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Mensaje por berny_girl Miér 12 Sep - 16:12

martenu1011 escribió:Me uno a la lectura...perdón por la demora.  Es la primera vez que participo y no tengo mucha idea de cómo se maneja esto.
Entonces, el libro a leer es de Maya Banks? Hasta el capítulo 8? Hasta ahí veo que han publicado.
Luego?

Bienvenida.... te explica un poco, por votación gano este libro, se publica dos capítulos diarios, en donde comentamos lo que pensamos de ellos. Hasta hoy vamos en el capitulo 16, pero puedes comenzar desde ya, comentando capitulo por capitulo hasta que logres colocarte al día...
Espero te anime y leer tus comentarios.


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Mensaje por berny_girl Miér 12 Sep - 18:01

CAPÍTULO 15


Mairin puso sus manos sobre el pecho de Ewan para mantener el equilibrio, de lo contrario se habría caído bajo el implacable asalto a sus sentidos. Suspiró y se apoyó más en el beso, sin siquiera protestar cuando su lengua se deslizó sensualmente sobre su labio inferior mientras la persuadía a
separarlo.
El hombre podría no ser experto en el amor, pero ella podría ahogarse en sus besos. Tal vez él estaría dispuesto a seguir besando y renunciar al resto.
—Bésame tú también, —murmuró—. Abre tu boca. Déjame saborearte.
Sus palabras se deslizaron como terciopelo sobre su piel. Se estremeció cuando ahuecó sus pechos y estos se hincharon. Un dolor se inició en la profundidad de su cuerpo, en lugares que no podían mencionarse. ¿Cómo era capaz de incitar tal respuesta cuando lo único que estaba haciendo era besarla?
Sus manos se deslizaron hasta su cintura y luego más arriba, sobre sus hombros y cuello, hasta enmarcar su rostro. El calor de su toque la quemó. Se sentía como si fuera a tener marcas permanentes de sus dedos en las mejillas, y sin embargo era exquisitamente suave, las puntas de ellos pasaban sobre su piel como pequeñas criaturas aladas.
Incapaz de escaparse al sondeo de su lengua, relajó la boca y le permitió deslizarse dentro. Cálida y áspera. Tan pecaminosa. Una decadente sensación, una que estaba segura debería negarse a sí misma, pero no podía.
La tentación de probarlo también, era fuerte. Tan fuerte que golpeaba a un incesante ritmo en sus sienes, en su mente, en su mismo núcleo. Tímidamente cepilló su lengua por sus labios. Él gimió y ella inmediatamente
se retiró, temiendo haber hecho algo mal.
La arrastró de vuelta y capturó su boca una vez más, de una manera voraz que la dejó sin aliento.
—Hazlo otra vez, —susurró—. Saboréame.
Por el sonido de su voz, no le había desagradado que ella lo tocara con su lengua. Tentativamente le lamió el labio otra vez. Él relajó su boca contra la
suya, abriéndola para que así tuviera mejor acceso.
Sintiéndose más valiente, audazmente empujó hacia adentro, caliente y húmeda. Se estremeció por la pura carnalidad de algo tan simple como un beso. Se sentía desnuda y vulnerable, como si estuviera extendida y debajo de él mientras saciaba su lujuria una y otra vez. Sólo que esta vez ardía por él. Lo
quería sobre ella, cubriendo su cuerpo. Se sentía nerviosa y ansiosa, como si su piel estuviera muy tirante.
—Esta vez te desnudaré como debería haberlo hecho, —le susurró, mientras la llevaba hacia la cama.
Su mente estaba nublada y era lenta sorteando a través de sus pensamientos confusos. Frunció el ceño, consciente de que él no tenía el derecho de hacerlo de nuevo. ¿Tendría ella que instruirlo siempre?
—Yo debería desnudarle. Es mi deber, —le dijo.
Él sonrió abiertamente.
—Es sólo tu deber cuando yo diga que lo es. Esta noche tengo la intención de desnudarte y disfrutar de cada momento. Te mereces un lento cortejo, muchacha. Esta será tu noche de bodas de nuevo. Si pudiera volver atrás y hacer todo de otra manera, lo haría. Pero te daré algo mejor. Te daré esta
noche.
La promesa en su voz la sacudió hasta los dedos de sus pies. Parpadeó cuando le bajó el vestido sobre un hombro y luego trazó una línea hacia abajo por su cuello y por la curva de su brazo con sus labios.
Cada centímetro de piel que descubría, él la besaba, deslizándose hasta que el vestido cayó, dejándola casi expuesta bajo su mirada. Cada capa amontonada a sus pies, hasta que estuvo desnuda.
—Eres hermosa, —dijo con voz rota, su cálido aliento susurrando sobre los coletazos de frío que salpicaban su carne.
Le ahuecó un pecho, palmeándolo hasta que el globo pálido se hinchó en su mano. Su pezón se contrajo y endureció con tanta fuerza, que envió pequeños fragmentos de rayos a través de su vientre.
Entonces se inclinó y movió su lengua por la protuberancia erecta, sus rodillas de inmediato se doblaron. Aterrizó en la cama con un suave rebote, y él se rió ligeramente mientras la seguía hacia abajo.
Con un suave empujón, la tuvo en su espalda, cerniéndose sobre ella, tan grande y fuerte. Miraba tan descaradamente su desnudez, que ella trató de alcanzar las mantas, algo, cualquier cosa, que le permitiera no sentirse tan
vulnerable.
La mano de él atrapó la suya, su mirada tierna, mientras se encontraba con la suya.
—No te cubras, muchacha. Eres un espectáculo exquisito. Incomparable a cualquier mujer que haya visto nunca, —arrastró un dedo por la curva de su cintura, hasta su cadera y luego de regreso otra vez, hasta que frotó sobre sus tensos pezones—. Tienes la piel tan suave como la seda más fina. Y tus pechos... me recuerdan a melones maduros sólo a la espera de ser probados.
Ella trató de aspirar aire, pero sus pulmones quemaban por el esfuerzo. Cada respiración se sentía apretada. Jadeaba entrecortadamente, sintiéndose más mareada a cada minuto.
Él se apartó de la cama, y por un momento, le entró el pánico. ¿Adónde iba? Pero comenzó a deshacerse de su ropa de una manera mucho más impaciente que cuando la había despojado de la suya. Se quitó las botas y luego se quitó la túnica y los calzones, lanzándolos al otro lado de la habitación.
Mirarlo era inevitable. No podría haber apartado la vista aunque quisiera. Había algo sumamente hipnotizante acerca de los contornos rugosos, perfectamente trabajados de su cuerpo. Las cicatrices, algunas antiguas y otras mucho más nuevas, trazaban caminos por encima de su piel. No había un solo trozo de carne sobrante a la vista. Duros músculos se tensaban desde su pecho hasta su abdomen, donde tantos hombres se suavizaban con la edad. No su guerrero. Este era un hombre perfeccionado en el fuego de la batalla.
Tragando nerviosa, dejó caer su mirada a la unión entre sus piernas, curiosa por ver esa parte de él que le había causado tanto dolor antes. Sus ojos se ensancharon a la vista de lo que sobresalía muy duro y... grande. Comenzó a
retroceder sobre la cama antes de que se diera cuenta de lo que estaba haciendo.
—No tengas miedo, —murmuró, mientras se dejaba caer sobre ella—. No
te haré daño esta vez, Mairin.
—¿No lo harás?
Él sonrió.
—No, no lo haré. Te gustará.
—¿Me gustará?
—Sí, muchacha, te gustará.
—Muy bien, —susurró.
La besó en los labios, tan caliente y tan suave. Era una idea ridícula, pero
él la hacía sentir muy protegida y querida. Ella ahora tenía dos puntos de vista muy contradictorios sobre el amor porque esto... esto era muy agradable.
Él siguió besándola, deslizando su boca bajo la línea de su mandíbula y luego bajó a su cuello y la carne sensible justo debajo de su oreja. Se detuvo un
momento y sorbió húmedamente antes de pasar los dientes sobre el punto de su pulso.
—¡Ah!
Lo sintió sonreír contra su cuello, pero él nunca apartó su boca. En cambio, se arrastró hacia abajo a su pecho hasta que estuvo peligrosamente cerca de sus senos. Recordando su reacción cuando le puso la lengua en su pezón, se encontró arqueándose hacia él.
Él no se burló, por lo cual estaba agradecida. Se sentía tan fuertemente traspasada, que temía lo que iba a sucederle. Sus labios se cerraron alrededor de un pezón y lo chupó con fuerza. Su espalda se arqueó y sus manos volaron a agarrarle el pelo. Oh cielos, pero esta era una maravillosa sensación.
Succionó, unas veces áspero, y luego suave y rítmico. Su lengua rodeó la sensible carne, y sus dientes pellizcaron muy ligeramente, incitando al brote a
un punto aún más duro.
—Dulce. Tan dulce, —dijo, mientras movía la boca a su otro pecho.
Ella suspiró, aunque el sonido salió más como una expresión distorsionada que una entrecortada exclamación. El frío de la recámara ya no la molestaba. Se sentía más bien como si estuviera acostada en un prado durante un día de caliente verano, permitiendo que los rayos del sol derritieran sus huesos.
Sí, deshuesada era una descripción apropiada. Mientras se amamantaba de su pecho, sus dedos se deslizaron por su vientre, acariciando durante un momento antes de que él cuidadosamente se abriera camino hacia la unión entre sus muslos. Al instante en que su dedo se deslizó a través de sus pliegues, ella se tensó.
—Shhh, muchacha. Relájate. Sólo voy a darte placer, —su dedo encontró un punto particularmente sensible y comenzó a frotar ligeramente, y luego lo giró en un movimiento circular. Ella jadeó y entonces cerró los ojos mientras era bombardeada por el placer más intenso. Tal como él se lo había prometido.
Había una curiosa presión mientras su cuerpo se erguía. Sus músculos se tensaron. Efímera. Así es como se sentía. Como si estuviera a punto de caerse de una cima muy alta.
—¡Ewan!
Su nombre brotó de sus labios, y en los recovecos de su mente borrosa, se dio cuenta de que esta era apenas la segunda vez que lo había usado. Él liberó su pezón y la mano que retenía su cabello. Fue entonces cuando se dio cuenta de que seguía aferrándose a su cabeza con un apretón de muerte. Lo soltó y dejó que sus manos cayeran sobre la cama. Pero tenía que agarrarse a algo.
Él presionó su lengua por su línea media y lentamente fue dejando un rastro húmedo sobre su vientre. Su estómago convulsionó cuando su respiración se aceleró. Trazó un camino lento alrededor de su ombligo y a continuación, para su sorpresa absoluta, se fue más abajo, moviendo su cuerpo hacia la parte inferior de la cama, mientras trabajaba cada vez más cerca del lugar donde sus dedos la habían acariciado.
No lo haría. Sin duda, tal cosa no era del todo decente.
Oh, pero lo hizo....
Su boca encontró su calor, en un lujurioso y carnal beso que hizo que cada músculo de su cuerpo se crispara y convulsionara como si hubiera sido golpeado por un rayo.
Debería decirle que no debía. Debería decirle que no podía. Debería ofrecerle instrucción sobre la forma correcta de hacer las cosas, pero cielo querido, no podía pensar en nada en absoluto, más allá de que él no se detuviera.
—Por favor, no te detengas.
—No lo haré, muchacha, —murmuró contra su carne más íntima.
Sus piernas se habían vuelto rígidas e inflexibles en torno a él, y con suavidad la obligó a separarlas.
—Relájate.
Lo intentó. Oh, como lo intentó, pero su boca la tornaba tonta. Y entonces su lengua la encontró, tan caliente y erótica. Un lavado de placer indescriptible se disparó a través de su vientre mientras él lamía su entrada. Su visión se volvió borrosa y enroscó sus dedos en torno a las mantas hasta quedar exangües y toda sensación voló.
Ella ya no tenía ningún control sobre su cuerpo. Se arqueó inconscientemente, y sus piernas se agitaron, las sacudidas se expandieron hacia sus muslos hasta que fue una masa de carne temblorosa.
—Ah, ya estás lista para mí, muchacha.
Su voz se hizo más profunda, por poco ronca, su tono casi desesperado. Se arriesgó a mirar hacia abajo para verlo contemplándola, sus ojos brillantes y
con apariencia salvaje.
—¿Lo estoy? —suspiró ella.
—Sí, lo estás.
Subió sobre su cuerpo a una velocidad que la sorprendió. Ahuecó su trasero con una mano y colocó su cuerpo entre las piernas de ella. Podía sentirlo caliente e increíblemente duro, enclavado en contra de su apertura.
Entonces se inclinó y fundió su boca en la suya. Esta vez, ella no dudó, ni pensó en instruirlo acerca de la forma correcta de besar. Abrió sus labios y lo devoró antes de que él siquiera tuviera la oportunidad de exigir que lo hiciera.
—Agárrate a mí, —dijo con voz ronca, entre los calientes y húmedos besos de su boca.
Ella envolvió sus brazos alrededor de sus amplios hombros y hundió los dedos en su espalda. Lo besó. Lo saboreó. Lo absorbió, aspirándolo en cada suspiro para tomar aire.
Antes de que se diera cuenta que él se había movido, le había levantado las caderas y deslizado dentro muy lentamente. Ella se estiró para darle cabida
y se preguntó cómo había sido capaz de hacerlo.
La besó de nuevo y luego apoyó su frente sobre la de ella, sus ojos tan cerca, que todo lo que podía ver era el delgado anillo de color verde que rodeaba las pupilas oscuras.
—Relájate, —dijo de nuevo—. No te haré daño.
Levantó los labios hacia los suyos. Esta vez sus bocas se encontraron en una danza delicada, de tiernos toques.
—Lo sé.
Y lo sabía. De alguna manera, sabía que esto era diferente. No había prisa. Ningún choque desagradable para sus sentidos. Su cuerpo fusionado con el de él, rindiéndose a su poder y a su necesidad. Y a la necesidad de ella.
Sus caderas se movían hacia adelante con infinitesimal lentitud. Se abrió a su alrededor mientras se deslizaba más profundo. La plenitud la abrumó, pero no era dolor o sorpresa lo que sacudió su cuerpo.
—Casi allí, —susurró.
Sus ojos se ensancharon cuando él fue más lejos y luego se detuvo, alojado tan profundamente dentro de ella, que no podía respirar. La rodeó, recogiéndola en sus brazos, sosteniéndola cerca cuando comenzó a moverse,
en un lento y seductor ritmo que la tuvo loca de deseo.
Los músculos de su espalda se tensaron y abultaron. Los dedos de ella bailaban sobre su carne en un patrón seductor, mientras buscaba agarrarse. Algo a lo que anclarse como si estuviera a la deriva en una tormenta.
Sus movimientos aumentaron, más rápidos y más poderosos. Los suspiros de ambos atrapados y mezclados en el pesado aire con la esencia de su amor.
—Envuelve tus piernas alrededor de mí, —ordenó—. Abrázame fuerte, muchacha.
Envolvió todo su cuerpo en torno a él hasta que estuvo segura de que estaban tan inexorablemente entrelazados que nunca se separarían.
La sensación abrasadora aumentó hasta que se agitó inquieta, frenética por... liberación. Respirar dolía, así que no lo hizo, y su pecho protestó, pero se resistió, tratando de alcanzar algo que no tenía ningún sentido para ella.
Y entonces se deshizo, desarticulándose como hilos de un tapiz inacabado. Gritó, o trató de hacerlo, pero la boca de su marido se cerró sobre la de ella, y se tragó su clamor frenético.
No tenía ningún control sobre su cuerpo. No podía pensar. Sólo podía sentir, incapaz de hacer nada más que yacer en los brazos de Ewan mientras éste le murmuraba suaves palabras contra sus oídos.
Completamente aturdida por lo que había ocurrido, clavó los ojos desenfocados en su marido cuando vio que una expresión de agonía contrajo su cara. Él dio un empuje más poderoso, asentándose más profundamente dentro de su cuerpo. Entonces se dejó caer sobre ella, presionándola contra el colchón mientras le entregaba su semilla.
Recostó su cabeza en el hueco de su garganta, tan saciada y completamente deshuesada que estaba considerando la idea de permanecer en la cama durante el siguiente año. Ewan descansó sobre ella durante un buen rato antes de que finalmente aliviara su peso de su cuerpo, rodando a un lado.
La tomó en sus brazos y le acarició el cabello. Luego le dio un beso en su sien y dejó descansar la mejilla contra un lado de su cabeza.
Su mente aturdida no podía dar sentido a lo que acababa de suceder. Sólo una cosa golpeaba fuertemente en su cabeza.
—¿Ewan? —susurró.
Le tomó un momento para responder.
—¿Sí, muchacha?
—Estaba equivocada.
Él se movió, frotándose la cara contra su mejilla.
—¿En qué estabas equivocada?
—Eres muy hábil para el amor.
Se rió y luego la abrazó con más fuerza contra él. Bostezando ampliamente, se acurrucó más profundamente en sus brazos y cerró los ojos.


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Mensaje por berny_girl Miér 12 Sep - 18:02

