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Mensaje por berny_girl Sáb 8 Sep - 22:17

CAPÍTULO 7


Mairin apretó su chal más cerca alrededor de su cuerpo y se deslizó por la pared exterior de la ladera de piedra. Había elegido el camino más cercano al fiordo ya que había menos guardias apostados de ese lado. Después de todo, un enemigo difícilmente podría llegar irrumpiendo sobre el agua para atacar.
El aire de primavera era indudablemente frío, y de repente la decisión de dejar el calor de su pequeña recámara no le pareció tan maravillosa.
La comida de la noche había sido un estresante acontecimiento. Había echado un vistazo al hermano menor del Laird y se pensó mejor su promesa de sentarse junto a Crispen a la mesa.
Él le frunció el ceño, y no era como si no había sido tratada con entrecejos por los otros hermanos McCabe, pero había una oscuridad en Caelen que la ponía nerviosa.
Había pronunciado una excusa acerca de no sentirse bien y se había retirado inmediatamente hacia las escaleras. Perturbado por su partida, Crispen llevó un plato con comida a su puerta, y los dos se habían sentado con las piernas cruzadas a cenar delante del fuego.
Después, ella anunció que estaba fatigada y envió al muchacho de vuelta. Y esperó. Por horas, mientras escuchaba los sonidos del torreón disminuir. Cuando estuvo segura de que todos estaban durmiendo, o al menos, seguramente instalados en sus habitaciones, bajó las escaleras y se coló a
hurtadillas por la entrada que daba al lago.
Respiró más fácilmente cuando estuvo bajo el abrigo del bosque que dividía la parte del lago del torreón. Allí podría moverse con la relativa oscuridad y seguir el fiordo hasta que estuviera lejos.
Un gran chapoteo la sobresaltó y se volvió en dirección al lago. Se quedó inmóvil, conteniendo la respiración mientras miraba a través de los árboles hacia el agua negra como la tinta. Apenas había luna esta noche, y sólo se proyectaba una delgada luz sobre la superficie ondulante.
Era suficiente para ver que había tres hombres tomando un baño tardío. También era lo suficiente para ver quiénes estaban tomando el baño.
Lectura Septiembre 2018 - Página 2 Captur10
Ewan McCabe y sus hermanos se zambullían en el agua, y que Dios se apiadara de ella, ellos no tenían una puntada de ropa encima.
Inmediatamente cubrió sus ojos con ambas manos, mortificada más allá de toda medida porque acababa de ver los traseros de tres hombres adultos. ¿Estaban ellos locos? El lago tenía que estar increíblemente frío. Se estremeció ante el mero pensamiento de cuan helado aquel baño debía ser.
Durante varios minutos se sentó, agazapada bajo un árbol, las manos cubriéndole los ojos hasta que finalmente los apartó sólo para ver a Ewan McCabe venir caminando desde el agua. Sus ojos abiertos en estado de shock, sus manos colgando sin fuerzas a los costados mientras miraba, paralizada por la visión de un hombre completamente desnudo. Él estaba de pie, secándose con un paño y con cada pasada, llamaba la atención sobre su cuerpo musculoso.
Y... y... ella ni siquiera se atrevía a pensar en el área entre sus piernas.
Cuando se dio cuenta de que estaba mirando con bastante descaro su…
su… hombría, inmediatamente se llevó ambas manos sobre los ojos de nuevo y hundió los dientes en el labio inferior para ahogar el chillido que amenazaba con salir.
Su única esperanza era que ellos terminaran su lavado y volvieran al torreón. No podía arriesgarse a moverse entre los árboles y llamar la atención, pero tampoco quería quedarse sentada aquí mirando sin modestia.
El rubor cubrió sus mejillas, y aunque mantuvo los párpados firmemente cerrados, la imagen de Ewan McCabe sin ropa quemaba a través de su mente con una claridad sorprendente. No importaba lo que hiciera, no podía librarse del recuerdo de él caminando desde el agua —completa y totalmente desnudo.
Se necesitarían al menos tres confesiones para expiar este gran pecado.
—Ya puedes mirar ahora. Te aseguro que estoy totalmente vestido.
La voz seca del Laird se deslizó con agonizante precisión sobre sus oídos. La mortificación se elevó sobre ella, y sus mejillas se ruborizaron con tal humillación que lo único que podía pensar hacer era quedarse allí sentada, con las manos todavía cubriéndole los ojos. Tal vez si lo deseaba realmente con fuerza, cuando abriera los ojos, el Laird estaría muy lejos.
—No lo creo, —fue la respuesta divertida.
Dejó caer la mano hacia su boca, que es donde debería haber estado desde el principio, así nada estúpido hubiera salido, como el hecho de que acababa de desear que el Laird estuviera a una gran distancia.
Ahora que se había destapado un ojo, arriesgó una mirada para ver que él, en efecto estaba vestido. Con esto establecido, dejó la otra mano deslizarse mientras miraba nerviosamente al Laird.
Él estaba de pie, con las piernas separadas, los brazos cruzados sobre el pecho, y, como era previsible, tenía el ceño fruncido.
—¿Quieres decirme qué estás haciendo merodeando en la oscuridad?
Sus hombros se hundieron. Al parecer, ni siquiera podía planear un buen escape. ¿Cómo iba a saber que a él y a sus hermanos les gustaba tomar estúpidos baños tan tarde?
—¿Tengo que contestar a eso? —murmuró.
El Laird suspiró.
—¿Qué parte de lo que te dije de que no dejarías mi protección no entendiste? Siento aversión por aquellos que estando bajo mi autoridad, flagrantemente hacen caso omiso a mis órdenes. Si fueras uno de mis soldados, te mataría.
Lo último no sonaba a jactancia. Ni siquiera lo dijo con ninguna entonación, por lo que estaba segura de que no lo señaló para impresionarla. No, era la verdad de Dios, y esto sólo sirvió para asustarla aún más.
Algún demonio le llevó a negar su reclamo.
—Yo no estoy bajo su autoridad, Laird. No estoy segura de cómo usted llegó a esa conclusión, pero es bastante inapropiada. No estoy de acuerdo con ninguna autoridad, salvo la de Dios y la mía.
Él sonrió con suficiencia hacia ella, sus dientes brillando bajo la luz de la luna.
—Para una muchacha determinada a hacer su propio camino, has hecho un pobre trabajo de ello.
Ella inhaló.
—Eso que dice es muy poco compasivo.
—No por ello, es menos cierto. Ahora bien, si hemos terminado con esta conversación, sugiero que volvamos al torreón, de preferencia antes de que mi hijo desocupe mi recámara y te vaya a buscar a la tuya. Parece tener una cierta afinidad a dormir contigo. No quiero imaginar su reacción cuando descubra tu cama vacía.
Oh, eso fue simplemente injusto, y el Laird bien lo sabía. Estaba manipulando sus emociones y tratando de hacerla sentir culpable por dejar a Crispen. Le frunció el ceño fuertemente para hacerle conocer su disgusto, pero él la ignoró y la tomó del brazo con sus fuertes dedos.
Mairin no tuvo más remedio que permitir que la arrastrara de vuelta a la fortaleza. La condujo alrededor de la ladera de piedra y a través del patio, donde se detuvo para emitir una brusca orden a su guardia, de que ella no tenía permitido salir de nuevo. Entonces se dirigió al torreón y, para su adicional consternación, insistió en escoltarla todo el camino de regreso a su habitación.
Le abrió la puerta y la empujó dentro. Luego se quedó en el dintel, fulminándola con la mirada.
—Si usted tiene la intención de intimidarme con ojeadas hoscas, está destinado al fracaso, —dijo ella alegremente.
Sus ojos se elevaron hacia el cielo por un momento, y podría jurar que estaba conteniendo el aliento. Esperó un segundo, como si tratara de acopiar paciencia, le hizo gracia, teniendo en cuenta que no parecía que él poseyera
alguna.
—Si tengo que bloquear esta puerta, lo haré. Puedo ser un hombre muy complaciente, muchacha, pero tú has puesto a prueba mi paciencia. Te he dado hasta mañana para confiar en mí con todo lo que estás escondiendo. Después de eso, te puedo prometer que no te va a gustar mi hospitalidad por más tiempo.
—No me gusta en este momento, —dijo ella enojada. Agitó la mano en su dirección—. Se puede marchar. Sólo iré a la cama ahora.
Apretó su mandíbula, y flexionó los dedos a sus costados. Se preguntó si se estaba imaginando con aquellos dedos alrededor de su cuello. Él parecía estar contemplando esa posibilidad justo en aquel momento.
Entonces, como para contradecir su orden, la acechó hasta cernirse amenazadoramente sobre ella. Su mandíbula todavía contraída, y sus ojos entrecerrados mientras la miraba fijamente.
Él recorrió con la punta de sus dedos desde su frente hasta el final de su nariz.
—Tú no haces las reglas aquí, muchacha. Yo las hago. Sería de mucho provecho para ti recordar eso.
Tragó saliva, de repente muy abrumada por su enorme tamaño.
—Me esforzaré por recordarlo.
El Laird hizo un gesto breve de asentimiento, luego se volvió sobre sus talones y salió de la habitación, cerrando la puerta de un golpe.
Mairin se dejó caer sobre el jergón y suspiró con disgusto. Aquello no estaba yendo de la forma que pretendía. Se suponía que debía estar ahora bien lejos de las tierras McCabe, o al menos en la frontera. Su plan había sido aventurarse hacia el norte, ya que no había nada para ella hacia el sur.
Ahora estaba atrapada en un torreón con un autoritario Laird que pensaba que podría ordenarle que confiara en él, tan fácilmente como se lo ordenaba a sus soldados. Descubriría al día siguiente que ella no era tan fácil de doblegar como otras personas eran.


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Mensaje por berny_girl Sáb 8 Sep - 22:17

