Lectura #1 - 2020 The Outskirts-T.M. Frazier

El colchón era duro. Algunos de los resortes interiores habían empezado a salirse y se me estaban clavando en la espalda. El olor dentro de la casa rodante era de moho y hongos. Rancio, diría yo.
Me encantaba. Cada pequeño milímetro de ello.
Estaba en una ciudad extraña, en lo que parecía ser el centro del pantano, a miles de kilómetros de la vida que siempre había conocido. Estaba sola. Aterrorizada.
Y fantásticamente libre.
Apretando la carta de mi madre en mi pecho, me dormí sabiendo que lo que me esperaba era mejor que lo que había dejado atrás.
Mi madre me había dicho que fuera fuerte. Fuera valiente. Me prometí que no importara lo que pasara, yo continuaría haciendo eso.
Hubo un gran estallido en mi sueño. Al instante mis pensamientos se fueron a mi padre. La escalera. Él cayendo al suelo. El chasquido de hueso.
Cuando desperté del sueño a la conciencia, me di cuenta que el ruido no provenía de un sueño. Era real. Muy real.
Y venían del interior de mi casa rodante.
Mi pequeño espacio habitable se balanceaba de un lado a otro con cada pesado paso dado hacia mí.
Lo sentí entonces. El terror se arrastró por mi columna como una araña moviéndose lentamente.
Me había encontrado.
Abrí los ojos y de pie sobre mí estaba la gran sombra oscura de un hombre.
—¡No! ¡No lo hagas! —grité, trepando por el colchón. Sin nada alrededor para usar como un arma, levanté mis antebrazos defensivamente sobre mi rostro—. Es mejor que termines con esto ahora. Golpéame hasta que tus nudillos sangren. Mátame si es necesario. Pero no voy a volver. Ni ahora. ¡Ni nunca!
—¿Quién crees que soy? —preguntó una voz profunda.
Una voz que no pertenecía a mi padre.
Vacilante miré a través de mis brazos y mientras la última confusión de sueño se aclaraba en mi mente, era a Finn a quién vi de pie al borde de la cama. Sus brazos estaban levantados sobre su cabeza, descansando contra el remate de metal que corría por el techo. Estaba inclinado hacia delante, mirándome con recelo.
—¿Y qué te hizo? —preguntó, con una vena palpitando en su sien. Su mandíbula apretada.
—Nadie, no fue nada. Solo un mal sueño —le respondí, no queriendo parecer débil ante el hombre que casi me había atropellado al borde de la carretera. Y aunque estaba agradecida que no fuera mi padre después de todo, todavía era un extraño, inclinado sobre mi cama, en el medio de la noche.
—Mentira —gruñó Finn. Sus fosas nasales se encendieron.
—¿Qué? ¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, el miedo de antes aumentó la adrenalina en mi cuerpo una vez más—. ¿Qué quieres de mí? —Sostuve la manta desgastada sobre mi pecho para cubrir mi camisón.
—¿Qué crees que quiero de ti? —preguntó Finn. Podría mantener la manta sobre mí todo lo que quisiera. La forma en que Finn me miraba era tan intensa, tan profunda, era como si pudiera ver a través de la manta y mi ropa.
—No sé qué quieres de mí. Pero sé que necesitas irte. Ahora mismo —dije, usando mi voz más fuerte.
—No he venido aquí para follarte si eso es lo que estás pensando —dijo Finn, haciendo hincapié en la palabra FOLLAR.
Jadeé.
—¿Qué? —Se rio entre dientes y el sonido vibró por el pequeño espacio. Lo sentí todo el camino hacia mi pecho—. ¿Nunca antes has escuchado a nadie decir la palabra follar?
—No, ya la he oído —respondí.
Nunca había sentido la palabra antes.
La luz fluorescente de arriba se encendió con un chisporroteante zumbido y de repente Finn estaba a la vista, ya no era una sombra amenazante.
No llevaba su gorra de béisbol como antes, revelando un cabello rubio desaliñado y sucio que llegaba a la línea de su mandíbula. Su nariz estaba ligeramente torcida. Sus labios eran los más llenos que había visto en un hombre. Círculos de color azul oscuro creaban una media luna debajo de cada uno de sus ojos que no eran oscuros o de un rojo demoníaco como yo medio esperaba que fueran, pero brillantes como había imaginado que el océano estaría en el Caribe. Por encima de su ojo izquierdo había una cicatriz ya curada y era ligeramente más clara que su bronceada piel. Era irregular y corría desde la parte superior de la ceja hasta la línea del cabello.
Parecía que de todas las personas que había conocido en toda mi vida, hombres o mujeres, este hombre furioso y enojado, era de lejos la persona más bella que jamás había visto.
Si perder a mi madre no era prueba suficiente que la vida no era justa, Finn luciendo de esa manera era toda la prueba que necesitaba.
Mi corazón se aceleró. No estaba acostumbrada a estar tan cerca de un hombre con tanta piel expuesta.
El cuerpo enorme de Finn hizo que mi ya pequeño espacio pareciera aún más diminuto, la parte superior de su cabeza rozaba el techo. Sus hombros eran tan anchos que solo había lugar para él en el pequeño pasillo.
—¿Quién eres tú? —preguntó Finn, entrecerrando los ojos.
—Sawyer —contesté con tanta fuerza como pude reunir—. Soy Sawyer.
Finn se echó a reír de nuevo y algunas de las líneas de su frente desaparecieron.
—Finn —dijo.
—Sé tu nombre. Josh me lo dijo cuándo me trajo aquí.
Finn se quedó allí como si estuviera esperando que dijera algo.
—Finn y Sawyer —apuntó, levantando las cejas.
—Sí. Finn y Sawyer —confirmé. Tal vez solo tenía una cosa por los nombres.
—¿Tom Sawyer y Huckleberry Finn¹? —preguntó—. ¿Mark Twain?
—¿Esos son amigos tuyos?
—En serio no… —Finn hizo una pausa y negó. Su expresión se endureció—. No importa. Solo dime, Sawyer, ¿por qué estás aquí realmente? —Sus labios se curvaron al final.
—Estoy aquí porque tengo todo el derecho de estar aquí. Esta es MI tierra, señalé a las escrituras en la pequeña tabla de cortar que servía como mostrador.
Finn recogió las escrituras y rápidamente la dejo de nuevo.
—Tu tierra está a unos doce metros de regreso a los pantanos. —Señaló detrás de mi cabeza—. Ahora mismo, estás en mi territorio y necesitas moverte.
—¿Cómo se supone que debo …?
Me cortó.
—No importa. Tienes una semana para moverlo o estoy incendiando esta cosa.
—¿Por qué? —Es todo lo que pude preguntar.
—Porque, por tu bien, te estoy advirtiendo. No quieres ser mi vecina.
Me levanté del colchón, esperando que Finn diera un paso atrás para dejarme espacio, pero no se movió. Sentí el calor de su aliento mientras miraba el odio en mis ojos como si el fuego estuviera a punto de salir de su nariz. Olía a cedro y whisky.
—Bien, eres mi vecino, te guste o no, porque voy a mover mi casa rodante, pero no voy a dejar MI tierra —lo desafié, cruzando los brazos sobre mi pecho.
La mirada de Finn bajó hasta donde sabía que podía ver mis pezones a través de la delgada tela de algodón de mi largo camisón blanco. Mi piel se calentó.
—Eres terriblemente irritable para alguien que se viste como una monja —dijo Finn, mirando mi boca mientras hablaba.
Instintivamente alcé la mano para presionar mis dedos en mis labios. Por unos momentos, nos quedamos allí, mirándonos uno al otro.
Finn rompió primero el contacto visual y finalmente dio un paso atrás.
—No digas que no te advertí —dijo, justo antes que se girara y se fuera.
La casa rodante se tambaleó cuando bajó el escalón y cerró la puerta detrás de él.
Corrí e hice clic en la frágil cerradura como si la delgada tira de plástico pudiera impedir que Finn volviera a irrumpir con poco o ningún esfuerzo.
Doblada por la cintura con mis manos sobre mis rodillas traté de calmar mi errático corazón y recuperar el aliento.
Acababa de llegar a Outskirts. Ni siquiera había comenzado a averiguar por qué mi madre quería que viniera aquí. No había manera que dejara que alguien como Finn me echara.
Madre me dijo que me mantuviera alejada de cualquiera que tratara de hacer que los demás se sintieran tan débiles como ellos.
Finn Hollis era una de esas personas.
Me puse de pie y no pude evitar ponerme de puntillas y echar un vistazo a través de la pequeña ventana.
Finn estaba en su porche. Se volvió y frunció el ceño en mi dirección.
La tierra. La ciudad. La gente. Todo era nuevo para mí.
Pero los hombres enojados no lo eran, y me negaba a ser intimidada.
No por mis propios miedos.
No por la iglesia.
No por mi padre.
No por nadie.
YA no.

---

1 Tom Sawyer y Huckleberry Finn: son personajes de novelas escritas por Mark Twain, ambas consideradas obras maestras de la literatura estadounidense. También se conoce a Twain como el Dickens estadounidense. Sawyer y Finn son mejores amigos.

