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Lectura #2 Julio 2017
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Book Queen :: Biblioteca :: Lecturas
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Re: Lectura #2 Julio 2017
Por no hay mucho que decir, ya nos estamos enterando de lo que paso en Afganistán. Gracias por lo capítulos
Veritoj.vacio- Mensajes : 2400
Fecha de inscripción : 24/02/2017
Edad : 52
Re: Lectura #2 Julio 2017
Pobre Ronan con razon no podia vivir con lo que paso en Medio Oriente matar hombres es una cosa, ero una mujer con su bebe fue un grave error pobrecito.
En cuanto al diario Ophelia deberia de dejar de ser quisquillosa por algo se lo djo Ronan
Gracias por los capitulos de hoy Jess yo ya estaba pensando en la imagen de quien subiriamos hoy haber si el fin de semana puedo participar
En cuanto al diario Ophelia deberia de dejar de ser quisquillosa por algo se lo djo Ronan
Gracias por los capitulos de hoy Jess yo ya estaba pensando en la imagen de quien subiriamos hoy haber si el fin de semana puedo participar
Isa- Mensajes : 401
Fecha de inscripción : 24/02/2017
Edad : 42
Re: Lectura #2 Julio 2017
Ronan
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@Isa --------------------4pt.
@micafp_2530 ---------3pt
@Macs ------------------2pt
@mariateresa ----------1pt
Ofelia
jymm------------------5pt.
micafp_2530 ---------4pt
Isa --------------------3pt.
Macs ------------------2pt
mariateresa ----------1pt
Connor & Amie
jymm------------------10pt.
Isa --------------------8pt.
micafp_2530 ---------6pt
Macs ------------------6pt
mariateresa ----------8pt *una imgen 2 pesonajes
Sully
micafp_2530 --------- distinto actor 3.5pt
Isa -------------------- mismo actor 5pt
Macs ------------------ distinto actor 3.5pt
mariateresa ----------distinto actor 3.5pt
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Ofelia
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Connor & Amie
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Sully
jymm------------------ mismo actor 5ptRoss L de Mellark escribió:Imagen Capciosa !!!
El dia de hoy el personajes será Sully.
NOTA:
Recuerden son gemelos
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Isa -------------------- mismo actor 5pt
Macs ------------------ distinto actor 3.5pt
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Atómic_Mellark- Mensajes : 1172
Fecha de inscripción : 24/02/2017
Re: Lectura #2 Julio 2017
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Atómic_Mellark- Mensajes : 1172
Fecha de inscripción : 24/02/2017
Re: Lectura #2 Julio 2017
Hola !!
Aquí estoy yo hoy...
Impactada, muy, muy impactada.
Ahora comprendo mejor las cosas. Pobre Ronan Es que si estuvo muy feo todo eso, de verdad, pobres de todos los soldados a los que les toca vivir ese tipo de cosas.
Gracias por los capis de hoy chicas !!
Y no creo que el fin de semana pueda participar u___u probablemente apenas y tenga tiempo de leer, pero lo intentaré.
Y amm... gracias Ross !! No entiendo que debo elegir pero muchas gracias!
'Sra. Maddox!
micafp_2530- Mensajes : 1884
Fecha de inscripción : 26/02/2017
Edad : 30
Localización : Entre las páginas de un libro...
Re: Lectura #2 Julio 2017
Muchas gracias Ross ya que eliga Jymm me gustaria elegir un avatar tipo gif por favor si se puedeRoss L de Mellark escribió:TOTALES
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Isa- Mensajes : 401
Fecha de inscripción : 24/02/2017
Edad : 42
Re: Lectura #2 Julio 2017
Hoy no me tocó ganar ni modoRoss L de Mellark escribió:TOTALES
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Eso me pasa por buscar dos actores parecidos y no utilizar el mismo
Gracias Ross
Macs- Mensajes : 450
Fecha de inscripción : 11/09/2016
Re: Lectura #2 Julio 2017
Viernes 21, 13 y 14
Como siempre dice una gran amiga hoy no tengo mucho que decir pero es malo todo lo que le sucedio a ronan es comprenisible que se haya suicidado pero sigo sin creer que haya sido lo correcto
Como siempre dice una gran amiga hoy no tengo mucho que decir pero es malo todo lo que le sucedio a ronan es comprenisible que se haya suicidado pero sigo sin creer que haya sido lo correcto
Macs- Mensajes : 450
Fecha de inscripción : 11/09/2016
Re: Lectura #2 Julio 2017
Por lo que parece Ronan y Sully se cuidaban entre ellos, lo que paso en Afganistán tuvo un fuerte impacto en Ronan
yiniva- Mensajes : 4916
Fecha de inscripción : 26/04/2017
Edad : 33
Re: Lectura #2 Julio 2017
Solo pase a decir presente estuve pendiente el dia de hoy aunque mañana no se si pueda tengo una fiesta apartenme unos puntos jajajajaja
Isa- Mensajes : 401
Fecha de inscripción : 24/02/2017
Edad : 42
Re: Lectura #2 Julio 2017
Como dice Isa, solo pasé a decir presente porque no hay capis hoy u____u esperaremos a mañana !!
Solo que, al igual que Isa, tengo una reunión xD Solo que familiar...
Bonito domingo chicas!!
Solo que, al igual que Isa, tengo una reunión xD Solo que familiar...
Bonito domingo chicas!!
'Sra. Maddox!
micafp_2530- Mensajes : 1884
Fecha de inscripción : 26/02/2017
Edad : 30
Localización : Entre las páginas de un libro...
Re: Lectura #2 Julio 2017
15
Sea King
Dicen que las desgracias siempre vienen de tres en tres. Nunca he creído en
ese tipo de supersticiones o maldiciones de por sí, pero cuando me
desperté tarde esa noche por los gritos de Connor, con su voz ronca y el
terror atravesando la casa como un disparo, no me sorprendí. Me sentí casi como si
hubiera estado esperando que algo horrible pasara, y ahora que iba a ser golpeada por la
fuerza de otro desastre, ya estaba preparada para el impacto. Caminé por el pasillo hasta
su habitación, planeando ya mentalmente lo que haría si estaba enfermo o herido de
cualquier forma. Ya tenía preparada abajo una bolsa de “emergencia” para salir
corriendo. El depósito del Land Rover estaba lleno. Conocía la ruta al diminuto centro
médico de Causeway como la palma de mi mano.
Empujé la puerta de la habitación de Connor para abrirla, yendo rápido hacia su
cama, pero no estaba allí.
―¡Mira! ―Se encontraba de pie junto a la ventana llevando solo los pantalones
del pijama, su pecho desnudo era flaco, se le notaban todas las costillas. Le faltaba su
gorro con las rayas del arcoíris en la cabeza; probablemente era la primera vez que lo
veía sin él desde que Ronan murió.
―¿Qué te pasa? ¿Estás herido? ¡Connor, dime qué te pasa! ―Recorrí su cuerpo
con mis manos, buscando algo que estuviera fuera de lugar. Buscando sangre.
―Estoy bien. Me encuentro bien. ¡Mira ahí afuera! ¿Puedes verlos? —Me pasó los
binoculares que llevaba enganchados a la muñeca, tirando de mí para que me acercara a
la ventana, con la palma de su mano presionada contra el panel de cristal―. Ahí afuera.
En la oscuridad. Hay una luz. Hay gente en el agua.
Fuera, la noche era tan oscura como boca de lobo. Negra como la tinta. Cómo
podía ver algo ahí, era un misterio. Tomé los binoculares y miré por ellos, bizqueando
hacia la oscuridad. Nada. No se veía nada.
―No, ahí no. Aquí. ―Connor tomó mi mano y me dirigió hacia la izquierda,
bufando impacientemente―. Tenemos que hacer algo. ¡Necesitan ayuda!
De nuevo, nada. Y entonces… una luz. El leve parpadeo de una luz, amarilla y
débil, en algún lugar en el mar. ¿A seis kilómetros? ¿Cinco? Era imposible juzgar la
distancia sin ningún punto de referencia y sin luz del día.
D
―Es solo un carguero, Connor. ¿Quizás un crucero? Vamos, volvamos a meterte
en la cama.
―No. Mira otra vez. Fíjate bien. Es un bote. Un bote hundiéndose.
Suspirando, hice lo que me decía. No habría manera de volverlo a llevar a la cama
si no hacía lo que quería de una vez. Quizás había tenido una pesadilla. Pasaba tanto
rato mirando al exterior con esos binoculares cada día que no era ninguna sorpresa que
tuviera pesadillas, imaginando todo tipo de cosas pasando en el agua.
―De acuerdo, Connor. No puedo ver nada. De verdad…
Paré. La proa de un barco sobresalía en el agua, justo ahí donde él decía que
estaba. Mis ojos se estaban acostumbrando a la oscuridad y cada vez podía ver más y
mejor.
La luz era un fuego.
El reflejo del fuego brillaba sobre el agua, marcado por la silueta del aumento de
las olas y la marea… olas que debían ser tan altas como la casa. Cada vez que el agua lo
alzaba, podía ver…
Mi mente se quedó en blanco.
No había ninguna manera real de comprender lo que estaba viendo. Gente. Gente
en el agua. El barco estaba mucho más cerca de lo que pensé en un primer momento. No
eran seis kilómetros. Ni siquiera cinco. No podían ser mucho más de doscientos o
trescientos metros de la costa.
―Oh, Dios. Tenemos que llamar a alguien. ―Sin pensarlo, rodeé a Connor con
mi brazo y lo apoyé en mi cadera. Era demasiado grande para cargarlo muy lejos de esta
manera, pero pude llegar hasta la habitación de Amie. Seguía durmiendo y casi ni se
despertó cuando la levanté de su colchón―. Está bien, cariño. Todo está bien. Nos
vamos a dar un pequeño paseo. Shhh… Vuelve a dormir.
Los llevé a mi habitación, donde había dejado mi teléfono sobre el diario de
Magda.
―¿A quién vas a llamar? ―preguntó Connor con un ansia en la voz que la hacía
sonar chillona.
―Al 911, amigo. Solo voy a llamar al 911. Sabrán exactamente qué hacer.
Connor tomó los binoculares que todavía sostenía yo y se fue corriendo al otro
lado de la habitación, abriendo de un tirón las puertas francesas que daban al balcón. En
cuanto las abrió, pude oír el viento ululando afuera como un animal herido.
―911, ¿cuál es su emergencia? ―El tono monótono de la voz que salía
entrecortada en mi teléfono me sobresaltó. Esta era la segunda vez que tenía que hacer
una llamada de este tipo. Nunca en mi vida había tenido que llamar al 911, y desde que
había puesto mis pies en esta isla, lo había tenido que hacer dos veces.
―Un barco se está hundiendo. Frente a la costa de The Causeway. Hay gente en el
agua. Parece tener algún tipo de incendio.
―¿The Causeway, señora? ¿La isla Causeway?
―Sí.
―Los servicios de rescate y emergencia ya han sido enviados hacia el barco
averiado, señora. La guardia costera ya está en camino.
―Pero ¿cuánto tardarán en llegar aquí? Luce muy mal. No sé cuánto tiempo
tendrán hasta que el barco se hunda. ―Mis palabras salían atropelladas; era un milagro
que pudiera entender lo que estaba diciendo.
―En cualquier momento desde ahora, señora. Cálmese. Si usted requiere algún
otro tipo de ayuda, por favor, llame de nuevo inmediatamente.
―Gracias. ―Colgué, sin estar segura de qué hacer luego. Dejé a Amie, que seguía
durmiendo, en mi cama y fui a buscar a Connor al balcón.
―Se van a ahogar ―dijo, pasándome los binoculares―. Las olas son demasiado
grandes. ―Estaba temblando, tiritaba tan fuerte que todo su cuerpo se sacudía―.
Tenemos que hacer algo. ―El viento arrastraba tierra adentro el agua, golpeando en los
acantilados que había bajo la casa y subiendo hacia arriba, llevándose las palabras de
Connor con él. Casi no podía oír lo que decía. Aun así, tenía miedo. Podía ver el miedo
en sus ojos.
―Bien. Haremos algo. Entra.
Connor me siguió y me ayudó, apoyando el peso de su cuerpo contra la puerta
francesa cuando traté de cerrarla.
―Ve al armario del pasillo. Toma todas las mantas que puedas encontrar y bájalas
a la entrada. ¿Puedes hacer eso, Connor?
Asintió, esperó un segundo, parpadeó y luego salió corriendo de la habitación.
Recogí a Amie, junto con el edredón de mi cama, y me apresuré por el pasillo detrás de
él. Un segundo más tarde, agarré un suéter de lana para Connor de uno de los cajones de
su habitación, y corrí escaleras abajo tras él.
―Ven, ponte esto. Busca tus zapatos. Trae los de Amie también.
―De acuerdo.
Se fue otra vez para encontrar sus zapatos y corrí a la cocina, con Amie aún en mis
brazos como un salvavidas.
Linterna.
Maletín de primeros auxilios del armario que había encima de la cocina.
Barritas energéticas.
Una botella de whisky.
Metí todos estos artículos en una bolsa y me la colgué del hombro, luego fui a
encontrarme con Connor. Unos momentos después, estábamos acelerando por nuestra
calle en el Land Rover, Amie inconsciente en el asiento trasero, Connor con sus
binoculares presionados contra la ventana de delante. El suéter que había tomado para
él era demasiado grande, como si la persona que lo había adquirido, accidentalmente lo
hubiera comprado tres tallas demasiado grande. Los puños colgaban sobre sus manos y
el dobladillo rodeaba sus rodillas.
―¿Puedes ver a los guardacostas? ―le pregunté.
―No. La luz se ha apagado ya.
Esa no era una buena señal. Si el barco de verdad había sufrido un incendio, el
fuego no se hubiera tan solo apagado. Hubiera desaparecido solo si el barco se hubiera
hundido, lo cual era la peor cosa que podría suceder. Había una corriente considerable.
Dependiendo del tamaño del bote y lo lejos que la gente hubiera logrado nadar para
alejarse de él antes de que se hundiera, habría arrastrado cualquier cosa flotante con él.
El reloj del Land Rover marcaba las 2:48. Casi las tres de la mañana. La isla debería
haber estado durmiendo, pero mientras conducía por la estrecha y ventosa carretera y
aceleraba para dirigirme hacia el muelle, luces brillaban dentro de las casas que íbamos
pasando. La noticia se había extendido. En el muelle, un pequeño grupo de gente estaba
ya reunida, en pijama y zapatillas algunos de ellos, y algunos otros se habían tomado el
tiempo de ponerse unos vaqueros, camisetas y jerséis antes de salir corriendo por la
puerta.
Una ambulancia, que se notaba que había tenido días mejores, se hallaba
estacionada en el embarcadero, las sirenas lanzaban fuertes destellos en rojo y azul a la
noche, y un hombre al que no había visto nunca se paseaba junto a ella, con la cabeza
baja contra el viento, hablando por el teléfono que tenía pegado a la oreja.
―Quédate aquí un segundo ―le dije a Connor.
―¡Pero, Ophelia! ―Me miró consternado.
―Hablo en serio. Quédate en el auto y asegúrate de que Amie no se despierta.
¿Puedes hacer eso por mí, por favor? ¿Puedes cuidar de tu hermana?
Se quedó en silencio un momento, con la boca abierta, pero luego, de repente,
asintió.
―¿Volverás enseguida?
No estaba enfadado por perderse la acción. Simplemente no quería que lo dejara
solo.
―Lo haré. Lo prometo. No me iré por más de cinco minutos, ¿de acuerdo? ¿Ves el
reloj aquí? ¿Que dice que son las dos y cincuenta y ocho? Estaré de vuelta antes de que
marque tres cero tres, lo juro.
―Está bien entonces.
Salí del auto y cerré la puerta de un golpe, apretando el botón de cerrado detrás de
mí. Escaneando a la multitud, vi a Michael, el hombre que había conocido en la fiesta de
Rose, hablando con otro hombre que podría ser su hermano por el parecido. Cuando
Michael me vio, me saludó con la mano, haciendo un gesto para que me acercara.
―Es el Sea King ―gritó—. Ha estado naufragando durante la última hora. La
tormenta llegó de repente. Un montón de embarcaciones han sido arrastradas contra la
costa. Otro barco más arriba por la costa, un carguero, también ha sido dañado. La
guardia costera está ahora con ellos, intentando prevenir un vuelque.
―Pero, ¿y qué pasa con estos hombres?
―Vendrán por ellos, eso dijeron. Pero seguramente será ya demasiado tarde.
Asentí, intentando entender lo que estaba diciendo.
―¿Entonces el carguero tiene preferencia? ¿Cuánta gente hay en el otro barco?
Michael se encogió de hombros. El otro hombre, unos treinta centímetros más alto
que Michael con una barba moteada de gris, cerró más su chaqueta contra su cuerpo.
―Normalmente, los cargueros no llevan mucha tripulación. Todo está
automatizado. Los ordenadores lo hacen todo. Veinte. Quizás treinta personas máximo.
―¿Y el Sea King?
―Incluso menos. Es solo un pesquero. ¿Quince hombres?
―Así que la guardia costera está ocupándose del barco que lleva más almas a
bordo. ―Tenía sentido. Y el hecho de que la carga del carguero probablemente fuera
petróleo, con un valor inimaginable de dinero y capaz de producir un desastre natural si
no era contenido, hacía que no se lo hubieran pensado. Aun así, era un crimen que los
hombres que estaban ahí fuera frente a Causeway fuera dejados hasta que se
ahogaran―. ¿Qué vamos a hacer?
―No hay nada que podamos hacer desde aquí. El bote de Jerry no está construido
para este tipo de tiempo. Y todos los otros botes en la isla son incluso más pequeños que
el suyo. Pequeñas embarcaciones de pesca para tres personas.
Michael tenía apretado en su mano derecha un manojo de llaves; parecía como si
los dientes de las llaves le estuvieran cortando los dedos.
―Joder. ―Se dio la vuelta, recorriendo con los ojos las expresiones preocupadas
de la otra gente que había en el embarcadero―. Esto es una locura. Conocemos a esos
hombres ahí afuera. Tiene que haber alguna forma de ir por ellos. ―A pesar de todo, ni
él ni su amigo parecían poder tener alguna solución.
―Tengo a los niños en el auto. Escucha, ¿me podrías hacer saber si hay alguna
forma en la que pueda ayudar? ―Señalé hacia atrás al Land Rover, donde podía ver el
rostro pálido y preocupado de Connor, asomándose sobre el salpicadero.
Michael suspiró, frustrado.
―Claro, por supuesto. Creo que todos vamos a estar aquí esperando como idiotas,
como si tuviéramos las manos atadas a la espalda, pero si hay algo, te lo diré.
―Gracias.
De vuelta en el auto, Amie roncaba y Connor estaba encaramado en su asiento,
con las rodillas en alto donde apoyaba la barbilla, y se había tapado las piernas con el
suéter, así que habían desaparecido completamente.
―¿Qué es lo que han dicho? ¿Va a ir alguien a salvarlos? ―pregunto.
―Sí, amigo. Los guardacostas ya están de camino. No tardarán mucho en llegar.
―A la mentira le costaba salir, ya que era tan grande. Nadie iba a venir por los pobres
hombres que había afuera en el agua. Nadie vendría hasta que fuera demasiado tarde. En
ese punto, rescatarían cuerpos, no supervivientes, y los habitantes de The Causeway
tendrían que ver a sus seres queridos morir.
***
Las horas fueron pasando. Connor se durmió contra su voluntad, los binoculares
aún agarrados con manos flojas, y Amie continuaba roncando. Yo no podría haber
dormido aunque hubiera querido. Más hombres llegaron con linternas. Incluso más
hombres llegaron después de eso, cargando kayaks y lo que parecían ser canoas de
madera. Un par de ellos intentaron lanzarlas al agitado océano, pero cada vez que
alguno lo intentaba, eran devueltas contra la costa por las agitadas olas. A las cuatro, o
quizás un poco más tarde que eso, el sol empezó a salir, emitiendo una temprana luz
grisácea a través de la playa. Incluso desde el auto, pude ver lo cansados y desesperados
que todos se veían, expresiones preocupadas, ceños fruncidos con arrugas tan profundas
que parecía como si fueran permanentes.
Connor estaba tapado con una de las mantas que había cogido del armario del
pasillo; Amie estaba enrollada cómodamente bajo mi edredón. Extrañamente, no tenía
frío, aunque bocanadas de vaho salían de mi boca cada vez que exhalaba y mis manos se
habían puesto azules.
Estaba considerando mis opciones —ir a casa o quedarme aquí—, cuando un
golpecito en mi ventanilla casi me mató del susto; al mirar por la ventana directamente
al mar, no había notado a Michael acercarse al auto, ni tampoco el termo de bebida
caliente que llevaba entre sus manos. Bajé la ventanilla, haciendo todo lo que pude para
esbozar una sonrisa para él.
―Café ―dijo, como si tuviéramos algún tipo de contraseña secreta―. Me imaginé
que necesitarías un poco.
―Gracias.
Me pasó el termo a través de la ventanilla, suspirando.
―El otro barco, ¿el carguero? Se hundió hace una hora. Solo lograron sacar a dos
hombres del agua.
―Oh, Dios.
―Sí. ―Nos quedamos en silencio por un rato. Y luego dijo—: Es duro, sabes. Te
hace enojar. Si no hubieran ido al carguero, si hubieran venido aquí en vez…
―No hay lugar para sies, Michael. ―Aun así, tenía razón. Quizás si el contenido
del carguero no hubiera sido tan valioso, la guardia costera habría venido por el Sea
King primero. Las grandes compañías petrolíferas tenían mucha influencia sobre el
gobierno. Poseían la mitad del gobierno. Una palabra en el oído de la persona correcta y
todos los medios disponibles habrían sido desviados fácilmente hacia una causa perdida,
en vez de a una viable.
―El mar se está calmando un poco. Esperamos poder ser capaces de salir ahí
afuera pronto en alguno de los botes pequeños. Hasta entonces, nos vamos a tener que
sentar aquí y esperar. Quizás sería mejor que te fueras a casa. De todas formas, pase lo
que pase, la gente ya habrá muerto ahí afuera. Con lo fuerte que es la corriente, las olas
golpeando contra la costa, los cuerpos empezaran a flotar pronto. Los niños… ―dijo en
voz baja.
―Tienes razón. Debería de irme a casa. Tan solo me siento tan… inútil.
Michael no me podía mirar a los ojos.
―Tú, yo y todos los que estamos aquí en este embarcadero, Ophelia. Aun así,
significa mucho que vinieras. Para la gente de la isla. Gracias.
―Por supuesto, No he sido capaz de hacer…
El fuerte rugido de un motor rasgando el aire, me interrumpió. Sobre la pequeña
altura que había detrás del embarcadero, apareció una camioneta negra, cargando contra
la costa. Creí reconocer el vehículo y el gruñido de Michael confirmó la identidad del
conductor.
―Sully. Perfecto. ―Palmeó con su mano el lateral del Land Rover―. Mejor voy y
lo freno para que no haga nada estúpido ―dijo Michael. Aun así, no sonaba muy
convencido de tener éxito en su empresa―. Te veré luego, Ophelia.
Por como sonó, esperaba que arrancara el auto y me llevara a los niños a casa, pero
no lo hice. Vi la camioneta de Sully bajar por la pendiente y dar un frenazo, enviando
una nube de arena y pequeñas piedras por el aire cuando las ruedas entraron un poco en
la arena. Salió de un salto del vehículo antes de que se detuviera del todo, cabello
salvaje, ojos salvajes, todo en él era salvaje mientras se dirigía directo hacia la
ambulancia que todavía estaba estacionada en el embarcadero. Empezó a correr.
―Oh, mierda. ―Michael lo siguió, corriendo también, tratando de interceptar a
Sully, pero no parecía que fuera a conseguirlo. Salí del auto, cerrando la puerta tras de
mí, agradeciendo que los niños siguieran dormidos, y seguí la discusión, apresurándome
hacia el embarcadero. Sully alcanzó la ambulancia ocho segundos claramente antes que
Michael, y de un golpe abrió la puerta del conductor y sacó al tipo que había estado al
teléfono más temprano en el muelle de madera de un tirón. Podía oír a Sully gritando
mucho antes de llegar hasta ellos.
