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Lectura #2 Julio 2017

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Lectura #2 Julio 2017 Empty Lectura #2 Julio 2017

Mensaje por Maga Vie 14 Jul - 7:36

Saludos a todas, como siempre gracias a las pocas que participan, todas acumulan puntos y medallitas.
Le presento al Team Night Reader conformado por:


Rowina
Lizzy
Jessmddx
Ross L de Mellark


Nueva Lectura en el Club BQ
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Mensaje por Atómic_Mellark Dom 16 Jul - 1:31

Gracias Maga por darnos la oportunidad !


Arracamos la segunda semana de Julio con una bella lectura espero sea de su agrado y gracias a pordas por votar 


Les presento el libro


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Mensaje por Atómic_Mellark Dom 16 Jul - 1:33

Lectura #2 Julio 2017 31949230
Between Here and the Horizon 
- Callie Hart.
“Cree que me conoce. Cree que quiere conocerme. Pero confíe en mí, señorita Lang. Perseguirme será el peor error que haya cometido. Estoy roto más allá de poder repararme...
...y me complace romper a todos los demás a mi alrededor."
Ophelia Lang necesita dinero, y lo necesita mucho. El restaurante de sus padres está en picada, y desde que perdió su trabajo enseñando en tercer grado de la primaria, conseguir dinero suficiente para pagar las facturas ha resultado casi imposible. Sus padres están al borde de perder su hogar. Los buitres están dando vueltas por encima. Así que cuando a Ophelia le ofrecen una entrevista para un trabajo de una tutoría privada bien pagada en Nueva York, ¿cómo podría negarse?
Ronan Fletcher está lejos de ser el hombre de negocios con sobrepeso y calvo que Ophelia esperaba que fuera. Es joven, guapo y rico más allá de toda razón. Quizás también es la persona más fría y grosera que jamás haya conocido, y tiene una vena latente de una milla y media de ancho. Sin embargo, cien mil dólares es mucho dinero, y si tolerar su temperamento frío, sus oscilaciones de humor erráticos y todo lo que él le dice significa que le pagarán, entonces eso es lo que Ophelia hará.
Sin embargo, su nuevo jefe guarda secretos. Horribles y terribles secretos.
Los fantasmas del pasado de Ronan Fletcher están a punto de dar vuelta el futuro de Ophelia, y ni siquiera puede verlo venir.


Nota: Between Here and The Horizon es una novela de romance contemporáneo independiente de la autora USA Today Bestselling, Callie Hart. Between Here and the Horizon contiene algunas escenas de violencia y contenido sexual, por lo que está dirigido a la audiencia 18+.


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Mensaje por Atómic_Mellark Dom 16 Jul - 1:36

Lectura #2 Julio 2017 Bella+libro
Atentas mis bellas en esta lectura les traemos un par de actividades !!


Última edición por Ross L de Mellark el Dom 16 Jul - 3:17, editado 1 vez


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Mensaje por Macs Dom 16 Jul - 2:22

Es la primera vez que voy a participar en el club de lectura
este libro me llamó la atención asi que lo voy a leer


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Mensaje por Lizzy Dom 16 Jul - 2:56

Firma 
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Ranguitos a Ross por el diseño AQUI


Cronograma

Sábado 15: Prólogo y Capítulo 1 
Domingo 16: Capítulo 2 y 3
Lunes 17: Capítulos 4 y 5
Martes 18: Capítulos 6 y 7 
Miércoles 19 : Capítulos 8 y 9
Jueves 20: Capítulos 10 y 12
Viernes 21: Capítulos 13 y 14
Sábado 22: Capítulos 15
Domingo 23 Descansamos y ponemos al dia.
Lunes 24: Capítulos 16 y 17
Martes 25: Capítulos 18 y 19
Miércoles 26: Capítulos 20 y 21
Jueves 27: Capítulos 22 y 23
Viernes 28: Capítulo 24
Sábado 29: Capítulo 25
Domingo 30: Capítulo 26
Lunes 31: Epílogo comentario final y puntuación


Última edición por Lizzy el Dom 16 Jul - 4:09, editado 2 veces


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Mensaje por Lizzy Dom 16 Jul - 2:58

Macs escribió:Es la primera vez que voy a participar en el club de lectura
este libro me llamó la atención asi que lo voy a leer
Bienvenida gracias por unirte
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Mensaje por Lizzy Dom 16 Jul - 3:02

Prólogo 




1. Mantén a los niños tranquilos. 
2. Mantén a los niños a salvo.


Última edición por Lizzy el Dom 16 Jul - 3:09, editado 1 vez


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Lectura #2 Julio 2017 Empty Re: Lectura #2 Julio 2017

Mensaje por Lizzy Dom 16 Jul - 3:08

1


Afganistán, 2009

Retrocede, Fletcher! ¡Retrocede! ¡El tanque va a explotar!
Estaba corriendo. Detrás de mí, once kilómetros de
desierto se extendían hacia la ciudad de Kabul, brillando en
lugares donde vehículos militares calcinados estaban siendo
devorados por el fuego. Metal retorcido llovía del cielo, en llamas y más afilado que el
borde de una cuchilla, impactando en la tierra. Pum. Pum, pum. Pum. La metralla
silbaba a través del aire, golpeando el suelo a unos metros de mí mientras me movía por
las ruinas. El humo quemaba mis pulmones, acre y abrasador, haciendo difícil respirar.
—¡Fletcher! ¡Qué mierda, hombre!
Detrás de mí, el especialista1 Crowe estaba volviéndose loco. Alternando entre
gritar en su radio y gritarme a mí, no parecía poder decidir qué curso de acción tomar.
Le había ordenado seguir, pero no podía entender por qué no lo había hecho. La
situación era más que peligrosa; cargar imprudentemente en el fuego y la destrucción,
era una misión suicida, y lo sabía. También sabía que mis hombres estaban atrapados en
el interior del vehículo volcado todavía a unos treinta metros por delante de mí, sin
embargo, y sabía que el camión iba a explotar en cualquier segundo. Iban a arder hasta
morir si no los ayudaba. No iba a abandonarlos a ese destino.
—¡Capitán! ¡Dios, hombre, detente!
Mi corazón latía apresuradamente, mis venas inundadas de adrenalina. Mis botas
golpeaban la tierra, izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda, derecha, mis
puños moviéndose adelante y atrás mientras corría a toda velocidad hacia el camión que
yacía sobre su techo más adelante. A través del parabrisas fracturado, pude ver a
Hellaman y Wicks todavía sujetos con el cinturón en los asientos delanteros del
vehículo, del revés e inmóviles. O estaban inconscientes o muertos. Con suerte, solo
estarían fuera de combate, pero había un montón de sangre salpicada en el interior del
cristal. Un montón de sangre.

(1) Soldado especialista: es un soldado raso, pero con un rango un poco más alto, que pueden ir equipados
con armas más pesadas, como lanzamisiles, ametralladoras, etc.

Humo negro ascendía desde la parte inferior del camión y ya podía oír el sonido sibilante del combustible ardiendo y chisporroteando en alguna parte. Gemidos. También podía oír gemidos. Llegué al camión justo cuando algo en el interior del motor prendió fuego, y Hellaman volvió en sí. Sus ojos estaban amplios con dolor y miedo cuando me dejé caer bocabajo junto a la ventana del lado del conductor, la cual estaba destrozada, pequeños trozos de cristal de seguridad esparcidos en la tierra. —¿Capitán? Capitán Fletcher. Mierda, no puedo respirar. No puedo… respirar. — Su rostro estaba mortalmente pálido y sus manos temblaban violentamente mientras intentaba desgarrar el cinturón de seguridad que se clavaba en su pecho. —Está bien. Está bien, soldado. Vamos a sacarte de ahí, ¿de acuerdo? Solo espera un momento. —Tenía mi cuchillo Bowie en mi mano. Lo tomé e hice un rápido trabajo cortando la cinta que mantenía a Hellaman en el lugar. No había nada que pudiera hacer para amortiguar su caída. Al golpear el techo del camión, Hellaman gimió débilmente y volvió a desmayarse, del dolor o de la conmoción, no lo sabía. Guardé mi cuchillo y lo agarré por los hombros, luego luché para sacarlo por la ventana. Su rostro estaba cortado, sus brazos veteados con sangre y ríos de carmesí caían al suelo. Sin embargo, no había tiempo para ser gentil. No había tiempo para ser seguro. Enganché mis manos bajo sus brazos y rápidamente retrocedí, arrastrándolo lejos de los restos. Seis metros fueron suficientes. Volví corriendo al camión. Ahora las llamas lamían visiblemente la parte inferior del vehículo, serpenteando hacia arriba, hacia el cielo nocturno. Wick todavía estaba inconsciente. Rodeé corriendo la parte trasera del camión e intenté forzar las puertas de carga a abrirse, pero estaban atascadas, torcidas y combadas, negándose a moverse. —Mierda. Clang. Clang. Clang. Había alguien vivo dentro. Acabándosele el tiempo. Casi no quedaba tiempo. Me posicioné en la ventana trasera derecha del camión, agradeciendo a Dios que la cosa no estuviera ya hecha astillas. Las ventanas a prueba de balas en los camiones militares no eran una broma. Podías dispararles con una semiautomática y tomaría más tiempo del que tenías destrozarlas. Sin embargo, el impacto de rodar tres veces obviamente había sido suficiente para afectar al cristal. —Cubran sus rostros —grité—. ¡Cristal, cristal, cristal! —Preparándome, giré y golpeé la suela de mi bota contra la ventana tan fuerte como posiblemente podía. El cristal crujió, fracturándose un poco más, pero no se rompió. Lo pateé de nuevo, y de nuevo, y otra vez. Al fin, la ventana explotó en una ducha de brillantes esquirlas, cediendo bajo la fuerza de mi bota. —Capitán, hay combustible aquí —gritó alguien en el interior—. ¡Retrocede! Me agaché y yací sobre mi estómago de nuevo, arrastrándome a través del ahora vacío marco de la ventana. Dentro del camión, la gasolina colgaba pesada en el aire, quemando mis fosas nasales y mis ojos. A mi lado, Roberts estaba muerto, su cabeza torcida en un extraño ángulo, sus ojos mirando sin ver en el abismo. En el otro lado del camión, el soldado Coleridge, Sam, un chico de diecinueve años de Houston, yacía sobre su espalda en el techo, aferrando su rifle con ambas manos, su cuerpo convulsionando violentamente. Sus ojos giraron hacia mí, pero su cabeza permaneció asegurada en posición, sus dientes rechinando. —¿Qué… qué pasó, capitán? —cuestionó—. Estábamos conduciendo y luego… todo estaba… girando. —Artefacto explosivo2 —le dije—. El desierto está lleno de ellos. Venga, vamos a sacarte de aquí. —No puedo… moverme. No puedo sentir… nada. No estaba paralizado. Si lo estuviera, no estaría temblando de la manera en que lo hacía ahora mismo. Solo estaba conmocionado. Una fuerte bofetada en el rostro probablemente funcionaría para que se moviera, pero simplemente no había tiempo para ese tipo de motivación. Sujetándolo por la cincha cosida al asa de su mochila, la cual todavía estaba en su espalda, tiré de él hacia mí y luego retrocedí por la ventana tan rápidamente como pude. El fuego era abrasador ahora. Arrastré a Sam hasta donde había dejado a Hellaman y estaba a punto de correr de nuevo al camión cuando un sonoro chasquido metálico se escuchó en el aire y, entonces, una bola de fuego sacudió el camión, una pared de calor y presión golpeando mi cuerpo, enviándome hacia atrás en la tierra. —¡Oscar! —gritó Sam—. ¡Oscar aún sigue vivo allí! —Joder. —Me puse de pie y corrí. El calor era intenso… tan intenso que tuve que cubrir mi rostro cuanto más me acercaba a los restos. El fuego había consumido la parte inferior del camión, los neumáticos ardiendo, la gasolina rugiendo mientras la línea de combustible era tragada. Y podía oír el grito. El tipo de grito espeluznante y horrible de un hombre siendo quemado vivo. Los auriculares de mi radio crujieron con estática y, luego, la voz del coronel Whitlock espetó a través del altavoz: 

(2)Artefacto explosivo: en inglés IED. Es un dispositivo explosivo usado frecuentemente en la guerra no convencional o guerra asimétrica, por fuerzas comando, guerrillas y terroristas.

