilataron y cerró los dedos en puños apretados.
—McDonald, —dijo con los dientes apretados—. El maldito McDonald.
Alaric se echó hacia atrás, sorprendido.
—¿McDonald?
Ewan miró fijamente a sus dos hermanos.
—Quiero que se queden con Mairin. Ambos. Llámenme si hay algún cambio en su condición. Ahora mismo, no confío en nadie más que ustedes, hasta que descubra quién está tratando de matar a mi esposa.
—Ewan, ¿a dónde vas? —exigió Caelen, mientras Ewan salía de la habitación.
Éste se dio la vuelta al llegar a la puerta.
—Voy a tener unas palabras con McDonald.
Bajó como una tromba por las escaleras, su espada desenvainada mientras entraba en la sala donde la mayoría de sus soldados estaban ahora reunidos. Se irguieron al verlo con la hoja en la mano.
McDonald estaba parado a un lado, rodeado por sus guardias. Rionna junto a él, mientras ambos conversaban en tono de urgencia. La tensión se respiraba en el aire de la sala, tan densa que la piel de Ewan se erizó al sentirla.
Rionna alzó la vista, alarmada cuando lo vio acercarse. Sacó su espada y se colocó delante de su padre, pero Ewan la empujó a un lado provocando que se tambaleara.
La sala estalló en un caos.
Los hombres de McDonald se abalanzaron sobre Ewan, y los hombres de éste reaccionaron ferozmente en la protección de su Laird.
—Protege a la mujer, —ladró a Gannon.
Estaba encima de McDonald antes de que éste pudiera desenvainar su espada. Agarró al hombre mayor por la túnica y lo estrelló contra la pared.
La cara de McDonald enrojeció de rabia y sus mejillas se hincharon cuando Ewan tensó el cuello de su túnica apretándolo alrededor de su garganta.
—Ewan, ¿qué significa esto?
—¿Qué tan mal querías que me casara con tu hija? —le preguntó Ewan en un tono de voz peligrosamente bajo.
McDonald parpadeó confundido antes de que la comprensión se estableciera en él. La saliva salpicó de sus labios cuando resopló e hizo un sonido de indignación.
—¿Me estás acusando del envenenamiento de lady McCabe?
—¿Lo hiciste?
Los ojos de McDonald se estrecharon con furia. Empujó las manos de Ewan, en un intento de desprenderse del asimiento de éste, pero Ewan sólo lo estrelló de nuevo contra la pared.
—Esto es la guerra, —escupió McDonald—. No voy a dejar que este insulto quede sin respuesta.
—Si quieres guerra, estaré más que feliz de complacerte, —siseó Ewan—. Y cuando haya limpiado el suelo con tu sangre, tus tierras y todo lo que te es querido, será mío. ¿Quieres hablar de insultos, Laird? ¿Vienes a mi casa, aceptas mi hospitalidad, e intentas matar a mi señora esposa?
McDonald palideció y miró fijamente a los ojos de Ewan.
—No hice nada de eso, Ewan. Tienes que creerme. Sí, yo quería que Rionna se casara contigo, pero un matrimonio con tu hermano estará igual de bien. Yo no la envenené.
La mandíbula de Ewan se contrajo y su nariz se ensanchó. El sudor cubrió la frente de McDonald y miró nerviosamente hacia la izquierda y la derecha, pero sus hombres habían sido fácilmente dominados por los soldados McCabe.
Rionna estaba a varios metros de distancia, con los brazos sostenidos por Gannon. Estaba realmente cabreada, y le tomó todo su esfuerzo a Gannon retenerla.
No había culpa en los ojos de McDonald.
¿Le estaría diciendo la verdad? La simultaneidad en la llegada de McDonald y el envenenamiento de Mairin era demasiada coincidencia. ¿O sólo fue para que pareciera de esa manera?
Ewan relajó su agarre y movió a McDonald lejos de la pared.
—Perdonarás mi mala educación, pero quiero que tú y tus hombres salgan de mis tierras ahora mismo. Mi esposa yace enferma de muerte y no sé si sobrevivirá. Y que sepas esto, McDonald. Si ella muere, y descubro que tuviste algo que ver en ello, no habrá piedra en toda Escocia bajo la cual te puedas ocultar, ni rincón donde puedas buscar refugio.
—¿Q-Qué hay de nuestra alianza? —McDonald balbuceó.
—Lo único que me preocupa ahora es mi esposa. Vete a casa, McDonald. Vete a casa y reza para que ella sobreviva. Hablaremos de nuestra propuesta de alianza otro día.
Él casi lanzó a McDonald contra la puerta que conduce fuera de la sala.
—¡Ewan! La muchacha está enferma otra vez. Está vomitando atrozmente. Nada de lo que Caelen y yo hacemos parece ayudar.
Ewan dio media vuelta para ver a Alaric con aspecto macilento, de pie en la entrada de la sala.
—Ocúpate de que se marchen, —espetó a Gannon—. Escóltalos hasta nuestra frontera y asegúrate de que no se detengan.
Entonces echó a correr, llevándose por delante a Alaric mientras tronaba por las escaleras.
Irrumpió en la recámara para ver a Caelen sosteniendo a Mairin sobre el borde de la cama, mientras ésta vomitaba y se convulsionaba. Caelen parecía desesperado, y sin embargo, la mantenía protectoramente contra sí, aferrándola mientras todo el cuerpo de ella se sacudía con la fuerza de las arcadas.
Caelen levantó la vista cuando su hermano se abalanzó hacia la cama.
—Ewan, gracias a Dios que estás aquí. ¡No puedo hacer que pare y esto la está matando!
Ewan tomó el cuerpo inerte de Mairin y lo acunó en sus brazos.
—Shh, cariño. Respira conmigo. A través de la nariz. Debes detener las arcadas.
—Enferma, —gimió—. Por favor, Ewan, déjame morir. Duele demasiado.
Su corazón dio un vuelco y la abrazó aún más fuerte contra él.
—Sólo respira, —susurró—. Respira para mí, Mairin. El dolor desaparecerá. Lo juro.
Se aferró a su túnica, tan fuerte que el material se apretó incómodamente a través de sus brazos. El cuerpo de ella se tensó, pero esta vez se las arregló para contener la urgencia de vomitar.
—Eso es, muchacha. Aférrate a mí. No te dejaré ir. Estoy aquí.
Ella sepultó la cara en su cuello y quedó inerte. La bajó hacia la cama y luego miró a Caelen que estaba junto al lecho, su rostro delineado con impotente furia.
—Humedece un paño para que pueda limpiarle la cara.
Caelen se apresuró a ir hasta la jofaina. Escurrió un paño y se lo pasó a Ewan. Éste limpió la frente de Mairin y luego le pasó la tela húmeda sobre la boca. Ella suspiró, pero no abrió los ojos mientras él limpiaba el resto de su cara.
Parecía haber terminado con los espasmos que sacudían su estómago. Se acurrucó junto a su costado y envolvió un brazo alrededor de su cintura. Y luego, con un suspiro, se deslizó en un profundo sueño.
Ewan ahuecó la parte posterior de su cabeza y presionó los labios contra su frente. El hecho de que había despertado era una buena señal, pero odiaba verla con tanto dolor. Su cuerpo estaba tratando de librarse del veneno, y ella continuaba luchando valientemente contra sus efectos.
—Vive, —susurró—. No te dejaré morir.
Alaric, que había seguido a Ewan de regreso a la recámara, y Caelen lo miraron desconcertados por la inusual manifestación emocional de su hermano. En este momento, a Ewan no le importaba que vieran su debilidad.
—La quieres, —señaló Alaric con brusquedad.
Ewan sintió que algo dentro de él se aflojaba y desplegaba. Sí, la amaba, y no podía soportar la idea de perderla. Por Dios que ella iba a despertar, hablarle descaradamente, y entonces él la seduciría para que le dijera las palabras que más deseaba oír.
Sí, ella iba a vivir, y entonces, la pequeña muchacha espinosa iba a quererlo tan absolutamente como él la amaba.
Miró a sus hermanos, quienes lo veían con extraña fascinación.
—Voy a necesitar la ayuda de ambos. Alguien trató de matarla. Por mucho que me duela, tiene que ser alguien de nuestro clan. Tenemos un traidor entre nosotros y deberá ser eliminado o Mairin nunca estará segura. No puedo perderla. Nuestro clan no puede perderla. Ella representa nuestra salvación —y la mía—. Si no lo hacen por ella, su hermana, entonces háganlo por mí, su hermano.
Alaric cayó de rodillas junto a la cama, extendió la mano, y puso sus dedos sobre la mano inerte de Mairin. Caelen cuadró los hombros y luego él también se puso de rodillas al lado de Alaric. Tocó a Mairin en el hombro y su mirada se suavizó al contemplarla.
—Has tenido siempre nuestra lealtad, Ewan —dijo Alaric con voz grave—. Nuestra devoción te pertenece. Ahora comprometo mi lealtad y mi fidelidad a Mairin también. La protegeré como tu esposa y mi hermana. Pondré su seguridad por encima de la mía.
La declaración solemne de Alaric envió una feroz oleada de orgullo a Ewan.
—Ella es una buena chica, —dijo Caelen con brusquedad—. Es una buena madre para Crispen y una esposa leal. Es una buena influencia para ti, Ewan. La protegeré con mi vida y buscaré hacer justicia por los agravios cometidos en su contra. Ella siempre tendrá un lugar de honor a mis ojos.
Ewan sonrió, sabiendo lo difícil que debía haber sido para Caelen recitar tal compromiso.
—Gracias. Esto significa mucho para mí. Debemos asegurarnos de que esté a salvo de ahora en adelante. No será fácil de contener cuando esté de nuevo sobre sus pies.
—Pareces estar seguro de su recuperación, —le indico Caelen.
Ewan bajó la vista de nuevo, mientras la esperanza quemaba en sus entrañas como azufre.
—Sí, estoy seguro. La muchacha es demasiado cabezota para ceder a la muerte. Ewan se reunió con sus hermanos bien entrada la noche. Se sentaron en la sala con solo una vela para iluminar el cuarto oscuro.
—Hemos interrogado a todos los que sirvieron, a cada uno en la cocina, todos los que estuvieron en contacto con la comida, y los que se reunieron en el salón, —informó Caelen.
—Gertie está mortificada, —dijo Alaric con gravedad—. Está afectada porque Mairin fuera envenenada. No creo ni por un momento que Gertie esté detrás de esto, incluso siendo la que hubiera tenido más oportunidad que nadie. Ella ha estado con nuestro clan desde antes de que naciéramos. Era leal a nuestro padre y ha seguido inquebrantable desde su muerte.
Ewan no lo creía tampoco, pero sería insensato descartar la posibilidad. Él no podía imaginarse a ninguno de su clan tratando de matar a Mairin. ¿Por qué lo harían? Representaba esperanza. Ella era su salvación y no había nadie que no lo supiera.
Pero alguien lo había hecho.
Gannon y Cormac entraron en la sala, sus expresiones sombrías. La fatiga llenaba sus rostros mientras iban directamente hasta Ewan.
—Laird, tenemos un informe.
Él les hizo un gesto para que se sentaran.
Cormac se sentó pero Gannon optó por quedarse de pie, su agitación era evidente por la forma en que abría y cerraba los puños.
—Hemos determinado la fuente del veneno —Gannon, dijo.
—Díganme, —escupió Ewan.
—No estaba en la comida. Probamos las piezas sobrantes de las bandejas, incluyendo la de lady McCabe. El veneno estaba en una copa. Estaba casi llena, así que no llegó a beber mucho de ella.
—Gracias a Dios —bufó. Aún había esperanza.
—Laird, —dijo Cormac dolorosamente—. Creemos que la copa no era la de lady McCabe.
Ewan golpeó sus puños sobre la mesa y se inclinó hacia delante.
—¿De quién era entonces?
Gannon dejó escapar un suspiro.
—Creemos que era la suya, Laird.
En ese momento, Caelen y Alaric casi se desplomaron de sus sillas.
—¿Qué diablos quieres decir? —demandó Caelen.
—Hemos hablado extensamente con todas las mujeres de la servidumbre. Había tres copas. Una que lady McCabe volcó cuando se levantó de la mesa. Esa era su copa, pero no fue colocada correctamente y no creemos que haya llegado siquiera a beber de ella. Tomó la copa que le pertenecía a usted y bebió una pequeña porción. Debe haber tenido mal sabor porque la apartó a un lado y convocó a una de las mujeres que sirven para que le trajeran otra. Poco después, cayó enferma.
—Pero ¿por qué...? —La voz de Ewan se fue apagando, y miró a sus hombres de confianza y a sus hermanos—. La flecha. La flecha no estaba destinada a Mairin en absoluto. Se suponía que era para mí.
—Jesús, —dijo Alaric con agitación—. Alguien está tratando de matarte, Ewan. No a Mairin.
—Tiene más sentido, —dijo Caelen con gravedad.
—No ganan nada si Mairin muere. Ese no sería el caso si Ewan muriese, dejando a Mairin sin esposo y sin hijos.
—Cameron está detrás de esto y de una u otra manera, se ha infiltrado en nuestro clan. Alguien aquí está siguiendo sus mandatos. Dos veces han tratado de matarme y, por dos veces Mairin casi ha muerto como resultado.
El puño de Ewan se estrelló contra la mesa con un repugnante chasquido, mientras maldecía al cabo de su ejecución.
—Sí, ¿pero quién? —preguntó Alaric.
—Eso es lo que tenemos que averiguar, —dijo Ewan.
—Y hasta que no lo hagamos, Mairin debe ser vigilada estrechamente en todo momento. No voy a tenerla herida por otro atentado contra mi vida.
berny_girl- Mensajes : 2842
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Re: Lectura Septiembre 2018
CAPÍTULO 28
Fuertes gritos interrumpieron el sueño agradable y brumoso de Mairin. No podía estar segura de que fuera un sueño, pero todo era hermoso y etéreo, y no sentía ningún dolor. Prefería la ingravidez complaciente y tranquila contra la alternativa.
Entonces se encontró siendo sacudida hasta que su cerebro parecía estremecerse en su cabeza. El dolor regresó y escuchó la voz de Ewan.
Oh, pero el hombre amaba gruñir. Parecía disfrutar de un buen sermón, sobre todo cuando iba dirigido a ella.
—Tú eres la muchacha más desobediente que he tenido la desgracia de conocer, —le rezongó—. Te ordeno no morir y estás determinada a hacer justamente eso. Tú no eres la leona que defendió a mi hijo. Ella nunca renunciaría como tú lo estás haciendo.
Mairin frunció el ceño ante su insulto. Era muy propio de él actuar tan vergonzosamente mientras ella estaba enferma y moribunda. Actuaba como si ella lo hubiera hecho a propósito.
Lo oyó reírse.
—No, muchacha, bien puedes estar enferma, pero no te estás muriendo. Vas a obedecerme esta vez o, pongo a Dios como testigo, que te pondré sobre mis rodillas.
Lo miró, o por lo menos pensó que lo hizo. La habitación todavía le parecía increíblemente oscura, y sus párpados se sentían como si alguien hubiera puesto piedras sobre ellos. De repente el pánico la golpeó. Tal vez la estaban preparando para su entierro.
¿Acaso no ponían piedras en los ojos de los muertos para mantenerlos cerrados? ¿O eran monedas?
De cualquier manera, ella no quería morir.
—Shh, muchacha, —la tranquilizó Ewan—. Abre tus ojos. Puedes hacerlo por mí. Nadie te está enterrando, te lo juro. Abre tus ojos y mírame. Déjame ver esas hermosas pupilas azules.
Le tomó toda su fuerza, pero se las arregló para entreabrirlos. Hizo una mohín cuando la luz del sol alanceó a través de su cabeza, y de nuevo rápidamente los cerró de golpe.
—Cubre la ventana, —ladró Ewan.
Mairin frunció el ceño. ¿A quién le hablaba? Se estaba convirtiendo en un acontecimiento habitual que tuvieran visitantes en su recámara.
Oyó una risita y abrió los ojos, sólo para ver una figura borrosa que se asemejaba a Ewan. Parpadeó rápidamente y luego miró más allá de él, para ver a Alaric y a Caelen frente a la ventana ahora cubierta.
—Es bueno que hayas regresado a casa cuando lo hiciste, Alaric. Ewan podría necesitarte para el funeral.
Alaric frunció el ceño.
—¿El funeral de quién, muchacha?
—El mío, —dijo.
Trató de levantar la cabeza, pero pronto descubrió que estaba tan débil como un gatito recién nacido.
Caelen se echó a reír y Mairin se volvió para ofrecerle una mueca de desagrado.
Ella aspiró.
—No es un asunto de risa. Ewan podría estar muy disgustado si muero.
—Que es precisamente, por lo que no vas a hacer nada por el estilo, —le dijo él arrastrando las palabras.
Volvió la cabeza para mirarlo de nuevo y se sorprendió al verlo tan... demacrado. Su cabello estaba desaliñado, sus ojos enrojecidos, y tenía lo que parecían ser unos cuantos días de buen crecimiento de barba en su mandíbula.
—Yo soy siempre obediente, marido. Si me ordenas no morir, no lo haré, por supuesto que no me negaré a tu deseo.
Ewan sonrió mientras la miraba y ella vio tal alivio en sus ojos que el aliento quedó atrapado en su garganta.
—Es un pecado mentir, esposa, pero juro por Dios que no creo que ni a Él ni a mí nos importe esa falsedad.
—Humm —musitó—. Yo trato de ser obediente.
—Sí, muchacha. Te ordené que no murieras, y fue muy servicial de tu parte obedecerme esta vez. Estoy tan contento, que podría considerar el no gritarte la próxima vez que se te ocurra desobedecerme.
—Los dos están chiflados, —se quejó Caelen.
Alaric se acercó a la cama, alcanzó su mano y se la oprimió.
—Bienvenida de nuevo a la tierra de los vivos, pequeña hermana. Nos diste a todos nosotros un gran susto.
Ella puso su otra mano sobre su estómago.
—No siento dolor. Es muy extraño, la verdad, pero tengo hambre.
Ewan se echó a reír y luego se inclinó hacia ella y presionó los labios contra su frente durante un largo rato. Se estremeció contra su piel y suavemente pasó la mano por su pelo, mientras lentamente se apartaba.
—Debes estar hambrienta, muchacha. Has estado en cama durante tres días y vaciaste el contenido de tu estómago en el primer día.
—¿Tres días?
Estaba horrorizada. Absolutamente horrorizada.
—Sí, muchacha, tres días. —su tono se hizo más grave y las líneas volvieron a aparecer en su rostro. Él parecía... cansado.
Ella extendió la mano para trazar las líneas de su frente y luego dejó que sus dedos se arrastran por su mejilla.
—Te ves cansado, esposo. Estoy pensando que necesitas un baño y un afeitado y luego un largo descanso.
Él ahuecó su mano sobre la de ella, atrapándola contra su mejilla. Entonces giró su boca hacia adentro y le besó la palma.
—Ahora que estás despierta, en efecto voy a dormir. Pero no pienses que sólo porque has despertado vas a estar correteando por toda la fortaleza. Permanecerás en cama hasta que yo diga que puedes levantarte y ni un minuto antes.
Mairin le dirigió una mirada de disgusto, pero contuvo su lengua. No estaría bien comenzar una discusión con él al momento de despertarse. Después de todo, podría ser complaciente al menos en una ocasión.
Ewan se echó a reír.
—Sí, muchacha, parece que en ocasiones puedes ser muy complaciente.
—Realmente tengo que aprender a controlar mejor mi lengua, —murmuró—. No puedo ir por ahí desembuchando cada pensamiento. La madre Serenity me dijo que iba a llegar el día en que lamentaría haber adquirido este terrible hábito. Pienso que estaba en lo correcto.
Ewan se inclinó y la besó de nuevo.
—Pienso que tu lengua es perfecta.
Tanto Caelen como Alaric se rieron y Mairin se escandalizó.
—¡Ewan!
La mortificación calentó sus mejillas y tiró de las mantas para cubrirse la cabeza.
La risa de Ewan se sumó a la de los otros dos, mientras ella se acurrucaba deseando que el suelo se abriera y se los tragara a todos.
Él finalmente ahuyentó a sus hermanos fuera de su cámara y luego ordenó que trajeran comida para los dos. Probó cada bocado de comida por sí mismo, antes de pasárselo a Mairin.
En verdad, muy a su pesar eso la asustaba. No quería que él muriera por ella y así se lo dijo.
No pareció impresionado por su preocupación.
—Es mi deber velar por ti, muchacha.
—Y un buen trabajo que vas a hacer si mueres en el proceso, —se quejó.
Después de comer, se recostó en la almohada y cerró los ojos. Realmente se sentía bastante débil, y la verdad era que la comida no le había sentado del todo bien en el estómago.
Después de tres días de ayuno, supuso que era natural.
Se quedó mirando cuando escuchó abrirse la puerta, y un desfile de criadas entró en la habitación llevando cubos de agua caliente.
—Pensé que te gustaría un baño caliente —le dijo Ewan.
En ese momento quiso arrojarse contra él y abrazarlo hasta que no pudiera respirar. Y lo habría hecho si no considerara que incluso mover sus brazos era increíblemente agotador. Por lo que se quedó allí como un montón de carne inútil y observó con creciente excitación como el vapor del agua se elevaba de la bañera casi llena.
Cuando el último cubo de agua fue vertido, Ewan se inclinó sobre la cama y comenzó a desatarle los cordones de su camisón. Ella no tenía la energía suficiente para protestar, no es que se opusiera tampoco de todos modos. Muy pronto tuvo la ropa fuera de su cuerpo y él la tomó suavemente en sus brazos y la llevó hasta la bañera.
La ayudó a descender en el agua caliente, y Mairin sollozó de placer cuando el calor acarició su cuerpo.
En lugar de dejarla como ella había previsto, se arrodilló al lado de la bañera. Alargó la mano hacia la jarra en el suelo y la llenó de agua antes de verterla por su espalda para mojarle el pelo.
Cuando sus dedos se hundieron en las hebras para lavarle el cabello, cerró los ojos ante el simple goce de tenerlo cuidando de sus necesidades. Estaba más débil de lo que podría haber imaginado alguna vez, después de su terrible experiencia, y estaba agradecida por su consideración.
Gimió suavemente cuando él dirigió su atención hacia el lavado de su cuerpo. Se tomó su tiempo, frotándole los hombros y los brazos. Sus manos se sumergieron en el agua y tomó sus pechos, frotando los pulgares sobre las duras puntas.
No se detuvo demasiado tiempo allí, sino que continuó su búsqueda incesante para lavar cada centímetro de su cuerpo. En el momento en que llegó a sus pies, estaba temblando con placer en bruto. Le alzó una pierna y regó agua sobre su muslo. Entonces empezó un masaje minucioso de cada parte de su extremidad, yendo de abajo hacia arriba. Cuando llegó a sus dedos, ella trató de agitar su pie y apartarlo mientras gritaba ante la sensación de cosquillas.
Él se carcajeó, pero le agarró el tobillo para que no se escapara.
—No tenía idea de que fueras tan cosquillosa, muchacha.
Sostuvo su pie con ambas manos y se las pasó sobre el tobillo y, a continuación, para su sorpresa, le besó el arco. La acarició de camino hasta la pierna, por encima de su rodilla, y hasta la unión de sus muslos.
Sus manos eran como seda sobre su piel. La combinación del agua caliente y sus calmantes caricias eran un bálsamo para sus andrajosos sentidos.
Fue minucioso en su lavado. Ninguna parte quedó sin tocar. En el momento en que terminó, estaba laxa, su visión borrosa, y se sentía tan letárgica que no podría haberse levantado de la tina aunque hubiera querido.
Ewan la alzó y la abrazó sobre la bañera, mientras el agua escurría por su cuerpo.
La dejó junto al fuego y envolvió rápidamente una manta grande a su alrededor, metiendo los extremos entre sus pechos.
—Tan pronto como tu cabello esté seco, te voy a meter de vuelta en la cama, —le dijo—. No quiero que cojas frío.
Justo cuando no podía imaginar estar más sorprendida por su tierno toque, comenzó a secar su cabello con un paño. Sus manos se movían a través de las hebras y cuando hubo eliminado el exceso de agua de la masa pesada, comenzó a deslizar un peine a través de los nudos.
Ambos se reclinaron en frente del fuego, ella recostada entre sus muslos, delante de las llamas. Fue sumamente paciente, haciendo una pausa cuando encontraba algún enredo particularmente difícil.
La tibieza del hogar los envolvió alrededor, hasta que la piel le resplandeció en un color rosa. El calor se filtró en sus huesos y se encontró cabeceando mientras él la peinaba.
Cuando terminó, apartó el peine a un lado y envolvió sus brazos en torno a ella. Presionó su mejilla contra un costado de su cabeza y se balanceó ligeramente mientras miraba las brasas.
—Me has asustado, muchacha.
Ella suspiró profundamente y se fundió en su abrazo.
—Me asusté también, Laird. La verdad es que no me agradaba el pensamiento de dejarte a ti y a Crispen.
—Crispen dormía en tu cama cada noche mientras estuviste enferma. Él, en un lado, y yo en el otro. Estaba tan decidido como yo a que no murieras.
Ella sonrió.
—Es agradable tener una familia.
—Sí, muchacha, lo es. Creo que Crispen, tú y yo formamos una excelente familia.
—No te olvides de Caelen y Alaric, —dijo con el ceño fruncido—. Y Gannon, Cormac, y Diormid, por supuesto. Ellos me hacen enfadar, pero tienen buenas intenciones y son siempre tan pacientes. ¡Oh! Y Maddie, Bertha y Christina.
Ewan rió contra su oído.
—Nuestro clan, muchacha. Nuestro clan es nuestra familia.
Oh, a ella le gustaba la idea de eso. Familia. Dio un suspiro de satisfacción y apoyó la cabeza contra su hombro.
—¿Ewan?
—Sí, muchacha.
—Gracias por no dejarme morir. La verdad es que yo estaba cerca de darme por vencida, pero tus gruñidos me hicieron imposible ceder. Te gusta rugir. Probablemente te hizo feliz tener una excusa para hacer todo ese escándalo.
La apretó contra sí, y ella sintió el temblor de su cuerpo que señalaba su silenciosa risa.
—Cuando estés bien, vamos a tener una larga conversación.
Trató de incorporarse, pero él la abrazó con fuerza.
—¿Hablar de qué, Laird?
—Palabras, muchacha. Palabras que tengo la intención de que me ofrezcas.
Entonces se encontró siendo sacudida hasta que su cerebro parecía estremecerse en su cabeza. El dolor regresó y escuchó la voz de Ewan.
Oh, pero el hombre amaba gruñir. Parecía disfrutar de un buen sermón, sobre todo cuando iba dirigido a ella.
—Tú eres la muchacha más desobediente que he tenido la desgracia de conocer, —le rezongó—. Te ordeno no morir y estás determinada a hacer justamente eso. Tú no eres la leona que defendió a mi hijo. Ella nunca renunciaría como tú lo estás haciendo.
Mairin frunció el ceño ante su insulto. Era muy propio de él actuar tan vergonzosamente mientras ella estaba enferma y moribunda. Actuaba como si ella lo hubiera hecho a propósito.
Lo oyó reírse.
—No, muchacha, bien puedes estar enferma, pero no te estás muriendo. Vas a obedecerme esta vez o, pongo a Dios como testigo, que te pondré sobre mis rodillas.
Lo miró, o por lo menos pensó que lo hizo. La habitación todavía le parecía increíblemente oscura, y sus párpados se sentían como si alguien hubiera puesto piedras sobre ellos. De repente el pánico la golpeó. Tal vez la estaban preparando para su entierro.
¿Acaso no ponían piedras en los ojos de los muertos para mantenerlos cerrados? ¿O eran monedas?
De cualquier manera, ella no quería morir.
—Shh, muchacha, —la tranquilizó Ewan—. Abre tus ojos. Puedes hacerlo por mí. Nadie te está enterrando, te lo juro. Abre tus ojos y mírame. Déjame ver esas hermosas pupilas azules.
Le tomó toda su fuerza, pero se las arregló para entreabrirlos. Hizo una mohín cuando la luz del sol alanceó a través de su cabeza, y de nuevo rápidamente los cerró de golpe.
—Cubre la ventana, —ladró Ewan.
Mairin frunció el ceño. ¿A quién le hablaba? Se estaba convirtiendo en un acontecimiento habitual que tuvieran visitantes en su recámara.
Oyó una risita y abrió los ojos, sólo para ver una figura borrosa que se asemejaba a Ewan. Parpadeó rápidamente y luego miró más allá de él, para ver a Alaric y a Caelen frente a la ventana ahora cubierta.
—Es bueno que hayas regresado a casa cuando lo hiciste, Alaric. Ewan podría necesitarte para el funeral.
Alaric frunció el ceño.
—¿El funeral de quién, muchacha?
—El mío, —dijo.
Trató de levantar la cabeza, pero pronto descubrió que estaba tan débil como un gatito recién nacido.
Caelen se echó a reír y Mairin se volvió para ofrecerle una mueca de desagrado.
Ella aspiró.
—No es un asunto de risa. Ewan podría estar muy disgustado si muero.
—Que es precisamente, por lo que no vas a hacer nada por el estilo, —le dijo él arrastrando las palabras.
Volvió la cabeza para mirarlo de nuevo y se sorprendió al verlo tan... demacrado. Su cabello estaba desaliñado, sus ojos enrojecidos, y tenía lo que parecían ser unos cuantos días de buen crecimiento de barba en su mandíbula.
—Yo soy siempre obediente, marido. Si me ordenas no morir, no lo haré, por supuesto que no me negaré a tu deseo.
Ewan sonrió mientras la miraba y ella vio tal alivio en sus ojos que el aliento quedó atrapado en su garganta.
—Es un pecado mentir, esposa, pero juro por Dios que no creo que ni a Él ni a mí nos importe esa falsedad.
—Humm —musitó—. Yo trato de ser obediente.
—Sí, muchacha. Te ordené que no murieras, y fue muy servicial de tu parte obedecerme esta vez. Estoy tan contento, que podría considerar el no gritarte la próxima vez que se te ocurra desobedecerme.
—Los dos están chiflados, —se quejó Caelen.
Alaric se acercó a la cama, alcanzó su mano y se la oprimió.
—Bienvenida de nuevo a la tierra de los vivos, pequeña hermana. Nos diste a todos nosotros un gran susto.
Ella puso su otra mano sobre su estómago.
—No siento dolor. Es muy extraño, la verdad, pero tengo hambre.
Ewan se echó a reír y luego se inclinó hacia ella y presionó los labios contra su frente durante un largo rato. Se estremeció contra su piel y suavemente pasó la mano por su pelo, mientras lentamente se apartaba.
—Debes estar hambrienta, muchacha. Has estado en cama durante tres días y vaciaste el contenido de tu estómago en el primer día.
—¿Tres días?
Estaba horrorizada. Absolutamente horrorizada.
—Sí, muchacha, tres días. —su tono se hizo más grave y las líneas volvieron a aparecer en su rostro. Él parecía... cansado.
Ella extendió la mano para trazar las líneas de su frente y luego dejó que sus dedos se arrastran por su mejilla.
—Te ves cansado, esposo. Estoy pensando que necesitas un baño y un afeitado y luego un largo descanso.
Él ahuecó su mano sobre la de ella, atrapándola contra su mejilla. Entonces giró su boca hacia adentro y le besó la palma.
—Ahora que estás despierta, en efecto voy a dormir. Pero no pienses que sólo porque has despertado vas a estar correteando por toda la fortaleza. Permanecerás en cama hasta que yo diga que puedes levantarte y ni un minuto antes.
Mairin le dirigió una mirada de disgusto, pero contuvo su lengua. No estaría bien comenzar una discusión con él al momento de despertarse. Después de todo, podría ser complaciente al menos en una ocasión.
Ewan se echó a reír.
—Sí, muchacha, parece que en ocasiones puedes ser muy complaciente.
—Realmente tengo que aprender a controlar mejor mi lengua, —murmuró—. No puedo ir por ahí desembuchando cada pensamiento. La madre Serenity me dijo que iba a llegar el día en que lamentaría haber adquirido este terrible hábito. Pienso que estaba en lo correcto.
Ewan se inclinó y la besó de nuevo.
—Pienso que tu lengua es perfecta.
Tanto Caelen como Alaric se rieron y Mairin se escandalizó.
—¡Ewan!
La mortificación calentó sus mejillas y tiró de las mantas para cubrirse la cabeza.