―¡Puto idiota! Se supone que me tenías que llamar. Tenías que jodidamente… —
Dejó de gritar para pegarle un puñetazo en el rostro al hombre.
El tipo cayó redondo en el suelo, no tenía ninguna oportunidad. Sully le dio tres
puñetazos más con una mano, mientras agarraba la camiseta del chico de la ambulancia
con la otra. El chico ya estaba flácido cuando Michael se lanzó sobre Sully, llevándolo al
suelo.
―Quítate de encima, Michael. Apártate. Como. La. Mierda. De. Mí. ―Sully rodó
debajo de él, envolviendo con un brazo el cuello de Michael, rodeando con sus piernas
su cintura y bloqueándolo con sus tobillos. Apretó y Michael, que seguía intentando
mantener a Sully en el suelo, empezó a ponerse morado.
―Jesús, Sully. ¡Suéltalo! ―No esperaba que mi voz hiciera ninguna diferencia
ante este ex soldado que trataba de ahogar a Michael en el embarcadero, pero en el
momento en que grité su nombre, Sully paró, su agarre se aflojó. Sobre su espalda,
resollando, se quedó mirándome fijamente como si mi presencia fuera una completa
sorpresa. La conmoción estaba escrita por todo su rostro. Michael se apartó de su agarre
y se tambaleó mientras se ponía de pie, gruñendo en voz baja.
―Eres un puto idiota, Fletcher ―dijo, escupiendo en el suelo de madera―. Un
auténtico y puto idiota.
―Sí ―aceptó Sully, aún sin aliento y todavía mirándome fijamente―. Lo sé. ―Se
levantó rápidamente, sacudiéndose la ropa. El chico de la ambulancia al que acababa de
tumbar ni siquiera se movía.
―¿Por qué diablos le hiciste eso? ―solté, señalándolo―. ¿Qué quieres decir con
que se supone que te tenía que llamar?
―Soy guardacostas voluntario ―replicó—. Se supone que tendría que estar ahí
afuera, salvándolos.
―No tienes un barco, Sully. ¿Cómo puedes ser un guardacostas voluntario sin un
maldito barco? ―Michael todavía seguía con el rostro rojo. Se restregó la boca con el
dorso de la mano, ceñudo. Sully solo asintió, mirando hacia el otro hombre. Empezó
retroceder, acercándose a su camioneta.
Michael parecía estar tomando este movimiento como una mala señal.
―No puedes hablar en serio, Sully. Estás jodidamente loco. No puedes salir a ese
mar con una jodida Zodiak. No puede sobrepasar las olas. Te ahogarás con ellos si lo
intentas.
―Entonces moriré en el agua con ellos, ¿no es así? Por lo menos podré decir que
lo intenté.
―Ya no estás en el ejército, Fletcher. No tienes un equipo de hombres a los que
impresionar. El que vayas allí no es noble ni admirable. Es temerario.
―Vete a casa, Michael.
―Sé razonable, Sully.
La gente reunida en el embarcadero no había seguido a Michael y Sully como lo
había hecho yo; se mantuvieron quietos en su sitio, mirando cómo se desarrollaba la
escena con una mezcla de horror e intriga en sus rostros. Ahora, entre ellos, vi a Robert
Linneman, que era una cabeza más alto que ningún otro, con sus brazos alrededor de
una mujer mucho más bajita y regordeta que estaba junto a él, su esposa,
probablemente. Linneman se apartó de ella y se dirigió hacia la camioneta de Sully,
encontrándose con él allí.
―¿Qué intenta hacer, señor Fletcher?
―Intento salir ahí y sacar a esos chicos del agua. Si no le gusta, le sugiero que
salga de mi camino y me deje hacer lo que tengo que hacer.
―Al contrario. Me preguntaba si le podría ayudar.
Debí de oírlo mal. ¿Linneman? ¿El señor Robert Linneman? El estoico y severo
hombre con aspecto de grulla que manejaba los asuntos legales de Ronan, ofreciéndole
ayuda a Sully con lo que ya sonaba como un plan horrible que no iba a funcionar. No
tenía ni idea de qué tipo de Zodiak sería, pero seguro como el infierno que no había
impresionado a Michael.
Sully abrió la puerta trasera de su camioneta, trabajando rápidamente, deslizando
una estructura de metal desde la cama del auto.
―Lo mejor que puede hacer para ayudar, señor Linneman, es ayudar a mantener a
todo el mundo calmado y mantenerse seguro en la playa.
―Con todo mi respeto, Sully, eres solo un hombre y esto no tiene pinta de ser un
trabajo para un solo hombre. Mi cuñado, Ray, estaba en el Sea King y voy a hacer todo
lo que pueda para traerlo físicamente de vuelta a tierra firme lo antes posible.
Sully detuvo lo que estaba haciendo y miró a Linneman finalmente, midiéndolo.
―De acuerdo. Pero si te caes por la borda, será tu culpa. ¿Lo entiendes?
―De hecho, lo hago.
―Entonces, ayúdame a inflar esta cosa y lanzarla al agua. ―Empezó a destapar un
fardo grande de plástico gris, desenrollándolo sobre la arena.
Finalmente, entendí lo que estaba haciendo, el tipo de embarcación que estaba
preparando para lanzar en el mar picado, y mi estómago se contrajo.
―¿Sully? Sully, no estás pensando con claridad. ―No era mi responsabilidad
decirle qué hacer. No debería preocuparme en absoluto, en realidad, pero no pude
contener mi lengua. Habría hecho lo mismo por cualquier otro. Si pensaba que
cualquiera iba a arriesgar su vida en una acción suicida, entonces tenía que decir algo.
Sully arrastró lo que parecía ser un pequeño generador de la parte trasera de su
camioneta y lo puso sobre la arena―. Sully, por favor, solo para por un segundo y
piensa…
Tomó el cabo de un rollo de cuerda que estaba enganchado al generador y tiro de
él, estirando el brazo sobre su cabeza, y luego la cosa rugió a la vida, gruñendo,
apagando mis palabras. Sully alzó la vista y me miró, con desafío y locura en sus ojos,
retándome a hacer algo. No era que fuera a hacerle un placaje y terminar con toda esta
locura; el hombre era mucho más alto que yo y su amplio pecho estaba cubierto de
músculos. Michael estaba en forma, e incluso su tentativa de tumbarlo en el suelo había
sido bastante ridícula… parecía como si Sully hubiera luchado contra un peso mosca.
―Señor Linneman, por favor… ―Me giré hacia el otro hombre, esperando que
tuviera más sentido común, pero Linnenman se encogió de hombros sin ofrecerme
ninguna ayuda.
―Esta será probablemente la cosa más estúpida que haga en toda mi vida,
Ophelia, lo sé, pero, a veces, solo tienes que arriesgarlo todo cuando las probabilidades
son inciertas. Las vidas de esta gente dependen de nosotros.
Casi no podía ni oírlo por el rugir del viento y el ruido y traqueteo del generador,
pero podía ver que lo tenía claro en su cabeza, y no habría manera de disuadirlo. Por el
rabillo del ojo, pude ver a su mujer secándose las lágrimas con un pañuelo, recostada
contra el hombro de otro hombre de mediana edad que llevaba un batín e intentaba
consolarla.
―Mira la parte positiva, Lang. Si esta cosa se hunde y muero, los niños de Ronan
finalmente tendrán la casa. Te puedes quedar y vivir allí para siempre. Eso es algo por lo
que alegrarse, ¿no? ―dijo Sully, sonriendo.
―Tienes razón. Por qué no nos haces un favor a todos y te tiras por la borda
entonces ―contesté de mal humor―. Mira lo que me importa. O a nadie más en esta
isla.
Sully soltó una carcajada.
―Buena chica. ―Enganchó una manguera desde la goma gris a un pequeño
hinchador negro veloz hasta que la cosa frente a él ya no tenía una forma desconocida
en la oscuridad, sino la forma de un pequeño bote inflable que sencillamente necesitaba
un amarre.
―Eso nunca aguantaría. ―Oí que alguien decía detrás de mí―. La primera ola
que intenten subir se los tragará enteros.
―Bastardo arrogante. ¿Por qué no puede escuchar…?
―Alguien debería de llamar a la policía.
―Estos Fletcher están demasiado listos para morir. Está en sus huesos.
No había forma de que Sully los hubiera oído, estando de pie tan cerca del
generador. Parecía que ni siquiera era consciente de que se encontraban allí. Trabajaba
rápido, manos juntando y atando, tomando rollos extra de cuerda de su camioneta. Sacó
un soporte metálico grande de su vehículo y lo fijó a la parte delantera del bote que hace
cinco minutos había montado, asegurando un gran foco en la proa.
―De acuerdo, Linneman. Vamos a meterlo en el agua. ―Los dos hombres
tomaron el bote por las cuerdas que tenía por los lados y luego se apresuraron a entrar
en el agua―. ¡Levanta! ―gritó Sully—. ¡Caminemos hasta que pasemos el rompeolas!
Eso tenía sentido. Las olas todavía eran altas y bravas. Si intentaban navegar con el
bote, serian empujados hacia afuera una y otra vez. Con el bote alzado por encima del
agua, apoyándose en la espada de Sully y Linneman, saltaban cada vez que una ola
llegaba, amenazándolos con devolverlos de vuelta a tierra. Pronto estuvieron con el
agua por los hombros y, una vez pasado el rompeolas, dejaron el bote en el agua. Sully se
alzó para subir del bote, estirando su mano para ayudar a Linneman.
―¡Tengan cuidado! ―gritó la esposa de Linneman. Y luego, en voz baja―: Dios,
por favor, tengan cuidado. Creo que no puedo mirar.
Sully colocó el pequeño motor del bote en el agua y lo puso en marcha; no podía
decidir si el hecho de que arrancara a la primera era esperanzador, o si hubiera sido
mejor que la maldita cosa hubiera fallado y los hubiera dejado sentados en medio del
agua.
Sully era una máquina. Eficiente. Sin miedo. Determinado. No miró ni una vez
hacia la costa. Empezaron a alejarse, el bote saltando sobre el agua como si fuera una
piedra que salta cada vez que encuentra un poco de agua movida. La señora Linneman
empezó a llorar.
Corrí de vuelta al auto tan rápido como pude; los niños seguían durmiendo, gracias
a Dios. Tomé los viejos binoculares de Connor y corrí de vuelta a la orilla, buscando
frenéticamente a Sully y Linneman a través de las lentes, pero todo lo que podía ver era
agua turbia y furiosa y cielo gris, y mi corazón no podía dejar de latir fuertemente
dentro de mi pecho.
Pasaron diez minutos. Quince. Veinte.
No había señal del bote. No había señal de nadie en el agua. Michael y sus amigos
estaban ayudando al chico de la ambulancia, que finalmente se había despertado y
estaba curándose los cortes de su rostro con una bolsa medica que tenía a sus pies. La
náusea me recorría como una serpiente, volví a recorrer el embarcadero, contando los
pasos, intentando no entrar en pánico.
—¿Qué profundidad tiene el agua? ―pregunté―. No están tan lejos. ¿Por qué
ninguno de los hombres ha sido capaz de nadar hasta la costa aún?
Michael abrió la boca y luego la cerró de nuevo, aparentemente frustrado.
―No es tan sencillo, Ophelia.
―El agua es muy profunda ―dijo el chico que estaba limpiando sus heridas―.
Toda la isla es volcánica. La tierra cae directamente en un precipicio bajo el agua.
Acantilados, cayendo cientos de metros. ¡Y qué distancia puede nadar usted, señorita?
―No sé. Sobre unos doscientos metros, eso seguro.
―¿En mar abierto? ¿Con tormenta? ¿Con agua fría como el hielo? ¿Y en la
oscuridad? No lo creo.
Eso me hizo callar bastante rápido. Tenía razón. Quizás en una piscina podría
nadar doscientos metros. O más. Pero con las condiciones que tenían ahí fuera…
―Si los hombres cayeron al agua, probablemente trataron de nadar hacia la costa,
pero nunca lo habrían logrado. El agua está demasiado movida, y lo más importante es
que está helada. Solo se puede sobrevivir unos minutos en agua como esa.
Quien quiera que fuera este tipo, su actitud apestaba. Casi ni me miró mientras
hablaba, dando golpecitos con un palito de algodón con enojo contra su labio. Era más o
menos de mi edad, casi treinta, y su acento de Boston me dijo que no era de la zona.
Michael puso una mano sobre mi brazo, previniéndome con la mirada…
probablemente no sea una buena idea que estés aquí ahora. Si las circunstancias fueran
diferentes, le diría a este tipo un par de cosas, pero estaba exhausta. Y buscar a Sully y a
Linneman era una tarea más importante. Me alejé de los hombres y recorrí el
embarcadero hasta el final, conteniendo la respiración cada cinco pasos, aguantándola el
máximo tiempo posible, como si eso fuera a ayudar en algo.
Miré a través de los binoculares, revisando el mar, y esperé. El gris y el blanco y
negro se hacían interminables. Con el tiempo, vi algo que se movía a través del agua.
¿Un bote? No, una roca. No, definitivamente… era el bote. Dirigiéndose hacia tierra, no
podía seguirlo bien al principio y no podía ver cuántos hombres iban a bordo. Y luego
pude ver solo la silueta de un hombre. Solo uno. El bote estaba demasiado lejos para
decir quién era: Linneman, Sully, o quizás alguien completamente diferente. Salí
corriendo por el embarcadero, pasando a Michael y a los otros dos hombres de vuelta a
la playa.
El bote estaba regresando rápido. Redujo la velocidad mientras se aproximaba a la
costa y al rompeolas, pero así y todo llevaba unos cuantos nudos de velocidad.
Rompiendo contra las puntas blancas de espuma y las olas, casi saltó fuera del agua
directamente a tierra cuando llegó. Linneman fue el primero en salir por el lateral del
bote.
―Rápido. Sáquenlos ―grito.
Había manos por todos lados. Cuerpos empujando y tirando. Agua fría como el
hielo mojó mis zapatos y mis pies notaron el dolor del frío inmediatamente. El agua me
llegaba por las rodillas y luego hasta la cintura.
―Ophelia, regresa. Nos hacemos cargo. Ya los tenemos. ¡Por favor! ―Michael me
sacó. Di un traspié y caí con las olas. Manos me ayudaron y luego vi los cuerpos que
eran levantados sobre el lateral del bote.
Frío.
Tanto frío.
Empapados.
Sin vida.
―¿Alguien sabe hacer reanimación? ―gritaba Linneman―. Alguien, que
empiece a buscar pulsos.
Entonces vi a Sully.
Estaba empapado, su cabello aplastado contra la cabeza, respirando agitadamente,
con su fina camiseta blanca pegada completamente contra el pecho, encogido en la parte
de atrás, exponiendo dos arañazos, alargados y sangrientos, y un trozo de carne
desgarrada. Saltó por el lado del bote y, de alguna manera, logró levantar a otro hombre
que había detrás de él, echándoselo al hombro como si fuera un saco de cemento
mojado. En el momento en que me vio, empezó a correr por el agua hacia mí.
―No te quedes ahí de pie, Lang. Ven. Corre. ―Tomándome por el brazo con su
mano libre, empezó a arrastrarme fuera del agua detrás de él. Me tropecé y trastabillé,
intentando seguirlo, pero luego de repente estaba de rodillas sobre la arena, con los
oídos llenos de agua, y Sully estaba sosteniendo mis manos y las colocaba sobre un
hombre sin vida que había tumbado frente a mí―. Así ―dijo―. Entrelaza tus manos y
presiona. Arriba y abajo, arriba y abajo. No pares hasta que yo vuelva.
Bombeé con mis manos entrelazadas arriba y abajo sobre el pecho del hombre
como me dijo, atónita, incapaz de decir ni una palabra, y Sully corrió de vuelta al lugar
del que habíamos venido. Sus zapatos habían desaparecido, iba descalzo. ¿Se los habría
quitado en el bote? ¿Los habría perdido en el océano? Había sangre junto a mí en la
arena en el lugar donde había estado de pie.
Uno, dos, tres, cuatro.
Uno, dos, tres, cuatro.
Uno, dos, tres, cuatro.
Uno, dos, tres, cuatro.
Continué con las compresiones, sin atreverme a parar. El rugido del motor del
bote volvió a la vida de nuevo y cuando me giré, mirando atrás sobre mi hombro, Sully
y Linneman ya estaban levantando el bote sobre sus hombros otra vez, dirigiéndose a
pasar el rompeolas.
―¿Van a volver a salir? ―Miré a mi alrededor, buscando a alguien que me
pudiera decir qué diablos estaba pasando, pero la gente en la playa corría como loca
hacia los autos, llevando mantas, cargando cuerpos, haciendo reanimaciones como lo
hacía yo, y nadie me oyó.
Uno, dos, tres, cuatro.
Uno, dos, tres, cuatro.
Uno, dos, tres, cuatro.
Uno, dos, tres, cuatro.
Miré al rostro del hombre que tenía frente a mí. Sus labios estaban azules, abiertos,
mostrando sus dientes blancos. Su piel estaba arrugada como el cuero. ¿Más de sesenta?
¿Sobre setenta? ¿Cuántas tormentas había capeado en estas aguas? ¿Cuántas veces había
casi perdido la vida y ganado de nuevo?
Caí en trance. Seguí bombeando mis manos arriba y abajo sobre el pecho del
extraño hasta que mis brazos quemaron y dolieron y sentí como si no pudiera continuar,
y luego seguía un poco más.
Llegó otra ambulancia, y luego un sonido, como si golpearan un tambor, como el
fuerte latido de mi corazón, unas palas golpeando el aire, todos miraron hacia arriba,
aliviados. Una ambulancia aérea, brillando roja y blanca, descendiendo del cielo como
un arcángel colérico. Los paramédicos salieron del helicóptero y se echaron sus bolsas al
hombro, diseminándose por la playa.
―¿Señora? Señora, gracias. Si se pudiera echar hacia atrás un momento, ahora le
echaré un vistazo. ―El chico que tenía de pie frente a mí no se veía lo suficientemente
mayor para salvar vidas profesionalmente. Aunque parecía saber exactamente lo que
estaba haciendo, en cuanto se puso de rodillas empezó a revisar sus constantes vitales―.
No hay pulso. ¿Cuánto rato le ha estado haciendo el masaje, señora?
El cielo parecía que se estaba abriendo y una brillante luz blanca atravesó la
mañana gris, iluminando la playa momentáneamente antes de que las nubes la cubrieran
de nuevo.
―¿Señora?
―¿Hmm?
―¿Cuánto rato llevaba haciéndole el masaje cardíaco?
―No estoy segura.
―¿Estaba consciente cuando lo sacaron del agua?
Negué.
―Lo siento, señora. Este hombre está muerto. ¿Puedo examinarla? ¿Ha estado
dentro del agua?
―No, no, estoy bien. Yo… ―Mi cerebro no funcionaba. Todo era como fotos
instantáneas, fijas, moviéndose y saltando alrededor, imposibles de enfocar. El
paramédico envolvió mis hombros con una manta hecha de ruidoso plástico plateado y
me hizo sentar en un banco del embarcadero.
―Quédese aquí, señora. Alguien vendrá a verla en un momento, ¿de acuerdo?
―El joven paramédico salió corriendo y me senté, intentando juntar las imágenes de lo
que estaba pasando.
Pasó mucho, mucho tiempo antes de que el bote regresara de nuevo.
Cuando lo hizo, vi a Sully y Linneman sacar a otros cinco hombres del bote y
cruzar el rompeolas hasta la playa.
―Esto es jodidamente increíble ―dijo uno de los paramédicos―. El hombre con
la camiseta blanca nadó ahí fuera hasta encontrarlos a todos. Fue por cada uno de ellos.
―Es Sully Fletcher ―dijo otro.
―¿El hermano de Ronan Fletcher?
―Correcto.
―Ah. Imagino que la heroicidad corre por las venas de la familia.
No oí nada más. Vi que Sully corría una y otra vez a la playa, intentando coordinar
a todos, apartando su cabello mojado de sus ojos, quitándose la camiseta mojada por la
cabeza para escurrirla y aplicar presión sobre la frente de un hombre mayor. Lo vi
amarrar el bote, sacándolo del agua, los músculos de su espalda se estiraban y tensaban
mientras trabajaba… estaba malherido, su piel estaba magullada y sangrienta. Lo vi
ayudar a subir a un hombre en la camilla y luego lo vi agarrarse las rodillas y caer al
suelo, con los ojos en blanco.
Sea King
Dicen que las desgracias siempre vienen de tres en tres. Nunca he creído en
ese tipo de supersticiones o maldiciones de por sí, pero cuando me
desperté tarde esa noche por los gritos de Connor, con su voz ronca y el
terror atravesando la casa como un disparo, no me sorprendí. Me sentí casi como si
hubiera estado esperando que algo horrible pasara, y ahora que iba a ser golpeada por la
fuerza de otro desastre, ya estaba preparada para el impacto. Caminé por el pasillo hasta
su habitación, planeando ya mentalmente lo que haría si estaba enfermo o herido de
cualquier forma. Ya tenía preparada abajo una bolsa de “emergencia” para salir
corriendo. El depósito del Land Rover estaba lleno. Conocía la ruta al diminuto centro
médico de Causeway como la palma de mi mano.
Empujé la puerta de la habitación de Connor para abrirla, yendo rápido hacia su
cama, pero no estaba allí.
―¡Mira! ―Se encontraba de pie junto a la ventana llevando solo los pantalones
del pijama, su pecho desnudo era flaco, se le notaban todas las costillas. Le faltaba su
gorro con las rayas del arcoíris en la cabeza; probablemente era la primera vez que lo
veía sin él desde que Ronan murió.
―¿Qué te pasa? ¿Estás herido? ¡Connor, dime qué te pasa! ―Recorrí su cuerpo
con mis manos, buscando algo que estuviera fuera de lugar. Buscando sangre.
―Estoy bien. Me encuentro bien. ¡Mira ahí afuera! ¿Puedes verlos? —Me pasó los
binoculares que llevaba enganchados a la muñeca, tirando de mí para que me acercara a
la ventana, con la palma de su mano presionada contra el panel de cristal―. Ahí afuera.
En la oscuridad. Hay una luz. Hay gente en el agua.
Fuera, la noche era tan oscura como boca de lobo. Negra como la tinta. Cómo
podía ver algo ahí, era un misterio. Tomé los binoculares y miré por ellos, bizqueando
hacia la oscuridad. Nada. No se veía nada.
―No, ahí no. Aquí. ―Connor tomó mi mano y me dirigió hacia la izquierda,
bufando impacientemente―. Tenemos que hacer algo. ¡Necesitan ayuda!
De nuevo, nada. Y entonces… una luz. El leve parpadeo de una luz, amarilla y
débil, en algún lugar en el mar. ¿A seis kilómetros? ¿Cinco? Era imposible juzgar la
distancia sin ningún punto de referencia y sin luz del día.
D
―Es solo un carguero, Connor. ¿Quizás un crucero? Vamos, volvamos a meterte
en la cama.
―No. Mira otra vez. Fíjate bien. Es un bote. Un bote hundiéndose.
Suspirando, hice lo que me decía. No habría manera de volverlo a llevar a la cama
si no hacía lo que quería de una vez. Quizás había tenido una pesadilla. Pasaba tanto
rato mirando al exterior con esos binoculares cada día que no era ninguna sorpresa que
tuviera pesadillas, imaginando todo tipo de cosas pasando en el agua.
―De acuerdo, Connor. No puedo ver nada. De verdad…
Paré. La proa de un barco sobresalía en el agua, justo ahí donde él decía que
estaba. Mis ojos se estaban acostumbrando a la oscuridad y cada vez podía ver más y
mejor.
La luz era un fuego.
El reflejo del fuego brillaba sobre el agua, marcado por la silueta del aumento de
las olas y la marea… olas que debían ser tan altas como la casa. Cada vez que el agua lo
alzaba, podía ver…
Mi mente se quedó en blanco.
No había ninguna manera real de comprender lo que estaba viendo. Gente. Gente
en el agua. El barco estaba mucho más cerca de lo que pensé en un primer momento. No
eran seis kilómetros. Ni siquiera cinco. No podían ser mucho más de doscientos o
trescientos metros de la costa.