CAPÍTULO 16

Cuando Mairin despertó, estaba momentáneamente desorientada. Parpadeó para alejar la nubosidad. Su cabeza todavía se sentía pesada, pero su cuerpo, a pesar de que estaba un poco tieso y dolorido por sus moretones,
estaba sorprendentemente cálido y saciado. Flácido, como si hubiera disfrutado de una prolongada inmersión en una humeante tina de agua.
Se percibía luz a través de la ventana, la cual ya no tenía ninguna piel cubriéndola, y la altura del sol le decía que había dormido hasta mucho más tarde de lo que había sido su intención.
Gertie no estaría contenta, y Mairin tendría que esperar hasta la comida del mediodía. Para el caso, puede ser que fuera mediodía ya.
La noche volvió a ella de repente. El calor se centró en su bajo abdomen y la abrasó, subiendo, hasta que sus mejillas estuvieron en llamas. Se sentó, entonces se dio cuenta de que estaba completamente desnuda. Cogió la ropa de la cama y la elevo hasta la barbilla, y luego las dejó caer con disgusto.
Estaba sola en la habitación. Nadie la vería. Sin embargo, se levantó del
lecho y rápidamente se vistió.
Tenía el cabello en desorden y un toque en sus mejillas le dijo que el rubor todavía estaba allí. Probablemente se vería como una brasa caliente.
En realidad le había dicho al Laird que no era experto en el amor. Sí, él le había demostrado algo muy diferente. Había hecho cosas que nunca había
imaginado que dos personas pudieran hacer. Su boca... y su lengua.
Se sonrojó de nuevo y cerró los ojos por la mortificación. ¿Cómo podría
alguna vez enfrentarse a él de nuevo?
Mairin adoraba a la madre Serenity. Confiaba en ella por encima de todas las demás personas. La abadesa había sido muy buena. Y paciente. Sí, había tenido la paciencia de Job, cuando se trataba de instruirla y responder a todas las preguntas con las que la había asediado. Pero se estaba volviendo cada vez más claro que tal vez la monja había dejado fuera un montón de cosas acerca del acto de amor. Y los besos.
Mairin frunció el ceño mientras reflexionaba hasta qué punto las enseñanzas de la mujer mayor habían sido diferentes a la sorprendente realidad de la cópula. Si la abadesa se había equivocado acerca de los besos... y el acto
amoroso... ¿en qué otra cosa podía estar equivocada? Se sintió de pronto
ignorante y lamentablemente poco informada.
Nunca como uno mismo para consumirse en su propia ignorancia, decidió que sólo tendría que buscar instrucción sobre el asunto. Christina... bien, era demasiado joven. Y no estaba casada. Gertie asustaba a Mairin con sus réplicas punzantes. Además, probablemente acabaría por reírse de ella y ahuyentarla de la cocina. Lo que le dejaba a Maddie. Era mayor y sin duda, más mundana. Además, tenía un marido, por lo que seguramente podría ofrecerle información sobre lo amoroso y quién estaba equivocado acerca de
ello.
Sintiéndose mejor acerca de su plan, se cepilló los enredos de su cabello y lo trenzó, así no parecería como si acabara de pasar la noche entregándose a la
pasión. Entonces, salió de su habitación y bajó las escaleras.
Para su disgusto, Cormac la estaba esperando en el pasillo. Tan pronto como entró, él se levantó y se quedó a un paso a su lado. Ella le lanzó una mirada de contrariedad, pero él se limitó a sonreír y a brindarle su saludo.
Decidida a no ofrecerle ningún estímulo, fingió en cambio que no estaba
allí y fue hacia la cocina para enfrentarse a la ira de Gertie. Cuando llegó a la
puerta, el alboroto dentro la hizo detenerse.
Había un estruendo horrible y golpes de ollas, y la voz de Gertie se elevaba por encima del bullicio mientras ésta gritaba su descontento a una de las criadas de la cocina.
Tal vez este no era un buen momento para tratar de lisonjear por un desayuno tardío a la malhumorada cocinera.
—Uh, ¿Cormac?
—Sí, mi señora.
—¿Está cerca la hora de la comida del mediodía? Confieso que me quedé dormida hasta tarde esta mañana. No pude en absoluto dormir bien anoche, — se apresuró a decir. No quería dar a Cormac la idea de que su retraso se debía a algo más.
Él reprimió una sonrisa con el dorso de la mano y luego compuso una expresión más seria. Ella lo miró y sus pensamientos estaban escritos claramente en su mirada de suficiencia.
—Él probablemente se jactó a todos, —murmuró.
—¿Perdone usted, señora? —dijo Cormac mientras se inclinaba hacia
delante.
—Nada.
—Se acerca la comida del mediodía. Tal vez otra hora a lo sumo. Si gusta, le pediré a Gertie un plato si tiene hambre ahora.
Su estómago gruñó ante la sugerencia de alimentos, pero una mirada cautelosa a la cocina cuando otro estruendo sonó, decidió el asunto por ella.
—No, puedo esperar. Tengo otras cosas que hacer.
Salió a paso decidido, con la esperanza de que Cormac tomara la indirecta y se alejara. En cambio éste siguió su camino, a la par con ella, mientras bajaba los escalones del torreón.
Fue recibida por una ráfaga de sol que le calentó a pesar del frío. No se había acordado del chal que Maddie le había dejado, pero se resistía a volver a subir las escaleras a buscarlo. A menos que...
Se dio la vuelta y le concedió a Cormac una dulce sonrisa.
—Dejé mi chal en la cámara del Laird y todavía hay frialdad en el aire. ¿Te importaría mucho ir a traerlo para mí?
—Por supuesto que no, mi señora. No sería bueno que cogiera un resfriado. El señor no estaría nada feliz. Espere aquí y lo traeré para usted en un momento.
Se quedó de pie recatadamente, hasta el momento en que él desapareció dentro del torreón y luego se echó a caminar a paso ligero, con cuidado de evitar el patio. En el camino, detuvo a dos mujeres y les preguntó si sabían dónde podía encontrar a Maddie. Luego de haberle informado que estaba en su casa después de sus deberes matutinos, Mairin corrió hacia la hilera de pulcras cabañas que se alineaban en la parte izquierda de la fortaleza.
Cuando llegó a la puerta de la mujer, tomó una respiración profunda y llamó. Un momento después, Maddie abrió la puerta y se sorprendió de verla allí parada.
—¡Mi señora! ¿Hay algo en que pueda ayudarla?
Mairin miró por encima de su hombro para asegurarse de que Cormac no estaba respirando en su cuello.
—Sí lo hay. Es decir, esperaba que pudieras instruirme en algo, —dijo Mairin, y luego en voz baja, añadió—. En privado.
Maddie dio un paso atrás e hizo un gesto para que entrara.
—Por supuesto. Pase adelante ¿Quisiera refrescarse? Yo estaba calentando un poco de conejo estofado al fuego. A mi marido le gusta un buen cuenco de guiso caliente para el almuerzo, pero no estará aquí para comer durante un tiempo todavía.
Recordando su perdido desayuno y su estómago retumbante, olfateó apreciativamente el aire, y percibió el olor maravilloso que emanaba de la cocina de Maddie.
—Si no es demasiado problema. Me quedé dormida esta mañana, —dijo
Mairin con tristeza.
Maddie sonrió e hizo un gesto para que la siguiera al área pequeña que albergaba el hogar para cocinar.
—Escuché que Gertie estaba con bastante mal genio hoy.
Mairin asintió.
—Es la verdad, temí por mi vida si me aventuraba allí después de perderme la comida de la mañana.
Maddie cogió una silla y dirigió a Mairin hacia ella, luego se dedicó a servirle algo del guiso en un cuenco. Se lo entregó y tomó asiento al otro lado de la mesa.
—Ahora, mi señora, ¿qué es lo que le gustaría que le enseñara?
Antes de que pudiera abrir la boca, un golpe sonó en la puerta. Maddie frunció el ceño, pero se levantó para acercarse a ver quién llamaba. Un momento después regresó con Christina y Bertha, cuyos ojos se ensancharon al ver a Mairin sentada a la mesa de Maddie.
—Ah, mi señora, —exclamó Cristina—. Justo veníamos para ver si Maddie conocía su paradero. Cormac tiene a todo el torreón en un alboroto tratando de encontrarla.
Mairin dejó escapar un suspiro.
—Lo persuadí para que fuera a buscar mi chal, así yo podría acudir a Maddie para pedirle consejo sobre algo. Es un asunto privado, ¿sabes?, y no es apropiado para los oídos de Cormac.
Bertha sonrió ampliamente.
—Entonces no tenemos que decirle dónde está usted.
Mairin asintió su apreciación y completamente a la expectativa para que las dos mujeres se alejaran, pero ambas se sentaron a la mesa de Maddie, y Bertha se inclinó hacia delante con interés.
—¿Qué instrucción desea, mi señora? Todos estamos dispuestos a ayudar. Usted es nuestra señora ahora.
—Nuestra señora dijo que era un asunto privado —Maddie la reprendió.
Mairin asintió.
—Sí. Un asunto delicado, de hecho.
El calor viajó por sus mejillas y estaba segura de que su cara estaba en llamas.
—Ah, cosas de mujer, —dijo Bertha a sabiendas—. Puede decirnos, muchacha. Somos muy discretas.
Maddie asintió su acuerdo, mientras que Christina las miraba con perplejidad.
—Bien, —empezó Mairin a regañadientes—. Tal vez sería mejor obtener más de una perspectiva sobre el asunto. La verdad es que estoy un poco confundida ante una información contradictoria. Veamos, la madre Serenity
me instruyó sobre las formas de amar.
—Oh querido Señor, —refunfuñó Bertha—. Muchacha, dígame que no ha recibido todas sus instrucciones de una abadesa envejecida.
Sorprendida, Mairin le devolvió la mirada a la otra mujer.
—Sí, ¿por qué?, la madre Serenity está bien informada de todas las cosas. Ella no me mentiría. Creo que tal vez pude haber confundido algunas de sus instrucciones. Había muchas de ellas, ya ves.
Maddie negó con la cabeza e hizo un chasquido a través de sus dientes.
—Díganos lo que quiere saber, niña. Yo puedo asegurarle que su madre Serenity, aunque bien intencionada, no podría posiblemente haberle dicho todo sobre ello.
—Bien, me instruyó en besos, y el Laird… —se interrumpió, mortificada por la idea de decir en voz alta lo que estaba en sus pensamientos.
—Adelante, —interrumpió, esta vez Christina y se inclinó hacia delante, sus ojos abiertos con curiosidad.
—Bien, él usó su lengua. La madre Serenity nunca dijo nada sobre el uso de la lengua en los besos. Fue muy explícita al respecto.
Maddie y Bertha se rieron entre dientes e intercambiaron miradas cómplices.
—Dígame, muchacha, ¿usted disfrutó de los besos del Laird? —le preguntó Maddie.
Mairin asintió con la cabeza.
—La verdad, es que sí, lo hice, y tengo que admitir, que use la mía también. Fue completamente... sobrecogedor. No lo entiendo de todos modos.
—¿Besos con lengua? —los ojos de Christina se ampliaron.
Maddie le frunció ceño y luego hizo un gesto con sus manos, ahuyentándola.
—Muchacha, eres demasiado joven para esta conversación. ¿Por qué no
te vas y mantienes un ojo en Cormac?
Mairin notó la mirada abatida de Christina pero ésta no discutió. Se puso de pie y dejó la habitación. Sólo cuando el sonido de la puerta cerrándose llegó, Bertha y Maddie volvieron su atención a Mairin.
—¿Eso es todo lo que usted quería saber? —Maddie le preguntó.
Mairin se removió en su asiento y se preguntó si no debería abandonar la noción entera y volver al torreón, así Cormac podría darle un sermón por su engaño.
—Ahora, muchacha, —dijo Bertha en un bondadoso tono de voz—. Pregúntenos lo que quiera. Nunca contaremos nada sobre usted.
Mairin se aclaró la garganta.
—Bien, yo podría haber dicho al Laird que no estaba calificado en el arte de amar.
Ambas mujeres parecieron tan horrorizadas, que lamentó haber soltado impulsivamente ese dato. Entonces se echaron a reír. Se rieron tan larga y duramente que tuvieron que limpiarse las lágrimas que corrían por sus mejillas.
—¿Y cómo se tomó eso el Laird? —Maddie jadeó entre resuellos.
—No muy bien, —se quejó Mairin—. Más tarde le dije que había estado
equivocada.
Bertha sonrió.
—Ah, y tú lo estabas, ¿verdad?
Maddie asintió con la cabeza en aprobación.
—Le demostró que estaba equivocada, ¿verdad? Usted no puede sostener el día de su boda contra él, muchacha. Era su primera vez. No hay mucho que él pudiera haber hecho que habría ayudado a ese respecto. Fue mejor tenerlo resuelto de una vez, digo yo.
—Pero él...
—¿Él qué? —preguntó Bertha.
—Fue indecente —murmuró Mairin.
Maddie sofocó su risa con una mano, pero sus ojos bailaron alegremente.
—Pero le gustó, ¿no?
—Sí, —admitió Mairin—. Hizo cosas....
—¿Qué clase de cosas?
—Bien, él utilizó su boca—. Mairin se inclinó hacia delante y susurró—: Ahí abajo. Y en mis...
—¿Sus pechos? —preguntó Bertha.
Mairin cerró los ojos, mortificada y asintió.
Ambas mujeres se rieron y se recostaron en sus sillas.
—Suena como si el muchacho hizo lo correcto entonces, —dijo Maddie, firme en su aprobación—. Usted es una chica afortunada por tener a un hombre
experto en su cama. No todas las mujeres lo tienen.
Mairin frunció el ceño.
—¿No lo tienen?
Bertha negó con la cabeza.
—Ahora, no vaya a contar a nadie que lo dije, pero mi Michael, bien, le tomó unos cuantos años antes de que desarrollara alguna habilidad. Si no fuera
por unas conversaciones que mantuve con algunas señoras mayores, no estoy segura de que habríamos acertado alguna vez en hacerlo bien.
—Oh, sí, eso mismo pasó con mi Ranold —Maddie comentó—. Siempre estaba con muchas prisas. No fue hasta que lo amenacé con retirarle mis encantos que hizo un esfuerzo por trabajar en sus habilidades.
La cabeza de Mairin daba vueltas ante la charla femenina. Tales asuntos íntimos no parecían molestar a las otras dos mujeres en absoluto.
Mairin en cambio, estaba lista para que la tierra se la tragara.
Maddie se inclinó sobre la mesa y puso su mano sobre la de ella. Apretó y le ofreció una sonrisa.
—Déjeme darle un consejo, muchacha. Si no le importa que sea una vieja mujer que lo ofrezca.
Mairin asintió lentamente.
—No es suficiente que su hombre sea un experto en asuntos del amor. Usted necesita tener algunas habilidades por sí misma.
Bertha asintió con vehemencia.
—Sí, es la verdad. Si mantiene a su hombre satisfecho en su propia cama, él no tendrá ningún motivo para extraviarse.
—¿Extraviarse? —Mairin las miró con horror—. ¿Estás sugiriendo que el
Laird no sería fiel?
—No, por supuesto que no, nosotras no denigraríamos así al señor. Sin embargo, es un hecho que es mejor prevenir que lamentar. Usted quiere que su Laird esté bien satisfecho. Los hombres son mucho más dóciles cuando están saciados de amor.
Maddie le dio una palmada en el hombro a Bertha y se rió.
—Sí, ahora esa es la verdad. El mejor momento para pedir un favor es justo después de un caluroso combate de amor.
Dócil estaría bien. A Mairin le gustó la idea de eso. Y ahora que el pensamiento perturbador de la fidelidad de Ewan había entrado en su cabeza, no la pudo sacudir. ¿Seguramente él no lo haría?
—¿Qué cosas debería yo saber? —preguntó.
—Bueno, usted dijo que él usó su boca. Usted sabe, ahí abajo, —dijo Bertha con un brillo en sus ojos—. Puede hacerle lo mismo a él, muchacha. Está garantizado para volverlo salvaje.
Mairin estaba segura de que su ignorancia absoluta se reflejaba en su expresión. Y su horror. Empezó a decir algo, pero la imagen de lo que Bertha estaba describiendo la golpeó de lleno entre los ojos y no podía sacudirla.
—¿Cómo...? —ella ni siquiera podía terminar la pregunta. ¿Qué se suponía que debía preguntar?
—Has conmocionado a la muchacha, —dijo Maddie con reproche.
Bertha se encogió de hombros.
—No tiene sentido perder el tiempo alrededor de la cuestión. La muchacha tiene que aprender de alguien. Su madre Serenity ciertamente no le hizo ningún favor.
Maddie puso su mano de regreso sobre la de Mairin.
—Lo que Bertha quiere decir es que a un hombre le gusta ser besado... ahí abajo. En su polla.
Bertha resopló.
—Díselo correctamente, Maddie. A un hombre le gusta ser amamantado.
Mairin estaba segura de que la sangre se había vaciado de sus mejillas. ¿Besado? ¿Amamantado?
—Le gustó lo suficientemente bastante, ¿verdad, muchacha? —preguntó Bertha—. Un hombre no es diferente. A él le gusta ser tocado y acariciado con las manos, la boca y la lengua.
Era muy cierto que Mairin disfrutaba realmente de los toques de Ewan. Y sus besos. Él era hábil con la lengua. Sí, le gustaba su lengua, aunque hiciera cosas indecentes con ella.
—Poner mi... mi... boca en su... —no se atrevía a decir la palabra—. ¡Eso no es decente, sin duda!
Bertha volteó los ojos y Maddie se echó a reír.
—Hay poca decencia en amar bien, —le dijo sabiamente—. Y si es totalmente indecente, tanto mejor.
Bertha asintió, sus labios apretados mientras su cabeza se balanceaba arriba y abajo.
—No hay nada incorrecto con un buen y sucio revolcón.
Mairin apenas podía creer lo que estaba la oyendo. Iba a tener que pensar en este asunto. Antes de que pudiera agradecerles a Maddie y a Bertha y estar de vuelta en su camino, un golpeteo en la puerta sobresaltó a las mujeres.
Maddie se levantó y fue hacia la puerta, Mairin y Bertha justo detrás de ella. Tenía una muy buena idea de quién estaba en la puerta, pero cuando Maddie la abrió, era peor de lo que había temido.
No era Cormac quien la estaba esperando para sermonearla.
Ewan estaba con Caelen, con los brazos cruzados sobre el pecho, el ceño fruncido oscureciendo sus rasgos.
Christina estaba a un lado, con ojos compungidos.
—¿Te importaría darme algunas explicaciones? —él exigió.


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Mensaje por Maria-D Jue 13 Sep - 2:50

Razz Razz Razz   ¡ Instrucciones para amar bien ! Bueno, ahora Mairin sabe mucho más que antes.
   El siguiente paso será ponerlas en práctica...  Razz Razz 
   Gracias por los capis. Lectura Septiembre 2018 - Página 3 115428551


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Mensaje por yiniva Jue 13 Sep - 12:49

hay Mairin tan inocente, después de esa platica no lo sera tanto, gracias por los capítulos


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Mensaje por yiany Jue 13 Sep - 18:50

Cap 15: bueno, al menos Ewan se tomó su tiempo para compensar a Mairin por una noche de bodas del asco, y si que la compensó, Lectura Septiembre 2018 - Página 3 959896712 Lectura Septiembre 2018 - Página 3 959896712 Lectura Septiembre 2018 - Página 3 3586515659

Cap 16: la inocencia de Mairin es sobrecogedora, pero es bueno que haya decidido aclarar sus dudas y en un corto periodo recibió mejor instrucción que años con la abadesa, seguro que una vez le "explique" los motivos de su ausencia, con demostración práctica, se le pasará el mal genio a Ewan. Lectura Septiembre 2018 - Página 3 3586515659


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Mensaje por berny_girl Jue 13 Sep - 23:11

CAPÍTULO 17


En lugar de responder a su marido, Mairin se volvió hacia Maddie y Bertha y ofreció una reverencia cortés.
—Gracias a ambas por sus consejos.
Cuando se dio la vuelta de nuevo, Ewan estaba todavía fulminándola con la mirada como si quisiera abrir agujeros a través de ella, mientras Caelen la miraba enojado, ya que había sido convocado con la misión de localizar a Mairin. Trató de caminar, pasando al lado de su esposo cuando salía de la cabaña de Maddie, pero éste no se desplazó. Lo empujó pero era una fuerza inamovible.
Finalmente, dio un paso atrás.
—¿Quería hablar conmigo, Laird?
Ewan emitió un sonoro suspiro y le tomó el brazo en un no-muy-gentil agarre. Mairin se despidió con la mano de las mujeres, mientras él la remolcaba a su lado. Se tropezó y tuvo que correr para mantener el ritmo, sino se encontraría arrastrada a través del suelo por su furibundo marido.
Miró por encima del hombro para ver a Caelen siguiéndolos de cerca. Ella le lanzó una mirada de descontento con la esperanza de que desapareciera,
pero él no pareció impresionado por su silenciosa demanda de intimidad.
Finalmente Ewan se detuvo a cierta distancia de las cabañas. Se cernía sobre ella como un guerrero vengador en busca de sangre. A pesar de que trató de encararlo con valentía, una parte de sí se encogió a un tamaño ridículo. Estaba enfadado. No, enfadado no describía exactamente su estado de ánimo.
Él estaba furioso.
Le tomó unos momentos y repetidos intentos, antes de que fuera capaz de conseguir la amonestación correcta. Su boca se abrió y chasqueó varias veces, y miró hacia otro lado como si estuviera reteniendo su temperamento.
Esperó con recato, sus manos entrelazadas, y mirándolo con amplios ojos.
—Ni siquiera me mires con esos ojos de cierva, —gruñó Ewan—. Me has desobedecido. Una vez más. Tengo casi decidido encerrarte bajo llave en nuestra habitación. Para siempre.
Cuando no respondió a esa amenaza, él dejó escapar su aliento.
—¿Y bien? ¿Qué explicación te gustaría ofrecer por enviar a Cormac en un mandado y luego rápidamente abandonar su escolta?
—Necesitaba hablar con Maddie, —le contestó.
Ewan la miró durante un largo momento.
—¿Eso es todo? ¿Ignoraste no sólo mi orden, sino que actuaste con total desprecio por tu seguridad, sólo porque tenías que hablar con Maddie?
—Era un asunto delicado, —se defendió.
Ewan cerró sus ojos y sus labios se movieron en silencio. ¿Estaba contando? No tenía ningún sentido practicar las matemáticas en un momento así.
—¿Y no podrías haber paseado con Cormac a casa de Maddie?
Ella lo miró con horror.
—¡No! Por supuesto que no. No era una cuestión que un hombre pudiera escuchar. Era un asunto privado que yo no tenía deseos de discutir delante de los demás.
Ewan rodó los ojos hacia el cielo.
—Podría haber esperado fuera de la casa.
—Podría haber escuchado a través de la ventana, —respondió Mairin.
—Mi tiempo es demasiado valioso como para malgastarlo registrando el torreón cada vez que tú decidas que necesitas tener unas palabras en privado con una de las mujeres —declaró Ewan—. De ahora en adelante, tendrás la escolta de uno de mis hermanos o de mis comandantes. Si persistes en tus acciones, se te limitará a tu recámara. ¿Queda entendido?
Caelen no se veía más contento con ese dictado de lo que ella misma estaba. Era evidente que estaba consternado por el deber que se le había encargado.
—Dije, ¿queda entendido?
Mairin a regañadientes asintió.
Ewan se volvió y señaló a Caelen.
—Tú te quedas con ella. Tengo asuntos inmediatos que atender.
La mirada de fastidio en la cara de Caelen no le sentó bien a Mairin, así que le sacó la lengua en cuanto Ewan se alejó en dirección al patio.
Caelen cruzó los brazos sobre el pecho y la miró.
—Tal vez sería mejor si regresaras al salón para la comida del mediodía.
—Oh, pero yo no tengo hambre, —le dijo alegremente–. Maddie tuvo la amabilidad de proporcionarme un delicioso cuenco con guiso de conejo.
Él frunció el ceño.
—Entonces tal vez deberías subir a tu habitación y tomar una siesta. Una larga siesta.
—¡Mairin! ¡Mairin!
Ésta giró en dirección a la voz de Crispen, para verlo correr hacia ella con otros tres niños tras él.
—Mairin, ven a jugar con nosotros, —dijo el muchacho, tirando de su mano—. Vamos a hacer carreras y necesitamos a alguien para calificar.
Se sonrió y accedió.
Caelen suspiró y alargó sus grandes zancadas para mantenerse junto a ellos, pero Mairin no le prestó ninguna atención. Si debía vigilarla en todo momento, iba a hacer todo lo posible para fingir que no estaba allí.
Se rió suavemente ante la idea de simular que un hombre del tamaño de Caelen, podría ser posiblemente pasado por alto. Era tan fiero y musculoso como cualquiera de los guerreros de Ewan, y sobresalía igual que un árbol gigantesco.
No, ella no tendría éxito en el fingimiento de que no la estaba siguiendo, pero podría ignorarlo por lo menos.
Un vistazo a su expresión agobiada hizo surgir una oleada de culpa no deseada dentro de su pecho. Frunció el ceño. No quería sentirse culpable. No por querer un poco de libertad, ahora que estaba lejos de la abadía. Pero aun
así, la culpa creció hasta que estuvo retorciéndose las manos delante, mientras seguía a Crispen y a los otros niños a un área adyacente a la fortaleza.
Se detuvo bruscamente y se dio la vuelta, causando que Caelen casi se fusionara en su interior.
—He decidido cooperar y permitirte que me escoltes por la fortaleza.
Caelen se limitó a levantar una ceja con incredulidad.
—¿Esperas que crea que vas someterte dócilmente a los deseos de Ewan?
Ella sacudió la cabeza con tristeza.
—He sido injusta. Ofrezco mis disculpas. No es tu culpa que el Laird no sea razonable. No, la culpa es de él. Sólo estás cumpliendo con tu deber. Yo debería tratar de hacerlo más fácil y no más difícil para ti. Soy muy consciente
de la carga que te ha dado.
Si esperaba que refutara la idea de que ella era una carga, estaba muy equivocada. Él simplemente la miró con una aburrida expresión.
—De todos modos, te doy mi palabra de que no voy a recurrir a trucos de nuevo, —dijo solemnemente.
Se volvió hacia los niños que estaban discutiendo sobre quién conseguiría correr primero. Ella se metió en la refriega, riendo y esquivando las demasiado ansiosas manos.
Una hora más tarde, estaba exhausta. ¿Quién diría que los niños podrían drenar la vida y extraerla de un cuerpo? Mairin se detuvo en su búsqueda de Crispen y se inclinó mientras jadeaba en busca de aire de una manera decididamente poco femenina.
Los niños gritando la rodearon y se volvió para encontrar a Caelen examinando los tejemanejes con algo que lucía muy parecido a una mueca.
—Yo debería hacerte perseguirlos, —lo retó—. Se supone que tienes que estarme vigilando.
—Protección, no cría de niños, —fue la respuesta lacónica de Caelen.
—Creo que deberíamos atacarlo, —murmuró Mairin.
—¡Oh, hagámoslo! —susurró Crispen.
—¡Sí, sí! —cantaban los niños que los rodeaban.
Ella sonrió cuando un malvado pensamiento surgió.
La imagen del guerrero en el suelo pidiendo clemencia sería un espectáculo digno de contemplar.
—Está bien, —cuchicheó —. Sin embargo, debemos ser sigilosos al respecto.
—¡Como guerreros! —exclamó Robbie.
—Sí, como guerreros. Al igual que sus padres, —les añadió.
Los chicos hincharon sus pechos, pero las pocas muchachas que se habían reunido parecían descontentas.
—¿Qué pasa con nosotras, Mairin? —Gretchen, una chica de ocho años, le preguntó—. Las niñas pueden ser guerreras, también.
—¡No, no pueden! —dijo Crispen con una horrorizada voz—. La lucha es para los hombres. Las niñas están para ser protegidas. Mi papá lo dijo.
Las miradas en los ojos de las chicas eran asesinas, así que para evitar una guerra civil entre los niños, Mairin los reunió a todos cerca.
—Sí, las niñas pueden ser guerreras también, Gretchen. Esto es lo que debemos hacer.
Los amontonó juntos y susurró sus instrucciones.
Los muchachos no estaban felices con sus roles en el ataque. Las chicas estaban encantadas con ellos. Después de un rápido recuento de sus instrucciones, las chicas se separaron y se fueron dando saltos hacia la fortaleza.
Tan pronto como pasaron a Caelen, se detuvieron y regresaron a hurtadillas hacia él por atrás. Éste, estaba demasiado distraído por la multitud de jóvenes alborotados acercándosele desde la parte frontal.
Miró con recelo a Crispen y luego sobre su cabeza hacia Mairin. Ella sonrió inocentemente y esperó.
Nunca supo qué lo golpeó. Tanto estridentes como desaforadas, las chicas le golpearon por detrás. Saltaron sobre su espalda y se abalanzaron sobre él como una horda de langostas.
Gritando por la sorpresa, Caelen aterrizó en medio de una maraña de brazos, piernas y chillidos de deleite. Los muchachos, para no ser menos, añadieron sus propios gritos de guerra y saltaron sobre el montón.
Después de la sorpresa inicial y muchos gritos y algarabía, Caelen tomó el ataque con gracia. Se rió y luchó con los infantes, pero luego se vio obligado finalmente a rogar por misericordia cuando las chicas lo inmovilizaron en el suelo y exigieron su sometimiento.
Alzó los brazos, y riendo ofreció su rendición. Mairin quedó asombrada por el cambio en el guerrero. No estaba segura de haberlo visto nunca sonreír, y mucho menos, reír con evidente placer mientras se peleaba con los críos. Se
quedó mirando al amasijo con la boca abierta, sacudiendo la cabeza en cómo de bueno era con los niños.
Se había imaginado que tendría que intervenir con bastante rapidez para defenderlos contra su ira.
Las chicas se apresuraron a cantar victoria, mientras que los chicos protestaron que habían sido ellos quienes habían ganado la contienda.
—Caelen, Crispen dijo que las niñas no pueden ser guerreras, que es el deber de los muchachos ser guerreros y protegerlas, —expuso Gretchen con disgusto—. Pero Mairin dijo que las niñas pueden ser guerreras, también. ¿Quién tiene la razón?
Caelen rió entre dientes.
—Crispen tiene razón en que es el deber de un guerrero proteger a su dama y a los más débiles. Sin embargo, su señora hace un caso muy bueno de una mujer guerrera. Ella nos puede tener a todos pidiendo clemencia antes del fin de mes.
—Creo que estás en lo cierto, hermano.
Mairin dio la vuelta para ver a Ewan y a sus comandantes de pie a poca distancia de ellos, mirando con expresión divertida lo que parecía la derrota de Caelen a manos de los niños.
Tragó saliva nerviosamente, segura de que estaba a punto de obtener otro severo sermón acerca de sus deberes, pero él solo avanzó para recoger a uno de los niños y darle una sonora desempolvada.
Gretchen sonrió a Mairin mientras se sentaba en el amplio pecho de Caelen.
—Yo quiero ser una guerrera como nuestro Laird. Porque, yo le di una paliza a Robbie justo la semana pasada.
—¡No lo hiciste! —rugió Robbie.
—Sí lo hice.
Para horror de Mairin, Robbie se lanzó sobre Gretchen, volcándola del pecho de Caelen. No tenía que haberse preocupado, sin embargo. La muchacha obviamente no se había jactado en vano. Tiró a Robbie y se sentó a horcajadas sobre él, sosteniendo sus brazos en el suelo.
Mairin suspiró y avanzó para evitar una total guerra entre chicos y chicas. Ewan llegó al mismo tiempo y alcanzó a Robbie mientras ella se agachaba para arrancar a Gretchen fuera del chico en aprietos.
El dolor quemó a través de uno de sus lados, y luego para su sorpresa, una flecha golpeó la tierra justo al lado de los niños incrustándose profundamente en el suelo. ¡Pero si acababa de pasar entre ella y Ewan!
Se quedó horrorizada, consternada por lo cerca que había estado de herir a uno de los chicos. Se dio la vuelta para buscar al arquero infractor pero se encontró siendo derribada, mientras Caelen caía en picado sobre ella.
—¡Détente! —exclamó, mientras lo golpeaba en el hombro—. ¿Qué demonios estás haciendo? Cuida a los niños.
—¡Silencio! —ladró—. Ewan está viendo por la seguridad de ellos.
—Esto es imperdonable, —exclamó Mairin—. ¿Cómo pueden ser tan descuidados? ¡Los niños podrían haber muerto!
Caelen cubrió su boca y lentamente movió su cuerpo del suyo. Miró a su alrededor y ella pudo ver a Ewan con los brazos llenos de niños, mientras también estudiaba el área con ojos penetrantes. Gannon y Cormac cada uno tenía una posición por encima de los chicos restantes, de pie inmóviles, esperando instrucciones.
Ewan maldijo, y Mairin le miró con ceño fruncido por proferir blasfemias delante de los críos. Esta era otra cosa que trataría con él a la primera oportunidad.
Levantando la cabeza, el Laird gritó una orden. Pronto el área estaba atestada con sus hombres. Los niños se apresuraron hacia la fortaleza bajo una fuerte custodia, mientras se ponía de pie, Ewan miró hacia Mairin.
Caelen se levantó del suelo y ambos le tendieron una mano para deslizarlas debajo de sus brazos. Fue colocada en sus pies y dio palmadas en sus faldas, sacudiendo una nube de polvo.
Antes de que uno de ellos pudiera detenerla, se agachó y arrancó la flecha del suelo. Luego la golpeó contra el pecho de Ewan, su miedo dando paso a la furia.
—¿Cómo pudieron tus hombres ser tan descuidados? ¡Ellos podrían haber matado a uno de los niños!