CAPÍTULO 8

—¡Laird! Laird!
Ewan frunció el ceño y levantó la vista de la mesa para ver a Maddie McCabe precipitándose dentro de la habitación, su rostro enrojecido por el esfuerzo.
—¿Qué pasa, Maddie? Estoy en reunión con mis hombres.
Maddie hizo caso omiso de la amonestación y se detuvo sólo a unos pies de distancia. Estaba muy agitada, y se retorcía las manos.
—Con su permiso, Laird, hay algo que debo decirle—. Miró subrepticiamente alrededor y luego le confió en un susurro—. En privado. ¡Es muy importante!
Un dolor comenzó en las sienes de Ewan. Hasta ahora, la mañana había estado llena de dramatismo. La noche anterior también, al recordar su encuentro con Mairin. La muchacha no se había presentado hasta el momento, y estaba seguro de que estaba siendo deliberadamente difícil.
Tan pronto como terminara con Alaric y Caelen, tenía previsto enfrentarse a ella y decirle que su tiempo había terminado.
Ewan levantó la mano y le indicó a sus hombres que salieran. Miró fijamente a sus dos hermanos y asintió con la cabeza para que se quedaran. Cualquier cosa que Maddie tuviera que decir podría ser dicha delante de ellos.
Tan pronto como el resto de sus soldados desfilaron fuera del salón, volvió su atención a Maddie.
—Ahora, ¿qué es tan importante para que interrumpieras una reunión con mi gente?
—¡Es la chica! —empezó a decir, y Ewan gimió.
—¿Y ahora qué? ¿Se ha negado a comer? ¿Amenazó con lanzarse por la ventana? ¿O tal vez ha desaparecido?
Maddie le envió una mirada perpleja.
—Por supuesto que no, Laird. Está arriba en su recámara. Le llevé su comida de la mañana yo misma.
—Entonces, ¿qué pasa con ella? —gruñó.
Maddie dejó salir el aliento, como si hubiera corrido por todo el camino.
—¿Puedo sentarme, Laird? Porque en verdad, este no es un cuento breve el que le relataré.
Caelen rodó los ojos mientras Alaric parecía aburrido. Ewan hizo un gesto para que se sentara.
Ella se instaló y cerró las manos en puños, justo antes de colocarlos sobre la mesa.
—La muchacha es Mairin Stuart.
Dejó caer el anuncio como si esperara que Ewan reaccionara de algún modo.
—Sé que el nombre de la chica es Mairin. No conocía su apellido, pero es uno bastante común en las tierras altas. La cuestión es ¿cómo obtuviste esta información? Ella se negó a decirle a nadie quién es. Si a Crispen no se le hubiera escapado, yo mismo no lo habría sabido.
—No, ella no me lo dijo. Yo lo sabía, ¿usted ve?
—No, no veo. Quizá sea mejor si me lo cuentas, —dijo Ewan pacientemente.
—Cuando fui a llevarle su comida, entré mientras se vestía. Me sentí bastante incómoda, y me disculpé por supuesto, pero antes de que pudiera cubrirse, vi la marca.
La voz de Maddie se alzó de nuevo y se inclinó hacia delante, con los ojos brillantes de emoción.
Ewan la miró expectante a la espera de que continuara. Señor, pero la mujer amaba una buena historia. Sus hermanos se echaron hacia atrás, resignados al colorido relato de Maddie.
—La muchacha es Mairin Stuart, —dijo de nuevo—. Lleva el escudo real de Alexander. Vi la marca en su pierna. Ella es la heredera de Neamh Álainn.
Ewan negó con la cabeza.
—Esas son un montón de tonterías, Maddie. No es nada más que una leyenda recitada por las lenguas de los bardos.
—¿Qué leyenda? —le preguntó Alaric mientras se inclinaba hacia adelante en la silla.
—No he oído hablar de tal leyenda.
—Eso es porque nunca escuchas a los bardos —dijo Caelen secamente—. Estás demasiado ocupado durante la época festiva tratando de meterte bajo las faldas de alguna moza.
—¿Y tú escuchas a esos poetas y cantantes? —Alaric se burló.
Caelen se encogió de hombros.
—Es una buena manera de mantenerse al tanto de los chismes actuales.
Los ojos de Maddie brillaron cuando giró su atención hacia Alaric.
—La historia cuenta que el rey Alexander tuvo un hijo después de su matrimonio con Sybilla, una niña. Y que a su nacimiento, él puso su escudo real tatuado en su muslo, así su identidad nunca podría ser cuestionada. Más tarde le legó Neamh Álainn al hijo primogénito de ella. —Se inclinó hacia delante y susurró, —se dice que lo hizo para que estuviera segura de conseguir un buen matrimonio ya que era una hija bastarda y además su madre también era ilegítima.
Alaric resopló.
—Es un hecho bien conocido que Alexander nunca engendró ninguna hija. Él no tuvo hijos legítimos y bastardos sólo uno, Malcolm.
—Él engendró una hija. Una hija llamada Mairin Stuart. Y ella está sólo a unos escalones, arriba en su recámara, —insistió Maddie—. Le estoy diciendo que vi la marca. No me equivoco en esto.
Ewan permaneció en silencio mientras reflexionaba sobre las observaciones de Maddie y las de sus hermanos. Él no estaba del todo convencido de que creyera en ninguna de esas tonterías, pero ciertamente eso explicaría por qué Duncan Cameron estaba tan decidido a casarse con la muchacha, y también explicaría por qué ella estaba desesperada por escapar.
—¿Por qué no sólo reconocer a la chica? —Alaric argumentó—. Un bastardo del rey no tendría ningún problema para conseguir una unión sólida. Cualquier número de hombres se alinearían, si no por otra razón para buscar el favor de la corona.
—Él no quería que nadie lo supiera, —Maddie dijo—. Puedo recordar que hace unos años atrás oí los rumores que circulaban. Alexander esperó unos cinco años antes de hacer su legado a la muchacha. Él valoraba su matrimonio con Sybilla, y Malcolm nació antes de su matrimonio. No se sabe cómo él explicó el legado, pero poco después de su muerte, los rumores comenzaron a correr acerca de la existencia de la muchacha.
—Con Malcolm aún encarcelado, la aparición de otro descendiente de Alexander podría maniobrar el apoyo a los seguidores de Malcolm, —Ewan dijo, pensativo—. Podría ser, de hecho, la gran razón de la determinación de Cameron de casarse con ella. Hacerse cargo de su herencia le daría más poder del que en la actualidad ejerce. Mucho más poder. Escocia podría estar en guerra otra vez, y David se enfrentaría a una nueva amenaza. Al Alexander haber engendrado no uno, sino dos posibles contendientes al trono, la posición de David estaría debilitada. Él no puede permitirse otra larga guerra que sólo dividiría a Escocia una vez más.
—Un bastardo no pueden heredar, —le recordó Caelen—. Eso nunca sería aceptado.
—Piensa, Caelen. Si Duncan Cameron tuviera el control de Neamh Álainn, sería imparable. No importarían las circunstancias de los nacimientos de los niños de Alexander. Con esa clase de riqueza y poder, si Cameron optara por aliarse con Malcolm, cualquiera podría tomar el poder.
—¿Estás diciendo que crees esa basura? —Alaric le preguntó con asombro.
—No estoy diciendo nada. Aún, —dijo Ewan con calma.
—¿No ve usted, Laird? —Maddie estallaba con burbujeante emoción en su voz—. Ella es la respuesta a nuestras oraciones. Si usted se casa con la muchacha, entonces su descendiente heredaría Neamh Álainn. Se dice que aportará una rica dote a su matrimonio además del legado de las tierras para su primogénito.
—¿Casarme con ella? —La pregunta fue casi gritada por los tres hermanos. Ewan se quedó boquiabierto, mientras contemplaba a Maddie con asombro.
Maddie asintió enfáticamente.
—Usted tiene que admitir, que es un buen plan. Si usted se casa con ella, Duncan Cameron no podrá hacerlo.
—Eso es cierto, —señaló Caelen.
Alaric se dio la vuelta hacia Caelen, su expresión interrogante.
—¿Ahora apoyas esta locura?
Ewan alzó la mano para silenciarlos.
La palpitación en su cabeza había aumentado a un dolor en toda regla. Le dirigió una mirada a Maddie, que había estado absorta escuchándolo todo.
—Puedes irte ahora, Maddie. Yo realmente espero que todo lo que se ha dicho aquí permanezca en estricta confidencialidad. Si el chisme empieza a rodar por el torreón, sabré quién lo originó.
Ésta se levantó e hizo una reverencia.
—Por supuesto, Laird.
Ella se alejó rápidamente dando la espalda a Ewan y sus hermanos.
—Dime que no estás considerando esta locura —Alaric cortó antes de que Ewan pudiera decir una palabra.
—¿Qué locura crees que estoy considerando? —Le preguntó con suavidad.
—El matrimonio. Y que crees que la muchacha es la hija bastarda de Alexander, lo que la hace sobrina de nuestro actual rey. Sin mencionar que es medio hermana del hombre que pasó diez años tratando de usurpar el trono de David. Y lo haría de nuevo, si se le diera la menor oportunidad.
—Lo que creo es que la chica y yo necesitamos tener una larga conversación. Tengo la intención de ver esa marca por mí mismo. Dada la relación entre nuestro padre y Alexander, he visto su sello real en más de una ocasión. Sabré si la marca en su muslo es verdadera.
Caelen resopló.
—¿Y te crees que ella va a levantar sus faldas para que puedas ver esa marca? Es más probable que te patee tus testículos por tal ofensa.
—Puedo ser persuasivo cuando la situación lo requiere, —contestó arrastrando las palabras.
—Me encantaría verlo, —dijo Alaric.
Ewan alzó las cejas.
—No verás nada por el estilo. Si te pillo siquiera escrutando como si quisieras echar un vistazo bajo las faldas de Mairin Stuart, te fijaré a la pared con mi espada.
Alaric levantó las manos en defensa.
—Olvida que dije algo. Estás terriblemente susceptible por una muchacha que afirmas que te molesta infinitamente.
—Si la chica es quien Maddie dice que es, mi objetivo es casarme con ella, —dijo Ewan con gravedad—. Nuestro clan necesita el oro que su dote proveería.
Simultáneamente, sus hermanos quedaron boquiabiertos. Caelen maldijo en voz alta y Alaric negó con la cabeza y miró hacia el cielo.
—Piensa en lo que estás diciendo, —respondió Caelen.
—Creo que soy el único que está pensando, —repuso—. Si es verdad que
su primogénito hereda Neamh Álainn, piensen lo que esto significaría para nuestro clan. Nosotros controlaríamos las tierras más selectas de toda Escocia. Ya no tendríamos que sentarnos aquí soñando con el día en que tomaremos nuestra venganza contra Duncan Cameron. Lo diezmaríamos a él y a su reputación. Él sería borrado de la historia. Nuestro nombre sería vengado. El clan McCabe sería sólo superado por el rey. Nadie, y quiero decir nadie, tendría alguna vez el poder de destruirnos como Duncan Cameron casi logró hace ocho años.
Su puño golpeó la mesa, y su cuerpo entero tembló de rabia.
—Hice una promesa sobre la tumba de nuestro padre, que yo no descansaría hasta que nuestro clan fuera restaurado a su gloria y que haría a Duncan Cameron pagar por sus crímenes contra nosotros.
El rostro de Caelen se volvió frío, y Ewan pudo ver el destello de dolor encenderse en los ojos de sus hermanos. Pero él asintió con la cabeza, sus labios apretándose en una fina línea.
—En eso estamos de acuerdo.
—Neamh Álainn se encuentra al norte, con sólo McDonald entre nosotros. Si formamos una fuerte alianza con él, controlaríamos una vasta porción de esta región.
La emoción se agitaba en las venas de Ewan mientras los proyectos de los últimos ocho años cobraban vida en su mente. Finalmente veía una manera de cumplir con el juramento hecho a su familia.
—La chica es valiente y ferozmente protectora con Crispen. Sería una excelente madre, además del resto de los hijos que me daría. A cambio, yo le
otorgaría mi protección, y así nunca tendría que preocuparse por Cameron
Duncan de nuevo.
—No es a nosotros a quien tienes que convencer, —Alaric dijo torciendo sus labios—. ¡Es a la chica a quien tienes que persuadir! Caelen y yo estamos de tu lado eternamente. Tú bien lo sabes. Mi lealtad está contigo. Siempre. Y se extiende a la mujer con la que te cases, no importa quién sea. Es una chica muy valiente. Pude verlo por mí mismo. Y si encima trae una dote como Neamh Álainn, entonces no veo ningún inconveniente en que te cases con ella. Caelen asintió, pero no dijo nada acerca de Mairin. Ewan no esperaba que lo hiciera. Estaría muy sorprendido si alguna vez su hermano se permitiera a sí mismo confiar en otra mujer. Si alguna vez quisiera engendrar hijos, sentiría lástima por la mujer con quien se casara. Una vez, se había entregado sin reservas. La locura de la juventud. Él había jurado no volver a hacerlo de nuevo.
Ewan apoyó las manos sobre la mesa y se impulsó sobre sus pies.
—Parece que tengo mucho que discutir con Mairin Stuart. Alaric, quiero que envíes una escolta para el padre McElroy. Él está arriba con los McDonald, administrando la extremaunción a uno de sus enfermos. Lo necesitaré aquí para realizar la boda. Si la muchacha es quien Maddie dice, no lo quiero retrasar. Nos casaremos inmediatamente.


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Mensaje por yiniva Dom 9 Sep - 14:24

Andale, que ya se supo, me gustaría que le dieran la opción de elegir a Mairin, que hablen con ella y le digan cómo están las cosas y que seria lo mejor para los dos realizar la boda.
Gracias por los capítulos


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Mensaje por Maria-D Dom 9 Sep - 17:33

Lectura Septiembre 2018 - Página 2 988602032  Buenoooo...ésto está la mar de interesante.
  Ya saben quién es Mairin y ahora, tendrán que "convencerla" de que casarse con Ewan es la mejor opción.
   A ver qué pasa.


   Muchas gracias por los capis.  Lectura Septiembre 2018 - Página 2 115428551


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Mensaje por berny_girl Dom 9 Sep - 21:20

CAPÍTULO 9

Ewan se detuvo fuera de la recámara de Mairin y sonrió ante la proximidad de sus propios aposentos privados. Probablemente no estaría complacida si supiera lo cerca que la había colocado. Llamó por cortesía, pero no esperó su respuesta antes de abrir la puerta y entrar en la habitación.
Mairin se giró de su posición en la ventana, con el cabello suelto volando sobre sus hombros. Las pieles habían sido tiradas a un lado para permitir que el brillo del sol entrara, y proyectaba un encantador retrato con la luz reflejando el matiz brillante de sus ojos.
Sí, en efecto era una chica hermosa, y él no tendría ninguna dificultad para casarse y tener un hijo con ella. De hecho, ahora que había decidido su curso de acción, esperaba con ilusión la perspectiva de tenerla en su cama.
Parecía indignada por su intrusión, pero antes de que pudiera lanzarle la reprimenda que estaba seguro era inminente, él levantó una mano. La muchacha no tenía ningún respeto por su autoridad sobre ella, pero eso era un asunto que cambiaría rápidamente. Cuando fuera su esposa, se deleitaría en su asesoramiento de su deber para con él y, lo más importante, su obligación de obedecerlo sin cuestionarle.
—¿Me dirás ahora lo que quiero saber? —le preguntó. Para ser justos, — y él era un hombre justo— quería darle la oportunidad de confiarle la identidad de su parentesco antes que le diera a conocer su propio conocimiento.
Ella alzó la barbilla mostrando su desafío como ya se lo esperaba y negó con la cabeza.
—No. No lo haré. No puede ordenarme que confíe en usted. Es lo más ridículo que jamás haya oído.
Sintió que se estaba calentando para ensartarse en una completa diatriba, así que hizo lo único que sabía que la haría callar.
Rápidamente cerró la distancia entre ellos, curvó sus manos alrededor de la parte superior de sus brazos y la atrajo hacia él. Sus labios encontraron los de ella en una ráfaga caliente, el jadeo de indignación quedó ahogado por su boca.
Se puso rígida contra él, sus manos empujaban entre ellos en un intento de alejarlo. Pasó la lengua sobre sus labios, saboreando su dulzura, exigiendo la entrada a su boca.
Su segundo jadeo salió más como un suspiro.
Sus labios se separaron y ella se fundió en su pecho como miel caliente. Era suave por todas partes, y encajaba en él como su espada encajaba en su mano. Perfectamente.
Empujó hacia el interior, deslizando su lengua por la de ella. Se puso rígida de nuevo, y sus dedos se apretaron en su pecho como dagas diminutas. Él cerró los ojos y se los imaginó cavando en su espalda mientras empujaba entre sus muslos.
Señor, pero que dulce era. No, acostarse con ella no sería un sacrificio en absoluto. La imagen de verla hinchada con su niño destelló a través de su mente, y se encontró muy complacido con la misma. Muy complacido en efecto.
Cuando por fin se apartó, sus ojos estaban vidriosos, sus labios deliciosamente hinchados, y se balanceaba como un árbol joven en el viento.
Parpadeó varias veces y luego frunció el ceño enérgicamente.
—¿Por qué hizo eso?
—Era el único modo de hacerte callar.
Ella se erizó con indignación.
—¿Hacerme callar? ¿Usted se tomó libertades con mis... mis... mis labios con el fin de silenciarme? Eso fue muy impertinente de su parte, Laird. No permitiré que lo haga otra vez.
Él sonrió y cruzó los brazos sobre su pecho.
—Sí, lo harás.
Su boca se abrió de asombro y luego boqueó como si tuviera dificultades para hablar.
—Le aseguro que no lo haré.
—Te aseguro que no tengo duda de ello.
Ella golpeó el suelo con el pie, y él ahogó su risa ante la furia en sus ojos.
—¡Se ha vuelto loco! ¿Es una trampa? ¿Un intento de seducirme para que le diga quién soy?
—No, en absoluto, Mairin Stuart.
Retrocedió en estado de shock. Si tenía alguna duda acerca de la validez de las afirmaciones de Maddie, ya no las tenía ahora. La reacción de Mairin fue demasiado genuina. Estaba completamente horrorizada de que supiera la verdad.
Rápidamente se dio cuenta que se había delatado a sí misma al no intentar negarlo. Las lágrimas brotaron de sus ojos y se dio la vuelta, dirigiendo el puño hacia su boca.
Una sensación incómoda se anudó en su pecho. La visión de su angustia lo perturbaba. La muchacha había sufrido bastante, y ahora parecía como si estuviera totalmente derrotada.
La luz había desaparecido de sus ojos en el momento en que él había pronunciado su nombre.
—Mairin, —comenzó y suavemente le tocó el hombro. Ella se estremeció bajo su tacto, entonces se dio cuenta de que temblaba con silenciosos sollozos—. Muchacha, no llores. Esto no es tan malo como crees.
—¿No? —dijo sorbiéndose la nariz y alejándose de su mano, se acercó a la ventana de nuevo. Inclinó la cabeza y su cabello cayó sobre su rostro, ocultándolo de su vista.
Él no era nada bueno con las lágrimas. Ellas lo desconcertaban. Se sentía mucho más cómodo cuando incitaba su ira. Así que hizo lo único que sabía que la enfurecería. Le ordenó que dejara de llorar.
Como había predicho, se volvió hacia él, bufando como un gato arrinconado.
—Lloraré si quiero. ¡Usted dejará de darme órdenes!
Él arqueó una ceja.
—¿Te atreves a desafiar mis órdenes?
Se sonrojó, pero al menos había dejado de llorar.
—Ahora háblame de esa marca en tu muslo. El escudo de tu padre. Me gustaría verlo.
Ella enrojeció y retrocedió un paso hasta que su espalda golpeó la saliente de la ventana.
—¡No voy a hacer algo tan indecente como mostrarle mi pierna!
—Cuando estemos casados, veré más que eso, —dijo suavemente.
—¿Casados? ¿Casados? No voy a casarme con usted, Laird. No voy a casarme con nadie. Al menos, no todavía.
Eso era algo que aún intrigaba a Ewan. Claramente la muchacha no había descartado totalmente la noción del matrimonio, y parecía suficientemente sensata, por lo que tenía que darse cuenta de la importancia de casarse. Difícilmente podría engendrar el heredero de Neamh Álainn si nunca se casaba.
Se sentó en la cama y estiró las piernas. Esto podría tardar un rato, por lo que sería mejor ponerse cómodo.
—Dime por qué todavía no. Sin duda has pensado en el matrimonio.
—Sí, he pensado en ello. No he pensado más que en eso en los últimos años, —dijo abruptamente—. ¿Tiene alguna idea de cómo los últimos diez años han sido para mí? Vivir con miedo, teniendo que esconderme de los hombres que me forzarían, a fin de obtenerme en matrimonio. Hombres que plantarían su semilla en mi vientre y me desecharían al momento en que diera a luz.
»Yo no era más que una niña cuando me vi obligada a esconderme. Una niña. Necesité tiempo para formular un plan. La madre Serenity me sugirió encontrar a un hombre, un guerrero, con la fuerza para proteger mi herencia, pero también un hombre de honor. Alguien que me tratara bien, —susurró—. Un hombre que apreciaría el regalo que yo traería a nuestro matrimonio. Y a mí.
Se sintió golpeado por la vulnerabilidad en su voz. Los sueños de una joven mujer sonaban intensos en la historia que hilaba. No eran factibles, pero cuando la miró, comprendió que había estado desesperada y asustada, y se aferraba a la esperanza de encontrar a ese hombre entre todos ellos, que sólo querrían hacer justamente como dijo. Casarse con ella, fecundarla, y descartarla cuando ya no sirviera a su propósito.
Él suspiró. Quería ser amada y apreciada. No podía ofrecerle esas cosas, pero sí podía ofrecerle su protección y su respeto. Era mucho más de lo que Duncan Cameron le daría.
—Nunca te haré daño, muchacha. Tendrás el debido respeto como esposa del Laird del clan McCabe. Te protegeré y a cualquier niño que engendremos. Querías un hombre que tuviera la fuerza para defender tu herencia. Yo soy ese hombre.
Ella volvió sus ojos heridos hacia él, escepticismo brillando en su mirada.
—No lo tome como un insulto, Laird, pero su fortaleza se está derrumbando alrededor de sus orejas. Si no puede defender su propiedad, ¿cómo espera poder defender una heredad como Neamh Álainn?
Se puso rígido ante el insulto, intencionado o no.
—No puede enojarse por este tipo de observaciones, —se apresuró a decir—. Es mi derecho cuestionar las calificaciones del hombre con quien me casaré y en manos de quién pondré mi vida.
—He pasado los últimos ocho años fortaleciendo mis huestes. No existe un ejército más grande, y mejor entrenado en toda Escocia.
—Si eso es correcto, ¿por qué entonces el torreón parece como si hubiera sufrido daños de consecuencias catastróficas durante una batalla?
—Lo hizo, —dijo sin rodeos—. Hace ocho años. Desde entonces, mi atención se ha centrado en mantener a mi clan alimentado y a mis hombres entrenados. Las reparaciones en el torreón han sido una prioridad mucho menor.
—Yo no habría querido casarme con nadie todavía, —dijo con una voz triste.
—Sí, puedo entender eso. Pero parece que ya no tienes otra opción. Has sido descubierta, muchacha. Si piensas que Duncan Cameron se dará por vencido cuando una heredad como Neamh Álainn está en juego, eres tonta.
—No hay necesidad de ser insultante, —expresó bruscamente—. No soy tonta.
Se encogió de hombros, cada vez más impaciente por la dirección que tomaba la conversación.
—A mi modo de ver, tienes dos opciones. Duncan Cameron. O yo.
Ella palideció y se retorció las manos con agitación.
—Tal vez deberías pensarlo un poco. El sacerdote debería llegar dentro de dos días. Voy a esperar una respuesta hasta entonces.
Ignorando la mirada aturdida en sus ojos, dio media vuelta y se encaminó a la salida de la recámara. Se detuvo en la puerta y se volvió a mirarla fijamente.
—No pienses en tratar de escapar de nuevo. Te darás cuenta de que no tengo paciencia para perseguir muchachas desobedientes por todas mis tierras.