―Oh, Dios. Tenemos que llamar a alguien. ―Sin pensarlo, rodeé a Connor con
mi brazo y lo apoyé en mi cadera. Era demasiado grande para cargarlo muy lejos de esta
manera, pero pude llegar hasta la habitación de Amie. Seguía durmiendo y casi ni se
despertó cuando la levanté de su colchón―. Está bien, cariño. Todo está bien. Nos
vamos a dar un pequeño paseo. Shhh… Vuelve a dormir.
Los llevé a mi habitación, donde había dejado mi teléfono sobre el diario de
Magda.
―¿A quién vas a llamar? ―preguntó Connor con un ansia en la voz que la hacía
sonar chillona.
―Al 911, amigo. Solo voy a llamar al 911. Sabrán exactamente qué hacer.
Connor tomó los binoculares que todavía sostenía yo y se fue corriendo al otro
lado de la habitación, abriendo de un tirón las puertas francesas que daban al balcón. En
cuanto las abrió, pude oír el viento ululando afuera como un animal herido.
―911, ¿cuál es su emergencia? ―El tono monótono de la voz que salía
entrecortada en mi teléfono me sobresaltó. Esta era la segunda vez que tenía que hacer
una llamada de este tipo. Nunca en mi vida había tenido que llamar al 911, y desde que
había puesto mis pies en esta isla, lo había tenido que hacer dos veces.
―Un barco se está hundiendo. Frente a la costa de The Causeway. Hay gente en el
agua. Parece tener algún tipo de incendio.
―¿The Causeway, señora? ¿La isla Causeway?
―Sí.
―Los servicios de rescate y emergencia ya han sido enviados hacia el barco
averiado, señora. La guardia costera ya está en camino.
―Pero ¿cuánto tardarán en llegar aquí? Luce muy mal. No sé cuánto tiempo
tendrán hasta que el barco se hunda. ―Mis palabras salían atropelladas; era un milagro
que pudiera entender lo que estaba diciendo.
―En cualquier momento desde ahora, señora. Cálmese. Si usted requiere algún
otro tipo de ayuda, por favor, llame de nuevo inmediatamente.
―Gracias. ―Colgué, sin estar segura de qué hacer luego. Dejé a Amie, que seguía
durmiendo, en mi cama y fui a buscar a Connor al balcón.
―Se van a ahogar ―dijo, pasándome los binoculares―. Las olas son demasiado
grandes. ―Estaba temblando, tiritaba tan fuerte que todo su cuerpo se sacudía―.
Tenemos que hacer algo. ―El viento arrastraba tierra adentro el agua, golpeando en los
acantilados que había bajo la casa y subiendo hacia arriba, llevándose las palabras de
Connor con él. Casi no podía oír lo que decía. Aun así, tenía miedo. Podía ver el miedo
en sus ojos.
―Bien. Haremos algo. Entra.
Connor me siguió y me ayudó, apoyando el peso de su cuerpo contra la puerta
francesa cuando traté de cerrarla.
―Ve al armario del pasillo. Toma todas las mantas que puedas encontrar y bájalas
a la entrada. ¿Puedes hacer eso, Connor?
Asintió, esperó un segundo, parpadeó y luego salió corriendo de la habitación.
Recogí a Amie, junto con el edredón de mi cama, y me apresuré por el pasillo detrás de
él. Un segundo más tarde, agarré un suéter de lana para Connor de uno de los cajones de
su habitación, y corrí escaleras abajo tras él.
―Ven, ponte esto. Busca tus zapatos. Trae los de Amie también.
―De acuerdo.
Se fue otra vez para encontrar sus zapatos y corrí a la cocina, con Amie aún en mis
brazos como un salvavidas.
Linterna.
Maletín de primeros auxilios del armario que había encima de la cocina.
Barritas energéticas.
Una botella de whisky.
Metí todos estos artículos en una bolsa y me la colgué del hombro, luego fui a
encontrarme con Connor. Unos momentos después, estábamos acelerando por nuestra
calle en el Land Rover, Amie inconsciente en el asiento trasero, Connor con sus
binoculares presionados contra la ventana de delante. El suéter que había tomado para
él era demasiado grande, como si la persona que lo había adquirido, accidentalmente lo
hubiera comprado tres tallas demasiado grande. Los puños colgaban sobre sus manos y
el dobladillo rodeaba sus rodillas.
―¿Puedes ver a los guardacostas? ―le pregunté.
―No. La luz se ha apagado ya.
Esa no era una buena señal. Si el barco de verdad había sufrido un incendio, el
fuego no se hubiera tan solo apagado. Hubiera desaparecido solo si el barco se hubiera
hundido, lo cual era la peor cosa que podría suceder. Había una corriente considerable.
Dependiendo del tamaño del bote y lo lejos que la gente hubiera logrado nadar para
alejarse de él antes de que se hundiera, habría arrastrado cualquier cosa flotante con él.
El reloj del Land Rover marcaba las 2:48. Casi las tres de la mañana. La isla debería
haber estado durmiendo, pero mientras conducía por la estrecha y ventosa carretera y
aceleraba para dirigirme hacia el muelle, luces brillaban dentro de las casas que íbamos
pasando. La noticia se había extendido. En el muelle, un pequeño grupo de gente estaba
ya reunida, en pijama y zapatillas algunos de ellos, y algunos otros se habían tomado el
tiempo de ponerse unos vaqueros, camisetas y jerséis antes de salir corriendo por la
puerta.
Una ambulancia, que se notaba que había tenido días mejores, se hallaba
estacionada en el embarcadero, las sirenas lanzaban fuertes destellos en rojo y azul a la
noche, y un hombre al que no había visto nunca se paseaba junto a ella, con la cabeza
baja contra el viento, hablando por el teléfono que tenía pegado a la oreja.
―Quédate aquí un segundo ―le dije a Connor.
―¡Pero, Ophelia! ―Me miró consternado.
―Hablo en serio. Quédate en el auto y asegúrate de que Amie no se despierta.
¿Puedes hacer eso por mí, por favor? ¿Puedes cuidar de tu hermana?
Se quedó en silencio un momento, con la boca abierta, pero luego, de repente,
asintió.
―¿Volverás enseguida?
No estaba enfadado por perderse la acción. Simplemente no quería que lo dejara
solo.
―Lo haré. Lo prometo. No me iré por más de cinco minutos, ¿de acuerdo? ¿Ves el
reloj aquí? ¿Que dice que son las dos y cincuenta y ocho? Estaré de vuelta antes de que
marque tres cero tres, lo juro.
―Está bien entonces.
Salí del auto y cerré la puerta de un golpe, apretando el botón de cerrado detrás de
mí. Escaneando a la multitud, vi a Michael, el hombre que había conocido en la fiesta de
Rose, hablando con otro hombre que podría ser su hermano por el parecido. Cuando
Michael me vio, me saludó con la mano, haciendo un gesto para que me acercara.
―Es el Sea King ―gritó—. Ha estado naufragando durante la última hora. La
tormenta llegó de repente. Un montón de embarcaciones han sido arrastradas contra la
costa. Otro barco más arriba por la costa, un carguero, también ha sido dañado. La
guardia costera está ahora con ellos, intentando prevenir un vuelque.
―Pero, ¿y qué pasa con estos hombres?
―Vendrán por ellos, eso dijeron. Pero seguramente será ya demasiado tarde.
Asentí, intentando entender lo que estaba diciendo.
―¿Entonces el carguero tiene preferencia? ¿Cuánta gente hay en el otro barco?
Michael se encogió de hombros. El otro hombre, unos treinta centímetros más alto
que Michael con una barba moteada de gris, cerró más su chaqueta contra su cuerpo.
―Normalmente, los cargueros no llevan mucha tripulación. Todo está
automatizado. Los ordenadores lo hacen todo. Veinte. Quizás treinta personas máximo.
―¿Y el Sea King?
―Incluso menos. Es solo un pesquero. ¿Quince hombres?
―Así que la guardia costera está ocupándose del barco que lleva más almas a
bordo. ―Tenía sentido. Y el hecho de que la carga del carguero probablemente fuera
petróleo, con un valor inimaginable de dinero y capaz de producir un desastre natural si
no era contenido, hacía que no se lo hubieran pensado. Aun así, era un crimen que los
hombres que estaban ahí fuera frente a Causeway fuera dejados hasta que se
ahogaran―. ¿Qué vamos a hacer?
―No hay nada que podamos hacer desde aquí. El bote de Jerry no está construido
para este tipo de tiempo. Y todos los otros botes en la isla son incluso más pequeños que
el suyo. Pequeñas embarcaciones de pesca para tres personas.
Michael tenía apretado en su mano derecha un manojo de llaves; parecía como si
los dientes de las llaves le estuvieran cortando los dedos.
―Joder. ―Se dio la vuelta, recorriendo con los ojos las expresiones preocupadas
de la otra gente que había en el embarcadero―. Esto es una locura. Conocemos a esos
hombres ahí afuera. Tiene que haber alguna forma de ir por ellos. ―A pesar de todo, ni
él ni su amigo parecían poder tener alguna solución.
―Tengo a los niños en el auto. Escucha, ¿me podrías hacer saber si hay alguna
forma en la que pueda ayudar? ―Señalé hacia atrás al Land Rover, donde podía ver el
rostro pálido y preocupado de Connor, asomándose sobre el salpicadero.
Michael suspiró, frustrado.
―Claro, por supuesto. Creo que todos vamos a estar aquí esperando como idiotas,
como si tuviéramos las manos atadas a la espalda, pero si hay algo, te lo diré.
―Gracias.
De vuelta en el auto, Amie roncaba y Connor estaba encaramado en su asiento,
con las rodillas en alto donde apoyaba la barbilla, y se había tapado las piernas con el
suéter, así que habían desaparecido completamente.
―¿Qué es lo que han dicho? ¿Va a ir alguien a salvarlos? ―pregunto.
―Sí, amigo. Los guardacostas ya están de camino. No tardarán mucho en llegar.
―A la mentira le costaba salir, ya que era tan grande. Nadie iba a venir por los pobres
hombres que había afuera en el agua. Nadie vendría hasta que fuera demasiado tarde. En
ese punto, rescatarían cuerpos, no supervivientes, y los habitantes de The Causeway
tendrían que ver a sus seres queridos morir.
***
Las horas fueron pasando. Connor se durmió contra su voluntad, los binoculares
aún agarrados con manos flojas, y Amie continuaba roncando. Yo no podría haber
dormido aunque hubiera querido. Más hombres llegaron con linternas. Incluso más
hombres llegaron después de eso, cargando kayaks y lo que parecían ser canoas de
madera. Un par de ellos intentaron lanzarlas al agitado océano, pero cada vez que
alguno lo intentaba, eran devueltas contra la costa por las agitadas olas. A las cuatro, o
quizás un poco más tarde que eso, el sol empezó a salir, emitiendo una temprana luz
grisácea a través de la playa. Incluso desde el auto, pude ver lo cansados y desesperados
que todos se veían, expresiones preocupadas, ceños fruncidos con arrugas tan profundas
que parecía como si fueran permanentes.
Connor estaba tapado con una de las mantas que había cogido del armario del
pasillo; Amie estaba enrollada cómodamente bajo mi edredón. Extrañamente, no tenía
frío, aunque bocanadas de vaho salían de mi boca cada vez que exhalaba y mis manos se
habían puesto azules.
Estaba considerando mis opciones —ir a casa o quedarme aquí—, cuando un
golpecito en mi ventanilla casi me mató del susto; al mirar por la ventana directamente
al mar, no había notado a Michael acercarse al auto, ni tampoco el termo de bebida
caliente que llevaba entre sus manos. Bajé la ventanilla, haciendo todo lo que pude para
esbozar una sonrisa para él.
―Café ―dijo, como si tuviéramos algún tipo de contraseña secreta―. Me imaginé
que necesitarías un poco.
―Gracias.
Me pasó el termo a través de la ventanilla, suspirando.
―El otro barco, ¿el carguero? Se hundió hace una hora. Solo lograron sacar a dos
hombres del agua.
―Oh, Dios.
―Sí. ―Nos quedamos en silencio por un rato. Y luego dijo—: Es duro, sabes. Te
hace enojar. Si no hubieran ido al carguero, si hubieran venido aquí en vez…
―No hay lugar para sies, Michael. ―Aun así, tenía razón. Quizás si el contenido
del carguero no hubiera sido tan valioso, la guardia costera habría venido por el Sea
King primero. Las grandes compañías petrolíferas tenían mucha influencia sobre el
gobierno. Poseían la mitad del gobierno. Una palabra en el oído de la persona correcta y
todos los medios disponibles habrían sido desviados fácilmente hacia una causa perdida,
en vez de a una viable.
―El mar se está calmando un poco. Esperamos poder ser capaces de salir ahí
afuera pronto en alguno de los botes pequeños. Hasta entonces, nos vamos a tener que
sentar aquí y esperar. Quizás sería mejor que te fueras a casa. De todas formas, pase lo
que pase, la gente ya habrá muerto ahí afuera. Con lo fuerte que es la corriente, las olas
golpeando contra la costa, los cuerpos empezaran a flotar pronto. Los niños… ―dijo en
voz baja.
―Tienes razón. Debería de irme a casa. Tan solo me siento tan… inútil.
Michael no me podía mirar a los ojos.
―Tú, yo y todos los que estamos aquí en este embarcadero, Ophelia. Aun así,
significa mucho que vinieras. Para la gente de la isla. Gracias.
―Por supuesto, No he sido capaz de hacer…
El fuerte rugido de un motor rasgando el aire, me interrumpió. Sobre la pequeña
altura que había detrás del embarcadero, apareció una camioneta negra, cargando contra
la costa. Creí reconocer el vehículo y el gruñido de Michael confirmó la identidad del
conductor.
―Sully. Perfecto. ―Palmeó con su mano el lateral del Land Rover―. Mejor voy y
lo freno para que no haga nada estúpido ―dijo Michael. Aun así, no sonaba muy
convencido de tener éxito en su empresa―. Te veré luego, Ophelia.
Por como sonó, esperaba que arrancara el auto y me llevara a los niños a casa, pero
no lo hice. Vi la camioneta de Sully bajar por la pendiente y dar un frenazo, enviando
una nube de arena y pequeñas piedras por el aire cuando las ruedas entraron un poco en
la arena. Salió de un salto del vehículo antes de que se detuviera del todo, cabello
salvaje, ojos salvajes, todo en él era salvaje mientras se dirigía directo hacia la
ambulancia que todavía estaba estacionada en el embarcadero. Empezó a correr.
―Oh, mierda. ―Michael lo siguió, corriendo también, tratando de interceptar a
Sully, pero no parecía que fuera a conseguirlo. Salí del auto, cerrando la puerta tras de
mí, agradeciendo que los niños siguieran dormidos, y seguí la discusión, apresurándome
hacia el embarcadero. Sully alcanzó la ambulancia ocho segundos claramente antes que
Michael, y de un golpe abrió la puerta del conductor y sacó al tipo que había estado al
teléfono más temprano en el muelle de madera de un tirón. Podía oír a Sully gritando
mucho antes de llegar hasta ellos.
―¡Puto idiota! Se supone que me tenías que llamar. Tenías que jodidamente… —
Dejó de gritar para pegarle un puñetazo en el rostro al hombre.
El tipo cayó redondo en el suelo, no tenía ninguna oportunidad. Sully le dio tres
puñetazos más con una mano, mientras agarraba la camiseta del chico de la ambulancia
con la otra. El chico ya estaba flácido cuando Michael se lanzó sobre Sully, llevándolo al
suelo.
―Quítate de encima, Michael. Apártate. Como. La. Mierda. De. Mí. ―Sully rodó
debajo de él, envolviendo con un brazo el cuello de Michael, rodeando con sus piernas
su cintura y bloqueándolo con sus tobillos. Apretó y Michael, que seguía intentando
mantener a Sully en el suelo, empezó a ponerse morado.
―Jesús, Sully. ¡Suéltalo! ―No esperaba que mi voz hiciera ninguna diferencia
ante este ex soldado que trataba de ahogar a Michael en el embarcadero, pero en el
momento en que grité su nombre, Sully paró, su agarre se aflojó. Sobre su espalda,
resollando, se quedó mirándome fijamente como si mi presencia fuera una completa
sorpresa. La conmoción estaba escrita por todo su rostro. Michael se apartó de su agarre
y se tambaleó mientras se ponía de pie, gruñendo en voz baja.
―Eres un puto idiota, Fletcher ―dijo, escupiendo en el suelo de madera―. Un
auténtico y puto idiota.
―Sí ―aceptó Sully, aún sin aliento y todavía mirándome fijamente―. Lo sé. ―Se
levantó rápidamente, sacudiéndose la ropa. El chico de la ambulancia al que acababa de
tumbar ni siquiera se movía.
―¿Por qué diablos le hiciste eso? ―solté, señalándolo―. ¿Qué quieres decir con
que se supone que te tenía que llamar?
―Soy guardacostas voluntario ―replicó—. Se supone que tendría que estar ahí
afuera, salvándolos.
―No tienes un barco, Sully. ¿Cómo puedes ser un guardacostas voluntario sin un
maldito barco? ―Michael todavía seguía con el rostro rojo. Se restregó la boca con el
dorso de la mano, ceñudo. Sully solo asintió, mirando hacia el otro hombre. Empezó
retroceder, acercándose a su camioneta.
Michael parecía estar tomando este movimiento como una mala señal.
―No puedes hablar en serio, Sully. Estás jodidamente loco. No puedes salir a ese
mar con una jodida Zodiak. No puede sobrepasar las olas. Te ahogarás con ellos si lo
intentas.
―Entonces moriré en el agua con ellos, ¿no es así? Por lo menos podré decir que
lo intenté.
―Ya no estás en el ejército, Fletcher. No tienes un equipo de hombres a los que
impresionar. El que vayas allí no es noble ni admirable. Es temerario.
―Vete a casa, Michael.
―Sé razonable, Sully.
La gente reunida en el embarcadero no había seguido a Michael y Sully como lo
había hecho yo; se mantuvieron quietos en su sitio, mirando cómo se desarrollaba la
escena con una mezcla de horror e intriga en sus rostros. Ahora, entre ellos, vi a Robert
Linneman, que era una cabeza más alto que ningún otro, con sus brazos alrededor de
una mujer mucho más bajita y regordeta que estaba junto a él, su esposa,
probablemente. Linneman se apartó de ella y se dirigió hacia la camioneta de Sully,
encontrándose con él allí.
―¿Qué intenta hacer, señor Fletcher?
―Intento salir ahí y sacar a esos chicos del agua. Si no le gusta, le sugiero que
salga de mi camino y me deje hacer lo que tengo que hacer.
―Al contrario. Me preguntaba si le podría ayudar.
Debí de oírlo mal. ¿Linneman? ¿El señor Robert Linneman? El estoico y severo
hombre con aspecto de grulla que manejaba los asuntos legales de Ronan, ofreciéndole
ayuda a Sully con lo que ya sonaba como un plan horrible que no iba a funcionar. No
tenía ni idea de qué tipo de Zodiak sería, pero seguro como el infierno que no había
impresionado a Michael.
Sully abrió la puerta trasera de su camioneta, trabajando rápidamente, deslizando
una estructura de metal desde la cama del auto.
―Lo mejor que puede hacer para ayudar, señor Linneman, es ayudar a mantener a
todo el mundo calmado y mantenerse seguro en la playa.
―Con todo mi respeto, Sully, eres solo un hombre y esto no tiene pinta de ser un
trabajo para un solo hombre. Mi cuñado, Ray, estaba en el Sea King y voy a hacer todo
lo que pueda para traerlo físicamente de vuelta a tierra firme lo antes posible.
Sully detuvo lo que estaba haciendo y miró a Linneman finalmente, midiéndolo.
―De acuerdo. Pero si te caes por la borda, será tu culpa. ¿Lo entiendes?
―De hecho, lo hago.
―Entonces, ayúdame a inflar esta cosa y lanzarla al agua. ―Empezó a destapar un
fardo grande de plástico gris, desenrollándolo sobre la arena.
Finalmente, entendí lo que estaba haciendo, el tipo de embarcación que estaba
preparando para lanzar en el mar picado, y mi estómago se contrajo.
―¿Sully? Sully, no estás pensando con claridad. ―No era mi responsabilidad
decirle qué hacer. No debería preocuparme en absoluto, en realidad, pero no pude
contener mi lengua. Habría hecho lo mismo por cualquier otro. Si pensaba que
cualquiera iba a arriesgar su vida en una acción suicida, entonces tenía que decir algo.
Sully arrastró lo que parecía ser un pequeño generador de la parte trasera de su
camioneta y lo puso sobre la arena―. Sully, por favor, solo para por un segundo y
piensa…
Tomó el cabo de un rollo de cuerda que estaba enganchado al generador y tiro de
él, estirando el brazo sobre su cabeza, y luego la cosa rugió a la vida, gruñendo,
apagando mis palabras. Sully alzó la vista y me miró, con desafío y locura en sus ojos,
retándome a hacer algo. No era que fuera a hacerle un placaje y terminar con toda esta
locura; el hombre era mucho más alto que yo y su amplio pecho estaba cubierto de
músculos. Michael estaba en forma, e incluso su tentativa de tumbarlo en el suelo había
sido bastante ridícula… parecía como si Sully hubiera luchado contra un peso mosca.
―Señor Linneman, por favor… ―Me giré hacia el otro hombre, esperando que
tuviera más sentido común, pero Linnenman se encogió de hombros sin ofrecerme
ninguna ayuda.
―Esta será probablemente la cosa más estúpida que haga en toda mi vida,
Ophelia, lo sé, pero, a veces, solo tienes que arriesgarlo todo cuando las probabilidades
son inciertas. Las vidas de esta gente dependen de nosotros.
Casi no podía ni oírlo por el rugir del viento y el ruido y traqueteo del generador,
pero podía ver que lo tenía claro en su cabeza, y no habría manera de disuadirlo. Por el
rabillo del ojo, pude ver a su mujer secándose las lágrimas con un pañuelo, recostada
contra el hombro de otro hombre de mediana edad que llevaba un batín e intentaba
consolarla.
―Mira la parte positiva, Lang. Si esta cosa se hunde y muero, los niños de Ronan
finalmente tendrán la casa. Te puedes quedar y vivir allí para siempre. Eso es algo por lo
que alegrarse, ¿no? ―dijo Sully, sonriendo.
―Tienes razón. Por qué no nos haces un favor a todos y te tiras por la borda
entonces ―contesté de mal humor―. Mira lo que me importa. O a nadie más en esta
isla.
Sully soltó una carcajada.
―Buena chica. ―Enganchó una manguera desde la goma gris a un pequeño
hinchador negro veloz hasta que la cosa frente a él ya no tenía una forma desconocida
en la oscuridad, sino la forma de un pequeño bote inflable que sencillamente necesitaba
un amarre.
―Eso nunca aguantaría. ―Oí que alguien decía detrás de mí―. La primera ola
que intenten subir se los tragará enteros.
―Bastardo arrogante. ¿Por qué no puede escuchar…?
―Alguien debería de llamar a la policía.
―Estos Fletcher están demasiado listos para morir. Está en sus huesos.
No había forma de que Sully los hubiera oído, estando de pie tan cerca del
generador. Parecía que ni siquiera era consciente de que se encontraban allí. Trabajaba
rápido, manos juntando y atando, tomando rollos extra de cuerda de su camioneta. Sacó
un soporte metálico grande de su vehículo y lo fijó a la parte delantera del bote que hace
cinco minutos había montado, asegurando un gran foco en la proa.
―De acuerdo, Linneman. Vamos a meterlo en el agua. ―Los dos hombres
tomaron el bote por las cuerdas que tenía por los lados y luego se apresuraron a entrar
en el agua―. ¡Levanta! ―gritó Sully—. ¡Caminemos hasta que pasemos el rompeolas!
Eso tenía sentido. Las olas todavía eran altas y bravas. Si intentaban navegar con el
bote, serian empujados hacia afuera una y otra vez. Con el bote alzado por encima del
agua, apoyándose en la espada de Sully y Linneman, saltaban cada vez que una ola
llegaba, amenazándolos con devolverlos de vuelta a tierra. Pronto estuvieron con el
agua por los hombros y, una vez pasado el rompeolas, dejaron el bote en el agua. Sully se
alzó para subir del bote, estirando su mano para ayudar a Linneman.