—Fletcher, no vuelvas al interior de ese vehículo. ¿Me oyes? No vuelvas al interior de ese vehículo. Desobedecer una orden directa de un coronel era una ofensa válida de un tribunal marcial. Me quité con brusquedad los auriculares de las orejas y los tiré al suelo, ignorándolos. Ignorando las consecuencias. Otro grito espeluznante me alcanzó y eso fue todo. Estaba sobre mi estómago, arrastrándome en la boca del infierno. Mi costado se presionó contra el marco de la ventana y el dolor me desgarró, hundiendo sus dientes en mi piel. Calor. El calor era abrumador, tan feroz y violento que no había oxígeno dentro del camión. Solo humo y confusión. Solo muerte. —¡Oscar! —grité, extendiendo ambas manos, intentando encontrarlo—. ¿Dónde estás, hombre? —El camión era transporte solo para seis hombres, pero masas nebulosas en movimiento de humo negro lo ocultaban todo. Fui a tientas hasta que lo oí gritar de nuevo, más débil esta vez, la voz plagada de agonía. Estaba en la parte trasera del camión. Todo lo que tenía eran unos segundos. Más tiempo y me asfixiaría o me quemaría. Mi cabeza latía, mis pulmones rogaban por aire limpio y podía sentirme empezar a ir a la deriva. El trayecto hacia la parte de atrás del camión tomó una eternidad. Una mano sobre otra, aparté una caja de transporte volcada y metí mi cuerpo entre el estrecho hueco en el lado derecho del vehículo, extendiendo la mano, tanteando, examinando, hasta que encontré lo que estaba buscando. Una pierna. Un pie, para ser preciso. Lo agarré y tiré. Un chillido agónico llenó el camión. —Ahh, mi pierna. Mi pierna. ¡Está jodida! —Lo sé. Lo siento, hombre. No puedo sujetarte de ninguna otra manera. —Apreté los dientes y tiré. En cualquier otra situación, habría sido un crimen que estuviera manejando a un hombre herido de este modo. El reloj estaba corriendo, sin embargo, y si causarle más dolor, causarle incluso más daño, significaba la diferencia entre uno de mis chicos herido o muerto, entonces iba a hacer lo que tenía que hacer. De alguna manera, me las arreglé para maniobrarme para estar sobre Oscar —ni siquiera podía ver su rostro, el humo era muy espeso—, y entonces empecé a empujar. Seis duros empujones y logré llevarlo a través del hueco en el marco de la ventana, sacarlo al suelo del desierto. Su cuerpo fue arrancado, liberado por alguien más, y entonces se había ido. Estaba casi demasiado cansado para liberarme, pero usé mi último fragmento de energía y me arrastré hacia delante, determinado a lograrlo antes de que todo el vehículo fuera cubierto. A mitad de camino al exterior, mis dedos arañando la tierra, mi cuerpo se encendió con dolor. Indescriptible. Insoportable. Un dolor tan agudo e impresionante que ni siquiera podía gritar. Se sentía como si algo estuviera desgarrando mi cuerpo en dos. Giré y miré para ver una ardiente línea de combustible vertiéndose sobre mí, golpeando mi costado, quemándome. Estaba en llamas. Pateé y me sacudí hasta salir del camión, desgarrando mi chaqueta. Rompiendo el material, intenté quitarlo. La tela parecía desprenderse en mis manos y, entonces, estuve sin camiseta en el frío, frío desierto, rodando sobre el suelo, intentando apagar las llamas. El mundo se volvió negro. Alguien lanzó algo sobre mí y luego hubo manos golpeando mi cuerpo, palmeando e intentando hacerme rodar. Un jadeo estrangulado escapó de mi boca, pero es todo lo que pude manejar. Las llamas estaban apagadas. El grueso y pesado material que había sido arrojado sobre mí, fue retirado, y Crowe estaba de pie sobre mí, su rostro cubierto de hollín y grasa, los ojos del tamaño de monedas de dólar. Apenas podía verlo apropiadamente. Apenas podía oír las palabras saliendo de su boca. El coronel Whitlock apareció a mi lado y entonces el cielo estuvo lleno con el zumbido de las aspas del helicóptero. Hablaron por un segundo y el sonido atronador del helicóptero por encima bajó el tiempo suficiente para que lograra entender lo que Crowe le dijo a Whitlock. —No se detuvo, señor. No se detuvo hasta que los sacó a todos. Whitlock frunció el ceño. —Puedo ver eso, especialista. Desobedeció una orden directa al hacerlo también. —¿Será reprendido? —preguntó Crowe. Estaba hablando como si yo ya no estuviera presente; ambos lo hacían. —No —dijo Whitlock duramente—. Irónicamente, creo que el capitán Fletcher más probablemente será condecorado en vez de castigado en esta instancia particular. Ahora subámosle al helicóptero antes de que cambie de idea. El loco bastardo está sangrando por todas partes.


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Mensaje por Atómic_Mellark Dom 16 Jul - 3:43

2


La ley de las probabilidades 

Había estado esperando a que el desastre golpeara durante toda mi vida.
Había parecido, a falta de una explicación más inteligente y
racional, inevitable. Desde que fui lo bastante mayor para leer el
periódico o sintonizar las noticias de la noche, había sido bombardeada
con gente perdiendo a sus seres queridos en ataques terroristas, accidentes de auto e incendios, trenes descarrilados, robos de bancos que resultaron terriblemente mal. Cada
día, algún desastre natural o aterradora violencia, separaba el mundo en dos. A donde sea que mirabas, la vida de alguien yacía en ruinas, irreparablemente dañada e irreconocible.
Había pasado los últimos cinco años, desde que me había mudado de la casa de mis padres en Manhattan Beach, California, preguntándome cuándo sería mi momento.
¿Cuándo la bomba explotaría en mi autobús? ¿Cuándo sería atracada a punta de cuchillo
por mi iPhone de cuarta generación? ¿Cuándo no miraría por dónde caminaba y daría
un paso frente a un camión?
Era cuestión de jugar un juego de probabilidades, después de todo, y no importaba
lo duro que intentase evitar pensar de esa manera, parecía irrazonable asumir que la
tragedia no visitaría mi puerta en algún punto de mi vida. Hasta ese momento,
simplemente contenía la respiración, esperando. Quizás sucedería mañana. Más
probablemente, sucedería hoy, cuando el avión al que me había subido para viajar de un
lugar a otro del país, desde Los Ángeles a Nueva York, se estrellara en el Hudson. Ya
había sucedido una vez en los últimos años. No había razón para que no ocurriera de
nuevo.
Me dio un vuelco en el corazón cuando el avión se lanzó a un lado, balanceándose
dramáticamente hacia la izquierda, haciendo un amplio círculo sobre Nueva York.
Fuera de la ventana junto a mí, la ciudad se extendía en cada dirección tan lejos como el
ojo podía ver, solo llegando a un abrupto fin en la distancia donde el agua acerada
terminaba en el horizonte.
Estaba siendo estúpida. Sabía que el avión no iba a estrellarse, pero parecía que no
podía convencerme de que me encontraba perfectamente a salvo cuando estábamos
yendo a toda velocidad por el aire hacia mucho concreto, cristal y metal.
H
—¿Señorita Lang? —La mujer sentada a mi lado sonrió, palmeando mi mano
tranquilizadoramente—. Solo quiero desearle buena suerte de nuevo. Estoy segura de
que lo hará muy bien, sabe. Estas cosas, estas entrevistas de trabajo… —Movió su mano
desdeñándolo—. Nunca son tan aterradoras como se asume que van a ser. ¿Y siendo
usted una chica tan bonita y encantadora y todo eso? Estoy segura que todo va a resultar
muy bien. —No había dejado de hablar durante todo el vuelo de seis horas. Había
recibido todo un informe detallado, obteniendo la mayoría de la historia de su vida
entre la ligeramente desagradable comida del vuelo que se sirvió en algún lugar sobre
Colorado y el largo vaso de ginebra y tónica que me había bebido en algún lugar cerca
de Indiana: su nombre era Margie Fenech, tenía cincuenta y ocho años y tres hijos
mayores, los que ahora estaban casados, pero a alguno de ellos le habría encantado salir
conmigo. Había estado dando palmaditas a mi mano y tocando mi brazo como si
fuéramos viejas amigas durante horas ahora y, para ser honesta, no me había importado.
Ni un poquito. El contacto, si acaso, había sido reconfortante.
Había habido descansos entre su constante charla, donde me había preguntado
sobre mí y me había sentido obligada a responder del mismo modo. Fácilmente se las
había arreglado para sonsacarme mi propósito para visitar Nueva York en mitad de la
semana. Sabía todo sobre mis padres luchando con el restaurante en South Bay. Le había
contado sobre el engañoso Ronan Fletcher, sobre el que sabía unos pocos hechos
esporádicos: era ex militar, ganador del Corazón Púrpura3
, así que obviamente un poco
tipo duro. Su esposa había muerto el año pasado, dejándolo con dos niños que cuidar. Y
su patrimonio neto era bastante alto, en algún lugar cerca de la marca del millón de
dólares. Margie también sabía que no me gustaba volar y que no soportaba las
turbulencias; a su propia manera, supuse que estaba intentando distraerme del abrupto
ángulo hacia el suelo que el avión había adoptado ahora que se aproximaba a su destino
final para aterrizar.
—Sí. Sí, estoy segura que irá bien. Tiene que hacerlo, ¿correcto? —dije, esbozando
una breve y llorosa sonrisa en su dirección.
—Oh, claro, cariño. Si cuidas de esos pequeños niños durante seis meses enteros,
piensa en todo el dinero que puedes ahorrar para ayudar a tus padres. Lo dijiste tú
misma. No tendrás ningún gasto. Y no conocerás a nadie en la ciudad, así que no saldrás,
malgastando tu dinero cada noche de la semana como son propensos a hacer algunos
jóvenes.
Me negaba a ser llamada “joven” a un nivel muy profundo. Tenía veintiocho años,
había pasado el punto en mi vida donde salía de fiesta y despilfarraba mi dinero los fines
de semana. Había sido profesora de escuela elemental durante los pasados cinco años,