De todos los días, tenía que ser hoy.
Cerré de golpe la puerta de la cabaña con toda mi fuerza y fui directo hacia el whisky, inclinando la botella hacia arriba y vertiéndola directamente en mi boca hasta que tragué lo suficiente como para sentir que la tensión en mis hombros disminuía un poco.
Me había acercado a esa casa rodante todavía borracho pensando que podía asustarla. Pero después de darle un buen vistazo a Sawyer no solo estaba completamente sobrio, no estaba seguro de cuál de nosotros se alejó más asustado.
Cuando ella gritó a quienquiera que pensaba que había sido para no hacerle daño y que ella preferiría ser asesinada que regresar, toda amenaza en mi lengua murió. Mi corazón dolió.
Lo cual era imposible. No había tenido un corazón en años.
El pensamiento era casi tan ridículo como su largo camisón blanco. Era como algo que mi abuela habría usado.
Sin embargo... Quería ver lo que estaba escondido debajo.
Quería ver más de ella.
Todo de ella.
Ese fue el pensamiento que envió mi irritación al máximo.
Hoy de todos los días...
El ondulado y salvaje cabello castaño rojizo enmarcaba su rostro en forma de corazón. Su piel de porcelana tenía una mierda de toneladas de pecas. Y no solo las pequeñas y delicadas esparcidas ligeramente sobre el puente de una nariz o del tipo que una muchacha tiene que señalar para que lo notes. No, las suyas eran gruesas y se concentraban principalmente en el lado derecho de su rostro, creando un efecto de media luna alrededor de sus grandes ojos castaños, que, bajo la luz fluorescente de su casa rodante, noté que tenía manchas de oro rociadas en todo el marrón. Era como si sus ojos tuvieran sus propias pecas.
Sawyer tenía un aspecto inusual. Ciertamente no es una belleza clásica, pero tal vez fue porque era tan inusual que la encontré impresionante. La cosa más impresionante en la que me hubiera fijado. Cuanto más la miraba, más se agitaba algo dentro de mí.
Tal vez era solo mi curiosidad preguntándome hasta qué punto sus pecas viajaban dentro de ese camisón. Pero sabía que no era eso. Lo que estaba agitándose era algo completamente diferente.
Algo que no había sentido en años.
Algo que necesitaba ahogar de mi cuerpo antes que las cosas se salieran de control.
Tomé otro largo trago de la botella
—¿Quién no conoce a Tom Sawyer o Huckleberry Finn? —pregunté en voz alta. Volví a tomar unos tragos hasta que mi garganta se quemó y mis pensamientos de cabellos salvajes y pecas se volvieron borrosos.
Me tambaleé hasta la ventana y miré a través del patio justo a tiempo para ver la luz dentro de su casa rodante.
Una rabia abrumadora atravesó mi cuerpo. Un rugido me rompió la garganta y arrojé la botella al otro lado de la habitación. Se rompió en la pared más alejada. Fragmentos de vidrio y salpicaduras de whisky se deslizaron hasta el suelo y mientras observaba hice lo mismo hasta que el lado de mi cabeza se conectó con el duro suelo de madera.
Antes que todo se volviera negro, una imagen pasó por mi mente.
Camisón de estilo abuela.
Pecas por días.
La inocencia con ojos muy abiertos.
Del tipo que llevaba largos camisones y exigía ser corrompida.
Hice lo correcto amenazándola porque Sawyer necesitaba irse.
Y no solo por MÍ bien.
Por el suyo.