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Mensaje por berny_girl Jue 13 Sep - 23:12

CAPÍTULO 18

Ewan estaba tan furioso por el incidente como su esposa, pero no estaba dispuesto a permitirle que le diera una reprimenda frente a sus hombres.
—Te quedarás callada.
Sus ojos se ensancharon y dio un paso atrás. Bien, ella se estaba dando cuenta de su lugar. Pero entonces sus ojos se redujeron y frunció el ceño ferozmente hacia él.
—No me quedaré callada, —dijo en voz baja—. Debes tener un lugar seguro donde los niños puedan jugar y correr libremente. No es adecuado para ellos estar tan cerca del patio si tus hombres no pueden controlar su objetivo.
Tomó la flecha que ella tenía y examinó las marcas sobre ésta. Luego miró a su alrededor de nuevo.
—Hasta que no sepa quién es el responsable, dejarás de insultar a mis hombres y a mí, al pensar que permitiríamos que tal cosa sucediera. Puedes regresar a la fortaleza para ver a los niños. Cormac te acompañará.
El dolor brilló en sus ojos, pero se dio la vuelta y se alejó, sus faldas balanceándose en su prisa.
Se volvió hacia Gannon, furioso por el contratiempo.
—Encontrarás al hombre que disparó esta flecha y lo traerás ante mí. No sólo podría haber matado a uno de los niños, podría haber matado a mi esposa.
Sus dedos se cerraron en un puño ante el recuerdo de lo cerca que la flecha había estado de Mairin y de él mismo. A pesar de que no había venido con la suficiente altura como para haberle hecho un daño grave a él, para una muchacha del tamaño de Mairin, podría haber sido mortal.
Bajó la mirada al suelo, donde ella había estado hace unos momentos. Frunció el ceño y se dejó caer de rodillas, tocando la tierra con sus dedos. Su garganta se cerró y su corazón empezó a latir con fuerza. Sangre oscurecía la tierra justo al lado huellas. Mientras seguía a lo lejos, el camino que Mairin había tomado, vio más gotas.
—Dulce Jesús, —murmuró.
—¿Qué pasa, Ewan? —preguntó Caelen bruscamente.
—Sangre.
Se puso de pie y se quedó mirando a su mujer mientras se retiraba.
—¡Mairin!
Estaba cerca de los escalones que conducían a la fortaleza cuando el rugido de Ewan detuvo su avance en seco. Se estremeció y se volvió.
El único problema fue que el mundo no dejó de girar cuando lo hizo.
Se tambaleó precariamente y parpadeó para intentar que todo volviera a estar en su lugar. Era extraño, pero sus piernas temblaban y se sentían sospechosamente como jalea. Antes de darse cuenta, se encontró de rodillas en el suelo, mirando a su marido dirigiéndose hacia ella como un ángel vengador.
—¡Oh, mi Dios! —murmuró—. Lo he enfurecido realmente ahora.
Pero él no parecía enfadado. Él parecía... preocupado. Se precipitó hacia ella y se hundió de rodillas enfrentándola. Gannon estaba justo detrás del Laird, y también se veía muy afectado. Incluso Caelen llevaba algo distinto a su habitual mirada de aburrimiento. Sus cejas estaban unidas, y la miraba como a la espera de que reaccionara.
—¿Por qué estamos de rodillas en el suelo, Laird? —susurró.
—Necesito llevarte a nuestra recámara, muchacha, —dijo en un tono que podría usar con un niño.
Su frente se arrugó en el momento en que el dolor punzó en su costado, como si alguien la hubiera pinchado con un hierro caliente. Se aferró a su lado y se tambaleó, pero él la cogió por los hombros con manos suaves.
—¿Pero, por qué? Seguramente no puedes... —se inclinó hacia delante y susurró con urgencia—. Este no el momento para amar, Ewan. Estamos a plena luz del día. Porque, no puede ser mucho más allá de la hora del mediodía.
Ignorándola, se inclinó hacia delante y la alzó directamente del suelo. Ella aterrizó con un golpe seco contra él, lo que envió otro fragmento de dolor a través de su costado. Jadeó y el mundo se volvió un poco acuoso cuando las lágrimas brotaron de sus ojos.
—Lo siento, muchacha, —dijo bruscamente—. No quise hacerte daño.
Tal vez no fuera una mala idea que la llevara hasta su recámara, ya que, por Dios, estaba de repente muy cansada y le era una tarea difícil mantener los
ojos abiertos.
—Si pudieras dejar de vociferar, podría ir a dormir, —dijo enojada.
—No, muchacha, no te duermas. Todavía no. Necesito que te quedes despierta hasta que pueda evaluar tus lesiones.
Entonces volvió a gritar, esta vez para que alguien buscara a la sanadora. ¿Sanadora? Ella no necesitaba una sanadora. Lo que necesitaba era una agradable y larga siesta. Y así se lo dijo al Laird.
Él no le hizo caso y se la llevó a su habitación, donde la depositó en la cama. Se disponía a cerrar los ojos cuando comenzó a tirar de su ropa.
Sus ojos se abrieron de golpe y ella le golpeó las manos.
—¿Qué estás haciendo?
Ewan parecía sombrío mientras la miraba.
—Has sido herida. Ahora déjame quitarte la ropa para que pueda ver dónde.
Ella parpadeó.
—¿Herida?
Bien, así que, no era un dolor fuerte en su lado.
—La flecha debe haberte golpeado, —expresó—. Había sangre en el suelo en el lugar donde estabas. ¿Te duele en alguna parte?
—En mi costado. Siento un dolor atroz, ahora que lo dices.
Cuando movió los dedos por su lado, ella dejó escapar un quejido. Él hizo una mueca.
—Ten paciencia conmigo. Lo siento, pero tengo que ver lo que estamos tratando aquí.
Sacó un cuchillo de su cinturón y hendió una gran abertura en un sector de su vestido.
—Estás siempre arruinando mi ropa, —dijo con tristeza—. En poco tiempo, no tendré nada para cubrirme aparte de mi camisón.
—Tendré un vestido nuevo confeccionado para ti —murmuró.
Eso la animó considerablemente mientras él se afanaba con el cuchillo en su ropa.
La rodó del lado que no le dolía y ella lo sintió ponerse tenso en su contra.
—Ah, muchacha, vas y consigues por ti misma, ser disparada con una flecha.
Se puso rígida. Y entonces farfulló.
—¿Conseguí el flechazo por mí misma? Más bien como que uno de tus hombres me disparó. Me gustaría saber quién fue. Tengo en mente tomar una de las ollas de Gertie y golpearlo en su trasero.
Él se echó a reír.
—No es tan malo, pero todavía estás sangrando. Necesitarás que te cosan.
Ella se quedó completamente inmóvil.
—¿Ewan?
—¿Sí, muchacha?
—No dejes que metan una aguja en mí. Por favor. Dijiste que no era tan malo. ¿No puedes limpiarlo y vendarlo?
Odiaba los ruegos en su voz. Sonaba débil y tonta, pero la idea de una aguja hundiéndose en su carne era peor que una flecha cortando a través de su piel.
Ewan presionó la boca en su hombro y se mantuvo allí durante un largo rato.
—Lo siento, muchacha, pero tiene que hacerse. El corte es demasiado profundo y está demasiado abierto como para vendarlo. La herida necesita ser limpiada y cerrada.
—¿Tú...? ¿Te quedarás conmigo?
Le pasó la mano por su brazo y luego de nuevo hacia arriba desde el hombro a su mejilla. Le apartó el pelo de la cara y luego su mano ahuecó su nuca.
—Estaré aquí, Mairin.


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Mensaje por Maria-D Vie 14 Sep - 4:12

Shocked   La cosa se pone candente. ¿Quién le ha disparado?


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Mensaje por yiany Vie 14 Sep - 6:57

Miércoles, habrá sido un "accidente", o hay un traidor entre sus filas? Que contrariedad. Gracias por los caps


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Mensaje por yiniva Vie 14 Sep - 15:12

muy cierto seria un accidente, un traidor o algún hombre de Cameron, lo bueno que al parecer no es nada grave, gracias por los capítulos


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Mensaje por berny_girl Vie 14 Sep - 15:40

CAPÍTULO 19

—¿Qué quieres decir con que la sanadora no está aquí? —preguntó con incredulidad.
Cormac no estaba complacido de decirle a su Laird que la sanadora no podía ser traída. El temor podía leerse en su cara.
—Encuentra a nuestra sanadora y tráela aquí, —expresó con los dientes apretados.
—No puedo, señor, —le contestó Cormac con un profundo suspiro—. Los McLauren perdieron a su curador y Lorna fue a ayudar en el alumbramiento del hijo de su Laird. Usted mismo le dio permiso
Resopló con frustración. Por supuesto que lo hizo. Lorna era una partera experta y McLauren había enviado un llamamiento desesperado a Ewan pidiendo ayuda cuando su mujer en labor de parto no pudo dar a luz a su bebé en el tiempo previsto. En ese momento, había considerado que si alguno de los McCabe requería los servicios de un sanador, él mismo atendería la necesidad.
Sólo que ahora su esposa necesitaba puntos y, por Dios, que él no sentía ningún agrado por esa tarea.
—Tráeme cerveza, tan fuerte como puedas encontrar, —masculló a Cormac—. Es posible que necesites preguntarle a Gertie donde guarda las reservas de la mezcla que conservamos a mano en caso de heridas y sedación. Necesitaré agua, aguja e hilo, y algo con lo que pueda unir la herida. Date prisa con eso.
Cuando Cormac se marchó, se volvió hacia Mairin, que yacía en la cama, con los ojos cerrados. Estaba extrañamente pálida y eso le daba un aspecto aún más delicado a sus facciones.
Negó con la cabeza por la dirección de sus pensamientos. La herida no era grave. Ciertamente nada por la que podría morirse. Siempre y cuando pudiera impedir que cogiera una fiebre.
Gannon y Diormid estaban de pie cerca de la cama, rondando ansiosamente. Mientras Ewan esperaba a Cormac que trajera los suministros, se volvió a sus hombres y les habló en voz baja.
—Quiero que cada persona en la fortaleza sea interrogada. Alguien tiene que haber visto algo. Me niego a creer que esto fue un accidente. Mis hombres son demasiado cuidadosos. Averigüen quién estaba practicando con arcos y flechas.
—¿Cree que alguien trató de hacerle daño a la muchacha? —preguntó Gannon con incredulidad.
—Eso es lo que me gustaría saber, —respondió.
—Estoy segura de que nadie tenía la intención de matarme, —les dijo Mairin con voz apagada—. Fue un accidente, eso es todo. Puedes decirles a tus hombres que los perdono por ello.
—¿Qué quieres que haga, Ewan?
Inquirió Caelen, sus rasgos dibujados en una apretada línea.
—Quédate conmigo. Voy a necesitar ayuda para sostenerla.
Cormac entró corriendo, con los brazos llenos y sus dedos alrededor de una vasija de cerveza, sujetándola fuertemente. Ewan tomó los artículos de las manos de Cormac y los agrupó al lado de la cama.
No quería que nadie más tocara a Mairin, pero también reconocía la imposibilidad de que fuera capaz de hacerlo todo solo. Si tenía que darle las puntadas, —y ya que la sanadora no podía, nadie más lo iba a hacer sino él—, entonces necesitaba a uno de los otros para mantenerla sujeta y asegurarse de no hacerle más daño que bien.
Miró a Cormac.
—Ve a comprobar que los niños estén bien. Asegúrate de que Crispen sea atendido. Él va a preocuparse cuando oiga lo que sucedió. Haz que Maddie y las otras mujeres lo mantengan fuera de las escaleras hasta que todo esté hecho.
Cormac hizo una reverencia y salió corriendo de la cámara, dejándolo con Caelen y Mairin.
Tomando la vasija en su mano, Ewan se sentó en la cama cerca de la cabeza de ella y pasó un dedo sobre su mejilla.
—Muchacha, necesito que abras los ojos y bebas esto.
Sus párpados revolotearon y sus desenfocados ojos encontraron los de él. La ayudó a apoyarse lo suficiente para que pudiera poner sus labios sobre el recipiente. Tan pronto como el líquido golpeó su boca, se apartó, su rostro dibujado con una expresión de intenso disgusto.
—¿Me estás envenenando? —reclamó.
Contuvo la risa y puso el matraz cerca de su boca de nuevo.
—Es cerveza. La necesitarás para ayudar a relajarte. También te servirá para el dolor.
Se mordió los labios y con ojos preocupados lo miró de nuevo.
—¿Dolor?
Él suspiró.
—Sí, muchacha. Dolor. Me gustaría que no fuera así, pero las puntadas te causarán dolor. Si te tomas esto rápidamente, no lo sentirás tanto. Te lo prometo.
—Es probable que no sientas nada en absoluto después de un buen trago de eso, —murmuró Caelen.
Ella arrugó la nariz y suspiró de manera fatalista, mientras permitía a Ewan poner la bebida en su boca de nuevo. Para su crédito, se lo tragó rápidamente con sólo un mínimo de náuseas y asfixia.
Cuando bajó el frasco, su piel tenía un matiz verdoso que le hizo temer que devolvería la cerveza a la menor provocación.
—Respira profundo, —dijo—. A través de tu nariz. Deja que se asiente.
Se dejó caer de nuevo sobre la almohada e inmediatamente soltó un eructo muy poco femenino, seguido de una serie de hipidos.
—No has oído eso, —dijo.
Caelen arqueó una ceja y le lanzó Ewan una mirada divertida.
—¿El qué?
—Eres un buen hombre, Caelen, —dijo ella dramáticamente—. No eres ni de cerca tan feroz como pareces, aunque si sonrieras de vez en cuando, te verías muy guapo.
Caelen frunció el ceño ante eso.
Ewan esperó varios minutos y luego se inclinó para mirar a Mairin.
—¿Cómo te sientes, muchacha?
—Maravillosa. ¿Por qué hay dos Ewans? Te puedo asegurar que uno es más que suficiente.
Se sonrió.
—Ya estás lista.
—¿Lo estoy? ¿Para qué estoy lista?
Sumergió uno de los paños en un cuenco con agua tibia que Cormac había preparado. Después de escurrirlo, limpió cuidadosamente la sangre, ahora seca del costado de Mairin. Era sólo un rasguño, y de hecho, parecía como si la flecha hubiera pasado directamente entre el brazo y su lado, ya que había un pliegue de sangre en el interior de su brazo también.
La flecha atravesó más de su flanco, y era esa carne la que necesitaba ser cosida.
Hizo un gesto a Caelen para que tomara posición al otro lado de Mairin. Éste caminó alrededor de la cama y con cuidado le sacó el brazo de modo que su lado desnudo quedara hacia Ewan.
—Tendrás que sujetarla, —dijo Ewan con paciencia—. No quiero que se mueva cuando meta la aguja en su carne.
De mala gana, la sostuvo más firmemente contra su cuerpo y le agarró la muñeca para que no pudiera sacudir su brazo.
Mairin despertó y miró estúpidamente hacia Caelen.
—Caelen, tu Laird no estará complacido de encontrarte en su cama.
Caelen rodó los ojos.
—Creo que por esta vez lo entenderá.
—Bien, no lo sé —dijo enojada—. No es decente. Nadie debe verme en la cama, excepto el Laird. ¿Sabes lo que le dije?
Ewan levantó una ceja.
—Tal vez sea mejor si te guardas esos asuntos para ti misma, muchacha.
No le hizo caso y siguió divagando.
—Le dije que no estaba calificado en el arte de amar. Yo creo que no estuvo contento con esa declaración.
A pesar del brillo en los ojos de su hermano, Caelen estalló en carcajadas.
—Oh, no es de buena educación reírte de tu señor, —le dijo ella con voz solemne—. Además, eso no es cierto. Yo estaba muy equivocada.
Ewan movió una mano para cubrirle la boca, así no dejaría escapar ninguna otra cosa en su estado de embriaguez.
—Creo que has dicho suficiente.
Él hizo caso omiso de la mirada divertida de Caelen y señaló que estaba listo para comenzar.
Caelen hizo una mueca, y algo asombrosamente parecido a la simpatía brilló en sus ojos cuando Mairin se sobresaltó ante el primer pinchazo de la aguja.
Un gemido escapó de ella cuando le clavó la segunda puntada.
—Date prisa, —susurró.
—Lo haré, muchacha, lo haré.
En la batalla, su mano jamás temblaba. Se mantenía estable alrededor de la espada. Nunca le había fallado. Ni una sola vez. Sin embargo, aquí, haciendo una tarea tan simple como insertar una aguja en la piel, tuvo que llamar a cada parte de su control para mantener sus dedos firmes.
Cuando anudó la puntada final, Mairin se sacudió incontrolablemente bajo su toque. Los dedos de Caelen estaban blancos por la presión que ejercía sobre su hombro, y Ewan estaba seguro de que ella tendría contusiones.
—Suéltala, —dijo con voz tranquila—. He terminado.
Caelen soltó su hombro y Ewan le hizo un gesto para que saliera de la habitación. Después de que cerró la puerta tras de sí, estiró la mano para tocar la mejilla de Mairin sólo para encontrarla bañada en lágrimas.
—Lo siento, muchacha. Siento que fuera necesario hacerte daño.
Abrió los ojos, que había mantenido fuertemente cerrados, y las lágrimas brillaban en las profundidades azules.
—No me dolió excesivamente.
Estaba mintiendo, pero sintió una oleada de orgullo por su bravuconería.
—¿Por qué no descansas un poco ahora? Le diré a Maddie que te traiga una tisana para el dolor.
—Gracias, Ewan, —susurró.
Él se inclinó y le dio un beso en la frente. Esperó hasta que hubiera cerrado los ojos antes de apartarse y retirarse de la recámara.
Afuera de la puerta, su comportamiento rápidamente cambió de cuidador a guerrero.
Se fue en busca de Maddie primero y le dio instrucciones de no apartarse del lado de la cama de Mairin. Luego se encontró con Cormac, Diormid y Gannon en el patio para interrogar a sus hombres.
—¿Han encontrado algo ya? —preguntó. —Todavía tenemos a la mayoría de los hombres por interrogar, Laird. Tomará algún tiempo, —comento Gannon—. Hay muchos que practican el tiro con arco, pero ninguno puede explicar el errante tiro.
—Esto es inaceptable. Alguien le disparó a lady McCabe, ya sea por casualidad o con intención. Quiero a ese hombre, —se volvió hacia Diormid—. ¿No estabas supervisando el tiro con arco? ¿No puedes dar cuenta de tus hombres?
Diormid inclinó la cabeza.
—Sí, señor, tomo toda la responsabilidad. Cada uno bajo mi mando será interrogado largamente. Encontraré al responsable.
Ewan negó con la cabeza tristemente.
—No tendré a los niños de esta fortaleza sin protección. Es como Mairin dice. Ellos deben tener un lugar seguro para corretear y ser niños, sin que sus madres se preocupen de que vayan a ser asesinados por una flecha extraviada. A partir de ahora, los niños jugarán detrás de la fortaleza en la ladera, lejos de donde entrenan los hombres.
—Donde ellos juegan ahora está bastante distante del patio, —dijo Cormac con un ceño feroz—. Lo que pasó hoy no debería haber ocurrido.
—Sí, pero ocurrió, —replicó—. No quiero que suceda de nuevo. Reúnan a los hombres después de los interrogatorios. Quiero dirigirme a ellos.
 