3 Corazón púrpura: (en inglés: Purple Heart) es una condecoración de las Fuerzas Armadas de los Estados
Unidos con el perfil del general George Washington, otorgada en nombre del presidente a aquellos que
han resultado heridos o muertos en servicio después del 5 de abril de 1917.
pagando mis facturas, ahorrando el quince por ciento de mi salario religiosamente en
cada pago, guardando mis fondos para comprar una casa. Pensé que todas eran cosas
muy maduras que había estado haciendo durante tanto tiempo. Aún lo habría estado
haciendo si la escuela pública en la que había estado trabajando no hubiera cerrado
debido a fondos insuficientes por parte del gobierno. Perdí mi trabajo con el resto del
profesorado hace cuatro meses, casi al mismo tiempo que mis padres me dijeron,
avergonzadamente, que el restaurante iba a hundirse. No habían pedido ayuda, pero
había visto que la necesitaban. La necesitaban desesperadamente. Así que allí fueron mis
ahorros. Todos. Ahora, no tenía más dinero ahorrado para darles ni trabajo para hacer
más, lo cual era la razón por la que me encontraba en este avión junto a Margie, en mi
camino a entrevistarme para un glorificado trabajo como niñera al otro lado del país.
No sabía cómo había llegado a esto. Debería haber sido capaz de encontrar otro
trabajo de profesora, pero era la mitad del año escolar y todas las posiciones habían sido
cubiertas. Profesora de apoyo estaba bien, pero también era esporádico y poco fiable, y
necesitaba un ingreso constante para asegurarme que podía mantener a mis padres a
flote. Cuando la agencia en la que me inscribí me llamó y habló sobre Ronan Fletcher y
sus dos hijos, no había tenido mucha opción más que aceptar el viaje a gastos pagados a
través de los Estados Unidos para conocer a este extraño y rico individuo y descubrir lo
que estaba buscando.
—De nuevo, ¿cuántos años tienen los niños? —preguntó Margie. Mi brazo recibió
un apretón esta vez.
—No estoy segura. Creo que el archivo decía que cinco y siete.
Margie puso una expresión impresionada.
—Tan jóvenes. ¿Y dices que no tienes niños propios aún? —Tuve la impresión de
que pensaba que me encontraba mal equipada para tratar con el desafío de lidiar con
niños de cinco y siete años.
—No, en realidad no quiero niños —comenté—. Me encanta cuidar de los niños
en la escuela, pero no planeo tener propios.
—Oh, Dios mío, dulzura, ¿por qué demonios no? Ser madre… es la cosa más
maravillosa. Mi vida no sería la misma sin mis chicos.
Con el tiempo, había aprendido que decirle a la gente que no podía tener hijos
siempre los incomodaba. Siempre era mejor mentir. Inventar algo. Mi estilo de vida es
demasiado frenético para cargas familiares. No soy una persona maternal. Cualquier cosa
era más fácil que explicar que había estado casada una vez, por un total de ocho meses,
antes de descubrir que era improbable que fuera capaz de concebir alguna vez. El hijo de
puta de mi ex no se había tomado las noticias bien. Había tomado el dinero de nuestra
cuenta conjunta de ahorros —gracias a Dios que no era todo— y había huido con mi 
mejor amiga. Lo último que había escuchado era que acababan de tener su primer hijo
juntos, una pequeña niña, y estaban viviendo en San Francisco.
Le sonreí impasiblemente a Margie, encogiéndome de hombros.
—Estoy segura de que la maternidad es maravillosa. Solo que no es para mí.
El ceño de Margie se arrugó, como si no pudiera comprender qué podría estar mal
mentalmente conmigo.
—Está bien, dulzura —dijo—. Probablemente cambiarás de opinión, sabes. Un
día, simplemente te despertarás y de repente…
Me empujó cuando las ruedas del avión tomaron tierra. En algún lugar en la parte
trasera del avión, una persona sola empezó a aplaudir. Margie pareció
momentáneamente despistada, mientras yo hacía mi mejor esfuerzo para devolver mi
corazón a su debido lugar en mi pecho, fuera de donde se había alojado alto en mi
garganta.
—Ya está. No fue tan malo, ¿no es así? —preguntó Margie. Parecía haber olvidado
todo sobre la frase que dejó a medias. Estaba contenta por eso. Había oído toda la cosa de
“te despertarás una mañana y simplemente necesitarás tener un bebé”. El “te golpeará
como una bola de demolición y no serás capaz de negar tu cuerpo” un poco. El problema
era que ya me había despertado y lo había sentido, esa llamada profunda en mis huesos,
pero mi cuerpo me lo había negado y había estado tratando con esa dolorosa realidad
desde entonces.
—Atención, pasajeros. Por favor, permanezcan sentados con sus cinturones de
seguridad abrochados hasta que el piloto apague la señal del cinturón. Cuando abran los
compartimentos de encima, por favor, procedan con cautela, ya que los objetos pueden
haberse movido durante el vuelo y corren el riesgo de caerse. —Por los diminutos
altavoces, un mensaje pre-grabado continuó oyéndose, advirtiendo a los pasajeros del
enorme Airbus A380, apenas un cuarto lleno, que las altas medidas de seguridad en el
aeropuerto podrían significar tiempo de espera extendido para desembarcar y recuperar
el equipaje. Apenas estaba escuchando. Ya me sentía demasiado ahogada, mi garganta
hinchándose un poco, pequeñas gotas de sudor estallando a través de los poros de mi
piel, enviando estremecimientos bailando sobre mi estómago y por mis brazos.
—¿Todavía tienen un monumento? —pregunté abruptamente—. Ya sabes, donde
el World Trade Center solía estar.
Margie dejó de rebuscar en su agrietado bolso de piel negro y me miró
rápidamente. Estaba en algún lugar entre sentirse intensamente apenada por mí y un
poco recelosa de mí de repente.
—Bueno, por supuesto que sí, cariño. ¿Por qué infiernos no lo harían?
Miré por la ventana, lejos de ella, no queriendo ofrecer extrañas expresiones.
—No sé. Parece que ha pasado mucho tiempo ahora. La gente… olvida.
—Oh, no. No, eso probablemente no ocurrirá nunca. Nueva York no olvida.
Recordaremos a esa pobre gente durante generaciones. Hasta que la ciudad caiga en el
mar. Probablemente más.
* * *
Una hora y media después, estaba jurando entre dientes, sudando, maldiciéndome
por no darme más tiempo para llegar del aeropuerto al edificio Fletcher. West 23rd y
6th era un largo viejo camino desde el JFK, y solo tenía doce minutos extra mientras
salía del taxi y me apresuraba a entrar en la impresionante y alta estructura como un
arpón que parecía dispararse de la acera.
El vestíbulo en el edificio Fletcher era modesto y simple, pero desprendía dinero.
Los suelos eran de frío y pulido mármol y la zona de espera, instalada en la parte de atrás
a la derecha, estaba constituida de hermosos sillones de piel gris que parecían costar más
que mi auto de Los Ángeles. Me apresuré al escritorio de recepción, palpando
frenéticamente mi cabello, esperando no verme completamente exhausta, lo cual
indudablemente hacía. La mujer detrás del escritorio me miró y sonrió.
—¿Cómo puedo ayudarla? —preguntó. Su voz era suave y fría, pero no amigable.
Su brillante cabello rubio estaba recogido hacia atrás en un perfectamente arreglado
peinado que me hizo querer llorar de celos.
—Mi nombre es Ophelia Lang. Tengo una cita a las cuatro con el señor Fletcher.
—Ahh, sí, señorita Lang. Un momento, por favor. —Rodó hacia atrás en su silla y
abrió un cajón a su lado, del cual sacó una pequeña identificación laminada con mi
fotografía y mi nombre. La deslizó por el mostrador hacia mí, sonriendo—. Es una
buena foto —me informó—. La mayoría de las veces se ven horribles.
Miré la foto e hice una mueca. Era más una foto policial que una de identificación.
Me veía sobresaltada. Mis ojos, normalmente verdes, tenían un matiz rojo de alguna
manera, así que me veía bastante demoniaca. El contraste en la imagen estaba lejos
también, así que mi largo cabello castaño claro parecía casi negro. Mi bronceado no
existía y mis labios se veían rojo sangre. Básicamente, parecía un vampiro.
Le di a la recepcionista una educada e incómoda sonrisa, de todos modos.
—Gracias.
Se inclinó hacia delante y colocó una mano sobre mi antebrazo, hablando muy
suavemente.
—No parezca tan preocupada. El señor Fletcher puede ser un poco odioso a veces,
pero es un tipo decente. Es justo y un buen jefe. Todo va a ir bien.
No tenía ni idea de porqué sentía la necesidad de reconfortarme, pero sus palabras
en realidad desaceleraron mi pulso y eso fue algo.
—Sin embargo, más le vale dirigirse a la oficina en el ático ahora, señorita Lang.
—Señaló a un conjunto de ascensores al otro lado del vestíbulo—. Aunque puede ser un
buen jefe, también odia realmente cuando la gente llega tarde.


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Lectura #2 Julio 2017 Empty Re: Lectura #2 Julio 2017