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Mensaje por berny_girl Dom 9 Sep - 21:21

CAPÍTULO 10

Casarse con el Laird. Mairin se paseaba por el interior de la recámara hasta que pensó que podría volverse loca. Se detuvo junto a la ventana y miró hacia fuera, inhalando el suave aire primaveral. Era una cálida tarde con apenas una suave brisa fría.
Tomando una decisión, recogió su chal y salió a prisa de la habitación. Tan pronto como salió del torreón uno de los guerreros McCabe se puso a caminar a su lado.
Echó una ojeada cautelosa hacia él y recordó que era uno de los hombres que habían estado con Alaric el día en que la habían encontrado a ella y a Crispen. Escudriñó en su memoria por su nombre, pero todo el incidente había sido una gran bruma.
Sonrió, pensando que sólo quería ofrecerle su saludo, pero él continuó caminando a su lado cuando dobló la esquina de la fortaleza y siguió en dirección de la brecha de la colina.
Antes de que pudiera levantar el dobladillo de su vestido y pasar por encima de la superficie de la roca desmoronada, el soldado galantemente le tomó la mano y la ayudó a subir.
Se detuvo y casi chocó con ella, de tan cerca que la seguía. Se dio la vuelta y echó al cuello atrás para poder mirarlo a los ojos.
—¿Por qué me estás siguiendo?
—Órdenes del Laird, mi señora. Es peligroso para usted caminar alrededor del torreón sin escolta. Yo soy el encargado de su protección cuando el propio Laird no esté con usted.
Ella resopló y puso una mano en su cadera.
—Él teme que me escape otra vez y te ha dado la tarea de que te asegures de que eso no pase.
El soldado no hizo más que parpadear.
—No tengo ninguna intención de abandonar la fortaleza. El Laird me ha informado de las consecuencias de tal acción. Voy simplemente a dar un paseo y tomar un poco de aire fresco, por lo que no hay razón para que tengas que abandonar tus otros deberes para acompañarme.
—Mi único deber es su seguridad, —dijo solemnemente.
Dio un suspiro de contrariedad. Estaba segura de que los hombres del Laird eran tan cabezotas y obstinados como él. Probablemente era un requisito.
—Muy bien. ¿Cómo te llamas?
—Gannon, mi señora.
—Dime, Gannon, ¿eres mi guardia permanente?
—Comparto el deber con Cormac y Diormid. Junto a sus hermanos, somos los hombres del Laird con más alto rango.
Ella se abrió paso entre las piedras que sobresalían desde el suelo mientras hizo su camino por la ladera hacia donde pastaban las ovejas.
—No puedo imaginar que este sea un deber que alguno de ustedes daría la bienvenida, —dijo con ironía.
—Es un honor, —dijo Gannon gravemente—. La confianza del Laird es grande. Él no confiaría la seguridad de la señora del torreón a cualquiera de sus soldados.
Se detuvo y se dio la vuelta, manteniendo sus labios apretados para impedir que un grito se le escapara.
—¡No soy la señora de este castillo!
—Lo será dentro de dos días, tan pronto llegue el sacerdote.
Cerró los ojos y negó con la cabeza. Nunca había sido bebedora de licores, pero en estos momentos una bañera entera de cerveza sería bienvenida.
—El Laird le hace un gran honor, —Gannon dijo, como si percibiera su inquietud.
—Pienso que es al revés, — murmuró.
—¡Mairin! ¡Mairin!
Se volvió para ver a Crispen corriendo por la colina tan rápido como sus piernas se lo permitían. Gritó su nombre durante todo el camino y casi la tiró a sus pies cuando se estrelló contra ella. Sólo la mano firme Gannon impidió su caída.
—Cuidado, muchacho —dijo Gannon con una sonrisa—. Golpearás a la chica de nuevo si no pones atención.
—¿Mairin, es cierto? ¿Es verdad?
Crispen se contoneaba sin parar, de la emoción. Sus ojos brillaban como estrellas gemelas y se aferró a sus brazos, mientras alternativamente la abrazaba y la aplastaba.
Ella agarró sus hombros y con cuidado lo apartó de sí.
—¿Es cierto, qué Crispen?
—¿Vas a casarte con papá? ¿Serás mi madre?
La ira descendió a una velocidad impresionante. ¿Cómo pudo? ¿Cómo pudo el Laird hacerle esto a Crispen? Se le rompería el corazón si ella se negara. La manipulación del hombre la sorprendió. Lo había considerado más honorable de lo que era. Arrogante, sí. Incluso determinado y centrado.
Pero no había imaginado, que él actuaría de manera tan deshonesta agitando las emociones de su joven hijo. Furiosa, se volvió hacia Gannon.
—Llévame con el Laird.
—Pero mi señora, está con los hombres. Él nunca quiere ser molestado durante el entrenamiento, a menos que sea una cuestión de gran urgencia.
Ella avanzó hacia él, clavándole un dedo en su pecho. Acentuó sus palabras empujándolo. Viéndose obligado a dar un paso hacia atrás, su mirada cautelosa.
—Tú me llevarás inmediatamente o pondré a todo el torreón de cabeza hasta encontrarlo. Créeme cuando te digo, que este es un asunto de vida o muerte. ¡Su vida o su muerte!
Cuando vio la negación determinada en los ojos de Gannon, levantó las manos y dejó escapar un gran suspiro de exasperación y volvió la cabeza mirando hacia abajo de la colina. Encontraría al Laird por sí misma. Si él estaba entrenando con sus hombres, significaba que estaba en el patio, donde tal capacitación se llevaba a cabo.
Recordando a Crispen, y ya que no tenía ningún deseo de que él escuchara lo que tenía que decirle al Laird, se volvió y señaló con el dedo bruscamente a Gannon.
—Tú te quedas cuidando a Crispen aquí. ¿Me oyes?
Boquiabierto por su orden, él miró alternativamente a ella y a Crispen como si no supiera qué hacer. Por último, se agachó y le dijo algo al muchacho, a continuación, lo empujó en la dirección del pastor.
Mairin se volvió y pisoteando, bajó por la colina, más enojada a cada paso. Estuvo a punto de tropezar con una piedra y caer de bruces, pero Gannon la cogió por el codo.
—Cálmese, mi señora. Se va a lastimar sí misma.
—No a mí misma, —murmuró—. A tu Laird, más probablemente.
—¿Perdón? Lo siento. No le oí.
Ella le enseñó los dientes y se apartó de su agarre. Se abrió camino en la esquina del torreón y entró al patio. El pesado sonido metálico de las espadas mezclado con juramentos, y el olor a sangre y sudor se elevaba fuertemente en sus orejas y nariz. Contempló a la masa de hombres en entrenamiento, hasta que finalmente encontró la fuente de su furia.
Antes de que Gannon pudiera detenerla, se metió en la refriega, su mirada centrada exclusivamente en el Laird. A su alrededor, los gritos se alzaron.
Pensó que un hombre se había caído al ella pasar, pero no podía estar segura porque no se detuvo en su búsqueda.
Allí, a mitad de camino, el Laird detuvo su actividad y se volvió para mirar. Cuando la vio, su frente se arrugó y frunció el ceño. No era sólo su espectáculo habitual de disgusto. Estaba furioso. Bien, eso estaba bien, porque ella también lo estaba.
Sólo cuando se detuvo apenas a un pie en frente de él, Gannon la alcanzó. Estaba sin aliento y mirando al Laird como si temiera por su vida.
—Perdóneme, señor. No pude detenerla. Estaba decidida a…
La mirada enojada encontró a Gannon, mientras arqueaba una ceja con incredulidad descarada.
—¿No pudiste detener a una chiquilla de correr a través del patio donde cualquiera de mis hombres podría haberla matado?
Mairin resopló con incredulidad, pero cuando se volvió para poder estudiar a los hombres, que ahora estaban todos de pie en silencio, tragó. Cada uno llevaba un arma, y si se hubiera parado a pensar en ello entonces, se habría dado cuenta de que rodear el perímetro habría sido una idea mucho mejor.
Todos estaban frunciéndole el ceño, demostrando su teoría de que el Laird exigía hosquedad y cabezonería de sus hombres.
Decidida a no mostrar ningún remordimiento por su error, se volvió hacia él y lo inmovilizó con toda la fuerza de su mirada. Podría estar enojado, pero ella lo estaba mucho más.
—No le he dado una respuesta, Laird, —casi gritó—. ¿Cómo ha podido? ¿Cómo ha podido hacer algo tan... tan... solapado y deshonroso?
El ceño fruncido en su rostro se transformó en una expresión de asombro total. La miró boquiabierto, con tal incredulidad que se preguntó si tal vez había entendido mal. Así que se apresuró a informarlo, de por qué precisamente estaba tan furiosa.
—Usted le dijo a su hijo que iba a ser su madre—. Se acercó a él clavándole un dedo en el pecho—. Me dio dos días. Hasta que el cura llegara. Dos días para tomar mi decisión, y sin embargo, le informa a todo el torreón que seré su nueva señora. —Para entonces, ya le pegaba sólidamente con la mano.
El Laird miró hacia abajo a sus dedos, como si fuera a espantar un insecto molesto. Luego se volvió hacia ella, con ojos tan helados que la hizo estremecer.
—¿Ya terminaste? —exigió.
Dio un paso atrás, la prisa inicial de su furia disminuyendo. Ahora que había descargado su rabia, la realidad de lo que había hecho la golpeaba en la cara.
Avanzó, sin darle oportunidad de poner ninguna distancia entre ellos.
—Jamás, jamás pongas en duda mi honor. Si fueras un hombre, ya estarías muerta. Y así será, si alguna vez vuelves a hablarme como lo has hecho justo ahora, te puedo garantizar que no te gustarán las consecuencias. Estás en mis tierras, y mi palabra es la ley aquí. Estás bajo mi protección. Y me obedecerás, sin lugar a dudas.
—Ni en sueños, —murmuró.
¿Qué? ¿Qué dijiste? —rugió la pregunta.
Lo miró serenamente, con una suave sonrisa en su rostro.
—Nada, Laird. Nada en absoluto.
Su mirada se estrechó y ella podía verlo crispando sus manos otra vez, como si no quisiera nada más que estrangularla. Empezaba a pensar que era una enfermedad suya. ¿Él iba por ahí queriendo ahogar la vida de todo el mundo o ella era especial en ese aspecto?
—Tengo miedo de que esta clase de impulsos sean totalmente inherentes a ti, —ladró el Laird.
Refrenó su boca y cerró los ojos. La madre Serenity le había asegurado que un día Mairin se arrepentiría de su propensión a dejar escapar sus más mínimos pensamientos. Hoy podría ser justo ese día.
Para entonces, los ceños de sus hombres habían sido reemplazados con abiertas miradas de diversión. Ella no apreciaba ser la fuente de ese regocijo, por lo que les devolvió una mueca de su propio arsenal. Esto sólo sirvió para hacerles moverse más nerviosamente mientras combatían su júbilo.
—Diré esto, una vez más, —dijo el Laird con voz amenazadora—. No he hablado de nuestro futuro matrimonio con nadie, salvo con los hombres que he enviado para escoltar al padre McElroy de vuelta a mis tierras y a aquellos a los que le encargué tu protección. Tenía que darle al sacerdote una razón para hacerlo venir aquí con tanta prisa. Tú, sin embargo, ahora has transmitido nuestras inminentes nupcias a mi clan.
Miró con inquietud a su alrededor para ver que una gran multitud se había congregado. Ellos se les quedaron mirando tanto a ella como a su señor con interés poco disimulado.
De hecho, estaban pendientes de cada palabra.
Contrajo los labios en un arco y lo miró fijamente, vio que todavía estaba erizado de indignación.
—Entonces, ¿cómo lo sabe su hijo? ¿Y por qué tengo un acompañante que me informa que su deber es velar por la seguridad de la señora del torreón?
—¿Me estás acusando de no hablar con la verdad?
Su voz era sepulcralmente tranquila, tan baja que apenas pudo oírle, pero el tono envió una oleada de miedo directamente a los dedos de sus pies.
—No, —dijo ella apresuradamente—. Simplemente me gustaría saber cómo tantas personas saben acerca del matrimonio, que puede o no ocurrir si usted no le ha dicho a nadie.
Sus ojos se estrecharon.
—En primer lugar, el matrimonio se llevará a cabo. Tan pronto como hayas recobrado tus sentidos y te des cuenta de que esta es la única opción sensata que te queda.
Cuando iba a abrir la boca para refutar su afirmación, él la sorprendió presionando la mano sobre su boca.
—Estarás en silencio y me permitirás terminar. Aunque tengo dudas de que alguna vez hayas sido capaz de mantenerte callada durante más de un momento en tu vida entera, —se quejó.
Ella resopló pero su mano se tensó sobre su boca.
—Sólo puedo asumir que mi hijo me escuchó por casualidad, hablando con mis hombres de nuestro matrimonio. Si le hubieras advertido de contener su lengua, él no lo hubiera repetido más allá de su pregunta. Pero ahora, que has anunciado nuestra boda a todo el clan. Algunos incluso podrían considerarlo como una propuesta. En cuyo caso, acepto.
Terminó con una sonrisa y luego dio un paso atrás, liberando su boca.
—¿Por qué... usted..., —balbuceó. Boqueó, pero nada salió.
Una aclamación se elevó de la multitud congregada.
—¡Una boda!
Felicitaciones fueron vociferadas. Dulces deseos se elevaron. Los hombres golpeaban la parte de atrás de sus escudos con las empuñaduras de sus espadas. Mairin hizo una mueca por el nivel de ruido y se quedó mirando al Laird, sin poder hacer nada. Él le devolvió la mirada, con los brazos cruzados sobre el pecho, una sonrisa de satisfacción tallando su demasiado hermoso rostro.
—¡Yo no le pedí que se casara conmigo!
Él estaba impávido por su vehemencia.
—Es la costumbre sellar los esponsales con un beso.
Antes de que pudiera decirle lo que pensaba de esa tonta idea, la arrastró contra él. Se golpeó contra su pecho y hubiera rebotado, si él no la hubiera sostenido firmemente en su lugar.
—Abre la boca, —exigió con una voz ronca que sonaba extrañamente sensible dado su grado de enojo.
Sus labios se separaron y él deslizó su lengua sensualmente sobre la de ella. Sus sentidos se dispersaron en el viento. Durante un momento se olvidó de todo, excepto del hecho de que él la estaba besando y tenía su lengua dentro de su boca.
Otra vez.
Y había anunciado a su clan que se casarían. O lo había hecho ella, tal vez. La comprensión de que, por cuanto más tiempo la besara frente a Dios y todo el mundo, más difícil sería para ella negar su reclamo, le hizo darle un fuerte empujón y casi se cayó sobre su trasero.
Para su mortificación, Gannon la cogió y la sostuvo en sus brazos mientras ella se limpiaba la boca con el dorso de su brazo.
Oh, pero el Laird la miraba con aire satisfecho ahora. Tenía una sonrisa de complacencia en su rostro mientras la miraba y esperaba.
—¿Beso? No le besaré. ¡Quiero golpearlo!
Se dio la vuelta y huyó. La risa del Laird la siguió todo el camino.
—¡Demasiado tarde, muchacha! Ya te besé.