La risa de Ewan se sumó a la de los otros dos, mientras ella se acurrucaba deseando que el suelo se abriera y se los tragara a todos.
Él finalmente ahuyentó a sus hermanos fuera de su cámara y luego ordenó que trajeran comida para los dos. Probó cada bocado de comida por sí mismo, antes de pasárselo a Mairin.
En verdad, muy a su pesar eso la asustaba. No quería que él muriera por ella y así se lo dijo.
No pareció impresionado por su preocupación.
—Es mi deber velar por ti, muchacha.
—Y un buen trabajo que vas a hacer si mueres en el proceso, —se quejó.
Después de comer, se recostó en la almohada y cerró los ojos. Realmente se sentía bastante débil, y la verdad era que la comida no le había sentado del todo bien en el estómago.
Después de tres días de ayuno, supuso que era natural.
Se quedó mirando cuando escuchó abrirse la puerta, y un desfile de criadas entró en la habitación llevando cubos de agua caliente.
—Pensé que te gustaría un baño caliente —le dijo Ewan.
En ese momento quiso arrojarse contra él y abrazarlo hasta que no pudiera respirar. Y lo habría hecho si no considerara que incluso mover sus brazos era increíblemente agotador. Por lo que se quedó allí como un montón de carne inútil y observó con creciente excitación como el vapor del agua se elevaba de la bañera casi llena.
Cuando el último cubo de agua fue vertido, Ewan se inclinó sobre la cama y comenzó a desatarle los cordones de su camisón. Ella no tenía la energía suficiente para protestar, no es que se opusiera tampoco de todos modos. Muy pronto tuvo la ropa fuera de su cuerpo y él la tomó suavemente en sus brazos y la llevó hasta la bañera.
La ayudó a descender en el agua caliente, y Mairin sollozó de placer cuando el calor acarició su cuerpo.
En lugar de dejarla como ella había previsto, se arrodilló al lado de la bañera. Alargó la mano hacia la jarra en el suelo y la llenó de agua antes de verterla por su espalda para mojarle el pelo.
Cuando sus dedos se hundieron en las hebras para lavarle el cabello, cerró los ojos ante el simple goce de tenerlo cuidando de sus necesidades. Estaba más débil de lo que podría haber imaginado alguna vez, después de su terrible experiencia, y estaba agradecida por su consideración.
Gimió suavemente cuando él dirigió su atención hacia el lavado de su cuerpo. Se tomó su tiempo, frotándole los hombros y los brazos. Sus manos se sumergieron en el agua y tomó sus pechos, frotando los pulgares sobre las duras puntas.
No se detuvo demasiado tiempo allí, sino que continuó su búsqueda incesante para lavar cada centímetro de su cuerpo. En el momento en que llegó a sus pies, estaba temblando con placer en bruto. Le alzó una pierna y regó agua sobre su muslo. Entonces empezó un masaje minucioso de cada parte de su extremidad, yendo de abajo hacia arriba. Cuando llegó a sus dedos, ella trató de agitar su pie y apartarlo mientras gritaba ante la sensación de cosquillas.
Él se carcajeó, pero le agarró el tobillo para que no se escapara.
—No tenía idea de que fueras tan cosquillosa, muchacha.
Sostuvo su pie con ambas manos y se las pasó sobre el tobillo y, a continuación, para su sorpresa, le besó el arco. La acarició de camino hasta la pierna, por encima de su rodilla, y hasta la unión de sus muslos.
Sus manos eran como seda sobre su piel. La combinación del agua caliente y sus calmantes caricias eran un bálsamo para sus andrajosos sentidos.
Fue minucioso en su lavado. Ninguna parte quedó sin tocar. En el momento en que terminó, estaba laxa, su visión borrosa, y se sentía tan letárgica que no podría haberse levantado de la tina aunque hubiera querido.
Ewan la alzó y la abrazó sobre la bañera, mientras el agua escurría por su cuerpo.
La dejó junto al fuego y envolvió rápidamente una manta grande a su alrededor, metiendo los extremos entre sus pechos.
—Tan pronto como tu cabello esté seco, te voy a meter de vuelta en la cama, —le dijo—. No quiero que cojas frío.
Justo cuando no podía imaginar estar más sorprendida por su tierno toque, comenzó a secar su cabello con un paño. Sus manos se movían a través de las hebras y cuando hubo eliminado el exceso de agua de la masa pesada, comenzó a deslizar un peine a través de los nudos.
Ambos se reclinaron en frente del fuego, ella recostada entre sus muslos, delante de las llamas. Fue sumamente paciente, haciendo una pausa cuando encontraba algún enredo particularmente difícil.
La tibieza del hogar los envolvió alrededor, hasta que la piel le resplandeció en un color rosa. El calor se filtró en sus huesos y se encontró cabeceando mientras él la peinaba.
Cuando terminó, apartó el peine a un lado y envolvió sus brazos en torno a ella. Presionó su mejilla contra un costado de su cabeza y se balanceó ligeramente mientras miraba las brasas.
—Me has asustado, muchacha.
Ella suspiró profundamente y se fundió en su abrazo.
—Me asusté también, Laird. La verdad es que no me agradaba el pensamiento de dejarte a ti y a Crispen.
—Crispen dormía en tu cama cada noche mientras estuviste enferma. Él, en un lado, y yo en el otro. Estaba tan decidido como yo a que no murieras.
Ella sonrió.
—Es agradable tener una familia.
—Sí, muchacha, lo es. Creo que Crispen, tú y yo formamos una excelente familia.
—No te olvides de Caelen y Alaric, —dijo con el ceño fruncido—. Y Gannon, Cormac, y Diormid, por supuesto. Ellos me hacen enfadar, pero tienen buenas intenciones y son siempre tan pacientes. ¡Oh! Y Maddie, Bertha y Christina.
Ewan rió contra su oído.
—Nuestro clan, muchacha. Nuestro clan es nuestra familia.
Oh, a ella le gustaba la idea de eso. Familia. Dio un suspiro de satisfacción y apoyó la cabeza contra su hombro.
—¿Ewan?
—Sí, muchacha.
—Gracias por no dejarme morir. La verdad es que yo estaba cerca de darme por vencida, pero tus gruñidos me hicieron imposible ceder. Te gusta rugir. Probablemente te hizo feliz tener una excusa para hacer todo ese escándalo.
La apretó contra sí, y ella sintió el temblor de su cuerpo que señalaba su silenciosa risa.
—Cuando estés bien, vamos a tener una larga conversación.
Trató de incorporarse, pero él la abrazó con fuerza.
—¿Hablar de qué, Laird?
—Palabras, muchacha. Palabras que tengo la intención de que me ofrezcas.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura Septiembre 2018
orale con Rionna salio buena para las espadas, y no me imagine que los atentados eran para Ewan y no para Mairin, pero es cierto tiene màs sentido, pobre con tanta vomitadera, ojala que encuentren pronto al que los esta traicionando.
Opino igual que @Maria-D podríamos leer los otros libros por favor
gracias por los capìtulos
Opino igual que @Maria-D podríamos leer los otros libros por favor
gracias por los capìtulos
yiniva- Mensajes : 4916
Fecha de inscripción : 26/04/2017
Edad : 33
Re: Lectura Septiembre 2018
Ha sido super tierno cómo la ha bañado, secado y peinado...¡todo un laird escocés! Ainsss...qué bonito es el amor.
Los hermanos McCabe me encantan.
Muchas gracias por los capis.
Los hermanos McCabe me encantan.
Muchas gracias por los capis.
Maria-D- Mensajes : 435
Fecha de inscripción : 04/04/2017
Re: Lectura Septiembre 2018
CAPÍTULO 29
Le había dado una quincena completa en la cual la intimidó para que descansara, la inundó con su afecto —en privado, por supuesto— y le hizo el amor... Ah, la chica se había recuperado rápidamente y Ewan había pasado cada noche volviéndola a ella, y a sí mismo, locos de placer.
Sin embargo, Mairin nunca había hablado de amarlo. Le expresaba libremente sus elogios, los cuales tenía que reconocer eran muchos. Le decía en el más dulce de los tonos que era guapo, valiente, arrogante... Aunque no estaba seguro de que dijera esto último como un cumplido.
Ciertamente estaba impresionada con sus habilidades en el amor, y ella había perfeccionado unas cuantas por sí misma, de las que él todavía no se había recuperado totalmente
Tenía que amarlo. No podría tolerar que sólo sintiera un breve afecto por él. Sin duda alguna, no era obediente, ni era particularmente respetuosa. Pero veía la forma en que lo contemplaba cuando pensaba que él no estaba mirando. Veía además, cómo caía en sus brazos, noche tras noche en la oscuridad de su habitación.
Sí, ella lo amaba. No había otra explicación. Él sólo tenía que lograr que se diera cuenta.
El envenenamiento la había hecho más cautelosa, y por mucho que a Ewan le gustara que se tomara en serio sus peticiones, le hacía anhelar sus intercambios fogosos —por lo general cuando hacía caso omiso de una orden—. No le gustaba que ese espontáneo encanto de Mairin se hubiera reducido por haber estado cerca de la muerte.
Sólo Ewan, sus hermanos, junto con Gannon, Cormac, y Diormid sabían la verdad. Que Mairin no había sido la víctima planeada. Existían muchas razones para que él mantuviera la información para sí mismo.
Una de ellas, era que su clan se había vuelto ferozmente protector con su esposa desde el incidente. Todos ellos la cuidaban con buen ojo, y nunca estaba sola. Eso se adecuaba perfectamente a sus propósitos, porque si alguien estaba tratando de matarla o no, ella todavía se enfrentaba a la amenaza que representaba Duncan Cameron.
La segunda, que no tenía ningún deseo de que Mairin se preocupase, y si se enteraba de que él era la víctima prevista, no una sino dos veces, era imposible saber lo que la muchacha podría llegar a hacer. Ewan había descubierto en un corto período de tiempo que ella era feroz en la protección de las personas que consideraba suyas.
Y la muchacha consideraba a Ewan suyo, para la inmensa y presuntuosa satisfacción de sí mismo. Podría no haberle ofrecido las palabras que quería oír, pero no podía negar su posesividad cuando se trataba de él. Recordaba bien la mirada que le había dado cuando Rionna McDonald le había sido presentada.
Esperaba con ansia el día en que estuvieran libres de amenazas. La sombra que pesaba sobre la fortaleza había afectado, no sólo a su esposa, sino a todo el mundo. Mairin... bien, Ewan no había tenido un solo informe de que causara ninguna reyerta desde que se había levantado de su lecho de enferma.
Debería haber sabido que eso no sería cosa del pasado...
—¡Laird, tiene que venir rápido! —señaló Owain mientras corría hacia Ewan.
El joven jadeaba mientras se detenía. Parecía como si hubiera venido corriendo todo el camino desde donde provenía.
Ewan se apartó del pastor, quien le estaba dando una contabilidad detallada de las reservas de los McCabe, y frunció el ceño.
—¿Que está mal, Owain?
—Es lady McCabe. La sala entera se encuentra en una trifulca. ¡Ella ordenó a un grupo de sus hombres que asumiera los deberes de las mujeres!
—¿Qué? —exigió Ewan. Luego presionó los dedos sobre el puente de su nariz y tomó una respiración profunda—. Dime exactamente lo que sucede, Owain.
—Heath la enfureció, pero no sé qué ocurrió, Laird. ¡Ella le ordenó a él y a un grupo de hombres que lo acompañaban, para que hicieran la colada! ¡Y cocinaran! Dios nos ayude a todos. Y la limpieza de las cocinas y los suelos de...—Owain se interrumpió, sin aliento, y luego prosiguió de manera precipitada—. Todos están dispuestos a sublevarse porque sus hermanos no pueden controlar a la muchacha.
Frunció el ceño y maldijo por lo bajo. Heath era un soldado joven e impetuoso, que apenas recientemente había llegado al clan McCabe. Él era un hijo bastardo del laird McKinley —uno de muchos— quien no había sido reconocido por su padre antes de su muerte. El resultado era que no tenía hogar. Ewan había reunido a tales hombres a lo largo de los años, añadiéndolos a sus números cuando muchos de los de su propio clan habían sido eliminados por el ataque de Duncan Cameron.
Ya había tenido problemas con Heath y un grupo de jóvenes, engreídos y arrogantes soldados que se habían aliado con él, poco después de su llegada. Habían sido sancionados antes, y Ewan ya tenía decidido que haría un último esfuerzo para que se convirtieran en guerreros McCabe.
Si Heath estaba involucrado, no podía ser bueno. La combinación de él junto a su igualmente impulsiva mujer, y una explosión estaba asegurada a ocurrir.
—¿Dónde están mis hermanos? —requirió.
—Están con lady McCabe en el salón. Es una situación muy tensa, Laird. Hubo un momento en que temí por la seguridad de la señora.
Eso era todo lo que necesitaba escuchar Ewan. Corrió por el pasillo, y al doblar la esquina en el patio, vio a todos sus hombres, quienes habían abandonado su entrenamiento, permaneciendo de pie con sus cabezas ladeadas mientras escuchaban el estruendo que provenía del interior de la fortaleza.
Los empujó llevándoselos por delante, se precipitó por los escalones, e irrumpió en la sala.
La escena ante él era un caos. Un grupo de jóvenes soldados estaban al otro lado de la habitación, rodeados por los hermanos de Ewan, Mairin y Gertie.
Cormac y Diormid estaban siendo duramente reprendidos por Gertie. La cocinera se encontraba tan molesta que sacudía una cuchara frente a los dos hombres y lograba atizarlos con ella, uno de cada tres golpes. Alaric y Caelen tenían ambos una gran expresión de furia, mientras trataban de colocar a Mairin detrás de ellos. Pero ella no estaba colaborando.
Lo que llamó la atención de Ewan, sin embargo, fue Mairin, quien estaba en el medio del combate, con el rostro tan rojo de ira que parecía a punto de explotar. Estaba de puntillas, gritando todo tipo de insultos contra Heath y de ahí a Gannon, quien también estaba valientemente tratando de mantenerla a distancia.
El rostro de Heath estaba púrpura por la rabia. La muchacha no tenía ni idea del peligro en que se había puesto a sí misma. Pero Ewan sí lo sabía. Había presenciado el temperamento del temerario joven, más de una vez. Ya había comenzado a cruzar la habitación cuando vio a Heath levantar su mano.
Ewan soltó un rugido, desenvainó su espada, y se abalanzó cubriendo el espacio restante. Mairin se agachó, pero aun así el puño rozó su mandíbula mientras se apartaba. Salió volando hacia atrás al mismo tiempo que Ewan se estrellaba contra Heath.
Si Caelen y Alaric no lo hubieran sujetado por ambos brazos, Ewan habría matado al hombre más joven en el acto. Aun así, este yacía en el suelo, chorreando sangre por la boca.
Ewan se retorció de su agarre, pero ellos no lo dejaban ir.
—¡Suéltenme! —rugió.
Forcejearon con él un poco más, antes de que por fin lograra romper su sujeción. Tiró de su brazo y se dirigió a donde Mairin se estaba levantando del piso.
La cogió por el codo y la ayudó a ponerse de pie. Entonces le tomó la barbilla y le dio la vuelta para poder ver su mandíbula.
—Apenas me tocó, —le susurró—. En verdad, Ewan, no me duele en absoluto.
La furia crepitaba por su piel.
—¡No tenía derecho a tocarte en lo absoluto! Morirá por esta ofensa.
Dejó caer la mano de su cara y luego se volvió para fulminar con la mirada el resto de la habitación.
—¿Puede alguien decirme, en el nombre de Dios, qué está pasando aquí?
Todos empezaron a hablar al mismo tiempo. Ewan cerró los ojos y luego bramó pidiendo silencio.
Se volvió hacia Mairin.
—Dime qué ocurrió.
Bajó la mirada hacia sus manos, pero no antes de que él viera cómo la delataba el temblor de su labio.
—Yo se lo diré, Laird, —dijo Diormid en voz alta mientras daba un paso adelante—. Ella le ordenó a Heath, Robert, Corbin, Ian, y Matthew para que asumieran las tareas de las mujeres, —la incredulidad y la indignación que Diormid sentía en nombre de sus hombres era evidente—. ¡Dio instrucciones a todos para que cocinaran, limpiaran y fregaran los suelos!
Ewan vio cómo la expresión Mairin se volvía plana. Sus labios se contrajeron en una delgada línea, y a continuación, simplemente se dio la vuelta, y habría huido de la sala si Ewan no la hubiera apresado rápidamente por el brazo para evitar su salida.
—¿Muchacha? —preguntó enfáticamente.
Su barbilla tembló, y parpadeó furiosamente.
—Tú sólo gritarás, Laird, y no tengo deseos de ser humillada de nuevo delante de mi clan.
—Dime lo que pasó, —dijo con voz severa. Estaba decidido a no mostrar debilidad delante de sus hombres. Lo que quería hacer era tirarla entre sus brazos y besar esos labios temblorosos. Ella estaba al borde de las lágrimas, y él haría casi cualquier maldita cosa para evitar su llanto.
Pero lo que tenía que hacer era ser justo y severo. Él tenía el deber para con todos los involucrados de ser ecuánime e imparcial, lo que significaba que si su esposa había urdido otra de sus atolondradas maquinaciones, estaba destinado a hacerla llorar.
Su mentón se alzó, lo cual lo aliviaba. De lejos prefería su beligerancia a sus lágrimas.
Ella señaló a Heath.
—Ese... Ese idiota golpeó a Christina.
Ewan se tensó y se giró bruscamente para ver a Heath poniéndose de pie ayudado por Diormid.
—¿Es eso cierto? —preguntó Ewan en voz baja.
—La perra fue impertinente, —gruñó Heath—. Se merecía mi reprimenda.
Mairin bufó con indignación. Habría volado hacia el soldado de nuevo, pero Ewan la atrapó por la cintura y tiró de ella contra su pecho. Pateó sus tobillos, pero no la soltó. Se volvió hacia Alaric y empujó a Mairin a sus brazos.
—No dejes que se vaya, —ordenó Ewan.
Alaric envolvió un brazo alrededor de su cintura y simplemente la sostuvo contra su pecho, sus pies a unas pulgadas del suelo. Lucía indignada, pero Ewan estaba más interesado en la explicación de Heath.
Se volvió hacia éste una vez más y lo inmovilizó con toda la fuerza de su mirada.
—Tú me lo dirás todo.
Mairin luchaba en los brazos de Alaric pero él la mantenía atrapada.
—Ewan, por favor, —rogó—. Yo te diré todo lo que pasó.
Estaba mucho más que furiosa. Se sentía tan enferma por el tratamiento de los hombres hacia las mujeres de servicio que estaba lista para tomar la espada de Ewan y destriparlos a todos. Si pudiera levantarla, haría exactamente eso. Se volvió hacia Alaric cuando su esposo siguió sin hacerle caso.
—Alaric, ¿puedo tomar prestada tu espada?
Alaric levantó una ceja sorprendido.
—Muchacha, tu no podrías levantar mi espada.
—Podrías ayudarme. Por favor, Alaric, tengo la necesidad de derramar algo de sangre.
Para su sorpresa, él se echó a reír. Su risa sonó fuerte en la silenciosa habitación.
Lágrimas de frustración pincharon sus ojos.
—Por favor, Alaric, no es correcto lo que él hizo. Y ahora dará excusas a Ewan por su vergonzosa conducta, por el comportamiento de todos ellos.
La mirada de Alaric se suavizó.
—Ewan se hará cargo de esto, muchacha. Él es un hombre justo.
—Pero él es un hombre, —insistió.
Alaric le lanzó una mirada de perplejidad.
—Sí, así es, acabo de decirlo.
Antes de que Ewan pudiera volver a exigir una explicación a Heath, el salón estalló una vez más. Las mujeres invadieron la habitación, sus gritos rivalizando con los de cualquier guerrero. Para el asombro de Mairin, llevaban una gran variedad de armas improvisadas, desde horcas y varas, hasta piedras y dagas.
Ewan quedó boquiabierto justo cuando Alaric finalmente soltó a Mairin de su agarre. Ésta aterrizó con un ruido sordo en el suelo y depositó una mirada contrariada en dirección de Alaric. Pero él, como todos los demás hombres, se dio la vuelta para mirar con asombro como las mujeres se arremolinaban alrededor de ellos.
—Muchacha, ¿estás bien? —preguntó Bertha desde el frente de la multitud de mujeres.
Christina se apresuró hacia Mairin, le agarró la mano y luego hizo un gesto a Maddie antes de atraerla hacia las mujeres reunidas.
Mairin apretó la mano de Christina cuando vio el oscuro moretón en la mejilla de la chica.
—¿Estás bien? —le susurró ella.
Christina sonrió.
—Sí, gracias a usted, mi señora.
—Laird, queremos tener unas palabras con usted —Bertha vociferó.
Agitó la horca para dar énfasis, mientras Ewan seguía mirando pasmado a las mujeres.
—¿Qué demonios está pasando? —solicitó éste—. ¿El mundo entero se ha vuelto loco?
—Tus hombres se comportaron de manera censurable, —le contestó Mairin.
Las mujeres manifestaron su acuerdo, agitando sus armas y zapateando sus pies. Los soldados parecían no saber si debían estar asustados o enojados.
Ewan cruzó los brazos sobre su pecho y la miró severamente.
—¿Qué fue lo que hicieron, muchacha?
Mairin echó un vistazo a las otras mujeres, extrayendo valor de su apoyo. Entonces alzó la barbilla y clavó en el Laird su mejor impronta de ceño fruncido. Debió haber sido una estampa digna porque él alzó una ceja mientras la miraba a su vez.
—Las mujeres estaban haciendo sus deberes, del mismo modo en que esperamos que los hombres hagan los suyos. Entonces ese idiota de allí decidió poner a prueba sus encantos con Christina y la chica lo rechazó. Se puso tan furioso por el rechazo que comenzó a criticar su trabajo. Ya ves, ella estaba sirviendo a los soldados su almuerzo.
»Así se inició un esfuerzo por menospreciar y rebajar el trabajo de todas las mujeres de este torreón. Ellos empezaron a hacer burlas y se hicieron cada vez más y más fuertes en sus críticas. Le gritaron a Maddie cuando la comida no estuvo servida lo bastante pronto. Se quejaron acerca de la preparación de Gertie cuando les pareció que la comida no estaba lo suficientemente sabrosa o estaba demasiado fría.
Tomó un largo respiro antes de seguir derramando el resto de su ira.
—Y cuando Christina intentó disipar la situación, Heath la hizo tropezar. Ella desparramó cerveza por todas partes y luego él tuvo el descaro de castigarla por arruinar su ropa. Cuándo protestó, él le dio una bofetada.
Las manos de Mairin se retorcieron con furia mientras daba un paso adelante, todo su cuerpo temblando de rabia. Señaló al grupo compuesto por Heath, Robert Corbin, Ian, y Matthew.
—Y ninguno, ni uno de ellos intervino para ayudarla. ¡Ni uno! Nadie movió un dedo para detener su abuso a Christina. Ellos estaban demasiado ocupados riéndose y criticando el trabajo de las mujeres.
Se detuvo frente al Laird y empujó un dedo en su pecho.
—Bien, yo digo que si es así de fácil y los hombres son tan críticos, pueden asumir los deberes diarios de las mujeres, y vamos a ver lo bien que ellos realizan las tareas femeninas.
Contuvo la respiración y esperó la acusación de Ewan.
—Me gustaría hablar, Laird, —gritó Berta, su voz sonó tan fuerte que más de una mujer hizo una mueca.
—Puedes hablar, —dijo Ewan.
—No me extenderé demasiado con mis comentarios, pero escuche esto. A partir de este momento, las mujeres no moveremos un dedo en esta fortaleza. ¡Y cuidaremos de lady McCabe!
Ewan levantó la ceja de nuevo.
—¿Ustedes la van a cuidar?
Bertha asintió.
—Sí, ella se va con nosotras. No permitiremos que sea reprendida por defendernos.
Para sorpresa de Mairin, él sonrió.
—Hay un pequeño problema con eso, Bertha.
—¿Y cuál es? —preguntó ella.
—Que el que la cuida soy yo, tu Laird.
Esa declaración provocó una serie de murmullos recorriendo el pasillo. Tanto los hombres como las mujeres se inclinaron hacia adelante, curiosos en cuanto de qué manera el Laird procedería. Era evidente que estaba indignado.
—No me dejaré influenciar por el chantaje ni las demandas —dijo.
Cuando Bertha hinchó el pecho y se preparó para lanzarse a otra encolerizada afrenta. Él levantó una mano para hacerla callar.
—Voy a escuchar lo que ambas partes tienen que decir antes de dictar sentencia. Una vez que lo haga, el asunto será inapelable. ¿Está claro?
—Sólo si tomas la decisión correcta, —murmuró Mairin.
Ewan le lanzó una mirada aplacadora. El Laird se volvió y la verdad era que no se lo veía contento mientras miraba a Heath y a los cuatro hombres más jóvenes que estaban desafiantes a su lado. Luego miró a Gannon, que era el más antiguo de todos sus hombres.
—¿Tienes una explicación para esto?
Gannon lanzó un suspiro.
—Lo siento, señor. Yo no estaba presente. Estaba en el patio con algunos de los otros soldados. Les había informado que no comerían hasta que realizaran sus maniobras correctamente.
—Ya veo, —se volvió hacia Cormac, que estaba al lado de Diormid y Heath—. ¿Cormac? ¿Tienes algo que exponer?
Cormac parecía furioso. Echó un vistazo entre los hombres, que miraban expectantes hacia él, y a Ewan, quien también esperaba su exposición.
—Es como nuestra señora informó, Laird, —expresó con los labios apretados—. Entré en la sala al mismo tiempo que Heath hacia tropezar a Christina —la cólera ondulaba en el rostro de Cormac mientras miraba a Heath—. No fue culpa de la muchacha. Los hombres se hicieron más enérgicos con sus insultos y cuando Christina manifestó su desacuerdo, Heath la golpeó. Juro por Dios que lo habría matado yo mismo, pero lady McCabe intervino antes de que pudiera actuar, y entonces mi principal preocupación fue su seguridad.
Ewan asintió con la cabeza su conformidad por la evaluación de Cormac, y luego miró hacia el lugar donde Diormid estaba junto a Heath.
—¿Y tú defiendes sus acciones?
Diormid parecía desgarrado en su lealtad a los hombres jóvenes directamente bajo su mando.
—No, Laird. Esa no fue la historia que me contó a mí.
—¿Así que no estuviste presente durante los acontecimientos? —Ewan preguntó.
Diormid negó con la cabeza.
—Entré en el salón cuando lady McCabe emitía las órdenes a los hombres para que se hicieran cargo de las obligaciones diarias de las mujeres.
—¿Y alabas sus acciones? ¿Las apoyas? —le preguntó Ewan.
Diormid vaciló antes de decir.
—No, Laird. Estoy avergonzado de ellas.
Luego Ewan se volvió hacia Bertha.
—Puedes llevarte a las mujeres y retirarse a sus casas. Sé lo mucho que les gustaría pasar un día de ocio. Robert, Corbin, Ian, y Matthew se encargarán mientras tanto de sus funciones.
Mairin frunció el entrecejo ante la omisión de Heath, pero los vítores de las mujeres le impidieron expresar su descontento.
Igualmente explosivos eran los gritos de consternación que provenían de los cuatro que Ewan había condenado a hacer el trabajo de las mujeres. Se veían tan horrorizados que Mairin hizo todo lo posible para no sonreír de satisfacción.
Bertha sonrió a Mairin.
—Venga muchacha, debe celebrar con nosotras.
Mairin giró para abandonar la sala con las mujeres, cuando Ewan se aclaró la garganta. Poco a poco se dio la vuelta y miró hacia el Laird. Seguramente él no estaba enojado con ella. No después de haber escuchado la historia completa.
Su expresión era todavía severa mientras la llamaba con un dedo. Suspirando, dejó a Bertha para ir con su marido. Las mujeres permanecieron en la sala, ya fuera por curiosidad acerca de lo que quería el Laird o para defender a Mairin de su reprimenda. Ella no estaba segura, pero estaba agradecida por su apoyo.
Cuando estuvo a una distancia respetable, se detuvo y cruzó las manos frente a su cintura.
—¿Me llamabas?
La llamó con el dedo una vez más, y ella resopló mientras se movía aún más cerca. Extendió su índice y le tocó la barbilla, insistiendo hasta que estuvo mirando directamente hacia él.
—¿Tienes instrucciones para mí, Laird?
—Sí muchacha, las tengo.
Ella echó la cabeza más hacia atrás y esperó su orden.
Sus dedos se arrastraron sobre su barbilla, hasta la mandíbula donde el puño de Heath la había rozado. Entonces hurgó en el pelo sobre su oreja, ahuecó la mano sobre la parte posterior de su cabeza en una posesiva captura.
—Bésame.
Sin embargo, Mairin nunca había hablado de amarlo. Le expresaba libremente sus elogios, los cuales tenía que reconocer eran muchos. Le decía en el más dulce de los tonos que era guapo, valiente, arrogante... Aunque no estaba seguro de que dijera esto último como un cumplido.
Ciertamente estaba impresionada con sus habilidades en el amor, y ella había perfeccionado unas cuantas por sí misma, de las que él todavía no se había recuperado totalmente
Tenía que amarlo. No podría tolerar que sólo sintiera un breve afecto por él. Sin duda alguna, no era obediente, ni era particularmente respetuosa. Pero veía la forma en que lo contemplaba cuando pensaba que él no estaba mirando. Veía además, cómo caía en sus brazos, noche tras noche en la oscuridad de su habitación.
Sí, ella lo amaba. No había otra explicación. Él sólo tenía que lograr que se diera cuenta.
El envenenamiento la había hecho más cautelosa, y por mucho que a Ewan le gustara que se tomara en serio sus peticiones, le hacía anhelar sus intercambios fogosos —por lo general cuando hacía caso omiso de una orden—. No le gustaba que ese espontáneo encanto de Mairin se hubiera reducido por haber estado cerca de la muerte.
Sólo Ewan, sus hermanos, junto con Gannon, Cormac, y Diormid sabían la verdad. Que Mairin no había sido la víctima planeada. Existían muchas razones para que él mantuviera la información para sí mismo.
Una de ellas, era que su clan se había vuelto ferozmente protector con su esposa desde el incidente. Todos ellos la cuidaban con buen ojo, y nunca estaba sola. Eso se adecuaba perfectamente a sus propósitos, porque si alguien estaba tratando de matarla o no, ella todavía se enfrentaba a la amenaza que representaba Duncan Cameron.
La segunda, que no tenía ningún deseo de que Mairin se preocupase, y si se enteraba de que él era la víctima prevista, no una sino dos veces, era imposible saber lo que la muchacha podría llegar a hacer. Ewan había descubierto en un corto período de tiempo que ella era feroz en la protección de las personas que consideraba suyas.
Y la muchacha consideraba a Ewan suyo, para la inmensa y presuntuosa satisfacción de sí mismo. Podría no haberle ofrecido las palabras que quería oír, pero no podía negar su posesividad cuando se trataba de él. Recordaba bien la mirada que le había dado cuando Rionna McDonald le había sido presentada.
Esperaba con ansia el día en que estuvieran libres de amenazas. La sombra que pesaba sobre la fortaleza había afectado, no sólo a su esposa, sino a todo el mundo. Mairin... bien, Ewan no había tenido un solo informe de que causara ninguna reyerta desde que se había levantado de su lecho de enferma.
Debería haber sabido que eso no sería cosa del pasado...
—¡Laird, tiene que venir rápido! —señaló Owain mientras corría hacia Ewan.
El joven jadeaba mientras se detenía. Parecía como si hubiera venido corriendo todo el camino desde donde provenía.
Ewan se apartó del pastor, quien le estaba dando una contabilidad detallada de las reservas de los McCabe, y frunció el ceño.
—¿Que está mal, Owain?
—Es lady McCabe. La sala entera se encuentra en una trifulca. ¡Ella ordenó a un grupo de sus hombres que asumiera los deberes de las mujeres!
—¿Qué? —exigió Ewan. Luego presionó los dedos sobre el puente de su nariz y tomó una respiración profunda—. Dime exactamente lo que sucede, Owain.
—Heath la enfureció, pero no sé qué ocurrió, Laird. ¡Ella le ordenó a él y a un grupo de hombres que lo acompañaban, para que hicieran la colada! ¡Y cocinaran! Dios nos ayude a todos. Y la limpieza de las cocinas y los suelos de...—Owain se interrumpió, sin aliento, y luego prosiguió de manera precipitada—. Todos están dispuestos a sublevarse porque sus hermanos no pueden controlar a la muchacha.