Mensaje por Atómic_Mellark Dom 16 Jul - 3:45

3


La Oferta

Un severo guardia de seguridad me acompañó en el ascensor hasta la
oficina de Fletcher.
No había viajado mucho. Un fin de semana en Arizona por aquí.
Un viaje a Las Vegas por allí. Solo había salido de Estados Unidos una
vez, cuando papá pagó un viaje de diez días a Canadá para la familia, un regalo de
graduación, cuando el restaurante iba mucho mejor y no teníamos el dinero justo.
Cuando entré en las oficinas privadas de Ronan Fletcher en el piso treinta y uno, que
también era el piso más alto del edificio de la Corporación Fletcher, fui abordada por los
lugares más extraños y maravillosos, de países que dudaba que alguna vez llegase a
visitar: Máscaras tribales africanas hechas de intrincada madera tallada. Abanicos de
seda japoneses, bellamente pintados, encaramados en las paredes como raras mariposas.
Huevos rusos de Faberge del tamaño de mi puño, asentados en dorados soportes
sobre aparadores de nogal. Una vitrina de cristal iba a lo largo de toda la pared derecha,
donde una serie de collares de oro y pendientes de cobre martillado estaban dispuestos
con delicada precisión sobre los ricos terciopelos de color rojos rubí. Parecía más la
exposición de un museo que una oficina. Si no fuera por el enorme e imponente
escritorio, con un inmenso iMac que se colocaba directamente frente a la pared de
ventanas que iban del suelo al techo, con vistas a la ciudad, entonces habría pensado que
había entrado en el Museo de Historia Natural y no el lugar de trabajo de alguien.
—El señor Fletcher estará con usted en un momento —me indicó el guardia—.
Tome asiento. Y no toque nada.
No habría tocado nada de todos modos, todo parecía que costara más de lo que
valía mi vida. Me senté al otro lado del escritorio e intenté no inquietarme. Revisé mi
reloj, las tres cincuenta y nueve. Cuatro en punto. Cuatro y uno. Cuatro y dos. Ronan
Fletcher estaba oficialmente atrasado. Increíble, en realidad, dado lo que la
recepcionista me acababa de decir. Pasaron otros dos minutos y comencé a pensar que
tal vez Fletcher ya se había ido a atender a sus hijos, pero entonces una puerta a la
derecha se abrió y el hombre entró, colocándose los puños blancos de las mangas
mientras se apresuraba a entrar en la habitación.
U
Lo miré, atónita, mientras se sentaba frente a mí. No es lo que había estado
esperando en absoluto. Ronan Fletcher no era un remilgado comerciante con sobrepeso,
con una extensa panza por trasnochar demasiadas noches, comidas cargadas de grasa y
cervezas en su escritorio. Era alto, más de metro ochenta, habría empequeñecido mi
metro setenta y seis si estuviéramos uno al lado del otro. Cabello y ojos oscuros;
fácilmente podría haber sido de ascendencia italiana por su color, pero su piel era pálida.
Sus hombros eran anchos, sus brazos musculosos, ajustados por el costoso material de su
camisa abotonada. No me miró hasta que se acomodó en su silla.
Cuando alzó la cabeza y finalmente puso su mirada en mí, me quedé atónita por
los ángulos ásperos y las líneas de su rostro. Eran magníficas: un bosquejo a carbón,
arrancado de la libreta de Miguel Ángel. Fuerte mandíbula. Pómulos altos. Nariz
perfectamente recta. Su labio inferior estaba más lleno que el superior, formando un
perfecto arco de Cupido. No se podía negar, el hombre era una obra de arte, tan rara y
exquisita como cualquiera de los artefactos colocados en sus paredes.
—Hola, señorita Lang —saludó con frialdad—. Gracias por tomarse el tiempo para
venir a Nueva York. Sé que debe haber sido un inconveniente. —Su voz era lenta, una
sutil melodía burlándose de la cadencia de sus palabras. Un acento muy extraño. Uno
que no pude situar.
—De ninguna manera. —Por mi tono alegre, sonaba como si lo dijera en serio, que
el viaje realmente no era una gran cosa para mí y no me había importado en absoluto.
Las negras cejas de Fletcher se hundieron ligeramente cuando frunció el ceño.
—Algunas personas no disfrutan de volar —comentó—. Me alegro de que todo
haya ido bien para usted, señorita Lang. Sin embargo, disculpe que no pudiésemos
reunirnos en Los Ángeles, mi horario ha sido castigado recientemente. Ha habido un
montón de cabos sueltos que necesitaba atar.
Asentí.
—Por supuesto. No ha sido un problema.
—Bueno, gracias de todos modos. Su puntualidad y la apariencia profesional frente
a un viaje tan largo son impresionantes. El profesionalismo es primordial para mí,
Ophelia. ¿Puedo llamarte Ophelia?
—Sí, por supuesto.
—Bien. Me llamarás Ronan también. Especialmente si estamos frente a los niños.
—No esperaba que dijera eso. Había pensado que tendría que llamarle señor Fletcher o
señor o algo así. Dirigirme a él por su nombre de pila parecía un concepto extraño.
Demasiado personal. Ronan debió haber visto la sorpresa destellar en mi rostro—. Los
niños no necesitan otra niñera estricta y formal, Ophelia. No necesitan a otro de mis
empleados besando el culo que los rodea a todas horas. Necesitan un amigo. Eso es lo
que estoy buscando en el exitoso candidato para este papel.
—Ya veo. Puedo hacer eso —aseguré.
—Bien. Ahora. ¿Por qué no empiezas por contarme sobre ti y tu experiencia como
maestra?
Siempre había odiado esta parte de las entrevistas. Ronan debió haber leído ya mi
currículum en su totalidad, nunca habría pagado para llevarme a Nueva York si no
hubiera leído mis credenciales, así que era frustrante que tanto las empresas como los
individuos siempre pasaran por el cansado proceso de tener que explicar sus habilidades
y capacidades. Parecía una pérdida de tiempo. Difícilmente podía decirle eso, así que
empecé.
Licenciada en ciencias sociales y fotografía. Máster en literatura y lengua inglesa.
Un diploma en matemáticas estadísticas que realmente solo hice por diversión hace un
par de años. Le expliqué acerca de mi tiempo en Saint Augustus, detallando los papeles
adicionales que asumí dentro de la escuela, proporcionando tutoría después de horas
para los estudiantes que querían o necesitaban.
—¿Y los niños de tu escuela estaban bien adaptados? ¿Tuviste que trabajar con
niños problemáticos?
Oh, chico. Eso parecía una pregunta importante. ¿Sus hijos eran pequeños
terroristas, perturbadores, incapaces de comportarse? Si lo fueran, no era un gran
problema. Había tenido que lidiar con un montón de mierdas mimadas en casa,
excesivamente privilegiados y sin título, que pensaban que eras su criada, a su entera
disposición cada vez que su estado de ánimo cambiaba.
—He tratado con un número de niños que tuvieron dificultades, sí.
—Habla claramente, Ophelia. Aquí no hay lugar para la corrección política.
Cuando dices dificultades, ¿qué quieres decir? —Su voz tenía poca o ninguna inflexión
mientras hablaba. Todo en él era tranquilo y desprovisto de emoción, aunque sus
oscuros ojos brillaban con una inteligencia que era más que intimidante.
“Problema” era siempre una palabra sucia en St. Augustus. Nunca se nos permitió
hacer que un estudiante se sintiese menos que cualquier otra persona en la clase, así que
tendríamos que usar palabras como desafiante, o alta energía. Sin embargo, parecía
como si Ronan Fletcher quisiese llegar al fondo de todo.
—Problemas con la autoridad. Problemas con la violencia, y con la agresión.
Algunos de los niños se negaban a cooperar en cualquier nivel. Algunos podían ser
insensibles. Física y verbalmente abusivos a veces.
—¿Alguna vez has tenido la tentación de actuar en consecuencia? ¿Cuando fuiste
atacada físicamente o verbalmente? —Sus palabras fueron dichas con un total y absoluto
desapego, lo que estaba en desacuerdo con la reacción que inspiraban dentro de mí. La 
rabia revoloteó en la boca de mi estómago, ardiendo rápidamente hacia fuera,
recorriendo mi cuerpo.
—¡No! Absolutamente no. Incluso si se les permitiera a los maestros pegar a los
niños, lo que obviamente no es así, nunca disciplinaría físicamente a un estudiante. No
es nuestro lugar. Y los niños pueden ser hirientes para la gente que los rodea en el mejor
de los tiempos. Si se sienten vulnerables o amenazados de alguna manera por la
situación en la que se encuentran, atacan. Es mi trabajo hacer que se sientan seguros y
cómodos, por lo que no es necesario maldecir y jurar, o decir cosas horribles. Sería
contraproducente para mí responder de alguna manera a ese tipo de comportamiento.
—Sabía que me estaba probando, tenía que asegurarse de que era un modelo adecuado
para cuidar a sus hijos, pero hacer una pregunta tan descarada y horrible era una ofensa
límite. Ronan permaneció impasible, las manos unidas en su regazo, apoyado en su silla,
observándome.
—Bueno. Analicemos tu disponibilidad. La agencia que contraté para llenar esta
posición dijo que no estabas trabajando en este momento. ¿Por qué es eso?
—La escuela cerró. No fui despedida, si eso es lo que insinúas. Todo el personal de
St. Augustus acabó desempleado. —Podía sentirme cada vez más susceptible por
segundos, pero no podía contenerme. Había algo exasperante en la forma en que hacía
sus preguntas, que me hacía sentir inferior y no cualificada para cuidar básicamente a
sus hijos. No me gustó. No me gustó ni un poco.
—Ya veo. —En esa pequeña declaración, Ronan Fletcher me hizo sentir como si
fuera culpa mía que St. Augustus hubiera cerrado. Mi culpa que los fondos no pudieran
ser levantados para mantener la escuela en marcha. Mi culpa que los otros profesores
también hubiesen perdido sus empleos. Me estaba devanando la cabeza, todo tipo de
excusas y explicaciones bailando en la punta de mi lengua, rogando ser desatadas. Sin
embargo, no pronuncié una palabra. Me senté allí, vacía y miserable, mientras Ronan
parecía considerar su siguiente movimiento—. Entonces, ¿estarías disponible para
empezar de inmediato? —dijo finalmente.
—Lo estaría. —Me sorprendió que incluso se molestara en revisar esta
información, dado que era obvio que no me consideraba apta para el trabajo.
— ¿Y te mareas en el mar?
—¿Perdón?
—Mareos. Hay una cantidad considerable de viajes en bote involucrados en este
trabajo.
Lo miré sin comprender.
—¿Tendría que cruzar el río mucho?
—No el Hudson, no. Necesito a alguien que cuide a mis niños en mi ciudad natal,
que resulta que está en una isla alejada de la costa de Maine. Hay un viaje en ferri de
casi diez kilómetros entre tierra firme y The Causeway, y, a veces, las aguas pueden ser
bastante duras. La posición es un contrato de seis meses, como estoy seguro que la
agencia te explicó. Tendrás dos días de descanso a la semana y la tía de los niños
también estará a tu disposición para ayudarte en su cuidado. Idealmente, el candidato
elegido para este papel se encargará de los niños durante el día, haciéndoles el desayuno,
llevándolos a la escuela después de Año Nuevo, una vez que estén inscritos en la
primaria local. Recogerlos y ayudarlos con cualquier tarea, jugar con ellos por las
noches, etc. Antes de que puedan ir a la escuela local, tanto Connor como Amie
tendrían que ser educados en casa.
»Rose, su tía, se encargará de ellos dos días de la semana, así como algunas tardes,
lo cual puede resolver con el candidato elegido una vez que haya llegado a The
Causeway. —Pronunció "The Causeway" como si fuera difícil para él formar las palabras
en su boca.
—¿Una isla? —¿Quería que me fuera del continente? ¿Quería que viajara a algún
punto de tierra remoto en el océano con él y sus hijos? No podía asimilar la información.
Me había devastado la idea de estar a seis horas en vuelo del otro lado del país, pero
mamá me había convencido. Me recordó lo fácil que sería saltar en un avión en Nueva
York y volver a Los Ángeles siempre que quisiera, y bastante barato también, si estaba
ganando un dinero decente, ¿pero una isla? ¿En la costa de Maine? Eso no era un simple
salto de distancia. Eso era mucho más complicado.
Ronan parecía inquieto mientras continuaba, lo que no me tranquilizaba en
absoluto.
—Nací en The Causeway —explicó—. No he estado en casa desde hace tiempo. Si
fueras seleccionada para el trabajo, tendrías que comprometerte a viajar a la isla y
permanecer durante un período completo de seis meses.
—¿No sería capaz de volar de vuelta a Los Ángeles los fines de semana?
Ronan negó.
—Desafortunadamente, eso no sería práctico. Se necesitaría más de un día
completo para viajar en cada dirección, y me gustaría que hubiese alguien a mano en
caso de una emergencia. Eres más que bienvenida a pasar tu tiempo libre como desees
en la isla, pero preferiría que tuvieras tu teléfono en todo momento, por lo que Rose
puede contactarte si lo necesita. Voy a escribir un libro y, por lo tanto, no estaré
disponible por la mayor parte del tiempo. Una vez que termine el contrato de seis
meses, espero poder arreglar que otro miembro de mi familia se encargue de Connor y
Amie en mi ausencia.
—Ya veo. Esto... no es realmente lo que esperaba. ¿Están de acuerdo los niños con
un cambio tan enorme de escenario?
La expresión de Ronan se enfrió, convirtiendo sus perfectos rasgos en mármol
suave, impecable.
—Desde que su madre murió por estas fechas el año pasado, Connor y Amie
todavía están... —Frunció el ceño, los labios ligeramente separados mientras parecía
buscar la palabra correcta—. Adaptándose a la pérdida. Un cambio de escenario es
exactamente lo que necesitan.
Mierda. Me había pasado. No debería haber sugerido que no sabía lo que era mejor
para sus hijos. Y en el segundo que había mencionado la muerte de su esposa, algo había
cambiado en él. Ronan era una tormenta ahora. Una tormenta perfectamente peligrosa.
Podía ver las nubes formándose sobre su cabeza, girando y girando, mientras una
oscuridad parecía alcanzarlo.
—Sí, por supuesto. Lo siento. —Mis palabras no tenían peso, sin importancia, pero
eran todo lo que pude manejar. Qué podría decir para rebobinar los últimos minutos y
restablecer la entrevista. Nada apropiado me vino a la mente.
—No tiene importancia —contestó apresuradamente—. Si se te ofreciese el
trabajo, te darán un archivo que contiene la información que debes saber sobre Connor
y Amie. Sus personalidades, sus problemas y sus necesidades específicas.
—Aun así... no creo que pueda mudarme a una isla remota durante seis meses,
señor Fletcher. Lo siento. No puedo.
—Te lo dije, llámame Ronan. Y soy consciente de que un contrato de seis meses
como este es mucho pedir, que es el porqué la paga es tan generosa. Supongo que la
agencia te dijo cuál era el salario.
Negué.
—Generalmente eso se discute una vez que el trabajo se ha concedido.
—Estoy ofreciendo un pago de cien mil dólares al término del plazo de seis meses.
Durante los seis meses en la isla, recibirás un estipendio para cubrir cualquier costo en
que puedas incurrir por tu trabajo con los niños, o tus propios asuntos personales. Esta
suma mensual está fuera del pago final de cien mil dólares. Tal vez te gustaría pensar en
cuál será tu respuesta si te ofrecieran el trabajo, Ophelia.
¿Cien mil dólares? Mi salario en Saint Augustus era solo de cincuenta y cinco mil,
y eso era durante un año entero. Un centenar de los grandes podría resolver muchos
problemas en el restaurante. Podría, literalmente, cambiar todo para mamá y papá. Sin
embargo, no podía imaginarlo. ¿Otro estado? ¿Otra zona horaria? ¿Una pequeña isla de
la costa, en medio de la nada? Dios, era demasiado para asimilar.
—Supongo que tienes razón —concordé—. Al menos, pensaría en ello si me
ofrecieran el trabajo —le dije—. Es una oferta muy tentadora.
Ronan se rascó la mandíbula afeitada, dándome una sonrisa tensa.
—Excelente. Gracias, Ophelia. Entonces supongo que pronto nos pondremos en
contacto para informarte de una forma u otra.
—¿Eso es todo? —Apenas había estado sentada en la silla durante veinte minutos.
Nos dijeron repetidamente en la agencia que una entrevista buena y exitosa
generalmente duraba entre treinta minutos y una hora. Una conversación mezquina de
veinte minutos definitivamente no iba a impresionarlos cuando les diera un comentario
telefónico mañana. Maldición. ¿Quién sabía cuántas personas más iba a entrevistar, o
cuántas personas ya había visto? No había manera de que mi infeliz explicación sobre
mis capacidades, seguida de mi reacción hostil a su línea de preguntas, no hubiera dado
más que una mala impresión.
—Sí, Ophelia. He oído todo lo que necesito. Gracias por venir aquí para reunirte
conmigo. —Ronan se puso en pie, ahora con su compostura recuperada—. Por favor,
devuelve tu pase de seguridad a Davey, el guardia de seguridad que te guió hasta aquí,
cuando salgas.
¿Qué demonios creía que iba a tratar de hacer, entrar aquí más tarde e intentar
robar sus archivos confidenciales o algo así? Ridículo.
Puse una expresión de lo que esperaba que pareciera gratitud profesional, pero en
el interior, estaba ardiendo de decepción, junto con un toque de ira. Al ponerme de pie,
esperaba que no notara las manchas rojas e idénticas que coloreaban mis mejillas.
—Gracias, Ronan. Me aseguraré de hacerlo. —No ofrecí mi mano para estrechar la
suya, aunque sabía que debía hacerlo. Sería poco aconsejable dejar la entrevista en una
nota incómoda o discordante, y, sin embargo, no pude cruzar la línea.
Me sentí desnuda por un momento, luego recogí mi bolso, que había dejado a mis
pies. Me sentí tonta mientras me alejaba de Ronan Fletcher y caminé rápidamente hacia
el mismo ascensor del que había salido hace poco.
Casi esperaba que el hombre detrás de mí me llamara, me deseara un vuelo seguro
de vuelta a Los Ángeles o algo igual de educado y medido, pero no lo hizo. No dijo ni
una palabra más. Cuando las puertas del ascensor se cerraron, su figura se recortaba
contra el brillante sol de la tarde que brillaba a través de las altas ventanas detrás de él, y
no pude ver su rostro. Sin embargo, siempre lo recordaría. Nunca podría olvidarlo.