Era bien pasada la medianoche cuando se encaminó cansinamente hasta su habitación. Habían interrogado a todos y cada uno de los miembros del clan, incluso a los niños, y nadie recordaba haber visto nada malo. Los hombres que practicaban tiro con arco juraron que ninguno de ellos era el responsable, y sin embargo la flecha había sido una perteneciente a los McCabe. No había ninguna duda acerca de ello. Después, había dado a sus hombres una reprimenda acerca de ser más cuidadosos en su formación. Si no podían mantener a la gente de su propio clan seguros de sí mismos, ¿cómo iban a protegerlos de amenazas del exterior?
Entró en su recámara, y Maddie se movió de su posición junto al fuego.
—¿Cómo está? —preguntó en voz baja.
La mujer se levantó y se deslizó silenciosamente para estar frente a Ewan.
—Está descansando en este momento. Estuvo con dolor antes, pero después de que le diera la tisana, se calmó y pudo dormir mejor. He cambiado su apósito hace una hora. El sangrado se ha detenido. Ha hecho un buen trabajo cosiéndola, Laird.
—¿Cualquier signo de fiebre?
—Todavía no. Está fría al tacto, sólo inquieta. Creo que va a estar bien.
—Gracias, Maddie. Puedes retirarte a tu casa ahora. Te agradezco que hayas atendido a Mairin.
—Me alegré de hacerlo, Laird. Si usted tiene necesidad de cualquier otra cosa, envíe por mí sin demora.
Le hizo una reverencia y luego se dirigió hacia la puerta.
Ewan se desvistió y se metió en la cama junto a su esposa, con cuidado de no zarandearla. Tan pronto como su cuerpo tocó el de ella, ésta se agitó y se acurrucó en sus brazos como un tibio gatito en una noche fría. Lanzó un profundo suspiro contra su cuello y comenzó a envolver sus piernas alrededor de las de él, mientras echaba un brazo por encima de su cuerpo.
Él sonrió. Era una cosita posesiva en la cama. Consideraba su cuerpo como su territorio y no tenía reparo en reclamarlo cuando lo tenía cerca. No es que le importara. En verdad, había algo bueno en tener a una caliente y dulce muchacha envuelta a su alrededor, que le atraía más de lo que nunca creyó posible.
Le tocó un mechón de pelo, dejando que se enroscase alrededor de la punta de su dedo. No era un hombre que se dejara dominar por el miedo, pero cuando se dio cuenta de que Mairin había recibido un flechazo, experimentó una corriente de terror, diferente a todo lo que alguna vez había conocido. La idea de que podía haberla perdido no le sentó nada bien.
Podría poner un montón de excusas, incluyendo la más grande, que si ella moría, Neamh Álainn nunca sería suya. Su clan nunca sería reconstruido. La venganza nunca sería alcanzada. Todas esas cosas eran ciertas. Pero la más sencilla verdad era que no quería perderla. Ninguna de las otras cosas había cruzado su mente cuando frenéticamente había examinado sus lesiones.
Sí, la chica se había metido bajo su piel. Había estado en lo cierto acerca de ella desde el momento en que, por primera vez la había mirado. Sin duda significaba problemas.


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Mensaje por berny_girl Vie 14 Sep - 15:40

CAPÍTULO 20

Cuando Mairin despertó, el dolor en su cabeza eclipsaba el malestar en su costado. Se lamió los labios agrietados, pero no fue suficiente para librarse del gusto horrible en su boca.
¿Qué demonios había hecho el Laird con ella? Lo único que recordaba era que le había ordenado beber un poco de un líquido asqueroso y tener que tragárselo. Incluso el recuerdo de ello, hizo que su estómago se tambaleara precariamente.
Se dio la vuelta, poniendo a prueba la sensibilidad en su lado, pero se topó con un cuerpo cálido y acogedor. Sonrió y enroscó su brazo alrededor de Crispen y lo abrazó firmemente.
Él abrió los ojos y se acurrucó más cerca de su pecho.
—Estás bien mamá, ¿verdad?
—Sí, cariño, estoy perfectamente bien. Apenas siento un pinchazo. Fue sólo un pequeño corte.
—Estaba asustado.
Su voz vaciló y el corazón se le oprimió por la incertidumbre en su voz.
—Lamento que hayas tenido miedo.
—¿Te duele? Maddie me dijo que papá tuvo que coserte. Yo diría que eso debió dolerte mucho.
—Sí, lo hizo, pero no demasiado. Tu padre tuvo una buena y firme mano, fue rápido al respecto.
—Papá es el mejor, —dijo Crispen, con toda la confianza que un niño tiene en su padre—. Yo sabía que cuidaría de ti.
Mairin sonrió y besó la parte superior de su cabeza.
—Tengo necesidad de salir de esta cama. He permanecido aquí tanto tiempo que mis músculos están rígidos y doloridos. ¿Te gustaría ayudarme?
Crispen salió corriendo del lecho y luego hizo un gran espectáculo asistiendo a Mairin a ponerse de pie.  
—Deberías ir a tu habitación y cambiarte. Nos encontraremos abajo en las escaleras. Tal vez Gertie tenga algo de comida para nosotros dos.
Él le dedicó una enorme sonrisa y luego echó a correr, cerrando la puerta detrás de sí.
Mairin se estiró tan pronto como se fue, e hizo un mohín. Realmente no estaba mal. No había dicho una mentira. Sólo sentía una punzada o dos cuando hacía un mal movimiento. Sin duda, no era suficiente para permanecer en la cama.
Se dio la vuelta para sacar un vestido de su armario, cuando un destello de color llamó su atención. Su mirada se centró en la pequeña mesa situada cerca de la ventana. Encima de ella había una pila de tela cuidadosamente doblada.
Era su vestido de novia. Olvidando todo acerca de su lesión, se apresuró y palpó con sus dedos la suntuosa tela. Entonces lo alzó y dejó que el vestido se desplegase. ¿Cómo? estaba como nuevo. No había evidencia del desgarro.
Abrazó el material hasta la barbilla y cerró los ojos con deleite. Era una tontería estar tan emocionada por un vestido, pero una mujer sólo se casaba una vez, ¿verdad? Frunció el ceño. Así era, la mayoría del tiempo. No pensaría en cuestiones tales como el Laird muriendo y dejándola viuda.
Acarició el traje por última vez, disfrutando de su suavidad mientras se deslizaba sobre sus manos. Luego lo guardó cuidadosamente, así lo mantendría hasta la próxima vez que tuviera ocasión de usarlo.
Impaciente por dejar su habitación, fue a ponerse su ropa, sus gestos torpes mientras trataba de arreglarse con tan pocos movimientos en su lado izquierdo como fuera posible.
Como mejor pudo, se cepilló el cabello y lo dejó caer suelto, ya que trenzarlo era inadmisible con una sola mano. Cuando estuvo convencida de que no se veía tan demacrada, salió de la recámara, esperando que no fuera demasiado tarde para el desayuno.
Y ya era hora de que se ocupara de sus deberes como señora de la fortaleza. Seguramente eso la mantendría alejada de los problemas con Ewan.
Los días posteriores a su boda habían pasado como un borrón, y aparte de relacionarse con las otras mujeres del clan, Mairin no había hecho gran cosa además de intentar evitar a sus fieles perros guardianes.
Bien, basta de todo eso. Era el momento de tomar las riendas en su mano. Después de haber recibido una flecha en su costado, no estaba entusiasmada acerca de aventurarse fuera de la fortaleza de todos modos.
Cuando entró en el salón, fue recibida con miradas de sobresalto, de los hombres de su clan.
Gannon y Cormac estaban envueltos en un acalorado debate, pero cuando la vieron, se interrumpieron y se le quedaron mirando como si le hubieran crecido dos cabezas. Maddie, que pasaba a través de donde Mairin hizo su entrada, inmediatamente alzó las manos y corrió hacia ella.
—Mi señora, aún debería estar en cama, —Gannon exclamó, mientras él y Cormac también se abalanzaban sobre ella.
—Sí, —estuvo de acuerdo Maddie—. No debería estar levantada. Estaba a punto de subir una bandeja para que pudiera comer en la cama.
Mairin levantó las manos para silenciarlos.
—Agradezco su preocupación. En verdad, lo hago. Pero estoy perfectamente bien. El permanecer en cama no sirve para nada, excepto para volverme loca.
—Al Laird no le va a gustar esto, —murmuró Cormac.
—¿Qué tiene el Laird que ver con esto? —exigió—. Debería sentirse aliviado al saber que ya estoy de vuelta en mis pies y lista para asumir mis deberes como ama de esta fortaleza.
—Debería descansar, muchacha, —dijo Maddie con dulzura, mientras la giraba de regreso en dirección de las escaleras—. Usted no querrá agravar su lesión.
Mairin se sacudió la mano de Maddie y se volvió hacia el salón, sólo para toparse con Gannon.
—Ahora, mi señora, usted debería estar en cama, —dijo él con firmeza.
—Estoy bien, —insistió—. ¿Por qué? no siento ni un poco de dolor. Bien, tal vez una pizca o dos, —añadió cuando Cormac le lanzó una incrédula mirada—. Pero esa no es razón para quedarse en cama en un día tan agradable. Incluso les permitiré acompañarme, —les dijo a ambos.
—¿Permitirá? —le preguntó Gannon con el ceño fruncido.
Ella asintió con la cabeza y sonrió serenamente.
—Sí, lo haré. No seré ningún problema. Ya lo verás.
—Lo creeré cuando lo vea, —Cormac murmuró.
—Maddie, tengo necesidad de tu ayuda si es que estás dispuesta a darla.
Maddie la miró confundida.
—Por supuesto que la ayudaré, mi señora, pero sigo pensando que debería subir las escaleras y acostarse. Tal vez me pueda decir en qué es lo que necesita ayuda, mientras come sus alimentos en la cama.
Mairin los afrontó a todos y dejó mostrar su disgusto.
—No hay absolutamente ninguna razón para que me vaya a la cama.
—Hay todo tipo de razones, esposa.
Los hombros de Cormac y Gannon se hundieron de alivio, mientras que Maddie soltó un suspiro. Mairin se volvió para ver a su esposo de pie detrás de ella, con una mirada de leve irritación en su cara.
—¿Por qué no puedo esperar siquiera la más mínima cooperación de tu parte?
Se quedó boquiabierta.
—Eso es... eso es... bien, eso es una cosa grosera que decir, Laird. Estás insinuando que soy difícil. No soy difícil, —se dio la vuelta alrededor para hacer frente a los otros—. ¿Lo soy?
Cormac parecía como si se hubiera tragado un bicho, mientras Gannon encontró algo en la pared para estudiar. Maddie no se molestó en tratar de ser circunspecta. Solamente se echó a reír.
—¿Por qué no estás en la cama, Mairin? —preguntó Ewan.
Se dio la vuelta para mirarlo.
—Estoy bastante bien. Me siento mucho más yo misma hoy. Bueno, excepto por el dolor de cabeza. ¿Qué fue lo que me hiciste beber?
—Algo para hacerte más accesible. Estoy tentado a pedir a Gertie que te prepare otra vasija.
No tenía respuesta para eso.
—Vamos sube las escaleras conmigo, para que pueda atender tu herida,—le dijo, mientras la conducía hacia ellas.
—Pero... pero yo estaba a punto de…
La llevó escaleras arriba.
—Sea lo que sea que estabas a punto de hacer, puede esperar hasta que haya visto tu lesión. Si estoy satisfecho de que realmente estás lo suficientemente bien, como para estar levantada y dando vueltas alrededor, reconsideraré tu confinamiento.
—¿Mi confinamiento? Eso es lo más ridículo…
Ewan se detuvo y antes de que pudiera terminar su diatriba, plantó su boca sobre la de ella en un abrasador beso que rizó los dedos de sus pies. No fue un tierno gesto. Fue uno exigente... y apasionado, y Señor, ella no quería que él parase.
Cuando se apartó tuvo un momento difícil para recuperar sus sentidos. Estaban fuera de... ¿su recámara? Parpadeó mientras trataba de recordar lo que les había traído hasta aquí.
—¿Qué era lo que estabas diciendo, muchacha?
Ella le frunció el ceño. Abrió la boca y luego la cerró de nuevo.
—No lo recuerdo.
Él sonrió y abrió la puerta, arrastrándola hacia el interior de la habitación. Empezó a tirar de su vestido y ella golpeó sus manos.
—No dejaré que me rasgues otro vestido, —le murmuró.
Ewan suspiró.
—Hice que Maddie reparara tu vestido. Fue un accidente.
Sus ojos se abrieron.
—¿Laird, te encargaste de que cosieran mi vestido?
Sus labios formaron una línea delgada y apartó la mirada, ignorando su pregunta.
—Por supuesto que no, —dijo él bruscamente—. Es una cuestión de mujeres. Los hombres no se preocupan por fruslerías de señoras.
Mairin sonrió y luego se arrojó contra el pecho de Ewan antes de que pudiera alejarla con su mano.
—Gracias, —dijo, mientras envolvía sus brazos alrededor de su cintura.
Él dejó escapar un profundo suspiro y la alejó de su cuerpo, con una mirada de reproche.
—Muchacha, ¿cuándo demostrarás alguna restricción? Vas a perjudicar tu herida de nuevo, lanzándote alrededor de esa manera.
Ella sonrió ante su rostro severo, se inclinó y le palmeó la cara entre sus manos. Entonces tiró de él para un beso sin aliento que la hizo jadear y luchar en busca de aire en cuestión de segundos.
No estaba segura de quién estaba más afectado. Si ella o él. Los ojos de Ewan brillaban, y sus fosas nasales se dilataron mientras ella se estremecía de nuevo.
—Estoy realmente muy bien, Ewan, —le susurró—. La madre Serenity solía admitir que la mano de Dios siempre me guiaba, por lo que sin importar lo duro que me cayera o qué tan mal me lastimara, siempre me recuperaba con una velocidad increíble. El costado me duele, sí, pero no demasiado. Es más una molestia que un verdadero dolor. No hay razón para que permanezca en
cama todo el día.
—Quítate el vestido, Mairin. Me gustaría ver por mí mismo cómo te estás curando.
Con un suspiro de contrariedad, aflojó los cordones de su corpiño y cuidadosamente separó el material. Desde la esquina de su ojo, vio la expresión de él volverse rígida, mientras contemplaba sus hombros desnudos.
Fascinada por su intensa reacción, se tomó un poco más del tiempo necesario para dejar que el vestido se deslizase por su cuerpo. Su cabello caía por su espalda y hacia delante sobre sus pechos. Sólo los pezones se asomaban entre las hebras y la mirada de Ewan estaba fija en ellos.
—¿Debo acostarme? —le preguntó en voz baja.
Ewan se aclaró la garganta.
—Sí. Está bien. Ponte cómoda. Esto no tomará más de un minuto.
Se sentó en la cama, pero lo observó por debajo de sus pestañas. Mientras que le cambiaba el vendaje de su herida, su mirada caliente se arrastraba sobre el resto de su cuerpo, tan tangible que era como el roce de su mano sobre su piel.
Se revolvió inquieta, mientras él terminaba de atar la tira de tela alrededor de su costado. La acción empujó sus pechos hacia delante, rozándole el brazo. Sus pezones inmediatamente se fruncieron, el roce del cabello en las puntas sensibles envió una riada caliente de profundo placer dentro de su cuerpo.
—Muchacha, este no es el momento para amarnos, —le susurró—. Pero me tientas. Sí, me tientas como ninguna otra.
Ella le rodeó el cuello con los brazos y se miraron el uno al otro por un largo, y silencioso momento. Sus ojos eran hermosos y le recordaban las colinas de las tierras altas en primavera. Tan verdes y llenos de vida.
Él bajó su boca a la de ella, suavemente al principio, apenas una simple presión de labios juntos. Un sonido de besos suaves, carne tocando carne. La besó en la comisura de la boca y luego regresó a la mitad, entonces capturó la otra esquina.
—Sabes a sol.
Su pecho se amplió y el placer en las dulces palabras la llenó a reventar.
Podía sentirlo entre sus piernas, duro y palpitante. Tiró de sus calzones, empujándolos con impaciencia. Ella lo quería. Sí, lo quería intensamente.
—Ewan, —susurró—. ¿Estás seguro de que no es el momento para amarnos?
Un gruñido bajo brotó de su garganta.
—Sí, eres una auténtica seductora.
Ella levantó su cuerpo para encajarlo al de él, insegura de lo que estaba haciendo, pero se sentía bien. Estaba ruborizada y caliente, y necesitada de algo que estaba segura que sólo él podría darle.
—Bésame —murmuró.
—Oh, sí, te besaré, muchacha. Te besaré hasta que ruegues que me detenga.
Sus labios se cerraron alrededor de su tenso pezón y tiró de él mientras lo chupaba más profundo en su boca. Sus manos acariciaron su cuerpo y ella se arqueó como un gato satisfecho buscando más del toque de su amo.
—Despacio muchacha —murmuró—. No quiero que te hagas daño.
¿Lastimarse a sí misma? Iba a hacerle daño a él si no continuaba besándola.
Él metió las manos entre sus muslos y echó un vistazo a los rizos que custodiaban su sensible carne. Rozó el tembloroso punto al mismo tiempo que sus dedos buscaban su húmeda abertura. A pesar de su advertencia, se arqueó impotente, incapaz de controlar su respuesta frenética.
El fuego se intensificó en lo profundo de su cuerpo y se desplegó rápidamente a través de su ingle, apretando cada vez que sus dedos acariciaban su interior. Esta no era la forma en cómo se hacía, ¿verdad?
A ella no le importaba. Todo lo que le estaba haciendo se sentía tan maravilloso que quería rogarle que nunca se detuviera. Y así lo hizo. Una y otra vez, las palabras se derramaron entre quebrados sollozos.
Chupó cada pecho, alternándolos mientras la conducía a un sinsentido con los dedos. Estaba caliente y resbaladiza a su alrededor y se erigía rápidamente hacia un final explosivo.
Gimió y se aferró a sus hombros cuando levantó sus caderas, deseando más. Añadió un segundo dedo dentro de su vagina en el preciso momento en que su pulgar ejerció más presión.
Habría gritado, –y lo hizo, gritó–, pero él levantó la boca de su pecho para capturar la de ella justo cuando estallo y se tragó el grito salvaje cuando se desintegró en sus brazos.
Olvidada estaba su herida, la venda, cualquier dolor o malestar. Sólo había oleada tras oleada de intenso placer, hasta que se hundió en la cama, demasiado débil y flácida para hacer nada más que jadear en busca de aire.
Él rodó hacia un lado y con cuidado la estrechó entre sus brazos. Sus labios tocaron su pelo y le acarició los mechones con una mano. Le rozó y mimó cada centímetro de su piel hasta que una nube maravillosa la rodeó y la envolvió con su cálido resplandor.
—Duerme, muchacha,—murmuró—. Necesitas descansar.
Demasiado confusa y saciada para discutir, cerró sus ojos antes de darse cuenta que lo había hecho. Su último pensamiento coherente fue que él era más potente que la cerveza como pócima para dormir.


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Mensaje por yiany Vie 14 Sep - 19:35

Gracias por los caps. Si Mairin dice todo lo que piensa en su sano juicio,  borracha es más desinhibida, menos mal Ewan la cayó a tiempo.
Y ya sabe como dominarla, solo basta besarla y olvida de donde es vecina.
Sigue preocupándome el origen de esa flecha, si no fueron los hombres, tal vez las mujeres?