Frunció el ceño y maldijo por lo bajo. Heath era un soldado joven e impetuoso, que apenas recientemente había llegado al clan McCabe. Él era un hijo bastardo del laird McKinley —uno de muchos— quien no había sido reconocido por su padre antes de su muerte. El resultado era que no tenía hogar. Ewan había reunido a tales hombres a lo largo de los años, añadiéndolos a sus números cuando muchos de los de su propio clan habían sido eliminados por el ataque de Duncan Cameron.
Ya había tenido problemas con Heath y un grupo de jóvenes, engreídos y arrogantes soldados que se habían aliado con él, poco después de su llegada. Habían sido sancionados antes, y Ewan ya tenía decidido que haría un último esfuerzo para que se convirtieran en guerreros McCabe.
Si Heath estaba involucrado, no podía ser bueno. La combinación de él junto a su igualmente impulsiva mujer, y una explosión estaba asegurada a ocurrir.
—¿Dónde están mis hermanos? —requirió.
—Están con lady McCabe en el salón. Es una situación muy tensa, Laird. Hubo un momento en que temí por la seguridad de la señora.
Eso era todo lo que necesitaba escuchar Ewan. Corrió por el pasillo, y al doblar la esquina en el patio, vio a todos sus hombres, quienes habían abandonado su entrenamiento, permaneciendo de pie con sus cabezas ladeadas mientras escuchaban el estruendo que provenía del interior de la fortaleza.
Los empujó llevándoselos por delante, se precipitó por los escalones, e irrumpió en la sala.
La escena ante él era un caos. Un grupo de jóvenes soldados estaban al otro lado de la habitación, rodeados por los hermanos de Ewan, Mairin y Gertie.
Cormac y Diormid estaban siendo duramente reprendidos por Gertie. La cocinera se encontraba tan molesta que sacudía una cuchara frente a los dos hombres y lograba atizarlos con ella, uno de cada tres golpes. Alaric y Caelen tenían ambos una gran expresión de furia, mientras trataban de colocar a Mairin detrás de ellos. Pero ella no estaba colaborando.
Lo que llamó la atención de Ewan, sin embargo, fue Mairin, quien estaba en el medio del combate, con el rostro tan rojo de ira que parecía a punto de explotar. Estaba de puntillas, gritando todo tipo de insultos contra Heath y de ahí a Gannon, quien también estaba valientemente tratando de mantenerla a distancia.
El rostro de Heath estaba púrpura por la rabia. La muchacha no tenía ni idea del peligro en que se había puesto a sí misma. Pero Ewan sí lo sabía. Había presenciado el temperamento del temerario joven, más de una vez. Ya había comenzado a cruzar la habitación cuando vio a Heath levantar su mano.
Ewan soltó un rugido, desenvainó su espada, y se abalanzó cubriendo el espacio restante. Mairin se agachó, pero aun así el puño rozó su mandíbula mientras se apartaba. Salió volando hacia atrás al mismo tiempo que Ewan se estrellaba contra Heath.
Si Caelen y Alaric no lo hubieran sujetado por ambos brazos, Ewan habría matado al hombre más joven en el acto. Aun así, este yacía en el suelo, chorreando sangre por la boca.
Ewan se retorció de su agarre, pero ellos no lo dejaban ir.
—¡Suéltenme! —rugió.
Forcejearon con él un poco más, antes de que por fin lograra romper su sujeción. Tiró de su brazo y se dirigió a donde Mairin se estaba levantando del piso.
La cogió por el codo y la ayudó a ponerse de pie. Entonces le tomó la barbilla y le dio la vuelta para poder ver su mandíbula.
—Apenas me tocó, —le susurró—. En verdad, Ewan, no me duele en absoluto.
La furia crepitaba por su piel.
—¡No tenía derecho a tocarte en lo absoluto! Morirá por esta ofensa.
Dejó caer la mano de su cara y luego se volvió para fulminar con la mirada el resto de la habitación.
—¿Puede alguien decirme, en el nombre de Dios, qué está pasando aquí?
Todos empezaron a hablar al mismo tiempo. Ewan cerró los ojos y luego bramó pidiendo silencio.
Se volvió hacia Mairin.
—Dime qué ocurrió.
Bajó la mirada hacia sus manos, pero no antes de que él viera cómo la delataba el temblor de su labio.
—Yo se lo diré, Laird, —dijo Diormid en voz alta mientras daba un paso adelante—. Ella le ordenó a Heath, Robert, Corbin, Ian, y Matthew para que asumieran las tareas de las mujeres, —la incredulidad y la indignación que Diormid sentía en nombre de sus hombres era evidente—. ¡Dio instrucciones a todos para que cocinaran, limpiaran y fregaran los suelos!
Ewan vio cómo la expresión Mairin se volvía plana. Sus labios se contrajeron en una delgada línea, y a continuación, simplemente se dio la vuelta, y habría huido de la sala si Ewan no la hubiera apresado rápidamente por el brazo para evitar su salida.
—¿Muchacha? —preguntó enfáticamente.
Su barbilla tembló, y parpadeó furiosamente.
—Tú sólo gritarás, Laird, y no tengo deseos de ser humillada de nuevo delante de mi clan.
—Dime lo que pasó, —dijo con voz severa. Estaba decidido a no mostrar debilidad delante de sus hombres. Lo que quería hacer era tirarla entre sus brazos y besar esos labios temblorosos. Ella estaba al borde de las lágrimas, y él haría casi cualquier maldita cosa para evitar su llanto.
Pero lo que tenía que hacer era ser justo y severo. Él tenía el deber para con todos los involucrados de ser ecuánime e imparcial, lo que significaba que si su esposa había urdido otra de sus atolondradas maquinaciones, estaba destinado a hacerla llorar.
Su mentón se alzó, lo cual lo aliviaba. De lejos prefería su beligerancia a sus lágrimas.
Ella señaló a Heath.
—Ese... Ese idiota golpeó a Christina.
Ewan se tensó y se giró bruscamente para ver a Heath poniéndose de pie ayudado por Diormid.
—¿Es eso cierto? —preguntó Ewan en voz baja.
—La perra fue impertinente, —gruñó Heath—. Se merecía mi reprimenda.
Mairin bufó con indignación. Habría volado hacia el soldado de nuevo, pero Ewan la atrapó por la cintura y tiró de ella contra su pecho. Pateó sus tobillos, pero no la soltó. Se volvió hacia Alaric y empujó a Mairin a sus brazos.
—No dejes que se vaya, —ordenó Ewan.
Alaric envolvió un brazo alrededor de su cintura y simplemente la sostuvo contra su pecho, sus pies a unas pulgadas del suelo. Lucía indignada, pero Ewan estaba más interesado en la explicación de Heath.
Se volvió hacia éste una vez más y lo inmovilizó con toda la fuerza de su mirada.
—Tú me lo dirás todo.
Mairin luchaba en los brazos de Alaric pero él la mantenía atrapada.
—Ewan, por favor, —rogó—. Yo te diré todo lo que pasó.
Estaba mucho más que furiosa. Se sentía tan enferma por el tratamiento de los hombres hacia las mujeres de servicio que estaba lista para tomar la espada de Ewan y destriparlos a todos. Si pudiera levantarla, haría exactamente eso. Se volvió hacia Alaric cuando su esposo siguió sin hacerle caso.
—Alaric, ¿puedo tomar prestada tu espada?
Alaric levantó una ceja sorprendido.
—Muchacha, tu no podrías levantar mi espada.
—Podrías ayudarme. Por favor, Alaric, tengo la necesidad de derramar algo de sangre.
Para su sorpresa, él se echó a reír. Su risa sonó fuerte en la silenciosa habitación.
Lágrimas de frustración pincharon sus ojos.
—Por favor, Alaric, no es correcto lo que él hizo. Y ahora dará excusas a Ewan por su vergonzosa conducta, por el comportamiento de todos ellos.
La mirada de Alaric se suavizó.
—Ewan se hará cargo de esto, muchacha. Él es un hombre justo.
—Pero él es un hombre, —insistió.
Alaric le lanzó una mirada de perplejidad.
—Sí, así es, acabo de decirlo.
Antes de que Ewan pudiera volver a exigir una explicación a Heath, el salón estalló una vez más. Las mujeres invadieron la habitación, sus gritos rivalizando con los de cualquier guerrero. Para el asombro de Mairin, llevaban una gran variedad de armas improvisadas, desde horcas y varas, hasta piedras y dagas.
Ewan quedó boquiabierto justo cuando Alaric finalmente soltó a Mairin de su agarre. Ésta aterrizó con un ruido sordo en el suelo y depositó una mirada contrariada en dirección de Alaric. Pero él, como todos los demás hombres, se dio la vuelta para mirar con asombro como las mujeres se arremolinaban alrededor de ellos.
—Muchacha, ¿estás bien? —preguntó Bertha desde el frente de la multitud de mujeres.
Christina se apresuró hacia Mairin, le agarró la mano y luego hizo un gesto a Maddie antes de atraerla hacia las mujeres reunidas.
Mairin apretó la mano de Christina cuando vio el oscuro moretón en la mejilla de la chica.
—¿Estás bien? —le susurró ella.
Christina sonrió.
—Sí, gracias a usted, mi señora.
—Laird, queremos tener unas palabras con usted —Bertha vociferó.
Agitó la horca para dar énfasis, mientras Ewan seguía mirando pasmado a las mujeres.
—¿Qué demonios está pasando? —solicitó éste—. ¿El mundo entero se ha vuelto loco?
—Tus hombres se comportaron de manera censurable, —le contestó Mairin.
Las mujeres manifestaron su acuerdo, agitando sus armas y zapateando sus pies. Los soldados parecían no saber si debían estar asustados o enojados.
Ewan cruzó los brazos sobre su pecho y la miró severamente.
—¿Qué fue lo que hicieron, muchacha?
Mairin echó un vistazo a las otras mujeres, extrayendo valor de su apoyo. Entonces alzó la barbilla y clavó en el Laird su mejor impronta de ceño fruncido. Debió haber sido una estampa digna porque él alzó una ceja mientras la miraba a su vez.
—Las mujeres estaban haciendo sus deberes, del mismo modo en que esperamos que los hombres hagan los suyos. Entonces ese idiota de allí decidió poner a prueba sus encantos con Christina y la chica lo rechazó. Se puso tan furioso por el rechazo que comenzó a criticar su trabajo. Ya ves, ella estaba sirviendo a los soldados su almuerzo.
»Así se inició un esfuerzo por menospreciar y rebajar el trabajo de todas las mujeres de este torreón. Ellos empezaron a hacer burlas y se hicieron cada vez más y más fuertes en sus críticas. Le gritaron a Maddie cuando la comida no estuvo servida lo bastante pronto. Se quejaron acerca de la preparación de Gertie cuando les pareció que la comida no estaba lo suficientemente sabrosa o estaba demasiado fría.
Tomó un largo respiro antes de seguir derramando el resto de su ira.
—Y cuando Christina intentó disipar la situación, Heath la hizo tropezar. Ella desparramó cerveza por todas partes y luego él tuvo el descaro de castigarla por arruinar su ropa. Cuándo protestó, él le dio una bofetada.
Las manos de Mairin se retorcieron con furia mientras daba un paso adelante, todo su cuerpo temblando de rabia. Señaló al grupo compuesto por Heath, Robert Corbin, Ian, y Matthew.
—Y ninguno, ni uno de ellos intervino para ayudarla. ¡Ni uno! Nadie movió un dedo para detener su abuso a Christina. Ellos estaban demasiado ocupados riéndose y criticando el trabajo de las mujeres.
Se detuvo frente al Laird y empujó un dedo en su pecho.
—Bien, yo digo que si es así de fácil y los hombres son tan críticos, pueden asumir los deberes diarios de las mujeres, y vamos a ver lo bien que ellos realizan las tareas femeninas.
Contuvo la respiración y esperó la acusación de Ewan.
—Me gustaría hablar, Laird, —gritó Berta, su voz sonó tan fuerte que más de una mujer hizo una mueca.
—Puedes hablar, —dijo Ewan.
—No me extenderé demasiado con mis comentarios, pero escuche esto. A partir de este momento, las mujeres no moveremos un dedo en esta fortaleza. ¡Y cuidaremos de lady McCabe!
Ewan levantó la ceja de nuevo.
—¿Ustedes la van a cuidar?
Bertha asintió.
—Sí, ella se va con nosotras. No permitiremos que sea reprendida por defendernos.
Para sorpresa de Mairin, él sonrió.
—Hay un pequeño problema con eso, Bertha.
—¿Y cuál es? —preguntó ella.
—Que el que la cuida soy yo, tu Laird.
Esa declaración provocó una serie de murmullos recorriendo el pasillo. Tanto los hombres como las mujeres se inclinaron hacia adelante, curiosos en cuanto de qué manera el Laird procedería. Era evidente que estaba indignado.
—No me dejaré influenciar por el chantaje ni las demandas —dijo.
Cuando Bertha hinchó el pecho y se preparó para lanzarse a otra encolerizada afrenta. Él levantó una mano para hacerla callar.
—Voy a escuchar lo que ambas partes tienen que decir antes de dictar sentencia. Una vez que lo haga, el asunto será inapelable. ¿Está claro?
—Sólo si tomas la decisión correcta, —murmuró Mairin.
Ewan le lanzó una mirada aplacadora. El Laird se volvió y la verdad era que no se lo veía contento mientras miraba a Heath y a los cuatro hombres más jóvenes que estaban desafiantes a su lado. Luego miró a Gannon, que era el más antiguo de todos sus hombres.
—¿Tienes una explicación para esto?
Gannon lanzó un suspiro.
—Lo siento, señor. Yo no estaba presente. Estaba en el patio con algunos de los otros soldados. Les había informado que no comerían hasta que realizaran sus maniobras correctamente.
—Ya veo, —se volvió hacia Cormac, que estaba al lado de Diormid y Heath—. ¿Cormac? ¿Tienes algo que exponer?
Cormac parecía furioso. Echó un vistazo entre los hombres, que miraban expectantes hacia él, y a Ewan, quien también esperaba su exposición.
—Es como nuestra señora informó, Laird, —expresó con los labios apretados—. Entré en la sala al mismo tiempo que Heath hacia tropezar a Christina —la cólera ondulaba en el rostro de Cormac mientras miraba a Heath—. No fue culpa de la muchacha. Los hombres se hicieron más enérgicos con sus insultos y cuando Christina manifestó su desacuerdo, Heath la golpeó. Juro por Dios que lo habría matado yo mismo, pero lady McCabe intervino antes de que pudiera actuar, y entonces mi principal preocupación fue su seguridad.
Ewan asintió con la cabeza su conformidad por la evaluación de Cormac, y luego miró hacia el lugar donde Diormid estaba junto a Heath.
—¿Y tú defiendes sus acciones?
Diormid parecía desgarrado en su lealtad a los hombres jóvenes directamente bajo su mando.
—No, Laird. Esa no fue la historia que me contó a mí.
—¿Así que no estuviste presente durante los acontecimientos? —Ewan preguntó.
Diormid negó con la cabeza.
—Entré en el salón cuando lady McCabe emitía las órdenes a los hombres para que se hicieran cargo de las obligaciones diarias de las mujeres.
—¿Y alabas sus acciones? ¿Las apoyas? —le preguntó Ewan.
Diormid vaciló antes de decir.
—No, Laird. Estoy avergonzado de ellas.
Luego Ewan se volvió hacia Bertha.
—Puedes llevarte a las mujeres y retirarse a sus casas. Sé lo mucho que les gustaría pasar un día de ocio. Robert, Corbin, Ian, y Matthew se encargarán mientras tanto de sus funciones.
Mairin frunció el entrecejo ante la omisión de Heath, pero los vítores de las mujeres le impidieron expresar su descontento.
Igualmente explosivos eran los gritos de consternación que provenían de los cuatro que Ewan había condenado a hacer el trabajo de las mujeres. Se veían tan horrorizados que Mairin hizo todo lo posible para no sonreír de satisfacción.
Bertha sonrió a Mairin.
—Venga muchacha, debe celebrar con nosotras.
Mairin giró para abandonar la sala con las mujeres, cuando Ewan se aclaró la garganta. Poco a poco se dio la vuelta y miró hacia el Laird. Seguramente él no estaba enojado con ella. No después de haber escuchado la historia completa.
Su expresión era todavía severa mientras la llamaba con un dedo. Suspirando, dejó a Bertha para ir con su marido. Las mujeres permanecieron en la sala, ya fuera por curiosidad acerca de lo que quería el Laird o para defender a Mairin de su reprimenda. Ella no estaba segura, pero estaba agradecida por su apoyo.
Cuando estuvo a una distancia respetable, se detuvo y cruzó las manos frente a su cintura.
—¿Me llamabas?
La llamó con el dedo una vez más, y ella resopló mientras se movía aún más cerca. Extendió su índice y le tocó la barbilla, insistiendo hasta que estuvo mirando directamente hacia él.
—¿Tienes instrucciones para mí, Laird?
—Sí muchacha, las tengo.
Ella echó la cabeza más hacia atrás y esperó su orden.
Sus dedos se arrastraron sobre su barbilla, hasta la mandíbula donde el puño de Heath la había rozado. Entonces hurgó en el pelo sobre su oreja, ahuecó la mano sobre la parte posterior de su cabeza en una posesiva captura.
—Bésame.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura Septiembre 2018
CAPÍTULO 30
Mairin estaba tan aliviada que se lanzó a los brazos de Ewan y fusionó su boca ardientemente sobre la suya.
—Tú no confiaste en mí, muchacha.
Su voz la estaba reprendiendo mientras saboreaba sus labios de nuevo.
—Lo siento, —susurró—. Se te veía como si quisieras gritarme otra vez.
—¡Laird, usted no puede requerir que hagamos las tareas de las mujeres!
Ewan se volvió bruscamente ante la protesta de Robert.
—En efecto, sí puedo. Si alguien tiene algún problema con mi mandato, son libres de abandonar el torreón.
Los labios de Heath se alzaron en un gruñido y Mairin automáticamente se incrustó más en el asimiento de Ewan. El hombre le provocaba náuseas, y el odio en sus ojos la asustaba.
—¿Qué acerca de Heath? —susurró—. ¿Por qué fue indultado de hacer el trabajo de las mujeres?
El enfado que ennegreció el rostro de Ewan la aterrorizó.
—Quédate con Alaric.
En realidad la depositó entre Alaric y Caelen antes de acechar hacia donde Heath se encontraba. Sus hombros se cerraban enfrente de ella, por lo que se alzó en puntillas, oscilando de izquierda a derecha en un esfuerzo para ver sobre o a través de los dos hermanos.
Cuando Ewan alcanzó a Heath, no dijo ni una palabra. Se echó hacia atrás y estrelló su puño en el rostro del joven. Éste cayó como una roca. Gimió lastimeramente cuando Ewan apiñó su camisa en sus manos y lo arrastró de nuevo hacia arriba.
—Eso fue por Christina, —gruñó Ewan.
Luego embistió su rodilla directamente entre las piernas de Heath. Tanto Alaric como Caelen hicieron un gesto de dolor.
Gannon palideció y Cormac se estremeció y apartó la mirada.
—Y eso fue por mi esposa.
Dejó caer a Heath en el suelo, donde éste rápidamente se hizo un ovillo. Y Mairin podría jurar que el hombre estaba llorando.
—Yo estaría llorando también, muchacha, —murmuró Alaric.
Ewan se volvió y se dirigió a Gannon en un tono glacial.
—Él muere. Llévatelo.
Heath palideció ante la pena de muerte y comenzó a mendigar en tonos roncos. Los guerreros allí reunidos hicieron una mueca mostrando su disgusto por el deplorable comportamiento del hombre.
—Sí, Laird. Inmediatamente.
Gannon se inclinó y lo alzó sobre sus pies, entonces él y Cormac lo sacaron del salón, Heath todavía se encorvaba por el dolor.
Ewan luego dirigió su atención a la concurrencia y prorrumpió.
—Mis disculpas, Christina, porque sufrieras semejante injusticia. No condono, ni voy a aceptar ese comportamiento de mis hombres. Disfruta de tu día libre de deberes. Dudo que ellos hagan las tareas como las harías tú en su lugar, pero el trabajo será hecho.
El corazón de Mairin se hinchó de orgullo. Estaba tan conmovida por la sincera consonancia en que Ewan expresó sus palabras que sus ojos picaron y se cuajaron de lágrimas. Se aferró a los brazos de Caelen y Alaric hasta que sus nudillos se volvieron blancos.
Caelen cuidadosamente abrió los dedos que aprisionaban su codo y luego rodó los ojos cuando se dio cuenta de sus lágrimas.
—¿Por qué demonios estás llorando, muchacha?
Ella se sorbió la nariz y se restregó la cara contra la manga de la camisa de Alaric.
—Es maravilloso lo que ha hecho.
Alaric le acunó la cabeza y frunció el ceño hasta que dejó de secarse las lágrimas en él.
—Es un buen hombre, —dijo.
—Por supuesto que lo es, —dijo Caelen lealmente.
Después de haber resuelto la cuestión, Ewan caminó hacia donde estaba Mairin. Sin preocuparse de cómo se vería, ni del hecho de que no la había invitado esta vez, ella corrió de Alaric y Caelen y se catapultó a los brazos de su marido. Salpicó su rostro con un aluvión de besos y se aferró a su cuello, estrujándolo con toda la fuerza de la que era capaz.
—Déjame respirar, muchacha, —dijo Ewan con una risita.
—Te amo, —le susurró al oído—. Te amo tanto.
Y de repente estaba abrazándola tan fuertemente como ella lo apretujaba. Para su total confusión, se volvió y la arrastró fuera del salón. Subió las escaleras de dos en dos e irrumpió en su habitación pocos minutos después.
Después de que pateara la puerta para cerrarla, miró ferozmente hacia ella, su apretón tan ajustado a su alrededor que no podía meter un solo aliento en sus pulmones.
—¿Qué fue lo que dijiste? —le preguntó con voz ronca.
Sus ojos se abrieron con sorpresa ante su vehemencia.
—Hace sólo un momento. En el salón. ¿Qué me dijiste al oído?
Tragó saliva con nerviosismo y se removió en sus brazos. Luego se armó de valor mientras seguía sujetándola firmemente en torno a él.
—Te amo.
—Ya era hora, maldición —gruñó.
Parpadeó, confundida.
—¿Era hora de qué?
—Las palabras. Por fin las dijiste.
—Pero apenas me acabo de dar cuenta, —dijo con desconcierto.
—Yo ya lo sabía, —dijo con petulante satisfacción.
—No lo hacías. Ni siquiera lo sabía yo, ¿así que como pudiste saberlo tú?
Él sonrió.
—Dime, muchacha, ¿cómo planeas pasar tu tarde de ocio?
—No lo sé, —admitió—. Tal vez iré a buscar Crispen para jugar con él y los otros niños.
Ewan negó con la cabeza.
—¿No? —cuestionó ella.
—No.
—¿Por qué?
—Porque he decidido que una tarde de ocio suena muy atractiva.
Sus ojos se abrieron con asombro.
—¿De verdad?
—Mmm-humm. Me preguntaba si tal vez estabas dispuesta a relajarte conmigo.
—Es un pecado ser perezoso, —susurró.
—Sí, pero lo que tengo en mente no tiene nada que ver con ser perezoso.
Se ruborizó ante la sugerencia de su voz.
—Nunca te has tomado una tarde libre de tus funciones.
—Mi deber más importante es velar por las necesidades de mi esposa.
Él ahuecó el área de la mejilla donde Heath la había golpeado, y su mirada se ensombreció.
—¿De verdad tienes la intención de matarlo, Ewan? —susurró.
Ewan frunció el ceño.
—Te golpeó. Eres la esposa del Laird, la señora de este castillo. Yo no tolero ninguna falta de respeto y estoy malditamente seguro de que mataré a cualquier hombre que alguna vez te toque.
Mairin se retorció las manos, la culpa surgiendo a través de ella.
—Lo provoqué descaradamente. Yo lo llamé nombres terribles. Usé palabras que una dama nunca debería utilizar. La madre Serenity lavaría mi boca con jabón.
Ewan suspiró.
—¿Qué quieres que haga, Mairin? Ha sido un problema antes de hoy. Él ya había agotado su concesión de oportunidades. Incluso si no te hubiera golpeado, yo no toleraría que levantara una mano a otra mujer de este clan.
—¿Puedes desterrarlo? Me gustaría pensar que un hombre sin hogar y los medios que esto supone sufriría mucho más que si le ofrecen una muerte fácil y rápida. Tal vez morirá de hambre o una manada de lobos se lanzará sobre él.
Ewan se echó hacia atrás por la sorpresa y luego se rió, el sonido gutural envió aguijones de placer a través de la columna de Mairin.
—Eres una chica sedienta de sangre.
Asintió con la cabeza.
—Sí, Alaric dijo lo mismo.
—¿Por qué es tan importante que no lo haga matar, Mairin? Es mi derecho como Laird y como tu marido.
—Porque me siento culpable por provocarlo así. Si él no me hubiera golpeado, no habrías ordenado su muerte por golpear a Christina. No es que no lo hubieras castigado, —se apresuró a decir.
—Así que prefieres que sea exterminado por un grupo de lobos.
Volvió a asentir con la cabeza.
Él se rió entre dientes.
—Que así sea, muchacha. Tendré a Gannon escoltándolo fuera de nuestras tierras con la orden de no volver jamás.
Ella echó los brazos a su alrededor y lo apretó tan fuerte como pudo.
—Te amo.
La apartó y luego se inclinó para besar la punta de su nariz.
—Dilo de nuevo.
Curvó los labios y frunció el ceño hacia él.
—Eres un hombre exigente, Laird.
Sus labios se encontraron y él bebió profundamente de ella, frotó la lengua sobre su boca hasta que la abrió para dejarlo entrar
—Dilo, —susurró.
—Te amo.
Con un gemido bajo, la tomó en sus brazos y la llevó de espaldas, hasta que sus piernas golpearon el borde de la cama. La arrastró con él y luego rodó hasta que quedara tumbada con poca delicadeza encima de él. Apartó su ropa, dejando al descubierto primero sus hombros y luego sus brazos.
La agarró y tiró de ella de modo que pudiera acariciarla en el escote con la nariz. Ah, pero sus labios eran mágicos.
Determinada a que no fuera el único torturador, se inclinó y pasó la lengua sobre los gruesos tendones de su cuello. Sonriendo cuando se estremeció y se puso rígido debajo de ella, hundió los dientes en su carne, inhalando su aroma masculino. Probó su sabor, rodando la lengua por cada línea y pendiente.
—¿Mairin?
Se apoyó, para así poderlo mirar directamente a los ojos.
—¿Sí, marido?
—¿Tienes una especial predilección por este vestido?
Ella frunció el ceño.
—En realidad no, es un vestido de trabajo después de todo.
—Bien.
Antes de que pudiera pensar en su significado, rasgó la tela de su corpiño, todo el camino hasta más allá de la cintura. Éste cayó, exponiendo sus pechos a su ansioso toque.
—No es justo, —se quejó—. Yo no puedo arrancar tu ropa.
Él sonrió.
—¿Te gustaría, muchacha?
—Sí, me gustaría.
Riéndose, rodó hasta quedar encima de ella y empezó a quitarse su atuendo. Tan pronto como estuvo desnudo, sacó los jirones restantes del vestido, apartándolos de su cuerpo, entonces la hizo tumbarse de nuevo encima de él.
—Esta es una posición extraña, esposo. Estoy segura de que no quieres hacerlo de esta manera.
Trazó una línea desde la sien, pasando por su mejilla y sobre sus labios.
—Sí, muchacha, tengo predilección por ella. El día de hoy las mujeres están a cargo y los hombres están haciendo el trabajo. Así que me parece justo que tú debas estar en la parte de arriba. Soy tu humilde siervo.
Sus ojos se dilataron. Pensó en lo que le había dicho, estrechó los labios y, finalmente, negó con la cabeza.
—No estoy del todo segura de que tal cosa sea posible.
—Oh sí muchacha, es posible. No sólo es posible, sino que es una experiencia maravillosa.
Él afianzó sus caderas, levantando su posición para colocarla por encima de su ingle.
—Baja tu mano, muchacha. Guíame dentro de ti.
Ella vibraba de emoción y anticipación. Sus piernas se agitaron y las clavó contra los costados de su marido mientras se agachaba y agarraba su dureza.
—Oh sí, muchacha, justo así. Sostenme justo ahí mismo. Déjame acoplarme a ti.
La movió, manteniéndola abrazada mientras frotaba la punta de su polla a través de su calor húmedo. Entonces encontró la entrada y se deslizó dentro, tan sólo un ápice. Ella abrió los ojos de golpe y se tensó cuando empezó a traspasar su hendidura.
—Relájate, —la tranquilizó.
La guió hacia abajo y ella quitó su mano, colocando ambas palmas sobre su pecho. Se recostó hacia delante mientras los dedos de él se deslizaban de sus caderas a sus nalgas. Ewan se apoderó de su carne y la extendió más ampliamente mientras se empalaba más profundo.
Con un último impulso, sus nalgas se encontraron con la parte superior de sus muslos. Era una sensación inquietante, ser atravesada, tan llena y sin alivio. Su cuerpo vibraba de placer. Sus pezones tirantes en duras puntas, hinchados y rogando por su toque.
La incitó, soltando sus caderas y difuminando los dedos sobre su vientre, subiendo hasta ahuecar los dos pechos en sus manos. Pequeñas chispas de fuego crepitaron a través de su cuerpo cuando pulsó los tensos botones. Los embromó y engatusó hasta que estuvieron dolorosamente rígidos.
—Móntame, —dijo con voz ronca.
La imagen de hacer tal cosa explotó en su mente. Un frenesí de calor se propagó por su núcleo hasta que éste se contrajo y lo aferró con más fuerza dentro de su vaina.
Deseosa por cumplir su orden, comenzó a moverse, tímidamente al principio. Se sentía torpe y cohibida, pero la mirada en los ojos de Ewan le dio toda la confianza que necesitaba para continuar.
Una y otra vez se meció, elevándose y entonces dejándose caer. Ambos emitieron sonidos de satisfacción, que se hicieron más desesperados y urgentes mientras ella asumía su propio ritmo.
Deleitándose con la libertad recién descubierta, procedió a conducirlos mucho más allá de los límites de la razón. Sonrió seductoramente a su marido cuando él le suplicó que dejara de atormentarlo.
Con los labios fusionados a los suyos tan fuertemente como sus cuerpos se acoplaban, encontraron su liberación.
Se tragó el grito de triunfo de su marido, mientras él engullía su grito de éxtasis. Sus dedos se clavaron en sus caderas y tiró de ella hacia abajo, sosteniéndola firmemente mientras se vaciaba en su cuerpo.
Con un suspiro, se derrumbó encima de él y se acurrucó en su calor. Su corazón golpeaba frenéticamente contra el de ella, hasta que no estuvo segura cuál de los dos latía más fuerte. Envolvió sus brazos a su alrededor y besó la parte superior de su cabeza.
—Te amo, Mairin.
Por un momento, pensó que no había oído correctamente. Sí, ella lo amaba. Más de lo que había imaginado podría amar a un hombre. Pero nunca habría soñado que él le devolvería sus sentimientos. Era afectuoso con ella. Incluso apasionado. Pero no había esperado que le ofreciera su corazón.
Las lágrimas llenaban sus ojos cuando se alzó, su pelo cayendo sobre el pecho de él, mientras lo miraba con asombro.
—Dilo otra vez, —le dijo con voz ronca.
Sonrió al oír sus propias palabras arrojadas de vuelta hacia él.
—Te amo.
—Oh, Ewan, —susurró.
—No llores, muchacha. Yo haría prácticamente cualquier cosa para no verte llorar.
—Son lágrimas de felicidad, —sorbió—. Me has hecho tan feliz, Ewan. Me has dado un hogar y una familia. Un clan al cual llamar propio. Y hoy me respaldaste, cuando yo temí que me acusarías delante de todos.
Él frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—Siempre te respaldaré, esposa. Puede que no siempre esté de acuerdo contigo, y habrá momentos en que no pueda tomar una decisión con la que estés conforme, pero siempre te apoyaré.
Lo abrazó de nuevo y apoyó la cara en su cuello.
—Oh, te amo tanto, Ewan.
Él rodó hasta que quedaran de costado uno frente al otro. Le tocó la cara, acariciando los tenues rizos de cabello sobre su mejilla.