―¡Tengan cuidado! ―gritó la esposa de Linneman. Y luego, en voz baja―: Dios,
por favor, tengan cuidado. Creo que no puedo mirar.
Sully colocó el pequeño motor del bote en el agua y lo puso en marcha; no podía
decidir si el hecho de que arrancara a la primera era esperanzador, o si hubiera sido
mejor que la maldita cosa hubiera fallado y los hubiera dejado sentados en medio del
agua.
Sully era una máquina. Eficiente. Sin miedo. Determinado. No miró ni una vez
hacia la costa. Empezaron a alejarse, el bote saltando sobre el agua como si fuera una
piedra que salta cada vez que encuentra un poco de agua movida. La señora Linneman
empezó a llorar.
Corrí de vuelta al auto tan rápido como pude; los niños seguían durmiendo, gracias
a Dios. Tomé los viejos binoculares de Connor y corrí de vuelta a la orilla, buscando
frenéticamente a Sully y Linneman a través de las lentes, pero todo lo que podía ver era
agua turbia y furiosa y cielo gris, y mi corazón no podía dejar de latir fuertemente
dentro de mi pecho.
Pasaron diez minutos. Quince. Veinte.
No había señal del bote. No había señal de nadie en el agua. Michael y sus amigos
estaban ayudando al chico de la ambulancia, que finalmente se había despertado y
estaba curándose los cortes de su rostro con una bolsa medica que tenía a sus pies. La
náusea me recorría como una serpiente, volví a recorrer el embarcadero, contando los
pasos, intentando no entrar en pánico.
—¿Qué profundidad tiene el agua? ―pregunté―. No están tan lejos. ¿Por qué
ninguno de los hombres ha sido capaz de nadar hasta la costa aún?
Michael abrió la boca y luego la cerró de nuevo, aparentemente frustrado.
―No es tan sencillo, Ophelia.
―El agua es muy profunda ―dijo el chico que estaba limpiando sus heridas―.
Toda la isla es volcánica. La tierra cae directamente en un precipicio bajo el agua.
Acantilados, cayendo cientos de metros. ¡Y qué distancia puede nadar usted, señorita?
―No sé. Sobre unos doscientos metros, eso seguro.
―¿En mar abierto? ¿Con tormenta? ¿Con agua fría como el hielo? ¿Y en la
oscuridad? No lo creo.
Eso me hizo callar bastante rápido. Tenía razón. Quizás en una piscina podría
nadar doscientos metros. O más. Pero con las condiciones que tenían ahí fuera…
―Si los hombres cayeron al agua, probablemente trataron de nadar hacia la costa,
pero nunca lo habrían logrado. El agua está demasiado movida, y lo más importante es
que está helada. Solo se puede sobrevivir unos minutos en agua como esa.
Quien quiera que fuera este tipo, su actitud apestaba. Casi ni me miró mientras
hablaba, dando golpecitos con un palito de algodón con enojo contra su labio. Era más o
menos de mi edad, casi treinta, y su acento de Boston me dijo que no era de la zona.
Michael puso una mano sobre mi brazo, previniéndome con la mirada…
probablemente no sea una buena idea que estés aquí ahora. Si las circunstancias fueran
diferentes, le diría a este tipo un par de cosas, pero estaba exhausta. Y buscar a Sully y a
Linneman era una tarea más importante. Me alejé de los hombres y recorrí el
embarcadero hasta el final, conteniendo la respiración cada cinco pasos, aguantándola el
máximo tiempo posible, como si eso fuera a ayudar en algo.
Miré a través de los binoculares, revisando el mar, y esperé. El gris y el blanco y
negro se hacían interminables. Con el tiempo, vi algo que se movía a través del agua.
¿Un bote? No, una roca. No, definitivamente… era el bote. Dirigiéndose hacia tierra, no
podía seguirlo bien al principio y no podía ver cuántos hombres iban a bordo. Y luego
pude ver solo la silueta de un hombre. Solo uno. El bote estaba demasiado lejos para
decir quién era: Linneman, Sully, o quizás alguien completamente diferente. Salí
corriendo por el embarcadero, pasando a Michael y a los otros dos hombres de vuelta a
la playa.
El bote estaba regresando rápido. Redujo la velocidad mientras se aproximaba a la
costa y al rompeolas, pero así y todo llevaba unos cuantos nudos de velocidad.
Rompiendo contra las puntas blancas de espuma y las olas, casi saltó fuera del agua
directamente a tierra cuando llegó. Linneman fue el primero en salir por el lateral del
bote.
―Rápido. Sáquenlos ―grito.
Había manos por todos lados. Cuerpos empujando y tirando. Agua fría como el
hielo mojó mis zapatos y mis pies notaron el dolor del frío inmediatamente. El agua me
llegaba por las rodillas y luego hasta la cintura.
―Ophelia, regresa. Nos hacemos cargo. Ya los tenemos. ¡Por favor! ―Michael me
sacó. Di un traspié y caí con las olas. Manos me ayudaron y luego vi los cuerpos que
eran levantados sobre el lateral del bote.
Frío.
Tanto frío.
Empapados.
Sin vida.
―¿Alguien sabe hacer reanimación? ―gritaba Linneman―. Alguien, que
empiece a buscar pulsos.
Entonces vi a Sully.
Estaba empapado, su cabello aplastado contra la cabeza, respirando agitadamente,
con su fina camiseta blanca pegada completamente contra el pecho, encogido en la parte
de atrás, exponiendo dos arañazos, alargados y sangrientos, y un trozo de carne
desgarrada. Saltó por el lado del bote y, de alguna manera, logró levantar a otro hombre
que había detrás de él, echándoselo al hombro como si fuera un saco de cemento
mojado. En el momento en que me vio, empezó a correr por el agua hacia mí.
―No te quedes ahí de pie, Lang. Ven. Corre. ―Tomándome por el brazo con su
mano libre, empezó a arrastrarme fuera del agua detrás de él. Me tropecé y trastabillé,
intentando seguirlo, pero luego de repente estaba de rodillas sobre la arena, con los
oídos llenos de agua, y Sully estaba sosteniendo mis manos y las colocaba sobre un
hombre sin vida que había tumbado frente a mí―. Así ―dijo―. Entrelaza tus manos y
presiona. Arriba y abajo, arriba y abajo. No pares hasta que yo vuelva.
Bombeé con mis manos entrelazadas arriba y abajo sobre el pecho del hombre
como me dijo, atónita, incapaz de decir ni una palabra, y Sully corrió de vuelta al lugar
del que habíamos venido. Sus zapatos habían desaparecido, iba descalzo. ¿Se los habría
quitado en el bote? ¿Los habría perdido en el océano? Había sangre junto a mí en la
arena en el lugar donde había estado de pie.
Uno, dos, tres, cuatro.
Uno, dos, tres, cuatro.
Uno, dos, tres, cuatro.
Uno, dos, tres, cuatro.
Continué con las compresiones, sin atreverme a parar. El rugido del motor del
bote volvió a la vida de nuevo y cuando me giré, mirando atrás sobre mi hombro, Sully
y Linneman ya estaban levantando el bote sobre sus hombros otra vez, dirigiéndose a
pasar el rompeolas.
―¿Van a volver a salir? ―Miré a mi alrededor, buscando a alguien que me
pudiera decir qué diablos estaba pasando, pero la gente en la playa corría como loca
hacia los autos, llevando mantas, cargando cuerpos, haciendo reanimaciones como lo
hacía yo, y nadie me oyó.
Uno, dos, tres, cuatro.
Uno, dos, tres, cuatro.
Uno, dos, tres, cuatro.
Uno, dos, tres, cuatro.
Miré al rostro del hombre que tenía frente a mí. Sus labios estaban azules, abiertos,
mostrando sus dientes blancos. Su piel estaba arrugada como el cuero. ¿Más de sesenta?
¿Sobre setenta? ¿Cuántas tormentas había capeado en estas aguas? ¿Cuántas veces había
casi perdido la vida y ganado de nuevo?
Caí en trance. Seguí bombeando mis manos arriba y abajo sobre el pecho del
extraño hasta que mis brazos quemaron y dolieron y sentí como si no pudiera continuar,
y luego seguía un poco más.
Llegó otra ambulancia, y luego un sonido, como si golpearan un tambor, como el
fuerte latido de mi corazón, unas palas golpeando el aire, todos miraron hacia arriba,
aliviados. Una ambulancia aérea, brillando roja y blanca, descendiendo del cielo como
un arcángel colérico. Los paramédicos salieron del helicóptero y se echaron sus bolsas al
hombro, diseminándose por la playa.
―¿Señora? Señora, gracias. Si se pudiera echar hacia atrás un momento, ahora le
echaré un vistazo. ―El chico que tenía de pie frente a mí no se veía lo suficientemente
mayor para salvar vidas profesionalmente. Aunque parecía saber exactamente lo que
estaba haciendo, en cuanto se puso de rodillas empezó a revisar sus constantes vitales―.
No hay pulso. ¿Cuánto rato le ha estado haciendo el masaje, señora?
El cielo parecía que se estaba abriendo y una brillante luz blanca atravesó la
mañana gris, iluminando la playa momentáneamente antes de que las nubes la cubrieran
de nuevo.
―¿Señora?
―¿Hmm?
―¿Cuánto rato llevaba haciéndole el masaje cardíaco?
―No estoy segura.
―¿Estaba consciente cuando lo sacaron del agua?
Negué.
―Lo siento, señora. Este hombre está muerto. ¿Puedo examinarla? ¿Ha estado
dentro del agua?
―No, no, estoy bien. Yo… ―Mi cerebro no funcionaba. Todo era como fotos
instantáneas, fijas, moviéndose y saltando alrededor, imposibles de enfocar. El
paramédico envolvió mis hombros con una manta hecha de ruidoso plástico plateado y
me hizo sentar en un banco del embarcadero.
―Quédese aquí, señora. Alguien vendrá a verla en un momento, ¿de acuerdo?
―El joven paramédico salió corriendo y me senté, intentando juntar las imágenes de lo
que estaba pasando.
Pasó mucho, mucho tiempo antes de que el bote regresara de nuevo.
Cuando lo hizo, vi a Sully y Linneman sacar a otros cinco hombres del bote y
cruzar el rompeolas hasta la playa.
―Esto es jodidamente increíble ―dijo uno de los paramédicos―. El hombre con
la camiseta blanca nadó ahí fuera hasta encontrarlos a todos. Fue por cada uno de ellos.
―Es Sully Fletcher ―dijo otro.
―¿El hermano de Ronan Fletcher?
―Correcto.
―Ah. Imagino que la heroicidad corre por las venas de la familia.
No oí nada más. Vi que Sully corría una y otra vez a la playa, intentando coordinar
a todos, apartando su cabello mojado de sus ojos, quitándose la camiseta mojada por la
cabeza para escurrirla y aplicar presión sobre la frente de un hombre mayor. Lo vi
amarrar el bote, sacándolo del agua, los músculos de su espalda se estiraban y tensaban
mientras trabajaba… estaba malherido, su piel estaba magullada y sangrienta. Lo vi
ayudar a subir a un hombre en la camilla y luego lo vi agarrarse las rodillas y caer al
suelo, con los ojos en blanco.
Última edición por Ross L de Mellark el Dom 23 Jul - 14:32, editado 2 veces
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Atómic_Mellark- Mensajes : 1172
Fecha de inscripción : 24/02/2017
Re: Lectura #2 Julio 2017
Cronograma
Sábado 15: Prólogo y Capítulo 1
Domingo 16: Capítulo 2 y 3
Lunes 17: Capítulos 4 y 5
Martes 18: Capítulos 6 y 7
Miércoles 19 : Capítulos 8 y 9
Jueves 20: Capítulos 10 y 12
Viernes 21: Capítulos 13 y 14
Sábado 22: Capítulos 15 pagina 124
Domingo 23 Descansamos y ponemos al dia.
Lunes 24: Capítulos 16 y 17
Martes 25: Capítulos 18 y 19
Miércoles 26: Capítulos 20 y 21
Jueves 27: Capítulos 22 y 23
Viernes 28: Capítulo 24
Sábado 29: Capítulo 25
Domingo 30: Capítulo 26
Lunes 31: Epílogo comentario final y puntuación
Domingo 23 Descansamos y ponemos al dia.
Lunes 24: Capítulos 16 y 17
Martes 25: Capítulos 18 y 19
Miércoles 26: Capítulos 20 y 21
Jueves 27: Capítulos 22 y 23
Viernes 28: Capítulo 24
Sábado 29: Capítulo 25
Domingo 30: Capítulo 26
Lunes 31: Epílogo comentario final y puntuación
Última edición por Ross L de Mellark el Dom 23 Jul - 14:33, editado 1 vez
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Atómic_Mellark- Mensajes : 1172
Fecha de inscripción : 24/02/2017
Re: Lectura #2 Julio 2017
Ayer se me pegaron las chamarras ya esta e capitulo !!
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Atómic_Mellark- Mensajes : 1172
Fecha de inscripción : 24/02/2017
Re: Lectura #2 Julio 2017
Como ustedes saben en la guerra los soldados manejan códigos para comunicarse sin que el enemigo lo resuelva deberán buscar las claves en toda la lectura para poder descifrar el código.
Tienen hasta el Lunes 10 pm Guatemala, pueden mandar la respuesta por mp.
Tienen hasta el Lunes 10 pm Guatemala, pueden mandar la respuesta por mp.
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Atómic_Mellark- Mensajes : 1172
Fecha de inscripción : 24/02/2017
Re: Lectura #2 Julio 2017
Que fuerte toda una tragedia para la isla, tal vez si le hubieran avisado a Sully antes, se hubieran salvado más personas y que impotencia para los otros el no poder ayudar.
yiniva- Mensajes : 4916
Fecha de inscripción : 26/04/2017
Edad : 33
Re: Lectura #2 Julio 2017
Bueno, Ronan tenia TEPT, y bueno me hace recordar a Yours Always. T.T
Connor es un amors, aunque se la tire de rudo!!
Connor es un amors, aunque se la tire de rudo!!
Re: Lectura #2 Julio 2017
Opino como tu @jymm si le hubiesen avisado antes podrian haber salvado las vidas.
Gracias chicas
Gracias chicas
mariateresa- Mensajes : 1841
Fecha de inscripción : 10/01/2017
Edad : 47
Localización : CHILE
Re: Lectura #2 Julio 2017
Uy todo pasa en esa isla, se ve que Sully no deja de ser un heroe.}
Gracias por el capitulo
Gracias por el capitulo
Veritoj.vacio- Mensajes : 2400
Fecha de inscripción : 24/02/2017
Edad : 52
Re: Lectura #2 Julio 2017
Hola !!
Primero que todo, espero que hayan tenido un domingo hermoso.
Ahora, sobre los capis...
Difícil el día de hoy. Es comprensible que ronan tuviera TEPT después de todo lo que le tocó vivir, supongo que son cosas muy difíciles, verdaderamente. Creo que lo comprendo un poco mejor ahora, pero pienso que debería haber pedido ayuda, pero él eligió la salida rápida.
Ahora, Ross ?? Alguna pista o algo?? Estoy muy, muy perdida con esos simbolos! De plano no entiendo nada...
Alguien que me quiera apoyar?
'Sra. Maddox!
micafp_2530- Mensajes : 1884
Fecha de inscripción : 26/02/2017
Edad : 30
Localización : Entre las páginas de un libro...
Re: Lectura #2 Julio 2017
@mica_2530 somos dos tampoco entendi el juego de los simbolos.micafp_2530 escribió:Ahora, Ross ?? Alguna pista o algo?? Estoy muy, muy perdida con esos simbolos! De plano no entiendo nada...Alguien que me quiera apoyar?
mariateresa- Mensajes : 1841
Fecha de inscripción : 10/01/2017
Edad : 47
Localización : CHILE
Re: Lectura #2 Julio 2017
hola chicas, revisen en los capis anteriores , ahí encontraran el significado de los signos y podrán descifrar las imágenes, chequen bien, mucho ojo y suertemariateresa escribió:@mica_2530 somos dos tampoco entendi el juego de los simbolos.micafp_2530 escribió:Ahora, Ross ?? Alguna pista o algo?? Estoy muy, muy perdida con esos simbolos! De plano no entiendo nada...Alguien que me quiera apoyar?
yiniva- Mensajes : 4916
Fecha de inscripción : 26/04/2017
Edad : 33
Re: Lectura #2 Julio 2017
16
El Buen Samaritano
—No es ni de lejos tan malo como pensaban, al parecer. Solo un
simple caso de hipotermia. Lo van a llevar de nuevo al centro
médico más tarde esta noche.
—Dios, es una locura que no haya un hospital apropiado en la isla. Una locura. —
Había sido incluso más loco ver a Sully ser sacado en helicóptero de la isla con tres
supervivientes del equipo del Sea King. En total, Sully en realidad había sacado a once
hombres del agua, pero ocho ya habían muerto o lo hicieron en la playa.
Rose estaba haciendo sopa de pollo y yo estaba enseñando a los niños aritmética e
inglés en la mesa del comedor. Amie era completamente inconsciente de los eventos de
anoche. Connor había dormido durante la llegada de Sully y no había despertado hasta
que el helicóptero llegó, así que solo había captado una parte del rescate. No había visto
a Sully en absoluto, gracias a Dios. ¿Un tipo corriendo de un lado a otro de la playa, la
viva imagen de Ronan? Eso habría provocado más que unas pocas preguntas y no estaba
segura de estar preparada para manejar la monumental tarea de explicar lo del gemelo
de Ronan aún. Connor siguió preguntando si podía ir a ver los restos del Sea King que
todavía llegaban a trozos a la playa. Estaba demasiado asustada de dejarlo. Seis hombres
aún estaban desaparecidos, presumiblemente muertos, y la última cosa que necesitaba
era llevarlo allí, solo para tener un abotargado y retorcido cadáver apareciendo en la
arena.
—Todavía me pateo por no haber ido al muelle —decía Rose—. Vi todas las luces
y autos por la carretera, pero hacía tanto frío. No podía enfrentarlo. Todos aún hablan
de ello. Es lo más emocionante que ha pasado por aquí en mucho tiempo. —Rose hizo
una pausa, lanzándome una mirada de reojo que sentí arder en mí más que ver—.
También es posible que haya oído que estabas bastante molesta con ya sabes quién —
dijo solapadamente. Estábamos siendo cuidadosas de no mencionar el nombre de Sully
delante de los niños—. ¿Hay algo de verdad en eso?
—Sí, claro, definitivamente estaba molesta. Arriesgó su vida ahí fuera en ese
diminuto bote. Entró y salió del agua tantas veces. Creo que todos estaban preocupados
por él.
—N
—Hmm. Eso no es lo que Michael Gilford dijo que vio. Dijo que estabas histérica.
Empezaste a gritar a los técnicos de emergencias para que hicieran su trabajo. Corrías de
un lado a otro de la playa como una mujer poseída. Dijo que parecías estar a punto de
alzar a nuestro beligerante amigo y cargarlo a casa.
—Psshh. Ridículo.
Rose rió en voz baja, tomando sal con su mano y vertiéndola en la burbujeante olla
frente a ella en la estufa.
—Pobre Michael. Cada vez que una mujer pone un pie en la isla, le gusta. Y
entonces ella termina enamorándose de tú sabes quién, y eso es todo.
—No estoy enamorada de tú sabes quién.
Amie levantó la cabeza de golpe, con ojos brillantes, distraída del pedazo de papel
delante de ella, donde había estado practicando diligentemente copiando las letras del
alfabeto una y otra vez.
—¿Estás enamorada? —preguntó, con la boca abierta—. Eso es muy asqueroso,
sabes. Eso significa que tienes que besar a un niño con la boca abierta.
—Tienes razón, eso suena asqueroso —estuve de acuerdo—. Pero no te preocupes.
Rose está equivocada. No estoy enamorada.
—Bien. Porque no creo que los niños y las niñas deban besarse. Creo que ni
siquiera deberían sostenerse las manos en realidad. No es higéntico.
—¿Higiénico?
Amie negó.
—Higéntico. Grandes gérmenes crecen en los niños. Cuando los tocas, te ponen
sus gérmenes por todas partes.
—Ya veo.
Rose hizo su mejor esfuerzo para no reír, mientras que Connor puso sus ojos en
blanco.
—Las niñas tienen tantos gérmenes como los niños, Amie.
Ella agachó la cabeza, volvió a dibujar el tallo de una muy alta T.
—No lo creo. Mamá siempre olía bien, como a flores. Felia y Rose también. Tú
hueles a culo de perro.
—Nunca siquiera has olido el culo de un perro.
—Lo he hecho. Te olí.
—De acuerdo, ustedes dos. Por qué no se concentran en la tarea y luego pueden ir
a jugar o algo.
—¿Fuera? —Connor parecía demasiado esperanzado. Sabía que tan pronto como le
dejara salir por la puerta principal, correría hacia la pared del acantilado con sus
binoculares para revisar las rocas debajo por restos del Sea King.
—Hace mucho frío y aún llueve. Lo siento, cariño. Tal vez mañana, si el tiempo
mejora un poco. —Y si han limpiado la macabra evidencia del accidente que tuvo lugar
anoche.
Mi respuesta no le hizo feliz en absoluto.
—Lo que sea. No puedo esperar a que podamos volver a la escuela
apropiadamente. Al menos, entonces saldremos a veces.
—Solo dos semanas más —concordé. Si quería ofenderme con que prefería ir a la
escuela que quedarse en casa conmigo, entonces iba a estar muy decepcionado. Me
encantaba enseñarles sus lecciones, pero no era bueno para ellos estar con adultos todo
el tiempo. Ambos necesitaban estar alrededor de otros niños, niños normales. La vieja
gran casa con sus dormitorios vacíos y siniestros pasillos, aunque hermosamente
decorada y cómoda más allá de toda medida, no era un patio de juegos apropiado para
niños.
—¿Irás a verlo? —dijo Rose de repente.
—¿A quién?
Me alzó una ceja, suspirando.
—Sabes a quién.
—Oh, Dios. No. ¿Por qué en la tierra haría eso?
—Porque podría ser agradable para él ver un rostro amigable y familiar. Dudo que
cualquiera en la isla vaya a revisarlo.
—Dudo que considere mi rostro amigable o familiar, Rose. Hemos hablado en
pocas ocasiones y, cada vez, ha sido un imbécil y me he enojado. Probablemente soy la
última persona que querría que le visitara mientras se recupera.
—Creo que te equivocas —dijo, moviendo la sopa más y más rápido, como si no
estuviera prestando atención a lo que hacía—. Creo que la gente lo subestima. Creo que
puede ser amable. Por otro lado, creo que también se alimenta de discutir con la gente,
así que probablemente disfrutaría de una sesión de discusión contigo. Lo pondría de pie
en poco tiempo.
—¿Vas a ir a visitarlo?
Rose dejó lo que estaba haciendo y se dio la vuelta completamente para
enfrentarme, con horror en su rostro.
—Diablos, no. Ese hombre es malhumorado como un oso con la cabeza metida en
una trampa, especialmente cuando está enfermo. No podrías pagarme para poner un pie
en ese centro médico.
***
Llámame masoquista, pero más tarde esa noche, me encontré abriendo la puerta
del centro médico, intentando averiguar si quería echar a correr o si realmente quería
preguntarle a la enfermera de recepción en qué habitación se encontraba Sully y
visitarlo.
Rose se había quedado con los niños. Estaba tan contenta de que Ronan no me
hubiera jodido del todo y dejado para hacer todo por mi cuenta. Ronan había sido padre
soltero por poco más de un año, pero había tenido rotando a dos niñeras en todo
momento, llevándolos a clase o a recitales en los que necesitaran estar, vigilándolos
mientras él estaba trabajando, haciendo sus comidas y generalmente ocupándose del
negocio. Sin la ayuda de Rose, me habría estado ahogando. Había un montón de gente
cuidando niños por sí mismos y estaba segura de que estaban haciendo un buen trabajo.
Los admiraba, de hecho, pero era una firme creyente de que tomaba mucho criar niños
y estaba dispuesta a tomar toda la ayuda que pudiera recibir.