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Mensaje por Maria-D Sáb 15 Sep - 10:20

   Si alguien del clan es un traidor, Ewan debería ponerle una trampa para desenmascararlo.
   No descarto que sea una mujer. La razón: está comprada por alguien o por celos.
   Me ha hecho mucha gracia la escena borracha.
   Muchas gracias por los capis.  Lectura Septiembre 2018 - Página 3 115428551


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Mensaje por berny_girl Sáb 15 Sep - 12:59

CAPÍTULO 21

Mairin dejó escapar un bostezo y lujuriosamente estiró los brazos sobre su cabeza. Se sentía tan ligera después de su encuentro de amor con Ewan que su costado ni siquiera dolía.
Entonces se dio cuenta de que a pesar de su determinación de estar afuera y por los alrededores, había pasado la mitad del día en su habitación. Con el ceño fruncido, se levantó, gruñendo en voz baja, acerca de los maridos y sus artimañas.
Lo había hecho a propósito, estaba convencida de ello. La había llevado a su cámara con en el pretexto de cuidar su herida y luego la había distraído haciéndole el amor. Y pensar que alguna vez había considerado que no era experto en tales cuestiones.
Al contrario, él era demasiado hábil. Esta vez, cuando salió de su aposento, se encontró con Gannon justo fuera de su puerta. Lo miró con asombro mientras él se levantaba del suelo.
—¿Has estado fuera de mi puerta toda la tarde?
—Sí, mi señora. Es mi deber velar por su seguridad. Usted tiene el hábito de desaparecer, por lo que Cormac y yo sacamos pajitas para ver quién salvaguardaría la entrada de su habitación.
Frunció el ceño, no le gustaba la idea de que fuera un deber tan desagradable que se veían obligados a sacar una astilla para realizar la insípida tarea.
Se dirigió hacia las escaleras, determinada en ver a Maddie sin ninguna interferencia de su esposo o sus guardias de vigilancia.
Cormac estaba en la sala compartiendo una jarra de cerveza con algunos de los ancianos del clan.
—¿Has visto a Crispen por aquí? —preguntó a Cormac.
—No, mi señora. Lo último que supe de él, es que estaba jugando con los otros niños. ¿Le gustaría que lo buscara?
—Oh no, déjalo jugar. No tengo necesidad de él en este momento.
Cormac se levantó y comenzó a caminar en dirección de Mairin y Gannon, pero ella levantó la mano.
—Sólo voy a ver a Maddie. Gannon puede acompañarme. ¿No es así, Gannon?
—Sí, mi señora. Si es todo lo que está pensando.
—Por supuesto. Se está haciendo tarde. Muy pronto estará oscuro.
El hombre se relajó. Asintió con la cabeza en dirección de Cormac y luego hizo un gesto para que Mairin lo precediera por el pasillo.
Estableció un paso enérgico, decidida a que cualquier persona que la viera pensara que estaba totalmente recuperada de su accidente. Por lo que cuando llegó a casa de Maddie, estaba sin resuello y se apoyó contra la puerta para sostenerse mientras tomaba aire.
Después de recuperar el aliento, golpeó cortésmente a la puerta y esperó. Frunció el ceño cuando la respuesta no llegó.
—Maddie no está en su casa, mi señora, —una de las mujeres le habló desde una casa de campo más abajo—. Está ayudando a Gertie en la cocina.
—Gracias, —le contesto Mairin.
—¿Le gustaría ir a la cocina? —preguntó Gannon amablemente.
La idea de encontrarse con Gertie era suficiente para persuadirla de que podría esperar para hablar con Maddie. No era como si pudiera hacer mucho hoy, de todos modos.
Se dio la vuelta en dirección a la fortaleza y se detuvo, mientras observaba el exaltado alboroto a la mitad del camino que dividía las cabañas.
Dos hombres mayores estaban llevando a cabo una muy airada conversación, agitando los puños y expresando amenazas ferozmente.
—¿Qué demonios están discutiendo, Gannon?
—Oh, no es nada por lo que tenga que preocuparse, mi señora, —dijo Gannon—. Son sólo Arthur y Magnus.
Trató de conducirla por la calzada, pero ella permaneció clavada en su lugar cuando las voces de los hombres se hicieron más fuertes.
—¡Dejen ya de gritar cabras viejas!
Mairin parpadeó sorprendida hacia la mujer asomada en una ventana, gritando a los dos hombres. Arthur y Magnus no le prestaron atención y continuaron su discusión. Rápidamente tuvo claro que la controversia era en torno a la yegua que estaba entre los dos, pareciendo muy poco sobresaltada con el jaleo.
—¿A quién pertenece la yegua? —susurró—. ¿Y por qué discuten tan ferozmente sobre ella?
Gannon lanzó un suspiro.
—Es una vieja discusión, mi señora. Y ellos disfrutan realmente de una buena pelea. Si no fuera sobre la yegua, sería sobre alguna otra cosa.
Uno de los hombres dio la vuelta y empezó a pisar fuerte por el camino, gritando durante todo el trayecto que iba directo al Laird.
Pensando rápidamente, Mairin dio un paso en su recorrido y él se detuvo justo antes de que pasara por encima de ella.
—¡Mira por dónde vas, muchacha! Ahora hazte a un lado, por favor. Tengo que tratar un asunto con el Laird.
—Serás respetuoso y cuidarás tu lengua, Arthur, —gruñó Gannon—. Es tu señora a quien te diriges.
El hombre entrecerró los ojos y ladeó su cabeza hacia un lado.
—Sí, si fuera así. ¿No debería estar en cama después de su accidente?
Mairin dejó escapar un suspiro. Las noticias ya estaban sobre toda la fortaleza, sin duda. No tenía ningún deseo de parecer débil cuando asumiera sus funciones como señora. Ya estaba calculando mentalmente todo lo que había que hacer. Con o sin la ayuda de Maddie, ya era hora de que se involucrara en el funcionamiento del torreón.
—Hazte a un lado, —declaró Magnus—. Tienes los modales de un burro, Arthur. —Sonrió a Mairin entonces, y le ofreció una amplia reverencia—. No hemos sido debidamente presentados. Me llamo Magnus McCabe.
Mairin le devolvió la sonrisa y se aseguró de incluir en ella a Arthur, para que no usara eso como una excusa para iniciar otra discusión.
—No pude evitar escucharlos discutiendo sobre la yegua, —comenzó vacilante.
Arthur resopló.
—Eso es porque Magnus tiene una boca del tamaño de una montaña.
Mairin levantó una mano.
—En lugar de molestar a su Laird sobre tal intrascendente cuestión, tal vez yo pueda ser de ayuda.
Magnus se frotó las manos y lanzó una mirada de triunfo en la dirección de Arthur.
—¿Lo ves? La muchacha determinará quién tiene el derecho sobre el animal.
Arthur rodó los ojos y no parecía impresionado por la oferta de Mairin.
—No hay nada que comprobar, —Arthur expresó con la mayor naturalidad—. La yegua es mía. Siempre lo ha sido. Gannon lo sabe.
Gannon cerró los ojos y negó con la cabeza.
—Ya veo, —dijo Mairin. Luego miró a Magnus—. ¿Usted le disputa a Arthur el reclamo de la yegua?
—Sí, —dijo enfáticamente—. Dos meses atrás, se enfureció porque la yegua lo mordió en el…
—No hay necesidad de decir dónde me mordió, —Arthur se apresuró a interrumpir—: Es suficiente decir que me mordió. Eso es todo lo que importa.
Magnus se inclinó y le susurró.
—Lo mordió en el culo, mi señora.
Sus ojos se abrieron de par en par. Gannon emitió una fuerte reprimenda a Magnus por hablar con su ama de una manera tan poco delicada, pero este no se veía ni un poco arrepentido.
—De todos modos, una vez que la yegua mordió a Arthur, se puso tan furioso que la soltó, le dio una palmada en los flancos, y le dijo ingrata... —se detuvo y se aclaró la garganta—. Bueno, él le dijo que no se molestara nunca más en regresar. Hacía frío y llovía afuera, ¿sabe? Tomé a la yegua, la sequé, y le di un poco de avena. Así que ya ve, la yegua me pertenece a mí. Arthur renunció a todo derecho sobre ella.
—Mi señora, el Laird ya ha escuchado su queja, —le susurró Gannon.
—¿Y qué decidió el Laird? —le susurró a su vez.
—Les dijo que lo resolvieran entre ellos mismos.
Mairin hizo un sonido de exasperación.
—Eso no fue de gran ayuda.
Este sería un buen punto de partida como cualquier otro, para afirmar su autoridad y mostrar a su clan que era una compañera digna de su Laird. Ewan era un hombre muy ocupado, y asuntos tales como éste, debería ser resuelto sin arrastrarlo a una pequeña discusión.
Se volvió hacia los hombres, que habían comenzado a discutir otra vez. Alzó las manos para que se callaran, y cuando eso no funcionó, puso sus dedos entre sus labios y emitió un agudo silbido.
Ambos hombres se estremecieron y se volvieron para mirarla con asombro.
—Una mujer no silba, —Arthur la reprendió.
—Sí, él tiene razón, mi señora.
—Oh, así que ahora los dos están dispuestos a estar de acuerdo en algo,—murmuró Mairin—. Era la única manera de silenciarlos.
—¿Quería algo? —preguntó Magnus.
Cruzó las manos cuidadosamente delante, convencida de que tenía el plan perfecto para resolver la disputa.
—Tendré que decirle a Gannon que corte a la yegua por la mitad y le dé a cada uno una parte igual. Es la única manera justa de hacerlo.
Arthur y Magnus la miraron, luego se miraron el uno al otro. Gannon cerró los ojos de nuevo y no dijo ni una palabra.
—Ella es tonta, —dijo Arthur.
Magnus asintió.
—Pobre Laird. Lo debieron haber engañado. Se casó con una muchacha tonta.
Mairin puso las manos en las caderas.
—¡Yo no soy tonta!
Arthur negó con la cabeza, una luz de simpatía en sus ojos.
—Tal vez tonta sea una palabra demasiado fuerte. Perturbada. Sí, tal vez perturbada. ¿Sufrió alguna lesión en la cabeza recientemente?
—¡No, no lo hice!
—¿Cuando era niña entonces? —preguntó Magnus.
—Estoy en perfecto dominio de mis facultades —dijo bruscamente.
—¿Entonces por qué en nombre de Dios sugiere que cortemos a la yegua en dos? —exigió Arthur.
—Esa es la cosa más tonta que he oído.
—Funcionó para el rey Salomón, —les murmuró.
—¿El rey Salomón ordenó cortar a los caballos por la mitad? —le preguntó Magnus con voz confusa.
—¿Quién es el rey Salomón? No es nuestro rey. Apuesto a que es inglés. Sería algo que un inglés haría, —dijo Arthur.
Magnus asintió con la cabeza.
—Sí, todo inglés es tonto —luego se volvió hacia Mairin—. ¿Es usted inglesa, muchacha?
—¡No! ¿Por qué demonios pregunta algo así?
—Tal vez ella tiene un poco de sangre inglesa, —dijo Arthur—. Eso explicaría las cosas.
Se agarró la cabeza y sintió la repentina y violenta urgencia da arrancarse el pelo de raíz.
—El rey Salomón sugirió que un bebé fuera cortado a la mitad cuando dos mujeres a la vez afirmaron ser su madre.
Incluso Gannon la miró horrorizado. Magnus y Arthur, la miraron boquiabiertos y luego negaron con sus cabezas.
—Y los ingleses afirman que somos bárbaros —Arthur se quejó.
—El rey Salomón no era inglés, —dijo con paciencia—. Y el punto fue que la verdadera madre estaría tan horrorizada por el pensamiento de su bebé siendo asesinado, que le daría el bebé a la otra madre con tal de salvar la vida del niño.
Los miró fijamente, con la esperanza de que hubieran entendido la moraleja, pero por el contrario la miraban como si hubiera arrojado una letanía de blasfemias.
—Oh, no importa, —espetó. Indignada caminó hacia adelante, agarró las riendas de un asombrado Magnus, y tiró de la desventurada yegua a lo largo mientras se dirigía hacia la fortaleza.
—Mi señora, ¿qué está haciendo? —Gannon siseó, mientras corría para mantenerse junto a ella.
—¡Hey, está robando nuestro caballo! —lloriqueó Magnus.
—¿Nuestro caballo? Es mi caballo, imbécil.
Hizo caso omiso de los dos hombres cuando comenzaron a discutir de nuevo.
—Está claro que ninguno de ellos merece al pobre animal, —dijo Mairin—. Voy a llevarlo con Ewan. Él sabrá qué hacer.
La expresión de Gannon le indicó que no estaba satisfecho con llevarle el caballo a su Laird.
—No te preocupes, Gannon. Le diré que trataste de detenerme.
—¿Lo hará?
El tono de esperanza en su voz le hizo gracia. Se detuvo en medio del patio, repentinamente consciente de que no había hombres entrenando, y ni rastro de Ewan.
—Bien, ¿dónde está? —preguntó con exasperación—. Oh, no importa, —dijo, cuando Gannon no respondió inmediatamente—. Voy a entregar al caballo a su jefe de caballerizas. Ustedes tienen un jefe de caballerizas, ¿verdad?
—Sí, mi señora, sin duda alguna lo tenemos, pero…
—Señálame la dirección de los establos entonces, —le dijo antes de que él pudiera continuar—. Realmente ya debería haberme familiarizado con todo en las tierras McCabe. He estado alrededor del torreón y de las casas de las mujeres, pero más allá de eso, soy terriblemente ignorante. Mañana rectificaremos eso.
Gannon parpadeó.
—¿Lo haremos?
—Sí, lo haremos. Ahora, ¿los establos?
Gannon suspiró y señaló al otro lado hacia un camino que conducía más allá de la ladera de piedra que albergaba el patio. Mairin reanudó la marcha, conduciendo a la yegua por detrás de la pared.
Siguió el pasaje deteriorado hasta que llegó al otro lado de la fortaleza, donde vio una vieja estructura que asumió debían ser los establos. Había un marco nuevo de madera en la entrada, pero también había lugares que parecían abrasados por un viejo fuego. El techo había sido restaurado y parecía ser lo suficientemente robusto para resistir la lluvia y la nieve.
Se molestó al ver Magnus y a Arthur de pie delante de la arcada que conducía al área donde los caballos del Laird eran cuidados. La vieron con recelo mientras se acercaba, y les frunció el ceño para mostrarles toda la fuerza de su disgusto.
—Ustedes no tendrán al caballo de regreso, —bramó—. Se lo daré al jefe de establos, de modo que sea atendido adecuadamente.
—Yo soy el jefe de la caballeriza, muchacha tonta, —Arthur clamó de nuevo.
—Te dirigirás a tu señora con respeto —rugió Gannon.
Mairin miró boquiabierta a Arthur y luego se volvió hacia Gannon.
—¿El jefe de las caballerizas? ¿Este... Este cretino... es el jefe del establo?
Gannon lanzó un suspiro.
—Traté de decírselo, mi señora.
—Eso es ridículo, —farfulló Mairin—. Él sabe tanto de cómo llevar un establo como yo misma.
—Hago un buen trabajo, —espetó Arthur—. Y lo haría mucho mejor si no tuviera que perseguir a las personas que roban mi caballo.
—Queda relevado de su deber, señor.
—Usted no puede relevarme de mi deber —Arthur chilló—. Sólo el Laird puede hacer eso.
—Yo soy la señora de este castillo y le digo que ha sido destituido, —dijo Mairin beligerante.
Se volvió a Gannon.
—Díselo.
Gannon se veía un poco incierto, pero apoyó la postura de su señora. Ella asintió con la cabeza, mientras Gannon informaba al hombre mayor que de hecho había sido relevado de su cargo.
Arthur pisoteó murmurando toda clase de maldiciones mientras Magnus lo observaba con una sonrisa de suficiencia.
—No es de extrañar que el caballo lo mordiera en el culo —murmuró Mairin mientras Arthur se alejaba.
Le entregó las riendas a Gannon.
—¿Lo pondrás en un establo y te asegurarás de que sea alimentado?
Haciendo caso omiso del aspecto malhumorado de Gannon, se volvió para dirigirse en dirección a la fortaleza. Estaba muy satisfecha consigo misma. No sólo había logrado escapar de los confines de la fortaleza sin tropezar con su marido, sino que también había manejado una difícil situación. Su primer deber como dueña de la fortaleza. Sonrió y se apresuró a subir las escaleras entrando en el gran salón.
Saludó a Cormac en su camino.
—Sólo voy a cambiarme para la cena. Gannon llegará dentro de poco. Está tomando cuidado de una yegua para mí.
Cormac se levantó con el entrecejo arrugado por la confusión.
—¿Un caballo?
Mairin se fue dando saltitos por las escaleras. El día no había sido una total pérdida. De hecho, había sido bastante encantador. Y estaba haciendo avances en su intento por tomar parte activa en las actividades del torreón. Puesto que, había tomado una decisión sin siquiera haber molestado a Ewan acerca de un asunto tan trivial como aquel. Era lo menos que podía hacer. Él
tenía muchos deberes importantes y cuanto más pudiera ella suavizarle las cosas, más sería capaz de concentrarse en esas tareas.
Se echó agua en la cara y sacudió el polvo de su vestido. Sí, había sido un buen día, y su herida ni siquiera le dolía.
—¡Mairin!
Se estremeció cuando el rugido del Laird se extendió todo el camino por las escaleras y a través de la puerta de su cámara. Gritó lo suficientemente fuerte como para sacudir los tablones del techo.
Con una agitación de su cabeza, cogió el cepillo y trabajó rápidamente los enredos de su pelo. Si maniobraba con su brazo izquierdo, su costado no punzaba, tomaría un tiempo trenzarse el cabello. Tal vez por la mañana.
—¡Mairin, preséntate inmediatamente!
Dejó caer el cepillo y frunció el ceño. Señor, pero el hombre era impaciente. Después de una sacudida más a su vestido, se dirigió escaleras abajo. Al doblar la esquina del salón, vio de pie a Ewan en medio de la habitación, los brazos cruzados sobre el pecho, una profunda mueca grabada alrededor de su boca.
A su lado estaban Arthur y Magnus junto con Gannon y Caelen. Algunos de los hombres de Ewan permanecían alrededor de las mesas, mostrando un gran interés en el jaleo.
Se detuvo frente a Ewan y sonrió con cautela hacia él.
—¿Me convocaste, Laird?
La mueca de Ewan se profundizó. Luego se pasó una mano por el pelo y miró hacia el cielo.
—En el transcurso de la última hora, le has robado el caballo a un hombre y de alguna manera lograste dejarme sin el jefe de caballerizas. ¿Te importaría explicarte, muchacha?
—He resuelto una disputa, —expresó—. Y cuando descubrí que este hombre odioso, quien claramente abusa de sus caballos era el responsable de los tuyos, Laird, yo remedié la situación.
—No tienes autoridad para hacer nada de eso, —le dijo él firmemente—. Tus deberes son muy simples. Obedecerme y no interferir con el funcionamiento de esta fortaleza.
El dolor estrujó su pecho. La humillación tensó sus mejillas mientras miraba de un hombre al otro. Vio simpatía en la expresión de Gannon, pero en Caelen vio aprobación. No confiando en no avergonzarse aún más a sí misma, se dio la vuelta y caminó rígidamente para retirarse del salón.
—¡Mairin! —le rugió Ewan.
No le hizo caso y aceleró su paso. Evitó la escalera y salió por una de las puertas que conducían hacia el exterior.
Odiosos, imposibles, desquiciantes. Todos ellos. La acusaron de ser tonta, pero éste era el más tonto de los clanes con que jamás se había topado.
Las lágrimas quemaban sus ojos, pero furiosamente las desechó. El anochecer había caído sobre el lugar, cubriéndolo de tonos lavanda y gris. El frío la entumeció, pero no le prestó atención, mientras se apresuraba a través del patio vacío.
Uno de los guardias de la muralla la llamó advirtiéndole, pero lo despidió con la mano y le dijo que no tenía intención de ir muy lejos.
Sólo necesitaba estar afuera. Alejarse del gruñido de Ewan y la censura de sus ojos. Se mantuvo en línea con la pared de la fortaleza, asegurándose de permanecer dentro de la ladera de piedra. Tenía que haber un lugar en alguna parte que le otorgara intimidad sin dejar de ofrecerle seguridad.
Su solución llegó en forma de los antiguos baños públicos en la parte trasera del torreón. Había incluso un banco en el caparazón de las paredes de piedra. Se agachó para pasar por debajo de una desvencijada puerta y se acomodó en la grada que se alineaba en el único muro que seguía en pie en su totalidad.
Finalmente, un lugar lejos del resto del clan donde ella podría dar rienda suelta a sus lágrimas en privado y lamentarse del vergonzoso comportamiento de su marido.


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Mensaje por berny_girl Sáb 15 Sep - 12:59