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Mensaje por Atómic_Mellark Dom 16 Jul - 3:47

Cronograma

Sábado 15: Prólogo y Capítulo 1 
Domingo 16: Capítulo 2 y 3
Lunes 17: Capítulos 4 y 5
Martes 18: Capítulos 6 y 7 
Miércoles 19 : Capítulos 8 y 9
Jueves 20: Capítulos 10 y 12
Viernes 21: Capítulos 13 y 14
Sábado 22: Capítulos 15
Domingo 23 Descansamos y ponemos al dia.
Lunes 24: Capítulos 16 y 17
Martes 25: Capítulos 18 y 19
Miércoles 26: Capítulos 20 y 21
Jueves 27: Capítulos 22 y 23
Viernes 28: Capítulo 24
Sábado 29: Capítulo 25
Domingo 30: Capítulo 26
Lunes 31: Epílogo comentario final y puntuación


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Lectura #2 Julio 2017 Empty Re: Lectura #2 Julio 2017

Mensaje por mariateresa Dom 16 Jul - 14:02

Gracias chicas un buen comienzo por lo visto Ronan va a ser todo un imbecil


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Mensaje por yiniva Dom 16 Jul - 16:29

Pues sí parece que Ronan tiene un humor de perro, pero se entiende después de lo que tuvo que pasar, y Ophelia también se carga un buen equipaje.


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Lectura #2 Julio 2017 Empty Re: Lectura #2 Julio 2017

Mensaje por jesikap Dom 16 Jul - 17:59

Bueno me uno a la lectura Smile

Me gustaron muchos los capítulos, el prólogo estuvo bastante fuerte.. pobre Ronan por todo lo que ha  pasado,  espero que no termine siendo un idiota. 
Intentaré seguirle el ritmo a esta lectura. Smile


"No vivas la vida escondiéndote detrás de tu pasado, vive para el ahora, cuando encuentres a alguien con quien quieras pasar el resto de tú vida, no la dejes ir, ya sea si ese para siempre resulta ser un día o un año o cien años. No dejes que el miedo de perderlos te contenga de amarlos"

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Mensaje por Isa Dom 16 Jul - 21:06

Me uno a la lectura.
No voy a juzgar aun a Ronan despues de lo que sucedio para que ganara la medalla y perdiera a su esposa, estoy de buenas y le dare otra oportunidad. Ya quiero leer a los niños.
Me esta gustando la historia por lo que iniciamos muy bien gracias chicas Lectura #2 Julio 2017 3510092331


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Mensaje por Atómic_Mellark Dom 16 Jul - 23:11

Primera Actividad!

En esta semana trataremos de encontrar un personaje no importa si es película serie o cantante que se asemeje a nuestro protagonistas y demás personajes deberán colocar una foto por día junto a su comentario cada imagen tendrá un valor de puntos.

Junto a cada capítulo especificare que personajes será
Gracias por unirse a la a lectura! !


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Mensaje por Veritoj.vacio Lun 17 Jul - 1:12

me atrase un dia, pero me uno


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Mensaje por Atómic_Mellark Lun 17 Jul - 1:24

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Mensaje por Invitado Lun 17 Jul - 14:30

aqui estoy tretando de ponerme al dia !!!
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Mensaje por Atómic_Mellark Lun 17 Jul - 16:03

Prólogo y cap 1

Qué intenso desde el inicio ya me dejo esperando más! 
Ese Capitán Fletcher espero así se escriba no deja atrás a nadie eso me agrada.
Será condecorado , lo malo es que  esta mal herido.


Última edición por Ross L de Mellark el Lun 17 Jul - 17:55, editado 1 vez


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Mensaje por Atómic_Mellark Lun 17 Jul - 16:04

Cap 2
Ofelia tengo dudas si es su nombre ja ja ja ja soy mala para eso
Que situación más difícil,  no poder tener hijos y lo peor el marido te deje por eso. Que hdp!  Espero que logre destacar en su trabajo.
Ese señor Fletcher se ve que es un gruñón, ya me gusta !
Cap 3
Qué hombre más serio. No puedo creer que esa fuera la entrevista. Que pesado!


Última edición por Ross L de Mellark el Lun 17 Jul - 17:56, editado 1 vez


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Mensaje por Rowina Lun 17 Jul - 16:11

4


Paciencia

—¿The Causeway? Eso no suena exótico en lo más mínimo. Suena
frío, si me lo preguntas. —Nadie le había preguntado a mi madre,
pero eso nunca parecía importarle. Siempre había sido alguien de
expresar su opinión, solicitada o no, y pobre del bastardo que no estuviera de acuerdo
con ella. A la luz de esto, asentí sabiamente desde la estación de autobuses a la entrada
de la cocina mientras mamá me gritaba desde la sección de carnes, donde estaba
cocinando un par de filetes. Papá no se veía cerca, como de costumbre.
—Es una parte de Maine, mamá. No creo que sea particularmente cálido allí.
—¿Y este tipo, Fletcher, fue grosero contigo? —Había mencionado que Ronan no
había sido exactamente cálido en darme la bienvenida o en hacerme sentir cómoda, y
ella no había sido capaz de dejar el asunto. Durante tres días, le había contado la misma
historia una y otra vez, y su indignación no se había disipado ni un ápice—. Y encima,
después de ese ridículo vuelo. Te digo que estos grandes hombres de negocios de las
grandes ciudades son todos iguales. Sin embargo, los de Nueva York deben ser los
peores. La altura de la arrogancia. No importa, cariño. Encontrarás trabajo más cerca de
casa. Podrás volver a South Bay por las noches. Y tu padre y yo estaremos bien, no te
preocupes por nosotros.
Sin embargo, estaba preocupada. Me había estado preocupando sin parar durante
el año pasado, y ninguna cantidad de planeamiento y planificación parecía estar
ayudando a la situación. Esta mañana, había visto la pila de sobres en la encimera de la
cocina, todos marcados con "Aviso Final" o "Aprobado". Mamá los había metido
hábilmente en el cajón de los cubiertos cuando se dio cuenta que me estaba sirviendo
cereales, pero no era una mujer sigilosa. Había al menos cuatro sobres allí.
—Lo sé, mamá. No es gran cosa. Nunca habría aguantado en una pequeña isla, de
todos modos. Me habría vuelto loca, especialmente si ni siquiera podía llamarles cuando
quisiera. La diferencia horaria habría sido horrible. —Solo eran tres horas, pero con su
apretada agenda y la mía, me habría perdido la oportunidad de hablar con ellos la
mayoría del tiempo.
—¿T
—¿Ophelia? —me llamó mamá—. Mientras está tranquilo, ¿te importaría subir a
la oficina y ver si hay alguna palabra de Waylan? Se suponía que debíamos recibir un
pedido esta mañana y aún no ha aparecido nada.
—Claro. —Aparte de la pareja sentada en la mesa junto a la ventana, el restaurante
estaba vacío y el servicio de almuerzo había terminado.
Tenía unos pocos minutos para dejar el piso, así que hice lo que pidió, corriendo
por las escaleras para revisar las reservas en línea y escuchar los mensajes en el
contestador automático. Había siete nuevos mensajes esperando. Pulsé el botón de
reproducción, sentándome frente al ordenador prehistórico del que mi padre se negaba
a deshacerse, y todo el tiempo que la máquina hizo clic a través de los mensajes (un
servicio de atención al cliente, preguntando si queríamos renovar el seguro de nuestra
casa; tía Simone, queriendo que mamá la llamara cuando tuviera un segundo; el viejo
señor Robson, sonando ronco y áspero al confirmar la mesa para mañana por la noche
que él y su esposa siempre reservaban un domingo), estaba conteniendo la respiración,
esperando escuchar esa voz serena y tranquila con su extraño acento, diciéndome en
términos inequívocos que no había conseguido el trabajo y que no necesitaba
molestarme en seguir buscando en internet Causeway Island.
Sin embargo, el mensaje nunca llegó. Esa fue probablemente la parte más
frustrante. Sabía que no había conseguido el trabajo, pero habría sido agradable ser
sacada de mi miseria. Parecía muy raro que Ronan Fletcher ni siquiera hubiese avisado a
una de sus recepcionistas o incluso enviase un correo electrónico para decirme que
alguien más había ocupado el puesto. No me importaba. No lo hacía. Al menos, eso es lo
que me decía. Si no recitaba constantemente que no necesitaba ese trabajo en particular,
mi ritmo cardíaco se aceleraba con la perspectiva de ganar cien mil dólares en un corto
período de seis meses y estaba a punto de llorar por la oportunidad perdida. No hubo
mensajes en el correo electrónico de Waylan sobre nuestra entrega faltante. Mientras
estaba allí, revisé mi cuenta de correo electrónico personal para ver si en realidad había
recibido algo de la Corporación Fletcher allí, pero mi bandeja de entrada estaba
notablemente vacía.
Bueno, mierda.
Maldito Ronan Fletcher. Maldito sea por tentarme con todo ese dinero. De alguna
manera me había hecho desear un trabajo que nunca antes habría considerado
realmente. No había estado mintiendo antes; realmente me volvería loca en una
pequeña isla, y la distancia entre Maine y California habría sido brutal, pero solo habría
sido durante seis meses. Podría haberlo hecho. Podría haberlo hecho si lo hubiese
intentado.
* * *
Mi auto estaba en la tienda y no había estado listo para recoger cuando regresé de
Nueva York, así que papá nos llevó a casa en el polvoriento y golpeado 4Runner que
había tenido desde que estaba en la escuela secundaria. Es cierto que la cosa seguía
funcionando perfectamente, así que no había razón para que lo reemplazara. Aun así,
papá tenía algo en contra de la nueva tecnología, autos nuevos, algo nuevo. Si
significaba que tendría que aprender cómo navegar con algún nuevo sistema o software,
no iba a conseguir nada de ello. No a menos que tuviera que hacerlo. Me senté detrás de
mamá, recorriendo la ruta memorizada de regreso a la casa, una ruta tan familiar y
memorable que las casas y los jardines que pasábamos parecían haber estado allí desde el
amanecer de los tiempos, nada cambiando, nada evolucionando o creciendo, y de
repente, me sentí a la deriva. Esta era la vida que había tenido hace quince años. Sí, el
sonido de mamá y papá peleando afectuosamente cada mañana durante el desayuno me
hacía sentir segura y en casa, pero el ritual de todo, trabajando en el restaurante, yendo
a dormir en la cama gemela que mamá me había comprado por mi cumpleaños número
doce, compras en el Save & Weigh y llevando el periódico de la señora Freeman cada
mañana, como había hecho desde que ella había tenido su cirugía de reemplazo de
cadera en 2003, todo se sentía aplastantemente innecesario, hasta el punto donde sentí
que no podía respirar.
Cerré los ojos y seguí el resto del viaje a casa en mi cabeza, sabiendo exactamente
cuándo el auto se inclinaría y cambiaría a izquierda o derecha. Sabiendo exactamente
cuándo giraríamos a nuestra calle. Cuándo nos detendríamos en nuestra entrada.
—Mira, George. Perdimos otro paquete —indicó mamá mientras salía del auto.
Efectivamente, una pegatina de UPS "Lo sentimos, los perdimos" estaba pegada a la
puerta principal, la mitad inferior revoloteando en la brisa.
—Será mi nuevo equipo de pesca —comentó papá, mirando por encima del
hombro para mover las cejas hacia mí. Amaba pescar casi tanto como a mi madre. Su
obsesión por levantarse para ir a pie al muelle al amanecer cada mañana la volvía loca,
sin embargo. Ella nunca podía ver el objetivo en pasar horas allí, esperando, perdiendo
el tiempo (como ella lo veía), para atrapar pescado que ni siquiera podía limpiar y llevar
a casa a comer, ya que el agua no estaba lo suficientemente limpia. A papá le daba una
increíble cantidad de placer decirle que había comprado este nuevo carrete, o ese nuevo
conjunto de carros alegóricos.
Podía oírla jurando en voz baja mientras recuperaba la pegatina de UPS de la
puerta, escudriñando la nota rápidamente, mientras amenazaba con violencia física si
incluso se atrevía a gastar dinero que no tenían en la parafernalia de pesca.
—No es para ti, George. Es para Ophelia —dijo mamá, sosteniéndolo—. Marca
documentos legales en la descripción.
Había recibido un buen número de esos en el correo durante el último año. Mi
acuerdo de divorcio con Will había tomado un tiempo para aclararse: el bastardo había 
intentado sacarme más dinero de lo que tenía derecho, por lo que los papeles solo
habían llegado recientemente para firmar y archivar. Pensé que todo estaba terminado,
sin embargo. Extraño que quedara algo pendiente que desconocía.
—¿Quieres que vaya a buscarlo? —preguntó mamá. El tipo en la tienda de UPS
que estaba calle abajo había estado allí durante años y nos conocía por el nombre, era
común para nosotros recoger el correo y los paquetes de cada uno si estábamos por la
zona.
—No, está bien. Caminaré hacia allí. Creo que necesito estirar las piernas. —Había
estado de pie todo el día, pero no tenía ganas de entrar por el momento. Además,
caminar siempre me ayudaba a despejar la cabeza.
En la tienda de UPS, Jacob estaba sentado detrás de su escritorio, comiendo lo que
parecía un sándwich de pastrami. Levantó la vista, con la culpa escrita en su rostro.
—No se lo digas a Bett —pidió, sonriendo tímidamente—. Estará aquí
supervisando mi ingesta de calorías cada tarde si sabe que no estoy comiendo ensalada
para el almuerzo. Mi colesterol está por las nubes.
Fingí cerrar los labios y tirar la llave.
—Nunca lo oirá de mí —aseguré—. Sin embargo, probablemente deberías alternar
entre el pastrami y la ensalada, Jacob. Ese uniforme parece un poco apretado alrededor
de la barriga en estos días.
Acostumbrado a una ligera burla de vez en cuando, Jacob solo puso los ojos en
blanco.
—¿Te traigo ese sobre que no pude entregar antes?
—Sí, señor.
—Entonces cuida de mi sándwich por un momento mientras voy a buscarlo. Y no
le des un bocado. —Jacob se levantó de su asiento y desapareció por atrás, volviendo
solo unos segundos más tarde con el sobre en sus manos. Era por lo menos de dos
centímetros y medio de grueso, mucho más pesado de lo que habría imaginado que sería
cualquier documentación de divorcio extraviada—. Podría matar a un hombre con esto
si lo dejo caer sobre su cabeza —me advirtió Jacob—. ¿Qué demonios tienes aquí,
muchacha?
—No lo sé. No tengo ni idea. Pensé que era cosa del abogado de Will, pero... —Le
quité el sobre, frunciendo el ceño—. Tengo la sensación de que es algo completamente
diferente. —Firmé por el correo y dejé a Jacob en paz, a pesar de que sabía lo ansioso
que estaba de averiguar lo que había dentro del sobre.
Cuando llegué a casa, mamá y papá estaban en el patio, hablando en voz baja. El
miedo me recorría cada vez que hacían eso, significaba que algo malo había sucedido.
Algo que probablemente tuviese que ver con el dinero. Otra carta por correo, tal vez. 
Una llamada telefónica de un cobrador de deudas. Esos eran los peores. Volvieron locos
a todos durante días mientras revisamos los pocos bienes que teníamos e intentamos
encontrar el dinero para pagarlos. Los dejé a lo suyo. No tenía sentido hacerlos sentir
aún más incómodos de lo que ya estaban. En cambio, subí las escaleras y me encerré en
mi habitación. No tenía ni idea de lo que había en el interior del sobre que tenía
firmemente en mis manos, pero tenía la sensación que no era nada bueno. Rasgando el
sello poco a poco, tuve que luchar para obligarme a abrirlo entero.
Dentro: dos fotografías, un niño y una niña.
Dos archivos en carpetas de plástico: Connor Fletcher, de siete años. Amie
Fletcher, de cinco años.
Un sobre de negocios azul, blanco y rojo, de American Airlines. Dentro, un vuelo
en clase business al aeropuerto del condado de Knox, fechado para dentro de dos días.
En la parte inferior, debajo de toda esta información desconcertante, una nota
escrita a mano.
Ophelia:
Estoy seguro de que has tenido tiempo de sobra para considerar mi proposición.
Mis hijos no son como yo. Son jóvenes y frágiles, y echan de menos a su madre.
Necesitan una tutoría adecuada, así como alguien a quien llamar amigo. Ni Connor ni
Amie han estado en The Causeway. No saben nada del mundo fuera de Nueva York y
del hogar que compartieron aquí con su madre y conmigo. Si les ayudaras (y a mí)
durante esta etapa de transición enorme, estaría eternamente agradecido.
Tuyo,
Ronan Fletcher