—He esperado mucho tiempo a que dijeras esas palabras, muchacha. Y ahora que lo has hecho, nunca me cansaré de oírlas.
Ella sonrió.
—Eso es bueno, Laird, porque tengo este problema de decir cualquier cosa que pasa por mi mente, y es un hecho que estaré pensando en cuánto te amo, muy a menudo.
—Tal vez deberías demostrármelo, —dijo en una voz ronca y excitada.
Su boca se abrió con asombro.
—¿Otra vez?
Sonrió y la besó.
—Sí, muchacha, otra vez.
—Tú no confiaste en mí, muchacha.
Su voz la estaba reprendiendo mientras saboreaba sus labios de nuevo.
—Lo siento, —susurró—. Se te veía como si quisieras gritarme otra vez.
—¡Laird, usted no puede requerir que hagamos las tareas de las mujeres!
Ewan se volvió bruscamente ante la protesta de Robert.
—En efecto, sí puedo. Si alguien tiene algún problema con mi mandato, son libres de abandonar el torreón.
Los labios de Heath se alzaron en un gruñido y Mairin automáticamente se incrustó más en el asimiento de Ewan. El hombre le provocaba náuseas, y el odio en sus ojos la asustaba.
—¿Qué acerca de Heath? —susurró—. ¿Por qué fue indultado de hacer el trabajo de las mujeres?
El enfado que ennegreció el rostro de Ewan la aterrorizó.
—Quédate con Alaric.
En realidad la depositó entre Alaric y Caelen antes de acechar hacia donde Heath se encontraba. Sus hombros se cerraban enfrente de ella, por lo que se alzó en puntillas, oscilando de izquierda a derecha en un esfuerzo para ver sobre o a través de los dos hermanos.
Cuando Ewan alcanzó a Heath, no dijo ni una palabra. Se echó hacia atrás y estrelló su puño en el rostro del joven. Éste cayó como una roca. Gimió lastimeramente cuando Ewan apiñó su camisa en sus manos y lo arrastró de nuevo hacia arriba.
—Eso fue por Christina, —gruñó Ewan.
Luego embistió su rodilla directamente entre las piernas de Heath. Tanto Alaric como Caelen hicieron un gesto de dolor.
Gannon palideció y Cormac se estremeció y apartó la mirada.
—Y eso fue por mi esposa.
Dejó caer a Heath en el suelo, donde éste rápidamente se hizo un ovillo. Y Mairin podría jurar que el hombre estaba llorando.
—Yo estaría llorando también, muchacha, —murmuró Alaric.
Ewan se volvió y se dirigió a Gannon en un tono glacial.
—Él muere. Llévatelo.
Heath palideció ante la pena de muerte y comenzó a mendigar en tonos roncos. Los guerreros allí reunidos hicieron una mueca mostrando su disgusto por el deplorable comportamiento del hombre.
—Sí, Laird. Inmediatamente.
Gannon se inclinó y lo alzó sobre sus pies, entonces él y Cormac lo sacaron del salón, Heath todavía se encorvaba por el dolor.
Ewan luego dirigió su atención a la concurrencia y prorrumpió.
—Mis disculpas, Christina, porque sufrieras semejante injusticia. No condono, ni voy a aceptar ese comportamiento de mis hombres. Disfruta de tu día libre de deberes. Dudo que ellos hagan las tareas como las harías tú en su lugar, pero el trabajo será hecho.
El corazón de Mairin se hinchó de orgullo. Estaba tan conmovida por la sincera consonancia en que Ewan expresó sus palabras que sus ojos picaron y se cuajaron de lágrimas. Se aferró a los brazos de Caelen y Alaric hasta que sus nudillos se volvieron blancos.
Caelen cuidadosamente abrió los dedos que aprisionaban su codo y luego rodó los ojos cuando se dio cuenta de sus lágrimas.
—¿Por qué demonios estás llorando, muchacha?
Ella se sorbió la nariz y se restregó la cara contra la manga de la camisa de Alaric.
—Es maravilloso lo que ha hecho.
Alaric le acunó la cabeza y frunció el ceño hasta que dejó de secarse las lágrimas en él.
—Es un buen hombre, —dijo.
—Por supuesto que lo es, —dijo Caelen lealmente.
Después de haber resuelto la cuestión, Ewan caminó hacia donde estaba Mairin. Sin preocuparse de cómo se vería, ni del hecho de que no la había invitado esta vez, ella corrió de Alaric y Caelen y se catapultó a los brazos de su marido. Salpicó su rostro con un aluvión de besos y se aferró a su cuello, estrujándolo con toda la fuerza de la que era capaz.
—Déjame respirar, muchacha, —dijo Ewan con una risita.
—Te amo, —le susurró al oído—. Te amo tanto.
Y de repente estaba abrazándola tan fuertemente como ella lo apretujaba. Para su total confusión, se volvió y la arrastró fuera del salón. Subió las escaleras de dos en dos e irrumpió en su habitación pocos minutos después.
Después de que pateara la puerta para cerrarla, miró ferozmente hacia ella, su apretón tan ajustado a su alrededor que no podía meter un solo aliento en sus pulmones.
—¿Qué fue lo que dijiste? —le preguntó con voz ronca.
Sus ojos se abrieron con sorpresa ante su vehemencia.
—Hace sólo un momento. En el salón. ¿Qué me dijiste al oído?
Tragó saliva con nerviosismo y se removió en sus brazos. Luego se armó de valor mientras seguía sujetándola firmemente en torno a él.
—Te amo.
—Ya era hora, maldición —gruñó.
Parpadeó, confundida.
—¿Era hora de qué?
—Las palabras. Por fin las dijiste.
—Pero apenas me acabo de dar cuenta, —dijo con desconcierto.
—Yo ya lo sabía, —dijo con petulante satisfacción.
—No lo hacías. Ni siquiera lo sabía yo, ¿así que como pudiste saberlo tú?
Él sonrió.
—Dime, muchacha, ¿cómo planeas pasar tu tarde de ocio?
—No lo sé, —admitió—. Tal vez iré a buscar Crispen para jugar con él y los otros niños.
Ewan negó con la cabeza.
—¿No? —cuestionó ella.
—No.
—¿Por qué?
—Porque he decidido que una tarde de ocio suena muy atractiva.
Sus ojos se abrieron con asombro.
—¿De verdad?
—Mmm-humm. Me preguntaba si tal vez estabas dispuesta a relajarte conmigo.
—Es un pecado ser perezoso, —susurró.
—Sí, pero lo que tengo en mente no tiene nada que ver con ser perezoso.
Se ruborizó ante la sugerencia de su voz.
—Nunca te has tomado una tarde libre de tus funciones.
—Mi deber más importante es velar por las necesidades de mi esposa.
Él ahuecó el área de la mejilla donde Heath la había golpeado, y su mirada se ensombreció.
—¿De verdad tienes la intención de matarlo, Ewan? —susurró.
Ewan frunció el ceño.
—Te golpeó. Eres la esposa del Laird, la señora de este castillo. Yo no tolero ninguna falta de respeto y estoy malditamente seguro de que mataré a cualquier hombre que alguna vez te toque.
Mairin se retorció las manos, la culpa surgiendo a través de ella.
—Lo provoqué descaradamente. Yo lo llamé nombres terribles. Usé palabras que una dama nunca debería utilizar. La madre Serenity lavaría mi boca con jabón.
Ewan suspiró.
—¿Qué quieres que haga, Mairin? Ha sido un problema antes de hoy. Él ya había agotado su concesión de oportunidades. Incluso si no te hubiera golpeado, yo no toleraría que levantara una mano a otra mujer de este clan.
—¿Puedes desterrarlo? Me gustaría pensar que un hombre sin hogar y los medios que esto supone sufriría mucho más que si le ofrecen una muerte fácil y rápida. Tal vez morirá de hambre o una manada de lobos se lanzará sobre él.
Ewan se echó hacia atrás por la sorpresa y luego se rió, el sonido gutural envió aguijones de placer a través de la columna de Mairin.
—Eres una chica sedienta de sangre.
Asintió con la cabeza.
—Sí, Alaric dijo lo mismo.
—¿Por qué es tan importante que no lo haga matar, Mairin? Es mi derecho como Laird y como tu marido.
—Porque me siento culpable por provocarlo así. Si él no me hubiera golpeado, no habrías ordenado su muerte por golpear a Christina. No es que no lo hubieras castigado, —se apresuró a decir.
—Así que prefieres que sea exterminado por un grupo de lobos.
Volvió a asentir con la cabeza.
Él se rió entre dientes.
—Que así sea, muchacha. Tendré a Gannon escoltándolo fuera de nuestras tierras con la orden de no volver jamás.
Ella echó los brazos a su alrededor y lo apretó tan fuerte como pudo.
—Te amo.
La apartó y luego se inclinó para besar la punta de su nariz.
—Dilo de nuevo.
Curvó los labios y frunció el ceño hacia él.
—Eres un hombre exigente, Laird.
Sus labios se encontraron y él bebió profundamente de ella, frotó la lengua sobre su boca hasta que la abrió para dejarlo entrar
—Dilo, —susurró.
—Te amo.
Con un gemido bajo, la tomó en sus brazos y la llevó de espaldas, hasta que sus piernas golpearon el borde de la cama. La arrastró con él y luego rodó hasta que quedara tumbada con poca delicadeza encima de él. Apartó su ropa, dejando al descubierto primero sus hombros y luego sus brazos.
La agarró y tiró de ella de modo que pudiera acariciarla en el escote con la nariz. Ah, pero sus labios eran mágicos.
Determinada a que no fuera el único torturador, se inclinó y pasó la lengua sobre los gruesos tendones de su cuello. Sonriendo cuando se estremeció y se puso rígido debajo de ella, hundió los dientes en su carne, inhalando su aroma masculino. Probó su sabor, rodando la lengua por cada línea y pendiente.
—¿Mairin?
Se apoyó, para así poderlo mirar directamente a los ojos.
—¿Sí, marido?
—¿Tienes una especial predilección por este vestido?
Ella frunció el ceño.
—En realidad no, es un vestido de trabajo después de todo.
—Bien.
Antes de que pudiera pensar en su significado, rasgó la tela de su corpiño, todo el camino hasta más allá de la cintura. Éste cayó, exponiendo sus pechos a su ansioso toque.
—No es justo, —se quejó—. Yo no puedo arrancar tu ropa.
Él sonrió.
—¿Te gustaría, muchacha?
—Sí, me gustaría.
Riéndose, rodó hasta quedar encima de ella y empezó a quitarse su atuendo. Tan pronto como estuvo desnudo, sacó los jirones restantes del vestido, apartándolos de su cuerpo, entonces la hizo tumbarse de nuevo encima de él.
—Esta es una posición extraña, esposo. Estoy segura de que no quieres hacerlo de esta manera.
Trazó una línea desde la sien, pasando por su mejilla y sobre sus labios.
—Sí, muchacha, tengo predilección por ella. El día de hoy las mujeres están a cargo y los hombres están haciendo el trabajo. Así que me parece justo que tú debas estar en la parte de arriba. Soy tu humilde siervo.
Sus ojos se dilataron. Pensó en lo que le había dicho, estrechó los labios y, finalmente, negó con la cabeza.
—No estoy del todo segura de que tal cosa sea posible.
—Oh sí muchacha, es posible. No sólo es posible, sino que es una experiencia maravillosa.
Él afianzó sus caderas, levantando su posición para colocarla por encima de su ingle.
—Baja tu mano, muchacha. Guíame dentro de ti.
Ella vibraba de emoción y anticipación. Sus piernas se agitaron y las clavó contra los costados de su marido mientras se agachaba y agarraba su dureza.
—Oh sí, muchacha, justo así. Sostenme justo ahí mismo. Déjame acoplarme a ti.
La movió, manteniéndola abrazada mientras frotaba la punta de su polla a través de su calor húmedo. Entonces encontró la entrada y se deslizó dentro, tan sólo un ápice. Ella abrió los ojos de golpe y se tensó cuando empezó a traspasar su hendidura.
—Relájate, —la tranquilizó.
La guió hacia abajo y ella quitó su mano, colocando ambas palmas sobre su pecho. Se recostó hacia delante mientras los dedos de él se deslizaban de sus caderas a sus nalgas. Ewan se apoderó de su carne y la extendió más ampliamente mientras se empalaba más profundo.
Con un último impulso, sus nalgas se encontraron con la parte superior de sus muslos. Era una sensación inquietante, ser atravesada, tan llena y sin alivio. Su cuerpo vibraba de placer. Sus pezones tirantes en duras puntas, hinchados y rogando por su toque.
La incitó, soltando sus caderas y difuminando los dedos sobre su vientre, subiendo hasta ahuecar los dos pechos en sus manos. Pequeñas chispas de fuego crepitaron a través de su cuerpo cuando pulsó los tensos botones. Los embromó y engatusó hasta que estuvieron dolorosamente rígidos.
—Móntame, —dijo con voz ronca.
La imagen de hacer tal cosa explotó en su mente. Un frenesí de calor se propagó por su núcleo hasta que éste se contrajo y lo aferró con más fuerza dentro de su vaina.
Deseosa por cumplir su orden, comenzó a moverse, tímidamente al principio. Se sentía torpe y cohibida, pero la mirada en los ojos de Ewan le dio toda la confianza que necesitaba para continuar.
Una y otra vez se meció, elevándose y entonces dejándose caer. Ambos emitieron sonidos de satisfacción, que se hicieron más desesperados y urgentes mientras ella asumía su propio ritmo.
Deleitándose con la libertad recién descubierta, procedió a conducirlos mucho más allá de los límites de la razón. Sonrió seductoramente a su marido cuando él le suplicó que dejara de atormentarlo.
Con los labios fusionados a los suyos tan fuertemente como sus cuerpos se acoplaban, encontraron su liberación.
Se tragó el grito de triunfo de su marido, mientras él engullía su grito de éxtasis. Sus dedos se clavaron en sus caderas y tiró de ella hacia abajo, sosteniéndola firmemente mientras se vaciaba en su cuerpo.
Con un suspiro, se derrumbó encima de él y se acurrucó en su calor. Su corazón golpeaba frenéticamente contra el de ella, hasta que no estuvo segura cuál de los dos latía más fuerte. Envolvió sus brazos a su alrededor y besó la parte superior de su cabeza.
—Te amo, Mairin.
Por un momento, pensó que no había oído correctamente. Sí, ella lo amaba. Más de lo que había imaginado podría amar a un hombre. Pero nunca habría soñado que él le devolvería sus sentimientos. Era afectuoso con ella. Incluso apasionado. Pero no había esperado que le ofreciera su corazón.
Las lágrimas llenaban sus ojos cuando se alzó, su pelo cayendo sobre el pecho de él, mientras lo miraba con asombro.
—Dilo otra vez, —le dijo con voz ronca.
Sonrió al oír sus propias palabras arrojadas de vuelta hacia él.
—Te amo.
—Oh, Ewan, —susurró.
—No llores, muchacha. Yo haría prácticamente cualquier cosa para no verte llorar.
—Son lágrimas de felicidad, —sorbió—. Me has hecho tan feliz, Ewan. Me has dado un hogar y una familia. Un clan al cual llamar propio. Y hoy me respaldaste, cuando yo temí que me acusarías delante de todos.
Él frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—Siempre te respaldaré, esposa. Puede que no siempre esté de acuerdo contigo, y habrá momentos en que no pueda tomar una decisión con la que estés conforme, pero siempre te apoyaré.
Lo abrazó de nuevo y apoyó la cara en su cuello.
—Oh, te amo tanto, Ewan.
Él rodó hasta que quedaran de costado uno frente al otro. Le tocó la cara, acariciando los tenues rizos de cabello sobre su mejilla.
—He esperado mucho tiempo a que dijeras esas palabras, muchacha. Y ahora que lo has hecho, nunca me cansaré de oírlas.
Ella sonrió.
—Eso es bueno, Laird, porque tengo este problema de decir cualquier cosa que pasa por mi mente, y es un hecho que estaré pensando en cuánto te amo, muy a menudo.
—Tal vez deberías demostrármelo, —dijo en una voz ronca y excitada.
Su boca se abrió con asombro.
—¿Otra vez?
Sonrió y la besó.
—Sí, muchacha, otra vez.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura Septiembre 2018
Qué escena, madre. Tan lindos los dos.
Y qué buena conclusión para el malvado Heath: devorado por los lobos...¡pues no es sangrienta ni ná nuestra Mairin!
Muchas gracias por los capis.
Maria-D- Mensajes : 435
Fecha de inscripción : 04/04/2017
Re: Lectura Septiembre 2018
se armo el merequetengue, me gusta que Mairin ni se deje intimidar por nadie, y defienda las buenas causas, tal vez entre Heath, Robert , corbin, Ian y Mattew este el traidor, y ya los dos están mas que enamorados.
gracias por los capítulos
gracias por los capítulos
yiniva- Mensajes : 4916
Fecha de inscripción : 26/04/2017
Edad : 33
Re: Lectura Septiembre 2018
cap 27 y 28: Vaya el atentado es contra Ewan, increíble, y porqué justo ahora? Cómo pudo alguien aliarse con Duncan, si su clan casi los extermina? Y cómo harán para descubrir al traidor?
Menos mal Mairin sobrevivió y Ewan se comportó como todo un caballero, pero esta parte fue lo que me hizo el día:
Cap 29: Que desgraciado ese Heath, es cierto que era u.s. época muuuuy machista, pero su actitud es deplorable, y Mairin con su carácter revolucionario tan fuera de época me encanta, pero me encantó aún más que Ewan la apoye. Ahora castigo a Heath.
Cap 30: Entiendo que Mairin no quiera cargar con la muerte de Heath en la conciencia, pero dejarlo a su suerte puede ser contraproducente si decide unirse a Duncan.
Menos mal Mairin sobrevivió y Ewan se comportó como todo un caballero, pero esta parte fue lo que me hizo el día:
—Yo soy siempre obediente, marido. Si me ordenas no morir, no lo haré, por supuesto que no me negaré a tu deseo.
Ewan sonrió mientras la miraba y ella vio tal alivio en sus ojos que el aliento quedó atrapado en su garganta.
—Es un pecado mentir, esposa, pero juro por Dios que no creo que ni a Él ni a mí nos importe esa falsedad.
—Humm —musitó—. Yo trato de ser obediente.
—Sí, muchacha. Te ordené que no murieras, y fue muy servicial de tu parte obedecerme esta vez. Estoy tan contento, que podría considerar el no gritarte la próxima vez que se te ocurra desobedecerme.
Cap 29: Que desgraciado ese Heath, es cierto que era u.s. época muuuuy machista, pero su actitud es deplorable, y Mairin con su carácter revolucionario tan fuera de época me encanta, pero me encantó aún más que Ewan la apoye. Ahora castigo a Heath.
Cap 30: Entiendo que Mairin no quiera cargar con la muerte de Heath en la conciencia, pero dejarlo a su suerte puede ser contraproducente si decide unirse a Duncan.
yiany- Mensajes : 1938
Fecha de inscripción : 23/01/2018
Edad : 41
Re: Lectura Septiembre 2018
CAPÍTULO 31
Mairin lentamente se arrastró fuera de la cama y se dirigió directamente hacia el orinal donde vomitó lo poco que le quedaba en su estómago de la noche anterior.
Era un hecho lamentable y había ocurrido con precisión, cada mañana durante la última quincena. Sólo que no terminaba allí.
Vomitaba inmediatamente después del desayuno, y luego otra vez después de la comida del mediodía, y por lo general al menos una vez antes de acostarse.
Había escondido su condición a Ewan durante el mayor tiempo posible, pero con tantos vómitos y la forma en que miraba la comida, como si estuviera siendo envenenada de nuevo, era inevitable que la descubriera.
Le diría hoy de sus sospechas.
No es que en realidad fueran sospechas porque parecía obvio que estaba embarazada de su hijo, y Dios era testigo, de que Ewan había puesto suficiente empeño en la tarea de impregnarla.
El clan entero abrazaría la noticia con regocijo. Con su dote a punto de ser entregada en cualquier momento, la prosperidad finalmente visitaría la fortaleza. El embarazo y parto seguro de un niño, sellaría el control de los McCabe sobre Neamh Álainn.
Saltaba de alegría ante la idea de contarle a Ewan las noticias.
Después de lavarse la boca y ponerse un vestido, Mairin se encaminó a bajar las escaleras donde se encontró con Gannon. Arqueó las cejas por la sorpresa de verlo, ya que, desde su envenenamiento, Ewan se había asegurado de mantenerla custodiada, ya fuera por sus hermanos o por él mismo, a cada momento del día. Era un hecho al que estaba resignada y había aceptado de
buen grado.
—Buenos días, mi señora, —expresó Gannon alegremente.
—Buenos días, Gannon. Dime, ¿qué has hecho para provocar la ira de tu Laird?
Gannon parpadeó y la miró con confusión. Luego se echó a reír al darse cuenta de que estaba bromeando con él acerca de su deber.
—Nada mi señora, la verdad es que me ofrecí para la tarea de cuidarla hoy. El Laird y sus hermanos han ido a recibir a los McDonald.
Sus cejas se alzaron de nuevo. Cualquier mención sobre los McDonald había sido desechada después de su envenenamiento. Por consiguiente, ella misma, incluso se había olvidado de la cuestión de la alianza. Su partida no había sido en buenos términos, por lo que la idea de su regreso le provocaba mucha curiosidad.
—¿Dónde están? —preguntó.
—Descargando las provisiones de alimentos de la carreta, —dijo Gannon con una sonrisa.
Mairin juntó las manos con deleite.
—¿Así que cumplieron con esa ridícula apuesta?
Gannon rodó los ojos.
—Por supuesto. Es además, una ofrenda de paz. Los dos clanes deben suavizar cualquier sensación de rencor si vamos a aliarnos entre nosotros.
—Oh, eso es maravilloso. Seguramente esto nos proveerá durante los meses de invierno.
Gannon asintió.
—Y más allá, si la caza sigue teniendo éxito.
Y cuando su dote llegara, el clan tendría ropa de abrigo para el invierno. Los niños tendrían zapatos. Ellos comerían en lugar de tener que preocuparse de dónde sacarían su siguiente alimento.
Esta era una noticia muy bienvenida.
—¿Dónde podría encontrar a Ewan,— sonsacó a Gannon.
—Debería escoltarla hasta él tan pronto se levantara.
Ella frunció el ceño.
—Bien, pues ya me he levantado, así que vamos.
Se rió por lo bajo y la condujo fuera, donde las carretas de los McDonald habían sido conducidas al patio. Los hombres estaban descargando los suministros y llevándolos a la despensa.
Ewan estaba absorto en la conversación con McDonald, y Mairin frunciendo el gesto examinaba a las personas que cubrían el patio. Luego su mirada se posó en Rionna y se iluminó.
Comenzó a llamarla y a saludarla con la mano, cuando Ewan llamó su atención y le hizo señas para que se acercara. La atrajo a su lado mientras se
aproximaba.
—El laird McDonald quería darte sus respetos. Ellos sólo han venido a entregar las provisiones pero no van a quedarse. Dado que nos hemos puesto de acuerdo acerca del matrimonio de Alaric con Rionna, nos encontraremos más adelante durante el verano, para celebrar el acuerdo y anunciar su compromiso.
Mairin sonrió al Laird, quien tomó su mano y le hizo una reverencia.
—Me siento aliviado de que su salud esté totalmente repuesta, mi señora. Espero con mucho interés el momento en que nuestros clanes estén unidos, no sólo por la alianza sino por el vínculo matrimonial.
—Tanto como yo, —expresó—. Buen viaje, estaré deseando verlos cuando regresen.
Cuando uno de los hombres pasó con el cadáver destripado de un ciervo, el estómago de Mairin se agitó. Sus mejillas se esponjaron mientras aspiraba aire por la nariz para no vomitar allí, delante de Ewan y de McDonald. Ya habían tenido demasiados reveses la última vez que los visitó el Laird, y ella no tenía ningún deseo de que comenzaran otra gresca por la pérdida del contenido de su estómago sobre todas sus botas.
Se apresuró a excusarse diciendo que necesitaba ver a Gertie para poder supervisar el almacenamiento de las provisiones y salió corriendo antes de que
Ewan pudiera hacer algún comentario.
Una vez dentro del torreón, se tomó su tiempo, estabilizando su respiración y luego se encaminó hacia las cocinas. No había sido un completo ardid. Ella quería saber los planes de Gertie para el repentino excedente de alimentos, y también imaginaba que sería una agradable sorpresa planificar una comida especial para la ocasión.
Como era de esperar, Gertie refunfuñaba sobre un gran caldero de estofado cuando Mairin entró a la cocina. La mujer se detenía periódicamente a probarlo, entonces gruñía y agregaba otra hortaliza.
Gertie levantó la vista y frunció el ceño cuando vio a Mairin.
—Parece indispuesta, muchacha. Le he guardado un plato de la comida del desayuno. ¿Sigue sintiéndose mal cada vez que come?
Conmovida por su consideración, Mairin puso una mano sobre su estómago.
—Sí, me temo que sí. La verdad es que nada me parece demasiado apetitoso en estos días.
Gertie chasqueó la lengua y sacudió la cabeza.
—¿Cuándo le va a decir Laird que está llevando a su hijo?
—Pronto. Quería estar segura.
Gertie rodó los ojos.
—Muchacha, nadie tiene tantas arcadas como usted, a menos que estén enfermos. A estas alturas ya habría muerto o se habría mejorado.
Mairin sonrió y se llevó una mano a su vientre.
—Sí, es verdad, aun así no quería correr el riesgo de decirle algo al Laird que fuera falso. Sería demasiada carga para estos pequeños hombros.
La expresión de Gertie se suavizó.
—Usted tiene buen corazón, muchacha. Nuestro clan tiene mucho por lo que estar agradecido desde que vino a nosotros. Casi parece demasiado bueno para ser verdad.
Avergonzada por la alabanza de la otra mujer, Mairin dirigió la conversación hacia el tema a tratar.
—Pensé en organizar una comida especial, ya que el laird McDonald cumplió su apuesta. Parece que todo lo que hemos comido en los últimos tiempos es estofado de conejo. Estoy segura de que a los hombres les encantaría tener venado fresco y verduras. Ciertamente podríamos prodigar una pequeña celebración sin agotar nuestras despensas a niveles peligrosos otra vez.
Gertie sonrió ampliamente y extendió la mano para darle una palmadita a Mairin en el brazo.
—Yo estaba pensando en lo mismo, muchacha. Ya tenía en mente hacer pasteles de carne de venado, con su permiso, por supuesto. Con la sal que el laird McDonald proveyó, ya no tendremos que ahorrar cada pizca para disecar. Hará que la comida tenga un sabor delicioso.
—¡Maravilloso! Dejaré la planificación en tus capaces manos. He prometido a Crispen arrojar piedras saltarinas sobre el lago, con él esta tarde.
—Si espera sólo un momento, le daré un poco de pan para que coma. Esto asentará su estómago y le proporcionará a usted y a Crispen una merienda para la tarde.
Gertie envolvió varios panes pequeños en un fardo de tela y se los entregó a Mairin.
—Ahora fuera, muchacha. Vaya y pase un buen rato con Crispen.
—Gracias, —dijo Mairin cuando dio la vuelta para irse.
Con su corazón ligero y vertiginoso acerca de la idea de decirle a Ewan sobre su embarazo, salió para encontrarse con Crispen.
Los rayos del sol resplandecían luminosos y orientó su cara hacia ellos, buscando más de su calor. Se detuvo un momento para mirar la comitiva de los McDonald a través del puente al otro lado del lago. Con la mirada buscó a
Ewan pero él ya había salido en otra labor.
Se encaminó hacia la esquina de la fortaleza, siguiendo la orilla del lago buscando una señal de Crispen. Se encontraba de pie sobre el afloramiento de una roca a cierta distancia, su pequeño cuerpo perfilado por el sol. Estaba solo, lanzando piedras a través de la superficie del agua. Observaba el recorrido de la piedra, aparentemente hipnotizado por la forma en que avanzaba a través del lago. Su risa sonaba tan pura y límpida que se adueñó del corazón de Mairin. ¿Había algo más bello que la alegría de un niño?
Se imaginó el día en que Crispen llevaría a su hermano o hermana al lago para lanzar piedras. Los dos se reirían y jugarían juntos. Como una familia.
Sonriendo, comenzó a avanzar, buscando en la tierra, las piedras adecuadas, mientras caminaba. Recogió media docena antes de llegar a donde Crispen se encontraba.
—¡Mamá!
No había ninguna descripción para la abrupta alegría que se apoderó de ella cuando la llamó mamá.
Él corrió a sus brazos y ella lo abrazó apretadamente, esparciendo sus piedras por la tierra en el proceso.
Riendo, él se agachó para ayudarla a recuperarlas, exclamando su admiración por la perfección de una o dos piedras, mientras las examinaba.
—Quiero lanzar esta, —dijo, sosteniendo una piedra particularmente plana.
—Vamos entonces. Apuesto a que no puedes hacer que salte más de ocho veces.
Sus ojos se iluminaron como ella sabía que lo harían, ante el desafío que había establecido.
—Puedo hacer nueve —se jactó.
—¡Oh, oh! Como alardeas. Los hechos son mucho más fuertes que las palabras. Déjame ver tu valor de primera mano.
Su barbilla se elevó, la concentración estrechando sus cejas, alineó su tiro y a continuación estableció el vuelo de la roca. Ésta golpeó el agua y saltó en rápida sucesión hacia la otra orilla.
—¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! —Hizo una pausa para tomar aliento pero su mirada nunca se alejó de la progresión de la piedra—. ¡Seis! ¡Siete... ocho... nueve! —se volvió—. ¡Mamá, lo hice! ¡Nueve veces!
—Sin duda, una proeza —dijo, reconociendo su hazaña.
—Inténtalo tú ahora, —la instó.
—Oh, no tengo la esperanza de mejorar a alguien tan experto como tú.
Él infló su pecho y sonrió con aire de suficiencia. Entonces su rostro se iluminó y le tomó la mano.
—Apuesto a que lo harás bien... para ser una mujer.
En respuesta ella restregó su pelo.
—Debes dejar de escuchar las ideas de tu tío Caelen, Crispen. No vas a congraciarte con las damas en el futuro.
Él arrugó la nariz y sacó la lengua, haciendo un sonido de arcadas.
—Las chicas son horribles. Excepto tú, mamá.
Se rió y lo abrazó otra vez.
—Estoy muy feliz por no ser considerada una chica horrible.
Él le metió una piedra perfectamente plana y lisa en su mano.
—Inténtalo.
—Muy bien. Después de todo, el honor de todas las mujeres descansa en mis manos.
Crispen se rió de su comicidad mientras ella alineaba minuciosamente su tiro. Después de probar unas pocas oscilaciones con el brazo, disparó y vio como la roca navegaba lejos, golpeando la superficie y levantando agua al rebotar.
A su lado Crispen contabilizó con sus dedos.
—¡Ocho! ¡Mamá, hiciste ocho! ¡Eso es brillante!
—Wow, ¡lo hice!
Se abrazaron y ella lo hizo girar hasta que ambos estuvieron mareados. Se derrumbaron en el suelo con un ataque de risa, y Mairin le hizo cosquillas a Crispen hasta que pidió clemencia.
En la ladera que daba al lago, Ewan se acercó por detrás de Gannon y Cormac, quienes estaban vigilando a Mairin y al muchacho. Observó mientras luchaban en el suelo, escuchando el sonido alegre de sus risas resonando por la tierra. Sonrió y reflexionó sobre cuán afortunado era. Había ganado tanto en tan poco tiempo. No importaba que múltiples amenazas ensombrecieran su existencia. Él tomaba momentos como estos y los atesoraba.
El amor era en efecto, muy valioso.
Ewan subió cansinamente las escaleras y en silencio entró en su habitación. Un poco de su fatiga se disipó y la tensión bajo la cual había estado se alejó, mientras contemplaba a su dormida esposa.
Estaba tumbada boca abajo, con poca delicadeza, sus brazos extendidos sobre la cama. Dormía igual que hacía todo lo demás. Plenamente. Sin reservas.
Se despojó de su ropa y se metió en la cama con su mujer. Ella se acurrucó en sus brazos sin siquiera abrir los ojos. Estaba a menudo agotada en estos días, un hecho que no había pasado desapercibido para él. Tampoco lo habían hecho todas las arcadas que la pobre muchacha había tenido durante las últimas semanas.
Todavía tenía que decirle sobre su embarazo, y él no sabía si era porque no quería agobiarlo con lo enferma que se sentía, o si realmente no se había dado cuenta aún por sí misma.