CAPÍTULO 22

Era importante que Ewan no saliera en persecución de su esposa, sobre todo delante de sus hombres. Evidentemente la muchacha no tenía idea de lo que había provocado aquí. Le daría tiempo para que se calmara y luego le enseñaría la forma de hacer las cosas.
Se volvió de nuevo hacia las personas que estaban detrás de él. Gertie ya estaba poniendo la cena en la mesa, y, a juzgar por el olor, había sido un día muy bueno de caza para los hombres asignados a traer carne fresca a la fortaleza.
—¿Tengo mi puesto de nuevo, Laird? —Arthur preguntó.
Ewan asintió con cansancio.
—Sí, Arthur. Tienes una buena mano con los caballos. Sin embargo, ya he tenido suficiente de tu incesante disputa con Magnus, y es obvio que esa es la causa del malestar de tu señora.
Arthur no se veía muy feliz, pero accedió y se alejó para tomar asiento. Magnus parecía como si quisiera hacerle una burla pero el feroz ceño de Ewan lo detuvo.
También él tomó asiento —a una mesa más allá de donde Arthur se había situado.
Ewan se sentó y fue seguido por sus hombres. Cuando Maddie se dirigió para llenar su plato, él la detuvo.
—Cuando hayas terminado de servir a los hombres, lleva una bandeja a tu señora. Está en su recámara, y no quiero que pierda la comida de la noche.
—Sí, señor, me encargaré de ello inmediatamente.
Satisfecho de que su esposa no pasaría hambre y que, por el momento, todas las disputas se habían acabado, se lanzó a su porción, degustando el sabor de la carne de venado fresco.
Al permitir que Mairin superara su trastorno, era probable que en el momento en que se retirara a su cámara, la tormenta inicial hubiera pasado. Se felicitó por su análisis brillante mientras disfrutaba de una segunda ración del guiso.
Media hora más tarde, sin embargo, cuando Maddie corrió al salón para decirle que su esposa no estaba en la habitación, se dio cuenta de que su error fue creer que cualquier cosa sería simple cuando se trataba de su impulsiva consorte.
Ella lo hacía sentir incompetente, y que sus esfuerzos por mantenerla a salvo, eran fortuitos en el mejor de los casos. Nada de eso era cierto, pero esto elevó su ira, ya que no había tenido un momento de duda acerca de sí mismo desde que era un muchacho. Podía entrenar y conducir un ejército entero. Podría ganar una batalla cuando lo superaban en número de cinco a uno. Pero no podía mantener a una chiquilla bajo control. Esto desafiaba toda razón y lo estaba volviendo loco en el proceso.
Se apartó de la mesa y siguió la dirección en la que Mairin se había ido. Era obvio que no había subido las escaleras, por lo que continuó más allá de la puerta que conducía fuera de la fortaleza.
—¿Has visto a tu señora? —preguntó a Rodrick que estaba junto a la pared.
—Sí, Laird. Pasó por aquí hace una media hora.
—¿Y dónde está ahora?
—Está en los baños públicos. Gregory y Alain velan por ella. Ha estado llorando bastante, pero por lo demás, está bien.
Ewan hizo una mueca y dejó escapar un suspiro. Preferiría mucho más que le bufara como un gatito enojado. No sabía nada de lágrimas femeninas y peor aún no tenía ninguna experiencia en el trato con ellas.
Se fue en dirección de los baños. Gregory y Alain estaban de pie fuera de una de las paredes y parecían enormemente aliviados cuando llegó a grandes zancadas.
—Gracias a Dios que está aquí, Laird. Debe hacerla contenerse. Se va a poner enferma de tanto llorar, —dijo Alain.
Gregory frunció el ceño.
—No es adecuado que una muchacha llore tanto. Sea lo que sea lo que tiene que prometerle, por favor hágalo. ¡Ella va a ahogarse!
Ewan levantó una mano.
—Gracias por su protección. Pueden irse ahora. Yo me ocuparé de su señora.
Ellos hicieron un trabajo lamentable ocultando su evidente alivio. Cuando se fueron, él oyó los leves gimoteos que venían del interior de los baños. Maldita sea, pero odiaba la idea de verla llorando.
Entró en el interior sombrío y miró a su alrededor, parpadeando para adaptarse a la oscuridad. Siguió el sonido de los sollozos, hasta que la encontró sentada en un banco a lo largo de la pared del fondo. Estaba parcialmente silueteada por una astilla de luz de luna que se filtraba a través de la estrecha ventana tallada en la piedra, y pudo ver que su cabeza estaba inclinada, y sus hombros caídos hacia delante.
—Vete, —su voz ahogada se filtró a través de los derruidos baños.
—Ah, muchacha, —dijo mientras se sentaba a su lado en el banco—. No llores.
—No estoy llorando, —le expresó con una voz que indicaba claramente que lo estaba.
—Es un pecado mentir, —ofreció él, sabiendo que conseguiría su ratificación.
—Es un pecado no hacer nada más, sino gritar a su esposa, también, —dijo con tristeza—. Prometiste quererme, sí, lo hiciste, pero juro por Dios que no me siento muy querida.
Él suspiró.
—Mairin, lamentablemente tú pones a prueba mi paciencia. Me imagino que seguirás exasperándome durante los años venideros. Puedo decir que esta no será la única vez que te grite. Si dijera otra cosa estaría mintiendo.
—Me avergonzaste delante de tus hombres, —dijo en voz baja—. Frente a ese cretino jefe de establo. Es un sapo y no se le debería permitir acercarse a un caballo.
Ewan le tocó la mejilla y metió un largo mechón de pelo detrás de la oreja, para poder ver mejor su rostro. Hizo una mueca cuando sintió la humedad en su piel.
—Escúchame, cariño. Arthur y Magnus han estado discutiendo de una forma u otra desde antes de que yo naciera. El día que dejen de discutir será el día en que estén bajo tierra. Ellos vinieron a mí por lo del caballo, pero me negué a hacer un juicio, porque eso los mantenía enfocados en el animal. Si se lo diera a uno u otro, entonces encontrarían alguna otra cosa por la que seguir rivalizando, y al menos el tema del caballo es bastante inofensivo.
—Me la llevé lejos de los dos, —dijo—. Puede ser una yegua vieja, pero se merece algo mejor que ser disputada por dos chiflados.
Ewan se rio entre dientes.
—Sí, me dijeron que robaste su caballo y que relevaste a Arthur de sus funciones.
Mairin se retorció en su asiento y aferró la mano de él con la suya.
—¿Cómo puede ese hombre deplorable ser tu jefe de caballerizas? Porque, Ewan, puso su propio caballo al frío sin comida ni refugio. ¿Tú le confiarías a un hombre así tu propia montura? ¿Un caballo que te llevarías a la batalla?
Se sonrió ante su vehemencia. Era una cosita feroz. Ya había llegado a considerar el torreón como su hogar y se lo estaba tomando todo con una actitud militante.
—Te agradezco tu determinación de asegurar que tenemos la mejor atención posible para mis caballos. Pero la verdad es que Arthur es un mago con esos animales. Sí, él es hostil y obstinado y no es muy respetuoso, pero es viejo y ha sido el jefe de los establos desde que mi padre era Laird. No maltrató a su yegua, muchacha. Yo mismo lo habría golpeado con un látigo si ese fuera el caso. Solo fue la historia que contó para guardar las apariencias después de que la yegua le diera un mordisco en el trasero. Es un completo cordero cuando se trata de caballos. Son sus bebés, aunque moriría antes de admitirlo. Se preocupa más por ellos que por cualquier otro ser vivo.
Mairin dejó caer los hombros y se miró los pies.
—Hice el ridículo, ¿no?
—No, muchacha.
Ella se retorció los dedos en el regazo.
—Sólo quería encajar aquí. Ser parte de un clan. Yo quería tener funciones. Quería que mi clan me respetara, viniera a mí con sus problemas. Solía soñar con tener un hogar y una familia. No pasaba un día en la abadía en que no imaginara cómo sería vivir libre de miedo y ser capaz de seguir mi propio destino.
Se arriesgó a mirarlo, y él pudo ver la vulnerabilidad brillando en sus ojos.
—Todo eso fue sólo un sueño, ¿verdad, Ewan?
Su corazón dio un vuelco en el pecho. Era cierto que no había pensado mucho en sus circunstancias y cómo la habían afectado. Durante toda su vida adulta, había estado enclaustrada en una abadía, sólo con monjas por compañía y dirección. Se había acostumbrado a esperar que su vida fuera difícil e incierta cuando lo único que quería era libertad y alguien que la quisiera.
Así que, muchas de sus acciones y el desprecio a su autoridad tenían sentido ahora. No era como si se dispusiera a pasar por alto descaradamente sus órdenes. Simplemente estaba tanteando el camino a su alrededor y deleitándose con el primer gusto a hogar y familia que jamás había experimentado. Estaba extendiendo sus alas y probando su poder por primera vez en su vida.
Él la tomó en sus brazos y la apretó cariñosamente.
—No, muchacha, no fue un sueño. Eso no es menos de lo que debes esperar de tu nuevo hogar y de tu clan. Todavía estás buscando tu camino. Cometerás errores y yo también lo haré. Esto es nuevo para los dos. Te propongo un trato. Ten paciencia conmigo y te prometo intentar no gritarte tanto.
Ella se quedó en silencio por un momento, y luego giró la barbilla hasta que lo miró de nuevo.
—Eso me parece justo. Pido disculpas por interferir en cosas que no eran de mi incumbencia. Tú tenías razón. Eso no me concernía.
El dolor y la derrota en su voz agitaron algo muy dentro de él.
—Muchacha, mírame —dijo suavemente, mientras le inclinaba la barbilla con los dedos—. Esta es tu casa y tu clan. Tú eres la señora aquí, y como tal, tu autoridad está en segundo lugar directamente después de la mía. Preveo que tienes muchos años para mirar hacia adelante y hacer de este sitio tu hogar, uno donde te sientas cómoda. No hay necesidad de que todo se haga en un día.
Asintió con la cabeza.
—Estás fría, muchacha. Volvamos dentro de la fortaleza para que te pueda calentar adecuadamente.
Como había esperado, sus palabras hicieron que se revolviera agitadamente contra él. Para darle un incentivo adicional, fusionó sus labios con los de ella, su calor fundiendo su boca fría. Hielo contra fuego. En instantes, le devolvía el beso con lujuriosas y calientes caricias con la boca abierta por su propia cuenta.
Señor, pero la muchacha era una alumna rápida en el arte de besar y en el uso de las lenguas.
Pasaría toda una vida siendo obsceno ante sus ojos, si sólo siguiera besándolo de esta manera.
—Ven, —dijo subyugador—. Antes de que te tome aquí y ahora.
—Eres una incitación al pecado, Laird, —dijo con su remilgada y desaprobadora voz.
Él sonrió abiertamente y pellizcó su mejilla de una manera cariñosa.
—Sí, eso puede ser cierto, muchacha, pero tú misma no eres ninguna santa tampoco.

Mairin observaba a su marido mientras comía los alimentos que Maddie le había entregado después de que ellos se retiraran a su habitación. Parecía engañosamente perezoso, tendido en la cama, con las manos detrás de la cabeza y las piernas cruzadas en los tobillos.
Se había desnudado quedándose sólo con sus calzones, y a ella le resultaba difícil concentrarse en la comida mientras él estaba acostado viéndose tan malditamente atractivo.
Mientras apuraba lo último de su cena, la conversación con Maddie le vino a la mente. Agachó la cabeza, segura de que Ewan vería el rubor subiendo por su cara, y no tenía deseos de contarle sus pensamientos. No cuando eran tan deliciosamente indecentes.
Pero ahora que la idea había arraigado en su mente, lo miró por el rabillo del ojo y se preguntó si tendría el descaro de hacer lo que Maddie había descrito. Era lógico que si él podía volverla tan sinsentido con su boca, lo contrario también sería válido.
—¿No has terminado todavía, esposa? —le dijo Ewan arrastrando las palabras.
Ella bajó la mirada hacia el plato vacío, y lentamente lo puso a un lado. Sí, éste era de hecho el momento perfecto para probar sus artimañas. Estuvo a punto de reírse ante la idea de tener sus propios trucos. La madre Serenity sería muy severa ante tal pensamiento.
Sin querer parecer demasiado obvia, se tomó su tiempo preparándose para irse a la cama. Se desnudó con mucho más cuidado del que normalmente empleaba, cada uno de sus movimientos lentos y sensuales. Dos veces echó una ojeada a un lado para ver a Ewan observándola, sus ojos oscuros y velados.
Cuando estuvo completamente desnuda, se contoneó hasta la palangana de agua e hizo un gran espectáculo lavándose. Se volvió hacia un lado, para darle una buena vista de su perfil, y lo oyó aspirar el aliento, cuando sus pezones se fruncieron a consecuencia del paño húmedo.
Después de haber reunido el valor suficiente, y habiendo tenido bastante tiempo para formular su plan, echó a un lado la tela y se acercó a la cama.
—Todavía estás vestido, marido, —murmuró, mientras permanecía de pie sobre él.
A pesar de que todavía llevaba sus calzones, estos no hacían nada para disimular el bulto entre sus piernas. Estaba duro, y poniéndose más duro aún con cada segundo que pasaba.
—Sí, muchacha, pero puedo remediarlo.
Empezó a levantarse, pero ella se agachó y presionó una mano en su pecho.
—Es mi deber desnudarte.
Se recostó de nuevo en la cama, mientras los dedos de ella fueron a los cordones de sus calzones. Tan pronto como los aflojó lo suficiente, su erección despuntó hacia arriba. No estaba segura de que alguna vez conseguiría acostumbrarse a su tamaño. Y ni siquiera podía imaginar cómo se lo metería en la boca, pero Maddie parecía bastante segura de que muchas mujeres lo hacían.
Cuando tuvo problemas para tirar del material sobre sus caderas, él se alzó y sus manos cubrieron las de ella mientras la ayudaba a empujarlo hacia abajo por sus piernas.
Como se había sentado, una vez más lo empujó, sólo que esta vez lo siguió hacia abajo, hasta que sus labios estuvieron a un mero aliento de los suyos.
Lo besó, disfrutando de la sensación de su boca bajo la suya. Sus manos vagaron sobre su pecho, y se maravilló de lo duro y sólido que era. La aspereza de sus cicatrices contrastaba con el suave vello debajo de las palmas de sus manos. Sus pezones se arrugaron y endurecieron bajo sus dedos y continuó de regreso, frotando sobre ellos otra vez, fascinada por la reacción que era similar a la propia.
—¿Qué pretendes, muchacha? —murmuró contra su boca.
Sonrió y frotó la nariz contra su mandíbula, y besó su camino hacia el cuello al igual que él había hecho con ella. A juzgar por la repentina tensión en su cuerpo, le gustó cada pedacito tanto como le había gustado a ella.
—Tengo una teoría, —susurró mientras se cernía justo sobre un plano pezón. Entonces movió la lengua y lamió la punta hasta que se endureció y sobresalió hacia afuera.
Ewan gimió.
—¿Cuál es tu teoría, muchacha?
Colocando ambas manos sobre su pecho, arrastró su lengua por su línea media hasta que la sumergió en su ombligo. Él se estremeció y se arqueó, espoleando su erección contra su costado.
—Mi teoría es que los hombres podrían disfrutar siendo besados... allí... tanto como las mujeres disfrutan de la boca de un hombre... ahí abajo.
—Ah, infiernos, —dijo Ewan, con voz entrecortada.
Enroscó su mano alrededor de su grueso miembro y metió la cabeza entre sus labios.
Sonaba como un hombre tomando las últimas inhalaciones de vida. Su cuerpo estaba tan arqueado y tenso que parecía una viga de madera. Sus manos volaron hacia la cama y se apoderaron de las mantas. Oh sí, le gustaba.
Envalentonada por su obvio placer, lo tomó más profundo, dirigiendo su mano arriba y abajo del eje mientras lo chupaba aún más a fondo en su boca.
—Mairin, —jadeó—. Oh, dulce cielo, muchacha. Ten piedad.
Ella sonrió y bajó los dedos para acariciar su hinchado saco. Él arqueó sus caderas, empujando incluso cuando lo tomó tan hondo como podía. Estaba increíblemente erecto, tan rígido, que se preguntaba cómo no se agrietaba su piel.
Palpitaba en su mano, duro, pero aterciopelado, como una espada de acero envuelta en seda.
—Muchacha, no puedo aguantar mucho más. Tienes que detenerte antes de que me derrame en tu boca.
Aun sujetándole con la mano, levantó la cabeza para poder mirarlo a los ojos. Su cabello cayó hacia adelante y él lo alcanzó hasta alisárselo sobre su rostro, su palma acunándole la mejilla mientras lo hacía.
—¿Te gustaría derramarte en mi boca? —le preguntó con timidez.
—Ah, Mairin, eso es como preguntarle a un hombre moribundo si quiere vivir.
Ella le tomó la cara entre las manos y bajó la boca para besarlo. Largo y dulce, lamió sus labios y se zambulló dentro, raspando su lengua sobre la suya, degustando y embromándolo.
—Me gusta la idea de saborearte, —susurró.
Él ahuecó sus pechos, y mientras ella se apartaba, levantó los montículos y alzó la cabeza para así poder darse un festín con sus pezones. Se apoyó pesadamente contra él, con las rodillas débiles y temblando bajo el ataque. Si le diera la más mínima oportunidad, le cambiaría las tornas a su seducción.
Se alejó, pero suavizó su retirada con otro beso, y luego trazó otro sendero bajando por su pecho, a su firme vientre y luego más allá hasta al nido de vello donde su erección sobresalía dura y descarada.
Lamió primero, delineando la vena abultada en la parte inferior del grueso pene. Cuando llegó a la cabeza, ya había una gota de líquido que se filtraba desde la hendidura. Chupó suavemente, saboreando el gusto ligeramente salado de él.
El aliento de Ewan escapó en un largo silbido, y cuando ella bajó su boca hasta su polla, pareció perder todo su cuidadosamente cultivado control.
Se retorció en la cama, sus movimientos desesperados y sin medida. Lo sujetó fuerte, usando su lengua para volverlo loco. Su mano se cerró en torno a la de ella y la subió, apretando su agarre mientras trabajaba su mano hacia arriba y hacia abajo. Al darse cuenta de lo que él quería que hiciera, comenzó a moverla al ritmo de su boca.
—Ah, muchacha, así. Justamente así —gimió.
Sus dedos se enredaron en su pelo y luego se apoderó de la base de su cuello, sosteniéndola mientras sus caderas martillaban hacia arriba. Lo llevó a la parte posterior de su garganta y entonces el líquido caliente explotó en su lengua, llenando su boca con un flujo aparentemente interminable.
Fue la cosa más erótica que podría alguna vez haber imaginado, y nunca habría pensado que algo tan básico y natural lograría excitarla tan sobremanera, pero amar a su marido de este modo la volvió tan salvaje como a él.
Se sentía poderosa y en igualdad, como si pudiera ofrecerle exactamente lo mismo que él le había dado a ella.
Ewan colapsó sobre la cama y se deslizó fuera de su boca. Ella se tragó lo último de su pasión y se secó los labios con el dorso de la mano. La respiración de su marido salió entrecortada y áspera, entretanto su mirada se deslizó ardientemente sobre su cuerpo mientras su pecho se agitaba de arriba a abajo.
—Ven aquí, muchacha, —dijo con voz ronca.
La tiró hacia abajo encima de él, para que sus cuerpos se fundieran, calientes y sudorosos. Envolvió sus brazos a su alrededor y la sostuvo firmemente mientras presionaba un beso en su cabello.
Recordando la afirmación de Maddie de que los hombres eran mucho más dóciles después de hacer el amor, Mairin levantó la cabeza hasta que el pelo colgó sobre su pecho.
—¿Ewan?
Sus manos se deslizaron sobre sus hombros y hacia abajo para ahuecar sus nalgas. Apretó y amasó suavemente mientras la miraba a los ojos.
—¿Sí, muchacha?
—Me gustaría una promesa tuya, —dijo.
Él ladeó la cabeza hacia un lado.
—¿Qué quieres que te prometa?
—Me doy cuenta de que estamos recién casados y no conozco totalmente el camino de las cosas, pero he descubierto que soy una mujer muy posesiva. Quiero que me des tu palabra de que me serás fiel. Sé que es común que algunos hombres mantengan una aman…
Fue interrumpida por la expresión de Ewan. Entonces éste suspiró.
—Muchacha, acabas de desgastarme completamente. ¿Te importaría decirme cómo demonios tendría la energía para irme a la cama con otra mujer?
Ella hizo una mueca. Eso no era lo que había querido oír.
Él suspiró de nuevo.
—Mairin, tomé los votos. Y no los tomé a la ligera. Siempre y cuando pruebes ser una esposa buena y fiel, no hay razón para que busque otra mujer. No te deshonraría, ni a mí mismo de esa manera. Tu lealtad es para mí, sí, pero mi lealtad es hacia ti y a los hijos que me des. Tomo mis responsabilidades muy en serio.
Las lágrimas llenaron sus ojos y se inclinó hasta que sus frentes se tocaron.
—Te seré fiel también, Ewan.
—Será condenadamente mejor que lo seas, —gruñó—. Mataré a cualquier hombre que te toque.
—¿Te gustó cómo te besé... ahí… abajo?
Él sonrió y alzó los labios para darle pequeños besos.
—Me gustó mucho. Puede que te necesite, para darme un beso allí todas las noches antes de que nos retiremos.
Ella hizo un mohín y le dio un puñetazo en el estómago.
Él se rió y se retrajo en un simulacro de agonía. La agarró por las muñecas y rodó, cuidando de no zarandearla. Cuando estuvieron de lado, encerrados juntos, con las caras tan cerca que podían sentir, el aliento del otro, la tocó en la mejilla frotándola con el dorso de su nudillo.
—Y ahora, muchacha, estoy pensando que tengo unos pocos besos de mi propia cosecha. Completos, con lengua.
Mairin contuvo el aliento hasta que vio manchas bailando en su visión.
—¿Lengua? ¿Te he dicho últimamente lo indecente que es tu lengua, Laird?
—No puede ser más indecente de lo que la tuya acaba de ser, —contesto.
Entonces procedió a demostrarle que, efectivamente, él era mucho, mucho más indecente de lo que ella podría soñar ser.


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Mensaje por yiniva Sáb 15 Sep - 14:00

Que bueno que hablaron y se aclaró él asunto a Mairin aún le falta por aprender muchas cosas, ya con el tiempo se hará respetar y logrará mandar a los hombres, práctico el consejo y lo hizo muy bien.
Gracias por los capítulos


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Mensaje por digno Dom 16 Sep - 16:24

si que tomo en serio los consejos  Lectura Septiembre 2018 - Página 3 2699754136, gracias por los capis!!!!


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Mensaje por Invitado Dom 16 Sep - 18:03

gracias
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Mensaje por berny_girl Dom 16 Sep - 19:01