De vuelta en su recámara, de la cual nunca debería haber salido, Mairin reanudó su paseo delante de la ventana. El hombre era imposible. Podría llevarla a la locura en un solo día. Él era controlador, autoritario. Arrogante. Hermoso. Y besaba como un sueño.
Gimió y se golpeó la frente con su mano. Él no besaba como un sueño. Lo hacía todo mal de todos modos. Estaba muy segura de que la madre Serenity nunca le había dicho nada acerca de lenguas al besarse. La abadesa había sido bastante descriptiva en sus conversaciones con Mairin. No quería que llegara ignorante a su lecho matrimonial, y por encima de todas las cosas, algún día tendría que casarse.
¿Pero lenguas? No, la madre Serenity no había dicho nada sobre el asunto de las lenguas. Mairin habría recordado tal cosa, sin duda.
Había supuesto que la primera vez que el Laird la había besado había sido una aberración. Un error. Después de todo, su boca estaba abierta. Se dio la casualidad de que la lengua de él podría haber resbalado dentro, ya que también tenía la boca abierta.
Frunció el ceño ante la idea. ¿Podría la madre Serenity haberse equivocado? Seguramente no. Estaba bien informada acerca de todas esas cosas.
Mairin confiaba en ella implícitamente.
¿Pero la segunda vez? No fue una coincidencia, porque esta vez él le ordenó abrir la boca, y como una tonta, la abrió y le permitió deslizarse dentro de la de ella.
Sólo el recuerdo la tenía temblando. Fue...
Fue bochornoso. Eso es lo que fue. Y así se lo diría si alguna vez trataba de hacerlo de nuevo.
Sintiéndose un poco mejor ahora que tenía aquel asunto resuelto, giró sus pensamientos a la apremiante cuestión del matrimonio.
El suyo.
Era cierto que él llenaba una gran parte de los criterios que ella y la madre Serenity habían requerido. Era indudablemente fuerte. Parecía terriblemente posesivo de aquellos a los que consideraba bajo su protección. Muy cierto que tenía un gran ejército. No había más que ver el número de hombres en el patio y lo duro que entrenaban.
El matrimonio sería igualmente, si no más que beneficioso para él. Sí, ella tendría su protección, y él tenía el poder para defender una heredad como Neamh Álainn, pero él obtendría la riqueza acumulada y la tierra que sólo rivalizaba con la del rey.
¿Confiaba en él para sostener tal poder? No tenía la intención de impugnar su honor. Había estado enfadada, pero realmente no creía que él fuera un hombre sin honor. Si lo fuera, intentaría mucho más duramente tratar de escapar. No, estaba estudiando seriamente su propuesta. O la propuesta de ella. O quienquiera que la hubiera emitido.
No había estado en contacto con muchos hombres en su vida. Sólo a una edad temprana, antes de haber sido tomada a la abadía en medio de la noche y retenida allí durante muchos años. Pero recordaba el miedo y el conocimiento absoluto de que su vida cambiaría enormemente si caía en las manos equivocadas.
Ella no sentía ese miedo con Ewan McCabe. Oh, la intimidaba, pero no temía que la maltratara. Ya había tenido suficientes oportunidades —y deseos— de estrangularla, y sin embargo, había sostenido su carácter cada vez. Incluso cuando no estaba convencido de su papel en el rapto y rescate de su hijo, no había hecho un solo movimiento para hacerle daño.
Estaba llegando rápidamente a la conclusión de que él era todo bravatas.
El pensamiento la hizo sonreír. A los hombres McCabe les gustaba fruncir el ceño. Alaric había permanecido con ella, incluso después de murmurar maldiciones contra ella y todas las mujeres. Caelen... bueno, por ahora tenían un acuerdo mutuo para evitarse el uno al otro. Ahora bien, él la asustaba. A él no lo gustaba ella, y no le importaba si se daba cuenta de eso o no.
¿Estaba loca por considerar el matrimonio con el Laird?
Se puso de pie junto a la ventana y vio cómo las sombras oscurecían las colinas que rodeaban el torreón. En la distancia, los perros ladraban mientras traían a las ovejas. La tonalidad púrpura del crepúsculo había caído sobre la tierra. Bajo el suelo, la clara niebla, se elevaba cubriendo las colinas como una madre arropando a su hijo para la noche.
Esta sería su vida. Su marido. Su fortaleza. Su clan. Ya no tendría que temer que en cualquier momento sería encontrada y obligada a casarse con un hombre bruto que se preocupaba nada más que por las riquezas que traerían consigo el nacimiento de un heredero.
Tendría una vida, una que ya había perdido la esperanza de tener alguna vez, y tendría una familia. Crispen. El Laird. Sus hermanos. Su clan.
Oh, pero el anhelo era feroz en su interior.
Volvió sus ojos hacia el cielo y susurró una ferviente oración.
—Por favor, Dios. Permite que esta sea la decisión correcta.


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Mensaje por Maria-D Lun 10 Sep - 3:24

lol!   Choque de voluntades, ante todo el clan. Y a Mairin no parece desagradarle ya la idea.
   Es que Ewan es una perita en dulce (en plan guerrero, claro Razz ) como ya comprobó con sus mismos ojos... Shocked 
  Además, el pequeño es una baza muy grande también: la quiere con locura.
   ¡ Nos vamos de boda !  Wink Wink Wink 
   Gracias por los capis.  Lectura Septiembre 2018 - Página 2 115428551


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Mensaje por yiany Lun 10 Sep - 9:25

Cap 5: me encanta la interacción de ese par, se nota que ella le sacará unas cuantas canas al Laird.
Cap 6: pobre Crispen le ganó la emoción y rompió su promesa y está todo acongojado Aunque el nombre de Mairin no pareció significar nada para los hermanos, seguro lo averiguaran pronto


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Mensaje por yiniva Lun 10 Sep - 14:40

hay que genial, que bien que aceptará casarse, es lo mejor para los dos, que show dieron a los hombres del clan, Crispen el más emocionado
gracias por los capítulos


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Mensaje por yiany Lun 10 Sep - 15:01

Cap 7: interesante paseo nocturno, donde queda ese lago?  Lectura Septiembre 2018 - Página 2 1236164004 Lectura Septiembre 2018 - Página 2 1236164004 Lectura Septiembre 2018 - Página 2 1236164004


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Mensaje por Maria-D Lun 10 Sep - 16:07

yiany escribió:Cap 7: interesante paseo nocturno, donde queda ese lago?  Lectura Septiembre 2018 - Página 2 1236164004 Lectura Septiembre 2018 - Página 2 1236164004 Lectura Septiembre 2018 - Página 2 1236164004
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Lectura Septiembre 2018 - Página 2 Empty Re: Lectura Septiembre 2018

Mensaje por yiany Lun 10 Sep - 18:47

Cap 8: bueno ya se supo todo, ahora solo queda esperar a ver como plantea la situación Ewan y la reacción de Mairin. Es una lástima que sólo sea vista como el premio a conseguir, pero desafortunadamente es típico de la época.


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yiany
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Mensaje por berny_girl Lun 10 Sep - 21:53