El centro médico era un silencioso y estéril lugar. De dos pisos, el tamaño de un
típico hospital de día. Las paredes de la sala de espera estaban cubiertas con cosas como:
“El centro médico general de Causeway no está equipado para atender partos. A los
primeros signos de labor, por favor, diríjanse directamente al continente para recibir
atención médica en una instalación adecuada”. Y: “¿Dolores de pecho? Nuestro servicio
fuera de horas de trabajo se desarrolla de 6 p.m. a 9 p.m., de lunes a jueves. Por favor,
siéntase libre de llamar para consulta con una enfermera certificada”.
No mencionaba cómo se suponía que te dirigieras directamente al continente si te
ponías de parto en mitad de la noche y Jerry no estaba disponible con el servicio de
barco. Ni había mención qué acción debería ser tomada si experimentabas dolores de
pecho un viernes, sábado o domingo en cualquier momento después de las nueve y en
realidad querías ver a un doctor en persona.
—¿Señorita? Disculpe, ¿señorita? ¿Puedo ayudarla?
Me alejé de la bizarra pared con anuncios de servicio público, todos los cuales
estaban en muy agresivas mayúsculas, podría añadir, para encontrar a la pelirroja de la
fiesta de Rose sentada detrás del escritorio de recepción. Llevaba un conjunto de bata
azul, sujetada a la cual había una obscenamente grande placa con el nombre de “Gale”.
Bajo el nombre, alguien, presumiblemente Gale, había escrito “Enfermera aprendiz” con
marcador. Me dio una brillante sonrisa, enseñando una pared de lindos dientes
desordenados que de alguna manera la hacían lucir adorable.
—Ah, sí. Estaba… buscaba a Sully Fletcher. Me dijeron que había sido traído del
continente esta tarde.
Gale asintió.
—¡Sí, así es! Lo trajeron aquí. —Parecía demasiado entusiasmada.
—¿Puedes decirme en qué habitación está? Me gustaría visitarlo.
Su amplia sonrisa se desvaneció.
—Oh. No, no puedo. —No podía decir si estaba genuinamente molesta por el
hecho de que era incapaz de hacer lo que le había pedido o si estaba arreglándoselas para
mostrar una mezcla de extrema agresión pasiva, emparejado con un abundante extra de
sarcasmo.
—¿Qué quieres decir con que no puedes?
—Sully no se encuentra aquí.
—¿Pero pensé que acabas de decir que los técnicos de emergencias lo trajeron aquí
antes esta tarde?
—Lo hicieron. —Asintió de nuevo, rizos rojos rebotando por todas partes.
—¿Y? ¿Dónde fue?
—Oh, fue a casa. No quería dormir aquí. Dijo que huele a muerte —explicó
alegremente.
—De acuerdo. Entonces… ¿estaba lo bastante bien como para volver a casa?
Gale metió un tapón de bolígrafo en su boca y empezó a mordisquearlo, con los
ojos rodando hacia el techo; al parecer, estaba pensando muy, muy duro.
—No —dijo despacio—. No diría eso. Diría que aún está bastante enfermo. Colin
lo llevó, sin embargo.
—Ya veo. Gale, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Mmmhmm.
—¿Dónde estás estudiando?
—¿Estudiando?
—Sí, ya sabes. Para ser enfermera. —Señalé a su placa.
Miró abajo al ofensivo artículo como si fuera la primera vez que había visto la
cosa.
—Oh, ¿eso? No, no. No tienes que estudiar para ser enfermera. Solo aprendes todo
sobre la marcha. Es como ser secretaria. O inventor.
—No creo que… —Me detuve. Gale me miraba con fijeza, pendiente de cada
palabra que salía por mi boca, y podía claramente ver el problema aquí: las luces estaban
encendidas, pero no había nadie en casa. ¿Cómo diablos se las había arreglado para
conseguir el trabajo en el centro médico? ¿Cómo?—. ¿Puedes hacerme un favor, por
favor, Gale? ¿Crees que podrías escribirme la dirección de Sully? Me gustaría
asegurarme que se encuentra bien.
—¡Oh! Si vas a su casa, ¿podrías hacerme un favor? ¿Puedes darle estas? —Alcanzó
debajo del escritorio y puso una enorme bolsa blanca de papel sobre el mostrador, con
algo escrito delante—. Olvidó sus medicinas para el dolor cuando se fue. Va a ser
miserable sin ellas.
—Sí, supongo que puedo dárselas.
—Genial. —Gale me sonrió como si todos sus problemas se hubieran resuelto.
Arrancó un pedazo de papel de un cuaderno junto al teléfono y garabateó por un
segundo. Cuando me lo entregó, me quedé muda por lo que había escrito.
El faro.
Eso era todo.
—Perdona, ¿el faro?
—Ajá.
—¿Dónde está, sin embargo? ¿Cómo sabré llegar allí?
—Esa parte es fácil. Simplemente sigue las señales. Es el único faro en la isla.
***
De todos los lugares en el mundo donde Sully Fletcher podría haber vivido, un
faro en realidad tenía un poco de perverso sentido. Los fareros eran típicamente del tipo
aislado y hermético, ¿no es así? ¿Con la abrumadora necesidad de alejarse del mundo?
¿Y no era muy Heathcliffe de su parte segregarse en algún rincón barrido por el viento
de la isla, solo aventurándose a salir para atormentar a los de la zona cuando el
malhumor se apoderaba de él? Tal vez Holly había tenido razón cuando lo llamó así en
la fiesta de Rose.
Conduje hasta que encontré una señal para “El Faro” y entonces conduje hasta que
encontré otra y otra. Pronto, no hubo más señales y estaba falta de ideas. Después de
unos buenos treinta minutos, conduciendo el Land Rover por serpenteantes caminos de
tierra y senderos montañosos, me rendí y finalmente le pregunté a la primera persona
que vi… un anciano en un viejo abrigo, de pie en el lado de la carretera, mirando al
cielo como si estuviera esperando a que algo milagroso cayera y estuviera determinado a
no ser tomado por sorpresa.
—¿El faro? Bueno, estás fuera de camino. Vuelve a la carretera principal y luego
toma la tercera a la derecha, pasa la casa que ha sido pintada de azul. Entonces, sigue
todo el camino hasta el final de esa carretera. Es donde encontrarás el faro.
—Gracias. ¿Necesitas un aventón a algún lado?
Parecía sorprendido.
—No. Estoy bien aquí, gracias. —No había nada en kilómetros en ninguna
dirección, y no pude imaginar ninguna razón real para que se quedara parado aquí,
mirando el cielo, pero no quería ofenderlo Así que mantuve la boca cerrada y me fui.
Veinte minutos más tarde: un faro encaramado en el borde de un acantilado
rocoso, pintado con trazos gruesos de ardiente naranja y amarillo por el sol poniente,
algo parecido a una pintura de Afremov. Mientras estacionaba, observé la pila de
anuncios de “El faro” apilados en un montón por el sendero pedregoso que conducía
hacia los acantilados.
La puerta se abrió de golpe antes de que tuviera la oportunidad de salir del auto y
Sully se quedó allí, con una mano apoyada sobre su estómago, la otra contra la jamba de
la puerta, mirándome con los ojos bien abiertos como alguien a punto de encontrarse
con alienígenas por primera vez.
—¿Qué mierda? —articuló.
—Dímelo a mí —dije en respuesta. No quería salir del auto ahora que había visto
la horrible expresión en su rostro. Su cabello estaba alborotado, de punta, y su
mandíbula estaba marcada con una oscura barba desprolija que le hacía parecer
desaliñado y de buen ver al mismo tiempo de alguna manera. Llevaba una camisa gruesa
de manga larga y gris, con las mangas enrolladas hasta los codos y otro par de
desgastados vaqueros negros. Estaba pálido y había sombras debajo de sus ojos, lo que lo
hacía parecer poseído.
Lentamente, todavía apretando una mano contra su estómago, salió cojeando por
la puerta y se acercó a la puerta lateral del conductor, mirándome por la ventana.
Cuando no bajé la ventana, levantó su mano y golpeó un nudillo contra el cristal.
Realmente no parecía que tuviera otra elección después de eso. Bajé la ventana.
Sully me observó por un momento, estudió el auto en general, y luego dijo:
—No supongo... ¿que esto sea una coincidencia?
—Dejaste tus medicamentos en el centro.
Se dio vuelta y se alejó.
—No voy a tomar esa mierda.
—Es medicación para el dolor, Sully. No te lo habrían recetado si no pensaran que
lo necesitas.
—No lo necesito. ¿Cómo sabes que son medicamentos contra el dolor, de todos
modos? —Lentamente, miró hacia atrás sobre su hombro, frunciendo el ceño—. ¿Has
estado husmeando en mi mierda?
—Me sorprendió que en realidad no fueran antipsicóticos —dije—. Y no, no
estuve husmeando en tu mierda. Gale me informó antes de entregarme la bolsa.
—¡Ja! Gale.
—Sí. Tu novia no es la bombilla más brillante de la caja, ¿eh? —Salí del auto y lo
seguí.
—Sabes muy bien que no es mi novia.
—Lo has dejado implícito.
—Eso no significa nada, ¿verdad?
—¿Por qué están esos letreros apilados al lado de la casa, Sully?
—Para que los entrometidos no aparezcan en mi casa, sin previo aviso. —
Deteniéndose en la puerta principal, se volvió y bloqueó la entrada con un brazo—. Una
vergüenza. No parecieron funcionar en este caso en particular, ¿verdad?
—Solo estoy tratando de actuar como un buen samaritano, imbécil.
—No soy cristiano.
—¿Qué?
—El Buen Samaritano. Estaba en la Biblia, ¿no?
—No necesitas ser cristiano para ser una buena persona, Sully.
—Estoy seguro de que ayuda. Mira, está helando y tengo cuatro costillas rotas.
¿Podemos hacer esto en otra ocasión?
Sobre su hombro, podía ver una habitación en desorden y un televisor sobre una
pila de libros, su pantalla emitía estática. El ruido blanco explotaba y crepitaba,
crujiendo bajo. Debería haberme ido. No debería haber venido en primer lugar; tan
pronto como me enteré que había rechazado el tratamiento en el centro médico y se
había ido a casa, debería haberlo dejado a su suerte. Pero se veía terrible. Un sudor
pegajoso y húmedo le había brotado en la frente y sus manos temblaban. No había
tomado ninguna de sus malditas medicinas para el dolor y ahora me estaba diciendo que
tenía cuatro costillas rotas. Dios, ¿cómo demonios iba a irme ahora? Sería bastante fácil
de hacer. Sería genial golpear la puerta del auto y acelerar, dejándolo atrás en el polvo.
Pero no iba a llegar más allá de un kilómetro antes de que la culpa se asomara y tuviera
que regresar.
—Maldita sea, Sully. Solo déjame entrar para que te prepare algo de comer y algo
caliente para beber. Tranquilizarme. Entonces me iré, lo prometo.
Sully ladeó la cabeza. Su respiración era superficial. Más de lo que debería haber
sido.
—Eres una pequeña hermana de la caridad, ¿verdad? ¿Cuál era el nombre de la
chica de El sonido de la música? ¿La monja que no abandonaba ese canto infernal? Ya
sabes, ¿la que salvó a esos niños de los nazis? Eres como ella. Tan... alegre. —Usó la
palabra como si fuera un insulto.
Me crucé de brazos.
—No me parezco en nada a ella. ¿Podemos entrar? Tienes razón, está helando y no
tengo ganas de que me dé hipotermia en este momento.
Sus dos cejas se alzaron al mismo tiempo.
—Eso es gracioso.
De acuerdo, así que fue algo bastante tonto de mi parte, pero no había necesidad
de que él fuera tan idiota.
—Sully. Vamos. Por favor. —Señor, ¿le estaba rogando que me dejara entrar a su
casa para poder cuidar de él? ¿Cómo había ocurrido esto? Realmente, categóricamente,
absolutamente no tenía sentido.
Suspiró, dejando caer su brazo.
—Está bien. Puedes entrar. Con dos condiciones.
—¿Cuáles son?
—Si pones un pie en mi casa, ni siquiera pienses en intentar ordenar nada. Mueve
un libro, un plato, una taza, y volverás a salir de la puerta más rápido de lo que puedes
decir supercalifragilisticoexpiralidoso.
Se veía tan condenadamente complacido consigo mismo que no pude evitar borrar
la sonrisa de su rostro.
—Eso es de Mary Poppins, no de El sonido de la música.
—No me importa de dónde sea. Te metes con mi mierda, te vas. ¿Entendido?
Levanté mis manos.
—Bien. No voy a ordenar.
—Y la segunda condición es que no habrá nada de esa mierda de té caliente. Si
entras aquí, vas a beber whisky.
—¿Qué? ¿Por qué voy a beber whisky?
—Porque estoy bebiendo whisky. Y así es como es.
—Tengo que conducir.
Se encogió de hombros.
—Tómalo o déjalo, Lang.
¿Cuánto le dolería si lo golpeara en la caja torácica en este momento? Mucho,
probablemente. ¿Suficiente para hacer que se comportara? No iba a contener la
respiración.
—De acuerdo. Bien. Lo que sea. Déjame entrar. Tengo los pies entumecidos.
***
El interior del faro era surrealista, como algo que Escher habría inventado, todo
ángulos extraños y escaleras extrañas que no deberían funcionar, pero de alguna manera
lo hacían. No tenía ni idea de por qué me había advertido que no ordenara. Había
montones de libros por todas partes y ropa, sí, pero la ropa estaba doblada en montones,
y los libros estaban alineados perfectamente. No había platos o tazas por ahí. Ni siquiera
en la pequeña cocina donde me llevó murmurando por lo bajo. Tomó dos vasos de uno
de los armarios y luego buscó en otro armario hasta encontrar una botella de
Dalwhinnie medio llena.
—¿Hielo? —preguntó por encima de su hombro.
—No lo sé. ¿Por supuesto? Nunca he bebido whisky antes.
—Nunca has... —No podía creerlo, eso estaba claro—. ¿Nunca has bebido whisky?
Eso podría ser lo más ridículo que hayas dicho. Supongo que las mujeres en el sur de
California beben Sauvignon Blanc o Pimms o alguna mierda. Mojitos. Cosmopolitans.
—A veces. En realidad, no bebo nada.
—Oh, señor, sálvanos. —Dándose vuelta, me tendió un vaso, tres dedos de líquido
ámbar oscuro habitaban dentro de él—. Yo me agarraría la nariz y lo bebería de una vez
si fuera tú. No te va a gustar.
Acepté el vaso.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque soy un ser humano bastante observador. Ahora bebe.
Bebí. Era algo horrible, asqueroso y maligno que quemó hasta el fondo de mi
garganta y se asentó en mi estómago, un pequeño escupitajo de fuego que no salía. Solo
di un trago. Tenía al menos cuatro o cinco más que tomar antes de llegar al fondo de la
copa. Quería toser y balbucear y hacer muecas, pero, por otro lado, no quería demostrar
que tenía razón.
Me las arreglé para ocultar mi disgusto, aunque solo Dios sabe cómo. Sully me
observaba vorazmente tomando tragos del crudo licor, con la expresión en blanco hasta
que incliné el vaso y finalmente lo terminé. Asintió, levantando su propio vaso.
—Vaya. —Se lo tomó de un solo trago, estremeciéndose un poco mientras tragaba.
—¿Vaya?
—Sí. Estoy impresionado. Eso fueron tres tragos. Y no vomitaste.
—¿Tres tragos? Sully, tengo que volver a cruzar la isla. ¿Qué demonios?
Hizo una mueca, poniendo más whisky en los vasos.
—Pensé que ibas a quedarte y “cuidar de mí” —dijo, haciendo comillas en el aire
en sus últimas palabras.
—Voy a hacerlo. Pero, aun así, tengo que ir a casa y cuidar de Connor y Amie.
¿Recuerdas? ¿Tu sobrina y sobrino?
—No quiero hablar de ellos. O Ronan —dijo, levantando el dedo índice—. Si
necesitas un aventón más tarde, puedo hacer que Jared baje la colina para que te lleve.
Mientras tanto... —Me devolvió mi vaso, que contenía una cantidad mucho menor de
whisky esta vez—. Bébetelo todo.
Tomé el más pequeño sorbo de whisky, frunciendo el ceño.
—Vamos, chica. —Sonrió, pero fue una sonrisa sombría e incómoda que traicionó
cuánto dolor estaba sintiendo. Su mano aún estaba presionada contra su diafragma como
si fuera la única cosa que mantenía sus entrañas en su lugar.
—No puedes tomar analgésicos si has estado bebiendo —dije en voz baja.
—No pienso hacerlo. Te lo dije. No voy a tomar esa mierda.
—¿Por qué no? Obviamente, estás sufriendo.
—Porque, señorita sabihonda, vi lastimarse a suficientes tipos en el ejército. Se les
prescribió morfina y oxitocina, y los vi convertirse en adictos delante de mis ojos. No
vale la pena. Prefiero tomar algunos tragos de cosas buenas y apretar los dientes si es lo
mismo para ti, muchas gracias.
—Oh.
—Sí. Oh.
Se quedó allí, mirándome, sin respirar, sin decir nada, y, una vez más, quise irme.
Miré hacia otro lado; no era el tipo de persona fácil de intimidar. Ni siquiera Ronan
Fletcher pudo hacerlo. Pero había algo en su hermano que Ronan no tenía. Una
cualidad intensa, profunda y penetrante que me hacía sentir incómoda en mi propia
piel.
—Voy a sentarme ahora, antes de caer. Por favor, siéntete libre de fisgonear y
hacer lo que quieras en mi ausencia. —Sully salió de la cocina y volvió a la sala, con la
espalda recta y los hombros rígidos, y pensé en recoger uno de los afilados cuchillos de
la tabla de carnicero en su encimera y ver cuán buena era mi puntería.
En su lugar, aproveché al máximo su invitación y comencé a hurgar a través de sus
armarios, buscando ingredientes para poder cocinarle algo para comer.
Sorprendentemente, había mucho para elegir. Me esperaba una nevera llena de
condimentos y un sándwich rancio, medio comido; estantes vacíos y bolas de polvo en
su despensa. Pero su refrigerador estaba lleno de verduras y frutas, junto con paquetes
de carne y bloques de queso, y sus armarios rebosaban de productos horneados,
productos secos y latas de sopa. Productos de primera necesidad, nada extravagante,
pero mejor que nada, eso era seguro.
Tenía que trabajar.
Treinta minutos más tarde, tenía un estofado de carne en la estufa, panecillos en el
horno y una taza de café en la mano para Sully. Había dicho que no al té, pero una taza
caliente y fuerte de café podría ser una historia diferente. Cuando entré en el salón —
era tan extraño que no hubiera líneas rectas en toda la planta baja de la casa—, Sully
estaba acostado en el sofá, con la cabeza inclinada hacia atrás, ahora con ambas manos
cruzadas sobre su estómago, y estaba durmiendo.
—Bueno. Mierda.
Sully abrió un párpado, mirándome fijamente.
—El señor Von Trapp no estaría impresionado por tu colorido lenguaje.
—El señor Von Trapp puede besarme el culo.
Eso lo hizo resoplar. Girando cuidadosamente la cabeza hacia adelante, suspiró
pesadamente.
—Venga. Entonces vamos a tomarlo. —Levantó su mano, mirando la taza
humeante que todavía estaba sosteniendo.
Se lo entregué, agradecida de que no estuviera iniciando una pelea.
—No sabía si tomas azúcar.
—No lo hago.
—Déjame adivinar. ¿Eres lo suficientemente dulce? —Mi voz goteaba sarcasmo.
—No, Lang. No soy dulce. Ni siquiera un poco. Y tampoco se supone que el café
sea dulce. Se supone que debe saber como el ácido de la batería. Está destinado a
mantenerte despierto, no a ponerte en un coma diabético.
—Debidamente anotado. Eres muy contundente, ¿no? ¿Disfrutas haciendo que la
gente se sienta incómoda todo el tiempo?
Sully sorbió su café y luego hizo una mueca, agarrándose su costado. Una vez que
el dolor hubo pasado, dejó la taza en la mesita al lado de su sofá de cuero y dirigió su
atención hacia mí de la manera aterradora que había perfeccionado.
—¿Disfruto haciendo que la gente se sienta incómoda? —Pensó por un
momento—. No, no me divierte. La incomodidad de otras personas es un desafortunado
subproducto de mi política de “cero mierda”. No tiene nada que ver conmigo. Tiene
todo que ver con ellos. Solamente se sienten incómodos porque están siendo
deshonestos o están escondiendo algo. No me gusta ser falso conmigo mismo, y eso los
hace sentir mal porque eso es todo lo que siempre son. Sus vidas son caóticas.
—¿Caóticas?
—Ajá.
—Eso parece un poco duro, ¿no crees?
—En absoluto. Creo que es una valoración justa.
—¿Y yo? ¿Crees que mi vida es una farsa?
Sonrió, malvado y con agudeza, y supe que no me iba gustar lo que saldría de su
boca a continuación.
—Lang, de todas las personas residiendo aquí en este pequeño pedazo de tierra, tu
vida es la farsa más grande de todas. Pretendes que te preocupas por Connor y Amie,
cuando en realidad te preocupas por la paga. Y pretendes que vienes aquí para ser una
buena samaritana, cuando la verdad es que te sientes atraída por mí y estabas
preocupada por mí.
La puerta estaba a un metro. ¿Dos segundos? Tal vez menos. No me tomaría nada
de tiempo salir del faro de Sully, montarme en el Land Rover, regresar con los niños y
nunca volver a ver a este hombre. Aunque no sería tan fácil, porque en una isla tan
pequeña como Causeway, se estaba obligado a encontrarlo en algún punto. Estaba
esperando que lo hiciera; estaba esperando que me enojara y me fuera, podía verlo en las
oscuras y duras profundidades de sus ojos.
Era mejor para mí quedarme y desafiarlo que hacer exactamente lo que esperaba
que hiciera, aunque fuera solo para enseñarle el dedo medio y probarle que no me
conocía tan bien como creía después de todo.
—No me gusta la mentira —dijo Sully lentamente—. Odio especialmente cuando
las personas se mienten a sí mismos, Lang. Hace de la sociedad un lugar un peligroso. Si
todo el mundo va por ahí, decidiendo creer que son buenas personas, que son incapaces
de hacer el mal, que no quieren cosas malas para ellos, y sus problemas simplemente se
desvanecerán si los ignoran el tiempo suficiente, entonces, ¿quién arreglara las cosas
cuando se rompan? ¿Quién tomará responsabilidad cuando las cosas salgan mal? ¿Y
quién va a decir la jodida verdad?
—No me importa una mierda lo que creas, Sully. Siempre digo la verdad.
—Es así. —No era una pregunta. Su voz se hundió al final, diciéndome que no me
creía ni por un segundo—. Entonces dime. ¿Por qué decidiste quedarte en la isla? ¿Fue
porque Linneman te dijo que no habría paga al final del contrato de seis meses si te ibas?
¿Mmmm? Sé todo sobre el restaurante de tus padres en California. ¿Cómo habrías
salvado el día si no ibas a casa con ese grueso y bonito cheque por cien de los grandes en
el bolsillo de atrás?
—Tienes razón. Ir a casa sin ese cheque habría sido un desastre. Pero habría
encontrar otro trabajo. Habría tomado tres trabajos extra si tuviera que hacerlo. No
tengo miedo de trabajar duro. Lo habría resuelto, porque soy buena en eso. Resolver
situaciones de mierda.
—¿Cómo la situación de mierda con tu ex esposo?
La sorpresa ardió en mí, amarga y desagradable.
—¿Cómo sabes de Will?
—Bueno, puedes saber todo sobre mi, Lang. Los diarios de Mag te están dando
mucha información, estoy seguro. Así que supuse que debía equilibrar el campo de
juego un poco. Hice que un amigo pasara un par de horas revisando tus huellas en línea.
Me envió un poco de lo básico, los detalles de tu divorcio. Los negocios de tus padres. Tu
escuela siendo cerrada. Perder el trabajo. Los trabajos.
—Eres increíble.
Sully suspiró.
—¿De verdad te importa si sé que tu ex esposo te engañó? ¿De verdad?
—¡Sí!
—¿Por qué? —Estaba tan tranquilo. Tan razonable. Tan exasperante. En lo que a
él respectaba, no tenía pruebas. Nunca iba a creer que no había leído ese maldito diario.
Nunca. Mi indignación estaba burbujeando, haciendo difícil contenerla. La sonrisa de
Sully se extendió más—. ¿Qué tal si dejas de actuar como si estuvieras enojada y admites
por qué estás aquí en realidad?