Le pasó una mano por el costado y otra por su cadera, antes de deslizarla entre sus cuerpos para descansarla sobre su todavía plano abdomen, donde su hijo reposaba. Un niño que representaba una inmensa esperanza para el futuro de su clan.
La besó en la frente, sonriendo al recordarla junto a Crispen lanzando piedras en el lago. Se removió contra él y adormilada, abrió los ojos.
—No estaba segura de que fueras a venir a la cama esta noche, Laird.
Él sonrió.
—En realidad, es bastante temprano. Sólo que tú te retiraste a dormir mucho antes de lo habitual.
Bostezó y se acurrucó más cerca, entrelazando sus piernas con las suyas.
—¿Has llegado a un acuerdo con respecto al matrimonio de Alaric?
Ewan pasó una mano por su cabello.
—Sí. Alaric ha accedido al enlace.
—Vas a extrañarlo.
—Sí, echaré de menos tenerlo aquí como mi mano derecha. Pero ésta es una gran oportunidad para él de gobernar sus propias tierras y clan.
—¿Y Rionna? ¿Está satisfecha con el acuerdo?
La frente de Ewan se arrugó.
—No me concierne si la hija de McDonald está satisfecha o no. El matrimonio está establecido. Ella cumplirá con su obligación.
Mairin rodó sus ojos, pero Ewan no quería estar en desacuerdo en una noche en que sólo deseaba sostenerla en sus brazos, y besarla larga y profundamente.
—Prefiero hablar de otros asuntos, esposa.
Se apartó un poco y lo miró con escepticismo.
—¿Qué cosas, marido?
—Como por ejemplo, cuando vas a decirme que estamos esperando un hijo.
Los ojos de Mairin se suavizaron y brillaron cálidamente a la luz de la chimenea.
—¿Cómo lo supiste?
Él se rió entre dientes.
—Has estado durmiendo mucho más de lo habitual. Normalmente estás inconsciente en el momento en que vengo a la cama por la noche. Y no puedes
retener nada de comida en el estómago.
Arrugó la nariz con disgusto.
—No tenía intención de que te enteraras de mis arcadas.
—Deberías saber a estas alturas que no puedes esconder nada de mí, muchacha. Todo lo que te afecta, es asunto mío y preferiría escuchar de tus propios labios cuando no te estás sintiendo bien.
—Me siento muy bien ahora, —susurró.
Levantó una ceja antes de capturar sus labios en un beso largo.
—¿Qué tan bien? –él murmuró de nuevo.
—No lo sé. Puede ser que necesite un poco de amor para hacerme sentir completamente yo misma.
Él ahuecó su mejilla con ternura y frotó el pulgar en su boca.
—Por supuesto, no podemos permitir que te sientas nada menos que tú misma. La fortaleza no sabría qué hacer si no estuvieras volviéndolos locos a
cada momento.
Ella apretó el puño y lo golpeó en el pecho. La abrazó más fuertemente contra él y la risa de ambos se filtró a través de la puerta cerrada.
Al final del pasillo, Alaric cerró silenciosamente su puerta para que el sonido no invadiera su santuario. Se sentó en el borde de la cama y miró por la ventana las estrellas abajo en el horizonte.
Envidiaba a su hermano. Ewan estaba profundamente embelesado con su matrimonio y con su esposa. Mairin era una mujer como ninguna otra.
Había dicho la verdad cuando le señaló a su hermano que no estaba preparado para el matrimonio. Tal vez nunca lo estaría. Porque había decidido, tan pronto como vio a su hermano caer tan fuerte por su nueva novia, que nunca se conformaría con menos en su propia relación como lo que Ewan y Mairin compartían. Sólo que ahora no se le ofrecía una elección. Su clan lo necesitaba. Su hermano lo necesitaba. Y él nunca le negaría nada a Ewan.
Era un hecho lamentable y había ocurrido con precisión, cada mañana durante la última quincena. Sólo que no terminaba allí.
Vomitaba inmediatamente después del desayuno, y luego otra vez después de la comida del mediodía, y por lo general al menos una vez antes de acostarse.
Había escondido su condición a Ewan durante el mayor tiempo posible, pero con tantos vómitos y la forma en que miraba la comida, como si estuviera siendo envenenada de nuevo, era inevitable que la descubriera.
Le diría hoy de sus sospechas.
No es que en realidad fueran sospechas porque parecía obvio que estaba embarazada de su hijo, y Dios era testigo, de que Ewan había puesto suficiente empeño en la tarea de impregnarla.
El clan entero abrazaría la noticia con regocijo. Con su dote a punto de ser entregada en cualquier momento, la prosperidad finalmente visitaría la fortaleza. El embarazo y parto seguro de un niño, sellaría el control de los McCabe sobre Neamh Álainn.
Saltaba de alegría ante la idea de contarle a Ewan las noticias.
Después de lavarse la boca y ponerse un vestido, Mairin se encaminó a bajar las escaleras donde se encontró con Gannon. Arqueó las cejas por la sorpresa de verlo, ya que, desde su envenenamiento, Ewan se había asegurado de mantenerla custodiada, ya fuera por sus hermanos o por él mismo, a cada momento del día. Era un hecho al que estaba resignada y había aceptado de
buen grado.
—Buenos días, mi señora, —expresó Gannon alegremente.
—Buenos días, Gannon. Dime, ¿qué has hecho para provocar la ira de tu Laird?
Gannon parpadeó y la miró con confusión. Luego se echó a reír al darse cuenta de que estaba bromeando con él acerca de su deber.
—Nada mi señora, la verdad es que me ofrecí para la tarea de cuidarla hoy. El Laird y sus hermanos han ido a recibir a los McDonald.
Sus cejas se alzaron de nuevo. Cualquier mención sobre los McDonald había sido desechada después de su envenenamiento. Por consiguiente, ella misma, incluso se había olvidado de la cuestión de la alianza. Su partida no había sido en buenos términos, por lo que la idea de su regreso le provocaba mucha curiosidad.
—¿Dónde están? —preguntó.
—Descargando las provisiones de alimentos de la carreta, —dijo Gannon con una sonrisa.
Mairin juntó las manos con deleite.
—¿Así que cumplieron con esa ridícula apuesta?
Gannon rodó los ojos.
—Por supuesto. Es además, una ofrenda de paz. Los dos clanes deben suavizar cualquier sensación de rencor si vamos a aliarnos entre nosotros.
—Oh, eso es maravilloso. Seguramente esto nos proveerá durante los meses de invierno.
Gannon asintió.
—Y más allá, si la caza sigue teniendo éxito.
Y cuando su dote llegara, el clan tendría ropa de abrigo para el invierno. Los niños tendrían zapatos. Ellos comerían en lugar de tener que preocuparse de dónde sacarían su siguiente alimento.
Esta era una noticia muy bienvenida.
—¿Dónde podría encontrar a Ewan,— sonsacó a Gannon.
—Debería escoltarla hasta él tan pronto se levantara.
Ella frunció el ceño.
—Bien, pues ya me he levantado, así que vamos.
Se rió por lo bajo y la condujo fuera, donde las carretas de los McDonald habían sido conducidas al patio. Los hombres estaban descargando los suministros y llevándolos a la despensa.
Ewan estaba absorto en la conversación con McDonald, y Mairin frunciendo el gesto examinaba a las personas que cubrían el patio. Luego su mirada se posó en Rionna y se iluminó.
Comenzó a llamarla y a saludarla con la mano, cuando Ewan llamó su atención y le hizo señas para que se acercara. La atrajo a su lado mientras se
aproximaba.
—El laird McDonald quería darte sus respetos. Ellos sólo han venido a entregar las provisiones pero no van a quedarse. Dado que nos hemos puesto de acuerdo acerca del matrimonio de Alaric con Rionna, nos encontraremos más adelante durante el verano, para celebrar el acuerdo y anunciar su compromiso.
Mairin sonrió al Laird, quien tomó su mano y le hizo una reverencia.
—Me siento aliviado de que su salud esté totalmente repuesta, mi señora. Espero con mucho interés el momento en que nuestros clanes estén unidos, no sólo por la alianza sino por el vínculo matrimonial.
—Tanto como yo, —expresó—. Buen viaje, estaré deseando verlos cuando regresen.
Cuando uno de los hombres pasó con el cadáver destripado de un ciervo, el estómago de Mairin se agitó. Sus mejillas se esponjaron mientras aspiraba aire por la nariz para no vomitar allí, delante de Ewan y de McDonald. Ya habían tenido demasiados reveses la última vez que los visitó el Laird, y ella no tenía ningún deseo de que comenzaran otra gresca por la pérdida del contenido de su estómago sobre todas sus botas.
Se apresuró a excusarse diciendo que necesitaba ver a Gertie para poder supervisar el almacenamiento de las provisiones y salió corriendo antes de que
Ewan pudiera hacer algún comentario.
Una vez dentro del torreón, se tomó su tiempo, estabilizando su respiración y luego se encaminó hacia las cocinas. No había sido un completo ardid. Ella quería saber los planes de Gertie para el repentino excedente de alimentos, y también imaginaba que sería una agradable sorpresa planificar una comida especial para la ocasión.
Como era de esperar, Gertie refunfuñaba sobre un gran caldero de estofado cuando Mairin entró a la cocina. La mujer se detenía periódicamente a probarlo, entonces gruñía y agregaba otra hortaliza.
Gertie levantó la vista y frunció el ceño cuando vio a Mairin.
—Parece indispuesta, muchacha. Le he guardado un plato de la comida del desayuno. ¿Sigue sintiéndose mal cada vez que come?
Conmovida por su consideración, Mairin puso una mano sobre su estómago.
—Sí, me temo que sí. La verdad es que nada me parece demasiado apetitoso en estos días.
Gertie chasqueó la lengua y sacudió la cabeza.
—¿Cuándo le va a decir Laird que está llevando a su hijo?
—Pronto. Quería estar segura.
Gertie rodó los ojos.
—Muchacha, nadie tiene tantas arcadas como usted, a menos que estén enfermos. A estas alturas ya habría muerto o se habría mejorado.
Mairin sonrió y se llevó una mano a su vientre.
—Sí, es verdad, aun así no quería correr el riesgo de decirle algo al Laird que fuera falso. Sería demasiada carga para estos pequeños hombros.
La expresión de Gertie se suavizó.
—Usted tiene buen corazón, muchacha. Nuestro clan tiene mucho por lo que estar agradecido desde que vino a nosotros. Casi parece demasiado bueno para ser verdad.
Avergonzada por la alabanza de la otra mujer, Mairin dirigió la conversación hacia el tema a tratar.
—Pensé en organizar una comida especial, ya que el laird McDonald cumplió su apuesta. Parece que todo lo que hemos comido en los últimos tiempos es estofado de conejo. Estoy segura de que a los hombres les encantaría tener venado fresco y verduras. Ciertamente podríamos prodigar una pequeña celebración sin agotar nuestras despensas a niveles peligrosos otra vez.
Gertie sonrió ampliamente y extendió la mano para darle una palmadita a Mairin en el brazo.
—Yo estaba pensando en lo mismo, muchacha. Ya tenía en mente hacer pasteles de carne de venado, con su permiso, por supuesto. Con la sal que el laird McDonald proveyó, ya no tendremos que ahorrar cada pizca para disecar. Hará que la comida tenga un sabor delicioso.
—¡Maravilloso! Dejaré la planificación en tus capaces manos. He prometido a Crispen arrojar piedras saltarinas sobre el lago, con él esta tarde.
—Si espera sólo un momento, le daré un poco de pan para que coma. Esto asentará su estómago y le proporcionará a usted y a Crispen una merienda para la tarde.
Gertie envolvió varios panes pequeños en un fardo de tela y se los entregó a Mairin.
—Ahora fuera, muchacha. Vaya y pase un buen rato con Crispen.
—Gracias, —dijo Mairin cuando dio la vuelta para irse.
Con su corazón ligero y vertiginoso acerca de la idea de decirle a Ewan sobre su embarazo, salió para encontrarse con Crispen.
Los rayos del sol resplandecían luminosos y orientó su cara hacia ellos, buscando más de su calor. Se detuvo un momento para mirar la comitiva de los McDonald a través del puente al otro lado del lago. Con la mirada buscó a
Ewan pero él ya había salido en otra labor.
Se encaminó hacia la esquina de la fortaleza, siguiendo la orilla del lago buscando una señal de Crispen. Se encontraba de pie sobre el afloramiento de una roca a cierta distancia, su pequeño cuerpo perfilado por el sol. Estaba solo, lanzando piedras a través de la superficie del agua. Observaba el recorrido de la piedra, aparentemente hipnotizado por la forma en que avanzaba a través del lago. Su risa sonaba tan pura y límpida que se adueñó del corazón de Mairin. ¿Había algo más bello que la alegría de un niño?
Se imaginó el día en que Crispen llevaría a su hermano o hermana al lago para lanzar piedras. Los dos se reirían y jugarían juntos. Como una familia.
Sonriendo, comenzó a avanzar, buscando en la tierra, las piedras adecuadas, mientras caminaba. Recogió media docena antes de llegar a donde Crispen se encontraba.
—¡Mamá!
No había ninguna descripción para la abrupta alegría que se apoderó de ella cuando la llamó mamá.
Él corrió a sus brazos y ella lo abrazó apretadamente, esparciendo sus piedras por la tierra en el proceso.
Riendo, él se agachó para ayudarla a recuperarlas, exclamando su admiración por la perfección de una o dos piedras, mientras las examinaba.
—Quiero lanzar esta, —dijo, sosteniendo una piedra particularmente plana.
—Vamos entonces. Apuesto a que no puedes hacer que salte más de ocho veces.
Sus ojos se iluminaron como ella sabía que lo harían, ante el desafío que había establecido.
—Puedo hacer nueve —se jactó.
—¡Oh, oh! Como alardeas. Los hechos son mucho más fuertes que las palabras. Déjame ver tu valor de primera mano.
Su barbilla se elevó, la concentración estrechando sus cejas, alineó su tiro y a continuación estableció el vuelo de la roca. Ésta golpeó el agua y saltó en rápida sucesión hacia la otra orilla.
—¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! —Hizo una pausa para tomar aliento pero su mirada nunca se alejó de la progresión de la piedra—. ¡Seis! ¡Siete... ocho... nueve! —se volvió—. ¡Mamá, lo hice! ¡Nueve veces!
—Sin duda, una proeza —dijo, reconociendo su hazaña.
—Inténtalo tú ahora, —la instó.
—Oh, no tengo la esperanza de mejorar a alguien tan experto como tú.
Él infló su pecho y sonrió con aire de suficiencia. Entonces su rostro se iluminó y le tomó la mano.
—Apuesto a que lo harás bien... para ser una mujer.
En respuesta ella restregó su pelo.
—Debes dejar de escuchar las ideas de tu tío Caelen, Crispen. No vas a congraciarte con las damas en el futuro.
Él arrugó la nariz y sacó la lengua, haciendo un sonido de arcadas.
—Las chicas son horribles. Excepto tú, mamá.
Se rió y lo abrazó otra vez.
—Estoy muy feliz por no ser considerada una chica horrible.
Él le metió una piedra perfectamente plana y lisa en su mano.
—Inténtalo.
—Muy bien. Después de todo, el honor de todas las mujeres descansa en mis manos.
Crispen se rió de su comicidad mientras ella alineaba minuciosamente su tiro. Después de probar unas pocas oscilaciones con el brazo, disparó y vio como la roca navegaba lejos, golpeando la superficie y levantando agua al rebotar.
A su lado Crispen contabilizó con sus dedos.
—¡Ocho! ¡Mamá, hiciste ocho! ¡Eso es brillante!
—Wow, ¡lo hice!
Se abrazaron y ella lo hizo girar hasta que ambos estuvieron mareados. Se derrumbaron en el suelo con un ataque de risa, y Mairin le hizo cosquillas a Crispen hasta que pidió clemencia.
En la ladera que daba al lago, Ewan se acercó por detrás de Gannon y Cormac, quienes estaban vigilando a Mairin y al muchacho. Observó mientras luchaban en el suelo, escuchando el sonido alegre de sus risas resonando por la tierra. Sonrió y reflexionó sobre cuán afortunado era. Había ganado tanto en tan poco tiempo. No importaba que múltiples amenazas ensombrecieran su existencia. Él tomaba momentos como estos y los atesoraba.
El amor era en efecto, muy valioso.
Ewan subió cansinamente las escaleras y en silencio entró en su habitación. Un poco de su fatiga se disipó y la tensión bajo la cual había estado se alejó, mientras contemplaba a su dormida esposa.
Estaba tumbada boca abajo, con poca delicadeza, sus brazos extendidos sobre la cama. Dormía igual que hacía todo lo demás. Plenamente. Sin reservas.
Se despojó de su ropa y se metió en la cama con su mujer. Ella se acurrucó en sus brazos sin siquiera abrir los ojos. Estaba a menudo agotada en estos días, un hecho que no había pasado desapercibido para él. Tampoco lo habían hecho todas las arcadas que la pobre muchacha había tenido durante las últimas semanas.
Todavía tenía que decirle sobre su embarazo, y él no sabía si era porque no quería agobiarlo con lo enferma que se sentía, o si realmente no se había dado cuenta aún por sí misma.
Le pasó una mano por el costado y otra por su cadera, antes de deslizarla entre sus cuerpos para descansarla sobre su todavía plano abdomen, donde su hijo reposaba. Un niño que representaba una inmensa esperanza para el futuro de su clan.
La besó en la frente, sonriendo al recordarla junto a Crispen lanzando piedras en el lago. Se removió contra él y adormilada, abrió los ojos.
—No estaba segura de que fueras a venir a la cama esta noche, Laird.
Él sonrió.
—En realidad, es bastante temprano. Sólo que tú te retiraste a dormir mucho antes de lo habitual.
Bostezó y se acurrucó más cerca, entrelazando sus piernas con las suyas.
—¿Has llegado a un acuerdo con respecto al matrimonio de Alaric?
Ewan pasó una mano por su cabello.
—Sí. Alaric ha accedido al enlace.
—Vas a extrañarlo.
—Sí, echaré de menos tenerlo aquí como mi mano derecha. Pero ésta es una gran oportunidad para él de gobernar sus propias tierras y clan.
—¿Y Rionna? ¿Está satisfecha con el acuerdo?
La frente de Ewan se arrugó.
—No me concierne si la hija de McDonald está satisfecha o no. El matrimonio está establecido. Ella cumplirá con su obligación.
Mairin rodó sus ojos, pero Ewan no quería estar en desacuerdo en una noche en que sólo deseaba sostenerla en sus brazos, y besarla larga y profundamente.
—Prefiero hablar de otros asuntos, esposa.
Se apartó un poco y lo miró con escepticismo.
—¿Qué cosas, marido?
—Como por ejemplo, cuando vas a decirme que estamos esperando un hijo.
Los ojos de Mairin se suavizaron y brillaron cálidamente a la luz de la chimenea.
—¿Cómo lo supiste?
Él se rió entre dientes.
—Has estado durmiendo mucho más de lo habitual. Normalmente estás inconsciente en el momento en que vengo a la cama por la noche. Y no puedes
retener nada de comida en el estómago.
Arrugó la nariz con disgusto.
—No tenía intención de que te enteraras de mis arcadas.
—Deberías saber a estas alturas que no puedes esconder nada de mí, muchacha. Todo lo que te afecta, es asunto mío y preferiría escuchar de tus propios labios cuando no te estás sintiendo bien.
—Me siento muy bien ahora, —susurró.
Levantó una ceja antes de capturar sus labios en un beso largo.
—¿Qué tan bien? –él murmuró de nuevo.
—No lo sé. Puede ser que necesite un poco de amor para hacerme sentir completamente yo misma.
Él ahuecó su mejilla con ternura y frotó el pulgar en su boca.
—Por supuesto, no podemos permitir que te sientas nada menos que tú misma. La fortaleza no sabría qué hacer si no estuvieras volviéndolos locos a
cada momento.
Ella apretó el puño y lo golpeó en el pecho. La abrazó más fuertemente contra él y la risa de ambos se filtró a través de la puerta cerrada.
Al final del pasillo, Alaric cerró silenciosamente su puerta para que el sonido no invadiera su santuario. Se sentó en el borde de la cama y miró por la ventana las estrellas abajo en el horizonte.
Envidiaba a su hermano. Ewan estaba profundamente embelesado con su matrimonio y con su esposa. Mairin era una mujer como ninguna otra.
Había dicho la verdad cuando le señaló a su hermano que no estaba preparado para el matrimonio. Tal vez nunca lo estaría. Porque había decidido, tan pronto como vio a su hermano caer tan fuerte por su nueva novia, que nunca se conformaría con menos en su propia relación como lo que Ewan y Mairin compartían. Sólo que ahora no se le ofrecía una elección. Su clan lo necesitaba. Su hermano lo necesitaba. Y él nunca le negaría nada a Ewan.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura Septiembre 2018
A partir de hoy, publicare 1 capitulo diario, debido que no queda mucho para terminal y aun tenemos varios días a favor, antes que el mes cambie
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura Septiembre 2018
berny_girl escribió:A partir de hoy, publicare 1 capitulo diario, debido que no queda mucho para terminal y aun tenemos varios días a favor, antes que el mes cambie
Gracias por el aviso Berny
yiany- Mensajes : 1938
Fecha de inscripción : 23/01/2018
Edad : 41
Re: Lectura Septiembre 2018
Bueno, ya viene el heredero, pronto tendrán Neim Alain, me encanta Mairin como madre. Tiene razón Alaric al desear algo como lo que tienen Ewan y Mairin y aunque ahora no lo vea, tendrá las manos llenas tratando de dominar a Rionna,
yiany- Mensajes : 1938
Fecha de inscripción : 23/01/2018
Edad : 41
Re: Lectura Septiembre 2018
CAPÍTULO 32
Durante las siguientes semanas, el tiempo se hizo más cálido y Mairin pasaba tanto tiempo fuera del torreón como podía. A pesar de que no lo admitiría delante de Ewan, mantenía un ojo avizor en el horizonte, en busca de cuándo su dote sería llevada por la escolta del rey.
La misiva de Ewan al rey no había tenido respuesta hasta ahora, pero Mairin mantenía la esperanza de que en cualquier momento oirían la noticia de que la dote había sido llevada a las tierras de los McCabe.
Su vientre se había abultado muy ligeramente. Aún no era perceptible bajo las faldas de su vestido, pero por la noche, desnuda, debajo de Ewan, él se deleitaba en el pequeño oleaje que albergaba a su niño.
No podía mantener sus manos o su boca alejada del pequeño abultamiento. Lo manoseaba y acariciaba, y luego besaba cada centímetro de su carne. Su manifiesta alegría por su embarazo produjo a Mairin una gran satisfacción. El regocijo de su clan por el anuncio calentó todo su cuerpo.
Cuando Ewan se había puesto de pie durante la cena y anunció la gravidez de Mairin, la sala había estallado en aplausos. La palabra corrió a lo largo del torreón y la celebración siguió, hasta bien entrada la noche.
Sí, la vida era buena. Nada podría estropear este día para Mairin. Acarició su vientre, respiró el aire perfumado, y se dirigió al patio, impaciente por obtener un vistazo del entrenamiento de su marido.
Mientras descendía por la colina, miró hacia lo alto y contuvo la respiración. Su corazón palpitó furiosamente cuando vio a los jinetes distantes galopando hacia la fortaleza McCabe. Desplegada y al vuelo, sostenida por el jinete delantero, iba la bandera del rey llevando el emblema real.
Su prisa era indecorosa, pero no le prestó atención. Recogió sus faldas y corrió hacia el patio. Ewan ya estaba recibiendo el mensaje de la inminente llegada del mensajero de su majestad.
El aviso había corrido como un reguero de pólvora alrededor de toda la fortaleza y los miembros de su clan comenzaron a salir de cada esquina, hacinados en el patio, los escalones de la fortaleza, y la ladera con vistas al patio.
El aire estaba cargado de expectación y los murmullos de excitación se desencadenaron como el fuego mientras zumbaban de una persona a otra.
Mairin dio un paso atrás, su labio inferior apretado con tanta fuerza entre sus dientes que probó su propia sangre. Los hermanos de Ewan lo rodearon mientras esperaban a que los jinetes se acercaran.
El jinete que iba delante pasó a medio galope a través del puente y detuvo su caballo delante de Ewan. Se deslizó de su montura y dio un saludo.
—Traigo un mensaje de Su Majestad.
Le entregó un pergamino a Ewan. Mairin inspeccionó a los jinetes restantes. Había sólo una docena de soldados armados, pero no había señales de baúles o cualquier otra cosa que pueda indicar la llegada de su dote.
Ewan no abrió de inmediato el pergamino. En su lugar, extendió su hospitalidad a la comitiva real. El resto desmontó y sus caballos fueron llevados a las caballerizas. Las mujeres McCabe trajeron refrescos a los hombres cuando se reunieron en la sala para descansar de su viaje.
Ewan les ofreció alojamiento para pasar la noche, pero ellos se negaron, su necesidad de volver al castillo Carlisle los apremiaba. Mairin murió mil muertes mientras revoloteaba, esperando a que Ewan abriera el mensaje. Sólo
cuando el emisario estuvo sentado con la bebida y la comida, Ewan también
tomó asiento y desenrolló la misiva.
Ella le susurró a Maddie para que buscara pluma y tinta, sabiendo que Ewan tendría que escribir una respuesta si fuera necesario, antes de que el mensajero se despidiera.
A medida que sus ojos se movían de un lado a otro, su mandíbula se apretó y su expresión se volvió asesina.
El pecho de Mairin se tensó por el miedo, mientras observaba la ira creciendo como una tormenta en sus ojos.
Incapaz de contenerse, se precipitó hacia Ewan y tocó su hombro.
—¿Ewan? ¿Pasa algo malo?
—Déjame, —dijo con dureza.
Al instante retrocedió ante la furia de su voz. Su mano cayó y dio un paso hacia atrás de manera apresurada. Ewan levantó la mirada hacia el resto de los allí reunidos y ladró una orden para que despejaran la sala.
Mairin dio la vuelta y se fue, evitando la mirada de simpatía de Maddie mientras pasaba a su lado.
Ewan leyó la misiva de nuevo, incapaz de creer lo que estaba ante sus ojos. Echó un vistazo a la firma en la parte inferior, ésta indicaba que había sido firmada por el consejero más cercano al monarca, no por el mismo rey. No
estaba seguro de qué hacer con eso.
Independientemente de que hubiera sido firmada por el rey o su asesor, llevaba el sello real y fue entregada por un contingente de la Guardia Real. Ewan se veía obligado a obedecer, a pesar del hecho de que las acusaciones eran ridículas y un insulto a su honor.
—Ewan, ¿qué ha pasado? —exigió Alaric.
El mensajero del rey miró con recelo, como Ewan empujaba su copa a un lado.
—¿Va a escribir una respuesta, Laird?
El labio de Ewan se curvó y contuvo apenas su deseo de envolver sus manos alrededor del cuello del hombre. Sólo su conocimiento de que era injusto matar al emisario por las palabras de otro le impidieron dar rienda suelta a su
furia.
—Puede llevar mi respuesta de regreso, verbalmente. Dígale a nuestro soberano que iré.
El mensajero se levantó, hizo una reverencia, llamó a sus hombres y se batió en retirada.
La sala estaba vacía, salvo por Ewan y sus hermanos. Éste cerró los ojos y golpeó su puño contra la mesa con un sonoro estruendo.
—¿Ewan? —El interés de Caelen era penetrante, tanto él como Alaric se inclinaron hacia adelante en su asientos.
—He sido llamado a la corte, —comenzó. Todavía no podía creer el contenido de la misiva.
—¿A la corte? ¿Por qué? —exigió Alaric.
—Para responder a los cargos de secuestro y violación. Duncan Cameron ha llevado su demanda al rey y alegó haberse casado con Mairin, y consumado el matrimonio, y que yo la secuestré y abusé de ella profundamente. Puso una reclamación sobre la dote de Mairin que precedió a la mía, y ahora exige la devolución de su esposa y la liberación inmediata de su legado.
—¿Qué?
Tanto Caelen como Alaric rugieron su indignación.
—Voy a presentarme en la corte, donde el rey decidirá el asunto.
—¿Qué vas a hacer? —inquirió Caelen.
—Estoy seguro como el infierno de que no llevaré a mi esposa a cualquier lugar donde Duncan Cameron tenga su morada. Ella permanecerá aquí bajo estricta vigilancia, mientras viajo a la corte.
—¿Qué quieres que hagamos? —preguntó Alaric herméticamente.
—Necesito que mantengan vigilada a Mairin. Les confío a ustedes su vida. Tomaré un contingente de mis hombres conmigo, pero la mayor parte de mi ejército se mantendrá aquí. La seguridad de ella es primordial. Es más vulnerable que nunca, ahora que lleva a mi hijo.
—Pero, Ewan, estos cargos son graves. Si el rey no se pronuncia a tu favor te enfrentarás con severas sanciones. Es posible que incluso con una sentencia de muerte, puesto que Mairin es la sobrina del rey —Caelen dijo—. Necesitaras más apoyo. Si dejas la mayor parte de tu ejército aquí, te pones en una situación de desventaja.
—Tal vez sería mejor si la llevaras contigo, —sugirió Alaric tranquilamente.
—¿Y exponerla a Cameron? —Ewan gruñó.
Los labios de Caelen se apretaron.
—Iríamos con todo el poder del clan McCabe detrás de nosotros. Puede que no seamos un ejército tan grande como el de Cameron, pero él ya ha sufrido una derrota de consecuencias catastróficas contra nosotros, y tiene que saber, a juzgar por la forma en que escondió la cola y corrió como el hijo de puta cobarde que es, que sería un suicidio desafiarnos en una pelea justa.
—Es demasiado conveniente que seas convocado a distancia, Ewan, —
agregó Alaric—. Eso dividiría nuestras fuerzas. Si vas con muy poca protección, podrías ser emboscado y asesinado en tu camino a la corte. Si por el contrario llevas demasiada, dejas la fortaleza vulnerable y a Mairin también.
Ewan consideró las palabras de Alaric. Tanto como le dolía, su vehemencia inicial sobre tomar a Mairin lejos de cualquier lugar donde Duncan Cameron estuviera presente desapareció, sabía que lo mejor era no dejarla fuera de su vista. Si él iba, también lo haría ella, y llevaría toda la fuerza del clan McCabe con ellos.
—Tienes razón. Estoy demasiado enojado para pensar correctamente, —señaló Ewan con cansancio—. Reuniré a los McDonald y los McLauren para que nos proporcionen tropas para proteger el torreón durante nuestra ausencia. Mairin necesita estar cerca de mí para que pueda velar por su protección en todo momento. No me gusta la idea de ella viajando, ahora que está encinta.
—Podemos llevar un ritmo más lento y traer una litera de modo que esté cómoda, —sugirió Caelen.
Ewan asintió, y entonces recordó que le había gruñido a Mairin que lo dejara, cuando le había preguntado qué estaba mal. Había estado tan furioso que había necesitado un momento para procesar las acusaciones absurdas que habían sido arrojadas contra él.
—Jesús, —murmuró—. Debo encontrar a Mairin y explicarle. Por poco le arranco la cabeza antes de que ella saliera de la sala, y ahora tengo que decirle que tenemos que viajar a la corte para responder a una citación del rey. Nuestro futuro depende del capricho de nuestro monarca. Su dote. Neamh Álainn. Mi hijo. Mi esposa. Todo podría serme arrebatado en un momento.
Alaric levantó una ceja e intercambió una mirada con Caelen.
—¿Vas a permitir eso?
Ewan atravesó a sus hermanos con toda la intensidad de la emoción bullendo en su pecho.
—No. Enviaré misivas a los McLauren, a los McDonald, y al laird Douglas al norte. Quiero que estén listos para la guerra.
Mairin paseaba por el suelo de su habitación hasta que estuvo a punto de gritar de frustración. ¿Qué contenía el mensaje del rey? Ewan se había puesto furioso. Nunca lo había visto tan enfadado, ni siquiera cuando Heath la había golpeado.
Estaba tan enferma de preocupación que era la primera vez en quince días, que su estómago se rebelaba, y las náuseas subieron por su garganta. Se dejó caer en el taburete delante del fuego y agarró la copa de agua que Maddie le había llevado momentos antes. Tomó un sorbo del líquido en un esfuerzo para calmar su vientre, pero la tensión estaba anudada demasiado densa.