Mi mamá solía decir que todo se ve mejor a la luz de la mañana. Estaba segura, mientras miraba la tierra lodosa rodeando mi casa rodante, que en este caso en particular, estaba equivocada.
Oh, muy, muy equivocada.
A la luz del día, no solo estaba en el suelo mojado, o con un poco de barro, o incluso al lado del pantano.
Yo estaba en el pantano.
Todo el lote, que no podía decir dónde terminaba o dónde comenzaba, estaba cubierto por maleza y vegetación. Estaba sorprendida de lo bien que Josh había manejado la casa rodante hacia el único pequeño triangulo de tierra sin al menos un centímetro de agua que cubría la mayor parte de la tierra, desde la casa rodante hasta el pequeño camino de tierra que llevaba a la casa al otro lado del camino. Aunque, era en realidad más una cabaña que una casa de verdad. No podía detectar ni un solo color de pintura a menos que el revestimiento de madera podrida y descolorida pudiera considerarse un color.
El techo colgaba bajo sobre el porche caído como si fuera una ceja fruncida, con una mezcla de estilos de tejas, todas de diferentes tonos desde claro hasta oscuro como si hubieran sido reemplazadas con el tiempo, cuando se necesitaba.
Pequeños bloques de concreto se apilaban bajo la casa, parecía como si mantenían la casa a unos centímetros de la oscuridad y el lodo nadando debajo.
Parecía como una apropiada cabaña de asesinos.
Desde que en la casa rodante no tenía de donde sacar agua, me limpié lo mejor que pude con un trapo y un galón de agua que había comprado en la estación de gasolina, para poder conservar agua en el pequeño tanque. Me había vestido rápidamente y al segundo en que cerré la puerta, sentí su presencia antes de siquiera verlo. Me giré lentamente y claro, ahí estaba él.
Finn.
Sin camisa.
Los músculos de Finn se ondulaban mientras cargaba lo que parecían partes de un vehículo desde la parte posterior de la casa hasta el borde del agua detrás de esta. Su piel bronceada brillaba con sudor, perlándose y deslizándose por los tensos músculos de su ancha espalda.
Mi boca literalmente cayó abierta.
Siempre me habían enseñado que el cuerpo era una debilidad. Una vulnerabilidad humana, pero no vi nada de eso en Finn. En casa, se me había dicho que mirara a otro lado y rezara por las personas cuya moral estaba tan corrupta como para usar tan poca ropa.
Pero no estaba en casa.
Usando ese único razonamiento, me permití observar a Finn durante los próximos segundos mientras empujaba el bote de metal por una rampa estilo trinchera que había sido excavada en la orilla. Una vez que estuvo lo suficiente lejos dentro de las aguas pantanosas tiró de una cuerda y un pequeño motor zumbó a la vida.
Finn se detuvo como si pudiera sentirme mirando. Lentamente se dio la vuelta. Sus ojos azules brillaron bajo la luz de la mañana y de ninguna manera hacían juego con el ceño en su rostro.
Aparté mis ojos de los suyos y caminé por el húmedo pantano con la esperanza de tropezar con la zona principal del pueblo.
Acababa de saltar un charco de lodo que se veía particularmente diabólico cuando Josh se estacionó a mi lado en su monstruosa patrulla de policía, arrastrando a Rusty detrás de ella.
—¿A dónde vas, Sawyer? —preguntó inclinándose fuera de su ventana.
—Al pueblo. Creo.
—¿Algún lugar en particular?
—Iba a ver si podía conseguir un trabajo y algunas provisiones. —Levanté mi falda hasta mis tobillos para mostrarle mis zapatos embarrados—. Y tal vez invertir en mejor calzado.
—No tenemos muchas personas —dijo Josh—. ¿Lodo por otra parte? —Josh abrió la puerta del pasajero desde adentro—. Tenemos bastante lodo. Sube. Te daré un aventón.
Subí al auto y después que Josh colocó a Rusty al lado de Blue, liberándola, ella saltó dentro y juntas fuimos hacia el pueblo.
Josh se dio la vuelta hacia mí y me miró.
—¿No tienes calor con esa ropa? —preguntó, apuntando a mi camisa manga larga de botones y mi falda color caqui que rozaba mis tobillos, y mis zapatillas deportivas blancas de enfermera—. Sé que es temprano, pero ya está sobre los treinta y dos grados. Vas a agarrar un grave caso de insolación si te quedas afuera por mucho tiempo usando eso. Mi hermana Emily tuvo un terrible caso de eso cuándo estaba en la secundaria. Tuvo que ser llevaba al hospital porque estaba vomitando sangre como un vampiro sobrecalentado.
¿Tenía calor?
—Sí, tengo calor. Sofocándome es más exacto.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —Josh apoyó su codo en la ventana.
—Claro.
—¿Hay alguna razón en particular para que estés cubierta de pies a cabeza bajo un calor de treinta y dos grados?
—Vengo de… —Busqué la palabra correcta en mi mente—. Una familia conservadora. Así es cómo se esperaba que me vistiera.
—Podrías ser LA persona más conservadora del planeta, pero un par de días en Outskirts tendrían a una anciana republicana de ochenta años usando un bikini en poco tiempo.
Me reí.
—Puedo ver por qué. —Tiré del cuello de mi camisa para permitir que pasara un poco de aire.
—Esta familia conservadora tuya. ¿Está cerca? —preguntó, manteniendo sus ojos en el camino.
—No. Ya no.
—Entonces puede que quieras visitar la tienda de segunda mano en el pueblo. Tienen unas cosas decentes y no cuestan el salario de semanas. Deberías echarle un vistazo. Bebe es la dueña. Siempre está ahí. Te caerá bien.
—Gracias —dije, pensando que ropa nueva sonaba genial, pero conseguir un trabajo, una forma de ganar dinero, era mi primera prioridad.
De camino al pueblo cada negocio que pasamos, sin importar que tan aislado estuviera, estaban en su mayoría cerrados con tablas en las ventanas.
—Bienvenida a Outskirts —dijo Josh—. Hogar de los edificios entablados y todo… —Pasamos lo que parecía un concesionario de autos con un cerrado escrito en el pequeño toldo junto a la calle—… abandonado.
—¿Qué pasó con este lugar? —pregunté mientras pasábamos una urbanización con una elegante entrada de ladrillos derrumbándose, anunciándola como Heritage Acres, dónde no había nada más que hierba detrás y una casa a medio construir. Tuberías blancas sobresalían de la tierra cada quince metros más o menos, hasta donde alcanzaba a ver, rodeados de hierbas altas.
—¿Qué NO le pasó a este lugar? —resopló Josh—. Lanza un par de devoradores de cerebros y seríamos el apocalipsis zombi completo. Nada más que lodo y sueños sin cumplir. —Josh suspiró y miró por la ventana como si estuviera viendo al pueblo con mis ojos—. Esta importante constructora vino y prometió que Outskirts sería el próximo Disneyworld. Muchos de los habitantes se tragaron el cuento que les vendieron. Usaron cada dólar que tenían e incluso los que no tenían para hacer mejoras en sus negocios, para prepararse para la afluencia de personas que les dijeron vendrían al pueblo. Se construyeron estacionamientos, tiendas e incluso hoteles aparecieron en todas partes. Los residentes incluso vendieron grandes trozos de sus granjas y tierra, e hipotecaron sus casas para permitirse la vida que les prometieron que vendría, junto con todo el dinero de los turistas que ellos esperaban que cayera a su alrededor como lluvia. —Josh frunció el ceño—. Aries, así se llamaba el inversionista, empezó a construir la urbanización dónde una sola casa familiar iba a costar más de lo que normalmente se pagaría por rentar toda una granja aquí. Pero la gente lo compró y Aries logró construir un parque acuático, pero justo cuando estaba listo para abrir, recogieron todo y se fueron. Eso fue todo. Nos dejó con nada más que excusas sobre las condiciones del mercado y un cementerio de proyectos a construir y hogares que no valían ni la mitad del nuevo monto de las hipotecas. La gente perdió sus sustentos de vida. Algunos lo perdieron todo.
—¿Qué hicieron? —pregunté.
—Muchas personas empacaron y se fueron a buscar trabajo en otro lado o se mudaron con familiares a otros pueblos. Pero mucha gente también se quedó. La determinación de un pueblo pequeño no es algo con lo que quieres meterte. La gente aquí no se toma muy bien ser sacados a la fuerza de sus hogares, así que se quedaron a enfrentar la situación y lo manejaron lo mejor que pudieron. La mayoría de las personas todavía están aquí. Estremecidas, muchísimo más que destrozadas, pero… todavía aquí. —Hablaba con un sentido de orgullo en su voz.
—¿Qué hay de ti? ¿Cómo fuiste afectada? —pregunté, inclinándome más cerca del aire acondicionado en el salpicadero.
—¿Yo? —preguntó Josh, agitando su mano en el aire—. Estuve bien. La renta no cambió demasiado y no tuve que vender mi alma a Arias como algunos de los habitantes. Mis padres… —Soltó un suspiro—, ellos son otra historia. Hipotecaron de nuevo su casa para expandirse y convertirlo en un hostal. Su casa no valía ni un tercio de lo que debían para cuando todo estuvo dicho y hecho.
—¿Entonces perdieron la casa? —pregunté. Incluso aunque no conocía a la familia de Josh me sentí mal por ellos.
—Estuvieron a punto de hacerlo hasta que otro inversionista compró su deuda al banco y ofreció alquilárselas de nuevo a un precio ridículamente bajo. No sé exactamente cómo o por qué pueden permitirse hacerlo y aun así ganar dinero, pero supongo que les funciona y no soy de las que cuestiona algo que no debe cuestionarse. Solo estoy agradecida porque mis padres, y muchas otras personas en este pueblo en la misma posición; habrían tenido que mudarse a pastos más verdes. —Josh giró el volante—. Esta es la calle principal.
La calle principal era un camino amplio con pequeños edificios de un piso a ambos lados sin ningún semáforo a la vista. La calle por si sola parecía como si hubiera sido pavimentada una vez, pero ahora estaba llena de agujeros con una gruesa capa de tierra y lodo. La línea amarilla era apenas visible.
—Vaya —dije, observándolo todo. De repente me sentí desanimada—. ¿Crees que alguien incluso esté contratando? —Apunté a la estación de servicio dónde las bombas habían sido removidas y las ventanas pintadas con gruesos brochazos negros.
Josh se encogió de hombros.
—No estoy segura, pero si alguien está buscando ayuda sería en Critter’s. Es el bar del pueblo. También el único restaurante. Está al lado de la lavandería. Te gustará Critter. A todos les gusta. Él ha estado ahí toda su vida. Mierda, prácticamente ES Outskirts. Puedo garantizarte que algo de la grasa en esas freidoras es más vieja que yo.
Me miró.
—¿Qué edad tienes de todos modos? —preguntó.
—Desde hace unos días, tengo veintiuno —dije.
—Bueno, te ves más joven. Debe ser por no usar maquillaje —dijo Josh.
Coloqué una mano en mi mejilla.
—No en una mala manera —aclaró Josh—. No necesitas nada para cubrir ese rostro. Es solo que la mayoría de las chicas de nuestra edad, tengo veinticinco por cierto, se llenan de esa mierda en estos días como si no pudieran dejar que las personas las vieran como son o se derretirán.
Un aviso desgastado en el camino mostraba una flecha indicándonos la dirección del parque acuático Sun-N-Fun de Outskirts. Alguien había pintado con aerosol un círculo con una línea en medio.
—Escucha, sobre Finn —dijo Josh, cambiando de tema—. Me disculpo por él dejándote de la forma en que lo hizo. No siempre ha sido así.
—No tienes que explicarme nada —dije. Finn podría estar al otro del camino, pero había decidido que no era un problema. Iba a pretender que no estaba ahí con suerte él haría lo mismo cuando se tratara de mí.
—Lo sé, pero solo quiero decirte cómo solía ser... solía ser algo más. —Josh miró por la ventana como si estuviera mirando un recuerdo reproduciéndose en su mente. Su tono se suavizó—. Alguien más.
—No importa. —Negué—. Me quedaré lejos, muy lejos de esa clase de algo más. Bueno —corregí—, tan lejos como quince metros más o menos me permitan, de todos modos.
—Solo debes saber que es complicado. Él es complicado. Y es súper reservado lo cual no ayuda. —Me sonrío suavemente—. Estaba en octavo grado cuándo mi familia se mudó aquí. Mi papá consiguió un trabajo como supervisor de obra en una de las subdivisiones que estaban construyendo. Era la única niña de color en toda la escuela. Aparentemente, algunas personas no sabían que era el 2005 y todavía tenían problemas con una niña de color yendo a la escuela con niños blancos. Un gran bravucón sureño bastante molesto escribió cosas desagradables en mi casillero el primer día. Alguna mierda sobre que volviera a África. Poético, ¿verdad?
Levantó sus dedos del volante y se miró las uñas antes de seguir.
—Como sea, en ese entonces, cuando éramos niños, Finn era el más grande. Tanto en personalidad como en tamaño. Jugaba béisbol. Pitcher en realidad. Era el más popular. Podía conseguir a cualquier chica que quisiera, y créeme, todas arrojaban sus huesudos traseros hacia él todo el tiempo. Pero el día que nos conocimos, no solo me habló, sino que me tomó de la mano y me acompañó a clase. Y luego cuando el timbre sonó, me tomó de la mano de nuevo y me acompañó a la siguiente, y a la siguiente después de esa. Cuándo ese mismo bravucón gritó algo desagradable a Finn por tomar mi mano, Finn me llevó al frente de la escuela dónde todos estaban esperando sus autobuses… —Me miró—, ¿y sabes lo qué hizo?
—¿Te lanzó frente al tráfico? —pregunté, alzando los hombros.
—Me besó. En los labios. Justo enfrente de todos. Profesores, alumnos, el bravucón, sus amigos, todos. —No había como confundir el orgullo en su voz.
—Vaya —dije. Y lo decía en serio. No por la bondad del acto, sino porque no podía imaginar al Finn que había conocido haciendo esas cosas.
Josh tenía razón, de verdad era una persona diferente ahora.
—Los niños pueden ser crueles —dijo—. Pero aprendí ese día que también podían ser valientes. ¿Porque Finn? Era el más valiente de todos.
—Así qué, ¿eran pareja entonces? —pregunté, inmediatamente arrepintiéndome por la naturaleza intima de la pregunta—. Lo lamento, eso no es de mí…
Josh puso sus ojos en blanco y negó.
—Oh diablos no. No sentíamos eso el uno por el otro, nunca lo hicimos. Pero desde ese momento, fuimos inseparables. Me arrastró con él a todas partes e incluso me presentó a su pequeño grupo de amigos delincuentes, Miller y Jackie. ¿Los cuatro? Creamos un infierno en esos días.
—OFICIAL, OFICIAL UNO NUEVE ME COPIA. —La radio de Josh sonó cuándo la voz de un hombre se escuchó entre la estática.
Josh frunció los labios.
—Hablando de Miller —murmuró, presionando un botón bajó su hombro—. Miller, te devolveré la llamada. —Estaba por poner ambas manos en el volante cuándo pareció cambiar de idea, presionando el botón de nuevo y sosteniéndolo—. ¡Y deja de jugar con la jodida radio!
—DIEZ CUATRO. MAQUINA SEXUAL FUERA.
—Esa estúpida mierda —dijo Josh, pero cuándo se dio vuelta hacia la ventana pude ver en el reflejo que estaba intentando no reírse.
—Lo que dijiste sobre Finn suena genial —empecé—. Pero no hay forma que el hombre del que hablas sea el mismo tipo que se chocó con mi casa rodante y me amenazó en medio de la noche.
—¿Hizo qué? —Josh masculló entre dientes. Sus fosas nasales se abrieron y sus nudillos se pusieron pálidos cuándo su agarre sobre el volante se apretó. Tomó aire y me dio una sonrisa forzada—. No te preocupes por nada. Me encargaré de Finn Hollis. Tú no vas a ir a ninguna parte. —Guiñó un ojo.
Estacionamos en un pequeño estacionamiento de grava.
—Eso fue exactamente lo que le dije.
Clitter’s lounge anunciaba el nombre del bar en un aviso pintado a mano, completado con marcas de salpicaduras en algunas letras. El edificio en si era un pequeño rectángulo de techos bajos. Estaba tan cerca al camino que un auto compacto apenas y podría estacionar frente a este. La camioneta de Josh sobresalía unos metros más allá en la calle lo cual parecía no importar ya que no había visto otro auto en todo el camino hasta aquí.
Al lado del bar estaba la lavandería y al lado una tienda de libros aunque no pude ver si estaba abierta porque Josh ya me estaba sacando del auto y llevándome adentro.
—Vamos, te acompañaré y te presentaré —dijo Josh. Y aunque el letrero en la puerta estaba en cerrado, Josh la abrió y entró. La seguí.
Una vez que mis ojos se ajustaron al oscuro espacio, compruebo mi entorno. El bar era mucho más grande por dentro de lo que parecía por fuera. Banderas de plástico promocionaban las distintas marcas de cerveza que colgaban bajo la barra de madera. Cientos de fotos; algunas a color, algunas en blanco y negro; colgadas en marcos cubriendo la mayor parte del espacio de pared disponible sobre sillas desgastadas con mesas que no hacen juego con estas. Algunas eran oscuras y metálicas, otras granates con molduras de madera claro, y otras de cuadro negros y blanco, como las que verías en un restaurante. El bar en medio era grande y con forma de U, ocupando la mayor parte del espacio desde la pared derecha hasta el centro del salón. Los taburetes bajo este también estaban mal combinados. Algunos tenían respaldo, otros solo eran simples cojines redondos y negros con parches tan delgados que todavía podías ver las rasgaduras debajo.
Olía a cigarros rancios y pescado frito; aunque sonaba como una horrible combinación no me importó mucho. Había algo reconfortante en el lugar. Invitador. Cálido incluso.
Tal vez eran los paneles de madera en las paredes o el tablero de avisos con tiza apoyado contra la barra que decía:
“Especiales: no tenemos ninguno. ES EL ÚNICO BAR DEL PUEBLO.”
Los techos eran bajos, incluso más bajos por las miles de cuerdas colgadas entre las tejas del techo. Al final de cada cuerda había un clip o un pasador de seguridad, con una servilleta rasgada o notas adhesivas.
—¿Qué son? —pregunté, apuntando al techo.
Josh alzó la mirada.
—Es una tradición. Lo han estado haciendo desde antes que tú y yo naciéramos. La gente escribe un recuerdo de su tiempo aquí y la fecha. Algunos son compromisos. Bodas. Primeras citas. Puntuación de póker más alto. —Apuntó a la esquina dónde una pequeña mesa estaba acomodada con dos cestas de comida rápida. Una tenía papeles rasgados y la otra cuerda. Una grapadora industrial estaba entre ellas.
—¿Todos son buenos recuerdos? —pregunté, dándome vuelta y observando las miles y miles de notas sobre mi cabeza.
Josh negó.
—No. No tienen que ser buenos. Solo significativos —dijo, apuntando al que estaba más cercano al final de la pared que decía:

—¿Has puesto alguno? —pregunté, parándome de puntitas para leer más de las notas fascinantes. Algunas de ellas fueron francamente divertidas.

Bajo este había una nota añadida con la letra de alguien más.

—He escrito mi cuota justa —dijo Josh—. Los locales por lo general mantenemos los nuestros en el mismo sitio. Los míos en su mayoría están por ese rincón —dijo, apuntando a la pared del extremo—. Creo que el último mío decía algo como llevando a otro borracho a dormir en la patrulla esta noche. De hecho, creo que la mayoría de los míos dicen eso, solo con fechas diferentes. Bueno, todos excepto el primero. —Se estiró y giró uno.

—¿Hay un nombre para ellos? —pregunté, parándome de puntitas para leerlos.
—Los llamamos tintineos.
—¿Tintineos?
—Sí, no estoy segura de la razón por la que consiguieron el nombre, pero quien sea que lo haya empezado, se quedó. —La radio de Josh sonó y la sostuvo contra su oreja mientras el despachador al otro lado hablaba en códigos y números—. ¿Qué parezco, un jodido servicio de taxi? —espetó a la radio.
—No, pareces más como una copa doble D para mí. —Se escuchó la voz de un hombre al otro lado seguido de un estallido de estática—. Vamos Josh, solo ven por mí —se quejó.
—¡Oh diablos, no! no acabas de decir eso, Miller —dijo Josh, pasándose su cabello sobre un hombro—. ¿Estarás bien? —me preguntó—. Debo atender esta… llamada.
—Estaré bien —le aseguré—. Gracias por traerme.
Josh se fue justo cuando las puertas de la cocina se abrieron y salió un hombre mayor que asumí era Critter. Era alto, un poco por debajo del metro noventa con una constitución más que corpulenta. Su cabello era blanco, separado en el centro, lo suficientemente largo para rozar la parte superior de sus orejas. Su tradicional bigote hacia juego con el color de su cabello. Estaba bien cortado y era grueso, un poco más largo en los costados deteniéndose justo por su labio inferior. Su rostro estaba bronceado pesadamente marcado por la edad, aunque no mucho para ocultar que todavía era un hombre apuesto y debió haber sido bastante popular cuando era joven. Sus profundos ojos ámbar estaban cubiertos por cejas oscuras, casi negras, que eran tan pobladas como su bigote.
Él alzó la mirada y dejó caer el vaso en su mano. Cayó al suelo, pero no se rompió, rodando hasta detenerse en la pata de una silla cercana.
—Eres tú.

Critter habló con la voz más baja que jamás había escuchado. También fue suave, como la nota más baja en un contrabajo. No solo escuché sus palabras. Las sentí.
Miré a mi alrededor para ver con quién podría haber estado hablando, pero no había nadie detrás de mí.
—¿Yo? —pregunté.
Él no respondió. Solo se limitó a mirarme en silencio durante unos segundos, entrecerrando los ojos como si el sol estuviera en sus ojos a pesar que la luz en la habitación era tenue en el mejor de los casos. Tomó largos y lentos pasos hacia mí hasta que lo único que nos separaba era la propia barra.
—Lo siento —dijo, parpadeando rápidamente. Regresó y recogió su escoba, colocándola contra el mostrador. Agarró un trapo y comenzó a secar los vasos—. Pensé que eras otra persona. —Tiró el trapo sobre su hombro y levantó las mangas enrolladas de su camisa azul, inclinándose hacia delante con las palmas llanas sobre la barra.
De repente, se me ocurrió que tal vez este hombre conoció a mi mamá. Josh había dicho que había estado en Outskirts toda su vida.
—Quizás conocías a mi madre.
—¿Su nombre no era Geraldine O'Conner por casualidad? —preguntó Critter, ocupándose detrás del mostrador—. Gerry es como la llamábamos aquí.
—No. El nombre de mi madre era Caroline Dixon —dije, sintiendo que la emoción de la posibilidad se desvanecía de mi sistema, al igual que el agua sucia drenándose del fregadero en el que Critter acababa de tirar el tapón.
—Lo siento, no me suena —respondió, limpiando el mismo lugar en la barra que acababa de limpiar un segundo antes.
—De hecho, me siento realmente estúpida. No había forma que pudieras haberla conocido. —Mi madre había sido criada en la iglesia y nunca dejada sin supervisión. No había forma que ella pudiera haber estado aquí sola antes.
La verdad es que ella probablemente malversó la asignación semanal de comestibles durante años y compró la tierra más barata que pudo encontrar usando la computadora de nuestra vecina. La señora Jacobson no era miembro de la iglesia, solo una amable mujer de mediana edad que siempre nos miraba con nuestras faldas largas y rostros sin maquillaje con tristeza en sus largos ojos enmarcados con pestañas falsas.
—Ahora que está claro que no tenemos el mismo conocido —sonrió Critter—. ¿Qué puedo hacer por usted, señorita...
—Dixon. Sawyer Dixon. —Extendí mi mano—. Debe ser el Sr. Critter. Josh me habló de usted.
—Solo Critter. El Sr. Critter era mi padre —corrigió, dándome una fuerte sacudida en la mano.
—¿En serio?
—No, en realidad no —bromeó Solo Critter. Él era tan cálido y confortable como su bar.
—Estoy buscando trabajo —dije esperanzadoramente—. ¿Supongo que no podría estar contratando?
—¿Qué tipo de trabajo estás buscando?
—Cualquier cosa. Aprendo rápido —le aseguré.
—Bueno, ¿qué tipo de experiencia tienes? —Critter apoyó una cadera contra la barra y comenzó a pulir algunos vasos, colgándolos de una rejilla deslizante en el techo cuando terminó con cada uno.
—Ummmmmm. —Escudriñé mi cerebro en busca de una respuesta que no lo hiciera expulsarme por la puerta. No quería mentir, pero también realmente necesitaba el trabajo.
—Así que... ¿no hay experiencia entonces? —Terminó por mí, lanzándome una mirada de complicidad con la que no pude discutir.
Lo intenté. Incluso yendo tan lejos como para abrir mi boca para mentir, pero la honesta verdad empujó la mentira hacia un lado y cayó en su lugar.
—Nunca he tenido un trabajo antes, pero realmente necesito uno. —Mi estómago gruñó como para acentuar mi punto. Todavía no había comido nada ese día. Había pensado meter algunas galletas en mi bolso, pero con mi nuevo vecino enturbiando mis pensamientos, lo había olvidado.
—Espera aquí —ordenó Critter, regresando a la cocina. Después de unos minutos de tintinear por ahí, salió y puso un plato con un sándwich frente a mí.
—¿Qué es esto? —pregunté, mirando del plato a Critter.
—Esto es comida. Es para tu estómago. Está gruñendo tan fuerte que va a hacer que los gatos callejeros aparezcan, así que invita la casa, ya sabes, por el bien del bar —dijo—. Además, es una distracción.
Estaba a punto de empujar de vuelta el plato, pero Critter entrecerró los ojos.
—Come —exigió, y mi estómago gruñó de nuevo como si estuviera respondiendo por mí.
—Gracias. —Me senté en un taburete y, por instinto, crucé las manos e incliné la cabeza para orar. En el momento en que cerré los ojos, me di cuenta de lo que había hecho y cambié de parecer, sumergiéndome en mi sándwich en su lugar.
No sabía si alguna vez volvería a orar, pero si lo hacía, sería en mis propios términos.
—Puede que sea viejo, niña, pero el único que piensa que me estoy volviendo senil por aquí es Edie. —Colocó su pulgar sobre el hombro, haciendo un gesto hacia las puertas de la cocina, que eran cortas y al estilo del oeste. El vapor se elevó sobre la parte superior junto con el sonido de ollas y sartenes en la cocina—. Así que dímelo directamente. Qué es lo que necesitas exactamente y por qué, y te diré si creo que podemos ayudarnos mutuamente o no.
Tragué saliva y vacié la mitad del vaso de agua que había puesto frente a mí. Respiré profundamente.
—Esta es mi primera vez por mi cuenta. Tengo un lugar para quedarme, pero estoy corta de fondos. Y tienes razón, no tengo experiencia. Ninguna. Ni siquiera tengo un diploma de escuela secundaria real. Nunca he estado en un bar antes de hoy. Nunca he tenido un trabajo tampoco, a menos que cuentes el voluntariado en la iglesia e incluso yo no cuento eso. Pero realmente soy una aprendiz muy rápida, muy trabajadora, y mi madre solía decir que soy confiable, casi en mi propio perjuicio. He sido así durante mucho tiempo porque me dijo eso cuando era muy joven y recuerdo haber tenido que buscar lo que significaba “perjuicio”. Sin embargo, sé que en este caso, mi fiabilidad será realmente buena si me das una oportunidad. No te arrepentirás. Lo juro.
—¿Siempre hablas así de rápido? —preguntó Critter después de una larga pausa.
—No siempre —dije con la boca llena de comida.
—Bien —Critter asintió bruscamente—. Porque la gente de por aquí no es lenta de mente, pero son lentas en hablar así que puede que debas dejar de hablar tan rápido cuando tomes sus órdenes.
—Por supuesto, lo haré... —No me había dado cuenta que estaba mirándome las manos hasta que las palabras de Critter me hicieron mirar su gran sonrisa—. Espera, ¿qué?
—Leeeentoooo con las órdenes —dijo, estirando sus palabras en cámara lenta.
—¿En serio? —le pregunté con total incredulidad—. ¿Tengo un trabajo?
—Sí, señora. —Critter hizo un gesto con el vaso en su mano hacia las paredes alrededor del bar—. Pareces desesperada, y si aún no lo has adivinado... la desesperación es una de nuestras cosas por aquí.
—Gracias. —Sentí alivio fluir a través de mí.
—Puedes comenzar mañana por la noche. ¿Dónde te estás quedando?
Y así, mi mente regresó al otro problema que tenía entre manos.
Finn.
—Fuera de Orange Grove.
—Un poco pantanoso por allí —dijo Critter, alcanzando otro vaso.
—Un poco. ¿Sabes dónde está?
—¿Hay una cabaña deteriorada en el borde del agua, verdad?
Asentí.
—Me sorprende que la cosa siga en pie, pero sí, todo el mundo lo conoce por aquí. Bueno, todos conocen a todos. La ciudad no es lo suficientemente grande como para perderse la entrada de nuevas personas o la salida de personas mayores. Aunque, no tenemos mucho de ellos en estos días.
Terminé el último bocado de mi sándwich.
—Sí, bueno, espero poder hacer que la tierra fangosa que heredé sea un poco más estable para mi casa rodante.
—¿Heredado? —cuestionó Critter.
—De mi madre —expliqué.
Una estridente voz femenina gritó desde la cocina.
—¡Critter, ese maldito quemador está estropeado otra vez y tengo que preparar la salsa para el tater-tot sorpresa!
Critter se apartó del mostrador con una mirada burlona en su rostro.
—¿Estás huyendo de algo, Sawyer Dixon?
Me detuve por un momento.
—Lo pienso más como si estuviera corriendo hacia algo.
—¿Y qué sería exactamente eso?
El aire acondicionado se puso en marcha y las cosas sobre nuestras cabezas bailaron con la nueva brisa cortesía de la ventilación.
Miré hacia ellos y luego de vuelta a Critter.
—Libertad.