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Mensaje por Rowina Lun 17 Jul - 16:18

5


The Causeway

Otro avión. Otro viaje. Dos días no habían sido apenas bastante para poner
mis asuntos en orden. Ni siquiera había tenido tiempo de repensar mi
decisión de aceptar el trabajo. Quizás ese había sido el plan de Ronan todo
el tiempo, dejarme perpleja solicitando que montara en un avión cuarenta y ocho horas
después de ofrecerme el puesto, así no tendría tiempo para sopesar mis opciones o
acobardarme. Eso es lo que habría sucedido, estoy segura. Con el suficiente espacio para
respirar, habría discutido conmigo misma de ello. The Causeway estaba demasiado lejos.
¿Y si algo les pasaba a mis padres, o al restaurante?
Mamá había estallado en lágrimas cuando le había dicho sobre el billete de avión y
los archivos de los niños. Se había sentido muy culpable, no quería que me fuera, no
quería que sintiera que tenía que hacerlo. Papá me había dicho una y otra vez que lo
resolveríamos si no quería ir, pero pude ver en su rostro que estaba aliviado. Si hacía
esto, quedarme seis meses en una diminuta isla en medio de ninguna parte, volvería con
suficiente dinero para solventar todos los problemas financieros con el restaurante, y
quedaría probablemente lo suficiente para hacer unas pocas renovaciones aquí y allí,
engalanar un poco el lugar. Si no lo hacía, el lugar iba a hundirse y eso era un hecho.
Dos, tal vez tres meses… ese era el tiempo que podríamos haber sido capaces de
aguantar, reuniendo algo de dinero para mantener el lugar abierto otro día.
Al final, la decisión había sido obvia, aunque triste.
Y aquí estaba, en otro avión. En el aire. A diez mil metros. Otra ginebra con tónica
y otra comida mala del avión.
Había tenido un montón de tiempo durante las siete horas de viaje sobre el país
para revisar los archivos de los niños. Connor y Amie. Entre el ir y venir y la indecisión
de los pasados dos días, no había considerado realmente a los pequeños de los que estaría
a cargo para cuidar. Normalmente, los niños eran todo lo que alguna vez consideraba. Al
leer los archivos, tanto Connor como Amie parecían chicos normales de cinco y siete
años. A Connor le encantaba el fútbol y, al parecer, quería ser guardia de un zoológico
cuando creciera. La primera parte de su archivo contenía registros de su comida favorita
(pasta), su color favorito (naranja), su animal favorito (cebra), y michos otros pequeños
hechos que indudablemente harían más fácil construir un puente con el niño. La última
O
parte de su archivo, sin embargo, era mucho más completo. Contenía lo que resultaron
ser notas de numerosas sesiones con un psicólogo infantil en Brooklyn, llamado doctor
Hans Fielding.
“Connor demuestra rechazo a obedecer a la autoridad. Tras hablar con su padre,
he confirmado que Connor era un niño feliz, alegre y amante de la diversión, antes de la
muerte de su madre hace cinco meses, pero desde entonces, ha sido beligerante y a
menudo propenso a ataques de ira y depresión. Todo esto es esperado, por supuesto”.
Y…
“Ocho meses después de la muerte de su madre, y Connor está mostrando una
pequeña señal de movimiento en lo que podría considerarse una dirección positiva.
Desafortunadamente, Connor aún no reconoce la muerte de su madre. Su negativa a
creer que se ha ido, denota un flujo emocional subyacente en el niño, por el que no es
aún lo bastante maduro emocionalmente para manejar la profunda y dolorosa realidad
del dolor y la pérdida. Es crucial que Connor acepte la muerte de su madre, y pronto, de
lo contrario, la fantasía en la que mantiene que ella sigue viva, podría convertirse en una
profunda semilla y aspecto vital de su personalidad”.
Diez meses después de la muerte de la señora Fletcher, parecía que Connor tuvo
un avance, sin embargo.
“El tiempo que el señor Fletcher ha estado pasando con Connor claramente ha
provocado un cambio en el niño. Más alegre, más receptivo y, en general, más positivo,
Connor parece haber emergido de la fuga de tristeza que lo ha agarrado desde el último
mes de mayo. Estoy aliviado al oír a Connor hablar de su madre durante nuestras
sesiones ahora. Aunque admitir que está muerta obviamente aún le causa una gran
angustia, Connor frecuentemente la menciona en pasado. Durante la sesión conjunta, en
la que tanto Connor como su padre acuden a mi oficina, Connor ha expresado un deseo
de dejar flores en la tumba de su madre. Alenté esto sinceramente. Mientras que es
difícil para Connor, solo puedo imaginar que visitar la tumba de la señora Fletcher
aportaría un sentido de cierre para el niño. Quizás incluso también para el señor
Fletcher”.
Mi corazón dolía por el pobre niño. La última entrada en las notas del doctor
Fielding databan del diecisiete de octubre, hace un mes, y en su entrada, Fielding
alababa el notable progreso que el niño estaba haciendo. Eso redujo mi ansiedad por
conocerlo, pero, aun así. ¿Perder a una madre tan joven? Dios, ni siquiera era soportable
pensarlo.
Estaba menos preocupada por Amie. Tenía la misma cantidad de papeleo en su
archivo, la misma cantidad de detalles. Quería ser hada de los dientes cuando creciera.
Su color favorito era el verde, y su animal favorito un dinosaurio. Claramente había 
pasado tanto tiempo como Connor con el doctor Fielding, aunque sus registros de sus
reuniones eran menos intimidantes.
“Amie, como muchas niñas de su edad, se ha adaptado a esta nueva circunstancia
muy rápidamente. Su tristeza sobre la muerte de su madre es algo que la derrota en
ocasiones, sin embargo, en su mayor parte, permanece calmada, feliz y alegre. La
preocupación del señor Fletcher por ella es entendible. Le he aconsejado que debería
asegurarse de pasar mucho tiempo de calidad con ella, para asegurar que no se siente
abandonada por ambos padres. Le he urgido a reconsiderar tomarse un tiempo de
ausencia del trabajo, incluso si es solo por un breve período. Me ha informado que hará
su mayor esfuerzo para que eso suceda. Mientras tanto, estoy feliz de aconsejar solo una
cita quincenal con Amie, a diferencia de Connor, a quien aún me gustaría ver dos veces
a la semana”.
Las fotos de los niños que venían con el archivo eran muy extrañas. Había pensado
que Fletcher podría haber enviado una de ambos, sonriendo y felices, quizás de antes de
la misteriosa tragedia que se había llevado a su madre. En su lugar, las fotos de Connor y
Amie fueron tomadas por separado, cada uno la suya propia. Connor tenía un parecido
con su padre… un halo de cabello oscuro que giraba y se rizaba por todas partes, y ojos
oscuros y conmovedores, que me miraban directamente desde la imagen. Ambas
mejillas tenían marcados hoyuelos y debían haber sido incluso más cuando el niño
sonreía. Como estaba, Connor permanecía con expresión impasible mientras miraba a la
lente de la cámara, sin un rastro de emoción atrapada en las sombras y luces de su
rostro. Llevaba una camisa blanca abotonada, subida alto bajo su barbilla, y simples
pantalones cortos caquis que mostraban sus desgarbadas y delgadas piernas. Era obvio
que iba a ser alto, al igual que Ronan.
En la fotografía de Amie, estaba sentada al estilo indio en una silla Adirondack,
apoyada sobre un cojín a rayas azules y blancas detrás de ella y miraba a alguna parte a
la izquierda, lejos de la cámara. Al igual que su hermano, no sonreía, aunque sus
delicados e increíblemente finos rasgos parecían menos pesados que los de Connor. Si
acaso, parecía impaciente, preparada para el momento en que acabaran y poder moverse
a lo siguiente.
—¿Otra ginebra con tónica, señorita? —Ni siquiera había notado a la azafata de
pie a mi lado en el pasillo.
—No. Aunque gracias. —Quería aceptar la bebida y quería decirle que siguiera
trayéndola, pero la última cosa que necesitaba era una ligera resaca cuando aterrizara en
Knox County.
* * *
Había pensado que obtendría una percepción bastante decente de Maine mientras
viajaba del aeropuerto, norte, hacia Port Creef, donde tomaría un ferri hasta The 
Causeway, sin embargo, el mundo se cubrió de oscuridad cuando el avión aterrizó y el
cielo siguió tan negro como el alquitrán fuera de la ventana de mi taxi hasta que me
quedé dormida. Sin servicio de auto para mí aquí. Sin embargo, había habido un tipo
con sobrepeso y quedándose calvo, con un enorme y parafinado abrigo de lona,
esperándome en llegadas. Había sostenido un pedazo de papel flojamente en una mano,
en el cual mi nombre había sido garabateado rápidamente con marcador negro. Había
parecido a punto de caer dormido, apoyado contra la barandilla, con oscuros círculos
bajo sus ojos. Resultó que era Carrick y que era mi taxista. También era irlandés, y fue
casi imposible entenderlo.
La primera cosa que me había dicho fue:
—¿Dónde está su abrigo, señorita? Está más frío que las pelotas de Satán ahí fuera.
La muerte te atrapará si das un paso fuera llevando esa endeble cosa. —No había
parecido para nada impresionado con el enorme suéter de lana que mamá me había
hecho llevar en el avión, por si acaso tenía frío. Había estado demasiado cansada para
discutir con él, decirle que estaba lo bastante cálida y que no iba a necesitar una
chaqueta, especialmente si simplemente íbamos a ir del aeropuerto al auto, así que había
abierto la cremallera de mi equipaje y sacado el grueso y enorme abrigo que había traído
conmigo. Exagerado, había pensado. Demasiado forro polar, y la capucha era
simplemente ridícula.
Ridícula hasta que había seguido a Carrick fuera y el helado viento había
intentado succionar el aire directo de mis pulmones, eso es. ¿Cuánto frío hacía en
Manhattan Beach en invierno? ¿Doce grados? Tal vez cinco, aunque parecía improbable.
El viento que cortaba a través del vestíbulo del pequeño aeropuerto de Knox County
apenas podía haber sido de más de menos doce grados. Menos, probablemente.
Apuñalaba a través del material de mi chaqueta con un cuchillo cliente a través de
mantequilla, helándome instantáneamente hasta los huesos. Me había congelado para el
momento en que subí en la parte trasera del gran taxi con forma extraña esperándonos a
unos metros de distancia y Carrick se había reído en voz baja.
No hubo mucha conversación entre nosotros… un hecho que me alegró, ya que
apenas podía entender una palabra de lo que decía. Dormir parecía el curso de acción
más razonable.
Un indeterminado período de tiempo después, me despertaron fuertes manos de
una sacudida. Carrick me dirigió una alegre sonrisa ancha y dijo:
—Hemos llegado, señorita. No quiere perder este barco ahora. —Fuera de la
ventana, la débil luz era cortada por un hinchado conjunto de nubes grises de aspecto 
pesado… Cumulonimbos4
, las llamaba mamá. Una señal segura de tormenta. Una línea
de costa desgastada por la edad, se extendía a la izquierda, hierba brotaba entre las
grietas y fisuras de enormes casquetes de rocas amontonadas. Incluso en el pálido y tibio
amanecer, las colinas caían en la distancia luciendo increíblemente verdes y frondosas,
más brillantes, grandes y vibrantes que cualquier cosa que hubiera visto jamás en la
playa. Hermoso. Era verdaderamente hermoso.
Carrick había estacionado el taxi en lo que parecía ser el estacionamiento de un
muelle. El concreto bajo los pies estaba agrietado y combado por todas partes. Pequeños
botes para dos yacían en sus quillas en un improvisado muelle cerca, oxidándose, con
brotes de raigrás saliendo de sus cascos y cubiertas desgastadas por el tiempo.
Había vivido junto a la playa toda mi vida y, aun así, nunca antes había olido nada
como esto. El aire estaba lleno con sal y océano, crudo y poderoso en la parte de atrás de
mi nariz.
—Está en el crucero sesenta y cuatro. Le llevaré sus maletas al barco, señorita.
¿Cree que estará bien desde ahí? Es mejor que vuelva a la ciudad, ve.
Gracias a la fresca y violenta brisa que pasaba sobre el agua, estaba completamente
despierta, pero mi cerebro se ralentizó tan rápidamente que se sentía como si casi
estuviera del revés cuando sea que intentaba entender las palabras saliendo de la boca de
Carrick. Asentí, pasando la correa de mi bolso sobre mi cabeza.
—Por supuesto. Gracias.
El barco que iba a Causeway Island era más un pesquero de arrastre que un ferri.
Húmedos asientos de plástico. Una cubierta resbaladiza, con paneles de chapa estriada
que perforaban el suelo por agarre. Barandales oxidados, pintados tantas veces que un
arcoíris de colores era visible en la longitud de acero que había sido arañado aquí y
allí… festivas magulladuras para la decoración del barco que me hacían sonreír.
El viejo que capitaneaba el barco era hosco, sin dientes y antipático. No dijo una
palabra cuando subí al barco, y siguió sin hablar mientras nos sentábamos allí,
cabeceando de un lado a otro mientras él, al parecer, esperaba a más pasajeros que nunca
llegaron. Eran cerca de las siete para el momento que abandonó su puesto y arrancó los
motores del barco, retirándolo del pequeño puerto. Port Creef desapareció detrás de
nosotros, para ser reemplazado por una franja de agua gris como el metal, cubierta con
blancos picos.
El viaje fue corto y agitado. Dios, me sentía tan mareada. Puesta del revés, hasta el
punto que, en un momento, consideré inclinarme sobre el lado del barco y vomitar. No
habría ido bien, sin embargo. El enjuto hombre tras el timón en la parte delantera del