—Te dije…
—Y yo te dije que odio las mentiras. ¿Estás negando que te sientes atraída por mí?
¿Incluso aunque sabes que no deberías? ¿Incluso aunque sabes que es raro porque soy un
imbécil, y por los chicos de Ronan? —Parecía completamente inafectado por las
palabras saliendo de su propia boca. Parecía que no le importaba que me afectaran
también. Solo se quedó ahí sentado, mirándome, esperando.
No iba a ganar. No esta vez. Incluso si eso significaba que me avergonzaría a mí
misma por poseer algo que había estado evitando reconocerme. Pero las cosas que había
dicho antes, sobre la gente ignorando sus problemas, o simplemente ignorando sus
sentimientos en este caso… nunca ayudaron y lo sabía.
—Bien. Tienes razón. Me siento atraída por ti. No es algo de lo que esté
particularmente orgullosa. No por Ronan, o por Amie y Connor, sino porque eres una
basura de persona odiosa que solo ve lo malo en todo, y preocuparme por una persona
como tú probablemente me hará alguien tóxica e infeliz también. Al menos Ronan
era…
Se levantó del sofá mucho más rápido de lo que pensé que sería capaz, y se paró
frente a mí, jadeando.
—No lo hagas —espetó—. Antes de que siquiera contemples terminar esa frase,
por favor, no me compares con mi hermano.
—¿Por qué no?
—Cuando eres un gemelo, cuando te ves tan completamente parecido a alguien
con quien creciste, aprendiste, evolucionaste y con quien te convertiste un hombre,
entonces lo único que la gente quiere es encontrar las diferencias entre ustedes. Él era el
amable. Tú eras el malo. Él era el académico. Tú eras el destructivo. Él era el hombre de
familia. Tú eras el promotor de la guerra. Es jodido. No quiero oírlo. En especial de ti;
alguien que conoció a Ronan verdaderamente por cinco jodidos minutos y quien todavía
no me conoce en absoluto.
—¡Lo haría si me dejaras!
—NO QUIERO… —El cuarto explotó con un sonido agudo y alarmante, cortando
nuestra discusión. Sully casi sufrió un infarto, dándose vuelta, con los ojos amplios y
salvajes, su pecho subiendo y bajando rápidamente.
—¿Qué demonios es eso? —grité.
Todavía parecía nervioso, pero una tranquilidad se asentó sobre Sully de repente.
—Detector de humo —dijo, en voz baja, así que apenas y pude escucharlo sobre el
barullo—. Estás quemando mi cocina, Lang.
—¡Oh, mierda, el estofado! —Corrí a la cocina. La hornilla bajo la cual la olla de
acero en la que la comida había estado cocinándose estaba chamuscada, y el humo se
alzaba, delgado y negro, pero suficiente para haber disparado la alarma—. Mierda. —
Rápidamente apagué la estufa y quité la olla, mirando para examinar el daño hecho al
estofado. Afortunadamente se veía bien. Ni siquiera estaba quemado al fondo. La base de
la olla, sin embargo, estaba arruinada. La alarma se detuvo, dejando mis oídos pitando.
—No pensé en preguntar si eras una cocinera decente antes de dejarte entrar aquí
—dijo Sully a mis espaldas—. Ven, déjame ver. —Me aparté del camino y revisó y tocó
la estufa—. Las partes están casi perdidas —dijo, haciendo una mueca—. Tenía
intenciones de cambiarla hace tiempo. Te da descargas cuando la hornilla se calienta
demasiado.
—¿Entonces no fue mi culpa?
—No, no fue tu culpa, Lang. Relájate. Ve a sentarte. Llevaré la comida.
Empecé a discutir; no debería estar levantando ollas pesadas o sirviendo la comida.
Todo el punto era venir aquí a cocinar para que él no tuviera que hacerlo, pero entonces
vi la mirada en su rostro y salí de la cocina sin decir nada más. Trajo dos tazones poco
después, luego volvió y trajo los panecillos que había hecho en el horno. Comimos en
silencio, Sully solo arreglándoselas para terminar medio tazón del que había servido
antes de dejarlo, gruñendo.
—Adelante. Dime que la comida sabe horrible. Te reto.
—Estuvo genial, Lang. Pero puede que hayas notado que no me siento bien ahora.
Mi apetito no es el habitual.
—Deberías ir a la cama. Descansar un poco —le dije.
—Hay demasiadas jodidas escaleras en este lugar. Dormiré aquí hasta que haya
sanado poco. —Echándose hacia atrás, con los brazos envueltos sobre su torso, se
extendió en el sofá, levantando sus piernas sobre los cojines, y cerró sus ojos, respirando
pesadamente. Haber comido parecía haberlo agotado. De verdad agotado. Su rostro
estaba más pálido que antes y ese sudor pegajoso había regresado, perlando su frente.
—Te ves muy pálido, Sully. ¿Crees que puedes ser cordial por unos segundos
mientras reviso tu temperatura?
—Claro. Siempre y cuando no intentes meterme el termómetro por el culo.
—Lo prometo, esa es la última cosa que planeo hacer. —No tenía ni idea de donde
estaba el kit de primeros auxilios y no había traído uno desde la casa grande, así que lo
hice al viejo modo y usé el dorso de mi mano, presionándola en su frente.
—Estoy seguro de que eso es muy exacto —gruño Sully.
—Lo suficiente para decirme que estás ardiendo. Dios, Sully, nunca deberías haber
salido del centro médico. ¿Qué estabas pensando?
—Estaba pensando que tendría una mejor oportunidad de sobrevivir en casa,
donde Gale no pudiera inyectarme con adrenalina en lugar de morfina por accidente.
—Sí, bueno. Supongo que es un buen punto. —Volviendo a la cocina, agarré un
trapo limpio de uno de los cajones y lo mojé con el grifo antes de volverlo a llevar a la
sala conmigo.
El pecho de Sully estaba subiendo y bajando tan rápido que parecía como si
acabara de correr un maratón. Sostuve la tela fría y mojada en su frente, dejándola en el
lugar cuando intentó quitársela. Sus brazos estaban hechos de goma, fáciles de mover.
Parecía que no tenía nada de fuerza en su cuerpo.
—¿Puedes llamar a Ronan, por favor? ¿Decirle que necesito que venga por mí? Lo
siento, Mags, no debería haber bebido tanto. —Estaba arrastrando las palabras como si
hubiera estado bebiendo. Mucho más que dos vasos de whisky. Más como si se hubiera
tomado una botella.
—¿Sully? Oye, Sully, ¿puedes sentarte por mí?
—En realidad no. —Lo intentó, sin embargo, hizo un valiente intento. Se tensó,
flexionando sus abdominales, moviendo hacia adelante, y luego aulló de dolor, sus ojos
abriéndose de golpe, el poco color que quedaba en su rostro desapareció dejándolo
fantasmalmente blanco—. Oh, mierda —siseó—. Eso fue tonto. —Parecía haber
regresado en sí, pero cuando me miró, sus pupilas tragándose sus iris en el cuarto oscuro,
parecía como si se estuviera desvaneciendo igual de rápido.
Frunciéndome el ceño, extendió una mano, los dedos estirados.
—No… no estás aquí, ¿verdad?
—Soy Lang. —Sacudí mi cabeza, corrigiéndome—. Soy Ophelia. ¿Recuerdas? —
Parecía mareado, como si no pudiera escuchar lo que estaba diciendo apropiadamente.
Tomé mi teléfono del bolso y marqué el número de Rose tan rápido como pude.
Respondió al cuarto timbre.
—Hola, O. Los chicos ya comieron. Amie ya se desmayó y Connor está leyendo su
libro en la cama. ¿Ya vienes?
—No, de hecho, estoy todavía con Sully.
—¿No está en el centro médico?
—No, se negó a quedarse allí aparentemente. Larga historia. Escucha, no estoy
segura qué hacer.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, estaba lucido cuando llegué aquí, pero está ardiendo de fiebre y muy
confundido. Me pidió que llamara a Ronan y le dijera que viniera para llevarlo a casa.
—Debes llamar al centro médico. Que Collin lo lleve en la ambulancia o algo.
—Iba a hacerlo, pero estuve allí antes y había letreros en todas partes diciendo las
urgencias estaban solo disponibles de lunes a jueves hasta las nueve. Y es viernes.
—Mierda, tienes razón.
—No puedo creer que ustedes no tengan una sala de emergencias allí, Rose. ¡Es
jodidamente peligroso!
—Lo sé, lo sé, déjame pensar.
Había estado mirando a Sully todo el tiempo que le hablaba a Rose, pero me di la
vuelta un segundo, pellizcándome el puente de la nariz entre el pulgar y el índice, para
que no viera que estaba enloqueciendo. Podría estar desorientado, pero, aun así, no
necesitaba verme entrar en pánico. Estaba por preguntarle a Rose si había siquiera un
doctor en Causeway que pudiera venir donde Sully, pero luego escuché un húmedo
sonido de vómito y no tuve oportunidad.
Sully estaba de costado, acurrucado tanto como podía, y estaba vomitando sobre su
alfombra color crema.
—Oh, Dios. Debo irme, Rose. Está vomitando. Te llamaré en un segundo. —
Colgué y me puse de rodillas, evitando por poco el desastre que hizo.
—No te preocupes, ya voy —gimió Sully—. Maldición, ayúdenlos. ¡Debemos
sacarlos de ahí!
—¿Qué? Oye, estás bien. Intenta inclinarte un poco. No te preocupes. Limpiaré
esto. Solo descansa un momento. Vamos, eso es. —No pensé en lo que hacía. Solo lo
hice. Lentamente, aparté el cabello de su frente, arrullándolo, tratando de hacerlo
sentirse mejor—. Está bien, solo respira, Sully, solo respira. Te tengo. Te tengo.
—Está muy caliente. Los tanques van a explotar. Debemos sacarlos de allí, Crowe.
Van a morir.
—Está bien, Sully. Shhh, todo se terminó. Llegaste a ellos. Los sacaste del agua,
¿recuerdas?
—¿Agua?
—Sí. Saltaste al océano para sacarlos. Fue estúpido y peligroso, pero lograste salvar
la vida de tres personas.
—¿Tres? ¿Solo tres? Oh. Sí. Claro.
—Esos tres hombres están vivos por ti, Sully. Lo juro, si no hubieras hecho lo que
hiciste, se habrían ahogado como los demás.
Estaba sacudiendo su cabeza. Sacudiéndola de forma tan violenta que sus dientes
chocaban dentro de su cabeza.
—No. No, estás equivocada. Están atrapados dentro del camión. Se quemarán si no
los saco, Crowe.
—¡Sully! ¡Tranquilo! —Estaba sacudiéndose, los brazos a todos lados, tratando de
apartarme de él. Perdí el equilibrio, caí hacia atrás y aterricé de culo, y Sully logró
enderezarse.
—Vete al diablo, Crowe —espetó—. Si no quieres ir, entonces es tu problema. No
viviré el resto de mi vida sabiendo que podría haber ayudado y no lo hice. Preferiría
morir en las llamas con esos pobres bastardos. —Se puso en pie de golpe, a punto de irse,
a punto de hacer algo, actuar, ayudar a quien sea que se imaginaba que estaba atrapado
dentro de un camión en alguna parte, pero no logró dar más de tres pasos hacia la puerta
antes de que sus rodillas cedieran y eso fue todo. Se quedó inconsciente.
El Buen Samaritano
—No es ni de lejos tan malo como pensaban, al parecer. Solo un
simple caso de hipotermia. Lo van a llevar de nuevo al centro
médico más tarde esta noche.
—Dios, es una locura que no haya un hospital apropiado en la isla. Una locura. —
Había sido incluso más loco ver a Sully ser sacado en helicóptero de la isla con tres
supervivientes del equipo del Sea King. En total, Sully en realidad había sacado a once
hombres del agua, pero ocho ya habían muerto o lo hicieron en la playa.
Rose estaba haciendo sopa de pollo y yo estaba enseñando a los niños aritmética e
inglés en la mesa del comedor. Amie era completamente inconsciente de los eventos de
anoche. Connor había dormido durante la llegada de Sully y no había despertado hasta
que el helicóptero llegó, así que solo había captado una parte del rescate. No había visto
a Sully en absoluto, gracias a Dios. ¿Un tipo corriendo de un lado a otro de la playa, la
viva imagen de Ronan? Eso habría provocado más que unas pocas preguntas y no estaba
segura de estar preparada para manejar la monumental tarea de explicar lo del gemelo
de Ronan aún. Connor siguió preguntando si podía ir a ver los restos del Sea King que
todavía llegaban a trozos a la playa. Estaba demasiado asustada de dejarlo. Seis hombres
aún estaban desaparecidos, presumiblemente muertos, y la última cosa que necesitaba
era llevarlo allí, solo para tener un abotargado y retorcido cadáver apareciendo en la
arena.
—Todavía me pateo por no haber ido al muelle —decía Rose—. Vi todas las luces
y autos por la carretera, pero hacía tanto frío. No podía enfrentarlo. Todos aún hablan
de ello. Es lo más emocionante que ha pasado por aquí en mucho tiempo. —Rose hizo
una pausa, lanzándome una mirada de reojo que sentí arder en mí más que ver—.
También es posible que haya oído que estabas bastante molesta con ya sabes quién —
dijo solapadamente. Estábamos siendo cuidadosas de no mencionar el nombre de Sully
delante de los niños—. ¿Hay algo de verdad en eso?
—Sí, claro, definitivamente estaba molesta. Arriesgó su vida ahí fuera en ese
diminuto bote. Entró y salió del agua tantas veces. Creo que todos estaban preocupados
por él.
—N
—Hmm. Eso no es lo que Michael Gilford dijo que vio. Dijo que estabas histérica.
Empezaste a gritar a los técnicos de emergencias para que hicieran su trabajo. Corrías de
un lado a otro de la playa como una mujer poseída. Dijo que parecías estar a punto de
alzar a nuestro beligerante amigo y cargarlo a casa.
—Psshh. Ridículo.
Rose rió en voz baja, tomando sal con su mano y vertiéndola en la burbujeante olla
frente a ella en la estufa.
—Pobre Michael. Cada vez que una mujer pone un pie en la isla, le gusta. Y
entonces ella termina enamorándose de tú sabes quién, y eso es todo.
—No estoy enamorada de tú sabes quién.
Amie levantó la cabeza de golpe, con ojos brillantes, distraída del pedazo de papel
delante de ella, donde había estado practicando diligentemente copiando las letras del
alfabeto una y otra vez.
—¿Estás enamorada? —preguntó, con la boca abierta—. Eso es muy asqueroso,
sabes. Eso significa que tienes que besar a un niño con la boca abierta.
—Tienes razón, eso suena asqueroso —estuve de acuerdo—. Pero no te preocupes.
Rose está equivocada. No estoy enamorada.
—Bien. Porque no creo que los niños y las niñas deban besarse. Creo que ni
siquiera deberían sostenerse las manos en realidad. No es higéntico.
—¿Higiénico?
Amie negó.
—Higéntico. Grandes gérmenes crecen en los niños. Cuando los tocas, te ponen
sus gérmenes por todas partes.
—Ya veo.
Rose hizo su mejor esfuerzo para no reír, mientras que Connor puso sus ojos en
blanco.
—Las niñas tienen tantos gérmenes como los niños, Amie.
Ella agachó la cabeza, volvió a dibujar el tallo de una muy alta T.
—No lo creo. Mamá siempre olía bien, como a flores. Felia y Rose también. Tú
hueles a culo de perro.
—Nunca siquiera has olido el culo de un perro.
—Lo he hecho. Te olí.
—De acuerdo, ustedes dos. Por qué no se concentran en la tarea y luego pueden ir
a jugar o algo.
—¿Fuera? —Connor parecía demasiado esperanzado. Sabía que tan pronto como le
dejara salir por la puerta principal, correría hacia la pared del acantilado con sus
binoculares para revisar las rocas debajo por restos del Sea King.
—Hace mucho frío y aún llueve. Lo siento, cariño. Tal vez mañana, si el tiempo
mejora un poco. —Y si han limpiado la macabra evidencia del accidente que tuvo lugar
anoche.
Mi respuesta no le hizo feliz en absoluto.
—Lo que sea. No puedo esperar a que podamos volver a la escuela
apropiadamente. Al menos, entonces saldremos a veces.
—Solo dos semanas más —concordé. Si quería ofenderme con que prefería ir a la
escuela que quedarse en casa conmigo, entonces iba a estar muy decepcionado. Me
encantaba enseñarles sus lecciones, pero no era bueno para ellos estar con adultos todo
el tiempo. Ambos necesitaban estar alrededor de otros niños, niños normales. La vieja
gran casa con sus dormitorios vacíos y siniestros pasillos, aunque hermosamente
decorada y cómoda más allá de toda medida, no era un patio de juegos apropiado para
niños.
—¿Irás a verlo? —dijo Rose de repente.
—¿A quién?
Me alzó una ceja, suspirando.
—Sabes a quién.
—Oh, Dios. No. ¿Por qué en la tierra haría eso?
—Porque podría ser agradable para él ver un rostro amigable y familiar. Dudo que
cualquiera en la isla vaya a revisarlo.
—Dudo que considere mi rostro amigable o familiar, Rose. Hemos hablado en
pocas ocasiones y, cada vez, ha sido un imbécil y me he enojado. Probablemente soy la
última persona que querría que le visitara mientras se recupera.
—Creo que te equivocas —dijo, moviendo la sopa más y más rápido, como si no
estuviera prestando atención a lo que hacía—. Creo que la gente lo subestima. Creo que
puede ser amable. Por otro lado, creo que también se alimenta de discutir con la gente,
así que probablemente disfrutaría de una sesión de discusión contigo. Lo pondría de pie
en poco tiempo.
—¿Vas a ir a visitarlo?
Rose dejó lo que estaba haciendo y se dio la vuelta completamente para
enfrentarme, con horror en su rostro.
—Diablos, no. Ese hombre es malhumorado como un oso con la cabeza metida en
una trampa, especialmente cuando está enfermo. No podrías pagarme para poner un pie
en ese centro médico.
***
Llámame masoquista, pero más tarde esa noche, me encontré abriendo la puerta
del centro médico, intentando averiguar si quería echar a correr o si realmente quería
preguntarle a la enfermera de recepción en qué habitación se encontraba Sully y
visitarlo.
Rose se había quedado con los niños. Estaba tan contenta de que Ronan no me
hubiera jodido del todo y dejado para hacer todo por mi cuenta. Ronan había sido padre
soltero por poco más de un año, pero había tenido rotando a dos niñeras en todo
momento, llevándolos a clase o a recitales en los que necesitaran estar, vigilándolos
mientras él estaba trabajando, haciendo sus comidas y generalmente ocupándose del
negocio. Sin la ayuda de Rose, me habría estado ahogando. Había un montón de gente
cuidando niños por sí mismos y estaba segura de que estaban haciendo un buen trabajo.
Los admiraba, de hecho, pero era una firme creyente de que tomaba mucho criar niños
y estaba dispuesta a tomar toda la ayuda que pudiera recibir.
El centro médico era un silencioso y estéril lugar. De dos pisos, el tamaño de un
típico hospital de día. Las paredes de la sala de espera estaban cubiertas con cosas como:
“El centro médico general de Causeway no está equipado para atender partos. A los
primeros signos de labor, por favor, diríjanse directamente al continente para recibir
atención médica en una instalación adecuada”. Y: “¿Dolores de pecho? Nuestro servicio
fuera de horas de trabajo se desarrolla de 6 p.m. a 9 p.m., de lunes a jueves. Por favor,
siéntase libre de llamar para consulta con una enfermera certificada”.
No mencionaba cómo se suponía que te dirigieras directamente al continente si te
ponías de parto en mitad de la noche y Jerry no estaba disponible con el servicio de
barco. Ni había mención qué acción debería ser tomada si experimentabas dolores de
pecho un viernes, sábado o domingo en cualquier momento después de las nueve y en
realidad querías ver a un doctor en persona.
—¿Señorita? Disculpe, ¿señorita? ¿Puedo ayudarla?
Me alejé de la bizarra pared con anuncios de servicio público, todos los cuales
estaban en muy agresivas mayúsculas, podría añadir, para encontrar a la pelirroja de la
fiesta de Rose sentada detrás del escritorio de recepción. Llevaba un conjunto de bata
azul, sujetada a la cual había una obscenamente grande placa con el nombre de “Gale”.
Bajo el nombre, alguien, presumiblemente Gale, había escrito “Enfermera aprendiz” con
marcador. Me dio una brillante sonrisa, enseñando una pared de lindos dientes
desordenados que de alguna manera la hacían lucir adorable.
—Ah, sí. Estaba… buscaba a Sully Fletcher. Me dijeron que había sido traído del
continente esta tarde.
Gale asintió.
—¡Sí, así es! Lo trajeron aquí. —Parecía demasiado entusiasmada.
—¿Puedes decirme en qué habitación está? Me gustaría visitarlo.
Su amplia sonrisa se desvaneció.
—Oh. No, no puedo. —No podía decir si estaba genuinamente molesta por el
hecho de que era incapaz de hacer lo que le había pedido o si estaba arreglándoselas para
mostrar una mezcla de extrema agresión pasiva, emparejado con un abundante extra de
sarcasmo.
—¿Qué quieres decir con que no puedes?
—Sully no se encuentra aquí.
—¿Pero pensé que acabas de decir que los técnicos de emergencias lo trajeron aquí
antes esta tarde?
—Lo hicieron. —Asintió de nuevo, rizos rojos rebotando por todas partes.
—¿Y? ¿Dónde fue?
—Oh, fue a casa. No quería dormir aquí. Dijo que huele a muerte —explicó
alegremente.
—De acuerdo. Entonces… ¿estaba lo bastante bien como para volver a casa?
Gale metió un tapón de bolígrafo en su boca y empezó a mordisquearlo, con los
ojos rodando hacia el techo; al parecer, estaba pensando muy, muy duro.
—No —dijo despacio—. No diría eso. Diría que aún está bastante enfermo. Colin
lo llevó, sin embargo.
—Ya veo. Gale, ¿puedo hacerte una pregunta?
—Mmmhmm.
—¿Dónde estás estudiando?
—¿Estudiando?
—Sí, ya sabes. Para ser enfermera. —Señalé a su placa.
Miró abajo al ofensivo artículo como si fuera la primera vez que había visto la
cosa.
—Oh, ¿eso? No, no. No tienes que estudiar para ser enfermera. Solo aprendes todo
sobre la marcha. Es como ser secretaria. O inventor.
—No creo que… —Me detuve. Gale me miraba con fijeza, pendiente de cada
palabra que salía por mi boca, y podía claramente ver el problema aquí: las luces estaban
encendidas, pero no había nadie en casa. ¿Cómo diablos se las había arreglado para
conseguir el trabajo en el centro médico? ¿Cómo?—. ¿Puedes hacerme un favor, por
favor, Gale? ¿Crees que podrías escribirme la dirección de Sully? Me gustaría
asegurarme que se encuentra bien.
—¡Oh! Si vas a su casa, ¿podrías hacerme un favor? ¿Puedes darle estas? —Alcanzó
debajo del escritorio y puso una enorme bolsa blanca de papel sobre el mostrador, con
algo escrito delante—. Olvidó sus medicinas para el dolor cuando se fue. Va a ser
miserable sin ellas.
—Sí, supongo que puedo dárselas.
—Genial. —Gale me sonrió como si todos sus problemas se hubieran resuelto.
Arrancó un pedazo de papel de un cuaderno junto al teléfono y garabateó por un
segundo. Cuando me lo entregó, me quedé muda por lo que había escrito.
El faro.
Eso era todo.
—Perdona, ¿el faro?
—Ajá.
—¿Dónde está, sin embargo? ¿Cómo sabré llegar allí?
—Esa parte es fácil. Simplemente sigue las señales. Es el único faro en la isla.
***
De todos los lugares en el mundo donde Sully Fletcher podría haber vivido, un
faro en realidad tenía un poco de perverso sentido. Los fareros eran típicamente del tipo
aislado y hermético, ¿no es así? ¿Con la abrumadora necesidad de alejarse del mundo?
