Lectura #1 - 2020 The Outskirts-T.M. Frazier

—Esta será la última vez que venga aquí —dije. Por primera vez, estaba en la parte superior del tobogán sin una botella o un porro. Solo yo, un cigarrillo y la sensación de paz.
—Quería decirte lo mucho que lo siento. Por culparte, por no seguir adelante con mi vida cuando me doy cuenta ahora que fui el único en mi propio camino. —Respiré hondo, respiré el olor del pantano salado—. Lo sé ahora. Sé muchas cosas ahora. Realmente te amé. No en la forma en que merecías ser amada, pero realmente te amé. Siempre lo haré. Espero que estés en paz ahora porque creo... Creo que finalmente lo estoy logrando.
Me incliné hacia la caja de cartón y saqué las campanas de viento que Jackie había hecho para mí. Los até a la parte superior del tobogán donde de inmediato comenzaron a chocar salvajemente en la brisa, cantando su canción delicada sin un latido.
Exactamente cómo amé a Jackie. Salvajemente. Más allá de la razón.
—Adiós, Jackie —susurré, lanzando mi cigarrillo a la piscina de abajo.
Me puse de pie, sintiendo el peso de los últimos dos años levantarse de mí. Me sentí más ligero sabiendo que volvería a una vida que amaba de nuevo.
Una vida con Sawyer.
Y fue por Sawyer que supe ahora que estaba bien recordar a Jackie. Bien pensar en ella. Bien incluso aún amarla.
Más importante aún, estaba bien estar completamente enamorado de Sawyer.
Porque lo estaba.
Estaba a punto de bajar los escalones cuando vi una hilera de camiones y carros amarillos brillantes circulando por la autopista. Sin embargo, eso no fue lo que me llamó la atención. Eso no fue lo que me hizo bajar corriendo los escalones en un apuro para llegar a Sawyer.
Fue el logo azul que cada uno de los vehículos había pintado en las puertas.
Un sol saliendo de las montañas.
Él está aquí.

Estaba al límite.
Había algo raro. Y no era sólo que no me estuviera sintiendo bien. Había estado sintiéndome mareada ininterrumpidamente todo el día, pero no se trataba de eso. Era Finn. Había estado actuando diferente últimamente y cuando le pregunté por ello, me dijo que no leyera demasiado en su melancolía. Había reído, pero no había alcanzado sus ojos.
Sabía que estaba ocultando algo.
Eso y que fue a un recado temprano esta mañana y aún no sabía de él y se acercaba la medianoche.
Mi estado de ánimo debía haber estado por todo mi rostro porque cuando estaba barriendo, Critter metió la mano bajo la barra y sacó una escopeta. La amartilló y el sonido hizo eco en las paredes del bar.
—¿Dónde está ese hijo de puta? —preguntó, yendo hacia la puerta—. Le advertí…
—¡Critter! —grité—. Basta. ¡Espera!
—¿Te hizo daño? —preguntó Critter, girándose y mirándome de arriba abajo con asesinato en sus oscuros ojos—. Le advertí a ese hijo de puta.
—No en la clase de forma que necesitas resolver con una escopeta —expliqué, bajando el cañón de su arma.
Alzó su poblado ceño.
—¿Hay un tipo de forma en que no?
—Sí, y creo que esta es una de ellas. —Crucé la habitación y continué barriendo mientras Critter volvía detrás de la barra.
La escopeta permaneció sobre el mostrador.
—No vas a llorar, ¿verdad? —preguntó Critter, mirándome desde la barra.
—No lloro —repliqué, enderezando mis hombros—. No por un largo tiempo, de todos modos.
Pero sí sentía como si algo pesado hubiera caído sobre mi pecho.
—Sí, pero en mi experiencia, estar molesta con un hombre y las lágrimas van de la mano. —Critter tomó un vaso del estante, vertiendo tres dedos de whisky del estante superior.
—Pensé que sólo bebías cerveza —señalé.
Critter levantó su vaso.
—Esta noche se siente como un tipo de noche de whisky —dijo, sin sonar como su habitual ser feliz.
—Estaré bien —le aseguré, esperando que su cambio de humor no fuera por mí.
—Sé que lo harás. Eres dura, niña. Estoy contento que vinieras. Las cosas no serían lo mismo sin ti.