CAPÍTULO 11

La muchacha estaba sumergida en una bañera llena de agua, la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados, y una expresión de pura felicidad rodeaba el contorno de su rostro.
Ewan la observaba desde la puerta, en silencio para no molestarla. Debería darle a conocer su presencia. Pero no lo hizo. Estaba disfrutando demasiado del espectáculo.
Su cabello estaba recogido encima de su cabeza, pero mechones sueltos caían a la deriva por la columna esbelta de su cuello, adhiriéndose a su piel húmeda. Su mirada se desvió a lo largo de las líneas de aquellas hebras. Estaba particularmente fascinado por las que descansaban en las curvas de sus pechos.
Tenía unos pechos hermosos. Tan hermosos como el resto de ella. Era toda, suaves curvas y líneas agradables a la vista. Se movió, y por un momento pensó que había sido atrapado, pero ella nunca abrió los ojos. Se arqueó sólo lo suficiente como para que las puntas de sus rosados pezones se levantaran por encima del agua.
Su boca se secó. Su polla se puso rígida y se estiró contra sus calzones. Apretó y aflojó sus dedos, perturbado por la feroz reacción que se agitó en su interior.
Estaba duro y dolorido. La necesidad crecía intensa dentro de él. No había nada que le impidiera avanzar por la habitación, sacarla de la bañera y llevarla hasta su cama. Ella era suya para tomar. A partir del momento en que había puesto un pie en sus tierras, fue suya. Se casara con él o no.
Sin embargo, la parte perversa de su naturaleza quería que viniera a él. Quería que aceptara su destino y se uniera a él por voluntad propia. Sí, la conquista sería mucho más satisfactoria cuando la muchacha estuviera dispuesta. No es que él no pudiera tenerla dispuesta en cuestión de segundos...
Un grito asustado resonó a través de la habitación. Él frunció el ceño mientras miraba fijamente sus ojos abiertos. No quería que la muchacha le tuviera miedo.
Ella no se quedó asustada por mucho tiempo.
Chispeando de indignación, se precipitó sobre sus pies. El agua salpicó sobre un lado de la tina de madera y chorreó por su cuerpo, acentuando cada una de las curvas deliciosas que él acababa de admirar.
—¿Cómo se atreve?
Se puso de pie, temblando en el agua, sin una pizca de ropa que obstruyera la visión completa de su cuerpo. Ah, ella era una vista encantadora, escupiendo furia, sus pechos empujándose orgullosamente hacia arriba. Rizos oscuros ubicados en el vértice de sus piernas, cuidando de los dulces misterios que yacían debajo.
Y luego, como si se diera cuenta que le había dado mucho más que un vistazo al precipitarse en sus pies, soltó un chillido y retrocedió rápidamente en la bañera. Ambos brazos cubriendo su pecho e inclinada hacia delante, ocultando la mayor cantidad de sí misma como fuera posible.
—¡Fuera! —rugió.
Él parpadeó con sorpresa y luego sonrió abiertamente su aprecio por su chillido. Ella podría ser una cosita, y parecer engañosamente inofensiva, pero era una fuerza a tener en cuenta. Sólo había que preguntarle a sus hombres, quienes eran todos comprensiblemente cautelosos en torno a su persona.
Les daba órdenes a Gannon, Diormid, y Cormac despiadadamente. Al final del día tenía que tratar con una lista de quejas acerca de sus deberes para proteger —y aplacar— a su señora. Cormac creía que ella debería hacerse cargo de la formación de sus tropas. Ewan pensaba que tenía una veta maliciosa y que sólo estaba tomando represalias sobre el hecho de que les había dado la tarea de cuidar de su persona.
Mairin no estaba por encima de sus órdenes y los que se tropezaban en su camino tampoco. Y si alguien la cuestionaba, simplemente le daba a cada uno su dulce e inocente sonrisa y les decía que, de acuerdo a su Laird, pronto sería la señora de la fortaleza. Por consiguiente, era su deber recibir instrucciones de ella.
El problema era que la mayoría de esas instrucciones rayaba en lo absurdo. Los había dejado a todos hechos polvo durante los últimos dos días, y Ewan estaba allí para decirle que cesara. Estaba previsto que el padre McElroy llegara en cualquier momento. Primero, ella le daría su respuesta, y segundo, dejaría de hostigar a sus hombres haciéndoles parecer ojerosas mujeres al final del día.
Era vergonzoso para los guerreros gemir tanto, como sus hombres hacían.
—Ya he visto todo lo que hay que ver, —dijo Ewan arrastrando las palabras.
El rubor coronó sus mejillas y lo miró fijamente con desaprobación.
—No debería haber entrado sin llamar. No es adecuado.
Levantó una ceja y siguió mirándola aunque sabía que la incomodaba. El mismo demonio que la provocaba a conducir a sus hombres a la locura lo llevó a darle un poco de su propia medicina.
—Estabas profundamente dormida en la bañera, muchacha. No hubieras escuchado un ejército pasando por aquí.
Ella resopló y sacudió la cabeza en negación.
—Nunca duermo en la bañera. Porque, podría ahogarme. Eso sería estúpido, y yo nunca soy estúpida, Laird.
Sonrió de nuevo, pero no discutió el hecho de que había estado profundamente dormida cuando había entrado en la recámara. Se aclaró la garganta y pasó a la cuestión que los ocupaba.
—Tenemos que hablar, muchacha. Ya va siendo hora de que me des una respuesta. El sacerdote debería estar aquí en cualquier momento. Ya has hecho suficientes travesuras. Este es un asunto serio que hemos de decidir.
—No hablaré con usted hasta que esté fuera de la bañera y vestida— dijo con un resoplido.
—Yo podría ayudarte con ese asunto, —dijo, sin siquiera pestañear.
—Eso es muy considerado... —fue bajando la voz cuando se dio cuenta de lo que le había ofrecido. Entrecerró los ojos y rodeó los brazos, más apretadamente alrededor de sus piernas—. No cederé hasta que deje esta habitación.
Suspiró, más para sofocar la risa que lo amenazaba, que para mostrar exasperación.
—Tienes apenas un minuto antes de que yo vuelva. Te sugiero que te des prisa. Ya me has hecho esperar el tiempo suficiente.
Podría jurar que gruñó cuando se volvió para caminar hasta la puerta. Él sonrió de nuevo. Estaba demostrando ser una digna novia y señora para el clan McCabe. Podría haber esperado que una mujer en sus circunstancias fuera un ratón asustado, pero era tan feroz como cualquiera de sus guerreros. Tenía ganas de despojarla de las tantas y diversas capas que había presentado y llegar a la mujer que se escondía debajo. La muy encantadora y suave muchacha, a la que ya había visto reluciente y húmeda.
Señor, pero ella era hermosa. Y, maldito fuera si no estaba impaciente por ponerla delante del sacerdote.
Mairin se lanzó fuera de la bañera y envolvió con fuerza una de las pieles alrededor de ella. Echando miradas furtivas por encima de su hombro, se puso de pie frente al fuego mientras se apresuraba a secarse lo suficiente como para poder ponerse su vestido de nuevo. No estaría bien que el Laird regresara antes de que terminara de vestirse.
Su cabello todavía estaba completamente mojado, así que se vistió y luego se sentó frente al fuego para secarlo y peinarlo. Tembló cuando las cortinas de la ventana revolotearon con una particular ráfaga de viento inclemente y el aire frío sopló sobre su pelo húmedo.
Cuando el golpe sonó, aunque había estado esperándolo, saltó y se volvió para verlo abrir la puerta y entrar. Sus ojos pasando sobre ella como brasas calientes, y de repente ya no sentía frío en absoluto. De hecho, definitivamente su habitación estaba más caliente ahora.
Se quedó en silencio, con la boca seca, y, por primera vez, sin palabras. Había algo diferente en él, pero no estaba segura qué, o si lo quería saber. Él la estudió —no, él no la estudiaba—. La estaba devorando con los ojos. Como si fuera un lobo hambriento acercándose a su presa.
Tragó saliva ante la imagen que su pensamiento invocó, y se cubrió el cuello con la mano, como si lo protegiera de sus dientes.
Él no se perdió el gesto y la diversión brilló intensamente en sus ojos.
—¿Por qué estás asustada de mí ahora, muchacha? Has demostrado desde el principio que no me tienes miedo. No puedo imaginar que haya hecho algo ahora para cambiar eso.
—Se ha terminado, —dijo en voz baja.
Él ladeó la cabeza hacia un lado y luego se acercó a ella, colocando su enorme cuerpo en el pequeño banco enfrente del fuego.
—¿Qué se ha terminado, muchacha?
—El tiempo, —murmuró—. Me he quedado sin tiempo. Fui una tonta por no estar mejor preparada. Esperé demasiado, y esta es la verdad de Dios. Debería haber elegido un marido mucho antes, pero estaba tan tranquila en la abadía. Caí en una falsa sensación de seguridad. La madre Serenity y yo siempre hablábamos del futuro, pero con cada día que pasaba, el futuro se cernía cada vez más cerca.
Él negó con la cabeza y ella volvió la mirada hacia él, sorprendida por su negativa.
—Lo hiciste muy bien, Mairin. Tú esperaste.
Confundida, frunció la nariz y le preguntó.
—¿Qué fue lo que esperé, Laird?
Entonces sonrió, y ella vio la arrogancia grabada en cada una de las facciones de su cara.
—Esperaste por mí.
Oh, pero el hombre sabía cómo arruinar su estado de ánimo. Esa era la verdad, pensaba que lo hacía a propósito. Suspiró, queriendo aplazar su discusión un poco más. Ella sabía y él sabía que se casaría con él. No había otra opción. Pero él quería que le dijera las palabras, así que ella se las daría.
—Me casaré contigo.
Sus ojos brillaron en señal de triunfo. Pensó que se burlaría un poco más de ella, que tal vez le diría que ya iba siendo hora de que recobrara sus sentidos. Pero no hizo ninguna de esas cosas. Solo la besó.
En un momento estaba a una distancia respetable. Y al siguiente estaba tan cerca que se vio envuelta por su olor.
La tomó de la barbilla y se la levantó para así poder ajustar su boca a la de ella. Tibia —no, caliente— y cada vez más caliente a cada segundo que pasaba, sus labios se movieron sobre los de ella como terciopelo.
Era una hazaña impresionante que pudiera besarla y todos sus sentidos volaran. Para un hombre que constantemente le recordaba que debía mantenerlos con en su sitio, parecía sentir un gran placer en hacerlos huir de nuevo.
Su lengua raspó sobre sus labios, y cuando ella los mantuvo firmemente cerrados, se volvió más suave y persuasivo. Burlándose de la costura de su boca, lamiendo y mordisqueando entonces. Esta vez no le ordenó que abriera la boca, y a pesar de su determinación de no hacerlo así, se encontró suspirando de felicidad absoluta.
Tan pronto como sus labios se separaron, su lengua se deslizó en su interior, sondeando y acariciando con delicada precisión. Cada caricia incitaba una profunda respuesta, una que no podría explicar. ¿Cómo el besarse podía provocar que sus pechos se contrajeran y otras partes de su cuerpo hormiguearan y se hincharan hasta casi sentir dolor?
Él le provocaba sentimientos agitados, palpitantes, que le daban ganas de retorcerse directamente sobre su piel. Y cuando levantó sus manos para deslizarlas por sus brazos, se estremeció, temblando todo el camino hasta los dedos de sus pies. Cuando se apartó, estaba aturdida y lo contemplaba con confusión absoluta.
—Ah, muchacha, ¿qué me haces? —susurró.
Parpadeó rápidamente mientras intentaba reunirse a sí misma. Este era un momento en el que necesitaba ser solemne y sabia. Ofrecer algo acerca de cómo su matrimonio sería, fuerte y basado en el respeto mutuo.
Pero ninguna de esas cosas lograba formarse en su mente. En pocas palabras, sus besos, simplemente la reducían a una idiota balbuceante.
—No besas de la forma correcta, —dijo abruptamente.
Mortificada de que esto era todo lo que podía manejar decir, cerró los ojos y se preparó a sí misma para su censura.
Cuando volvió a abrirlos, todo lo que vio fue profunda diversión. El hombre parecía cercano a la risa. Sus ojos se estrecharon. Era obvio que necesitaba instrucción al respecto.
—¿Y cuál, si se puede saber, es la forma correcta?
—Tienes que mantener la boca cerrada.
—Ya veo.
Ella asintió con la cabeza para reforzar su declaración.
—Sí, no hay lenguas involucradas en los besos. Eso es indecoroso.
—¿Indecoroso?
Una vez más asintió con la cabeza. Esto iba mejor de lo que imaginaba. Estaba tomando sus instrucciones bastante bien.
—La madre Serenity me dijo que los besos deben darse en la mejilla, y sólo en situaciones muy íntimas en la boca. Y no deberían durar demasiado tiempo. Sólo lo suficiente para comunicar la adecuada emoción. Nunca mencionó nada acerca de una lengua. No puede ser apropiado que me beses y metas tu lengua dentro de mi boca.
Sus labios se curvaron de manera sospechosa. Incluso se llevó una mano a la boca y la frotó firmemente durante unos momentos antes de que la bajara y dijera:
—Y la madre Serenity es una autoridad en besos, ¿verdad?
Ella asintió con la cabeza vigorosamente.
—Oh, sí. Me dijo todo lo que necesitaba saber para la eventualidad de mi matrimonio. Ella se tomó su deber muy en serio.
—Tal vez deberías instruirme personalmente sobre este asunto del beso,—dijo—. Podrías mostrarme la manera correcta.
Frunció el ceño, pero entonces recordó que este era el hombre a quien estaba tomando como su marido. En ese caso, supuso que era totalmente apropiado, e incluso esperado, que debería ofrecer instrucción en materia de amor. Era muy decente de su parte ser tan comprensivo y proponerse corregir el asunto de inmediato.
Vaya, ellos iban a llevarse bastante bien.
Sintiéndose mucho mejor acerca de sus inminentes nupcias, se inclinó hacia adelante y estrechó los labios, dispuesta a mostrarle la manera correcta.
Tan pronto como sus labios tocaron los de él, la agarró por los hombros y la arrastró más cerca.
Se sintió devorada. Consumida. Como si él estuviera absorbiendo su esencia.
Y a pesar de su severo sermón y la paciente instrucción, utilizó su lengua.


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Mensaje por berny_girl Lun 10 Sep - 21:54

CAPÍTULO 12

—¡Despierte, mi señora! Es el día de su boda.
Mairin se forzó a abrir los ojos y gimió ante la visión de las mujeres que se apiñaban en su pequeña recámara. Estaba agotada. Sus nocturnos intentos de fuga y el tiempo dedicado a pasear por su habitación la habían absorbido. Después de la última conversación de anoche con el Laird, había caído en un sueño profundo.
Una de las mujeres hizo a un lado las pieles que cubrían la ventana y la luz del sol arponeó a través de los ojos de Mairin con afilada claridad.
Su gemido fue más fuerte esta vez y provocó una serie de risitas disimuladas a través de la habitación.
—Nuestra señora no parece estar emocionada de casarse con nuestro Laird.
—Christina, ¿eres tú? —gruñó Mairin.
—Sí, señora. Soy yo. Hemos traído agua caliente para que se dé un baño.
—Me bañé anoche, —dijo—. Tal vez podría obtener una hora más de sueño.
—Oh, pero un baño en la mañana de la boda es una necesidad. Vamos a lavarle el pelo y aplicar aceites perfumados en su piel. Maddie los hace ella misma y huelen divino. El Laird estará de lo más agradecido.
El Laird no era lo más importante en su mente esta mañana. El sueño lo era.
Otra risa corrió por la habitación, y se dio cuenta de que, una vez más, había dado voz a sus pensamientos.
—Y le hemos traído un vestido para la boda, —dijo otra de las mujeres.
Miró, tratando de recordar el nombre de la joven que estaba sonriendo con excitación hacia ella. ¿Mary? ¿Margaret?
—Fiona, mi señora.
Mairin suspiró.
—Lo siento. Hay tantas de ustedes.
—No me ofendió, —dijo Fiona alegremente.
—¿Ahora le gustaría ver el vestido que hemos confeccionado para usted?
Mairin se empujó con los codos y miró con ojos legañosos a las mujeres reunidas.
—¿Vestido? ¿Cosieron un vestido? Pero yo accedí a casarme con el Laird apenas anoche.
Maddie no lucía ni un poco avergonzada. Sonrió ampliamente y mantuvo el vestido en alto, de manera que pudiera verlo.
—Oh, sabíamos que era sólo cuestión de tiempo antes de que él la persuadiera, muchacha. ¿No está contenta de que lo hayamos empezado a coser? Se necesitaron dos días completos de costura, pero creo que usted estará feliz con el resultado.
Mairin se quedó mirando la hermosa creación frente a ella. Lágrimas subieron a la superficie de sus ojos, y parpadeó para mantenerlas a raya.
—Es hermoso.
Y lo era. Era de un rico brocado de terciopelo verde, con ribetes dorados en las mangas y el dobladillo. Alrededor de todo el corpiño había diseños intrínsecamente bordados con hilos de oro que brillaban con la luz del sol.
—Nunca he visto nada parecido en mi vida, —dijo.
Las tres mujeres le devolvieron la sonrisa. Entonces Maddie se acercó a la cama y tiró de las mantas.
—Usted no querrá hacer esperar al Laird. El sacerdote llegó esta mañana al amanecer, y está muy impaciente por celebrar la ceremonia.
Durante la hora siguiente, las mujeres lavaron, restregaron y frotaron a Mairin, de la cabeza a los pies. En el momento en que el baño estuvo terminado la recostaron sobre la cama para así poder aplicarle los aceites perfumados, ella estaba peligrosamente cerca de caer en la inconsciencia.
Le habían lavado y secado el pelo y luego cepillado hasta que reluciera y brillara. Este se abanicaba sobre su espalda, terso y delicado. Tenía que admitirlo, esas mujeres sabían cómo hacer que una joven se sintiera mejor el día de su boda.
—Listo, —anunció Cristina—. Ahora el vestido y estará dispuesta para su casamiento.
En ese momento llamaron a la puerta y la voz de Gannon resonó a través de la pesada madera.
—El Laird quiere saber cuánto tiempo más van a tardar.
Maddie rodó sus ojos y luego se fue a abrir la puerta de un tirón, aunque mantuvo su cuerpo entre Gannon y el interior de la habitación para que no viera la desnudez de Mairin.
—Dígale al Laird que la llevaremos abajo tan pronto como nos sea posible. ¡Estas cosas no se pueden apresurar! ¿No puede una chica lucir bien el día de su boda?
Gannon murmuró una disculpa y luego retrocedió, prometiendo que transmitiría las noticias al Laird.
—Ahora bien, —dijo Maddie mientras regresaba hasta Mairin—. Vamos a ponerle este vestido y luego dirigirnos escaleras abajo hasta el Laird.
[center][img(500px,100px)]https://i.servimg.com/u/f24/13/12/72/47/captur10.jpg[/img][url][/center[/url]]
—Han estado allí durante horas, —Ewan murmuró—. ¿Qué podrá estarles tomando tanto tiempo?
—Son mujeres, —dijo Alaric, como si eso lo explicara todo.
Caelen asintió con la cabeza y se volvió hacia su jarra para vaciar lo que quedaba de su cerveza.
Ewan se sentó en su silla de respaldo alto, y negó con la cabeza. El día de su boda. Había una marcada diferencia entre este y el día en que se había casado con su primera esposa. No había pensado en Celia, excepto de pasada, desde hace bastante tiempo. Algunos días tenía dificultad para evocar la imagen de su joven esposa en su mente. Los años habían pasado, y con cada uno, se había desvanecido más de su memoria.
Había sido un hombre mucho más joven cuando se había casado con Celia. Ella también había sido joven. Vibrante. Recordaba eso a menudo. Siempre tenía una sonrisa fácil. La había considerado su amiga. Habían sido compañeros de juegos infantiles antes de que el entrenamiento se hubiera convertido en su vida. Años más tarde, sus padres habían tenido a bien aliarse y el matrimonio entre los clanes tuvo sentido.
Ella le dio un hijo en su segundo año de matrimonio. En el momento en que el tercer año arribó, estaba muerta, su fortaleza en ruinas y su clan casi diezmado.
Sí, el día de su boda había sido una alegre ocasión. Habían festejado y celebrado durante tres días. Su rostro había estado iluminado por la alegría. Y había estado complaciente todo el tiempo.
¿Sonreiría Mairin? ¿O se presentaría a su matrimonio con esos mismos ojos heridos que había tenido cuando llegó?
—¿Dónde está ella, papá? —susurró Crispen a su lado—. ¿Crees que cambió de idea?
Ewan se volvió para sonreír a su hijo. Pasó la mano por el pelo del muchacho en un gesto tranquilizador.
—Se está vistiendo, hijo. Estará aquí. Dio su palabra, y como ya sabes, ella pone un gran empeño en mantenerla. A las mujeres les gusta lucir lo mejor posible el día de su boda.
—Pero ella ya es hermosa —Crispen protestó.
—Eso es cierto, —señaló. Y así era. La muchacha no sólo era preciosa, era encantadora—. Pero a ellas les gusta verse muy especiales para estas ocasiones.
—¿Tiene flores? Debería tener flores.
Ewan casi se echó a reír al ver la expresión de consternación en el rostro del chico. Su hijo estaba más nervioso que él. Él no estaba nervioso. No, él sólo estaba impaciente y listo por tenerlo todo hecho.
—¿No tienes flores? —preguntó Crispen.
Miró a su hijo. Parecía tan horrorizado que Ewan frunció el ceño.
—En ningún momento pensé en las flores. Pero quizás tengas razón. ¿Por qué no vas y resuelves el asunto con Cormac.?
Al otro lado de la habitación, Cormac había estado evidentemente escuchando la conversación. Parecía tan horrorizado como el muchacho había estado, y dio apresuradamente un paso atrás. Pero Crispen era demasiado rápido y estuvo inmediatamente delante del hombre, exigiendo que fueran a recoger flores para Mairin.
Lanzó una mirada de descontento hacia Ewan, al mismo tiempo que se permitía ser arrastrado hacia fuera por el gran pasillo.
—¿Qué demonios les toma tanto tiempo? —Caelen demandó. Se removió inquieto en su silla y extendió sus largas piernas mientras encorvaba sus hombros—. Esto es un desperdicio de un buen día de entrenamiento.
Ewan se echó a reír.
—Yo no consideraría que el día de mi boda sea una pérdida de tiempo.
—Por supuesto que no lo harías, —dijo Alaric—. Mientras que el resto de nosotros estaremos afuera sudando, tú estarás disfrutando de una caliente y dulce muchacha.
—Él estará sudando, —dijo Caelen con picardía—. Sólo que no en la misma forma que el resto de nosotros.
Ewan levantó la mano para detener la conversación obscena, antes de que fuera captada por el resto de los hombres. Lo último que necesitaba era que su futura esposa llegara y quedara avergonzada de la cabeza a los pies.
En ese momento, Maddie irrumpió, sus mejillas ruborizadas y su pecho agitado mientras trataba de coger aliento.
—¡Ella ya viene, Laird!
Ewan echó un vistazo al sacerdote, que estaba disfrutando de una jarra de cerveza, y le hizo señas. Al momento en que Mairin dobló la esquina, todo el salón se puso de pie en reconocimiento de su presencia.
De pronto se sintió golpeado, momentáneamente mudo. La muchacha no sólo estaba hermosa. Estaba completamente magnífica. Atrás quedó la tímida y un tanto torpe y joven mujer, en su lugar estaba una dama con todo el porte de una descendiente de la realeza. Parecía justamente la princesa que era.
Entró en la habitación, con la cabeza en alto y aspecto de serena calma en su rostro. Tenía el pelo parcialmente recogido en un moño justo por encima de su nuca y el resto colgaba hasta la cintura.
Había un aire tan majestuoso en su apariencia, que Ewan de repente se sintió indigno.
Crispen irrumpió en el salón sosteniendo un montón de flores con tanta fuerza que los tallos ya estaban deslucidos y las flores marchitas mientras se desmoronaban. Corrió hacia Mairin y las metió entre sus manos, los pétalos diseminándose por el suelo.
Su expresión cambió por completo. Adiós a la muy imperturbable y fría mujer. Sus ojos se calentaron y sonrió tiernamente a su futuro hijo, mirando hacia abajo, se inclinó para rozar un beso en su frente.
—Gracias, Crispen. Son absolutamente hermosas.
Algo se retorció en el lugar donde estaba el corazón de Ewan. Dio un paso adelante hasta que estuvo justo detrás de Crispen. Bajó sus manos hasta posarlas sobre los hombros de su hijo mientras miraba dentro de los ojos azules de Mairin.
—El sacerdote espera, muchacha, —dijo con brusquedad.
Ella asintió con la cabeza y miró hacia el muchacho.
—¿Vendrás con nosotros, Crispen? Después de todo, tú eres una parte muy importante de esta ceremonia.
Crispen hinchó el pecho hasta que Ewan pensó que le estallaría. Luego deslizó su mano en la de Mairin. Él trató de tomar la otra, y ella entregó sus flores a Maddie antes de deslizar sus dedos entre los suyos.
Se sentía bien. Aquí estaba su familia. Su hijo y la mujer que sería una madre para él. La atrajo hacia donde los esperaba el sacerdote, mientras sus dos hermanos avanzaron hasta rodear a Ewan y Mairin.
Allí, entre la lealtad protectora de su familia, él y Mairin intercambiaron sus votos. Ella nunca vaciló. No dio ninguna indicación de que estaba cualquier cosa menos que dispuesta. Se quedó mirando al sacerdote a los ojos y luego se volvió para mirar a Ewan, mientras recitaba su promesa de honrar y obedecer.
Cuando el sacerdote los declaró marido y mujer, Ewan se inclinó para sellar su ofrenda de fidelidad con un beso.
Ella dudó apenas un momento y luego susurró:
—¡No utilizarás tu lengua!
Su carcajada resonó a través de todo el pasillo. Su clan miraba ansiosamente la fuente de la risa, pero él sólo tenía ojos para su nueva esposa.
Encontró sus labios, dulces y cálidos, y se tomó su tiempo mientras saqueaba su boca. Y, oh sí, él utilizó su lengua.
Cuando se apartó, ella lo miraba con ferocidad. Sonrió y alcanzó su mano, tirándola contra él, mientras se volvía hacia su gente. Luego mantuvo su mano en el aire y la presentó como la nueva señora de la fortaleza.
El rugido de su clan se hizo eco con tanta fuerza en el salón que Mairin hizo una mueca. Sin embargo, se mantuvo orgullosamente de pie al lado de Ewan, una sonrisa de placer curvando sus labios.
Uno a uno, sus hombres vinieron a arrodillarse y ofrecer su promesa de lealtad a su nueva señora. Al principio, parecía desconcertada por la demostración de devoción. Se retorcía inquieta como si quisiera desaparecer a través del piso.
Ewan sonrió mientras la veía llegar a un acuerdo con su nueva posición. Había llevado una vida de claustro. Ahora, por primera vez, estaba caminando hacia a su destino.
Cuando el último soldado se inclinó ante Mairin, tomó su codo para guiarla hacia la mesa donde Gertie y las otras ayudantes de cocina estaban ocupadas colocando las bandejas para el banquete de bodas. En la esquina, un pequeño grupo de talentosos músicos se reunieron para tocar un conjunto de alegres melodías. Después del convite habría baile y festejo hasta la ceremonia de las sábanas en el ocaso.
Compartió su lugar a la cabeza de la mesa con Mairin. La quería sentada a su lado en una posición de honor.
Pidió que una silla fuera colocada contigua a la suya, y cuando las escudillas fueron puestas y el primer plato fue servido, le ofreció los más selectos bocados de su porción.
Aparentemente, encantada por su deferencia, permitió que le ofreciera tiernos trozos de carne con su daga. Ella le regaló una sonrisa tan deslumbrante que por un momento se olvidó de respirar. Sacudido por el efecto que tenía sobre él, casi volcó la jarra que contenía la cerveza.
Alaric y Caelen estaban colocados a ambos lados de Ewan y Mairin. Después de que la última de las personas sentadas a la mesa principal había sido servida, Alaric se levantó de su asiento y pidió que hicieran silencio. Entonces alzó su copa y echó un vistazo a los novios.
—¡Por el Laird y su señora! —gritó—. Que su matrimonio sea bendecido con salud y muchos hijos.
—O hijas, —murmuró Mairin tan bajo que Ewan casi no la oyó.
Su boca hizo muecas mientras él escuchaba al resto de su clan rugir en conformidad. Alzó su copa e inclinó la cabeza en dirección de Alaric.
—Y que todas nuestras hijas sean tan hermosas como su madre.
Mairin jadeó suavemente y volvió sus brillantes ojos hacia Ewan. Su sonrisa iluminó todo el salón. Para su sorpresa absoluta, de repente se precipitó hacia arriba, cogió su cara entre sus manos, y le dio un vigoroso beso que serpenteó hasta los dedos de sus pies.
La sala estalló en un coro de ovaciones.
Incluso Caelen parecía divertido. Cuando Mairin se apartó, Ewan tuvo dificultades para recordar su propio nombre.
Ella se acercó más a él, presionando sus suaves curvas a su lado. Su cuerpo reaccionó inmediatamente. Estuvo duro al instante, y su posición actual le impedía moverse para aliviar el malestar creciente. Si se ajustara, apartaría a Mairin, y no quería que se alejara de él. Así que se sentó y se sintió cada vez más incómodo en su cautiverio.
A mitad del banquete, el flautista comenzó una melodía particularmente alegre. Era rápida y animada y docenas de pies comenzaron un rítmico zapateo en el suelo. Mairin aplaudió y dejó escapar un sonido de puro deleite.
—¿Bailas, muchacha? —preguntó Ewan.
Ella sacudió su cabeza, melancólica.
—No, nunca bailé en la abadía. Soy probablemente patosa en eso.
—Yo mismo no soy extremadamente elegante en ello, —le señaló—. Nos las arreglaremos junto.
Le regaló otra sonrisa y de manera impulsiva apretó su mano. Él hizo un repentino voto de que no importaba lo tonto que pareciera, bailaría con ella, siempre que lo deseara.
—¡Laird, Laird!
Uno de sus guardias entró corriendo a la sala, su espada desenvainada. Buscó a Ewan con la mirada e inmediatamente se dirigió hacia el final de la mesa. Éste se levantó, su mano automáticamente posándose sobre el hombro de Mairin en un gesto protector.
El soldado estaba sin aliento cuando se detuvo vacilante a menos de un pie de donde estaba Ewan. Alaric y Caelen se alzaron rápidamente de sus asientos y esperaron las noticias.
—Un ejército se aproxima, Laird. Recibí la noticia hace sólo un momento. Llevan la bandera de Duncan Cameron. Vienen del sur y estaban a dos horas de nuestra frontera en el último informe.