Un estruendo sacudió la cabaña y mis ojos se abrieron de golpe.
—¡Finn Hollis, saca tu culo de ermitaño aquí jodidamente ahora, antes que haga un agujero en tu cabaña del tamaño del Okeechobee!
Josh.
Mierda.
Traté de moverme y gemí cuando mi cabeza emitió un odioso mensaje detrás de mis ojos. Me levanté del sofá y tropecé con mis pies, tirando botellas de cerveza vacías de la mesita de café.
Entrecerrando los ojos bajo la luz invasora que brillaba a través de la ventana del frente, me maldije a mí mismo por no recordar cerrar las cortinas la noche anterior, pero todo era un borrón, cortesía de mi amigo Jim Beam.
Una explosión de una escopeta resonó por la casa. El sonido vibrando por mi cuerpo, intensificando cada dolor, molestia y sensación desagradable.
—¿Qué carajos, Josh? —Salí al porche poniéndome una camiseta que colgaba de la barandilla.
Efectivamente, Josh estaba de pie en mi patio delantero, escopeta en mano.
—¿Qué carajos? —Ella colocó una mano en su cadera y levantó su arma con el otro brazo—. Yo soy la que debería preguntarte eso, teniendo en cuenta que trataste de sacar a una chica inocente de la carretera antes de irrumpir en su casa rodante y tratar de echarla de su tierra.
—¿Qué chica? —pregunté, sabiendo muy bien de quién estaba hablando, aunque mi cerebro aún estaba enturbiado.
—¡Esa chica! —dijo Josh, señalando a la pequeña y oxidada casa rodante estacionada en el camino.
—La carretera. Eso fue un accidente —admití, rascándome la mandíbula. Necesitaba afeitar mi rostro antes que la picazón fuera tanta que rasguñaría mi propia piel—. No tenía mis luces encendidas.
—Me lo imaginaba —gruñó Josh.
—Y ella está en mi propiedad —agregué.
—Ella es dueña de un cuarto de acre justo detrás de ello, solo que, todavía, no puede llegar a él —argumentó ella.
—No es mi problema. —Crucé los brazos sobre mi pecho—. Ahora probablemente deberías irte.
Josh levantó su arma, apuntó y disparó.
El parabrisas trasero de mi Bronco se rompió en un instante.
—No tienes que decirme qué hacer, Finn. Soy la ley por aquí. No tú. Ya no somos niños. Ni siquiera somos amigos. Así que voy a decirte cómo va a ser.
—¿La ley siempre revienta las ventanas en las camionetas de las personas para llamar su atención? —pregunté, apoyándome en la barandilla.
—Hago lo que hay que hacer. Y la única razón por la que no estoy abriendo un agujero en tu pecho es porque sé qué día fue ayer. Pero DEJARÁS a Sawyer en paz. Si escucho que estás tratando de meterte con ella de nuevo o ahuyentarla, o que Dios no lo permita lastimarla de alguna manera... —Josh me fulminó con la mirada—. Juro por Dios que te enterraré con los caimanes y las serpientes.
—Josh... —vacilé.
—No. —Ella levantó la mano—. No llegas a JOSH conmigo. Ya no. Es la oficial Hugo para ti
Mi estómago se revolvió. Los gritos podría manejarlos.
El dolor en su voz era más difícil de tragar.
—Puedes alejarnos a todos, Finn, pero puedo decir que esa chica ha pasado por alguna mierda, así que no necesita más mierda de gente como tú. —Bajó el arma.
Bajé un escalón del porche, pero Josh me miró con una advertencia acuosa en sus grandes ojos marrones y retrocedió, arrojando su arma en su camioneta.
—No —dijo—. Es muy tarde para eso. ¿Tienes alguna necesidad de querer esconderte en tu pequeña cabaña del pantano y pretender que el mundo que te rodea no existe? Entonces bien. Haz precisamente eso. Pero deja a Sawyer en paz. Considera esta tu única advertencia. —Ella abrió la puerta de su camioneta—. Haz lo que sabes hacer muy bien, Finn. Hazle lo que le has hecho a todos los demás. —Bajó la voz—. Mantente jodidamente alejado.
Me retiré a mi oscura y húmeda sala de estar y recogí una botella de whisky medio vacía del suelo junto al sofá desgastado.
Josh tenía razón. Debería limitarme a lo que soy bueno. Me llevé la botella a la boca e intenté fingir que no había acabado de aprender por qué dicen que la verdad duele.