4 Cumulonimbos: son nubes de gran desarrollo vertical, internamente formadas por una columna de aire
cálido y húmedo que se eleva en forma de espiral rotatorio. Estas nubes suelen producir precipitaciones
intensas y tormentas eléctricas, especialmente cuando ya están plenamente desarrolladas.
barco, se mantuvo lanzando vacilantes miradas en mi dirección, como si estuviera
esperando la mitad de mí y estuviera preparado y listo para lanzarme por la borda si
necesitaba hacerlo.
The Causeway emergió en el horizonte, una mancha de color, oscuro y negro. La
isla no era una franja encantadora de tierra que se elevaba graciosamente del océano
como la arqueada joroba de una ballena; era el grupo angular de músculo, tendón y
hueso de un puño cerrado, golpeando su camino hacia el cielo con un desafío que
parecía no corresponderse con la manera perezosa y tranquila en que la gente que
ocupaba su superficie generalmente pasaba sus días (de acuerdo con Google). El color
del cielo era aún oscuro y prometía lluvia, pero a pesar de mí misma, no pude evitar
encontrar una salvaje belleza en el lugar.
En una orilla de rocas redondeadas con el océano y áspera arena, un hombre
mayor llamado Hilary estaba esperándome. Vestido con un estirado traje con una
corbata púrpura oscura, nunca había visto a un hombre tan fuera de lugar en todo el
mundo. No parecía pertenecer aquí, a este extraño, salvaje y místico lugar, pero. por
otro lado, estaba segura que yo tampoco.
—Veo que llegó a salvo, entonces, señorita Lang. —Tomó mi enorme maleta,
empacada hasta el punto de estallar con ropa y libros, y la cargó fácilmente en dirección
a un Land Rover salpicado de barro que estaba estacionado a seis metros de distancia.
—Eso parece —estuve de acuerdo. No estaba demasiado segura si quería decirlo,
sin embargo. Parte de mí, se sentía perdida, como si hubiera tallado un trozo de mi
corazón y olvidado traerlo conmigo en el vuelo desde California.
—Ronan y los niños ya están en la casa. Si quiere, podemos conducir por la isla y
puedo señalar dónde se encuentran los servicios antes de que nos dirijamos allí. No se
espera que empiece a trabajar hasta mañana, así que hoy es todo suyo. Puede dormir si
tiene jetlag, o podría ir por un paseo, hacer una exploración o lo que sea. —Parecía que
la idea de explorar la isla lo aburría profundamente.
Opté por un rápido recorrido y luego ir a la casa. Dormir no era una opción
después de dormitar todo el camino desde el aeropuerto en la parte trasera del taxi de
Carrick, pero el esfuerzo de estar de viaje durante tanto tiempo, me había aniquilado.
Tumbarme en mi cama, leyendo y relajándome en el silencio, sonaba perfecto en este
momento.
Hilary me mostró dónde estaban la tienda de comestibles local, la oficina de
correos, el banco. Me condujo de lo que llamó el Church Quarter hasta el otro extremo
de la isla —un gran total de veinte minutos en el auto—, a una ciudad llamada
Richmond, para mostrarme un hermoso y extenso lago allí. Después de eso, anunció que
era el momento de ir a la casa grande.
—¿La casa grande?
—Eso es lo que todo el mundo llama, el lugar de Fletcher. Ha estado en la familia
por generaciones. Dinero verdaderamente viejo del estado irlandés, aparentemente.
Mucha gente de la isla solía ser empleada allí, en la época victoriana. Cocineros,
personal de servicio, jardineros, ese tipo de cosas. Nadie ha estado viviendo allí por
mucho tiempo. Creo que los residentes aún están conmocionados cuando ven al jefe
precipitándose alrededor en su motocicleta.
 Huh. Ronan era de dinero viejo. Eso explicaba mucho. Exudaba un aire de
autoridad, que iba más allá de su posición como director de la Corporación Fletcher. No
era un arrogante hombre de negocios de Nueva York, como mamá sospechaba. Era un
terrateniente irlandés de tercera generación, rico y arrogante. ¿Y dónde demonios
consiguió una motocicleta aquí?
 Estaba nerviosa por verlo. Nerviosa de una extraña manera femenina, que era
absolutamente loca. Había sido jodido en mi entrevista. Había logrado desnudarme y, de
alguna manera, hacerme sentir menos de un centímetro de alto en un período de quince
minutos, y aun así sus miradas y su confianza me inquietaban. No debería dejar que
suceda, pero cada vez que lo recordaba entrando en su oficina y sentarse en su escritorio
frente a mí, estaba indefensa. Seis meses tenía que vivir en la misma casa que él. Seis
meses era mucho tiempo. Iba a estar desamparadamente enamorada del imbécil para el
momento en que mediados de abril rodara alrededor, o iba a odiarlo más que a nadie en
la superficie del planeta.
Cuando Hilary giró el Land Rover en una larga y recta carretera y de repente
apareció “La Gran Casa” delante de nosotros, entendí por qué todo el mundo la llamaba
así. El edificio no era una casa, era una mansión. Una enorme monstruosidad de piedra
arenisca, de tres pisos de altura, con ocho pilares, cuatro a cada lado de la enorme
entrada, apuntalando un ancho dintel que corría de un extremo a otro del edificio.
Cuento un total de ocho ventanas en cada uno de los pisos. ¿A cuántas habitaciones
equivalía eso? El lugar era obsceno. Tenía perfecto sentido que la familia Fletcher, hacia
1890, había necesitado contratar a la mitad de la isla para dirigir el lugar.
—¿En serio? —No pude contener el comentario, mientras me sentaba allí,
parpadeando hacia la casa, la cual se volvía cada vez más grande y más grande, mientras
el Land Rover se apresuró en el camino de entrada―. ¿Todo esto? ¿Para Ronan, yo, tú y
dos niños pequeños? Estaremos perdidos la mitad del tiempo.
Hilary rió entre dientes.
—No para mí, en realidad. Me voy a Nueva York esta noche. Ronan me pidió que
echase un ojo a las cosas de la ciudad por él e informara si algo sale mal.
 Así que Hilary era más que un chófer. Eso no me sorprendió. Tenía una forma de
dominio de sí mismo y de hablar, que me hacía pensar que era muy educado. Era raro 
que hubiera sido él quien vino a recogerme de la playa, pero entonces de nuevo a Ronan
Fletcher obviamente no le importaba hacer las cosas un poco diferente.
—Si necesitas algo, siempre puedes llamarme. Ten. —Metió la mano en el bolsillo
y sacó una pequeña cartera de cuero negro—. Tengo algunas tarjetas de visita dentro.
Toma una —indicó, sosteniendo la cartera hacia mí.
Así lo hice. Dejé la billetera cerrada y se la devolví una vez que tenía la tarjeta,
pero no antes de notar la fotografía deslizada dentro de la ventana de plástico
transparente que había dentro: Hilary y Ronan, ambos con camisetas manchadas de
sudor, cubiertos de barro, las cabezas inclinadas hacia atrás, ambos riéndose
burlonamente de alguna hilaridad desconocida a la que nunca iba a tener acceso. Era
extraño ver a Ronan riendo, parecía otro hombre.
Nadie nos saludó dentro de la casa. No sabía lo que esperaba del interior, tal vez
algo parecido a una casa solariega vieja y envejecida, con butacas orejeras, chaise longue
situados en los ventanales, cortinas gruesas y pesadas con ricos brocados, sujetadas con
ligaduras de borla de oro. Lo que no esperaba era la eminencia del lujo moderno. Frescos
y pulidos suelos de mármol. Televisores de pantalla plana que se veían costosos y sofás
desmontables tan grandes que podrían caber por lo menos siete u ocho personas en ellos
a la vez. Todo olía a nuevo, y parecía que había sido enviado desde Pottery Barn o
Macy's, desde los jarrones de vidrio de forma descontrolada a las alfombras de pelo
grueso debajo de los pies y la piel echada que estaba ordenada cuidadosamente sobre el
respaldo de un sillón de felpa de color crema.
—No te preocupes. No es real. —La voz de Ronan Fletcher resonó en el cavernoso
salón, rebotando en las paredes, de modo que me tomó un momento entender su
localización exacta. De pie en una puerta junto a la ventana, estaba vestido con una
sencilla camiseta negra y vaqueros negros. Estaba descalzo, lo cual, por alguna razón, me
hizo sonrojar. ¿Qué demonios era eso?
Su cabello oscuro había estado alisado hacia atrás cuando nos reunimos la última
vez, lleno de producto, pero ahora estaba peinado hacia atrás de su rostro, en gruesas
ondas, por las que cualquier chica habría matado.
—Llevaré tus maletas a tu habitación, señorita Lang. —La mano de Hilary en mi
hombro casi me hizo saltar, había olvidado por completo que él estaba allí.
—Oh, no te preocupes. Puedo hacer eso. —Traté de rescatar la manija de mi
equipaje de él, pero era demasiado rápido para mí.
—No es un problema. De todos modos, tengo que ir a hacer las maletas. Y estoy
seguro de que Ronan quiere hablar contigo también.
—Está bien. Gracias, Hilary. Ophelia, ven y siéntate. Debemos repasar unas
cuantas reglas de la casa, ¿verdad? ―Frío como siempre, Ronan entró en la habitación y
se sentó en el desmontable, lanzando un brazo sobre el respaldo del sofá. Su cuerpo no 
estaba tan rígido como lo había estado en Nueva York, pero aún le quedaba una cualidad
reservada que lo hacía parecer remoto y desapegado de todo lo que le rodeaba. No podía
poner mi dedo en ello, pero esa cualidad de distante y frío, era a la vez tan abrumadora y
tan increíblemente sutil que hizo girar mi cabeza.
Fui y me senté en el otro lado del sofá, posándose en el borde, las rodillas
apretadas juntas, las manos apoyadas en mis muslos, la espalda recta.
—Te ves muy incómoda ―comentó―. No lo estés. Esta es tu casa ahora, Ophelia.
Por los próximos seis meses, de todos modos. Relájate. De lo contrario, serás miserable.
Y no quiero eso.
Tenía razón, pero me iba a llevar un poco más de cinco minutos para que
comenzara a poner los pies en los muebles y holgazanear en mis pantalones de chándal.