Tan pronto como el agua bajó, su estómago se agitó, y ella se precipitó hacia el orinal, vomitando el líquido. Registró la apertura y cierre de la puerta, pero estaba demasiado implicada en su actual miseria.
—Ah, cariño, lo siento.
Las manos de Ewan confortaron su espalda pero su estómago siguió convulsionándose dolorosamente. Juntó el pelo en su nuca y le puso la palma sobre el vientre en un intento de calmarla.
El sudor brotaba de su frente y se dejó caer en los brazos de Ewan cuando finalmente se detuvieron las horribles arcadas. Él le acarició el cabello y la sostuvo fuertemente contra sí. Presionó un beso en su sien, y ella pudo sentir la súbita tensión irradiando a través de su cuerpo.
Se giró, tan preocupada que por un momento tuvo que luchar contra las ganas de vomitar de nuevo.
—Ewan, ¿qué pasa? —susurró—. Estoy muy asustada.
Él ahuecó su cara y se le quedó mirando, sus ojos verdes centelleando.
—Lo siento, te grité en el salón. Estaba muy perturbado por el contenido de la misiva y descargué mi ira —y mi miedo— contra ti. Fue injusto.
Negó con la cabeza, sin preocuparse por su anterior exabrupto. Había sido obvio que él había estado trastornado por la noticia, independientemente de la que fuera.
—¿Qué decía el mensaje? —preguntó de nuevo.
Ewan suspiró y se inclinó hasta que su frente tocó la de ella.
—En primer lugar quiero que sepas que todo va a estar bien.
Aquella declaración sólo la preocupó aún más.
—Hemos sido citados a la corte.
Ella frunció el ceño.
—¿Pero por qué?
—Duncan Cameron lanzó una reclamación por tu dote antes de que mi petición fuera recibida por el rey.
Su boca cayó abierta.
—¿Con qué motivo?
—Hay más, Mairin, —dijo en voz baja—. Él sostiene que ustedes estaban casados, que se acostó contigo, y que yo te secuestré y abusé profundamente de ti.
Los ojos de Mairin se agrandaron con indignación. Abría y cerraba la boca mientras trataba de reunir una respuesta apropiada.
—Cuando se entere de que llevas un niño, seguramente afirmará haber engendrado al bebé.
Mairin apretó su vientre, de repente aterrada, cuando las implicaciones la golpearon. Ewan había sido convocado para responder ante aquellos cargos. El rey decidiría el asunto. ¿Y si decidía en contra de Ewan?
La idea de que iba a ser entregada a Duncan Cameron la envió de vuelta directamente al orinal. Ewan la abrazó y murmuró palabras de amor y consuelo mientras estuvo de nuevo enferma.
Cuando terminó, la recogió en sus brazos y la llevó a la cama. La envolvió en su regazo y la acunó contra su pecho mientras yacían sobre sus lados.
Estaba aterrorizada. Absolutamente aterrorizada.
Él le alzó la barbilla hasta que sus miradas estuvieron enlazadas.
—Quiero que me escuches, Mairin. No importa lo que pase, jamás te entregaré a Duncan Cameron. ¿Me entiendes?
—No puedes ir en contra del rey, Ewan, —le susurró.
—Y un cuerno que no puedo. Nadie aparta a mi esposa y a mi hijo de mí. Lucharé contra Dios mismo si hace falta, y puedes estar segura Mairin, de que no voy a perder.
Envolvió sus brazos alrededor de la cintura de Ewan y apoyó la cabeza en su pecho.
—Ámame, Ewan. Abrázame fuerte y ámame.
Rodó hasta quedar encima de ella, mirándola fijamente a los ojos.
—Siempre te amaré, Mairin. Malditos sean el rey y Duncan Cameron. Nunca te dejaré ir.
Le hizo el amor dulce e intensamente a la vez, prolongando su placer hasta que estuvo sin sentido, hasta que no conociera nada distinto aparte de su pasión. Hasta que creyó en las palabras que él había pronunciado tan ferozmente.
—No te dejaré ir, —juró mientras ella caía con abandono en sus brazos. Entonces encontró su propia liberación y la acunó contra su pecho, susurrando su amor por ella y su hijo.
La misiva de Ewan al rey no había tenido respuesta hasta ahora, pero Mairin mantenía la esperanza de que en cualquier momento oirían la noticia de que la dote había sido llevada a las tierras de los McCabe.
Su vientre se había abultado muy ligeramente. Aún no era perceptible bajo las faldas de su vestido, pero por la noche, desnuda, debajo de Ewan, él se deleitaba en el pequeño oleaje que albergaba a su niño.
No podía mantener sus manos o su boca alejada del pequeño abultamiento. Lo manoseaba y acariciaba, y luego besaba cada centímetro de su carne. Su manifiesta alegría por su embarazo produjo a Mairin una gran satisfacción. El regocijo de su clan por el anuncio calentó todo su cuerpo.
Cuando Ewan se había puesto de pie durante la cena y anunció la gravidez de Mairin, la sala había estallado en aplausos. La palabra corrió a lo largo del torreón y la celebración siguió, hasta bien entrada la noche.
Sí, la vida era buena. Nada podría estropear este día para Mairin. Acarició su vientre, respiró el aire perfumado, y se dirigió al patio, impaciente por obtener un vistazo del entrenamiento de su marido.
Mientras descendía por la colina, miró hacia lo alto y contuvo la respiración. Su corazón palpitó furiosamente cuando vio a los jinetes distantes galopando hacia la fortaleza McCabe. Desplegada y al vuelo, sostenida por el jinete delantero, iba la bandera del rey llevando el emblema real.
Su prisa era indecorosa, pero no le prestó atención. Recogió sus faldas y corrió hacia el patio. Ewan ya estaba recibiendo el mensaje de la inminente llegada del mensajero de su majestad.
El aviso había corrido como un reguero de pólvora alrededor de toda la fortaleza y los miembros de su clan comenzaron a salir de cada esquina, hacinados en el patio, los escalones de la fortaleza, y la ladera con vistas al patio.
El aire estaba cargado de expectación y los murmullos de excitación se desencadenaron como el fuego mientras zumbaban de una persona a otra.
Mairin dio un paso atrás, su labio inferior apretado con tanta fuerza entre sus dientes que probó su propia sangre. Los hermanos de Ewan lo rodearon mientras esperaban a que los jinetes se acercaran.
El jinete que iba delante pasó a medio galope a través del puente y detuvo su caballo delante de Ewan. Se deslizó de su montura y dio un saludo.
—Traigo un mensaje de Su Majestad.
Le entregó un pergamino a Ewan. Mairin inspeccionó a los jinetes restantes. Había sólo una docena de soldados armados, pero no había señales de baúles o cualquier otra cosa que pueda indicar la llegada de su dote.
Ewan no abrió de inmediato el pergamino. En su lugar, extendió su hospitalidad a la comitiva real. El resto desmontó y sus caballos fueron llevados a las caballerizas. Las mujeres McCabe trajeron refrescos a los hombres cuando se reunieron en la sala para descansar de su viaje.
Ewan les ofreció alojamiento para pasar la noche, pero ellos se negaron, su necesidad de volver al castillo Carlisle los apremiaba. Mairin murió mil muertes mientras revoloteaba, esperando a que Ewan abriera el mensaje. Sólo
cuando el emisario estuvo sentado con la bebida y la comida, Ewan también
tomó asiento y desenrolló la misiva.
Ella le susurró a Maddie para que buscara pluma y tinta, sabiendo que Ewan tendría que escribir una respuesta si fuera necesario, antes de que el mensajero se despidiera.
A medida que sus ojos se movían de un lado a otro, su mandíbula se apretó y su expresión se volvió asesina.
El pecho de Mairin se tensó por el miedo, mientras observaba la ira creciendo como una tormenta en sus ojos.
Incapaz de contenerse, se precipitó hacia Ewan y tocó su hombro.
—¿Ewan? ¿Pasa algo malo?
—Déjame, —dijo con dureza.
Al instante retrocedió ante la furia de su voz. Su mano cayó y dio un paso hacia atrás de manera apresurada. Ewan levantó la mirada hacia el resto de los allí reunidos y ladró una orden para que despejaran la sala.
Mairin dio la vuelta y se fue, evitando la mirada de simpatía de Maddie mientras pasaba a su lado.
Ewan leyó la misiva de nuevo, incapaz de creer lo que estaba ante sus ojos. Echó un vistazo a la firma en la parte inferior, ésta indicaba que había sido firmada por el consejero más cercano al monarca, no por el mismo rey. No
estaba seguro de qué hacer con eso.
Independientemente de que hubiera sido firmada por el rey o su asesor, llevaba el sello real y fue entregada por un contingente de la Guardia Real. Ewan se veía obligado a obedecer, a pesar del hecho de que las acusaciones eran ridículas y un insulto a su honor.
—Ewan, ¿qué ha pasado? —exigió Alaric.
El mensajero del rey miró con recelo, como Ewan empujaba su copa a un lado.
—¿Va a escribir una respuesta, Laird?
El labio de Ewan se curvó y contuvo apenas su deseo de envolver sus manos alrededor del cuello del hombre. Sólo su conocimiento de que era injusto matar al emisario por las palabras de otro le impidieron dar rienda suelta a su
furia.
—Puede llevar mi respuesta de regreso, verbalmente. Dígale a nuestro soberano que iré.
El mensajero se levantó, hizo una reverencia, llamó a sus hombres y se batió en retirada.
La sala estaba vacía, salvo por Ewan y sus hermanos. Éste cerró los ojos y golpeó su puño contra la mesa con un sonoro estruendo.
—¿Ewan? —El interés de Caelen era penetrante, tanto él como Alaric se inclinaron hacia adelante en su asientos.
—He sido llamado a la corte, —comenzó. Todavía no podía creer el contenido de la misiva.
—¿A la corte? ¿Por qué? —exigió Alaric.
—Para responder a los cargos de secuestro y violación. Duncan Cameron ha llevado su demanda al rey y alegó haberse casado con Mairin, y consumado el matrimonio, y que yo la secuestré y abusé de ella profundamente. Puso una reclamación sobre la dote de Mairin que precedió a la mía, y ahora exige la devolución de su esposa y la liberación inmediata de su legado.
—¿Qué?
Tanto Caelen como Alaric rugieron su indignación.
—Voy a presentarme en la corte, donde el rey decidirá el asunto.
—¿Qué vas a hacer? —inquirió Caelen.
—Estoy seguro como el infierno de que no llevaré a mi esposa a cualquier lugar donde Duncan Cameron tenga su morada. Ella permanecerá aquí bajo estricta vigilancia, mientras viajo a la corte.
—¿Qué quieres que hagamos? —preguntó Alaric herméticamente.
—Necesito que mantengan vigilada a Mairin. Les confío a ustedes su vida. Tomaré un contingente de mis hombres conmigo, pero la mayor parte de mi ejército se mantendrá aquí. La seguridad de ella es primordial. Es más vulnerable que nunca, ahora que lleva a mi hijo.
—Pero, Ewan, estos cargos son graves. Si el rey no se pronuncia a tu favor te enfrentarás con severas sanciones. Es posible que incluso con una sentencia de muerte, puesto que Mairin es la sobrina del rey —Caelen dijo—. Necesitaras más apoyo. Si dejas la mayor parte de tu ejército aquí, te pones en una situación de desventaja.
—Tal vez sería mejor si la llevaras contigo, —sugirió Alaric tranquilamente.
—¿Y exponerla a Cameron? —Ewan gruñó.
Los labios de Caelen se apretaron.
—Iríamos con todo el poder del clan McCabe detrás de nosotros. Puede que no seamos un ejército tan grande como el de Cameron, pero él ya ha sufrido una derrota de consecuencias catastróficas contra nosotros, y tiene que saber, a juzgar por la forma en que escondió la cola y corrió como el hijo de puta cobarde que es, que sería un suicidio desafiarnos en una pelea justa.
—Es demasiado conveniente que seas convocado a distancia, Ewan, —
agregó Alaric—. Eso dividiría nuestras fuerzas. Si vas con muy poca protección, podrías ser emboscado y asesinado en tu camino a la corte. Si por el contrario llevas demasiada, dejas la fortaleza vulnerable y a Mairin también.
Ewan consideró las palabras de Alaric. Tanto como le dolía, su vehemencia inicial sobre tomar a Mairin lejos de cualquier lugar donde Duncan Cameron estuviera presente desapareció, sabía que lo mejor era no dejarla fuera de su vista. Si él iba, también lo haría ella, y llevaría toda la fuerza del clan McCabe con ellos.
—Tienes razón. Estoy demasiado enojado para pensar correctamente, —señaló Ewan con cansancio—. Reuniré a los McDonald y los McLauren para que nos proporcionen tropas para proteger el torreón durante nuestra ausencia. Mairin necesita estar cerca de mí para que pueda velar por su protección en todo momento. No me gusta la idea de ella viajando, ahora que está encinta.
—Podemos llevar un ritmo más lento y traer una litera de modo que esté cómoda, —sugirió Caelen.
Ewan asintió, y entonces recordó que le había gruñido a Mairin que lo dejara, cuando le había preguntado qué estaba mal. Había estado tan furioso que había necesitado un momento para procesar las acusaciones absurdas que habían sido arrojadas contra él.
—Jesús, —murmuró—. Debo encontrar a Mairin y explicarle. Por poco le arranco la cabeza antes de que ella saliera de la sala, y ahora tengo que decirle que tenemos que viajar a la corte para responder a una citación del rey. Nuestro futuro depende del capricho de nuestro monarca. Su dote. Neamh Álainn. Mi hijo. Mi esposa. Todo podría serme arrebatado en un momento.
Alaric levantó una ceja e intercambió una mirada con Caelen.
—¿Vas a permitir eso?
Ewan atravesó a sus hermanos con toda la intensidad de la emoción bullendo en su pecho.
—No. Enviaré misivas a los McLauren, a los McDonald, y al laird Douglas al norte. Quiero que estén listos para la guerra.
Mairin paseaba por el suelo de su habitación hasta que estuvo a punto de gritar de frustración. ¿Qué contenía el mensaje del rey? Ewan se había puesto furioso. Nunca lo había visto tan enfadado, ni siquiera cuando Heath la había golpeado.
Estaba tan enferma de preocupación que era la primera vez en quince días, que su estómago se rebelaba, y las náuseas subieron por su garganta. Se dejó caer en el taburete delante del fuego y agarró la copa de agua que Maddie le había llevado momentos antes. Tomó un sorbo del líquido en un esfuerzo para calmar su vientre, pero la tensión estaba anudada demasiado densa.
Tan pronto como el agua bajó, su estómago se agitó, y ella se precipitó hacia el orinal, vomitando el líquido. Registró la apertura y cierre de la puerta, pero estaba demasiado implicada en su actual miseria.
—Ah, cariño, lo siento.
Las manos de Ewan confortaron su espalda pero su estómago siguió convulsionándose dolorosamente. Juntó el pelo en su nuca y le puso la palma sobre el vientre en un intento de calmarla.
El sudor brotaba de su frente y se dejó caer en los brazos de Ewan cuando finalmente se detuvieron las horribles arcadas. Él le acarició el cabello y la sostuvo fuertemente contra sí. Presionó un beso en su sien, y ella pudo sentir la súbita tensión irradiando a través de su cuerpo.
Se giró, tan preocupada que por un momento tuvo que luchar contra las ganas de vomitar de nuevo.
—Ewan, ¿qué pasa? —susurró—. Estoy muy asustada.
Él ahuecó su cara y se le quedó mirando, sus ojos verdes centelleando.
—Lo siento, te grité en el salón. Estaba muy perturbado por el contenido de la misiva y descargué mi ira —y mi miedo— contra ti. Fue injusto.
Negó con la cabeza, sin preocuparse por su anterior exabrupto. Había sido obvio que él había estado trastornado por la noticia, independientemente de la que fuera.
—¿Qué decía el mensaje? —preguntó de nuevo.
Ewan suspiró y se inclinó hasta que su frente tocó la de ella.
—En primer lugar quiero que sepas que todo va a estar bien.
Aquella declaración sólo la preocupó aún más.
—Hemos sido citados a la corte.
Ella frunció el ceño.
—¿Pero por qué?
—Duncan Cameron lanzó una reclamación por tu dote antes de que mi petición fuera recibida por el rey.
Su boca cayó abierta.
—¿Con qué motivo?
—Hay más, Mairin, —dijo en voz baja—. Él sostiene que ustedes estaban casados, que se acostó contigo, y que yo te secuestré y abusé profundamente de ti.
Los ojos de Mairin se agrandaron con indignación. Abría y cerraba la boca mientras trataba de reunir una respuesta apropiada.
—Cuando se entere de que llevas un niño, seguramente afirmará haber engendrado al bebé.
Mairin apretó su vientre, de repente aterrada, cuando las implicaciones la golpearon. Ewan había sido convocado para responder ante aquellos cargos. El rey decidiría el asunto. ¿Y si decidía en contra de Ewan?
La idea de que iba a ser entregada a Duncan Cameron la envió de vuelta directamente al orinal. Ewan la abrazó y murmuró palabras de amor y consuelo mientras estuvo de nuevo enferma.
Cuando terminó, la recogió en sus brazos y la llevó a la cama. La envolvió en su regazo y la acunó contra su pecho mientras yacían sobre sus lados.
Estaba aterrorizada. Absolutamente aterrorizada.
Él le alzó la barbilla hasta que sus miradas estuvieron enlazadas.
—Quiero que me escuches, Mairin. No importa lo que pase, jamás te entregaré a Duncan Cameron. ¿Me entiendes?
—No puedes ir en contra del rey, Ewan, —le susurró.
—Y un cuerno que no puedo. Nadie aparta a mi esposa y a mi hijo de mí. Lucharé contra Dios mismo si hace falta, y puedes estar segura Mairin, de que no voy a perder.
Envolvió sus brazos alrededor de la cintura de Ewan y apoyó la cabeza en su pecho.
—Ámame, Ewan. Abrázame fuerte y ámame.
Rodó hasta quedar encima de ella, mirándola fijamente a los ojos.
—Siempre te amaré, Mairin. Malditos sean el rey y Duncan Cameron. Nunca te dejaré ir.
Le hizo el amor dulce e intensamente a la vez, prolongando su placer hasta que estuvo sin sentido, hasta que no conociera nada distinto aparte de su pasión. Hasta que creyó en las palabras que él había pronunciado tan ferozmente.
—No te dejaré ir, —juró mientras ella caía con abandono en sus brazos. Entonces encontró su propia liberación y la acunó contra su pecho, susurrando su amor por ella y su hijo.
berny_girl- Mensajes : 2842
Fecha de inscripción : 10/06/2014
Edad : 36
Re: Lectura Septiembre 2018
Ma que cosa, ya imaginaba que habría problemas con la dote, pero jamás que el descaro de Cameron llegará a tanto.
yiany- Mensajes : 1938
Fecha de inscripción : 23/01/2018
Edad : 41
Re: Lectura Septiembre 2018
no puede ser, todo parecía perfecto y Duncan de nuevo haciendo de las suyas, y ahora que, como comprueban que Duncan miente, bastara la palabra de Mairin?
gracias por los capítulos
gracias por los capítulos
yiniva- Mensajes : 4916
Fecha de inscripción : 26/04/2017
Edad : 33
Re: Lectura Septiembre 2018
Chicas gracias por seguir la lectura, y a berny por dirigirla. Pasen a dejar sus propuestas para octubre.
Maga- Mensajes : 3549
Fecha de inscripción : 26/01/2016
Edad : 37
Localización : en mi mundo
Re: Lectura Septiembre 2018
CAPÍTULO 33
—Tengo malas noticias, Laird, —dijo Gannon con voz sombría.
No gustándole el tono de su comandante, Ewan alzó la vista, con el entrecejo fruncido, mientras Gannon se dirigía a grandes zancadas hacia él, todavía polvoriento de su viaje.
—¿Has traído al padre McElroy? —exigió Ewan.
El tiempo era esencial. Había enviado a Gannon a buscar al sacerdote para que pudiera dar testimonio de la ceremonia de boda realizada entre Ewan y Mairin. Sólo esperaba la llegada del clérigo antes de partir para la corte.
—Está muerto, —mordió al fin Gannon.
—¿Muerto?
—Asesinado.
Las maldiciones salieron de los labios de Ewan.
—¿Cuándo?
—Hace dos días. Viajaba entre la tierra de los McLauren y los McGregor hacia el sur, cuando fue atacado por ladrones. Ellos lo abandonaron a la putrefacción y fue descubierto por soldados McGregor al día siguiente.
Ewan cerró los ojos.
—¿Ladrones? No lo creo.
Los sacerdotes no tenían nada que robar. Un ladrón no se habría molestado. Era más probable que Cameron hubiera dispuesto el asesinato del sacerdote para evitar que diera su testimonio ante el rey.
La carta que sostenía Ewan era la prueba de que Mairin era la sobrina de David, y seguramente él escucharía su recuento de los hechos.
Las mujeres no eran escuchadas en tales asuntos, pero Ewan no podía imaginar al rey haciendo caso omiso de la palabra de su propia sangre.
—Alisten a los caballos y a los hombres, —Ewan ordenó a sus hermanos—. Iré a decirle a Mairin que nos marchamos a toda prisa.
Dos horas más tarde, con la llegada de los guerreros McDonald y McLauren para fortalecer el castillo McCabe, Ewan y sus hombres se pusieron en marcha.
Mairin montó delante de su esposo. Una litera era llevada en caso de que ella se cansara del caballo, pero hasta que el momento llegara, Ewan la quería lo más cerca posible de él.
Los miembros del clan se reunieron para despedirlos, la preocupación estropeando cada una de sus caras. La ceremonia fue sombría y tensa, y las oraciones fueron susurradas por el regreso seguro de su Laird y su señora.
No viajaron tan reciamente como Ewan podría haber hecho en otras circunstancias. Se detuvieron para pasar la noche antes del ocaso, establecieron tiendas de campaña y construyeron varios fuegos en todo el perímetro.
Ewan colocó guardias por turnos alrededor toda el área, así como fuera de la tienda de campaña que compartía con Mairin.
Ella no dormía, ni tampoco comía bien. Estaba nerviosa y al borde, y cuanto más se acercaban al castillo Carlisle, más profundas se hacían las sombras que tenía debajo de sus ojos.
Los hombres de Ewan estaban tan tensos y en silencio, como si estuvieran preparándose mentalmente para la guerra.
Ewan no podía refutar que, efectivamente podrían ir a la guerra. No sólo contra Cameron, sino en contra de la corona. Tal acción los marcaría como parias para el resto de sus días. La vida no había sido fácil para los McCabe estos últimos ocho años, pero sólo empeoraría una vez que pusieran precio a sus cabezas.
En el quinto día de su viaje, Ewan envió a Diormid por delante para anunciar su inminente llegada y también para averiguar si Cameron ya había comparecido y cuál era el estado de ánimo que se respiraba en la corte.
Hicieron una pausa en su trayecto y Ewan persuadió a Mairin para que comiera mientras esperaban el retorno de Diormid.
—No quiero que te preocupes, —le murmuró.
Ella levantó la cabeza hasta que su mirada se encontró con la suya, sus ojos azules brillaban con amor.
—Tengo fe en ti, Ewan.
Ewan se volvió al oír que un jinete se acercaba. Dejó a Mairin y fue a saludar a Diormid que había regresado desde el castillo.
Su rostro era un conjunto de líneas sombrías.
—Tengo instrucciones del hombre del rey. Tendrá que dejar a sus hombres fuera de los muros del castillo. Usted y lady Mairin deben ser escoltados dentro y llegados a ese punto la señora será puesta bajo la protección del rey hasta que la situación se haya resuelto. Usted tendrá sus propios aposentos hasta que sean llamados a dar testimonio.
—¿Y Cameron? —exigió Ewan.
—También está alojado en alcobas separadas. Lady Mairin será instalada en el ala privada del rey bajo fuerte vigilancia.
Ewan ni siquiera consideró ese mandato.
—Ella no se apartará de mi lado. Tendrá su estancia en mis habitaciones,—se volvió hacia sus hermanos y sus tres comandantes de confianza.
—Ustedes también me acompañarán dentro de los muros del palacio. Habrá momentos en los que deba dejar a Mairin para atender a nuestro rey, y no la quiero sin protección ni por el más breve momento.
—Sí, Laird. La protegeremos con nuestras vidas, —prometió Gannon.
—Espero que así sea.
Siguieron cabalgando hasta llegar a una hora de viaje del castillo y cuando se acercaban, se encontraron con un pequeño contingente de soldados del rey, quienes los escoltaron hasta los muros del palacio.
En el lado este de las paredes, los hombres de Cameron habían establecido su alojamiento, sus tiendas tenían la insignia de éste y las banderas volaban desde lo alto de las estructuras. Ewan hizo un gesto a sus hombres para que acamparan en el lado oeste y les dio instrucciones de permanecer alerta en todo momento.
Cuando sus hombres partieron, sólo Ewan y Mairin, Caelen y Alaric, y los tres comandantes a quienes Ewan había encargado la seguridad de su esposa se quedaron.
Cabalgaron por el largo puente sobre el foso y a través de la entrada arqueada de piedra, que conducía al patio. La corte estaba muy concurrida en ese momento y muchos esperaron para ver como Ewan y sus hombres se detenían.
Cuando el hombre de armas del rey contempló a quienes concurrían con Ewan, saludó a éste con un ceño. Ewan bajó a Mairin entregándosela a Alaric, luego desmontó y la atrajo hacia sí.
—Estoy aquí para escoltar a lady Mairin a sus aposentos privados, —dijo el hombre de armas mientras se acercaba.
Ewan desenvainó su espada y apuntó al hombre, quien se detuvo en seco.
—Mi esposa se queda conmigo.
—El rey no ha emitido su juicio sobre el asunto.
—Eso no importa. Mi esposa no se apartará de mi vista. ¿Estamos entendidos?
El soldado frunció el ceño.
—El rey oirá acerca de esto.
—Espero que lo haga. También puede decirle que mi señora esposa está encinta, y que ha viajado un largo camino para esta farsa de audición. No estoy complacido de haberla alejado de nuestro hogar en un momento en que debería estar siendo atendida.
—Yo, por supuesto, entregaré su mensaje a Su Majestad, —respondió el soldado con rigidez.
Se dio la vuelta y le indicó a varias mujeres que se encontraban en el perímetro a la espera de órdenes:
—Vean que al laird McCabe y a sus hombres les sean mostrados sus aposentos y que tengan refrigerios después del viaje.
Ewan ayudó a Mairin a subir los sinuosos escalones hasta la sección que alojaba las cámaras reservadas para los huéspedes. Alaric, Caelen, y sus comandantes fueron enviados a una abierta habitación común con una gran variedad de jergones para dormir.
Ewan y Mairin se dirigieron hacia una recámara más grande en el otro extremo del corredor.
La tomó entre sus brazos y la recostó con cuidado sobre la cama.
—Descansa, amor. Debemos dar lo mejor de nosotros mismos, durante nuestra estancia aquí.
—¿Qué vamos a hacer, Ewan, —preguntó contra su cuello—. No tengo ningún deseo de mezclarme en la corte. No tengo ninguna gala para asistir a las cenas. No puedo fingir indiferencia cuando la sola idea de compartir una comida a la misma mesa con Duncan Cameron me pone enferma.
—Debemos actuar de forma natural. Si nos escondemos, la gente dirá que tenemos algo que ocultar. Si evitamos a Duncan Cameron, las personas dirán que le temo.
Le acarició la mejilla y miró a Mairin fijamente a los ojos.
—Tenemos que estar en guardia y no permitir que nadie piense ni por un momento que las reclamaciones que Cameron ha lanzado son nada más que falsas. Si puedo tener pronto, una audiencia con el rey, tengo fe en que todo esto será aclarado y podremos estar de regreso en casa.
—Entiendo, —dijo en voz baja. Ella se acurrucó más apretadamente en sus brazos y bostezó ampliamente. La besó en la frente y la instó a dormir. El viaje había tomado su peaje junto con el estrés y malestar. Necesitaría toda su fuerza para lo que estaba por venir.
Un golpe sonó en la puerta de la recámara, despertando a Ewan de su sueño. Mairin todavía estaba profundamente dormida, con la cara metida en su cuello. Suavemente se apartó de ella y se levantó, poniéndose su túnica.
Cuando abrió la puerta, un sirviente le hizo una reverencia y extendió una placa enjoyada con un pergamino encima. Ewan tomó el documento y asintió con la cabeza al criado.
Llevó la misiva dentro de la habitación y se sentó en el pequeño escritorio donde una vela medio apagada parpadeaba, proyectando sombras sobre la pared. Desenrolló el pergamino y leyó la citación. Debía asistir a la cena en la mesa del rey en el gran salón.
Echó un vistazo a Mairin, quien había sucumbido a su agotamiento. Él no quería que ella tuviera que soportar la tensión de una comida en la cual Cameron probablemente estaría presente, pero también era importante mantener una actitud ante la concurrencia de no haber hecho nada malo. Mairin era su esposa. Su amada esposa. Llevaba a su hijo. El rey y sus consejeros necesitaban ver de primera mano lo absurdo de las acusaciones contra Ewan.
Con un suspiro fue a despertarla. No tenía ninguna joya para adornarla, pero su sola belleza brillaba aún más intensamente, sin estar solazada por el resplandor de las riquezas. Su vestido era una simple confección que las señoras habían cosido apresuradamente cuando se habían enterado del inminente viaje a la corte.
Una criada del castillo modeló el cabello de Mairin, trenzándolo y luego recogiéndolo en una pesada trenza encima de su cabeza. La criada la habría dejado suelta, pero Mairin le cogió la mano.
—Es impropio para una mujer casada mostrar su cabello en la corte, y yo estoy casada con el laird McCabe. Por favor forme el tocado alrededor de mi cabeza.
Ewan sintió una oleada de orgullo por lo firme y comedida que su esposa sonaba a pesar de que sabía lo asustada que estaba. Cuando la doncella terminó, Mairin se levantó y se volvió hacia su marido.
—¿Estás listo para escoltarme a la cena, Laird?
—Sí, esposa.
Le tomó la mano, la metió bajo su brazo, y la cubrió con la otra mano, mientras la guiaba fuera de la cámara. Sus hermanos esperaban al final del pasillo con Gannon, Cormac, y Diormid flanqueándolos. Todos ellos hacían una vista impresionante, caminando por los pasillos del castillo hacia el gran salón. En efecto, cuando llegaron al salón, la conversación se silenció cuando todo el mundo se volvió para ver la entrada de Ewan.
A medida que éste escoltaba a su esposa hacia la alta mesa en el estrado, los murmullos se elevaron y corrieron de mesa en mesa. Mairin se puso rígida contra él y su barbilla sobresalió. Sus ojos se estrecharon y una profunda calma se instaló sobre sus rasgos. Como el día de su boda, cuando había entrado en la sala con todos sus aires de princesa, ella ahora caminaba junto a Ewan mientras la guiaba hasta sus asientos.
Otro zumbido de murmullos surgió, esta vez más alto, y Ewan se volvió para ver a Duncan Cameron caminando a grandes zancadas hacia ellos, alivio salvaje reflejado en su rostro. Ewan escondió a Mairin detrás de él y sus hermanos dieron un paso adelante, pero Cameron se detuvo y cayó de rodillas a los pies de Mairin.
—Mi señora esposa, finalmente. Después de tantos meses, había perdido la esperanza de volver a verte otra vez.
Mairin dio un paso atrás, distanciándose de Cameron y agarrando la mano de su marido con más fuerza. Ewan vio la especulación —y la compasión— que inspiró el rechazo de Mairin en la sala llena de gente. Cameron estaba jugándoselo todo en su papel de víctima, y obviamente había obtenido el apoyo de muchos, humillándose a sí mismo a los pies de ella.
Cameron se levantó, el dolor grabado en las líneas de su rostro. El hombre era un consumado actor, incluso logró una palidez cenicienta, mientras se retiraba, aparentemente derrotado, para tomar su sitio al otro lado de la mesa.
Ewan apenas había sentado a Mairin y a sí mismo cuando sonó la trompeta, señalando la llegada del rey. Todo el mundo se levantó y volvió su atención hacia la puerta, pero no fue el rey David, quien entró. Era un grupo de sus consejeros más cercanos, entre ellos el primo del rey, Archibald, quien había emitido la convocatoria para que Ewan compareciera.
Archibald asintió pomposamente y tomó el asiento generalmente reservado para el rey. Primero miró a Duncan Cameron, y luego contempló fijamente a Ewan antes de dejar que su mirada se deslizara hacia Mairin sentada a la derecha de éste.