¿Y no era muy Heathcliffe de su parte segregarse en algún rincón barrido por el viento
de la isla, solo aventurándose a salir para atormentar a los de la zona cuando el
malhumor se apoderaba de él? Tal vez Holly había tenido razón cuando lo llamó así en
la fiesta de Rose.
Conduje hasta que encontré una señal para “El Faro” y entonces conduje hasta que
encontré otra y otra. Pronto, no hubo más señales y estaba falta de ideas. Después de
unos buenos treinta minutos, conduciendo el Land Rover por serpenteantes caminos de
tierra y senderos montañosos, me rendí y finalmente le pregunté a la primera persona
que vi… un anciano en un viejo abrigo, de pie en el lado de la carretera, mirando al
cielo como si estuviera esperando a que algo milagroso cayera y estuviera determinado a
no ser tomado por sorpresa.
—¿El faro? Bueno, estás fuera de camino. Vuelve a la carretera principal y luego
toma la tercera a la derecha, pasa la casa que ha sido pintada de azul. Entonces, sigue
todo el camino hasta el final de esa carretera. Es donde encontrarás el faro.
—Gracias. ¿Necesitas un aventón a algún lado?
Parecía sorprendido.
—No. Estoy bien aquí, gracias. —No había nada en kilómetros en ninguna
dirección, y no pude imaginar ninguna razón real para que se quedara parado aquí,
mirando el cielo, pero no quería ofenderlo Así que mantuve la boca cerrada y me fui.
Veinte minutos más tarde: un faro encaramado en el borde de un acantilado
rocoso, pintado con trazos gruesos de ardiente naranja y amarillo por el sol poniente,
algo parecido a una pintura de Afremov. Mientras estacionaba, observé la pila de
anuncios de “El faro” apilados en un montón por el sendero pedregoso que conducía
hacia los acantilados.
La puerta se abrió de golpe antes de que tuviera la oportunidad de salir del auto y
Sully se quedó allí, con una mano apoyada sobre su estómago, la otra contra la jamba de
la puerta, mirándome con los ojos bien abiertos como alguien a punto de encontrarse
con alienígenas por primera vez.
—¿Qué mierda? —articuló.
—Dímelo a mí —dije en respuesta. No quería salir del auto ahora que había visto
la horrible expresión en su rostro. Su cabello estaba alborotado, de punta, y su
mandíbula estaba marcada con una oscura barba desprolija que le hacía parecer
desaliñado y de buen ver al mismo tiempo de alguna manera. Llevaba una camisa gruesa
de manga larga y gris, con las mangas enrolladas hasta los codos y otro par de
desgastados vaqueros negros. Estaba pálido y había sombras debajo de sus ojos, lo que lo
hacía parecer poseído.
Lentamente, todavía apretando una mano contra su estómago, salió cojeando por
la puerta y se acercó a la puerta lateral del conductor, mirándome por la ventana.
Cuando no bajé la ventana, levantó su mano y golpeó un nudillo contra el cristal.
Realmente no parecía que tuviera otra elección después de eso. Bajé la ventana.
Sully me observó por un momento, estudió el auto en general, y luego dijo:
—No supongo... ¿que esto sea una coincidencia?
—Dejaste tus medicamentos en el centro.
Se dio vuelta y se alejó.
—No voy a tomar esa mierda.
—Es medicación para el dolor, Sully. No te lo habrían recetado si no pensaran que
lo necesitas.
—No lo necesito. ¿Cómo sabes que son medicamentos contra el dolor, de todos
modos? —Lentamente, miró hacia atrás sobre su hombro, frunciendo el ceño—. ¿Has
estado husmeando en mi mierda?
—Me sorprendió que en realidad no fueran antipsicóticos —dije—. Y no, no
estuve husmeando en tu mierda. Gale me informó antes de entregarme la bolsa.
—¡Ja! Gale.
—Sí. Tu novia no es la bombilla más brillante de la caja, ¿eh? —Salí del auto y lo
seguí.
—Sabes muy bien que no es mi novia.
—Lo has dejado implícito.
—Eso no significa nada, ¿verdad?
—¿Por qué están esos letreros apilados al lado de la casa, Sully?
—Para que los entrometidos no aparezcan en mi casa, sin previo aviso. —
Deteniéndose en la puerta principal, se volvió y bloqueó la entrada con un brazo—. Una
vergüenza. No parecieron funcionar en este caso en particular, ¿verdad?
—Solo estoy tratando de actuar como un buen samaritano, imbécil.
—No soy cristiano.
—¿Qué?
—El Buen Samaritano. Estaba en la Biblia, ¿no?
—No necesitas ser cristiano para ser una buena persona, Sully.
—Estoy seguro de que ayuda. Mira, está helando y tengo cuatro costillas rotas.
¿Podemos hacer esto en otra ocasión?
Sobre su hombro, podía ver una habitación en desorden y un televisor sobre una
pila de libros, su pantalla emitía estática. El ruido blanco explotaba y crepitaba,
crujiendo bajo. Debería haberme ido. No debería haber venido en primer lugar; tan
pronto como me enteré que había rechazado el tratamiento en el centro médico y se
había ido a casa, debería haberlo dejado a su suerte. Pero se veía terrible. Un sudor
pegajoso y húmedo le había brotado en la frente y sus manos temblaban. No había
tomado ninguna de sus malditas medicinas para el dolor y ahora me estaba diciendo que
tenía cuatro costillas rotas. Dios, ¿cómo demonios iba a irme ahora? Sería bastante fácil
de hacer. Sería genial golpear la puerta del auto y acelerar, dejándolo atrás en el polvo.
Pero no iba a llegar más allá de un kilómetro antes de que la culpa se asomara y tuviera
que regresar.
—Maldita sea, Sully. Solo déjame entrar para que te prepare algo de comer y algo
caliente para beber. Tranquilizarme. Entonces me iré, lo prometo.
Sully ladeó la cabeza. Su respiración era superficial. Más de lo que debería haber
sido.
—Eres una pequeña hermana de la caridad, ¿verdad? ¿Cuál era el nombre de la
chica de El sonido de la música? ¿La monja que no abandonaba ese canto infernal? Ya
sabes, ¿la que salvó a esos niños de los nazis? Eres como ella. Tan... alegre. —Usó la
palabra como si fuera un insulto.
Me crucé de brazos.
—No me parezco en nada a ella. ¿Podemos entrar? Tienes razón, está helando y no
tengo ganas de que me dé hipotermia en este momento.
Sus dos cejas se alzaron al mismo tiempo.
—Eso es gracioso.
De acuerdo, así que fue algo bastante tonto de mi parte, pero no había necesidad
de que él fuera tan idiota.
—Sully. Vamos. Por favor. —Señor, ¿le estaba rogando que me dejara entrar a su
casa para poder cuidar de él? ¿Cómo había ocurrido esto? Realmente, categóricamente,
absolutamente no tenía sentido.
Suspiró, dejando caer su brazo.
—Está bien. Puedes entrar. Con dos condiciones.
—¿Cuáles son?
—Si pones un pie en mi casa, ni siquiera pienses en intentar ordenar nada. Mueve
un libro, un plato, una taza, y volverás a salir de la puerta más rápido de lo que puedes
decir supercalifragilisticoexpiralidoso.
Se veía tan condenadamente complacido consigo mismo que no pude evitar borrar
la sonrisa de su rostro.
—Eso es de Mary Poppins, no de El sonido de la música.
—No me importa de dónde sea. Te metes con mi mierda, te vas. ¿Entendido?
Levanté mis manos.
—Bien. No voy a ordenar.
—Y la segunda condición es que no habrá nada de esa mierda de té caliente. Si
entras aquí, vas a beber whisky.
—¿Qué? ¿Por qué voy a beber whisky?
—Porque estoy bebiendo whisky. Y así es como es.
—Tengo que conducir.
Se encogió de hombros.
—Tómalo o déjalo, Lang.
¿Cuánto le dolería si lo golpeara en la caja torácica en este momento? Mucho,
probablemente. ¿Suficiente para hacer que se comportara? No iba a contener la
respiración.
—De acuerdo. Bien. Lo que sea. Déjame entrar. Tengo los pies entumecidos.
***
El interior del faro era surrealista, como algo que Escher habría inventado, todo
ángulos extraños y escaleras extrañas que no deberían funcionar, pero de alguna manera
lo hacían. No tenía ni idea de por qué me había advertido que no ordenara. Había
montones de libros por todas partes y ropa, sí, pero la ropa estaba doblada en montones,
y los libros estaban alineados perfectamente. No había platos o tazas por ahí. Ni siquiera
en la pequeña cocina donde me llevó murmurando por lo bajo. Tomó dos vasos de uno
de los armarios y luego buscó en otro armario hasta encontrar una botella de
Dalwhinnie medio llena.
—¿Hielo? —preguntó por encima de su hombro.
—No lo sé. ¿Por supuesto? Nunca he bebido whisky antes.
—Nunca has... —No podía creerlo, eso estaba claro—. ¿Nunca has bebido whisky?
Eso podría ser lo más ridículo que hayas dicho. Supongo que las mujeres en el sur de
California beben Sauvignon Blanc o Pimms o alguna mierda. Mojitos. Cosmopolitans.
—A veces. En realidad, no bebo nada.
—Oh, señor, sálvanos. —Dándose vuelta, me tendió un vaso, tres dedos de líquido
ámbar oscuro habitaban dentro de él—. Yo me agarraría la nariz y lo bebería de una vez
si fuera tú. No te va a gustar.
Acepté el vaso.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque soy un ser humano bastante observador. Ahora bebe.
Bebí. Era algo horrible, asqueroso y maligno que quemó hasta el fondo de mi
garganta y se asentó en mi estómago, un pequeño escupitajo de fuego que no salía. Solo
di un trago. Tenía al menos cuatro o cinco más que tomar antes de llegar al fondo de la
copa. Quería toser y balbucear y hacer muecas, pero, por otro lado, no quería demostrar
que tenía razón.
Me las arreglé para ocultar mi disgusto, aunque solo Dios sabe cómo. Sully me
observaba vorazmente tomando tragos del crudo licor, con la expresión en blanco hasta
que incliné el vaso y finalmente lo terminé. Asintió, levantando su propio vaso.
—Vaya. —Se lo tomó de un solo trago, estremeciéndose un poco mientras tragaba.
—¿Vaya?
—Sí. Estoy impresionado. Eso fueron tres tragos. Y no vomitaste.
—¿Tres tragos? Sully, tengo que volver a cruzar la isla. ¿Qué demonios?
Hizo una mueca, poniendo más whisky en los vasos.
—Pensé que ibas a quedarte y “cuidar de mí” —dijo, haciendo comillas en el aire
en sus últimas palabras.
—Voy a hacerlo. Pero, aun así, tengo que ir a casa y cuidar de Connor y Amie.
¿Recuerdas? ¿Tu sobrina y sobrino?
—No quiero hablar de ellos. O Ronan —dijo, levantando el dedo índice—. Si
necesitas un aventón más tarde, puedo hacer que Jared baje la colina para que te lleve.
Mientras tanto... —Me devolvió mi vaso, que contenía una cantidad mucho menor de
whisky esta vez—. Bébetelo todo.
Tomé el más pequeño sorbo de whisky, frunciendo el ceño.
—Vamos, chica. —Sonrió, pero fue una sonrisa sombría e incómoda que traicionó
cuánto dolor estaba sintiendo. Su mano aún estaba presionada contra su diafragma como
si fuera la única cosa que mantenía sus entrañas en su lugar.
—No puedes tomar analgésicos si has estado bebiendo —dije en voz baja.
—No pienso hacerlo. Te lo dije. No voy a tomar esa mierda.
—¿Por qué no? Obviamente, estás sufriendo.
—Porque, señorita sabihonda, vi lastimarse a suficientes tipos en el ejército. Se les
prescribió morfina y oxitocina, y los vi convertirse en adictos delante de mis ojos. No
vale la pena. Prefiero tomar algunos tragos de cosas buenas y apretar los dientes si es lo
mismo para ti, muchas gracias.
—Oh.
—Sí. Oh.
Se quedó allí, mirándome, sin respirar, sin decir nada, y, una vez más, quise irme.
Miré hacia otro lado; no era el tipo de persona fácil de intimidar. Ni siquiera Ronan
Fletcher pudo hacerlo. Pero había algo en su hermano que Ronan no tenía. Una
cualidad intensa, profunda y penetrante que me hacía sentir incómoda en mi propia
piel.
—Voy a sentarme ahora, antes de caer. Por favor, siéntete libre de fisgonear y
hacer lo que quieras en mi ausencia. —Sully salió de la cocina y volvió a la sala, con la
espalda recta y los hombros rígidos, y pensé en recoger uno de los afilados cuchillos de
la tabla de carnicero en su encimera y ver cuán buena era mi puntería.
En su lugar, aproveché al máximo su invitación y comencé a hurgar a través de sus
armarios, buscando ingredientes para poder cocinarle algo para comer.
Sorprendentemente, había mucho para elegir. Me esperaba una nevera llena de
condimentos y un sándwich rancio, medio comido; estantes vacíos y bolas de polvo en
su despensa. Pero su refrigerador estaba lleno de verduras y frutas, junto con paquetes
de carne y bloques de queso, y sus armarios rebosaban de productos horneados,
productos secos y latas de sopa. Productos de primera necesidad, nada extravagante,
pero mejor que nada, eso era seguro.
Tenía que trabajar.
Treinta minutos más tarde, tenía un estofado de carne en la estufa, panecillos en el
horno y una taza de café en la mano para Sully. Había dicho que no al té, pero una taza
caliente y fuerte de café podría ser una historia diferente. Cuando entré en el salón —
era tan extraño que no hubiera líneas rectas en toda la planta baja de la casa—, Sully
estaba acostado en el sofá, con la cabeza inclinada hacia atrás, ahora con ambas manos
cruzadas sobre su estómago, y estaba durmiendo.
—Bueno. Mierda.
Sully abrió un párpado, mirándome fijamente.
—El señor Von Trapp no estaría impresionado por tu colorido lenguaje.
—El señor Von Trapp puede besarme el culo.
Eso lo hizo resoplar. Girando cuidadosamente la cabeza hacia adelante, suspiró
pesadamente.
—Venga. Entonces vamos a tomarlo. —Levantó su mano, mirando la taza
humeante que todavía estaba sosteniendo.
Se lo entregué, agradecida de que no estuviera iniciando una pelea.
—No sabía si tomas azúcar.
—No lo hago.
—Déjame adivinar. ¿Eres lo suficientemente dulce? —Mi voz goteaba sarcasmo.
—No, Lang. No soy dulce. Ni siquiera un poco. Y tampoco se supone que el café
sea dulce. Se supone que debe saber como el ácido de la batería. Está destinado a
mantenerte despierto, no a ponerte en un coma diabético.
—Debidamente anotado. Eres muy contundente, ¿no? ¿Disfrutas haciendo que la
gente se sienta incómoda todo el tiempo?
Sully sorbió su café y luego hizo una mueca, agarrándose su costado. Una vez que
el dolor hubo pasado, dejó la taza en la mesita al lado de su sofá de cuero y dirigió su
atención hacia mí de la manera aterradora que había perfeccionado.
—¿Disfruto haciendo que la gente se sienta incómoda? —Pensó por un
momento—. No, no me divierte. La incomodidad de otras personas es un desafortunado
subproducto de mi política de “cero mierda”. No tiene nada que ver conmigo. Tiene
todo que ver con ellos. Solamente se sienten incómodos porque están siendo
deshonestos o están escondiendo algo. No me gusta ser falso conmigo mismo, y eso los
hace sentir mal porque eso es todo lo que siempre son. Sus vidas son caóticas.
—¿Caóticas?
—Ajá.
—Eso parece un poco duro, ¿no crees?
—En absoluto. Creo que es una valoración justa.
—¿Y yo? ¿Crees que mi vida es una farsa?
Sonrió, malvado y con agudeza, y supe que no me iba gustar lo que saldría de su
boca a continuación.
—Lang, de todas las personas residiendo aquí en este pequeño pedazo de tierra, tu
vida es la farsa más grande de todas. Pretendes que te preocupas por Connor y Amie,
cuando en realidad te preocupas por la paga. Y pretendes que vienes aquí para ser una
buena samaritana, cuando la verdad es que te sientes atraída por mí y estabas
preocupada por mí.
La puerta estaba a un metro. ¿Dos segundos? Tal vez menos. No me tomaría nada
de tiempo salir del faro de Sully, montarme en el Land Rover, regresar con los niños y
nunca volver a ver a este hombre. Aunque no sería tan fácil, porque en una isla tan
pequeña como Causeway, se estaba obligado a encontrarlo en algún punto. Estaba
esperando que lo hiciera; estaba esperando que me enojara y me fuera, podía verlo en las
oscuras y duras profundidades de sus ojos.
Era mejor para mí quedarme y desafiarlo que hacer exactamente lo que esperaba
que hiciera, aunque fuera solo para enseñarle el dedo medio y probarle que no me
conocía tan bien como creía después de todo.
—No me gusta la mentira —dijo Sully lentamente—. Odio especialmente cuando
las personas se mienten a sí mismos, Lang. Hace de la sociedad un lugar un peligroso. Si
todo el mundo va por ahí, decidiendo creer que son buenas personas, que son incapaces
de hacer el mal, que no quieren cosas malas para ellos, y sus problemas simplemente se
desvanecerán si los ignoran el tiempo suficiente, entonces, ¿quién arreglara las cosas
cuando se rompan? ¿Quién tomará responsabilidad cuando las cosas salgan mal? ¿Y
quién va a decir la jodida verdad?
—No me importa una mierda lo que creas, Sully. Siempre digo la verdad.
—Es así. —No era una pregunta. Su voz se hundió al final, diciéndome que no me
creía ni por un segundo—. Entonces dime. ¿Por qué decidiste quedarte en la isla? ¿Fue
porque Linneman te dijo que no habría paga al final del contrato de seis meses si te ibas?
¿Mmmm? Sé todo sobre el restaurante de tus padres en California. ¿Cómo habrías
salvado el día si no ibas a casa con ese grueso y bonito cheque por cien de los grandes en
el bolsillo de atrás?
—Tienes razón. Ir a casa sin ese cheque habría sido un desastre. Pero habría
encontrar otro trabajo. Habría tomado tres trabajos extra si tuviera que hacerlo. No
tengo miedo de trabajar duro. Lo habría resuelto, porque soy buena en eso. Resolver
situaciones de mierda.
—¿Cómo la situación de mierda con tu ex esposo?
La sorpresa ardió en mí, amarga y desagradable.
—¿Cómo sabes de Will?
—Bueno, puedes saber todo sobre mi, Lang. Los diarios de Mag te están dando
mucha información, estoy seguro. Así que supuse que debía equilibrar el campo de
juego un poco. Hice que un amigo pasara un par de horas revisando tus huellas en línea.
Me envió un poco de lo básico, los detalles de tu divorcio. Los negocios de tus padres. Tu
escuela siendo cerrada. Perder el trabajo. Los trabajos.
—Eres increíble.
Sully suspiró.
—¿De verdad te importa si sé que tu ex esposo te engañó? ¿De verdad?
—¡Sí!
—¿Por qué? —Estaba tan tranquilo. Tan razonable. Tan exasperante. En lo que a
él respectaba, no tenía pruebas. Nunca iba a creer que no había leído ese maldito diario.
Nunca. Mi indignación estaba burbujeando, haciendo difícil contenerla. La sonrisa de
Sully se extendió más—. ¿Qué tal si dejas de actuar como si estuvieras enojada y admites
por qué estás aquí en realidad?
—Te dije…
—Y yo te dije que odio las mentiras. ¿Estás negando que te sientes atraída por mí?
¿Incluso aunque sabes que no deberías? ¿Incluso aunque sabes que es raro porque soy un
imbécil, y por los chicos de Ronan? —Parecía completamente inafectado por las
palabras saliendo de su propia boca. Parecía que no le importaba que me afectaran
también. Solo se quedó ahí sentado, mirándome, esperando.
No iba a ganar. No esta vez. Incluso si eso significaba que me avergonzaría a mí
misma por poseer algo que había estado evitando reconocerme. Pero las cosas que había
dicho antes, sobre la gente ignorando sus problemas, o simplemente ignorando sus
sentimientos en este caso… nunca ayudaron y lo sabía.
—Bien. Tienes razón. Me siento atraída por ti. No es algo de lo que esté
particularmente orgullosa. No por Ronan, o por Amie y Connor, sino porque eres una
basura de persona odiosa que solo ve lo malo en todo, y preocuparme por una persona
como tú probablemente me hará alguien tóxica e infeliz también. Al menos Ronan
era…
Se levantó del sofá mucho más rápido de lo que pensé que sería capaz, y se paró
frente a mí, jadeando.
—No lo hagas —espetó—. Antes de que siquiera contemples terminar esa frase,
por favor, no me compares con mi hermano.
—¿Por qué no?
—Cuando eres un gemelo, cuando te ves tan completamente parecido a alguien
con quien creciste, aprendiste, evolucionaste y con quien te convertiste un hombre,
entonces lo único que la gente quiere es encontrar las diferencias entre ustedes. Él era el
amable. Tú eras el malo. Él era el académico. Tú eras el destructivo. Él era el hombre de
familia. Tú eras el promotor de la guerra. Es jodido. No quiero oírlo. En especial de ti;
alguien que conoció a Ronan verdaderamente por cinco jodidos minutos y quien todavía
no me conoce en absoluto.
—¡Lo haría si me dejaras!
—NO QUIERO… —El cuarto explotó con un sonido agudo y alarmante, cortando
nuestra discusión. Sully casi sufrió un infarto, dándose vuelta, con los ojos amplios y
salvajes, su pecho subiendo y bajando rápidamente.
—¿Qué demonios es eso? —grité.
Todavía parecía nervioso, pero una tranquilidad se asentó sobre Sully de repente.
—Detector de humo —dijo, en voz baja, así que apenas y pude escucharlo sobre el
barullo—. Estás quemando mi cocina, Lang.
—¡Oh, mierda, el estofado! —Corrí a la cocina. La hornilla bajo la cual la olla de
acero en la que la comida había estado cocinándose estaba chamuscada, y el humo se
alzaba, delgado y negro, pero suficiente para haber disparado la alarma—. Mierda. —
Rápidamente apagué la estufa y quité la olla, mirando para examinar el daño hecho al
estofado. Afortunadamente se veía bien. Ni siquiera estaba quemado al fondo. La base de
la olla, sin embargo, estaba arruinada. La alarma se detuvo, dejando mis oídos pitando.
—No pensé en preguntar si eras una cocinera decente antes de dejarte entrar aquí
—dijo Sully a mis espaldas—. Ven, déjame ver. —Me aparté del camino y revisó y tocó
la estufa—. Las partes están casi perdidas —dijo, haciendo una mueca—. Tenía
intenciones de cambiarla hace tiempo. Te da descargas cuando la hornilla se calienta
demasiado.
—¿Entonces no fue mi culpa?
—No, no fue tu culpa, Lang. Relájate. Ve a sentarte. Llevaré la comida.
Empecé a discutir; no debería estar levantando ollas pesadas o sirviendo la comida.
Todo el punto era venir aquí a cocinar para que él no tuviera que hacerlo, pero entonces
vi la mirada en su rostro y salí de la cocina sin decir nada más. Trajo dos tazones poco
después, luego volvió y trajo los panecillos que había hecho en el horno. Comimos en
silencio, Sully solo arreglándoselas para terminar medio tazón del que había servido
antes de dejarlo, gruñendo.
—Adelante. Dime que la comida sabe horrible. Te reto.
—Estuvo genial, Lang. Pero puede que hayas notado que no me siento bien ahora.
Mi apetito no es el habitual.
—Deberías ir a la cama. Descansar un poco —le dije.
—Hay demasiadas jodidas escaleras en este lugar. Dormiré aquí hasta que haya
sanado poco. —Echándose hacia atrás, con los brazos envueltos sobre su torso, se
extendió en el sofá, levantando sus piernas sobre los cojines, y cerró sus ojos, respirando
pesadamente. Haber comido parecía haberlo agotado. De verdad agotado. Su rostro
estaba más pálido que antes y ese sudor pegajoso había regresado, perlando su frente.
—Te ves muy pálido, Sully. ¿Crees que puedes ser cordial por unos segundos
mientras reviso tu temperatura?
—Claro. Siempre y cuando no intentes meterme el termómetro por el culo.