CAPÍTULO 23


Ewan despertó con un golpeteo fuerte en la puerta de su recámara. Antes de que pudiera despertarse lo suficiente para responder al llamado, la puerta se abrió de golpe. Ya estaba fuera de la cama en el siguiente instante, su mano en el suelo, rodeando la empuñadura de su espada.
—Jesús, Ewan, sólo soy yo —dijo Caelen—. Estabas durmiendo el sueño de los muertos.
Se sentó sobre la cama, primero tiró de las pieles para resguardar la desnudez de Mairin y luego para proteger la suya.
—Vete al infierno, —dijo, irritado.
—Si mi presencia ofende tu virginal modestia, te daré la espalda hasta que te vistas, —le contestó su hermano.
—No es la mía la que más me preocupa, —le gruñó.
—Bien, diablos Ewan, no puedo ver a la muchacha, ni siquiera la estoy mirando. Es importante o no habría irrumpido en tu habitación.
—¿Ewan?
La voz soñolienta de Mairin traspasó las mantas, y su cabeza asomó. El cabello estaba todo revuelto, los ojos lánguidos, y de alguna manera todavía se las arreglaba para parecer adorable. Incluso Caelen, aunque dijo no estar mirando, Ewan lo atrapó contemplándola de refilón.
Se inclinó y le apartó el pelo de la cara, luego la besó en la frente.
—Escúchame, cariño. Quiero que vuelvas a dormir. Necesitas descansar.
Ella murmuró algo que no pudo oír y se acurrucó bajo las mantas. Le tocó la mejilla otra vez y luego se levantó de la cama para ponerse su ropa.
Ordenó a Caelen que lo esperara en el pasillo hasta que terminó, se puso las botas y cogió su espada. Con una última mirada en dirección a Mairin, se encaminó a grandes zancadas hacia el pasillo donde su hermano echó a andar
con él.
—¿Cariño? ¿Necesitas dormir? —Caelen lo imitó—. Creo que estás perdiendo tus bolas, hermano.
Ewan apretó el puño y lo estrelló contra la mandíbula de Caelen. Éste se tambaleó y tuvo que agarrarse a la pared para no caer por las escaleras.
—Bien, maldita sea, Ewan. Tengo que decir que el matrimonio no te sienta nada bien, —le dijo, mientras se frotaba la mandíbula.
—Creo que me sienta muy bien.
Cuando entraron al salón, Ewan vio a Alaric llegando a grandes zancadas, su ropa polvorienta y líneas de fatiga plegando su cara.
—¿Me arrastraste de mi cama caliente por la llegada de Alaric? —le preguntó Ewan.
—Él dijo que era importante. Envió un mensajero por delante para convocarte a que se encontraran —Caelen se defendió.
—Ewan, —llamó Alaric mientras caminaba hacia él.
—¿Qué es tan urgente para que despacharas a un mensajero por delante de ti?
—McDonald está en camino.
Ewan frunció el ceño.
—¿Aquí? ¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido, Alaric?
—Te casaste. Eso es lo que sucedió. El laird McDonald tenía toda la intención de casar a su hija contigo. No está complacido de descubrir que esa ya no es una opción. Él insistió en reunirse en persona, no le importa que estés recién casado, como ya le he tratado de explicar. Me informó que si querías esta alianza, deberías reunirte con él.
Ewan maldijo.
—No estamos en condiciones de atender a nadie. Apenas podemos alimentar a nuestro propio clan ¿y ahora tendremos que acoger a McDonald y a sus hombres? Necesitamos semanas para prepararnos para un evento como ese, no solo días.
Alaric hizo una mueca y cerró los ojos.
—¿Qué? —preguntó Ewan bruscamente.
—No días. Día.
Más maldiciones brotaron de los labios de Ewan.
—¿Día? ¿Cuándo llegará?
Alaric suspiró y se enjugó la frente con cansancio.
—¿Por qué crees que casi arrastré a mi caballo por la tierra para llegar hasta aquí? McDonald llegará por la mañana.
—¿Ewan?
Ewan se volvió para ver a Mairin de pie a poca distancia, con la mirada interrogante.
—¿Me das permiso para hablar?
Levantó una ceja, sorprendido de que incluso se lo pidiera. Pero también vio lo nerviosa que parecía cuando miró a sus dos hermanos.
Le tendió la mano, y ella se apresuró a tomarla.
—¿Necesitas algo, Mairin?
—Los oí, quiero decir, acerca de que viene el laird McDonald. ¿Hay algún problema?
La preocupación ensombrecía sus ojos azules cuando levantó la mirada hacia él.
—No, cariño, no hay ningún problema. El laird McDonald y yo estamos en conversaciones. No es nada por lo que debas inquietarte.
—¿Estará aquí mañana?
—Sí.
Frunció el ceño y luego cuadró sus hombros.
—Hay mucho por hacer, Ewan. ¿Vas a ponerte difícil acerca de mi lesión y hacer que me quede en cama, o me vas a permitir cumplir con mi deber de modo que no esté avergonzada sobremanera cuando tengamos invitados importantes?
—¿Avergonzada?
Ella resopló con exasperación.
—La fortaleza no está en condiciones para recibir visitantes. Hay limpieza por hacer, comida que cocinar, instrucciones que impartir. Porque, si alguien llegara hoy, pensarían que soy la más incompetente mujer de cualquier Laird. No solo yo estaría avergonzada, sino que tú lo estarías también.
Sonaba tan horrorizada con la idea de que sería una vergüenza para él, que su mirada se suavizó. Le apretó la mano, que aún sostenía entre las suyas.
—Siempre y cuando te comprometas a refrenarte si empiezas a sentir algún dolor, no tengo ningún problema con que trabajes para preparar la fortaleza. Sin embargo, espero que cualquiera de las tareas más duras sea asignada a las otras mujeres. No quiero que hagas nada que pueda desgarrarte los puntos.
Su sonrisa iluminaba toda la habitación. Sus ojos bailaban y le apretó los dedos. Parecía eufórica, como si quisiera arrojar sus brazos alrededor de él, pero se replegó y dejó ir su mano.
—Mi agradecimiento, Laird. No te defraudaré.
Hizo una rápida reverencia y salió corriendo.
—Bienvenido a casa, Alaric, —le expresó al pasar.
Entonces se detuvo y se volvió, un mohín deformando sus labios. Se apresuró a retroceder hacia Alaric y tomó su mano.
—Perdóname. Ni siquiera pensé en preguntarte si habías recibido algún refrigerio después de tu viaje. ¿Estás bien? Estamos felices de tenerte en casa.
Alaric parecía perplejo mientras Mairin le agarraba la mano y se la estrechaba arriba y abajo mientras hablaba.
—Estoy bien, muchacha.
—¿Te gustaría que tuvieran agua caliente preparada en tu cámara para que puedas tomar un baño?
Alaric parecía horrorizado por la sugerencia, y Ewan sofocó la risa.
—Uh, no, el lago será suficiente.
Mairin frunció el ceño de nuevo.
—Oh, pero el lago es tan frío. ¿No preferirías agua caliente?
Caelen rió por lo bajo.
—Adelante, Alaric. Toma un largo y agradable baño en la bañera.
Alaric le envió a Caelen una mirada aplastante. Entonces le sonrió suavemente a Mairin, lo cual estuvo bien, ya que Ewan no quería tener que
increpar a su hermano por herir los sentimientos de su esposa.
—Es muy amable de tu parte pensar en mí, pero no hay necesidad de hacer traer agua. Prefiero mucho más nadar en el lago antes que meterme dentro de una tina.
Ella le dirigió una brillante sonrisa.
—Muy bien entonces. Si tengo tu permiso, señor, seguiré mi camino. Hay mucho por hacer este día.
Ewan le hizo una seña para que se fuera y ella salió corriendo, sus pies apenas golpearon el suelo en su prisa.
Alaric se dirigió a Ewan con el ceño fruncido.
—¿Qué es todo eso acerca de descansar y el rasgado de sus puntos? ¿Qué demonios le hiciste?
—Ven, —dijo Ewan—. Vamos a comer. Te diré todo lo que ha ocurrido desde que te fuiste, y tú puedes informarme de lo sucedido con McDonald.
Lectura Septiembre 2018 - Página 3 Captur10
Mairin recorrió todo el torreón con un propósito, tomar nota de lo que había que hacer y lo que podría hacerse en veinticuatro horas. Media hora más tarde, convocó a Maddie y a Bertha y les informó que iba a necesitar su ayuda y si conocían alguna plegaria que pudiera obrar un milagro.
Maddie y Bertha reunieron a las mujeres de la fortaleza y Mairin se dirigió a ellas desde la parte superior de las escaleras que conducían al exterior del patio.
—Mañana tendremos invitados importantes —explicó a la multitud reunida—. Y ninguna de nosotras quiere defraudar a nuestro Laird.
Hubo murmullos de “no” y las mujeres negaron con la cabeza.
Mairin las dividió en grupos y repartió las tareas domésticas. Incluso logró involucrar a los niños. Pronto el torreón estaba lleno de actividad mientras las mujeres corrían de un lado al otro.
A continuación, habló con los hombres que estaban asignados a las reparaciones ese día. Dio instrucciones para que limpiaran las caballerizas y prepararan los compartimientos para los caballos de McDonald.
Finalmente fue en busca de Gertie para abordar la cuestión de los alimentos.
La cocinera no estaba nada contenta al descubrir que tenía que preparar un verdadero festín para invitados inesperados. Bramó y protestó, pero Mairin se le quedó mirando y le dijo que poco ganaría quejándose. Estaba claro que no podían privar de comida a sus invitados.
—No soy una hacedora de milagros, mi señora, —Gertie gimió—. No hay comida suficiente para alimentar a nuestro clan, y mucho menos a una horda de McDonald.
—¿Cuáles son nuestras opciones,—le preguntó Mairin con cansancio—. ¿Qué es lo que tenemos y cómo podemos hacerlo estirar?
Gertie le indicó que la siguiera a la despensa. Los estantes estaban espantosamente desprovistos. Quedaba apenas lo básico y la única carne era la de la última cacería.
—Nuestras existencias dependen de lo que salen a cazar. Si los hombres fallan en traer comida, nos quedamos sin nada. No tenemos nada almacenado. Si no reponemos nuestras reservas en los próximos meses, el invierno va a ser ciertamente bastante difícil.
Mairin frunció el ceño con tristeza. Con un poco de suerte, su dote sería entregada mucho antes y el clan nunca tendría que pasar hambre de nuevo. Le dolía imaginar a los niños sin tener nada que comer.
Se frotó la frente y las sienes cuando el dolor se intensificó.
—¿Qué tal si enviamos a los hombres a cazar? Si traen algo de vuelta esta noche, ¿tendrías tiempo para preparar una comida en la mañana?
Gertie se frotó la barbilla pensativamente y examinó la alacena.
—Si pudieran traerme un atado de conejos, podría hacer un estofado y utilizar las pocas sobras de venado que tenemos. Tendría un buen sabor, aunque no tenga un montón de carne. Puedo usar lo que nos queda de harina para hacer pan, y puedo tener galletas de avena también.
—Suena maravilloso, Gertie. Voy a ir a ver al Laird para que envíe a algunos de sus hombres de cacería. Con un poco de suerte, traerán a casa lo suficiente para hacer una gran olla que nos dure hasta después de la visita de McDonald.
Gertie asintió.
—Si hace eso, muchacha. Empezaré con el pan mientras tanto.
Mairin se marchó y fue en busca de Ewan. Lo encontró en el patio, supervisando a un grupo de hombres más jóvenes mientras pasaban por una serie de ejercicios. Recordando lo que había sucedido la última vez, esperó pacientemente en el perímetro hasta que él la miró.
Le dio un pequeño saludo y le hizo señas. Su marido habló unas pocas palabras con sus hombres y luego se acercó a donde ella estaba.
—Ewan, tenemos necesidad de conejos. Tantos como se puedan conseguir. ¿Hay alguna forma de que puedas disponer de algunos hombres para la caza?
Él lanzo un vistazo al otro lado del patio donde sus hermanos estaban enzarzados en una acalorada sesión de combate. Las maldiciones resonaban tanto de Caelen como de Alaric mientras intentaban valientemente mejorar uno al otro.
—Iré yo mismo, —le dijo Ewan—. Tomaré a Caelen y Alaric. Traeremos los conejos que necesitas.
Ella sonrió.
–Gracias. Gertie se sentirá aliviada. Está en pánico sobre cómo alimentar a los McDonald.
Los ojos de Ewan se oscurecieron y frunció los labios.
—Me aseguraré de que el clan sea provisto. Siempre lo he hecho.
Mairin puso una mano sobre su brazo.
—Sé que lo harás, Ewan. Cuando mi dote llegue, no tendremos que preocuparnos acerca de qué comer nunca más.
Él tocó su cara, ahuecando su mejilla durante un largo momento antes de dejar que sus dedos se arrastraran hasta su mandíbula.
—Eres un milagro para este clan, muchacha. Estaremos sanos y fuertes otra vez, gracias a ti.
Ella se sonrojó hasta las raíces del pelo, calentada por la ternura de sus caricias.
—Partiré ahora. Espero que estemos de vuelta antes de la puesta del sol.
Lo miró mientras caminaba por el patio y llamaba a Alaric y a Caelen. A continuación se giró y se apresuró a regresar al torreón. Aún quedaba mucho
por hacer en preparación para la llegada de los McDonald. Estaría con suerte si dormía algo esta noche.


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Mensaje por berny_girl Dom 16 Sep - 19:02

CAPÍTULO 24

Mairin contempló la sala con cansada apreciación. Era cerca del amanecer y las mujeres habían trabajado toda la noche. Aquellas con niños, Mairin las había enviado a casa la noche anterior, pero un pequeño grupo se había quedado con ella para revisar los preparativos finales.
El resultado era sorprendente. No es que quisiera hacer algo así otra vez en menos de un día, pero estaba muy satisfecha con los resultados.
El interior del torreón brillaba. Los suelos y las paredes habían sido lavados. Las velas en los soportes del techo habían sido sustituidas por otras nuevas, y la luz bailaba en sombras a lo largo del artesonado.
Una mezcla aromática de flores eliminaba el olor a humedad, sudor y suciedad. Mairin había tomado las pieles de las alcobas para forrar el piso delante de las chimeneas de piedra.
El olor del guiso que hervía a fuego lento había torturado a Mairin durante las últimas horas, desde que Gertie había preparado los conejos que Ewan y sus hermanos habían traído de la caza. Estaba babeando sobre la idea de un trozo de crujiente y caliente pan, salido directamente del horno.
Ewan había intentado convencer a Mairin de ir a descansar horas antes, pero ella había sido inflexible sobre las tareas por hacer, ya que no sabían exactamente cuándo el Laird McDonald haría su arribo.
—Se ve maravilloso, mi señora, —dijo Maddie con orgullo.
Mairin miró hacia donde Bertha y Maddie estaban y sonrió.
—Sí, así es. Nada parece como antes. Incluso con las reparaciones que deben ser hechas y el daño del fuego, nadie puede criticar nuestro trabajo.
Bertha apartó un pelo suelto en su frente.
—El Laird se sentirá orgulloso de dar la bienvenida a sus huéspedes aquí. Usted ha hecho un milagro.
—Gracias a ambas por pasar la noche ayudándome, —dijo Mairin—. Tú y Maddie digan a las otras mujeres que vayan a sus camas sin preocuparse por levantarse antes del mediodía. Las otras criadas pueden hacerse cargo de sus funciones mientras ustedes reposan.
Las dos mujeres asintieron con gratitud y se apresuraron a irse, dejando a Mairin sola en el salón.
Revisó su obra una vez más antes de volverse y caminar penosamente hacia las escaleras. No había mantenido exactamente su palabra dada a Ewan. Su costado le dolía considerablemente, y esperaba no haberse roto alguno de los puntos, pero la verdad del asunto era, que el trabajo necesitaba hacerse, y no era justo esperar que las mujeres de la fortaleza trabajaran largas horas, si ella misma no estaba dispuesta.
Sentía una gran satisfacción en el papel que había asumido. Las mujeres habían trabajado largo y duro, pero con un espíritu alegre. Habían hecho todo lo posible para complacer a Mairin y categóricamente lo habían hecho.
Por primera vez, se sentía como en casa. Su casa. Y se consideraba realmente parte del clan McCabe.
Se metió silenciosamente en su habitación, pero no tenía que haberse preocupado. Ewan ya estaba despierto y vestido, y terminando de ponerse sus botas.
Frunció el ceño cuando la vio, e inmediatamente se puso de pie, su mano yendo a estabilizarla cuando se tambaleó.
—Trabajaste demasiadas horas, —sentenció—. ¿Sientes dolor? ¿Has rasgado alguno de tus puntos?
Apoyó la frente en su pecho, contenta de permanecer allí por un momento, mientras se componía a sí misma. Él le pasó las manos por sus brazos, hasta los hombros y apretó.
—Te irás directo a la cama, muchacha. No quiero escuchar ningún argumento. Y no debes levantarte hasta que llegue McDonald. ¿Estamos entendidos?
—Sí, —murmuró. Ni siquiera tenía que fingir obedecer esa orden.
—Ven, déjame ver tu herida.
La guió hacia la cama y, con manos suaves, la despojó de su ropa.
—Es un pecado cuán expertamente liberas a una mujer de su ropa, —se quejó Mairin.
Él sonrió mientras la ponía de lado. Palpó sobre el área cosida y frunció el ceño cuando ella se estremeció.
—Está roja e hinchada. No estás tomando el cuidado apropiado, Mairin. Si no te moderas, vas a terminar en cama, con fiebre.
Ella bostezó ampliamente y luchó por mantener los ojos abiertos.
—Hay mucho por hacer como para estar en cama con fiebre.
Se inclinó y la besó en la frente, posando sus labios allí por un momento.
—No te sientes caliente al tacto. Aún. Duerme. Voy a hacer que una de las mujeres traiga agua caliente para tu baño cuando reciba el informe de que los McDonald han llegado a nuestra frontera.
—Eso estaría bien, —murmuró semidormida, pero ya había perdido su dominio sobre la vigilia y se entregó a la oscuridad.

Mairin se despertó con el golpe en la puerta de su recámara. Parpadeó para apartar el pesado velo de sueño a un lado, pero sentía como si alguien le hubiera echado arena en los ojos.
—Lady McCabe, tenemos el agua para su baño, —fue el comunicado desde la puerta—. Los McDonald llegarán en una hora.
Eso la despabiló.
Hizo a un lado las mantas y se apresuró a levantarse para contestar el llamado. Las mujeres llevaban baldes con agua, y pronto Mairin estuvo sumergida en la comodidad del agua caliente. Tanto como le hubiera gustado quedarse en remojo hasta que el agua se enfriara, se apresuró con en el lavado
de su pelo.
Dos de las doncellas permanecieron para ayudarle a secar y cepillar su cabello. Estuvo inquieta y agitada durante todo el proceso. Estaba nerviosa. Esta era su primera prueba real como nueva señora de la fortaleza.
No quería que Ewan o los McDonald la encontraran deficiente.
Se vistió con sus mejores galas de boda y descendió las escaleras una hora más tarde. La sala era un hervidero de actividad, y Ewan estaba de pie hablando con sus hermanos cerca de la mesa principal.
Cuando entró, Ewan alzó la mirada y la vio. La aprobación en sus ojos hizo a su espíritu elevarse. Amagó un gesto para que se acercara a él y ella se apresuró para estar a su lado.
—Llegas justo a tiempo para recibir a nuestros invitados conmigo, —le dijo—. Llegarán en unos pocos minutos.
La condujo fuera de la sala, sus hermanos los seguían detrás. Cuando llegaron al patio, los soldados McDonald se desplegaban sobre el puente y a través del arco que daba al patio.
Ella estaba, por supuesto, parcializada, pero los McCabe presentaban una visión mucho más impresionante.
Ewan estaba en los escalones, con Mairin a su lado, mientras que el hombre que venía al frente desmontó e hizo a Ewan un gesto con la cabeza.
—Es bueno verte de nuevo, Ewan. Ha pasado mucho tiempo. La última vez que estuve aquí, tu padre fue quien me dio la bienvenida. Lamento profundamente su muerte.
—Como lo hacemos todos, —le contesto éste—. Te presento a mi señora esposa, Mairin McCabe.
Ewan la escoltó hacia abajo y ella hizo una reverencia en frente del otro Laird.
El laird McDonald tomó su mano y se inclinó, presionando un beso en sus nudillos.
—Es un gran placer conocerte, lady McCabe.
—El honor es mío, señor, —respondió—. Le ofrezco a usted y a sus hombres refrescarse, si entran al salón. La comida está preparada y lista para servirse a su conveniencia.
El Laird sonrió ampliamente y luego hizo un gesto detrás de él.
—Te presento a mi hija, Rionna McDonald.
La joven se mostraba reacia, tanto en comportamiento como en expresión, mientras se adelantaba.
Así que esta era la mujer con quien el Laird McDonald quería que Ewan se casara. Mairin hizo todo lo posible por no reflejar el enojo en su cara. La muchacha era muy hermosa. De hecho su cabello brillaba al sol como filigranas doradas y su tez no se veía empañada ni por una sola mancha. Sus ojos eran de un peculiar color ámbar que hacían destacar los reflejos de su pelo que se asemejaban al oro bajo la luz del sol.
Le echó un rápido vistazo a Ewan para juzgar su reacción. Lo último que quería era que él se sintiera arrepentido por haber perdido la oportunidad de
casarse con esta mujer.
Los ojos de Ewan brillaban con diversión. Probablemente había visto directamente en la cabeza de Mairin y leído sus pensamientos.
Ella se volvió y sonrió a la otra mujer.
—Entra, Rionna. Estoy segura de que debes estar cansada de tu viaje. Puedes sentarte a mi lado en la mesa y así lograr llegar a conocernos.
Rionna le ofreció una sonrisa vacilante y permitió que Mairin la tomara por el brazo para llevarla al interior.
La comida fue un asunto muy animado. El laird McDonald era un hombre fuerte, bullicioso, y comía con un entusiasmo que horrorizaba a Mairin. Pues, si tuviera que alimentar a este hombre en forma regular, los hombres McCabe estarían de caza día y noche, sin descanso entre ellos.
Gertie frunció el ceño con desaprobación mientras volvía a llenar el plato del Laird por tercera vez.
Mairin le llamó la atención y negó con la cabeza. No estaría nada bien insultar al Laird.
La conversación se centró en torno a temas mundanos. Cacería. Incursiones. La preocupación por la protección de sus fronteras. Después de un tiempo, Mairin perdió la concentración, luchando por reprimir un bostezo que amenazaba con salir.
Trató en vano de entablar una conversación con Rionna, pero la muchacha se centró en sus alimentos y mantuvo la cabeza baja durante toda la comida.
Cuando finalmente los hombres terminaron de comer, Ewan atrajo la mirada de Mairin, y ella se levantó para excusarse de la mesa. El tiempo para que los hombres discutieran de lo que fuera que dialogaban en reuniones como ésta, había llegado y sin duda no deseaban que las mujeres estuvieran presentes.
Pensaba invitar a Rionna a salir a dar un paseo alrededor del torreón y quizás disfrutar con los juegos de los niños, pero tan pronto como Mairin se excusó de la mesa, Rionna huyó.
Con un encogimiento de hombros, fue en busca de Crispen.
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Cuando las mujeres salieron de la sala, el laird McDonald hizo un gesto hacia Ewan.
—Debes sentirte muy orgulloso de tu esposa. La comida estuvo magnífica y la bienvenida fue cálida.
—Mi esposa es un mérito para nuestro clan, —estuvo Ewan de acuerdo.
—Estaba consternado al oír hablar de tu matrimonio —el Laird continuó—. Tenía la esperanza de una unión entre tú y Rionna. Eso hubiera sellado una alianza y uniría a nuestros clanes.
Ewan alzó una ceja, pero no dijo nada. Observó a McDonald para ver a dónde quería llegar con esta conversación.
McDonald miró a Alaric y a Caelen antes de volver su mirada a Ewan.
—Me gustaría hablar claramente contigo, Ewan.
Éste hizo un gesto a sus hombres para que abandonaran la mesa. Alaric y Caelen se quedaron atrás junto a él, McDonald, y unos pocos de sus hombres, permanecieron a un lado.
—Quiero esta alianza, —dijo McDonald.
Ewan apretó los labios ante el pensamiento.
—Dime, Gregor, ¿por qué buscas esta alianza? La buena voluntad no es algo que asocio con nuestra relación desde la muerte de mi padre. Y, sin embargo, él era leal a ti, y tú a él.
McDonald suspiró y se recostó en su asiento, con las manos cubriendo su sobresaliente abdomen.
—Es necesario ahora. Duncan Cameron amenaza mis tierras. Nos hemos visto envueltos en algunas escaramuzas durante los últimos meses. Creo que está probando el poder de mi ejército, y voy a ser honesto, no hemos lidiado bien en las batallas que hemos luchado.
—Hijo de puta, —murmuró Ewan—. Tus tierras colindan con Neamh Álainn. Ese bastardo está planificando el día en que piensa hacerse cargo de las tierras de Mairin.
—Sí, y no puedo contenerlo por mí mismo.
—¿Qué estás proponiendo? Es obvio que no puedo casarme con tu hija.
—No, —dijo McDonald, alargando sus palabras. Luego miró a Alaric—. Sin embargo, él sí puede.


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Mensaje por yiniva Lun 17 Sep - 14:11

Zas culebra¡¡¡¡¡¡, presiento que ya se de quien sera el próximo libro si es que hay, Alaric con Rionna, aceptara el, pues es lo mejor y Mairin hizo milagros en tan poco tiempo lo bueno que todo quedo impecable, pero debe de cuidarse esos puntos, una infección seria grave.
gracias por los capítulos.