—Gracias. Me siento igual.
Critter se había convertido en familia para mí. Más familia de la que jamás había tenido antes.
—Espero que siempre lo hagas —murmuró y no estaba segura si lo había oído bien.
—Dices eso un montón —comenté, dándome la vuelta para enfrentarlo, la empuñadura del palo de mi escoba golpeó una foto en la pared, enviándola a estrellarse contra el suelo, la foto bocabajo—. Mierda —maldije.
—Ten cuidado. ¿Necesitas ayuda? —preguntó Critter.
—Lo tengo. —Me arrodillé, levanté el marco y lo dejé en la mesa más cercana. Barrí las esquirlas de cristal en un recogedor y las tiré en el cubo de basura rodante que acerqué a la mesa. Sacudí el marco sobre el cubo para asegurarme que no quedara cristal roto. La foto se separó del marco y cayó en el cubo.
—Critter, nunca lo dijiste. ¿A quién te recuerdo? —Fui a alcanzar la foto sobre la pila, jadeando ante la imagen que me miraba.
Los pesados pasos de Critter sonaron detrás de mí. Miró sobre su hombro y recogió la foto de la pila de basura. Sonrió y pasó sus manos amorosamente sobre la vieja imagen de una mujer sentada ante la barra, sonriendo a la cámara como si la persona detrás de la lente lo significara todo en el mundo para ella.
Critter alzó la foto y señaló a la mujer.
—A ella. —Suspiró pesadamente. Cuando habló de nuevo, su voz era ronca—. Me recuerdas a ella.
Y tenía sentido el por qué.
La mujer… era mi madre.
Incapaz de apartar mis ojos de la foto, me senté ante la barra. Critter se quedó al otro lado y me sirvió mi propio trago. Deslizó tres dedos de whisky delante de mí.
—Toma —dijo.
—No bebo whisky —repliqué.
—Lo haces esta noche —discutió, tragando los contenidos de su vaso y dejándolo de golpe sobre la barra, limpiando su boca con el dorso de su manga.
Critter me quitó la foto.
—Me estaba preguntando cuándo llegarías aquí —dijo, pero no hablaba conmigo, le estaba hablando a la foto.
A mi madre.
—Esas son las palabras exactas que me dijiste la primera vez que te conocí —señalé.
Critter me dio una triste sonrisa que hizo que mi garganta se secara.
—También son las palabras exactas que le dije a ella cuando entró por primera vez en mi bar.
—Esa es mi mamá —dije—. Pero algo me dice que ya lo sabías. Me mentiste.
—Omití la verdad —discutió Critter.
Lo fulminé con la mirada.
—Sí, mentí. No quería hacerlo. El Señor sabe que odiaba cada segundo de ello. Pero pensé que era lo mejor.
—Cuéntame más —dije, no queriendo ser atrapada en nada más que descubrir más sobre mi madre y su tiempo en Outskirts.
Critter rió entre dientes y asintió.
—Sí. Lo sé. Siempre lo he sabido. Eres igual que ella. También se salía de su camino para señalar lo obvio.
No me parezco en nada a ella. Quise discutir, pero estaba demasiado sorprendida por la manera en que estaba hablando sobre conocer a mi madre. Una mujer que ni siquiera yo llegué a conocer a ese tipo de nivel.
—¿Sabes por qué los llamamos tintineos? —preguntó, señalando al techo.
—No —respondí, negando y girando mi vaso sobre la barra.
—Tu mamá. Inventó ese nombre. Dijo que un tintineo es el sonido que oyes cuando algo sucede en tu vida que la cambia para siempre. Bueno o malo, grande o pequeño. —Sonrió tristemente—. La vida está compuesta por miles de tintineos y quería que la gente conmemorara lo que experimentaba aquí. Lo cual es la razón por la que ahora colgamos tintineos del techo.
—Vaya —dije, sintiéndome confusa y cálida por el conocimiento que mi madre tuvo algo que ver con los pedazos de papel torcidos que habían estado volando con la brisa del aire acondicionado sobre mi cabeza durante semanas.
Critter carraspeó.