No importaba qué hiciera. No importaba qué botón tocara, o cuántas súplicas enviara al universo, el agua no salía de mi fregadero o ducha. El tanque estaba lleno. Lo había comprobado tres veces. Nada de fugas. Algo lo estaba obstruyendo, o el universo estaba confabulando contra mí.
Ambas tenían la misma probabilidad de ser la razón por la que el agua dejó de funcionar repentinamente.
Comprobé el reloj. Tenía que estar en Critter’s justo en menos de una hora. Según mi estimación, me llevaría media hora caminar hasta allí, así que, si no lograba ducharme y vestirme en los siguientes diez o quince minutos, llegaría tarde mi primer día.
Las jarras que había comprado días antes ahora estaban vacías y tampoco sabía cómo conseguir agua del tanque de fuera del remolque.
Decidí que por mucho que no quisiese hacerlo, le preguntaría a Finn si podía usar su ducha. Desafortunadamente, casi estaba en su puerta cuando una mirada fue todo lo que me llevó darme cuenta de por qué preguntarle sería una muy mala idea.
Primero, porque la ducha de Finn estaba fuera, al lado izquierdo de su porche.
Segundo, porque ya la estaba usando.
Tercero, porque estaba muy, pero que MUY desnudo.
Finn está de pie bajo el chorro con las manos apoyadas en un lateral de la casa, dejando que el agua cayera en cascada por la parte trasera de su cabeza y hombros, deslizándose por cada centímetro de músculo tenso bajando hacia su redondeado trasero y gruesos muslos. Tenía los ojos cerrados con fuerza como si estuviese pensando profundamente.
Se suponía que me girara y corriera al otro lado, o al menos me tapara los ojos. En mi cabeza, eso era exactamente lo que estaba haciendo.
En la realidad, permanecí allí babeando, incapaz de apartar la mirada hasta que Finn se aclaró la garganta, apartándome de mi trance. Levanté la mirada para verlo allí de pie, ahora enfrentándome mientras se enjabonaba su cuerpo desnudo. Volvió a ponerse bajo el chorro, la espuma desapareciendo, viajando por la profunda V señalando al lugar privado entre sus fuertes muslos.
Y allí estaba.
Justo colgando allí.
Larga.
Gruesa.
Dejé de respirar.
—Déjame adivinar, ¿la otra noche no solo fue la primera vez que escuchaste la palabra follar, sino que hoy es el primer día que has visto una polla de verdad?
No pude escuchar todas las palabras. Estaba fuertemente distraída por la sensación espasmódica sucediendo en mi pelvis.
—¿Necesitabas algo? —preguntó Finn, caminando a la barandilla, goteando agua por toda la cubierta de madera y dándome una vista mucho más cercana de lo que tenía entre las piernas. Sacudió su cabello y lo despeinó con las manos.
—Uh. —Me giré, escondiendo mi rostro sonrojado—. No importa.
—¿Estás segura? —Cuando volví a girarme para mirarlo asumí que se había tapado, pero no tuve tanta suerte. Tenía una toalla, pero no la estaba usando para taparse, la estaba frotando por su torso y piernas para secarse.
—Iba a preguntarte si podía usar tu ducha —expliqué, manteniendo la mirada por encima de su cabeza—. Ahora me doy cuenta que no fue la mejor idea.
—Puedes usar mi ducha —ofreció Finn.
—¿De verdad? —Eso fue muy fácil.
—Sí —dijo con picardía—. Estaba terminando, puedes unirte a mí.
—Eso no es lo que… —Intenté explicar, aunque el brillo en su mirada me decía que era consciente de lo que quería decir.
Sonrió lascivamente.
—Obtuve un trabajo en Critter’s. El tanque de agua de mi remolque no está funcionando… ¿Sabes qué? Encontraré otro modo. —Salí apresuradamente por el patio.
Mis mejillas estaban calientes de frustración, vergüenza y algo completamente diferente. Manipulé un poco más el tanque, pero seguía sin lograr que funcionara.
Después de cinco minutos, divisé a Finn con el rabillo del ojo, cargando un pequeño bote en el canal detrás de la cabaña. Tiró del cable del pequeño motor y después de unos segundos se había ido y lo que permanecía era el sonido del pequeño motor haciendo eco.
Era ahora o nunca. No había tiempo para la duda.
Corrí por el patio, mis pies hundiéndose en el suelo húmedo. Apenas registré la ventanilla rota del Bronco de Finn mientras lanzaba mi ropa a los escalones del porche. Corrí a un lado de la casa, me metí en el lavabo de metal y giré el grifo de la ducha. Grité bajo el chorro frío, pero después de unos segundos comenzó a calentarse.
Había dos botellas de plástico a mis pies. Una era una botella de jabón líquido y la otra era champú, ambas con etiquetas del mercado agrícola. Puse un poco de champú en mis palmas y lo masajeé en mi cuero cabelludo. Olía a cedro y ropa limpia. Inhalé profundamente pero no había tiempo que perder. Me aclaré el cabello en tiempo récord. Tomando la botella de jabón, lo hice espuma y me lo froté por cada centímetro de cuerpo y rostro.
Había terminado de aclararme y alcancé el grifo para cerrar el agua cuando chirrió y se cerró.
Ni siquiera lo había tocado.
Me temblaban las manos mientras apartaba el agua de mis ojos. No necesitaba abrirlos para saber a quién me encontraría de pie justo frente a mí. Lo sentía allí. Sus ojos sobre mí. Sobre mi cuerpo.
Mi cuerpo desnudo.
Me estremecí mucho antes que fijara sus brillantes ojos azules en los míos. Crucé los brazos sobre el pecho e intenté esconder tanto de mí como fuese posible, incluyendo mis pezones ahora endurecidos.
—Demasiado tarde, ya lo he visto todo —indicó Finn con una sonrisa.
—¿Tú —mis mejillas se sonrojaron—, me estabas mirando? —Miré alrededor por algún lugar donde ir, algún lugar por donde escapar, pero no podía centrarme en lo que había a mi alrededor y no había forma que fuese a llegar a ninguna parte sin revelar más de mí misma.
Los ojos de Finn se oscurecieron. Se inclinó hacia delante y estuve tan sorprendida por el movimiento que choqué la espalda con la pared.
—¿Qué estás haciendo?
Inhaló profundamente y se echó hacia atrás.
—Prefiero la lavanda.
—¿Qué?
—La otra noche. En tu remolque. Olías a lavanda.
—Yo… necesito mi ropa. —Reboté con impaciencia e incomodidad con las rodillas. Finn asistió hacia una silla de plástico en la esquina alejada del porche donde había una toalla colocada en el respaldo.
No tenía otra elección que moverme de lado para alcanzarla, manteniendo las rodillas tensas. Me solté un microsegundo así podía alcanzar la toalla y envolver con ella mi cuerpo desnudo. Tenía el estómago revuelto y cuando me giré para volver a enfrentar a Finn, de repente sentí calor y frío al mismo tiempo.
Finn frunció el ceño. Las arrugas formándose en su frente. Se reclinó contra la barandilla del porche y me frunció el ceño.
Las palabras de mi padre lograron pasar la barrera que había levantado en mi cerebro para mantenerlo alejado. Ningún hombre ve tu cuerpo desnudo aparte de tu marido. Esas mujeres que se permiten ser un festín para los ojos de otros arderán en las profundidades del infierno.
Escuchar las palabras de padre causó que algo dentro de mí cambiara. De repente, ya no estaba confusa o ansiosa.
Estaba enfadada.
—Gracias por dejarme usar tu ducha —comenté, enderezando los hombros. Sintiéndome más valiente, marché hacia Finn con toda la intención de pasar a su lado.
—No te dejé hacer nada —indicó Finn, estirando la mano y deteniéndome de inmediato al juguetear con el fondo de la toalla, casi como un recordatorio que podía quitármela en cualquier momento.
—Estaba intentando ser sarcástica —puntualicé, mi intento de valentía disminuyendo.
—Te gusta torturarme, ¿no es así? —preguntó Finn, inclinando la cabeza a un lado.
—¿Yo? —cuestioné—. Eres tú el que… No importa. Simplemente voy a irme.
Finn volvió a tirar de la toalla y me quedé quieta, no queriendo volver a estar desnuda frente a él por segunda vez en unos minutos.
Finn se mantenía firme, cerniéndose sobre mí. Usando su gran presencia para su ventaja.
—No tienes que torturarme, ¿sabes? Ese trabajo ya está tomado.
—No sé de qué estás hablando —dije, honestamente. Aunque esta vez, cuando su mirada se encontró con la mía, reconocí algo familiar en ella que no podía identificar.
—Realmente no lo sabes, ¿verdad? —Finn pasó el dedo por la línea de la toalla, acariciando la piel de mi muslo y dejando un rastro de calor a su paso.
—¿Saber qué? —Estaba sin respiración y de repente sintiéndome muy mareada.
—Tan… inocente —canturreó, sacudiendo la cabeza.
—Yo… voy a llegar tarde al trabajo.
—Dime una cosa primero y luego puedes irte. —Finn volvió a tirar de la toalla. No tuve otra elección que echarme hacia atrás, así mi cadera estaba contra su muslo.
—¿Qué?
—Dime algo de ti misma.
—¿Cómo qué? ¿Mi color favorito? No creo que tenga uno —expliqué.
—No. —Finn se lamió el labio inferior—. Dime qué pensaste cuando me viste hoy. Cuando me estabas observando en la ducha.
—¿Por qué? —Sentí calor al recordar su cuerpo húmedo y brillante.
—La forma en que me miraste… —comenzó—. Simplemente digamos que tu curiosidad me hizo curioso.
Me removí incómodamente, apretando mis muslos. Me mordí el labio inferior.
—Por favor, tengo que irme y…
—Dímelo y puedes irte.
Finn no me estaba sosteniendo o haciéndome daño. Solo me estaba haciendo una pregunta y realmente tenía que irme o llegaría tarde.
Cerré los ojos apretadamente y le lancé la verdad.
—Pensé…
—Abre los ojos, mírame —insistió Finn.
Lo miré y jadeé, dándome cuenta rápidamente de lo que estaba viendo en sus ojos me era tan familiar.
Dolor.
—Estaba pensando que no sabía que un hombre desnudo… —Reuní cada gramo de coraje que tenía para continuar. Si Finn estaba haciendo esto solo para intimidarme, no iba a permitírselo. Tomé una profunda bocanada de aire y estabilicé mis palabras. Mirando sus ojos azules hablé directamente al dolor en ellos—. Estaba pensando que no sabía que un hombre desnudo podía ser tan hermoso.
Finn bajó los brazos y no me quedé para observar su reacción. Me dirigí a los escalones, tomé mi ropa y luego corrí por el patio.
Una vez dentro de mi casa rodante, me vestí con rapidez, tomé mi bolso y comencé un rápido paseo hacia Critter’s. No había tiempo para considerar lo que acababa de suceder.
Especialmente, desde que no tenía ni idea de qué era