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Mensaje por digno Lun 10 Sep - 23:02

lo que se viene  Lectura Septiembre 2018 - Página 2 1f631  Lectura Septiembre 2018 - Página 2 1f627 ,gracias por los capis!!!!


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Mensaje por yiany Mar 11 Sep - 0:09

Cap 10: Mairin definitivamente no puede contener su lengua que polvorita de mujer, jajaja, se le para tu a tu al Laird y le canta la tabla en su cara.


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Mensaje por Maria-D Mar 11 Sep - 6:27

Shocked Shocked Shocked  ¡ La que se va a armar !
   La boda, al parecer, le ha traído felicidad a Mairin, después de todo. Nunca se ha visto tan agasajada.
  Gracias por los capis.  Lectura Septiembre 2018 - Página 2 115428551


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Mensaje por yiany Mar 11 Sep - 8:44

Cap 11: "no besas de la manera correcta". Jajaja morí, realmente su inocencia es completamente hilarante.
Cap 12: definitivamente adoro a Crispen, todo preocupado por las flores. Una hermosa boda, y ahora llegó Duncan a amargarles la fiesta. Se armó el follón.


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Mensaje por yiniva Mar 11 Sep - 13:26

tan bien que iban las cosas todos disfrutando y Mairin un poquito mas suelta y tenia que llegar Duncan
gracias por los capítulos


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Mensaje por berny_girl Miér 12 Sep - 2:20