—Conozco a cada persona en cada foto de esas paredes. —Me miró y sonrió—. Puede que no tengas su cabello rubio y ella no tenía tus pecas, ¿pero ese rostro que tienes ahí? Esa es tu madre de cabo a rabo. Creí que estaba viendo un maldito fantasma cuando cruzaste por primera vez mi puerta.
»Quise contarte un millón de veces sobre ella. Me abstuve de decirte cuánto me recordabas a ella un millar de veces. Como cuando hablas demasiado rápido cuando estás nerviosa o te muerdes el labio cuando estás pensando en algo que decir. La verdad es que no quería asustarte diciéndote todo esto al segundo que llegaste aquí. Quería que encontraras tu camino. Pensé que podrías llegar a conocer la ciudad, llegar a conocer a la gente de aquí. —Me miró a los ojos—. Llegar a conocerme.
Señaló el marco.
—Tal vez incluso a ELLA, antes de acosarte con historias del pasado. —Critter miró a la puerta como si estuviera recordando verla entrar por primera vez de nuevo.
Tomó la foto de mis manos y la deslizó de nuevo en el marco, el cual apoyó contra el pilar de la barra como si quisiera que mamá fuera parte de la conversación.
—Entonces cuéntame —empecé—, ¿quién fue exactamente mi madre para ti?
Critter se inclinó hacia delante, apoyando sus antebrazos sobre la barra. Entrelazó sus dedos y miró la foto de mi madre cuando habló.
—Todo. —Sus ojos encontraron los míos entonces—. Tu madre era todo para mí.
—Podrías creer que tu madre no era lo bastante fuerte porque nunca dejó a ese bastardo que se llamaba a sí mismo tu padre, pero te equivocas. Lo dejó. Una vez —explicó Critter—. Que es el por qué vino aquí.
¿Critter sabe sobre mi padre?
Ni siquiera podía procesar que mi madre le hubiera contado a alguien sobre padre o la manera en que nos trataba. Nunca le contó a nadie.
Jamás.
—¿Cuándo? —Fue todo lo que pude pensar en preguntar del bombardeó de preguntas golpeándome a la vez.
—Hace mucho tiempo. Antes que nacieras. —Miró alrededor del bar como si lo estuviera viendo de nuevo por primera vez—. Cuando vino aquí.
—Yo… no lo sabía —susurré, meditando sobre la revelación en mi cabeza—. Mamá nunca me habló mucho sobre su pasado. Todo lo que sé es lo que tengo de una caja que me dejó, pero además de las llaves de la camioneta y de la casa rodante y la escritura, eran mayormente baratijas.
—Tiene sentido. Era una mujer muy reservada. Pero cuando apareció, no pude detenerme. Sabía que estaba casada, pero mientras se enamoraba de la ciudad… yo me enamoraba de ella.
—Entonces la tierra que me dejó no fue sólo una compra en una subasta nocturna en televisión o en una parada. Era parte de su vida. —Alcé la mirada hacia Critter, cuyos ojos estaban brillando.
Sonrió y miró los tintineos.
—Este lugar ERA su vida.
—¿Por qué se fue entonces si lo amaba tanto?
Critter miró al techo a las notas colgando.
—Hay una sobre la puerta del seis de mayo, 1996. Ve a echar un vistazo.
Bajé despacio de mi taburete y me dirigí hacia la puerta. Alcé la mirada y sorteé un montón de ellas que eran mayormente notas de borrachos sobre la mejor noche, cuando encontré una fechada el seis de mayo de 1996. Estaba en la distintiva escritura cursiva de mi madre.
Me di la vuelta y regresé con Critter, que estaba de espaldas a mí, inclinado sobre la barra. Caminé alrededor y volví a sentarme en mi taburete para que estuviéramos frente a frente otra vez.
—Cuando se fue al principio, pensé que decidió volver con él. A la iglesia. Estaba devastado. Pero años después, encontré eso detrás de la caja registradora cuando estaba instalando la nueva barra. Debió haberse caído. Nunca fue buena sujetando esas malditas cosas. —Critter sorbió—. Te contaré más. —Negó y golpeteó la barra con su palma—. Sólo dame unos minutos para… aclarar mi cabeza.
Había todavía tanto que quería preguntar y Critter debió sentirlo.
—Sólo un poco —repitió.
—De acuerdo. —Finalmente tomé un sorbo de whisky y tosí cuando el líquido quemó mi garganta.