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Mensaje por yiany Lun 17 Sep - 18:43

Cap 21: bueno Mairin quiere participar de forma más activa en la vida del Torreón y aunque la iba embarrando tampoco era la forma de llamarle la atención frente a todo el mundo, Ewan tiene mucho que aprender.
Cap 22: a poner en práctica los Consejos de Maddie y volver loco al Laird.
Cap 23: bueno, su momento de tomar las riendas y demostrar su valía ha llegado y creo que hará muy orgulloso a su Laird


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Mensaje por berny_girl Lun 17 Sep - 22:57

CAPÍTULO 25


Alaric casi se ahogó con su cerveza. Caelen parecía aliviado de que el comentario de McDonald no hubiera estado destinado a él, pero echó un vistazo de reojo a su hermano con la compasión escrita en su cara.
Ewan disparó a Alaric una mirada de advertencia y volvió su atención de nuevo a McDonald.
—¿Por qué es tan importante sellar esta alianza con el matrimonio? Sin duda, existen suficientes factores significativos en los que podríamos convenir en aliarnos por el bien común.
—Rionna es mi heredera. Mi única heredera. No tengo hijos que tomen las riendas cuando yo muera. El hombre que se case con ella debe estar dispuesto a asumir los deberes de Laird, así como ser lo suficientemente fuerte para proteger la propiedad de amenazas como Duncan Cameron. Si nuestros clanes están aliados no sólo a través de un acuerdo, sino del matrimonio, tu lealtad hacia tu hermano no te permitirá romper nunca con nuestro convenio.
Ewan se tensó y miró al hombre mayor, indignado por el insulto.
—¿Estás diciendo que mi palabra no es fiable?
—No, estoy diciendo que me sentiría más seguro con la alianza si hubiera más en juego que la protección mutua. No quiero mis tierras en manos de un hombre como Duncan Cameron. Él es un bastardo avaro, hambriento de poder, que traicionaría a su propia madre para favorecer su causa.
»Hay rumores, Ewan, ahora más que nunca, de que Duncan conspira contra el rey. Y he oído decir que podría unirse a Malcolm para apoyar otro levantamiento contra el trono.
Ewan tamborileó sus dedos sobre la mesa y miró de nuevo a Alaric, que tenía lo que sólo podría ser descrito como una mirada afligida de resignación.
—Tendré que hablar con mis hermanos. No tomaré cualquier decisión que afecte a Alaric sin escuchar sus pensamientos sobre el asunto.
McDonald asintió.
—Por supuesto. Yo no esperaría menos. Por separado, somos clanes fuertes. Pero juntos seríamos una fuerza a tener en cuenta. ¿Crees que el clan McLauren se uniría a nuestra causa? Ese clan, aunque es pequeño, tiene soldados bien entrenados. Junto con los McCabe y McDonald, formarían una alianza formidable que sólo se fortalecería más cuando el tuyo controle Neamh Álainn.
—Sí, lo harán, —dijo Ewan—. Con nosotros tres unidos, eso podría inclinar a Douglas hacia nuestro lado. Él controla las tierras al norte y al oeste de Neamh Álainn.
—Si sembramos la idea de Duncan Cameron husmeando alrededor de Neamh Álainn, vendrá lo suficientemente rápido, —dijo McDonald—. Por sí solo no puede hacer frente a un poderío como Cameron, pero con nosotros, Cameron no tiene ninguna posibilidad contra nuestras fuerzas.
—Duncan Cameron no tiene ninguna posibilidad contra mí, —dijo Ewan suavemente.
McDonald alzó su ceja con sorpresa.
—Eso es un alarde abrumador, Ewan. No tienes los números a tu favor.
Ewan sonrió.
—Mis hombres están mejor capacitados. Son más fuertes. Más disciplinados. Yo no busco esta alianza para vencer a Cameron. Lo derrotaré con o sin aliados. Busco las alianzas para consolidar el futuro.
Ante la mirada incrédula de McDonald, Ewan se echó hacia atrás en su asiento.
—¿Te apetece una demostración, Gregor? Tal vez te gustaría ver de primera mano con quien te aliarías.
Los ojos de McDonald se estrecharon.
—¿Qué clase de demostración?
—Tus mejores hombres contra mis mejores hombres.
Una lenta sonrisa se extendió por toda la cara del hombre más viejo.
—Me gusta una buena competencia, en verdad. Acepto. ¿Qué apostamos?
—Alimentos, —dijo Ewan—. Provisiones de tres meses de carne y especias.
—¡Por los clavos de Cristo!, impones duras condiciones. No puedo darme el lujo de deshacerme de ese tipo de generosidad.
—Si estás preocupado por perder, podemos por supuesto suspender el encuentro.
Conocer el talón de Aquiles de un oponente era lo más importante, y para Gregor McDonald, su debilidad era un desafío. Sugerir que tuviera miedo de perder una apuesta era como ofrecerles huesos a los perros de caza.
—Hecho, —pronunció McDonald. Se frotó las manos con alegría y sus ojos brillaron triunfalmente.
Ewan se levantó de su asiento.
—No hay mejor tiempo que el presente.
McDonald saltó de su silla e hizo un gesto hacia uno de sus comandantes. Entonces miró de nuevo a Ewan de forma sospechosa.
—A ti y a tus hermanos no se les permite participar. Sólo los hombres. Soldados contra soldados.
Ewan sonrió perezosamente.
—Si eso es lo que prefieres. No tendría a un hombre bajo mi mando si no fuera tan digno como yo con una espada.
—Voy a disfrutar de asaltar tus provisiones cuando mis hombres demuestren su valía, —alardeó McDonald.
Ewan mantuvo su sonrisa e hizo un gesto para que lo precediera a través de la sala.
Cuando McDonald se apresuró a salir con sus hombres, Alaric se quedó atrás.
—¿Ewan, estás considerando este asunto del matrimonio?
Ewan miró a su hermano menor.
—¿Estás diciéndome que tú no?
Alaric frunció el ceño.
—No, no es en absoluto lo que estoy diciendo. Pero demonios, Ewan, no tengo ningún deseo de tener que cargar con una novia.
—Es una buena oportunidad para ti, Alaric. Serías Laird de tu clan. Tendrías tierras e hijos a quienes dejar tu legado.
—No, —dijo Alaric en voz baja—. Este es mi clan. No el de McDonald.
Ewan puso su mano sobre el hombro de Alaric.
—Siempre seremos tu clan. Pero piensa. Mi hermano será mi vecino más cercano. Seremos aliados. Si te quedas aquí, nunca podrás ser Laird. Tu heredero no será Laird. Tú deberías agarrarte a esto con las dos manos.
Alaric suspiró.
—¿Pero matrimonio?
—Es una chica hermosa, —señaló Ewan.
—Bastante bonita, supongo, —gruñó Alaric—. No pude ver gran parte de su cara durante la comida porque miraba hacia abajo todo el tiempo.
—Habrá mucho tiempo para verle la cara. Además, no es por la cara por lo que tienes que preocuparte. Es por el resto.
Alaric se echó a reír y luego miró rápidamente alrededor.
—Mejor no dejes que tu esposa te escuche decir eso. Podrías estar durmiendo con tus hombres esta noche.
—¿Estás listo, Ewan? —la voz de McDonald resonó por el patio.
Éste levantó la mano.
—Sí, estoy listo.
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—¿Qué diablos están haciendo? —preguntó Mairin al oír el rugido proveniente desde el patio.
Crispen le agarró la mano y tiró de ella hacia la colina.
—¡Subiremos a la colina para que podamos ver!
Los otros niños hicieron lo mismo y pronto estaban encima del otero. Mairin protegió su cara del sol para así poder ver el ajetreo de abajo.
—¡Están luchando! —exclamó Crispen.
Los ojos de Mairin se abrieron como platos al ver a tantos guerreros reunidos en un círculo estrecho. En el centro había dos soldados, uno de ellos McCabe y el otro un McDonald.
—Pues, ese es Gannon, —susurró—. ¿Por qué Gannon está luchando contra el soldado McDonald?
—Es cómo se hacen las cosas, —se jactó Crispen—. Los hombres pelean. Las mujeres se ocupan del hogar.
Gretchen le encajó un puñetazo a Crispen en el brazo y le dio una mirada feroz. Robbie a su vez empujó a Gretchen.
Mairin frunció el ceño y lo miró fijamente.
—Tu padre te dijo eso, sin duda.
—Tío Caelen lo hizo.
Ella hizo rodar sus ojos. ¿Por qué eso no la sorprendía?
—Pero ¿por qué están luchando? —insistió.
—¡Es una apuesta, mi señora!
Mairin se volvió para ver a Maddie subiendo por la colina, varias de las mujeres McCabe a sus talones. Llevaban una cesta entre ellas.
—¿Qué apuesta? —preguntó, cuando las mujeres se acercaron.
Maddie dejó caer la cesta en el suelo y el rico olor del pan flotó en el aire. A pesar de la espléndida comida en la que había participado, Mairin se llevó una mano a su retumbante estómago.
Los niños se inclinaron hacia adelante con entusiasmo, sus expresiones esperanzadas mientras rodeaban a Maddie.
—Nuestro Laird y el laird McDonald hicieron un apuesta en cuanto a cuales hombres son mejores que los otros, —dijo Maddie, mientras empezaba a repartir pan a las mujeres ahora sentadas en el suelo. Luego le pasó un trozo a cada uno de los niños. Hizo un gesto a Mairin—. Únase a nosotros, mi lady. Pensamos en hacer un picnic y aclamar a los guerreros McCabe.
Mairin se sentó en el suelo, extendiendo la falda sobre sus piernas.
Crispen se dejó caer a su lado y comenzó a devorar su manjar. Ella tomó una
pieza de pan y arrancó un pedazo. Cuando colocó el trozo en sus labios,
frunció el ceño.
—¿Cuál es la apuesta?
Maddie sonrió.
—¡Nuestro Laird es astuto! Apostó las reservas de tres meses de
alimentos. Si los McCabe vencen, vamos a recoger carne y especias de las
provisiones de los McDonald.
Mairin se quedó boquiabierta.
—¡Pero no tenemos una reserva de tres meses de comida!
Bertha asintió sabiamente.
—Exactamente. Él apostó lo que más necesitamos. Fue brillante y bien
pensado de su parte.
—Pero ¿qué pasa si perdemos? No podemos permitirnos desprendernos
de tales riquezas. Ni siquiera tenemos nada que podamos perder.
Una de las mujeres mayores chasqueó por lo bajo.
—Nuestros guerreros no perderán. Es desleal pensar que lo harían.
Mairin arrugó el ceño.
—No estoy siendo desleal. Sólo pensé que era extraño que el Laird apostara algo que no tenemos.
—Ya que no perderemos, en realidad no es un problema —Maddie le dijo, acariciando el brazo de Mairin.
—Oh, mira, Gannon ganó su pelea y ahora es el turno de Cormac, — exclamó Christina. Se ve siempre tan guapo, ¿no es así?
Las mujeres alrededor de Christina sonrieron con indulgencia. Maddie se inclinó hacia delante y susurró en forma conspiradora.
—Nuestra Christina sólo tiene ojos para Cormac.
Mairin observó el modo en que las mejillas de Christina se volvieron color de rosa tan pronto como Cormac se acercó al círculo. Se había quitado la camisa y los músculos se hinchaban y ondulaban en sus brazos. Era una bonita vista. No tan magnífica como la visión de Ewan era, pero aun así nada mal en
absoluto.
Christina jadeó cuando Cormac tomó concretamente un duro golpe y cayó hacia atrás. Se cubrió la boca con la mano y se quedó mirando como el guerrero se levantaba y se abalanzaba de nuevo hacia delante. Los sonidos de golpes metálicos atravesaron el aire mientras Cormac luchaba con renovada avidez.
Se había acabado segundos más tarde, cuando Cormac hizo que la espada de su oponente saliera volando por el aire. Levantó su espada sobre su cabeza y luego la bajó drásticamente hasta el punto de descansarla debajo de la barbilla del otro hombre.
El hombre levantó las manos en señal de rendición y Cormac extendió una mano para ayudarlo a levantarse.
—Nuestros hombres están haciendo un buen trabajo contra los guerreros McDonald, —dijo Bertha con aire de suficiencia.
De hecho, los soldados McCabe despacharon rápidamente a los dos siguientes. La contienda había terminado, considerando que cuatro de los guerreros McDonald ya habían caído, pero el quinto acechaba en el círculo, completamente adornado con armadura de protección y casco.
—¡Es pequeño! —exclamó Maddie—. Pues, no puede ser más que un muchacho.
Evidentemente, Diormid, quien había sido elegido para ir de último, estuvo de acuerdo, porque se quedó a un lado, con una mirada perpleja en su rostro. Cuando el guerrero más pequeño levantó su espada, Diormid negó con la cabeza y avanzó.
Aunque era mucho más chico que Diormid, demostró ser extremadamente ágil y rápido. Hábilmente evitó los golpes que probablemente lo habrían lanzado a sus pies Los guerreros McDonald, inspirados por el mejor desempeño que habían tenido hasta el momento, se alzaron, gritándole estímulos al muchacho. Era un luchador rápido, y hacía que a Diormid se le hiciera difícil permanecer estable.
Mairin se encontró conteniendo el aliento, impresionada por el coraje del hombre más pequeño. Se inclinó cuando Diormid esquivó una lluvia de empujes y volvió a contener la respiración cuando el muchacho saltó para evitar una arrolladora patada de Diormid.
—Es tan emocionante, —susurró Gretchen junto a ella.
Mairin sonrió a la niña que estaba tan cautivada por el espectáculo delante de ellas.
—Sí, lo es. Parece que Diormid tiene sus manos llenas con el muchacho.
La pelea avanzaba y estaba claro que Diormid se sentía frustrado por su incapacidad de hacer que el hombre mucho más pequeño se rindiera. Los movimientos del primero se hicieron más desesperados y salvajes. Era evidente que quería poner fin a la lucha y tan claro que el muchacho no tenía ninguna intención de ello.
Entonces algo asombroso sucedió. Diormid arremetió y la pierna del muchacho salió disparada, haciendo tropezar a su oponente. En un instante, saltó contra la parte superior de éste con un grito digno del guerrero más experimentado. Espada en alto, luego la descendió drásticamente hasta que la punta descansó contra la vulnerable carne del cuello de Diormid.
Diormid fulminó con la mirada al joven, pero finalmente dejó caer su espada en concesión.
—El muchacho ha superado a nuestro Diormid, —Maddie susurró.
Poco a poco el muchacho se levantó y le tendió la mano a su adversario.
Éste se impulsó, casi tirando al muchacho a sus pies mientras luchaba con el peso del guerrero mucho más grande.
El hombre de los McDonald retrocedió tambaleándose y luego envainó su espada. Entonces arrancó el casco de su cabeza y una masa de cabello dorado se derramó de sus confines.
Rionna McDonald estaba de pie delante de los hombres ahí reunidos, su pelo resplandeciente al sol.
Las mujeres junto a Mairin jadearon de asombro.
—¡Es una muchacha! —exclamó Gretchen con alegría. Se volvió hacia Robbie, con los ojos brillando con luz impía—. ¿Ves? ¡Te dije que las mujeres podían ser guerreras!
Crispen y Robbie estaban mirando a Rionna con una mezcla de asombro y reticente admiración.
El padre de Rionna estaba apopléjico. Empujó a través de la multitud de hombres, con la cara grabada de rabia. Agitó los brazos gritándole a Rionna y Mairin se esforzó por oír sus palabras.
Rionna inclinó la cabeza, pero no antes de que Mairin viera el destello de ira cruzar su cara. La mano libre de la muchacha se apretó en un puño a su lado y dio un paso atrás ante su encolerizado padre.
Mairin estaba de pie, con el corazón vinculado a la mujer, a pesar del hecho de que se había puesto un traje de hombre y humillado a un guerrero McCabe. De hecho, Diormid estaba furioso, su rostro tan oscuro como una nube de tormenta.
Aun así, Mairin se encontró corriendo hacia el patio, con la intención de rescatar a la muchacha de una horda de varones enojados. Mascullando disculpas, dio codazos a través de los hombres, haciendo caso omiso de sus murmullos irritados cuando los empujaba a un lado.
Pasar a través de la última línea fue difícil, debido a que los guerreros estaban parados hombro con hombro. Ella empujaba y golpeaba sin éxito, hasta que finalmente pateó la parte posterior de una rodilla, causando que se combara.
Él se dio la vuelta con un gruñido, hasta que vio quién estaba detrás de él. Su expresión cambió de golpe y se apresuró a apartarse a un lado para dejarla pasar.
Aliviada de haber logrado con éxito entrar al círculo, se dio cuenta de que no tenía un plan más allá de llegar hasta allí. Ewan no tomó a bien su presencia y la contempló, agujereándola con la mirada desde el otro lado del cerco de guerreros.
Mairin metió la mano en la de Rionna, ignorando la mirada de sorpresa de ésta.
—Reverencia, —susurró Mairin.
—¿Qué?
—Haz una reverencia, entonces retrocede conmigo. Y sonríe. Una sonrisa realmente grande.
—Les ruego nos perdonen, Lairds. Nos iremos ahora. Los niños del torreón necesitan nuestra atención, y debemos ver por la comida de la tarde, — dijo Mairin. Les ofreció una sonrisa deslumbrante y se inclinó en una reverencia.
Rionna también esbozó una sonrisa, y Mairin se maravilló de lo impresionante que la muchacha era. Su boca se extendía en un amplio gesto, mostrando sus perfectamente rectos y blancos dientes, y un hoyuelo en la suave piel de su mejilla. Rionna hizo una reverencia y eso le permitió a Mairin arrastrarla fuera del perímetro.
Los hombres tropezaron entre ellos para moverse, cuando ella les obsequió otra dulce sonrisa. Remolcó a la muchacha lejos de allí, esperando el rugido de Ewan en cualquier momento. Cuando logró salir del patio, exhaló un suspiro de alivio.
—¿A dónde vamos? —preguntó Rionna.
—Hay una niña a quien le encantaría conocerte, —le dijo Mairin alegremente—. Está muy impresionada con tu desempeño.
Rionna le lanzó una mirada de perplejidad, pero permitió que Mairin la llevara hasta la colina donde los demás estaban sentados mirando con ávido interés.
Gretchen no pudo contenerse por más tiempo. Tan pronto como Mairin y Rionna se acercaron, se levantó de un salto y casi bailó sobre Rionna.
Hizo una reverencia, pero burbujeaba con tanta emoción que procedió a bombardearla con una sucesiva docena de preguntas.
Al ver la perplejidad completa de Rionna, Mairin se compadeció de ella y le puso una mano a Gretchen en el hombro para detener el flujo de cháchara.
—Gretchen quiere ser una guerrera, — le aclaró —. Se le explicó que las mujeres no podían ser guerreras, y ahora está decidida a que eso es obviamente una mentira, desde que Diormid fue derrotado en el manejo de las espadas.
Rionna sonrió, esta vez una sonrisa genuina, y se arrodilló delante de Gretchen.
—Debo compartir un secreto contigo, Gretchen. Esta no es una opinión popular, pero creo firmemente que una mujer puede ser lo que quiera ser, si pone su mente en ello.
Gretchen estaba radiante de alegría. Entonces se volvió sombría mientras miraba más allá de Rionna hacia el patio.
—Su papá no estaba feliz de que luchara contra Diormid.
Los ojos de Rionna se oscurecieron, de una luz dorada a una tonalidad ámbar.
—Mi padre nunca pierde la esperanza de hacer una dama de mí. Él no está impresionado con mis habilidades como guerrera.
—Yo sí estoy impresionada, —dijo Gretchen tímidamente.
Rionna sonrió de nuevo y tomó a la muchacha de la mano.
—¿Te gustaría tocar la empuñadura de mi espada?
Los ojos de la niña se redondearon y su boca se abrió.
—¿Puedo?
Rionna guió su mano hacia abajo, hasta que se cernió sobre el mango incrustado con joyas de la espada.
—Es más pequeña que una espada normal. Es más ligera, también. Hace que sea más fácil para mí manejarla.
—Es increíble, —exhaló Gretchen.
—Quiero ver, —dijo Robbie beligerante.
Tanto él como Crispen, empujaron hacia adelante, su ojos brillantes de admiración.
—¿Podemos tocar? —Crispen susurró.
Tan reticente como había estado durante la comida, ahora estaba abierta y amigable con los niños. Mairin decidió que sólo debía ser extremadamente tímida.
Cuando los niños se reunieron alrededor de Rionna, charlando y gritando por encima de su espada, Mairin casualmente echó un vistazo hacia el patio para ver a Ewan de pie en la distancia, las manos anudadas a la cintura mientras la contemplaba.
Ella le ofreció un pequeño saludo con la mano y se alejó antes de que tuviera cualquier idea de convocarla.
Cuando los niños se alejaron, Mairin miró a la otra mujer.
—¿Te gustaría darte un extenso baño antes la comida de la noche?
Rionna se encogió de hombros.
—Por lo general nado en el lago, pero supongo que horrorizaría a mi padre si tuviera que hacerlo aquí.
Los ojos de Mairin se abrieron como platos.
—¿Estás loca? ¡El agua está helada!
Rionna sonrió.
—Es un buen entrenamiento para la mente.
Mairin negó con la cabeza.
—No entiendo como alguien renunciaría a las alegrías de una bañera llena de agua caliente, por una infernal zambullida en un lago helado.
—Como la inmersión en el lago no es una posibilidad, con mucho gusto aceptaré tu amable oferta de un baño caliente, —dijo Rionna con una sonrisa.
Entonces inclinó ladeó cabeza y miró a Mairin con una extraña expresión en su rostro.
—Usted me gusta, lady McCabe. Yo no la horrorizo como hago con otros. Y la forma en que se abrió paso entre los hombres para rescatarme estuvo muy bien amañada.
Mairin se ruborizó.
—Oh, llámame Mairin. Si vamos a ser amigas, lo apropiado sería que te dirijas a mí de esta manera.
Maddie se aclaró la garganta detrás de ella, y ésta se volvió, horrorizada por haberse olvidado de sus modales.
—Rionna, quiero que conozcas a las mujeres de mi clan.
Cada mujer se adelantó, y a su vez Mairin las fue presentando, introduciendo los nombres que recordaba. Maddie suministró aquellos que Mairin no había aprendido hasta el momento.
Cuando terminaron, Maddie dirigió a las mujeres de nuevo al torreón para que pudieran calentar el agua para el baño de Rionna.
Después de mostrarle la recámara que ocuparía, Mairin bajó las escaleras para revisar los planes para la cena.
Estaba casi llegando a la cocina cuando Ewan entró en la sala. El laird McDonald lo acompañaba y Mairin aceleró el paso.
—¿Dónde está mi hija? —exigió McDonald.
Ella se detuvo y se volvió hacia el hosco Laird.
—Está escaleras arriba, preparándose para tomar su baño y cambiarse para la cena.
Aparentemente, calmado por la idea de que su hija no estaba luchando contra más guerreros, el Laird asintió antes de volverse hacia Ewan. Mairin esperó un momento, totalmente a la expectativa de que su esposo la reprendería por su interferencia, pero él miró por encima del laird McDonald y le guiñó un ojo.
Lo hizo tan rápido que estaba segura de haber visto mal. La idea de verlo haciendo algo así como un guiño era demasiado para comprender.
Seguramente lo había imaginado, se dirigió hacia las cocinas, una vez más.


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