CAPÍTULO 13


Ewan maldijo largo y fuerte. Las expresiones de Alaric y Caelen se volvieron tormentosas, pero algo más brilló en sus ojos.
Anticipación.
Agarró de nuevo la mano de Mairin y la apretó con tanta fuerza que ella hizo una mueca de dolor.
—Reúne a las tropas. Congréguense en el patio. Espérenme, —ordenó Ewan.
Comenzó a arrastrar a Mairin de la mesa cuando Alaric lo llamó.
—¿A dónde diablos vas, Ewan?
—Tengo un matrimonio que consumar.
Con la boca abierta, Mairin se encontró siendo impulsada hacia la escalera. Él apuró sus pasos, y ella se vio obligada a correr para mantenerse a su ritmo, o ser arrastrada detrás.
La empujó en su recámara y cerró de golpe la puerta a sus espaldas. Vio con perplejidad cuando él empezó a sacarse la ropa.
—Quítate el vestido, muchacha, —dijo, mientras echaba a un lado su túnica.
Completamente desconcertada, Mairin se hundió en el borde de la cama. ¿Quería que ella se desnudase? Él estaba ocupado tirando de sus botas, pero era su deber desnudarlo. Él no estaba haciendo lo correcto, en absoluto.
Pensando en instruirlo en su error, se levantó y se apresuró a detener su progreso.
Por un momento, él se inmovilizó y la miró como si fuera tonta.
—Es mi deber desnudarle, Laird. Es el deber de una esposa, —corrigió ella—. Estamos casados ahora. Debería desnudarte en nuestras habitaciones.
La mirada de Ewan se suavizó y estiró la mano para acariciar su mejilla.
—Perdóname, muchacha. Esta vez será diferente. El ejército de Duncan Cameron se acerca. No tengo tiempo para cortejarte con palabras dulces y un toque suave, —arrugó su frente e hizo una mueca—. Tendrá que ser una rápida encamada.
Lo miró, confundida. Antes de que pudiera seguir interrogándolo, él comenzó a tirar de los cordones de su vestido. Cuando no logro desatarlos rápidamente, tiró con impaciencia.
—Laird, ¿qué está haciendo? —balbuceó.
Se quedó sin aliento por la sorpresa cuando el material se desgarró y cayó de sus hombros. Intentó levantar el vestido de nuevo, pero Ewan lo empujó hacia abajo, dejándola sólo en su ropa interior.
—Laird, —comenzó, pero él la silenció tomándola por los hombros y presionando sus labios contra los de ella. Mientras la dirigía hacia la cama, logró despojarla del resto de su ropa.
Sus calzones cayeron al suelo, y sintió que algo caliente y duro rozaba contra su vientre. Cuando miró hacia abajo y vio lo que era, quedó boquiabierta y advirtiendo con horror el apéndice sobresaliente.
Capturó su barbilla, obligándola a dirigir su mirada hacia arriba de nuevo. A medida que su boca cubría la de ella, la bajó hacia el lecho hasta que estuvo acostada en su espalda y se tendió justo encima, su brazo apoyado en la cama para evitar que el peso completo de su cuerpo cayera sobre ella.
—Abre las piernas, Mairin —dijo con voz áspera contra sus labios.
Confundida por toda la experiencia, relajó sus muslos y luego chilló en consternación cuando la mano de Ewan se deslizó entre sus piernas y acarició
con su pulgar sus delicados pliegues.
Su boca se deslizó por el costado de su cuello. Golpes fríos corrieron sobre sus hombros y sus pechos mientras sus labios se prendían contra la carne justo debajo de su oreja. Era extrañamente excitante y despertaba sentimientos alucinantes de... no estaba segura de cómo describir cualquiera de ellos. Pero le gustaban.
—Lo siento, muchacha, —su voz estaba cargada con pena—. Estoy tan malditamente contrariado.
Frunció el ceño mientras agarraba sus hombros. Su cuerpo se movía sobre el de ella, cubriéndola con su calor y dureza. ¿Por qué estaba apenado? No parecía apropiado ofrecer disculpas durante su acto de amor.
Ella lo sentía, duro como el acero, mientras sondeaba entre sus muslos.
Le tomó un momento darse cuenta con qué la estaba tanteando. Sus ojos se abrieron de golpe y sus dedos se clavaron en su piel.
—¡Ewan!
—Perdóname, —susurró.
Él empujó hacia adelante, y la brumosa euforia que había experimentado momentos antes desapareció, mientras el dolor la desgarraba por la mitad, cuando atravesó su cuerpo.
Gritó y golpeó sus hombros con los puños cerrados. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas y él las limpió con su boca mientras regaba besos
sobre su rostro.
—Shhh, muchacha, —canturreó él.
—¡Duele!
—Lo siento, —dijo de nuevo—. Lo siento mucho, Mairin. Pero no puedo parar. Debemos terminar esto.
Él se movió tentativamente, y ella lo golpeó de nuevo. La había rasgado en dos. No había otra explicación para ello.
—No te he desgarrado, —dijo él bruscamente—. Quédate quieta un momento. El dolor desaparecerá.
Se retiró, y ella se estremeció cuando su cuerpo tiró con fuerza de él. Luego empujó hacia adelante otra vez, y ella gimió con la sensación de llenura.
Un grito en el pasillo la hizo ponerse rígida. Ewan maldijo y luego comenzó a moverse de nuevo. Yacía allí conmocionada, incapaz de procesar o poner un nombre a la sensación incómoda que brotaba en su interior.
Una vez, dos veces, y una vez más empujó en su interior, y luego se tensó en su contra y se sostuvo a sí mismo, tan quieto que ella podría oír el violento golpe del latido de su corazón.
Tan pronto como él se alejó, sintió una pegajosa humedad entre sus muslos. No tenía idea de lo que se suponía debía hacer después, se quedó allí temblando mientras su marido se apresuraba a vestirse.
Después de que él se puso las botas, volvió a la cama y deslizó sus brazos por debajo de ella. Tal vez ahora le ofrecería las tiernas palabras que un marido era supuesto a decir después de hacer el amor. Pero él simplemente la levantó y la acunó en sus brazos por un momento. Entonces la llevó al banquillo frente al fuego y la dejó allí. Ella parpadeó y vio cómo retiraba la sábana de lino de la cama y examinaba la mancha de sangre en el medio. Enrollándola en su mano, miró hacia ella, con los ojos llenos de disculpa.
—Debo irme, muchacha. Enviaré a una de las mujeres para que te atiendan.
Salió de la recámara, cerrando la puerta detrás de él, y Mairin se la quedó viendo con una incredulidad total por lo que acababa de ocurrir.
Un momento más tarde, Maddie entró apresuradamente, la compasión ardiendo en sus ojos.
—Ya, ya, muchacha, —dijo Maddie, mientras rodeaba a Mairin con sus brazos—. Se ve muy pálida, y sus ojos están demasiado abiertos. Haré traer agua caliente para usted. Eso calmará sus dolores y molestias.
Ella estaba demasiado mortificada para preguntar a Maddie algunas de las inquietudes que giraban alrededor de su mente. Se sentó allí, entumecida hasta los pies, mientras un grito de guerra se elevaba desde el patio y luego el sonido de cientos de caballos tronaba a través de la tierra ahogando todo lo demás.
Entonces su mirada se clavó en el descartado vestido en el suelo. Él había rasgado su vestido. Su vestido de novia. Después de todas las cosas desconcertantes que habían ocurrido el día de hoy, el vestido no debería haberla trastornado tanto. Pero las lágrimas brotaron de sus ojos, y antes de que pudiera detenerlas, cálidos senderos corrían por sus mejillas.
Maddie la abandonó para reemplazar las sábanas. Se afanaba alrededor de la habitación, aunque estaba claro que no tenía ninguna tarea que hacer.
—Por favor, —le susurró a Maddie—. Sólo quiero estar sola.
Maddie la miró con recelo, pero cuando Mairin reforzó su petición, se giró a regañadientes, y abandonó la recámara.
Se quedó en el banquillo durante un largo rato, sus rodillas contraídas contra su pecho, mientras permanecía con la miraba fija en el fuego cada vez menor. Entonces decidió lavarse la viscosidad de su cuerpo.
Cuando terminó, se arrastró hasta la cama y se acurrucó debajo de las sábanas limpias, demasiado cansada y angustiada para preocuparse por el
ejército de Duncan Cameron. .
Lectura Septiembre 2018 - Página 2 Captur10
Ewan condujo a sus hombres a través de las colinas y por la escarpada
frontera sur de sus tierras, sus dos hermanos lo flanqueaban. Otro jinete había cabalgado furiosamente para darle las novedades. Los hombres de Cameron se acercaban sin demora.
No habría tiempo para organizar un ataque sorpresa, y en verdad, no tenía ningún deseo de hacerlo. Avanzó con todo el poder de su ejército, salvo un pequeño contingente que dejó atrás para proteger la fortaleza. No había duda de que estarían en inferioridad numérica, pero los soldados McCabe poseían en fuerza lo que carecían en números.
—Están un poco más arriba, en la próxima colina, Laird —Gannon señaló, mientras adelantaba a Ewan con su caballo.
Ewan sonrió. La venganza estaba cerca.
—Vayamos a saludar a Cameron en la siguiente pendiente, —indicó a sus hermanos.
Alaric y Caelen alzaron sus espadas al aire. Alrededor de ellos, los gritos de sus hombres resonaron fuertemente a través de toda la tierra. Espoleó a su caballo y corrió abajo por la colina y luego comenzó a ascender la siguiente. Cuando llegaron a la cima, hizo un alto mientras miraba la fuerza reunida del ejército de Cameron.
Examinó a los soldados de Cameron hasta que finalmente su mirada se iluminó sobre su presa. Duncan Cameron estaba sentado en lo alto de su montura, llevando sus vestiduras de batalla.
—Cameron es mío, —le gritó a sus hombres. Luego miró de reojo a sus hermanos—. Es tiempo de entregar un mensaje.
—¿Matarlos a todos? —le preguntó suavemente Alaric.
Las fosas nasales de Ewan se dilataron.
—Hasta el último.
Caelen hizo girar la espada en su mano.
—Entonces así será.
Ewan dio un bramido de guerra e impulsó a su montura colina abajo. A su alrededor, sus hombres también gritaron, y pronto el valle resonó con los
truenos de los caballos.
Los McCabe descendieron como vengadores del fuego del infierno, sus salvajes gritos capaces de asustar las almas de los muertos.
Después de una pequeña vacilación, cuando no estaba claro si su intención era atacar o correr, los hombres de Cameron avanzaron. Conglomerados en un choque de espadas en la parte inferior de la colina.
Ewan redujo a los dos primeros hombres que encontró con un diestro balanceo de su espada. Podía ver la sorpresa —y el miedo—, en los ojos de ellos. No habían esperado encontrar una fuerza de combate como esta, y Ewan sentía una complacencia impía por este hecho.
Echó un rápido vistazo para comprobar a su gente. No tendría que haberse preocupado. Caelen y Alaric se abrían paso a través de los hombres de Cameron, mientras que el resto de sus soldados despachaban a sus enemigos
con avezada velocidad y destreza.
Posó su mirada en Cameron, quien todavía no había desmontado de su caballo. Estaba apartado, mirando a sus soldados y ladrando órdenes. Ewan resueltamente se abrió camino a través de los hombres de Duncan hasta que
sólo quedaron dos soldados entre él y su enemigo.
Liquidó al primero con un corte en el pecho. La sangre brillaba carmesí sobre su espada mientras se giraba para encontrarse con el último obstáculo hacia su objetivo. El soldado miró con recelo a Ewan y luego de vuelta a Cameron. Levantó su arma como si fuera a luchar contra el avance, pero en el último momento dio media vuelta y huyó.
Los labios de Ewan se curvaron en una sonrisa de satisfacción ante el repentino temor en los ojos de Cameron.
—Baja de tu caballo. Odiaría derramar la sangre de un animal tan bueno como ese.
Cameron levantó su espada, cogió las riendas con la otra mano, y espoleó su cabalgadura. Se abalanzó contra Ewan, dejando escapar un espeluznante grito.
Ewan desvió el golpe y retorció su espada, arrancándosela a Duncan directamente de sus manos. Voló por el aire aterrizando con un ruido sordo entre uno de los cuerpos caídos a corta distancia.
Se dio la vuelta para encontrarse con la siguiente arremetida, pero Cameron nunca desaceleró. Espoleó su caballo a mayor velocidad y corrió a través del terreno. Lejos de sus hombres y de la batalla.
Mientras Ewan se volvía para combatir a otro enemigo, apretó los dientes con furia. Cobarde. Maldito cobarde. Había abandonado a sus hombres a su suerte, de morir o salvar su propio culo.
Dio la orden a sus soldados que se detuvieran, y se encaminó de regreso hacia sus hermanos. Los de Cameron habían sido deplorablemente superados.
El comandante del malogrado ejército, evidentemente llegó a la misma conclusión. Gritó que dieran marcha atrás, y sus hombres no sólo se retiraron.
Ellos desertaron.
El comandante, a diferencia de Duncan, no era un cobarde. Él no huyó. Instó a sus hombres a una rápida retirada y luchó valientemente en su retaguardia, ofreciendo su protección —tan patética como era— para que pudieran escapar a un lugar seguro.
Ewan hizo señas a sus hombres para que les dieran caza y volvió sus ojos hacia el hombre.
Cuando arremetió contra él, vio la resignación en el rostro del anciano. Levantó la espada y avanzó. El comandante dio un paso atrás, luego tomó su hoja, dispuesto a luchar hasta la muerte.
Ewan blandió su espada en un gran arco y las láminas se encontraron con un sonido metálico. El hombre se estaba debilitando. Ya tenía una herida y estaba perdiendo sangre. Al segundo golpe, la espada cayó de la mano de su
oponente y golpeó en el suelo con un estrépito.
La muerte miraba a Ewan desde las profundidades de los ojos del hombre. El comandante lo sabía y lo aceptaba, como sólo un guerrero podía. Se dejó caer de rodillas y agachó la cabeza, en reconocimiento de su derrota.
Ewan no aparto la vista de él, su garganta luchando contra la ira que se arremolinaba tan feroz en su interior. ¿Había sido esto lo que su padre había hecho justo antes de que Cameron lo degollara? ¿Había su padre luchado hasta el amargo final? ¿O había reconocido, como este hombre sabía, que la derrota era inevitable?
Durante un largo momento, sostuvo su espada por encima de su cabeza, luego la bajó lentamente y miró a su alrededor a la moribunda batalla. Los hombres de Cameron estaban dispersos a través del campo. Algunos muertos. Unos heridos. Algunos huyendo a pie, mientras que otros corrían a caballo para escapar de sus soldados.
Silbó a su caballo, y el comandante miró hacia arriba, la sorpresa brillando en esos ojos que hacía un momento estaban ensombrecidos por su inminente muerte.
Cuando el caballo de Ewan obedientemente se detuvo a un pie de distancia, extrajo la sábana manchada con la sangre virgen de Mairin. La extendió como si fuera un estandarte, los extremos soplando al viento. Luego la arrugó en su mano y la empujó en el rostro del comandante.
—Le llevarás esto a Cameron —señaló con los dientes apretados—. Y le entregarás mi mensaje.
El comandante tomó lentamente el lino y luego asintió en aceptación al dictamen.
—Le dirás a Duncan Cameron que Mairin Stuart es ahora Mairin McCabe. Ella es mi esposa. El matrimonio ha sido consumado. Comunícale que Neamh Álainn nunca será suya.


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Mensaje por berny_girl Miér 12 Sep - 2:21

CAPÍTULO 14

Cuando Ewan y sus hombres llegaron cabalgando al patio, era bien pasada la medianoche. Estaban sucios, ensangrentados, cansados, pero jubilosos por haber obtenido una victoria tan fácil.
La celebración estaba en marcha, pero Ewan no tenía ganas de festejar. Duncan Cameron había escapado de su castigo y aquello ardía como cerveza agria en su vientre. Él quería al bastardo en la punta de su espada, ahora no sólo por lo que había hecho ocho años atrás, sino por lo que le había hecho a
Mairin.
Ordenó a sus hombres que incrementaran la vigilancia. Había mucho que hacer a la luz de su matrimonio. La defensa del torreón tendría que ser fortalecida, y nuevas alianzas, tales como una con McDonald, eran más importantes que nunca.
Incluso con todo eso pesando sobre él, su pensamiento principal recaía en Mairin. Lamentaba la prisa con la cual se había acostado con ella. No le gustaba la culpa. La culpa era para hombres que cometían errores. A Ewan no
le gustaba la idea de cometer errores o admitir sus fracasos. Sí, pero le había fallado a la muchacha y él estaba perdido en cuanto a cómo hacer para que lo
perdonara.
Se tomó su tiempo para bañarse en el lago con los otros hombres. Si no fuera por el hecho de que una dulce muchacha yacía en su cama, se habría arrastrado bajo las sábanas con sus botas puestas sin preocuparse por el desastre hasta la mañana siguiente.
Después de lavar la suciedad y la sangre de su cuerpo, rápidamente se secó y se dirigió a su recámara. La impaciencia lo impelía. No sólo quería mostrar a la muchacha un poco ternura, sino que él ardía por ella. Antes, sólo había probado su dulzura. Ahora él quería deleitarse en la misma.
Silenciosamente, abrió la puerta de su habitación y entró. La estancia estaba en penumbras. Sólo los carbones del fuego la alumbraban, mientras se acercaba al lecho. Mairin estaba agazapada en el centro de la cama, su cabello extendido como un velo de seda. Él deslizó una rodilla sobre la cama y se inclinó, listo para despertarla, cuando vio el bulto al otro lado de ella.
Frunciendo el ceño, levantó la manta para ver a Crispen acurrucado en sus brazos, su cabeza recostada en su pecho. Una sonrisa alivió su ceño cuando vio cómo ella tenía ambos brazos envueltos protectoramente a su alrededor. La muchacha se había tomado el papel de nueva madre de su hijo muy en serio. Estaban arrebujados tan apretadamente como dos gatitos en una noche fría.
Con un suspiro, se relajó a su lado, resignado ante el hecho de que no despertaría a su mujer con besos, ni la tocaría esta noche.
Se acercó hasta que su espalda estuvo acunada contra su pecho. Luego pasó un brazo alrededor de ella y Crispen, mientras enterraba su cara entre el perfumado cabello.
Fue lo más rápido que jamás se había quedado dormido en su vida.