—¿Pensé que no bebías whisky? —preguntó. Sus ojos brillaban con lágrimas sin derramar.
—Esta noche se siente como una noche de whisky —dije, usando sus palabras de antes.
—Volveré enseguida. —Critter señaló hacia la ventana trasera y de repente el tiempo de reminiscencia había terminado y mi jefe estaba de vuelta—. Mientras tanto, hay un montón de nuevas notas sobre la ventana. Algún colgador novato no tenía ni idea de cómo usar una grapadora. Clávalas de nuevo por mí, ¿sí?
—Claro. —Tomé otro sorbo de mi bebida y tosí de nuevo.
Critter desató su delantal, lo dejó sobre el mostrador y agarró una botella llena de whisky del bar. No dijo otra palabra antes de desaparecer por las puertas oscilantes.
—Estaré en la cocina.
Quería seguirlo y rogarle que me contara más, pero la mirada en el rostro de Critter era dolida y sabía que me diría más cuando estuviera listo, aunque tenían que haber pasado veinte años desde que mi madre había estado allí, considerando mi edad, y no estaba listo aún.
Tomé mi vaso y fui por la nota caída. Me incliné para recogerla y saqué un taburete para sujetarla de nuevo al techo, y cuando lo hice, divisé tres tintineos diferentes todos enredados juntos.
A pesar que mi estómago era un hoyo al leer el tintineo de Miller sobre Finn, no pude evitar reír ante los tintineos de Josh y Miller el uno sobre el otro. Se querían. Era un tipo único de amor.
Igual que el mío con Finn.
Su nombre en mis pensamientos fue suficiente para hacer que el hoyo en mi estómago creciera.
Era fácil localizar los otros tintineos colgados recientemente que Critter mencionó. Los colores de las cuerdas todavía eran brillantes y aún no se habían desvanecido como mucho de las otras. Además, la tinta sobre el papel era todavía oscura e intensa. Critter tenía razón, había un montón de nuevas. Al menos diez, todas colgadas una después de otra en una hilera y en lugar de sujetadas con una grapa como las otras, estas estaban sostenidas al techo débilmente con pequeñas tiras de cinta adhesiva transparente.
Agarré la grapadora de la barra y subí a una silla que había deslizado por el suelo. Sujeté la primera nota al techo cuando el aire acondicionado sopló y la nota aleteo alrededor hacia mí. El mensaje estaba al nivel de mis ojos.
Jadeé. La fecha era del día que llegué a la ciudad. Pero esto no estaba aquí entonces. Me moví a la siguiente mientras mi corazón empezaba a latir con fuerza en mi pecho.
Mis ojos picaron con lágrimas formándose mientras continuaba.
Sentí las lágrimas cayendo por mis mejillas para el momento en que leí la última, la cual arranqué del techo y dejé caer en la silla para leer una y otra vez mientras las lágrimas continuaban cayendo.
Las puertas oscilantes de la cocina chirriaron y esa sensación de conocimiento que solía pensar que era miedo, pero ahora asociaba con Finn, revoloteó en mi espina dorsal.
—Empezaba a preguntarme si alguna vez volverías —dije, volviéndome con lágrimas felices todavía cayendo por mi rostro, totalmente lista para saltar de la silla y a los brazos de Finn, sólo para encontrarme con Critter, que tenía una sonrisa de disculpa en su rostro.
Critter se agachó bajo la barra y salté de la silla en la que había estado de pie.
—¿Qué sucede? —pregunté cuando Critter se sirvió medio vaso de whisky y lo bebió en dos tragos—. ¿Vas a contarme el resto de la historia?
—No es mi historia para contar —dijo Critter.
Me estaba frustrando.
—Si no es tu historia, ¿entonces de quién?
—Es mía —dijo una voz familiar desde la cocina. Miré a Critter, cuyo rostro era ilegible. Lentamente me volví, preguntándome si la voz era imaginaria, pero cuando mis ojos se posaron sobre la persona de pie entre las puertas oscilantes, de repente olvidé cómo respirar.
No. No puede ser.
La mujer dobló sus manos delante de ella y dio un reacio paso dentro del bar. Sonrió dulcemente.
—Hola, Sawyer.
Mi. Corazón. Se. Detuvo.
—¿Madre?