A pesar del incidente en la ducha con Finn, logré llegar al trabajo a tiempo. Algo sin aliento.
Pero a tiempo.
Había otras tres camareras trabajando. Missy y Maya eran hermanas gemelas idénticas con el cabello largo y rubio a juego con sonrisas con dientes separados. Se pararon a un lado mío y capté un intercambio de miradas conocedoras entre ellas mientras secaba algunos vasos.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Missy solamente quería saber... —Maya comenzó.
Maya le dio un empujón en el hombro y habló entre sus dientes.
—No, no lo hice. TÚ querías saber.
—¿Saber qué? —apremié, dejando el vaso.
—Por tu ropa —repitieron Missy y Maya.
Eché un vistazo a mi larga falda de mezclilla y camisa abotonada.
—¿Qué quieren saber?
—Ellas quieren saber ¿por qué las estás usando? —Otra voz saltó. Kayla, otra camarera que asumí era de mi edad. Su piel era impecable y tenía una gran sonrisa de labios rojos que mostraba unos dientes blancos increíblemente brillantes.
Todas llevaban camisetas ajustadas y pantalones cortos, emparejados con zapatillas o botas. Todo el traje de Kayla parecía estar pintado, mostrando su cintura diminuta y sus pechos perfectamente redondos.
Al igual que el cuerpo de Finn, no estaba horrorizada por su forma como siempre me enseñaron que debería estar. Que las mujeres deben ocultar sus figuras, pero una mirada a estas mujeres y sus hermosas curvas, y sabía que ese modo de pensar tenía que estar equivocado. ¿Por qué ocultar las cosas que nos hacen mujeres? Eso nos hace hermosas.
Me hizo preguntarme qué podría haber pensado Finn cuando había visto todo de mí esta mañana. ¿Pensaba que mi figura desnuda era hermosa?
¿Tan hermoso como pensé que era el suyo?
—Vengo de una familia conservadora —dije, usando la misma explicación sencilla que le había dado a Josh.
—Todas ustedes regresen al trabajo y ocúpense de sus malditos asuntos —intervino Critter. Las chicas se dispersaron como cucarachas bajo una luz.
Consideré lo que las otras chicas usaban.
—Lo siento. ¿Debería usar algo más? —Miré hacia abajo a mi falda—. Olvidé preguntar por el código de vestimenta.
Critter levantó su mano y me cortó.
—Si eso es lo que quieres usar, entonces eso es lo que debes usar. —Se encogió de hombros—. Es realmente tan simple como eso. No hay código de vestimenta por aquí, excepto solo, ya sabes... llevar alguna maldita ropa.
—No es lo que quiero usar —admití, mirando a Kayla con una bandeja de vasos sobre su cabeza. Caminaba de mesa en mesa con confianza y una sonrisa.
—Entonces recomiendo ir a casa de Bebe. Ella se ocupará de ti. —Critter pulsó algunos números en una vieja calculadora bajo la aún más antigua caja registradora y apuntó algunas notas en un libro de recibos.
—Josh dijo lo mismo.
—Y esa chica sabe de ropa. A pesar del uniforme de policía y esa mirada en los ojos como si estuviera a punto de cortarte —bromeó Critter.
Volvió a la cocina y puso a Kayla a cargo para ponerme al tanto de todo. Ella fue paciente conmigo mientras trataba de comprender el concepto.
No había comido mucho en mi vida, ni qué decir de atender mesas, pero hacia el mediodía finalmente estaba comenzando a aprender y sabía la abreviatura para la mayoría de todo en el menú y cómo anotarlos en el recibo del pedido.
—¿Y dónde te vas a quedar, Sawyer? —preguntó Maya. Me tiró un trapo y yo seguí su ejemplo, limpiando las mesas y rellenando las botellas de kétchup y mostaza. Estábamos en el medio del cambio entre el almuerzo y la multitud que viene a cenar.
—Fuera de Orange Grove Blvd. Si alguna vez quieres venir, sólo busca la vieja cabaña en medio de la nada. Soy la campista que se encuentra al otro lado del camino bajo un metro de barro —dije.
—El barro es nuestra mascota de la ciudad —intervino Kayla, agarrando una escoba y barriendo alrededor de la barra, deslizando los taburetes dentro y fuera, las patas haciendo un ruido horrible raspando contra el piso de concreto.
—Eso he oído.
—¿Has tenido la oportunidad de conocer a alguien más en la ciudad? —preguntó Maya, rociando la ventana delantera con limpiacristales y limpiándola con un gran filtro de café—. Menos manchas que con toallas de papel —explicó cuando me vio mirando.
—Conocí a Josh —comencé.
Todas asintieron. No se necesita más descripción.
»Critter, por supuesto.
Una imagen de ojos azules caribeños y un ceño frustrado vino a mí.
—¿Y... Finn? —Su nombre salió como una pregunta.
Las tres chicas dejaron de hacer lo que estaban haciendo. Kayla dejó caer su escoba. Maya puso su botella de spray en el suelo. Missy levantó la vista de su pintado de uñas.
—¿Finn Hollis? —preguntó Maya.
—¿A menos que haya otro Finn? —Apreté la tapa en una botella de kétchup.
—¿Estás segura que era Finn? Cabello rubio. Alto. Fuerte. ¿Ojos insinuantes unido a un cuerpo provocativo? —preguntó Kayla.
—Ése es él. —Asentí.
—¿Y te habló? —Maya apoyó la barbilla en su mano—. Él no habla con nadie. Ya no.
—Uh, sí. Habló conmigo. —Si consideras que las amenazas es hablar—. Pero sólo brevemente. —No iba a contarles sobre lo que había sucedido antes.
Antes que lo supiera, todas estaban de pie alrededor de la mesa que yo estaba limpiando.
—¿Qué? ¿Qué es lo que no me están diciendo? —pregunté.
Kayla apoyó los codos sobre la mesa. Dobló las manos juntándolas, creando una bocina. Bajó la voz para que las tres tuviéramos que inclinarnos para escuchar lo que tenía que decir.
—Déjame contarte una historia. Un cuento de hadas, si quieres.
Dejé mi trapo y me senté frente a ella. Las gemelas siguieron.
Kayla miró dramáticamente entre las tres como si lo que estaba a punto de decirnos fuera información clasificada.
—Érase una vez —comenzó Kayla—. Finn Hollis era conocido como el señor del pantano. Era un hacedor. Alguien que podría hacer cualquier cosa en un momento sin previo aviso. Algunas de las cosas que hizo fueron cada vez mejor. Otros solamente fueron mencionados en el más suave de los susurros a media voz después de la iglesia dominical. Lo amabas. Lo odiabas. Le temías —se mordió el labio inferior—, o lo deseabas.
Las gemelas se rieron.
»A pesar de todo, Finn era Outskirts. Nuestro chico de oro. Más popular que nuestro propio alcalde. Entonces un día, una terrible tragedia lo llevó profundamente al pantano para revolcarse en su dolor. Todavía viene de vez en cuando, pero los avistamientos de él son casi tan raros como el Yeti del Pantano, aunque contadas entre los residentes de Outskirts con incluso más sorpresa y asombro.
—¿Simio de pantano? —pregunté.
—Piensa en ello como un Yeti campesino —insistió Maya.
—Está bieeeen. —Deslicé mi silla hacia atrás y me alejé de la mesa. De repente sintiendo la necesidad de poner cierta distancia entre la leyenda de Finn Hollis y yo. Aunque me quedaba una pregunta más en mi mente.
—¿Qué pasó? —pregunté—. ¿Cuál fue la gran tragedia que lo hizo huir?
Maya vació un recogedor en la basura y miró por encima de su hombro. Su sonrisa era triste.
—El señor perdió a su dama.