Tuvo cuidado de no despertarlos cuando se levantó tan sólo unas horas más tarde. Se vistió en la oscuridad y se puso sus botas, mientras trataba de caminar hacia la puerta, éstas se engancharon en algo. Se agachó y recogió el ofensivo material y se dio cuenta de que era el vestido que ella había usado
cuando se casó con él.
Recordando que lo había rasgado en su prisa por acostarse con ella, se lo quedó mirando por un largo rato. La imagen de los ojos de Mairin abiertos, reflejándose en ellos la conmoción y la angustia le hizo fruncir el ceño.
Era sólo un vestido.
Envolviéndolo en su la mano, se lo llevó mientras se abría camino bajando las escaleras. Incluso a esta temprana hora, la fortaleza se agitaba ya con actividad. Caelen y Alaric estaban terminando de comer y levantaron la vista cuando Ewan entró en el salón.
—El matrimonio te ha convertido en un gandul, —Caelen arrastró las palabras—. Hemos estado levantados desde hace una hora.
Haciendo caso omiso de la burla de su hermano, tomó asiento a la cabecera de la mesa. Una de las criadas se apresuró a traerle una bandeja con los alimentos y la colocó delante de él.
—¿Qué demonios estás sosteniendo? —pregunto Alaric.
Ewan miró hacia abajo para darse cuenta que todavía sostenía el vestido de Mairin, fuertemente apretado en su mano. En vez de responderle a su hermano, llamó a la criada de nuevo.
—¿Maddie está todavía por aquí?
—Sí, Laird. ¿Le gustaría que fuera a buscarla?
—Ahora mismo.
Hizo una reverencia y se precipitó a obedecer sus órdenes. Apenas momentos más tarde, Maddie se apresuraba hacia él.
—¿Me mandó a llamar, Laird?
Ewan asintió.
—Sí —empujó el vestido hacia la mujer, y con una mirada de sorpresa, ella lo tomó—. ¿Puedes repararlo?
Ésta le dio vueltas al material en sus manos, examinando el lugar donde la tela estaba rasgada.
—Sí, Laird —sólo necesitaré una aguja e hilo. Podría tenerlo listo en poco
tiempo.
—Asegúrate de hacerlo. Me gustaría que tu señora lo tuviera entero de nuevo.
Maddie sonrió, y sus ojos brillaron con una mirada de complicidad que le molestó. Le frunció el ceño y le indicó que se fuera. Todavía sonriendo, metió el vestido bajo su brazo y salió de la sala.
—¿Desgarraste su traje de novia? —Caelen sonrió con satisfacción.
—Ciertamente tienes tacto con las mozas, —dijo Alaric, negando con la cabeza—. La arrastraste arriba por las escaleras para lo que tal vez fue la más rápida consumación registrada en la historia, ¿y rasgaste su vestido de novia en el proceso?
Las fosas nasales de Ewan se dilataron.
—No es una moza. Es tu hermana ahora y deberías hablar de ella con respeto, como tu señora y esposa de tu Laird.
Alaric levantó las manos en señal de rendición y se echó hacia atrás en su silla.
—No fue mi intención ofenderla.
—Susceptible, ¿no? —dijo Caelen.
La mirada relampagueante de Ewan silenció a su hermano menor.
—Tenemos mucho que hacer hoy. Alaric, necesito que vayas como mi emisario a McDonald.
Tanto Alaric como Caelen salieron disparados de sus asientos, la
incredulidad reflejada en sus rostros.
—¿Qué? Ewan, el hijo de puta trató de secuestrar a tu hijo, —gruñó
Alaric.
—Él niega tener conocimiento de las acciones de su soldado y jura que su
hombre actuó por voluntad propia. El soldado está muerto ahora, —Ewan
señaló rotundamente—. No será una amenaza para mi hijo nunca más.
McDonald quiere una alianza. Aspira tener el beneficio de llamarnos amigos.
Me he negado hasta el momento. Pero sus tierras se unirían a las nuestras y a
Neamh Álainn. Cuento contigo para que esto ocurra, Alaric.
—Que así sea, —contestó su hermano—. Me marcharé dentro de una
hora.
Alaric salió a zancadas de la sala para prepararse para su viaje. Ewan
rápidamente terminó su comida y luego, él y Caelen salieron y fueron hasta
donde sus hombres estaban entrenando.
Estaban de pie en el patio, mirando como los otros soldados se
enfrentaban y llevaban a cabo sus ejercicios.
—Es imperativo que Mairin esté bajo constante vigilancia, —dijo en voz
baja a Caelen—. Duncan Cameron no se dará por vencido sólo porque me he
casado con ella. Hay mucho que debe ser hecho, y debe permanecer dentro de
la fortaleza bajo estrecho cuidado.
Caelen echó a Ewan una mirada cautelosa.
—No creas que puedes cargarme con esa tarea. Ella es tu esposa.
—Ella es el futuro de nuestro clan, —dijo Ewan en una voz
peligrosamente suave—. Harías bien en tener eso en mente cuando me dices lo
que debes y no debes hacer. Espero que tu lealtad se extienda a su persona.
—¿Pero una niñera, Ewan? —preguntó Caelen con voz afligida.
—Todo lo que tienes que hacer es mantenerla a salvo. ¿Qué tan difícil
puede ser? —preguntó Ewan. Hizo un gesto a sus hombres de altos rangos
cuando terminaron la actual ronda de combate.
Dio instrucciones a Gannon, Cormac, y Diormid de sus expectativas para
que Mairin fuera vigilada en todo momento.
—Como quiera, Laird. A ella no le gustará mucho eso, —dijo Gannon.
—No estoy preocupado por lo que le guste o no, —contestó Ewan—. Mi
preocupación es mantenerla a salvo y conmigo.
Los hombres asintieron con la cabeza.
—No hay ninguna necesidad de alarmarla. No quiero que se sienta
insegura en mis tierras. Deseo que esté bien vigilada, pero que parezca que es
sólo una manera de hacer las cosas.
—Puede contar con nosotros para mantener a lady McCabe segura,
Laird, —prometió Cormac.
Satisfecho de que sus hombres comprendieran la importancia de
mantener una estrecha vigilancia sobre Mairin, Ewan convocó a su mensajero y
escribió una misiva al rey para informarle de su matrimonio con Mairin y
solicitando la liberación de su dote.
Por primera vez en muchos años, la esperanza palpitaba en su pecho a
un ritmo estable. No por la venganza. No, él siempre había sabido que llegaría
el día cuando él se cobraría por los daños causados a su gente. Con la dote de
Mairin su clan prosperaría una vez más. Los alimentos serían abundantes. Los
suministros estarían a la mano. Dejarían de tener que sobrevivir a duras penas
en condiciones espartanas.
A pesar de la intención de Ewan de tomarse un momento para hablar
con Mairin —no estaba del todo seguro acerca de cómo hacerlo— el día
transcurrió en una bruma de actividad. Había pensado en medir su humor y
ofrecerle la garantía de que los hombres de Duncan Cameron habían sido
expulsados. Sí, se sentiría mejor y más segura, y maldita sea, ciertamente no
dudaría de su capacidad para protegerla o darle sustento por más tiempo.
Un incidente con sus hombres le impidió cenar con su esposa, y cuando
subió con dificultad por las escaleras hacia su habitación, estaba cansado, pero
al menos estaba limpio después de darse un baño en el lago.
Empujó la puerta para ver que ella ya estaba en la cama, su suave y
acompasada respiración indicaban que estaba dormida. Empezó a avanzar, con
intención de despertarla, cuando vio que de nuevo, estaba acurrucada contra
Crispen. Suspiró. Mañana se encargaría de señalarle a su hijo que debía dormir en su propia recámara al otro lado del pasillo.
Él nunca tuvo la ocasión de exponerle su opinión. Desde el momento en
que Mairin despertó, nunca parecía tener la oportunidad de hablar con ella.
Hacia la tarde, se impacientó y dictó una orden directa para que apareciera ante él.
Cuando no recibió respuesta, envió a Cormac a buscarla, ya que la estaba
vigilando Diormid. Cormac volvió con la noticia de que Mairin visitaba a las
otras mujeres en sus cabañas y hablaría con su Laird más tarde.
Ewan frunció el ceño, y Cormac pareció incómodo diciéndole que su
esposa lo había rechazado.
Era evidente que iban a tener que discutir asuntos mucho más
importantes que dónde su hijo dormía. Concretamente, la idea de que creía
tener el derecho a rechazar una orden directa.
Hizo un espacio para cenar con Mairin esa noche. Parecía cansada y
nerviosa. Le echaba miradas esquivas cuando pensaba que no la estaba viendo,
como si temiera que él se lanzará a través de la mesa y la cargara hasta su
habitación.
Suspiró. Supuso que su miedo no era irrazonable considerando lo que
había ocurrido el día de su boda. Algo de su irritación disminuyó. La muchacha
estaba asustada. Dependía de él aliviar sus temores y calmar sus
preocupaciones.
Protección era algo que fácilmente podía ofrecer. Su lealtad a la mujer
que llamaba esposa sería inquebrantable. Ella nunca precisaría nada que
pudiera necesitar mientras él viviera. Aquellas eran cosas que un guerrero
como él abrazaba de buena gana. ¿Pero cosas como ternura y comprensión?
¿Dulces palabras destinadas a calmar sus preocupaciones? La sola idea lo
horrorizaba sin medida.
Sus pensamientos deben haberse visto reflejados en su rostro porque
Mairin le envió una mirada sobresaltada y entonces se levantó inmediatamente
y se disculpó. Sin esperar su permiso para salir, murmuró algo a Crispen. El
muchacho metió la comida en su boca y apresuradamente apartó el plato. Le
tomó la mano y abandonó la sala en dirección a la escalera.
Los ojos de Ewan se estrecharon cuando comprendió qué era lo que ella
hacía. Estaba deliberadamente llevando al muchacho a su cama, en un esfuerzo
para evitarlo a él. Si no estuviera tan molesto, podría haber estado
impresionado por su astucia.
Se apartó de la mesa y se levantó con un movimiento de cabeza hacia
Caelen. Preferiría ir a la guerra que subir las escaleras y enfrentarse a esa
situación con su nueva esposa que no tenía la menor idea de cómo resolver.
Un buen comienzo sería emitir un severo sermón para que obedeciera
sus órdenes. Después de eso, simplemente dictaminaría que dejara de ser tan
esquiva a su alrededor.
Sintiéndose seguro con su plan de acción, subió a su habitación y abrió la
puerta. Mairin se dio la vuelta, con la sorpresa escrita en sus ojos.
—¿Hay algo que necesite, Laird?
Él enarcó una ceja.
—¿No puedo retirarme a mi propia habitación?
Ella se sonrojó y se dispuso a recomponer sus faldas.
—Sí, por supuesto. Normalmente, no viene a la cama tan temprano. Es
decir, que no esperaba que... —se interrumpió, su rubor profundizándose.
Apretó los labios firmemente como si se negara a decir una palabra más.
No pudo resistirse a burlarse de ella.
—No me había dado cuenta de que estabas tan familiarizada con mis
hábitos de sueño, muchacha.
Su rubor desapareció y lo fulminó con una mirada de desagrado.
Determinado a ponerle los puntos sobre las íes en varias cuestiones,
llamó con el dedo a Crispen, y cuando a regañadientes él se separó de Mairin y
se acercó a su padre, éste le puso las manos sobre sus hombros.
—Esta noche dormirás en tu propia habitación.
Cuando ella quiso protestar, la silenció con una mirada severa. Crispen
también hubiera querido discutir, pero era demasiado disciplinado para eso. La
mayor parte del tiempo, al menos.
—Sí, papá. ¿Puedo dar a mamá un beso de buenas noches?
Ewan sonrió.
—Por supuesto.
El chico se apresuró a regresar con Mairin y permitió que lo envolviera
en un abrazo. Ella besó la parte superior de su cabeza y le dio un apretón.
Crispen se volvió y quedó de pie solemnemente frente a Ewan.
—Buenas noches, papá.
—Buenas noches, hijo.
Ewan esperó hasta que su hijo hubiera salido de la habitación antes de
volverse de nuevo hacia Mairin. Su barbilla se alzó y el desafío brilló en sus
ojos. Se estaba preparando para la batalla. La idea le divertía, pero sofocó la
sonrisa que amenazaba con brotar. Era la verdad de Dios, él había sonreído más
desde su llegada, de lo que lo había hecho en toda su vida.
—Cuando te emito una convocatoria, espero que le prestes atención, —
dijo—. Espero —no, exijo— obediencia. No aceptaré un desafío de ti.
Su boca adquirió una expresión de dolor. Al principio pensó que la había
asustado otra vez, pero al mirarla por segunda vez, vio que estaba furiosa.
—¿Incluso cuando sus exigencias son ridículas? —preguntó con desdén.
Él arqueó una ceja ante eso.
—¿Mi petición de que te presentaras ante mí era ridícula? Yo tenía
asuntos que discutir contigo. Mi tiempo es valioso.
Ella abrió la boca y luego rápidamente volvió a cerrarla. Pero murmuró
algo en voz baja que él no entendió.
—Ahora que tenemos ese asunto resuelto, aunque agradezco tu devoción
por mi hijo, él tiene su propia habitación que comparte con otros niños de la
fortaleza.
—Él debería dormir con su madre y padre —soltó.
—Sí, habrá momentos en los que de hecho sea el caso, —estuvo de
acuerdo Ewan—. Pero justo después de nuestro matrimonio no es uno de ellos.
—No veo por qué el que nos hayamos casado recientemente tenga que
ver con eso, —refunfuñó.
Suspiró y trató de refrenar su impaciencia. La muchacha iba a ser su
muerte.
—Es difícil acostarme con mi esposa si mi hijo está compartiendo la cama
con nosotros, —dijo arrastrando las palabras.
Mairin apartó la mirada y retorció sus manos frente a ella.
—Si no le importa, preferiría más bien, no tener... que acostarme con
usted.
—¿Y cómo piensas quedar embarazada, muchacha?
Su nariz se arrugó y le lanzó una cautelosa, pero esperanzada mirada.
—Quizás su semilla ya ha echado raíces. Deberíamos esperar a ver si eso
es así. La verdad es que no tiene ninguna habilidad como amante, y es obvio
que no tengo ninguna tampoco.
Ewan se quedó boquiabierto. Estaba seguro de que no había escuchado
correctamente. ¿Ninguna habilidad? Su boca se cerró, entonces se abrió y luego
volvió a cerrarse fuertemente con incredulidad.
Ella se encogió de hombros.
—Es algo bien conocido, que un hombre o es un experto en asuntos de
amor o en asuntos de guerra. Es obvio que la lucha es su arte.
Ewan hizo un ademán. La pequeña moza destrozaba su virilidad. Su
polla ciertamente se marchitó bajo su crítica. La ira guerreó con la exasperación,
hasta que vio el temblor de su labio inferior y el miedo en sus ojos.
Él suspiró.
—Ah, muchacha, es cierto que me acosté contigo con toda la destreza de
un mozo de cuadra al estar con su primera mujer.
Sus mejillas se sonrojaron con un delicado rosa, y se dio patadas a sí
mismo por su tosquedad. Pasó los dedos por su pelo.
—Tú eras virgen. Es poco probable que de cualquier forma que me
hubiera comportado, lo hubiera hecho mejor, pero hay mucho que podría
haberlo hecho más agradable.
—Me hubiera gustado agradable, —dijo con tristeza.
Él se maldijo. ¿Cuán cruelmente la había herido? Sabía que no le había
dado el placer o la paciencia que se merecía. En ese momento, todo lo que había
sabido era que tenía que consumar el matrimonio a toda prisa. No hubo tiempo
para seducir a una virgen tímida. Sólo que ahora su tímida virgen se había
convertido en una voluntariosa y obstinada esposa.
—Mairin, el matrimonio no era válido hasta que se consumara. No podía
arriesgarme a que algo pasara antes de que tuviera la oportunidad de yacer
contigo. Si hubieras sido capturada, Cameron podría haberte tomado y
presentado una solicitud para que nuestro matrimonio fuese anulado. Él se
habría acostado contigo y embarazado con su niño para fortalecer su reclamo.
Su labio tembló y bajó sus ojos hacia donde sus dedos se retorcían
nerviosamente en sus faldas.
Aprovechó su momentánea distracción y la rodeó. Se agachó y tomó sus
manos entre las suyas. Ella era pequeña y suave. Delicada. La idea de que había
sido demasiado brusco, que le había hecho daño, lo perturbó.
No debería sentir ninguna culpa por haber tomado a su esposa. El deber
de ella era proporcionarle placer, sin embargo él tuvo a bien tomarlo. Pero
recordar sus ojos llenos de lágrimas fue como un puño golpeando su intestino.
—No será así a partir de ahora.
Levantó los ojos hacia él y su frente se arrugó en confusión.
—¿No lo será?
—No, no lo será.
—¿Por qué?
Su irritación se atenuó y se recordó a sí mismo que necesitaba una mano
suave justamente ahora.
—Porque soy muy hábil en el amor, —dijo—. Y planeo demostrártelo.
Sus ojos se abrieron.
—¿Lo dice en serio?
—Lo hago.
Su boca se abrió en asombro, y trató de dar un paso atrás. Sostuvo sus
manos fuertemente en las suyas y tiró de ella hasta que chocó contra su pecho.
—De hecho, tengo la intención de mostrarte cuan experto soy.
—¿Lo hará?
—Lo haré.
Tragó saliva y lo miró fijamente a los ojos, los propios, amplios y confusos.
—¿Cuándo planea hacer eso, Laird?
Se inclinó y barrió su boca sobre la de ella.
—Ahora mismo.


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Mensaje por Maria-D Miér 12 Sep - 7:19

Razz Razz Razz  Vaya diálogo...
   Será mejor que se lo demuestre con hechos, porque si no... Razz Razz 
   No me esperaba que fuera sensible a los sentimientos de su esposa. No era lo normal en aquellos tiempos. Y su preocupación por remediar el mal hecho, es encomiable.
   Espero que ahora tengan una noche de bodas en condiciones. ¿Lo permitirá Mairin?  Shocked 


   Gracias por los capis.  Lectura Septiembre 2018 - Página 2 115428551


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Mensaje por yiany Miér 12 Sep - 9:00

Bueno, lo dicho, Cameron llegó a aguar la fiesta, pero Ewan la cagó tomándola como lo hizo, 0 delicadeza y a las carreras, por lo que hizo que le tomará recelo, pero pronto solucionará eso.
Por otro lado definitivamente Cameron es un vil cobarde y su ejército pusilánime, y así pretende derrocar al rey?


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Mensaje por yiniva Miér 12 Sep - 12:36

que experiencia tan mala la primera vez de Mairin, pero con el ejercito de Cameron acercándose Ewan no pudo manejar la situación de otra manera, ojala y cumpla con su palabra y la haga sentir mejor.
gracias por los capítulos


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Mensaje por martenu1011 Miér 12 Sep - 15:23

Me uno a la lectura...perdón por la demora.  Es la primera vez que participo y no tengo mucha idea de cómo se maneja esto.
Entonces, el libro a leer es de Maya Banks? Hasta el capítulo 8? Hasta ahí veo que han publicado.
Luego?
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