Sin embargo, me recliné en mi asiento, tratando de no estar tan tiesa.
—¿Dijiste que había reglas de la casa?
—Solo una o dos. Cosas simples y obvias que no se necesitan decir, estoy seguro.
Sin embargo, en aras de la claridad, probablemente sería mejor sacarlas del camino y
luego podemos seguir adelante. —No había notado la forma en que sus mejillas se
hundían antes. Probablemente porque no había sonreído una vez durante nuestra
reunión en Nueva York. Ahora, con la débil sugerencia de burlas de diversión en las
comisuras de su boca, eran casi visibles.
Connor había heredado el rasgo de su padre. Era una locura lo semejantes que
eran.
—En primer lugar —indicó, levantando el dedo índice—, quería darte las gracias.
Sé... sé que no soy una persona fácil para estar cerca, Ophelia, y también sé que no fui
muy ... —Pareció ir a tientas por el resto de su condena. Le tomó un tiempo antes de
continuar—. No fui muy agradable en tu entrevista.
—No, no lo fuiste. Fuiste un idiota. —Las palabras salieron de mi boca antes de
que pudiera detenerlas. Oh, mierda. ¿De dónde diablos vino eso? Demasiado tarde para
poner mi mano sobre mi boca y callarme. Imposible poner las palabras en mi boca,
donde pertenecían. ¿Qué estaba mal conmigo? Las cejas de Ronan se alzaron
lentamente, sus ojos quemaron un agujero en el lado de mi rostro. No pude mirarlo. No
directamente, de todos modos. Solo pude alcanzar una mirada de dolor de soslayo.
Parecía un poco aturdido.
—Vaya. Nadie ha sido tan franco conmigo desde que Magda murió —dijo.
—Lo siento. Eso estaba fuera de lugar. No debería haber...
—No, no, por favor. Fui un idiota. Me comporté de una manera muy espasmódica.
Por eso me disculpo. Ya no tengo el hábito de ser amable con la gente. Probablemente 
debería haber hecho que alguien más te entrevistara. —Su voz era rica y suave, como
café caliente.
El acento que había tenido un momento tan difícil de colocar en él cuando nos
conocimos, tuvo un poco más de sentido ahora, aquí en la isla, donde parecía que casi
todos los ocupantes eran de ascendencia irlandesa. Estaba apenas allí, pero un par de
palabras que pronunció estaban débilmente teñidas con un pequeño acento irlandés.
Escuchar a Ronan hablar fue un placer inesperado que hizo que mis dedos de los pies se
curvasen dentro de mis zapatos.
—Dudo que habrías permitido que otra persona tomara una decisión tan
importante para ti —señalé—. No me pareces el tipo de persona que confiaría el cuidado
de sus hijos con cualquiera.
Me miró durante largo rato. Y luego:
—Tienes razón. No lo haría. Así que aquí estoy, disculpándome, y aquí estás, tan
lejos de casa. Un extraño en una tierra extraña. —Se volvió y miró por la ventana a su
lado, con los ojos fijos en algo a lo lejos—. Supongo que eso me lleva a la regla más
importante a la que me gustaría que te adhirieses. No conoces a nadie aquí en la isla.
Sería tentador, supongo, tratar de hacer amigos. Amigos chicos. Quizás alguien especial
con el que pasar el tiempo. Románticamente —añadió al final, como si su argumento no
estuviera siendo suficientemente claro. Sin embargo, lo escuchaba fuerte y claro, y ya
estaba retorciéndome en mi asiento.
—Ronan, créeme. No estoy pensando en deslizarme hacia abajo de una tubería de
desagüe para ir y llegar a primera base con un local. Estoy aquí para cuidar de los niños.
Eso es. No tengo ningún interés en conocer gente, varón o de otra manera.
Me dirigió una sonrisa torcida y torpe.
—Estoy seguro de que eso es cierto. Pero como dije. Lo mejor es solo sacar estas
cosas a la luz y luego podemos seguir adelante. No quiero que nadie entre a la casa en
ningún momento, ¿de acuerdo? Definitivamente no quiero que tengas huéspedes en tu
habitación. No quiero que exista una situación en la que Connor o Amie puedan
encontrar a un hombre que conocen, vagando alrededor en su ropa interior, ¿de
acuerdo?
Mis mejillas estaban carmesí, tenían que estarlo. Una mezcla de indignación y
vergüenza se disparó a través de mí, chisporroteando justo debajo de la superficie de mi
piel. Sentí que estaba ardiendo por todas partes.
—No soy tan fácil —espeté—. No invitaría justamente a un chico a mi habitación
para conectar, si eso es lo que estás insinuando.
Ronan sacudió la cabeza, ahora bajando la mirada a su regazo.
—No estoy insinuando nada. Solo estoy diciendo cuáles son las reglas. Lo siento si
te parece ofensivo, Ophelia, pero mis hijos son muy importantes para mí.
—Lo sé. Por supuesto que lo son. Pero…
—La única otra cosa que te pido es que no los dejes solos en la playa. De alguna
manera las clases de natación parecían innecesarias en Nueva York. Estúpido, lo sé.
Planeo tratar con el asunto, conseguir que se inscriban en las clases lo antes posible,
pero por ahora si están fuera, no dejes a ninguno de ellos fuera de tu vista. ¿De acuerdo?
 Quería defenderme más, era una locura que pensara que iba a lanzarme a los
hombres al azar, a la izquierda, a la derecha y al centro, pero pude ver que volver hacia
atrás y discutir con él sobre esto, no iba a servir a ningún bien mayor.
—Sí. Estaré muy vigilante, tienes mi palabra.
—Bueno. Ahora, la biblioteca en la planta superior está a tu disposición. Hay un
cine en el sótano que puedes utilizar para ver películas con los niños. Puedes utilizar eso
para tu propio uso personal al anochecer también, una vez que los niños hayan ido a la
cama, pero debes mantener tu oído siempre en ellos. Amie suele ser bastante buena para
irse a la cama y quedarse allí, pero Connor es un noctámbulo. Se levantará y se paseará
por la noche si puede salirse con la suya.
—Sí. No es un problema. —Mi mente seguía sobresaltada por la perspectiva de
una biblioteca entera arriba, junto con una sala de cine en la planta baja para registrar
muchas de las otras características de la casa que Ronan me explicó. Comprendí algo
sobre un cuarto de huéspedes. Una piscina para hacer largos, también abajo, que los
niños estaban autorizados para jugar en ella bajo supervisión, ya que tenía poco más de
un metro de profundidad.
―La única área de la casa que está fuera de los límites para ti es mi estudio —
aseveró Ronan—. Tengo un montón de documentos sensibles ahí. Podría literalmente ir
a prisión si la gente no autorizada los viese. Es muy importante que Connor y Amie
nunca vayan a mi estudio, Ophelia. Nunca. Bajo cualquier circunstancia. Prométeme
ahora mismo que nunca los dejarás entrar.
Una intensidad había alcanzado a Ronan, una furia brillando en sus ojos mientras
hablaba de su oficina. Su tono era agudo, más duro de lo que creía que debía ser. Tan
triste que el tipo estuviese tan desesperado por encerrarse en su estudio, lejos de sus
hijos todo el tiempo. Conocía a muchos padres que eran así en California, sin embargo.
Había un montón de banqueros de inversión y personas que trabajaban en el barrio
financiero de Manhattan Beach, y muchos de ellos tenían muy poco tiempo para sus
hijos e hijas. En el caso de Ronan, la pérdida de su esposa debe haber tenido mucho que
ver con su reticencia a pasar tiempo de calidad con sus hijos. No había visto una
fotografía de Magda, pero sería extraño que sus hijos no llevaran un pedazo de ella por 
el aspecto que tenían, la forma en que sus voces sonaban o por las cosas que decían.
Tenía que ser difícil para él incluso mirarlos a veces, incluso ahora.
—Prometo que no los dejaré entrar en tu estudio. Nunca —aseguré—. Sobre mi
cadáver.
Ronan hizo una mueca de dolor, un movimiento de emoción inusual que me hizo
estremecerme. Realmente debería haber aprendido a pensar antes de abrir la boca. No
tenía ni idea cómo había muerto su esposa. Podría haber sido un accidente. Podría haber
sido un terrible error fatal que le había costado la vida, y aquí estaba haciendo pulla
sobre mi cadáver. Dios. Camino, demasiado pronto.
—Son muy educados la mayor parte del tiempo —dijo Ronan—. Si les dices que
no hagan algo, por lo general obedecen. No tendrás que reprenderlos muy a menudo. Si
tienes que castigarlos por la actuación, he encontrado la manera más efectiva de hacerlo,
es que se sienten y me escriban una carta, explicando cuál es el problema y por qué no
están en el mejor comportamiento.
No es lo que esperaba en absoluto. La mayoría de los padres confiscaban la
tecnología de sus hijos para enseñarles una lección en estos días. Era la forma más poco
imaginativa de controlar la forma en que se conducían, y sin embargo era también la
ruta más fácil. Los niños no iban a patear y gritar o crear una escena en público si
tomaba sus iPads. Se iban a poner en silencio como ratones de iglesia hasta que le dieras
esa mierda de vuelta. Si amenazabas con llevar los teléfonos móviles lejos, prácticamente
podrías hacer milagros con la actitud de un niño.
Sin embargo, Ronan no operaba de esa manera. Quería que sus hijos se sentaran a
reflexionar sobre sus acciones, a procesarlas y a comunicar sus sentimientos de la mejor
manera posible. Para Amie, solo de cinco, escribir sus pensamientos probablemente era
casi imposible, pero era una ideología refrescante, eso era seguro.
Ronan se puso de pie.
—Me alegro de que hayamos terminado. Si no tienes ninguna pregunta, diría que
es hora de conocer a los pequeños demonios, ¿no?



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Mensaje por Rowina Lun 17 Jul - 16:26

Buen inicio de semana !! 
El personaje del dia de hoy es Ronan, esperamos su comentario, recuerden cada imagen tiene el valor de 5 puntos pero el valor del puntaje ira reduciéndose conforme el orden de posteo.

Al terminar esta semana nuestra bella Ross les estará otorgando una firma personal, avata o gif a los mejores 3 puntajes



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