Dieciséis Años…
Era el decimosexto cumpleaños de Jackie y los dos nos habíamos escapado de la fogata donde la mayoría de los chicos de la escuela estaban continuando la fiesta.
John Anderson cantó “Straight Tequila Night” a través de los altavoces del Honda de Miller sobre el sonido menos agradable de Josh y Miller fanfarroneando entre sí.
Miller, en su estado de embriaguez, había espantado a la cita de Josh, Scott, diciéndole que Josh estaba embarazada de su bebé.
Cuando siguió a Josh a los árboles, mi dinero estaba en que Miller no volvería vivo. Eso dependía de él, sin embargo. Yo tenía otras cosas más importantes en mente.
Jackie y yo nos metimos en la tienda que había montado antes que comenzara la fiesta. Estábamos besándonos y tocándonos. Enrollándonos sin salir por aire como siempre lo hacíamos.
Después de sólo unos minutos, ya estaba en un dolor serio. Sabía que la noche iba a terminar con un boleto sin escalas a la tierra expresa de bolas azules. Pero siempre valía la pena. Jackie siempre valía la pena.
Incluso cuando las cosas no eran geniales y ella estaba pasando por una de sus fases donde estaba o enfadada conmigo todo el tiempo o se saltaría la clase y se quedaría en casa a dormir todo el día, las cosas seguían siendo geniales.
Había más momentos buenos que malos, y esa noche no fue sólo una buena noche.
Fue una gran noche.
—¿Qué quieres para tu cumpleaños? —pregunté, necesitando detener lo que estábamos haciendo antes de avergonzarme en mis pantalones.
Jackie se mordió el labio y apartó la vista tímidamente. Su cabello rubio se extendía a su alrededor. Tomé un mechón y froté la suavidad entre mis dedos.
—Vamos. —Cosquilleé sus costillas—. Dime.
Jackie se rió y el sonido disparó directamente a mi polla dolorida.
—Yo... te quiero —susurró.
Y justo así, zaz, el aire fue arrancado de mis pulmones.
Jackie se sonrojó y sus ojos verdes brillaron.
Tragué duro.
—¿Tú... de verdad? ¿Cuándo? —pregunté, tratando de no sonar demasiado ansioso. Mientras tanto, mi polla estaba haciendo volteretas contra mi cremallera.
Jackie alcanzó debajo del saco de dormir. Me moví lejos de ella y a mi lado para darle su espacio.
—¿Está bien ahora? —preguntó, entregándome un condón.
Sin pensar en una palabra en el idioma español que pudiera transmitir mi emoción, simplemente asentí y esperé que mi corazón se tranquilizara para no morir de un paro cardiaco antes que tuviera la oportunidad de perder mi virginidad.
Nos desnudamos y me subí encima de ella entre sus piernas extendidas, levantándome para darme sólo el espacio suficiente para intentar desgarrar la envoltura del condón.
—Realmente no sé qué hacer —admitió Jackie, riendo nerviosamente.
—Lo resolveremos. —La tranquilicé, deslizándome en el condón, deseando que los videos porno no saltaran esa parte para estar mejor preparado. Cuando finalmente estuvo puesto, bajé hacia ella.
Ambos estábamos temblando.
Cuando finalmente nos reunimos, fue un montón de frente golpeando, dientes chocando, y accidentales jalones de cabello. Torpe en el mejor de los casos.
Fue sin duda la mejor noche de mi vida.
O eso pensé.
Diecinueve años…
Jackie y yo estábamos sentados con un grupo de amigos en la cubierta trasera de mis padres mientras estaban fuera de la ciudad.
Habían sido unas semanas malas. Tuve que sacar prácticamente a Jackie de su casa para que viniera a pasar el rato conmigo. Y por un tiempo me alegré de haberlo hecho.
Ambos habíamos tomado unas copas y Jackie estaba acurrucado en mi regazo mientras escuchábamos a nuestros amigos contar sus historias locas de pueblo pequeño.
Cuando Miller trajo a colación el tema de perder nuestras virginidades, no pude evitar sonreír ante el recuerdo. Apreté la cadera de Jackie.
Sus hombros se estremecieron contra mí cuando se rió. Su voz cuando habló salió aguda. Estridente. Nunca la había oído así.
—Oh por favor, todo el mundo miente sobre perder su virginidad. ¿Estoy en lo cierto? —preguntó, chocando su botella de cerveza con la de Josh, que todavía estaba en su mano—. Quiero decir, le dije a Finn que él fue mi primero y él realmente lo compró. ¿Te acuerdas de eso, cariño?
Me congelé.
Jackie me miró, pero no estaba sonriendo como ella.
Nadie lo estaba.
Jackie no parecía darse cuenta que todos los demás a nuestro alrededor se habían callado.
—Venga. Vamos —dije, empujándola de mi regazo y agarrándola de la mano—. Te llevaré a casa.
—¿Ahora? —preguntó, empujando contra mí—. No voy a ninguna parte. Me arrastras hasta aquí y esperas que me siente y hable con esta gente. —Miró alrededor de la mesa con disgusto—. Gente que ni siquiera me ha gustado en años.
Tiré más fuerte, pero ella apartó su mano de la mía.
»Y empezábamos a divertirnos, ¿no es así chicos?
Miller y Josh me miraron. Los demás miraron al suelo o entre sí.
—Quiero decir —Jackie se rió—. Se lo di a Anthony Steward como seis horas antes de ti. —Su risa murió en su boca y me miró. En lugar de humor en su rostro, sólo había amargura. Desprecio. Su mirada se estrechó—. Le conté la misma historia de él siendo mi primero que te dije, pero a diferencia de ti, no lo compró por un segundo.
Jackie se carcajeó.
»Quiero decir en serio, Finn. ¿Qué tan estúpido puedes ser? —Quería culpar a su comportamiento por estar borracha, pero sólo había tomado dos cervezas.
Esto no era el alcohol hablando.
Ésta era Jackie.
—Suficiente —dije, agarrándola por la muñeca y tirándola hacia mi camioneta.
Ella siguió riéndose maniáticamente mientras la recogía y la levantaba sobre mi hombro. Se rió durante la mayor parte del viaje a casa también.
No fue hasta que pude oír mi propia voz de nuevo que me di cuenta que finalmente se había detenido.
Cuando miré hacia el asiento del pasajero, estaba profundamente dormida contra la ventana.
Estrellé mi mano contra el volante. Las lágrimas pinchando mis ojos.
Fue la primera noche que me di cuenta que el pequeño problema de Jackie era un problema mucho más grande de lo que jamás hubiera imaginado.
También fue la primera noche en que cuestioné mis sentimientos por ella.
La primera noche me sentí culpable por hacerlo.
La cuerda de nuestra relación, la que yo pensaba que nunca podría ser cortada, comenzó a deshilacharse.
Fue un punto de inflexión, pero no sólo en mi vida, en todas nuestras vidas.
Mía, de Josh, de Miller y de Jackie.
Uno que nunca vimos venir.
Esa noche fue el principio del fin.

Critter's era un lugar mucho más concurrido de lo que esperaba. La mayor parte del tiempo que estaba allí, ayudaba a Critter detrás de la barra, tomando simples órdenes de comida y lavando vasos mientras él llenaba las bebidas.
—Oye Sawyer, ¿quieres ir a hacer algo después del trabajo? —preguntó Sterling, dejando su cerveza.
Sterling era un cliente habitual. Lo había visto casi todos los días desde que había empezado. Se había presentado al segundo que se sentó como el dueño de la tienda de alimentos y se aseguró que supiera que el pastel de carne el lunes especial era su favorito absoluto.
Sterling tenía menos de metro ochenta. Desordenado cabello castaño oscuro, casi negro que funcionaba para sus ojos gris oscuro. Su sonrisa era recta mientras que la de Finn era un poco torcida. Sterling era más suave que la musculosa contextura de Finn, pero sus bíceps llenaban cada pedazo de su camisa manga corta, abotonada y de mezclilla azul, probablemente de lanzar bolsas de comida todo el día.
Me golpeé interiormente por compararlo con Finn. A quien no había visto desde el incidente de la ducha, aparte del ocasional balanceo de las cortinas de su ventana o el sonido del motor de su bote resonando sobre la casa.
Incluso después de darme cuenta que estaba comparando a Sterling y Finn, encontré que continuaba haciéndolo.
Sterling era mucho más amigable que Finn. Nunca me fruncía el ceño ni me hacía sentir indeseable. Él no parecía malhumorado ni melancólico, ni se empeñaba en hacerme sentir incómoda.
Sterling era exactamente el tipo de hombre que debería querer tener alrededor. Tenía veintiún años y nunca había estado en una cita real. Sin embargo, mi emoción ante la perspectiva de una verdadera cita se desvaneció cuando lo obvio me golpeó. No había ninguna chispa entre Sterling y yo.
Ningún zumbido de energía.
Ninguna conexión de ningún tipo.
Todo lo que no quería sentir cuando Finn estaba alrededor, pero lo hacía.
—Gracias, Sterling. Eres… muy dulce.
La sonrisa de Sterling se atenuó ligeramente.
—Pero…
Apoyé una cadera en el mostrador.
—Pero no llevo mucho tiempo aquí. En realidad, no estoy buscando nada ahora —expliqué—. Aún estoy conociendo la ciudad.
Sterling rió y tomó un sorbo de su cerveza.
—¿Y qué es tan gracioso? —pregunté, riendo entre dientes con él.
—Estaba pensando en quizás acompañarte a tu casa, no llevarte al altar, Sawyer. —Se inclinó sobre la barra y susurró—: Sabes, porque eso es lo que hacen los AMIGOS. Salen. Van de paseo. No hay mucho más que hacer por aquí. —Su sonrisa creció de nuevo y sentí mis mejillas enrojecer de vergüenza.
—Sí, como que me precipite en eso, ¿no? —Me reí de mí misma. Sintiéndome ridícula pensando que su invitación era algo más de lo que realmente era—. Lo siento. —Ofrecí con una mueca.
—Sin daño, sin faltas.
—Está bien, amigo —dije—. Me voy en treinta minutos. Si la oferta sigue en pie, me gustaría aceptar ese paseo.
—Entonces te veré en treinta —dijo Sterling con un guiño. Se levantó y empujó hacia atrás su taburete. Se acercó a las bandejas de tintineos en el extremo de la barra y sacó un pedazo de papel y una cuerda azul. Garabateó algo y lo colgó del techo justo encima de su asiento en la barra y se sentó de nuevo.
Por curiosidad, me puse de puntillas y me vio leer lo que había escrito en su nota.

6 de junio del 2017
Hice una nueva amiga.
Me gustan sus pecas.
-Sterling

—Aquí tienes —dijo Critter, viniendo junto a mí y empujando una gran cantidad de efectivo en mis manos al final de mi turno.
—¿Para qué es esto?
—Esto, es lo que llaman dinero —dijo sarcásticamente, riéndose de su propia broma—. También suceden ser las propinas que tu olvidaste recoger hasta ahora esta semana. —Cuando sonrió fue como si su bigote también sonreía.
—Oh —dije—. Tendré que recordar eso. —Golpeé mi dedo en mi cabeza—. Recoge el dinero, Sawyer.
—Ahí tienes. Te acostumbrarás, niña. —Critter se dirigió hacia el otro extremo de la barra cuando alguien gritó su nombre.
—Oye —llamó Sterling, volviendo a la barra—. Voy a tener que dejar para la próxima ese paseo. Uno de mis empleados acaba de atropellar una valla en una entrega. En otro momento, ¿de acuerdo? —Guiñó
—Claro —dije, sintiéndome tanto aliviada y ligeramente decepcionada. Aunque, en general, estaba disfrutando mucho conocer a la gente de Outskirts.
Bueno, la mayoría de ellas.