—Confío en que su viaje no fuera demasiado exigente, lady Mairin. Acabamos de oír que está encinta.
Ella se inclinó tímidamente.
—Le doy las gracias por su consideración, mi señor. Mi marido ha tenido un gran cuidado de mí.
—¿Dónde está el rey? —preguntó Ewan sin rodeos.
A Archibald no le gustó la pregunta. Sus ojos se entrecerraron mientras lo miraba.
—El rey tiene otros asuntos que atender esta noche. —Se volvió para examinar a las muchas personas sentadas en las mesas del salón—. Comamos, —anunció.
Los criados alineados en la pared estallaron en actividad, llenando las copas con vino y colmando las fuentes con alimentos. El aroma era tentador y las mesas se desbordaban con derroche.
—Come, —le susurró Ewan a Mairin—. Debes guardar tus fuerzas.
La presencia de Ewan y de Duncan en la misma mesa provocó una tensión tan densa que el resto de los nobles sentados alrededor de ellos permanecieron en silencio. Archibald no sufrió ningún efecto negativo y comió con grandilocuencia, haciendo un gesto para segundas y luego terceras raciones de pollo asado.
Ewan estaba listo para dar por finalizada la comida, de modo que él y Mairin pudieran retirarse a su dormitorio, pero Archibald mantenía un constante flujo de charla mundana y aburrida que le provocó dolor de cabeza.
Él no tenía paciencia para los juegos interpretados por los aristócratas. Todo el mundo sabía, por qué él y sus hombres estaban allí, y el aire estaba cargado con anticipación por la potencial confrontación.
Las personas reunidas estaban casi frotándose las manos por tal evento.
—El rey está considerando el asunto que le ha sido expuesto, —dijo Archibald finalmente, mientras se echaba hacia atrás en su silla—. Tiene la intención de convocarlos a ustedes dos para que se presenten ante él en la mañana. Entiende que este es un momento de gran tensión para lady Mairin y no es saludable para una mujer en su delicada condición.
—Su nombre es lady McCabe, —lo cortó Ewan.
Archibald levantó la ceja.
—Sí, bueno parece ser la pregunta acuciante. Su Majestad decidirá el asunto por la mañana.
—En ese caso, si me disculpa mi señor, me gustaría llevar a mi señora esposa de regreso a nuestra recámara para que pueda descansar.
Archibald hizo un gesto con la mano.
—Por supuesto. Sé que esto debe ser un suplicio para ella.
Ewan se levantó y luego ayudó a Mairin a ponerse de pie. De nuevo se cubrió con un aire impasible y regio, el cual irradiaba de ella en oleadas. Pasó por cada mesa, con la cabeza en alto, hasta que mucha de la gente que la contemplaba apartó su mirada con incomodidad.
—Lo hiciste muy bien, —murmuró Ewan—. Todo estará hecho mañana y podremos volver a casa.
—Espero que tengas razón, Ewan, —dijo con ansiedad, mientras él cerraba la puerta de su cámara—. Duncan Cameron me inquieta. No es propio de él adoptar tan humilde conducta y jugar al desairado. No me gusta el asesor del rey, —dijo sin rodeos—. Plantearé el asunto ante mi tío, el rey. He oído que es un hombre justo y religioso, como lo fue mi padre. Seguramente hará un juicio ecuánime de acuerdo con la voluntad de Dios.
Ewan tenía menos confianza en la piedad de los hombres y su disposición a actuar de acuerdo a las leyes de Dios, pero no dijo nada a Mairin. Quería que ella tuviera fe en que esto terminaría rápidamente y en su favor. En cambio él ya se preparaba silenciosamente para lo peor.
A la mañana siguiente, se levantó antes del alba. Se paseó por el suelo de la habitación, esperando y preocupándose. Había hablado con sus hermanos después de que Mairin se había quedado dormida la noche anterior y habían planeado cada contingencia.
Llamaron a la puerta y Ewan fue rápidamente a contestar para que ella no fuera despertada.
Uno de los guardias del rey se encontraba fuera de la puerta.
—Su Majestad solicita la presencia de lady Mairin en sus aposentos. Enviará un guardia a buscarla dentro de una hora. Usted debe esperar sus órdenes para presentarse en el gran salón.
Ewan frunció el ceño.
—Estará bien cuidada, Laird.
—Voy a hacerte personalmente responsable de su seguridad, —le dijo Ewan en tono amenazador.
El guardia asintió y luego se marchó por el pasillo.
—¿Ewan?
Se volvió para ver a Mairin apoyada sobre un codo, el pelo cayéndole sobre los hombros.
—¿Qué está pasando?
Ewan cruzó la habitación y se sentó en el borde de la cama. Incapaz de resistirse, le pasó la mano a lo largo de su costado y luego sobre la pequeña protuberancia de su vientre.
—¿Has sido capaz de sentir si nuestro hijo se mueve ya?
Ella sonrió y ahuecó su mano sobre la suya.
—Es apenas un aleteo, casi como un pincel diminuto sobre mi piel. Pero sí, puedo sentirlo.
Ewan hizo subir su camisón hasta que la extensión de lisa piel estuvo expuesta para su vista. Se inclinó y presionó su boca en la curva de su vientre. La ondulación era firme, evidencia del niño que abrigaba dentro de su cuerpo. Estaba seguro de que nunca había visto un espectáculo más hermoso. Se sentía cautivado y fascinado por completo. Podría pasar horas disfrutando de la suave y sedosa piel pálida y de la belleza de la mujer que llevaba a su hijo.
Los dedos de Mairin se enredaron en el cabello de su esposo durante mucho tiempo mientras él besaba la muesca poco profunda de su ombligo.
—¿Qué te dijo el mensajero? —preguntó en voz baja.
Levantó la cabeza y la miró a los ojos.
—Te convocó a la cámara del rey dentro de una hora. Estará enviando un guardia para escoltarte y luego me citará a mí al gran salón.
El nerviosismo revoloteó en sus ojos y sus labios se contrajeron en una fina línea. Se tensó debajo de la mano que mantenía ahuecada sobre su vientre y él comenzó a acariciarla para poder aliviar algo de su tensión.
—No creo que permita que nadie te cause cualquier daño, cariño. Tú eres su sobrina, su sangre. Sería muy mal visto, si no pudiera garantizar tu seguridad. Su gobierno está demasiado débil con la amenaza de Malcolm y sus seguidores para que él haga nada para perder aún más apoyo.
Se inclinó hacia él y tomó su rostro entre sus manos, sus pulgares corriendo sobre sus pómulos.
—Siempre sabes qué decir. Te amo por eso, mi poderoso guerrero.
Volteó su cara hasta que su boca se deslizó sobre la palma de su mano y presionó un beso sobre la sensible piel.
—Y yo te amo a ti. Recuerda eso.
—Convoca a la doncella. Necesitaré ayuda si quiero estar lista para ver al rey dentro de una hora, —dijo con una mueca.
Él se levantó y la ayudó a salir de la cama.
—Voy a llamarla de inmediato.
Se puso de pie a su lado y giró la cara de modo que pudiera mirarlo profundamente a los ojos.
—Prométeme que partiremos en el momento en que este asunto se resuelva. Siento la necesidad de estar en casa con mi clan.
—Tienes mi palabra.
No gustándole el tono de su comandante, Ewan alzó la vista, con el entrecejo fruncido, mientras Gannon se dirigía a grandes zancadas hacia él, todavía polvoriento de su viaje.
—¿Has traído al padre McElroy? —exigió Ewan.
El tiempo era esencial. Había enviado a Gannon a buscar al sacerdote para que pudiera dar testimonio de la ceremonia de boda realizada entre Ewan y Mairin. Sólo esperaba la llegada del clérigo antes de partir para la corte.
—Está muerto, —mordió al fin Gannon.
—¿Muerto?
—Asesinado.
Las maldiciones salieron de los labios de Ewan.
—¿Cuándo?
—Hace dos días. Viajaba entre la tierra de los McLauren y los McGregor hacia el sur, cuando fue atacado por ladrones. Ellos lo abandonaron a la putrefacción y fue descubierto por soldados McGregor al día siguiente.
Ewan cerró los ojos.
—¿Ladrones? No lo creo.
Los sacerdotes no tenían nada que robar. Un ladrón no se habría molestado. Era más probable que Cameron hubiera dispuesto el asesinato del sacerdote para evitar que diera su testimonio ante el rey.
La carta que sostenía Ewan era la prueba de que Mairin era la sobrina de David, y seguramente él escucharía su recuento de los hechos.
Las mujeres no eran escuchadas en tales asuntos, pero Ewan no podía imaginar al rey haciendo caso omiso de la palabra de su propia sangre.
—Alisten a los caballos y a los hombres, —Ewan ordenó a sus hermanos—. Iré a decirle a Mairin que nos marchamos a toda prisa.
Dos horas más tarde, con la llegada de los guerreros McDonald y McLauren para fortalecer el castillo McCabe, Ewan y sus hombres se pusieron en marcha.
Mairin montó delante de su esposo. Una litera era llevada en caso de que ella se cansara del caballo, pero hasta que el momento llegara, Ewan la quería lo más cerca posible de él.
Los miembros del clan se reunieron para despedirlos, la preocupación estropeando cada una de sus caras. La ceremonia fue sombría y tensa, y las oraciones fueron susurradas por el regreso seguro de su Laird y su señora.
No viajaron tan reciamente como Ewan podría haber hecho en otras circunstancias. Se detuvieron para pasar la noche antes del ocaso, establecieron tiendas de campaña y construyeron varios fuegos en todo el perímetro.
Ewan colocó guardias por turnos alrededor toda el área, así como fuera de la tienda de campaña que compartía con Mairin.
Ella no dormía, ni tampoco comía bien. Estaba nerviosa y al borde, y cuanto más se acercaban al castillo Carlisle, más profundas se hacían las sombras que tenía debajo de sus ojos.
Los hombres de Ewan estaban tan tensos y en silencio, como si estuvieran preparándose mentalmente para la guerra.
Ewan no podía refutar que, efectivamente podrían ir a la guerra. No sólo contra Cameron, sino en contra de la corona. Tal acción los marcaría como parias para el resto de sus días. La vida no había sido fácil para los McCabe estos últimos ocho años, pero sólo empeoraría una vez que pusieran precio a sus cabezas.
En el quinto día de su viaje, Ewan envió a Diormid por delante para anunciar su inminente llegada y también para averiguar si Cameron ya había comparecido y cuál era el estado de ánimo que se respiraba en la corte.
Hicieron una pausa en su trayecto y Ewan persuadió a Mairin para que comiera mientras esperaban el retorno de Diormid.
—No quiero que te preocupes, —le murmuró.
Ella levantó la cabeza hasta que su mirada se encontró con la suya, sus ojos azules brillaban con amor.
—Tengo fe en ti, Ewan.
Ewan se volvió al oír que un jinete se acercaba. Dejó a Mairin y fue a saludar a Diormid que había regresado desde el castillo.
Su rostro era un conjunto de líneas sombrías.
—Tengo instrucciones del hombre del rey. Tendrá que dejar a sus hombres fuera de los muros del castillo. Usted y lady Mairin deben ser escoltados dentro y llegados a ese punto la señora será puesta bajo la protección del rey hasta que la situación se haya resuelto. Usted tendrá sus propios aposentos hasta que sean llamados a dar testimonio.
—¿Y Cameron? —exigió Ewan.
—También está alojado en alcobas separadas. Lady Mairin será instalada en el ala privada del rey bajo fuerte vigilancia.
Ewan ni siquiera consideró ese mandato.
—Ella no se apartará de mi lado. Tendrá su estancia en mis habitaciones,—se volvió hacia sus hermanos y sus tres comandantes de confianza.
—Ustedes también me acompañarán dentro de los muros del palacio. Habrá momentos en los que deba dejar a Mairin para atender a nuestro rey, y no la quiero sin protección ni por el más breve momento.
—Sí, Laird. La protegeremos con nuestras vidas, —prometió Gannon.
—Espero que así sea.
Siguieron cabalgando hasta llegar a una hora de viaje del castillo y cuando se acercaban, se encontraron con un pequeño contingente de soldados del rey, quienes los escoltaron hasta los muros del palacio.
En el lado este de las paredes, los hombres de Cameron habían establecido su alojamiento, sus tiendas tenían la insignia de éste y las banderas volaban desde lo alto de las estructuras. Ewan hizo un gesto a sus hombres para que acamparan en el lado oeste y les dio instrucciones de permanecer alerta en todo momento.
Cuando sus hombres partieron, sólo Ewan y Mairin, Caelen y Alaric, y los tres comandantes a quienes Ewan había encargado la seguridad de su esposa se quedaron.
Cabalgaron por el largo puente sobre el foso y a través de la entrada arqueada de piedra, que conducía al patio. La corte estaba muy concurrida en ese momento y muchos esperaron para ver como Ewan y sus hombres se detenían.
Cuando el hombre de armas del rey contempló a quienes concurrían con Ewan, saludó a éste con un ceño. Ewan bajó a Mairin entregándosela a Alaric, luego desmontó y la atrajo hacia sí.
—Estoy aquí para escoltar a lady Mairin a sus aposentos privados, —dijo el hombre de armas mientras se acercaba.
Ewan desenvainó su espada y apuntó al hombre, quien se detuvo en seco.
—Mi esposa se queda conmigo.
—El rey no ha emitido su juicio sobre el asunto.
—Eso no importa. Mi esposa no se apartará de mi vista. ¿Estamos entendidos?
El soldado frunció el ceño.
—El rey oirá acerca de esto.
—Espero que lo haga. También puede decirle que mi señora esposa está encinta, y que ha viajado un largo camino para esta farsa de audición. No estoy complacido de haberla alejado de nuestro hogar en un momento en que debería estar siendo atendida.
—Yo, por supuesto, entregaré su mensaje a Su Majestad, —respondió el soldado con rigidez.
Se dio la vuelta y le indicó a varias mujeres que se encontraban en el perímetro a la espera de órdenes:
—Vean que al laird McCabe y a sus hombres les sean mostrados sus aposentos y que tengan refrigerios después del viaje.
Ewan ayudó a Mairin a subir los sinuosos escalones hasta la sección que alojaba las cámaras reservadas para los huéspedes. Alaric, Caelen, y sus comandantes fueron enviados a una abierta habitación común con una gran variedad de jergones para dormir.
Ewan y Mairin se dirigieron hacia una recámara más grande en el otro extremo del corredor.
La tomó entre sus brazos y la recostó con cuidado sobre la cama.
—Descansa, amor. Debemos dar lo mejor de nosotros mismos, durante nuestra estancia aquí.
—¿Qué vamos a hacer, Ewan, —preguntó contra su cuello—. No tengo ningún deseo de mezclarme en la corte. No tengo ninguna gala para asistir a las cenas. No puedo fingir indiferencia cuando la sola idea de compartir una comida a la misma mesa con Duncan Cameron me pone enferma.
—Debemos actuar de forma natural. Si nos escondemos, la gente dirá que tenemos algo que ocultar. Si evitamos a Duncan Cameron, las personas dirán que le temo.
Le acarició la mejilla y miró a Mairin fijamente a los ojos.
—Tenemos que estar en guardia y no permitir que nadie piense ni por un momento que las reclamaciones que Cameron ha lanzado son nada más que falsas. Si puedo tener pronto, una audiencia con el rey, tengo fe en que todo esto será aclarado y podremos estar de regreso en casa.
—Entiendo, —dijo en voz baja. Ella se acurrucó más apretadamente en sus brazos y bostezó ampliamente. La besó en la frente y la instó a dormir. El viaje había tomado su peaje junto con el estrés y malestar. Necesitaría toda su fuerza para lo que estaba por venir.
Un golpe sonó en la puerta de la recámara, despertando a Ewan de su sueño. Mairin todavía estaba profundamente dormida, con la cara metida en su cuello. Suavemente se apartó de ella y se levantó, poniéndose su túnica.
Cuando abrió la puerta, un sirviente le hizo una reverencia y extendió una placa enjoyada con un pergamino encima. Ewan tomó el documento y asintió con la cabeza al criado.
Llevó la misiva dentro de la habitación y se sentó en el pequeño escritorio donde una vela medio apagada parpadeaba, proyectando sombras sobre la pared. Desenrolló el pergamino y leyó la citación. Debía asistir a la cena en la mesa del rey en el gran salón.
Echó un vistazo a Mairin, quien había sucumbido a su agotamiento. Él no quería que ella tuviera que soportar la tensión de una comida en la cual Cameron probablemente estaría presente, pero también era importante mantener una actitud ante la concurrencia de no haber hecho nada malo. Mairin era su esposa. Su amada esposa. Llevaba a su hijo. El rey y sus consejeros necesitaban ver de primera mano lo absurdo de las acusaciones contra Ewan.
Con un suspiro fue a despertarla. No tenía ninguna joya para adornarla, pero su sola belleza brillaba aún más intensamente, sin estar solazada por el resplandor de las riquezas. Su vestido era una simple confección que las señoras habían cosido apresuradamente cuando se habían enterado del inminente viaje a la corte.
Una criada del castillo modeló el cabello de Mairin, trenzándolo y luego recogiéndolo en una pesada trenza encima de su cabeza. La criada la habría dejado suelta, pero Mairin le cogió la mano.
—Es impropio para una mujer casada mostrar su cabello en la corte, y yo estoy casada con el laird McCabe. Por favor forme el tocado alrededor de mi cabeza.
Ewan sintió una oleada de orgullo por lo firme y comedida que su esposa sonaba a pesar de que sabía lo asustada que estaba. Cuando la doncella terminó, Mairin se levantó y se volvió hacia su marido.
—¿Estás listo para escoltarme a la cena, Laird?
—Sí, esposa.
Le tomó la mano, la metió bajo su brazo, y la cubrió con la otra mano, mientras la guiaba fuera de la cámara. Sus hermanos esperaban al final del pasillo con Gannon, Cormac, y Diormid flanqueándolos. Todos ellos hacían una vista impresionante, caminando por los pasillos del castillo hacia el gran salón. En efecto, cuando llegaron al salón, la conversación se silenció cuando todo el mundo se volvió para ver la entrada de Ewan.
A medida que éste escoltaba a su esposa hacia la alta mesa en el estrado, los murmullos se elevaron y corrieron de mesa en mesa. Mairin se puso rígida contra él y su barbilla sobresalió. Sus ojos se estrecharon y una profunda calma se instaló sobre sus rasgos. Como el día de su boda, cuando había entrado en la sala con todos sus aires de princesa, ella ahora caminaba junto a Ewan mientras la guiaba hasta sus asientos.
Otro zumbido de murmullos surgió, esta vez más alto, y Ewan se volvió para ver a Duncan Cameron caminando a grandes zancadas hacia ellos, alivio salvaje reflejado en su rostro. Ewan escondió a Mairin detrás de él y sus hermanos dieron un paso adelante, pero Cameron se detuvo y cayó de rodillas a los pies de Mairin.
—Mi señora esposa, finalmente. Después de tantos meses, había perdido la esperanza de volver a verte otra vez.
Mairin dio un paso atrás, distanciándose de Cameron y agarrando la mano de su marido con más fuerza. Ewan vio la especulación —y la compasión— que inspiró el rechazo de Mairin en la sala llena de gente. Cameron estaba jugándoselo todo en su papel de víctima, y obviamente había obtenido el apoyo de muchos, humillándose a sí mismo a los pies de ella.
Cameron se levantó, el dolor grabado en las líneas de su rostro. El hombre era un consumado actor, incluso logró una palidez cenicienta, mientras se retiraba, aparentemente derrotado, para tomar su sitio al otro lado de la mesa.
Ewan apenas había sentado a Mairin y a sí mismo cuando sonó la trompeta, señalando la llegada del rey. Todo el mundo se levantó y volvió su atención hacia la puerta, pero no fue el rey David, quien entró. Era un grupo de sus consejeros más cercanos, entre ellos el primo del rey, Archibald, quien había emitido la convocatoria para que Ewan compareciera.
Archibald asintió pomposamente y tomó el asiento generalmente reservado para el rey. Primero miró a Duncan Cameron, y luego contempló fijamente a Ewan antes de dejar que su mirada se deslizara hacia Mairin sentada a la derecha de éste.
—Confío en que su viaje no fuera demasiado exigente, lady Mairin. Acabamos de oír que está encinta.
Ella se inclinó tímidamente.
—Le doy las gracias por su consideración, mi señor. Mi marido ha tenido un gran cuidado de mí.
—¿Dónde está el rey? —preguntó Ewan sin rodeos.
A Archibald no le gustó la pregunta. Sus ojos se entrecerraron mientras lo miraba.
—El rey tiene otros asuntos que atender esta noche. —Se volvió para examinar a las muchas personas sentadas en las mesas del salón—. Comamos, —anunció.
Los criados alineados en la pared estallaron en actividad, llenando las copas con vino y colmando las fuentes con alimentos. El aroma era tentador y las mesas se desbordaban con derroche.
—Come, —le susurró Ewan a Mairin—. Debes guardar tus fuerzas.
La presencia de Ewan y de Duncan en la misma mesa provocó una tensión tan densa que el resto de los nobles sentados alrededor de ellos permanecieron en silencio. Archibald no sufrió ningún efecto negativo y comió con grandilocuencia, haciendo un gesto para segundas y luego terceras raciones de pollo asado.
Ewan estaba listo para dar por finalizada la comida, de modo que él y Mairin pudieran retirarse a su dormitorio, pero Archibald mantenía un constante flujo de charla mundana y aburrida que le provocó dolor de cabeza.
Él no tenía paciencia para los juegos interpretados por los aristócratas. Todo el mundo sabía, por qué él y sus hombres estaban allí, y el aire estaba cargado con anticipación por la potencial confrontación.
Las personas reunidas estaban casi frotándose las manos por tal evento.
—El rey está considerando el asunto que le ha sido expuesto, —dijo Archibald finalmente, mientras se echaba hacia atrás en su silla—. Tiene la intención de convocarlos a ustedes dos para que se presenten ante él en la mañana. Entiende que este es un momento de gran tensión para lady Mairin y no es saludable para una mujer en su delicada condición.
—Su nombre es lady McCabe, —lo cortó Ewan.
Archibald levantó la ceja.
—Sí, bueno parece ser la pregunta acuciante. Su Majestad decidirá el asunto por la mañana.
—En ese caso, si me disculpa mi señor, me gustaría llevar a mi señora esposa de regreso a nuestra recámara para que pueda descansar.
Archibald hizo un gesto con la mano.
—Por supuesto. Sé que esto debe ser un suplicio para ella.
Ewan se levantó y luego ayudó a Mairin a ponerse de pie. De nuevo se cubrió con un aire impasible y regio, el cual irradiaba de ella en oleadas. Pasó por cada mesa, con la cabeza en alto, hasta que mucha de la gente que la contemplaba apartó su mirada con incomodidad.
—Lo hiciste muy bien, —murmuró Ewan—. Todo estará hecho mañana y podremos volver a casa.
—Espero que tengas razón, Ewan, —dijo con ansiedad, mientras él cerraba la puerta de su cámara—. Duncan Cameron me inquieta. No es propio de él adoptar tan humilde conducta y jugar al desairado. No me gusta el asesor del rey, —dijo sin rodeos—. Plantearé el asunto ante mi tío, el rey. He oído que es un hombre justo y religioso, como lo fue mi padre. Seguramente hará un juicio ecuánime de acuerdo con la voluntad de Dios.
Ewan tenía menos confianza en la piedad de los hombres y su disposición a actuar de acuerdo a las leyes de Dios, pero no dijo nada a Mairin. Quería que ella tuviera fe en que esto terminaría rápidamente y en su favor. En cambio él ya se preparaba silenciosamente para lo peor.
A la mañana siguiente, se levantó antes del alba. Se paseó por el suelo de la habitación, esperando y preocupándose. Había hablado con sus hermanos después de que Mairin se había quedado dormida la noche anterior y habían planeado cada contingencia.
Llamaron a la puerta y Ewan fue rápidamente a contestar para que ella no fuera despertada.
Uno de los guardias del rey se encontraba fuera de la puerta.
—Su Majestad solicita la presencia de lady Mairin en sus aposentos. Enviará un guardia a buscarla dentro de una hora. Usted debe esperar sus órdenes para presentarse en el gran salón.
Ewan frunció el ceño.
—Estará bien cuidada, Laird.
—Voy a hacerte personalmente responsable de su seguridad, —le dijo Ewan en tono amenazador.
El guardia asintió y luego se marchó por el pasillo.
—¿Ewan?
Se volvió para ver a Mairin apoyada sobre un codo, el pelo cayéndole sobre los hombros.
—¿Qué está pasando?
Ewan cruzó la habitación y se sentó en el borde de la cama. Incapaz de resistirse, le pasó la mano a lo largo de su costado y luego sobre la pequeña protuberancia de su vientre.
—¿Has sido capaz de sentir si nuestro hijo se mueve ya?
Ella sonrió y ahuecó su mano sobre la suya.
—Es apenas un aleteo, casi como un pincel diminuto sobre mi piel. Pero sí, puedo sentirlo.
Ewan hizo subir su camisón hasta que la extensión de lisa piel estuvo expuesta para su vista. Se inclinó y presionó su boca en la curva de su vientre. La ondulación era firme, evidencia del niño que abrigaba dentro de su cuerpo. Estaba seguro de que nunca había visto un espectáculo más hermoso. Se sentía cautivado y fascinado por completo. Podría pasar horas disfrutando de la suave y sedosa piel pálida y de la belleza de la mujer que llevaba a su hijo.
Los dedos de Mairin se enredaron en el cabello de su esposo durante mucho tiempo mientras él besaba la muesca poco profunda de su ombligo.
—¿Qué te dijo el mensajero? —preguntó en voz baja.
Levantó la cabeza y la miró a los ojos.
—Te convocó a la cámara del rey dentro de una hora. Estará enviando un guardia para escoltarte y luego me citará a mí al gran salón.
El nerviosismo revoloteó en sus ojos y sus labios se contrajeron en una fina línea. Se tensó debajo de la mano que mantenía ahuecada sobre su vientre y él comenzó a acariciarla para poder aliviar algo de su tensión.
—No creo que permita que nadie te cause cualquier daño, cariño. Tú eres su sobrina, su sangre. Sería muy mal visto, si no pudiera garantizar tu seguridad. Su gobierno está demasiado débil con la amenaza de Malcolm y sus seguidores para que él haga nada para perder aún más apoyo.
Se inclinó hacia él y tomó su rostro entre sus manos, sus pulgares corriendo sobre sus pómulos.
—Siempre sabes qué decir. Te amo por eso, mi poderoso guerrero.
Volteó su cara hasta que su boca se deslizó sobre la palma de su mano y presionó un beso sobre la sensible piel.
—Y yo te amo a ti. Recuerda eso.
—Convoca a la doncella. Necesitaré ayuda si quiero estar lista para ver al rey dentro de una hora, —dijo con una mueca.
Él se levantó y la ayudó a salir de la cama.
—Voy a llamarla de inmediato.
Se puso de pie a su lado y giró la cara de modo que pudiera mirarlo profundamente a los ojos.
—Prométeme que partiremos en el momento en que este asunto se resuelva. Siento la necesidad de estar en casa con mi clan.
—Tienes mi palabra.
berny_girl- Mensajes : 2842
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Re: Lectura Septiembre 2018
Gracias por el cap Berny. Yo tampoco confío mucho en la sumisión de Duncan, ni en el consejero del Rey, ahí hay gato encerrado.
yiany- Mensajes : 1938
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Re: Lectura Septiembre 2018
Nooo, yo quiero que les crean, y que los dejen en paz, Duncan es un embaucador, gracias
yiniva- Mensajes : 4916
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Re: Lectura Septiembre 2018
CAPÍTULO 34
Mairin caminaba por el pasillo, rodeada por cuatro guardias. Estaba más nerviosa a cada minuto que pasaba, ante la idea de enfrentarse cara a cara con su tío. Estaba dispuesta a abogar por el caso de Ewan y decirle todo lo que Duncan había hecho. Después de escuchar por completo lo que tenía que decir, el rey no podía fallar a favor de Cameron.
El guardia llamó a la puerta y ésta fue abierta por Archibald, quien les hizo señas hacia el interior. Sonrió y tomó la mano de Mairin mientras la guiaba hasta una cómoda silla en la lujosamente decorada sala de estar.
—Me temo que el rey no se siente muy bien el día hoy —dijo suavemente—. Se ha visto obligado a retirarse y transmite sus más profundas excusas por no ser capaz de hablar con usted en privado como había esperado. Yo actuaré en su nombre y rendiré mi juicio sobre el asunto ante la corona.
El temor golpeó el pecho de Mairin cuando se colocó más cómodamente en la silla. Sus manos temblaban y las escondió entre los pliegues de sus faldas para no delatar su inquietud.
—Espero que la dolencia de Su Majestad no sea grave, —dijo cortésmente—. Había esperado poder conocer a mi único pariente de sangre.
—Eso no es del todo exacto, —Archibald dijo—. Yo soy el primo del rey, por lo que nos hace estar relacionados por la sangre.
—Sí, por supuesto, —murmuró.
—Tendré que pedirte que esperes aquí, prima, hasta que seas convocada al gran salón. Te proporcionaré, por supuesto, un refrigerio. No te faltará nada durante tu reclusión.
Llamarla prima y luego su referencia casual a su confinamiento, hizo que los pelos en la nuca de Mairin hormiguearan. Sin embargo, la miraba con amabilidad y parecía realmente preocupado por su bienestar, así que sonrió y ofreció su agradecimiento.
—Me gustaría hablarle, si me lo permite, sobre el asunto que se presenta ante usted, mi señor.
Le dio una palmadita en el brazo.
—No es necesario, mi querida dama. Estoy seguro de que los acontecimientos han sido lo suficientemente tratados y es mi deber llegar al fondo de los mismos, escuchando los argumentos de ambos hombres. Te aseguro que haré lo correcto.
Tuvo que obligarse a no discutir. Lo último que quería era la ira del hombre que tenía su vida en sus manos.
—Ahora, si me disculpas, debo dirigirme a la gran sala y convocar a los Lairds para que den su testimonio. Yo, por supuesto, te llamaré cuando estén listos.
Asintió con la cabeza y apretó las manos en su regazo. Cuando el primo del rey salió de la habitación, ofreció una oración ferviente para que la justicia prevaleciera el día de hoy y que Duncan Cameron pudiera ser consignado al infierno a donde pertenecía.
Ewan estaba fuera del gran salón con sus hermanos y los comandantes a la espera de su citación. Más alejado estaba Duncan Cameron con sus hombres, y le tomó todo su esfuerzo no lanzarse contra el hombre y matarlo en el acto.
Cameron fue convocado primero, y pasó al lado de Ewan con una mirada de satisfacción petulante. No era sólo su falsedad lo que le molestaba. Era la suprema confianza, tanto en su mirada como en su talante. Era un hombre que no temía el resultado de la audiencia de hoy.
Caelen puso su mano sobre el hombro de su hermano.
—No importa lo que pase, estamos contigo, Ewan.
Ewan asintió su apreciación, entonces murmuró en voz baja para que sólo sus hermanos pudieran oírlo.
—Si las cosas van mal, quiero que abandonen la audiencia, encuentren a Mairin, y la saquen del castillo. Su seguridad es lo más importante. Independientemente de lo que tengan que hacer para mantenerla segura, háganlo.
Alaric asintió con la cabeza.
A continuación, Ewan fue llamado para que hiciera su aparición, entró en el salón, sus hermanos hombro con hombro detrás de él. Sabía que sus guerreros formaban un espectáculo impresionante. Su aspecto era más grande, más musculoso, y más feroz que cualquier otro guerrero entre la asistencia.
Ellos avistaron el camino despejado en el medio de la sala hasta el púlpito donde Archibald se encontraba sentado en el trono de David. La sala estaba llena de gente, todos insaciablemente curiosos de cómo el rey presidiría.
Murmullos emocionados saludaron a Ewan al entrar; sus hermanos y sus comandantes obtuvieron muchas miradas escrutadoras de los otros soldados presentes.
En la parte delantera de la asamblea, Ewan se apostó en el lado izquierdo de la sala, Cameron estaba situado a la derecha, mientras esperaban la llegada de David.
En lugar del arribo del rey, los soldados comenzaron a llenar la habitación, recubriendo el camino hacia el estrado para que todo el mundo quedara detrás de la línea de los guerreros. Más soldados llenaron la parte frontal, alrededor de la tarima y de pie en una línea firme frente a Archibald.
Ewan frunció el ceño. Era como si esperaran una batalla.
Y entonces su esposa entró en la sala, flanqueada por las huestes de David. Poco a poco se abrió paso por el salón hacia el estrado donde Archibald la veía acercarse. Gesticuló para que tomara la posición a su derecha, y ella elegantemente se hundió en el asiento. Su mirada encontró la de Ewan al instante, y nadie en la habitación pudo dejar de notar el destello instantáneo de emoción que pasó como un rayo entre ellos.
Archibald levantó las manos y se dirigió a la multitud reunida.
—Su Majestad, el rey David, está indispuesto el día de hoy. Está enfermo y nuestras oraciones deben estar con nuestro monarca en su momento de necesidad. Él me ha pedido que presida durante la audiencia de hoy y que mi palabra sea recibida como suya.
Ewan se volvió bruscamente hacia sus hermanos para ver la misma incredulidad dibujada en sus rostros, que estaba en el suyo. Esto estaba mal. Era un error. Cerró los dedos en puños y miró a Duncan, quien sólo tenía ojos para Mairin.
—Laird Cameron, has presentado graves cargos contra el laird McCabe. Acércate. Escucharé todo desde el principio.
Duncan caminó confiadamente hacia el estrado y se inclinó ante lord Archibald.
—Mairin Stuart llegó al castillo Cameron desde la Abadía Kilkirken, donde fuimos desposados por el sacerdote que ha atendido las almas de los de mi clan durante los pasados dos años. Tengo una carta escrita por él, para el rey que da testimonio de este hecho.
Los ojos de Ewan se estrecharon ante la atrocidad de que un hombre de Dios fuera cómplice de este engaño. Duncan entregó el pergamino a Archibald, quien lo desenrolló y lo leyó antes de hacerlo a un lado.
—Nuestro matrimonio fue consumado—. Duncan extrajo de una alforja que colgaba de su costado la sábana manchada con la sangre de Mairin—. Ofrezco esto como prueba.
Los puños de Ewan se apretaron con rabia. Sí, esa sangre, era la sangre de Mairin. Esta era la sábana que había ordenado al hombre de Cameron entregarle a su Laird, como constancia de que el matrimonio de Ewan y Mairin había sido consumado. Sábana que ahora era ofrecida por Duncan como prueba de que había yacido con Mairin.
Archibald se volvió hacia Mairin, cuyo rostro estaba tan pálido como la muerte, con la mirada fija en el lienzo. Miró a Ewan con desconcierto, y éste cerró los ojos.
—¿Puede usted dar testimonio sobre el hecho de que la sangre en la sábana es suya, lady Mairin? ¿Reconoce usted, este lienzo?
Sus mejillas se colorearon y miró a lord Archibald, claramente insegura en cuanto a cómo proceder.
—Me gustaría tener su respuesta, —Archibald estipuló.
—Sí, —dijo ella, con voz quebrada—. Esa es mi sangre, pero no es la sábana de Duncan Cameron. Es de la cama de…
—Eso es todo lo que requiero, —dijo Archibald, cortando su mano en el aire para silenciar a Mairin—. Acerca de esta sábana, exijo una sola respuesta, nada más. Guarda silencio hasta que te haya dado permiso para hablar de nuevo.
La furia se instaló en el pecho de Ewan, hirviendo por la forma en que Archibald se había dirigido a Mairin. Le mostró una flagrante falta de respeto, tanto como esposa de un Laird como sobrina del rey.
Parecía que fuera a discutir, pero Ewan captó su mirada y rápidamente le hizo un gesto con la cabeza. No tenía ningún deseo de que fuera castigada por pronunciarse en la corte del rey.
La sanción por tal causa sería alta, y más aún para una mujer, por tener la osadía de expresarse.
Se mordió el labio y apartó la mirada, pero no antes de que Ewan viera la ira en sus ojos.
—¿Qué sucedió después? —preguntó Archibald a Cameron.
—Pocos días después de mi matrimonio con lady Mairin, ella fue secuestrada de mi castillo por hombres actuando bajo las órdenes del laird McCabe. Fue apartada de mí, y ha permanecido en sus tierras. El niño que lleva es mío. El laird McCabe no tiene ningún derecho. Nuestro matrimonio es válido. Él la ha mantenido como su prisionera y forzado a hacer su voluntad. Pido su intervención Su Majestad, para que mi señora esposa y mi hijo vuelvan a mí y su dote me sea liberada según lo solicitado en mi misiva al rey, para informarle de nuestro matrimonio en los meses pasados.
Mairin jadeó ante las acusaciones derramadas de los labios de Duncan. Ewan dio un paso adelante, pero Caelen lo agarró del brazo y lo retuvo.
—Primo, por favor, —rogó Mairin—. Permíteme ser escuchada.
—¡Silencio! —rugió Archibald—. Si no puedes mantenerte callada, mujer, te haré desalojar de esta sala.
Se volvió hacia Duncan.
—¿Cuenta con testigos que apoyen su explicación de lo que pasó?
—Usted tiene la declaración del sacerdote quien nos casó. Eso precede a cualquier reclamación que el laird McCabe hace de Mairin, su dote, o sus tierras.
Archibald asintió y luego giró con calma para mirar fijamente a Ewan.
—¿Qué arguye ante estas demandas, laird McCabe?
—Que son una total y absoluta mierda, —Ewan dijo con calma.
Las cejas de Archibald se juntaron y sus mejillas enrojecieron.
—Mantendrá un lenguaje civilizado en su presentación, Laird. Usted no le hablaría así al rey, por lo que tampoco se expresará en mi presencia de tal manera.
—Sólo puedo decir la verdad, mi señor. El laird Cameron habla falsamente. Secuestró a Mairin Stuart de la abadía donde había tomado refugio durante los pasados diez años. Cuando se negó a casarse con él, la golpeó tanto que apenas pudo caminar durante días, y llevó las contusiones durante una quincena entera.
La sala estalló en una serie de murmullos. El bullicio se elevó y se hizo más fuerte hasta que Archibald gritó pidiendo orden.
—¿Qué pruebas puede ofrecer? —Archibald preguntó.
—Yo vi los moretones. Vi el miedo en sus ojos cuando llegó a mis tierras, de que yo la tratara como lo hizo Cameron. Mi hermano Alaric la atendió durante el viaje que duró tres días a partir de donde la encontró, después de escapar de las garras de Cameron hasta que llegaron a la tierra de los McCabe. Él también vio las contusiones y fue testigo del dolor que la muchacha sufrió.
»Nos casamos unos días después de su llegada. Ella vino pura a mi cama, y su sangre virgen fue derramada en mi sábana, esa que Cameron le ha ofrecido en este día. El niño que lleva es mío. Ella no ha conocido a ningún otro hombre.
Archibald se reclinó en su asiento, con los dedos presionados juntos en forma de V mientras inspeccionaba a los dos hombres que tenía delante.
—Usted ofrece una explicación muy diferente a la del laird Cameron. ¿Tiene testigos quienes puedan legitimar la veracidad de sus palabras?
Los dientes de Ewan se prensaron en un gruñido.
—Le he ofrecido la verdad de la misma. No necesito ningún testigo para confirmar mi reclamación. Si desea consultar a alguien, pregúntele a mi esposa. Ella le dirá exactamente lo que le he dicho.
—Me gustaría hablar, mi señor.
Ewan se volvió, sorprendido de ver a Diormid dando un paso al frente, su mirada centrada en lord Archibald.
—¿Y quién es usted? —exigió Archibald.
—Soy Diormid. He estado bajo las órdenes del laird McCabe durante los últimos cinco años. Me encuentro entre sus hombres de confianza, y yo mismo estuve encargado de la seguridad de lady Mairin en muchas ocasiones después de su llegada a las tierras McCabe.
—Muy bien, acércate y danos tu versión.
Ewan se giró para mirar a Gannon, quien sacudió la cabeza ante la silenciosa pregunta de Ewan. La acción de Diormid no había sido por iniciativa de Gannon.
Ewan los había instruido para no decir, ni hacer nada durante la audiencia.
—No tengo ningún conocimiento de lo ocurrido antes de que lady Mairin llegara a las tierras McCabe. Sólo puedo hablar sobre los hechos que ocurrieron después. La verdad es que ella fue maltratada duramente bajo la mano de laird McCabe. Él la guarda con celo y, es cierto que ella fue infeliz la mayor parte del tiempo en su fortaleza. Fui testigo de sus lágrimas en más de una ocasión.
Un grito se elevó de la multitud. Ewan vio una bruma de color rojo nublando sus ojos y sus oídos zumbaron. La sed de sangre lo golpeó duramente. Nunca había querido asesinar a otro hombre con tanta intensidad como ansiaba matar a Diormid en ese momento.
Sus hermanos estaban igualmente furiosos. Gannon y Cormac se veían horrorizados por la calmada declaración de Diormid de flagrantes mentiras.
—Durante el tiempo que estuvo en la tierra McCabe, fue disparada por un arquero y envenenada. Estuvo a punto de morir. También hay que señalar que el sacerdote a quien llamaron para casar al Laird con lady Mairin murió bajo circunstancias sospechosas hace menos de quince días.
Ewan no pudo aguantar más. Su rugido sacudió toda la sala mientras se abalanzaba sobre Diormid.
Mairin gritó su nombre. Sus hermanos se lanzaron tras él. El caos imperó, mientras los soldados del rey saltaron para separar a los dos hombres. Les llevó a siete de los guardias apartar a Ewan lejos de Diormid.
—¿Cómo has podido traicionarnos así? —demandó Ewan mientras era separado de Diormid—. ¿Cómo puedes estar ante Dios y el rey y dar falso testimonio de los acontecimientos que sabes que no son ciertos? Que Dios te consigne al infierno por este pecado. Me has traicionado. Has traicionado a lady McCabe. Has vendido a tu clan. ¿Y para qué? ¿Por unas cuantas monedas de Duncan Cameron?
Diormid se negó a encontrarse con la mirada fija de Ewan. Se limpió la sangre de su boca, donde éste lo había golpeado y se volvió hacia Archibald.
—Es como ya he dicho, pongo a Dios por testigo.
—¡Mientes! —rugió Ewan.
Duncan Cameron se movió para estar al lado de Mairin. Los ojos de ella estaban clavados en Diormid, su mirada atormentada. Con la mano cubría su boca que estaba boquiabierta por la conmoción.
—Esto es preocupante, —declaró Archibald—. Usted se refrenará, laird McCabe, o tendré que enviarlo al calabozo.
Cuando Duncan puso su mano sobre el hombro de Mairin, Ewan entró en erupción otra vez.
—¡No te atrevas a tocarla!
—Quiero proteger a mi esposa de los arrebatos de laird McCabe, —dijo Duncan a Archibald—. Permítame que la aleje de todo esto.
Archibald levantó su mano.
—Creo que he oído lo suficiente para dictar sentencia en la presente cuestión. Mi fallo es en favor de laird Cameron. Es libre para llevarse a su esposa y regresar a sus tierras. La dote confiada a la corona hasta que Mairin Stuart se casara será liberada a laird Cameron y llevada a sus tierras en virtud de la guardia del palacio.
Un grito onduló a través del cuarto cuando Mairin saltó sobre sus pies.
—¡No!
Ewan estaba conmocionado. Un hombre en quien él había confiado con su propia vida, con la vida de Mairin, había traicionado a todos de la manera más cruel posible. También era evidente que Ewan nunca tuvo una oportunidad desde el principio. Archibald estaba confabulado con Duncan Cameron. Lo que no estaba claro era si el rey también estaba aliado con Cameron, o si Archibald conspiraba descaradamente contra su primo.
—Mi señor, por favor, escúcheme, —suplicó Mairin—. Eso no es cierto. ¡Nada de eso es verdad! ¡Mi marido es laird McCabe!
—¡Silencio, mujer! —Duncan rugió. La abofeteó en su reprimenda y ella cayó en la silla de donde acababa de levantarse—. Está angustiada y no piensa con apropiada claridad, mi señor. Por favor, perdone su impertinencia. Me ocuparé de ella más tarde.
Ewan no pudo contenerse. Tan pronto como Cameron agredió a Mairin, se volvió loco. Salió disparado a través de la habitación, golpeándolo en el pecho. Los dos hombres cayeron al suelo, y una vez más, el caos reinó.
Esta vez, sus hermanos no hicieron nada para detenerlo. Estaban luchando su propia batalla contra la guardia del rey. Una batalla que no podían esperar ganar. Eran enormemente superados en número, más de una docena contra uno. Sin sus espadas, estaban aún en mayor desventaja.
Ewan fue apartado a rastras de Duncan y cayó bajo el peso de cuatro soldados. Tiraron de sus brazos hacia atrás y presionaron su cara contra el suelo. Mairin voló a su lado y se arrodilló, sus manos extendidas hacia él.
Las lágrimas se deslizaban libremente por sus mejillas.
—¡Encarcelad a laird McCabe! —ordenó Archibald—. Y a sus hombres. Laird Cameron, tome a su esposa y salga de esta sala.
Duncan se inclinó y agarró a Mairin por el cabello mientras tiraba hacia arriba. Ella luchó como un gato salvaje y Ewan rugió su furia mientras se liberaba e intentaba atacar a Cameron de nuevo.
Los soldados lo agarraron, sujetándolo de vuelta cuando él se resistió y forcejeó contra ellos.
Mairin estaba siendo alejada a rastras, con los ojos llenos de lágrimas, y los brazos extendidos hacia su marido.
—¡Mairin! —gritó Ewan con voz ronca—. Escúchame. Resiste. ¡Tienes que sobrevivir! Aguanta. No importa qué. Soporta lo que debas, pero sobrevive para mí. Sobrevive para nuestro hijo. Vendré por ti. Lo juro por mi vida. ¡Vendré por ti!
—Te amo, —dijo ella entrecortadamente—. Siempre te amaré.
La empuñadura de una espada cayó sobre su cabeza. El dolor enturbió su visión y su cabeza cayó bruscamente hacia un lado. Mientras se deslizaba hacia el suelo, la negrura se cernió en torno a él, su última imagen fue la de Mairin siendo arrastrada, gritando, fuera del salón por Duncan Cameron.
—Te amo, también, —susurró.
El guardia llamó a la puerta y ésta fue abierta por Archibald, quien les hizo señas hacia el interior. Sonrió y tomó la mano de Mairin mientras la guiaba hasta una cómoda silla en la lujosamente decorada sala de estar.
—Me temo que el rey no se siente muy bien el día hoy —dijo suavemente—. Se ha visto obligado a retirarse y transmite sus más profundas excusas por no ser capaz de hablar con usted en privado como había esperado. Yo actuaré en su nombre y rendiré mi juicio sobre el asunto ante la corona.
El temor golpeó el pecho de Mairin cuando se colocó más cómodamente en la silla. Sus manos temblaban y las escondió entre los pliegues de sus faldas para no delatar su inquietud.
—Espero que la dolencia de Su Majestad no sea grave, —dijo cortésmente—. Había esperado poder conocer a mi único pariente de sangre.
—Eso no es del todo exacto, —Archibald dijo—. Yo soy el primo del rey, por lo que nos hace estar relacionados por la sangre.
—Sí, por supuesto, —murmuró.
—Tendré que pedirte que esperes aquí, prima, hasta que seas convocada al gran salón. Te proporcionaré, por supuesto, un refrigerio. No te faltará nada durante tu reclusión.
Llamarla prima y luego su referencia casual a su confinamiento, hizo que los pelos en la nuca de Mairin hormiguearan. Sin embargo, la miraba con amabilidad y parecía realmente preocupado por su bienestar, así que sonrió y ofreció su agradecimiento.
—Me gustaría hablarle, si me lo permite, sobre el asunto que se presenta ante usted, mi señor.
Le dio una palmadita en el brazo.
—No es necesario, mi querida dama. Estoy seguro de que los acontecimientos han sido lo suficientemente tratados y es mi deber llegar al fondo de los mismos, escuchando los argumentos de ambos hombres. Te aseguro que haré lo correcto.
Tuvo que obligarse a no discutir. Lo último que quería era la ira del hombre que tenía su vida en sus manos.
—Ahora, si me disculpas, debo dirigirme a la gran sala y convocar a los Lairds para que den su testimonio. Yo, por supuesto, te llamaré cuando estén listos.
Asintió con la cabeza y apretó las manos en su regazo. Cuando el primo del rey salió de la habitación, ofreció una oración ferviente para que la justicia prevaleciera el día de hoy y que Duncan Cameron pudiera ser consignado al infierno a donde pertenecía.
Ewan estaba fuera del gran salón con sus hermanos y los comandantes a la espera de su citación. Más alejado estaba Duncan Cameron con sus hombres, y le tomó todo su esfuerzo no lanzarse contra el hombre y matarlo en el acto.
Cameron fue convocado primero, y pasó al lado de Ewan con una mirada de satisfacción petulante. No era sólo su falsedad lo que le molestaba. Era la suprema confianza, tanto en su mirada como en su talante. Era un hombre que no temía el resultado de la audiencia de hoy.
Caelen puso su mano sobre el hombro de su hermano.
—No importa lo que pase, estamos contigo, Ewan.
Ewan asintió su apreciación, entonces murmuró en voz baja para que sólo sus hermanos pudieran oírlo.
—Si las cosas van mal, quiero que abandonen la audiencia, encuentren a Mairin, y la saquen del castillo. Su seguridad es lo más importante. Independientemente de lo que tengan que hacer para mantenerla segura, háganlo.
Alaric asintió con la cabeza.
A continuación, Ewan fue llamado para que hiciera su aparición, entró en el salón, sus hermanos hombro con hombro detrás de él. Sabía que sus guerreros formaban un espectáculo impresionante. Su aspecto era más grande, más musculoso, y más feroz que cualquier otro guerrero entre la asistencia.
Ellos avistaron el camino despejado en el medio de la sala hasta el púlpito donde Archibald se encontraba sentado en el trono de David. La sala estaba llena de gente, todos insaciablemente curiosos de cómo el rey presidiría.
Murmullos emocionados saludaron a Ewan al entrar; sus hermanos y sus comandantes obtuvieron muchas miradas escrutadoras de los otros soldados presentes.
En la parte delantera de la asamblea, Ewan se apostó en el lado izquierdo de la sala, Cameron estaba situado a la derecha, mientras esperaban la llegada de David.
En lugar del arribo del rey, los soldados comenzaron a llenar la habitación, recubriendo el camino hacia el estrado para que todo el mundo quedara detrás de la línea de los guerreros. Más soldados llenaron la parte frontal, alrededor de la tarima y de pie en una línea firme frente a Archibald.
Ewan frunció el ceño. Era como si esperaran una batalla.
Y entonces su esposa entró en la sala, flanqueada por las huestes de David. Poco a poco se abrió paso por el salón hacia el estrado donde Archibald la veía acercarse. Gesticuló para que tomara la posición a su derecha, y ella elegantemente se hundió en el asiento. Su mirada encontró la de Ewan al instante, y nadie en la habitación pudo dejar de notar el destello instantáneo de emoción que pasó como un rayo entre ellos.
Archibald levantó las manos y se dirigió a la multitud reunida.
—Su Majestad, el rey David, está indispuesto el día de hoy. Está enfermo y nuestras oraciones deben estar con nuestro monarca en su momento de necesidad. Él me ha pedido que presida durante la audiencia de hoy y que mi palabra sea recibida como suya.
Ewan se volvió bruscamente hacia sus hermanos para ver la misma incredulidad dibujada en sus rostros, que estaba en el suyo. Esto estaba mal. Era un error. Cerró los dedos en puños y miró a Duncan, quien sólo tenía ojos para Mairin.
—Laird Cameron, has presentado graves cargos contra el laird McCabe. Acércate. Escucharé todo desde el principio.
Duncan caminó confiadamente hacia el estrado y se inclinó ante lord Archibald.
—Mairin Stuart llegó al castillo Cameron desde la Abadía Kilkirken, donde fuimos desposados por el sacerdote que ha atendido las almas de los de mi clan durante los pasados dos años. Tengo una carta escrita por él, para el rey que da testimonio de este hecho.
Los ojos de Ewan se estrecharon ante la atrocidad de que un hombre de Dios fuera cómplice de este engaño. Duncan entregó el pergamino a Archibald, quien lo desenrolló y lo leyó antes de hacerlo a un lado.
—Nuestro matrimonio fue consumado—. Duncan extrajo de una alforja que colgaba de su costado la sábana manchada con la sangre de Mairin—. Ofrezco esto como prueba.
Los puños de Ewan se apretaron con rabia. Sí, esa sangre, era la sangre de Mairin. Esta era la sábana que había ordenado al hombre de Cameron entregarle a su Laird, como constancia de que el matrimonio de Ewan y Mairin había sido consumado. Sábana que ahora era ofrecida por Duncan como prueba de que había yacido con Mairin.
Archibald se volvió hacia Mairin, cuyo rostro estaba tan pálido como la muerte, con la mirada fija en el lienzo. Miró a Ewan con desconcierto, y éste cerró los ojos.
—¿Puede usted dar testimonio sobre el hecho de que la sangre en la sábana es suya, lady Mairin? ¿Reconoce usted, este lienzo?
Sus mejillas se colorearon y miró a lord Archibald, claramente insegura en cuanto a cómo proceder.
—Me gustaría tener su respuesta, —Archibald estipuló.
—Sí, —dijo ella, con voz quebrada—. Esa es mi sangre, pero no es la sábana de Duncan Cameron. Es de la cama de…
—Eso es todo lo que requiero, —dijo Archibald, cortando su mano en el aire para silenciar a Mairin—. Acerca de esta sábana, exijo una sola respuesta, nada más. Guarda silencio hasta que te haya dado permiso para hablar de nuevo.
La furia se instaló en el pecho de Ewan, hirviendo por la forma en que Archibald se había dirigido a Mairin. Le mostró una flagrante falta de respeto, tanto como esposa de un Laird como sobrina del rey.
Parecía que fuera a discutir, pero Ewan captó su mirada y rápidamente le hizo un gesto con la cabeza. No tenía ningún deseo de que fuera castigada por pronunciarse en la corte del rey.
La sanción por tal causa sería alta, y más aún para una mujer, por tener la osadía de expresarse.
Se mordió el labio y apartó la mirada, pero no antes de que Ewan viera la ira en sus ojos.
—¿Qué sucedió después? —preguntó Archibald a Cameron.
—Pocos días después de mi matrimonio con lady Mairin, ella fue secuestrada de mi castillo por hombres actuando bajo las órdenes del laird McCabe. Fue apartada de mí, y ha permanecido en sus tierras. El niño que lleva es mío. El laird McCabe no tiene ningún derecho. Nuestro matrimonio es válido. Él la ha mantenido como su prisionera y forzado a hacer su voluntad. Pido su intervención Su Majestad, para que mi señora esposa y mi hijo vuelvan a mí y su dote me sea liberada según lo solicitado en mi misiva al rey, para informarle de nuestro matrimonio en los meses pasados.
Mairin jadeó ante las acusaciones derramadas de los labios de Duncan. Ewan dio un paso adelante, pero Caelen lo agarró del brazo y lo retuvo.
—Primo, por favor, —rogó Mairin—. Permíteme ser escuchada.
—¡Silencio! —rugió Archibald—. Si no puedes mantenerte callada, mujer, te haré desalojar de esta sala.
Se volvió hacia Duncan.
—¿Cuenta con testigos que apoyen su explicación de lo que pasó?
—Usted tiene la declaración del sacerdote quien nos casó. Eso precede a cualquier reclamación que el laird McCabe hace de Mairin, su dote, o sus tierras.
Archibald asintió y luego giró con calma para mirar fijamente a Ewan.
—¿Qué arguye ante estas demandas, laird McCabe?
—Que son una total y absoluta mierda, —Ewan dijo con calma.
Las cejas de Archibald se juntaron y sus mejillas enrojecieron.
—Mantendrá un lenguaje civilizado en su presentación, Laird. Usted no le hablaría así al rey, por lo que tampoco se expresará en mi presencia de tal manera.
—Sólo puedo decir la verdad, mi señor. El laird Cameron habla falsamente. Secuestró a Mairin Stuart de la abadía donde había tomado refugio durante los pasados diez años. Cuando se negó a casarse con él, la golpeó tanto que apenas pudo caminar durante días, y llevó las contusiones durante una quincena entera.
La sala estalló en una serie de murmullos. El bullicio se elevó y se hizo más fuerte hasta que Archibald gritó pidiendo orden.
—¿Qué pruebas puede ofrecer? —Archibald preguntó.
—Yo vi los moretones. Vi el miedo en sus ojos cuando llegó a mis tierras, de que yo la tratara como lo hizo Cameron. Mi hermano Alaric la atendió durante el viaje que duró tres días a partir de donde la encontró, después de escapar de las garras de Cameron hasta que llegaron a la tierra de los McCabe. Él también vio las contusiones y fue testigo del dolor que la muchacha sufrió.
»Nos casamos unos días después de su llegada. Ella vino pura a mi cama, y su sangre virgen fue derramada en mi sábana, esa que Cameron le ha ofrecido en este día. El niño que lleva es mío. Ella no ha conocido a ningún otro hombre.
Archibald se reclinó en su asiento, con los dedos presionados juntos en forma de V mientras inspeccionaba a los dos hombres que tenía delante.
—Usted ofrece una explicación muy diferente a la del laird Cameron. ¿Tiene testigos quienes puedan legitimar la veracidad de sus palabras?
Los dientes de Ewan se prensaron en un gruñido.
—Le he ofrecido la verdad de la misma. No necesito ningún testigo para confirmar mi reclamación. Si desea consultar a alguien, pregúntele a mi esposa. Ella le dirá exactamente lo que le he dicho.
—Me gustaría hablar, mi señor.
Ewan se volvió, sorprendido de ver a Diormid dando un paso al frente, su mirada centrada en lord Archibald.
—¿Y quién es usted? —exigió Archibald.
—Soy Diormid. He estado bajo las órdenes del laird McCabe durante los últimos cinco años. Me encuentro entre sus hombres de confianza, y yo mismo estuve encargado de la seguridad de lady Mairin en muchas ocasiones después de su llegada a las tierras McCabe.
—Muy bien, acércate y danos tu versión.
Ewan se giró para mirar a Gannon, quien sacudió la cabeza ante la silenciosa pregunta de Ewan. La acción de Diormid no había sido por iniciativa de Gannon.
Ewan los había instruido para no decir, ni hacer nada durante la audiencia.
—No tengo ningún conocimiento de lo ocurrido antes de que lady Mairin llegara a las tierras McCabe. Sólo puedo hablar sobre los hechos que ocurrieron después. La verdad es que ella fue maltratada duramente bajo la mano de laird McCabe. Él la guarda con celo y, es cierto que ella fue infeliz la mayor parte del tiempo en su fortaleza. Fui testigo de sus lágrimas en más de una ocasión.
Un grito se elevó de la multitud. Ewan vio una bruma de color rojo nublando sus ojos y sus oídos zumbaron. La sed de sangre lo golpeó duramente. Nunca había querido asesinar a otro hombre con tanta intensidad como ansiaba matar a Diormid en ese momento.
Sus hermanos estaban igualmente furiosos. Gannon y Cormac se veían horrorizados por la calmada declaración de Diormid de flagrantes mentiras.
—Durante el tiempo que estuvo en la tierra McCabe, fue disparada por un arquero y envenenada. Estuvo a punto de morir. También hay que señalar que el sacerdote a quien llamaron para casar al Laird con lady Mairin murió bajo circunstancias sospechosas hace menos de quince días.
Ewan no pudo aguantar más. Su rugido sacudió toda la sala mientras se abalanzaba sobre Diormid.
Mairin gritó su nombre. Sus hermanos se lanzaron tras él. El caos imperó, mientras los soldados del rey saltaron para separar a los dos hombres. Les llevó a siete de los guardias apartar a Ewan lejos de Diormid.
—¿Cómo has podido traicionarnos así? —demandó Ewan mientras era separado de Diormid—. ¿Cómo puedes estar ante Dios y el rey y dar falso testimonio de los acontecimientos que sabes que no son ciertos? Que Dios te consigne al infierno por este pecado. Me has traicionado. Has traicionado a lady McCabe. Has vendido a tu clan. ¿Y para qué? ¿Por unas cuantas monedas de Duncan Cameron?
Diormid se negó a encontrarse con la mirada fija de Ewan. Se limpió la sangre de su boca, donde éste lo había golpeado y se volvió hacia Archibald.
—Es como ya he dicho, pongo a Dios por testigo.
—¡Mientes! —rugió Ewan.
Duncan Cameron se movió para estar al lado de Mairin. Los ojos de ella estaban clavados en Diormid, su mirada atormentada. Con la mano cubría su boca que estaba boquiabierta por la conmoción.
—Esto es preocupante, —declaró Archibald—. Usted se refrenará, laird McCabe, o tendré que enviarlo al calabozo.
Cuando Duncan puso su mano sobre el hombro de Mairin, Ewan entró en erupción otra vez.
—¡No te atrevas a tocarla!
—Quiero proteger a mi esposa de los arrebatos de laird McCabe, —dijo Duncan a Archibald—. Permítame que la aleje de todo esto.
Archibald levantó su mano.
—Creo que he oído lo suficiente para dictar sentencia en la presente cuestión. Mi fallo es en favor de laird Cameron. Es libre para llevarse a su esposa y regresar a sus tierras. La dote confiada a la corona hasta que Mairin Stuart se casara será liberada a laird Cameron y llevada a sus tierras en virtud de la guardia del palacio.
Un grito onduló a través del cuarto cuando Mairin saltó sobre sus pies.
—¡No!
Ewan estaba conmocionado. Un hombre en quien él había confiado con su propia vida, con la vida de Mairin, había traicionado a todos de la manera más cruel posible. También era evidente que Ewan nunca tuvo una oportunidad desde el principio. Archibald estaba confabulado con Duncan Cameron. Lo que no estaba claro era si el rey también estaba aliado con Cameron, o si Archibald conspiraba descaradamente contra su primo.
—Mi señor, por favor, escúcheme, —suplicó Mairin—. Eso no es cierto. ¡Nada de eso es verdad! ¡Mi marido es laird McCabe!
—¡Silencio, mujer! —Duncan rugió. La abofeteó en su reprimenda y ella cayó en la silla de donde acababa de levantarse—. Está angustiada y no piensa con apropiada claridad, mi señor. Por favor, perdone su impertinencia. Me ocuparé de ella más tarde.
Ewan no pudo contenerse. Tan pronto como Cameron agredió a Mairin, se volvió loco. Salió disparado a través de la habitación, golpeándolo en el pecho. Los dos hombres cayeron al suelo, y una vez más, el caos reinó.
Esta vez, sus hermanos no hicieron nada para detenerlo. Estaban luchando su propia batalla contra la guardia del rey. Una batalla que no podían esperar ganar. Eran enormemente superados en número, más de una docena contra uno. Sin sus espadas, estaban aún en mayor desventaja.
Ewan fue apartado a rastras de Duncan y cayó bajo el peso de cuatro soldados. Tiraron de sus brazos hacia atrás y presionaron su cara contra el suelo. Mairin voló a su lado y se arrodilló, sus manos extendidas hacia él.
Las lágrimas se deslizaban libremente por sus mejillas.
—¡Encarcelad a laird McCabe! —ordenó Archibald—. Y a sus hombres. Laird Cameron, tome a su esposa y salga de esta sala.
Duncan se inclinó y agarró a Mairin por el cabello mientras tiraba hacia arriba. Ella luchó como un gato salvaje y Ewan rugió su furia mientras se liberaba e intentaba atacar a Cameron de nuevo.
Los soldados lo agarraron, sujetándolo de vuelta cuando él se resistió y forcejeó contra ellos.
Mairin estaba siendo alejada a rastras, con los ojos llenos de lágrimas, y los brazos extendidos hacia su marido.
—¡Mairin! —gritó Ewan con voz ronca—. Escúchame. Resiste. ¡Tienes que sobrevivir! Aguanta. No importa qué. Soporta lo que debas, pero sobrevive para mí. Sobrevive para nuestro hijo. Vendré por ti. Lo juro por mi vida. ¡Vendré por ti!
—Te amo, —dijo ella entrecortadamente—. Siempre te amaré.
La empuñadura de una espada cayó sobre su cabeza. El dolor enturbió su visión y su cabeza cayó bruscamente hacia un lado. Mientras se deslizaba hacia el suelo, la negrura se cernió en torno a él, su última imagen fue la de Mairin siendo arrastrada, gritando, fuera del salón por Duncan Cameron.
—Te amo, también, —susurró.
berny_girl- Mensajes : 2842
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