—Lo prometo, esa es la última cosa que planeo hacer. —No tenía ni idea de donde
estaba el kit de primeros auxilios y no había traído uno desde la casa grande, así que lo
hice al viejo modo y usé el dorso de mi mano, presionándola en su frente.
—Estoy seguro de que eso es muy exacto —gruño Sully.
—Lo suficiente para decirme que estás ardiendo. Dios, Sully, nunca deberías haber
salido del centro médico. ¿Qué estabas pensando?
—Estaba pensando que tendría una mejor oportunidad de sobrevivir en casa,
donde Gale no pudiera inyectarme con adrenalina en lugar de morfina por accidente.
—Sí, bueno. Supongo que es un buen punto. —Volviendo a la cocina, agarré un
trapo limpio de uno de los cajones y lo mojé con el grifo antes de volverlo a llevar a la
sala conmigo.
El pecho de Sully estaba subiendo y bajando tan rápido que parecía como si
acabara de correr un maratón. Sostuve la tela fría y mojada en su frente, dejándola en el
lugar cuando intentó quitársela. Sus brazos estaban hechos de goma, fáciles de mover.
Parecía que no tenía nada de fuerza en su cuerpo.
—¿Puedes llamar a Ronan, por favor? ¿Decirle que necesito que venga por mí? Lo
siento, Mags, no debería haber bebido tanto. —Estaba arrastrando las palabras como si
hubiera estado bebiendo. Mucho más que dos vasos de whisky. Más como si se hubiera
tomado una botella.
—¿Sully? Oye, Sully, ¿puedes sentarte por mí?
—En realidad no. —Lo intentó, sin embargo, hizo un valiente intento. Se tensó,
flexionando sus abdominales, moviendo hacia adelante, y luego aulló de dolor, sus ojos
abriéndose de golpe, el poco color que quedaba en su rostro desapareció dejándolo
fantasmalmente blanco—. Oh, mierda —siseó—. Eso fue tonto. —Parecía haber
regresado en sí, pero cuando me miró, sus pupilas tragándose sus iris en el cuarto oscuro,
parecía como si se estuviera desvaneciendo igual de rápido.
Frunciéndome el ceño, extendió una mano, los dedos estirados.
—No… no estás aquí, ¿verdad?
—Soy Lang. —Sacudí mi cabeza, corrigiéndome—. Soy Ophelia. ¿Recuerdas? —
Parecía mareado, como si no pudiera escuchar lo que estaba diciendo apropiadamente.
Tomé mi teléfono del bolso y marqué el número de Rose tan rápido como pude.
Respondió al cuarto timbre.
—Hola, O. Los chicos ya comieron. Amie ya se desmayó y Connor está leyendo su
libro en la cama. ¿Ya vienes?
—No, de hecho, estoy todavía con Sully.
—¿No está en el centro médico?
—No, se negó a quedarse allí aparentemente. Larga historia. Escucha, no estoy
segura qué hacer.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, estaba lucido cuando llegué aquí, pero está ardiendo de fiebre y muy
confundido. Me pidió que llamara a Ronan y le dijera que viniera para llevarlo a casa.
—Debes llamar al centro médico. Que Collin lo lleve en la ambulancia o algo.
—Iba a hacerlo, pero estuve allí antes y había letreros en todas partes diciendo las
urgencias estaban solo disponibles de lunes a jueves hasta las nueve. Y es viernes.
—Mierda, tienes razón.
—No puedo creer que ustedes no tengan una sala de emergencias allí, Rose. ¡Es
jodidamente peligroso!
—Lo sé, lo sé, déjame pensar.
Había estado mirando a Sully todo el tiempo que le hablaba a Rose, pero me di la
vuelta un segundo, pellizcándome el puente de la nariz entre el pulgar y el índice, para
que no viera que estaba enloqueciendo. Podría estar desorientado, pero, aun así, no
necesitaba verme entrar en pánico. Estaba por preguntarle a Rose si había siquiera un
doctor en Causeway que pudiera venir donde Sully, pero luego escuché un húmedo
sonido de vómito y no tuve oportunidad.
Sully estaba de costado, acurrucado tanto como podía, y estaba vomitando sobre su
alfombra color crema.
—Oh, Dios. Debo irme, Rose. Está vomitando. Te llamaré en un segundo. —
Colgué y me puse de rodillas, evitando por poco el desastre que hizo.
—No te preocupes, ya voy —gimió Sully—. Maldición, ayúdenlos. ¡Debemos
sacarlos de ahí!
—¿Qué? Oye, estás bien. Intenta inclinarte un poco. No te preocupes. Limpiaré
esto. Solo descansa un momento. Vamos, eso es. —No pensé en lo que hacía. Solo lo
hice. Lentamente, aparté el cabello de su frente, arrullándolo, tratando de hacerlo
sentirse mejor—. Está bien, solo respira, Sully, solo respira. Te tengo. Te tengo.
—Está muy caliente. Los tanques van a explotar. Debemos sacarlos de allí, Crowe.
Van a morir.
—Está bien, Sully. Shhh, todo se terminó. Llegaste a ellos. Los sacaste del agua,
¿recuerdas?
—¿Agua?
—Sí. Saltaste al océano para sacarlos. Fue estúpido y peligroso, pero lograste salvar
la vida de tres personas.
—¿Tres? ¿Solo tres? Oh. Sí. Claro.
—Esos tres hombres están vivos por ti, Sully. Lo juro, si no hubieras hecho lo que
hiciste, se habrían ahogado como los demás.
Estaba sacudiendo su cabeza. Sacudiéndola de forma tan violenta que sus dientes
chocaban dentro de su cabeza.
—No. No, estás equivocada. Están atrapados dentro del camión. Se quemarán si no
los saco, Crowe.
—¡Sully! ¡Tranquilo! —Estaba sacudiéndose, los brazos a todos lados, tratando de
apartarme de él. Perdí el equilibrio, caí hacia atrás y aterricé de culo, y Sully logró
enderezarse.
—Vete al diablo, Crowe —espetó—. Si no quieres ir, entonces es tu problema. No
viviré el resto de mi vida sabiendo que podría haber ayudado y no lo hice. Preferiría
morir en las llamas con esos pobres bastardos. —Se puso en pie de golpe, a punto de irse,
a punto de hacer algo, actuar, ayudar a quien sea que se imaginaba que estaba atrapado
dentro de un camión en alguna parte, pero no logró dar más de tres pasos hacia la puerta
antes de que sus rodillas cedieran y eso fue todo. Se quedó inconsciente.
Rowina- Mensajes : 308
Fecha de inscripción : 24/02/2017
Edad : 28
Re: Lectura #2 Julio 2017
17
Tomándose Libertades
Me quedé por la noche. No tenía otra opción posible, a menos que
estuviera bien con dejar a Sully desmayado en el suelo de la sala de estar
en una piscina de su propio vómito, y no lo estaba. Así que me quedé.
Afortunadamente, Rose estaba teniendo un gran tiempo cuidando de los niños, así que
no fue un problema.
Era un problema que Sully seguía recuperando y perdiendo la consciencia cada
quince o veinte minutos y creía que yo era Magda con más frecuencia. Extrañamente,
no parecía muy feliz de que yo (ella) lo cuidara
—Hiciste tu elección, Mags. Te lo dije. No quiero verte. No quiero saber de ti.
Yo... ¡Déjame jodidamente solo, maldita sea!
Su fiebre bajó a las cuatro de la mañana. Estaba empapado en sudor, su camiseta
mojada, así que subí corriendo a buscarle algo limpio y me encontré teniendo un
momento surrealista de “¿cómo puede estar sucediendo esto?” en su dormitorio al pie de
su cama. No tenía mucho por los muebles en su habitación: una simple cama de dos
plazas, las mantas arrugadas y revueltas (no había estado aquí desde que se despertó para
ver el altercado en la playa la noche de la tormenta), una cómoda, una estantería de tres
niveles llena de libros y una enorme caja de embalaje de plástico negra con Captn. S.
Fletcher escrito en el lateral con pintura gris.
Olía a él aquí arriba. Ronan había olido a Armani Code, desodorante Old Spice y
detergente para lavar ropa. Sully olía a virutas de madera y whisky, y algo que solo
podía describirse específicamente como Sully. Había un par de calcetines en la parte
superior de la cómoda y un libro abierto y boca abajo sobre el piso de madera. "Zen y el
Arte del Mantenimiento de una Motocicleta". Iba por la mitad.
Encontré sus camisetas limpias dobladas y apiladas metódicamente por color en el
segundo cajón de su cómoda. Tomé una, entonces fui a la caza de pantalones cortos
limpios también.
En la planta baja, Sully temblaba silenciosamente en el sofá, cubriéndose con la
manta alrededor de su barbilla. Me miró al pie de su escalera de caracol, parpadeando
con toda la solemnidad de una lechuza enojada.
M
—Así que sigues aquí, ¿eh, Lang? —Su voz era áspera, sin duda por gritar tan
furiosamente a Crowe (yo) durante horas.
—Eso parece, ¿verdad?
Sully miró alrededor de su sala de estar, vacilante.
—Hombre. ¿Supongo que destruí el lugar y no tú?
—Estabas delirando. Te negaste a mantener el culo sentado y mucho menos
acostado. Creo que te jodiste las costillas bastante bien.
—Sí. —Hizo un gesto de dolor. Presionó las yemas de los dedos con cuidado
contra su pecho sobre las cubiertas—. Creo que tienes razón.
—¿Tienes sed? ¿Quieres algo de agua?
Me miró con incertidumbre.
—Sí. Si no te importa, eso sería genial. —Su tono era suave y casi... ¿casi
arrepentido? ¿Podría ser? Nunca pensé que vería el día en que Sully Fletcher podría
mostrar un poco de remordimiento. O gratitud, para el caso.
—No hay problema. Regresaré enseguida.
Le hice una tostada también. Había vomitado otras tres veces mientras estaba con
fiebre, y probablemente podría querer algo de comida ahora. Sin embargo, cuando le
llevé el plato, no me sorprendió que lo rechazara.
—Aun así, gracias. Lo digo en serio. Simplemente ahora no puedo.
—¿Quieres tomar algo para el dolor?
Una sombra de rabia parpadeó en sus ojos.
—Te dije que no, Lang. Podría estar en pedazos, sangrando en la acera, y preferiría
morir antes que tomar algo de esa mierda. No me preguntes de nuevo. —Parecía que se
sentía lo suficientemente bien como para decírmelo. Eso era una mejora—. ¿Qué hora
es, de todos modos? —preguntó, tratando de girar para mirar por la ventana detrás de él.
Puse una mano en su hombro, deteniéndolo.
—Son las cinco y cuarenta —dije—. El amanecer está a la vuelta de la esquina. Ha
transcurrido mucho tiempo desde que he pasado una noche sin dormir dos veces en una
semana.
—Tal rebelde. —Sonrió y dos hoyuelos profundos y perfectos se formaron en sus
mejillas.
—Sí. Si tú lo dices. —Sonreí, agachando la cabeza—. Tengo que irme, Sully. No
puedo dejar a los niños por mucho más tiempo. Me preguntaba si me dejarías
consultarte algo antes de irme, sin embargo.
La cautela apareció en las líneas de su rostro.
—Por supuesto. No significa que responda si no me gusta la pregunta.
—Naturalmente. —Sin mentiras con Sully. Solo rotunda negativa a entregar la
información que habías solicitado. Sonaba bien—. Mientras ardías de fiebre, seguías
gritándole a alguien. Alguien llamado Crowe. Solo quería saber quién era.
Sully estaba muy, muy quieto. Durante un largo instante, contuvo el aliento, sus
ojos en mí, los ojos en el techo, y luego suspiró, largo y pesado.
—Crowe era un tipo con el que servía en el ejército. Era un idiota y un cobarde.
No éramos amigos. ¿Es lo suficientemente bueno para ti, Lang?
No lo era. Quería saber por qué Sully había estado tan enojado con él antes,
cuando había estado gritando y gritando acerca de los hombres en el camión en peligro,
pero sabía que estaba caminando sobre hielo fino. No iba a darme más información. No
hoy, de todos modos.
—Todo bien. De acuerdo. Volveré más tarde para revisarte, ¿de acuerdo? Después
de que Rose haya terminado con el trabajo y pueda cuidar de los niños de nuevo.
—No necesitas hacer eso. Ahora estaré bien. Creo que lo peor ha pasado.
—Aun así. Volveré a las seis.
Los labios de Sully dibujaron una línea plana y apretada. Quería discutir conmigo,
para rehusarse, lo sabía, pero era un tipo inteligente. Sabía que necesitaba la ayuda,
incluso si no quería admitirlo.
Tomé mi chaqueta y me dirigí hacia la puerta.
—¿Oye, Lang?
Me di la vuelta.
—¿Están...? Ya sabes. ¿Están bien? ¿Los hijos de Ronan?
Pensé en la pregunta por un segundo, y luego respondí:
—No. No, no están bien. Su padre acaba de morir.
***
—Si pudieras volver a ver a tu padre, Connor, ¿qué le dirías?
Connor bajó la vista hacia sus manos, y luego hacia la ventana, donde una pequeña
grúa había sido erigida en la playa para transportar los restos retorcidos y maltratados
del Sea King hasta la parte de atrás de un camión de plataforma.
—¿Connor? —La voz del doctor Fielding era clara y perfectamente sonora a través
de los altavoces del ordenador portátil, puesto en la mesa frente al niño, aunque Connor
estaba fingiendo que no lo había oído.
—Connor, cariño. ¿Por qué no contestas al doctor Fielding? —Estaba cansada. Más
allá de cansada. Sin embargo, ya había decidido que los niños no iban a sufrir por el
hecho de que había estado fuera toda la noche, atendiendo a su enfermo y aún
desconocido tío; ahora bebía mi cuarta taza de café.
Connor tosió, mirando sus uñas.
—No le diría nada. Está muerto —dijo en voz baja.
—Connor...
—Está bien, señorita Lang. Tal vez Connor tiene razón. A veces, en las primeras
etapas del dolor, puede ser útil imaginar estos diálogos, las últimas palabras si se quiere,
para cerrar y permitir que los niños se despidan. En otros casos, a veces puede servir
para confundir la situación. Connor, ¿cómo te sientes con tu vida en la isla? ¿Te gusta?
¿Con Ophelia?
Connor me miró por el rabillo del ojo.
—Está bien —le dije—. Puedes decir lo que quieras. No voy a estar enojada, lo
prometo.
—Lo odio —exclamó—. Odio la isla. Odio no ir a la escuela. A veces odio a Amie.
Siempre es muy feliz.
—¿Y Ophelia? ¿Te importa que tu padre la haya dejado a cargo de ti?
Se quedó callado durante mucho tiempo. Podía decir que quería mirarme de
nuevo, pero no cedió. Y luego, después de unos cuantos momentos más de indecisión,
dijo:
—No odio a Ophelia. Lo hice al principio, pero ahora... está bien. No me importa
que esté a cargo. Estar aquí con ella es mejor que estar en un orfanato.
—¿Por qué crees que Amie es demasiado feliz, Connor?
—Porque nunca parece triste. Siempre está jugando y riendo. Es como si ni
siquiera le importara.
—¿No le importa que su padre se haya ido?
Connor volvió a apartar la mirada, con los ojos entrecerrados hacia la ventana.
—Verás, la diferencia entre Amie y tú, Connor, es que es mucho más joven que tú.
Mientras que está muy triste porque tu padre se haya ido, su mente funciona de manera
diferente a la tuya. No siente la ausencia de tu padre tanto como tú. Eso no significa que
no le importe, ¿de acuerdo? Simplemente significa que lidia un poco mejor con la
tristeza que siente dentro. ¿Tiene sentido?
—Supongo que sí.
—Así que, cuando veas a Amie riéndose y jugando la próxima vez, piensa en esto.
Eres su hermano mayor y te admira y te quiere mucho. Definitivamente se siente un
poco asustada a veces, así que tal vez sería bueno para ti sentarte y jugar con ella. Hazle
saber que puede contar contigo para estar allí si te necesita. ¿Crees que es una buena
idea?
Connor alzó la cabeza, mirando directamente al doctor Fielding en la pantalla por
primera vez desde que comenzó la sesión hace cuarenta minutos. Parecía que
finalmente había oído algo que tenía sentido para él.
—Supongo —dijo, su tono cambió por completo—. Quiero decir, tal vez. Si no es
demasiado molesta.
—Eso es muy amable de tu parte, Connor. Eso era exactamente lo que haría un
buen hermano mayor. —Fielding era a veces un poco demasiado suavemente suave en
su enfoque para mi gusto, pero de nuevo, era el psicólogo infantil entrenado y alabado, y
yo era la maestra de escuela que no trabajaba. Probablemente tenía veinte años de
experiencia sobre mí, y la forma en que acababa de manejar la situación con Amie
parecía que podría marcar la diferencia en la casa. Si Connor empezaba a interactuar con
su hermana más, en vez de pelearse con ella cuando fuera alegre, podría terminar
recuperándose de su pena también. Si había esperanza de eso, entonces había esperanza
en general.
—Connor, gracias por pasar algún tiempo conmigo hoy. Me ha gustado mucho
hablar contigo. Creo que hemos hecho grandes progresos —dijo Fielding.
Connor parecía menos seguro de lo que pudo o no pudo haber logrado durante la
sesión. Esbozó la más mínima sugerencia de una sonrisa, aunque no había ningún
indicio en ningún otro lugar en su rostro. Tomó su libro y su gorro de rayas y se fue,
cerrando silenciosamente la puerta tras él. Odiaba esta parte. Ahora era el momento en
que Fielding y yo terminábamos nuestras revisiones y discutíamos la mejor manera de
manejar las cosas con los niños durante la próxima semana, aunque la mayoría del
tiempo sentía que Fielding estaba aprovechando la oportunidad para empujar y picar en
las entrañas de mi cabeza también.
—Bueno, Ophelia. Tengo que decir que realmente veo algún progreso —dijo,
mientras me sentaba en la silla que Connor abandonaba.
—Sí, estoy de acuerdo. Ha estado mucho más hablador los últimos días. Y pide
pasar más tiempo fuera. Aunque eso está relacionado con un accidente que ocurrió
durante una tormenta.
—¿Una tormenta? —Estaba usando su voz falsamente sorprendida de “¡de ninguna
manera!”, que utilizaba con Connor cada vez que el niño le decía algo arbitrario. Esto no
era arbitrario, sin embargo, así que fue un poco frustrante que usara ese tono conmigo.
—Sí, una tormenta. Un barco volcó en el agua cerca de la costa. No lo
suficientemente cerca como para que la tripulación del barco nadara a la orilla, sin
embargo. En el último recuento murieron trece hombres.
Eso pareció llamar su atención.
—Ya veo. ¿Y Connor ha estado demostrando niveles crecientes de interés en el
accidente que parece... fuera de lo ordinario?
—No. No lo creo. Creo que solo tiene curiosidad. Sabe que la gente murió allí. Fue
horrible.
—Mmm. Sí, estoy seguro que sí. Una cosa terrible, por lo que parece.
Ahh, el tono suave y consentidor de un terapeuta. Se las arregló para sonar
profundamente herido por la tragedia y completamente insincero al mismo tiempo.
Quería cerrar el portátil e interrumpirlo, pero eso habría hecho que la sesión de la
próxima semana fuera realmente incómoda. Por el bien de Connor, me las arreglé para
no molestarme con él.
—¿Y a ti, Ophelia? ¿Cómo te afectó el evento? ¿Mentalmente?
Oh, absolutamente no. No iba a ser psicoanalizada por Fielding. De ninguna
manera, no lo haría. Una cosa era estar aquí porque era lo que debía hacer por un niño a
mi cargo y otra que debiera ser despojada y evaluada, para que hiciera anotaciones sobre
mí en su pequeño libro.
Le di mi sonrisa más fría y acerada.
—Estoy bien, doctor. Gracias por su preocupación.
—¿No conocías a ninguno de los difuntos que fueron traídos de los restos?
—No. No lo hacía. La única persona que conocía era Sully y...
Fielding se enderezó en su asiento, como si lo hubiera alcanzado a través de la
pantalla del ordenador y le hubiera dado una bofetada.
—¿Disculpa? ¿Acabas de decir Sully?
—Sí. ¿Hay algún problema? —Definitivamente parecía que había un problema.
—¿Sully Fletcher? ¿El hermano de Ronan?
—Sí.
—Ah. Correcto. Ya veo.
—¿Qué ve, doctor Fielding? Estoy confundida.
—Ronan mencionó a su hermano muchas veces en sus sesiones de terapia
personal. —Parecía incómodo, con el ceño fruncido, como si estuviera buscando qué
decir después y quedándose corto. En el pasillo, el reloj de la pared comenzó a sonar al
mediodía. Las cinco habían sido dadas para el tiempo en que continuó—. Por supuesto,
la confidencialidad del paciente sigue siendo un contrato legalmente vinculante, incluso
después de la muerte de un paciente, señorita Lang, así que no estoy obligado a entrar
en ningún tipo de detalle sobre lo que pasó entre Ronan y yo en nuestras sesiones, sin
embargo, le diré esto.
»De lo que me llevó a creer, Sully es un guerrero, muy valiente, que ha sufrido a
través de una serie de experiencias traumáticas en su vida. Y cuando la gente
experimenta todas las cosas que Sully ha hecho, Ophelia, dejan una marca imborrable
que no desaparece con demasiada facilidad. No sin el deseo de querer curar, de todos
modos. Ronan me dijo a menudo sobre las acrobacias peligrosas que su hermano hacía.
Realmente imprudente, cosas que ponen el vello de punta. Su apetito por lanzarse a la
boca del infierno con tanta frecuencia, aunque admirable, también podría significar que
está poniendo a los que lo rodean en peligro al mismo tiempo. ¿Y si está pasando tiempo
cerca de ti? ¿Alrededor de los niños?
—Ha salvado a tres hombres. Nadie se lastimó porque reaccionó en una situación
difícil. Y usted habla como si Ronan no fuera lo mismo, doctor Fielding. Fue quien
condecoraron con el Corazón Púrpura, ¿recuerda? Estoy segura que no lo ganó al
repartir helado en el aeropuerto de Kabul.
—Sí, bien. La situación es complicada, sea cual sea la forma en que lo mire. Solo
pensé que sería prudente darle una advertencia, si quiere. Una advertencia amistosa. —
Aquí estaba un hombre que nunca había tenido causa para utilizar la frase "advertir"
antes. Era demasiado apropiado, demasiado refinado para tales cosas.
—Bueno, gracias, doctor, por cuidar de mí y de los niños, pero no tiene nada de
qué preocuparse, lo prometo.
***
Rose llegó directamente después del trabajo. Ya había dado a los niños sus cenas y
ambos estaban bañados, así que todo lo que necesitaba hacer era sentarse con ellos
durante un par de horas, viendo la repetición de Marvel Action Hour (el cual Amie
amaba).
Llegué tarde a casa de Sully. Cuando pude entrar en el faro, haciendo
malabarismos con recipientes de salsa casera boloñesa y guiso de pollo que había hecho
esa tarde, tropecé en la sala de Sully para encontrarlo apoyado contra una pared con una
toalla envuelta alrededor de su cintura, agua corriendo por su torso, y una mirada de
agonía en su rostro.
—Jesús, Sully, ¿qué demonios estás haciendo?
—Al principio, estaba tratando de bañarme —dijo con los dientes apretados—.
Ahora solo estoy tratando de no desmayarme.
—¿Qué pasó? Maldita sea, ¿por qué hay sangre por todo el suelo? —Una enorme
mancha en la alfombra estaba empapada de rojo brillante junto a la escalera, y gotas más
pequeñas estaban salpicadas entre allí y el punto donde Sully estaba ahora apoyado
contra la pared.
—Abrí algunos puntos de sutura —explicó, haciendo una mueca—. No es tan
malo como parece.
—¿Dónde? ¿Y por qué necesitabas puntadas en primer lugar? —Dejé los
recipientes de comida que llevaba, me quité mi chaqueta y luego me apresuré a
revisarlo. Al principio, no vi el corte largo y dentado en su costado derecho, porque se
rodeaba el cuerpo con los brazos, sin embargo, la fuente de la hemorragia se hizo
demasiado evidente cuando me acerqué.
—El barco —dijo Sully—. Las rocas en la bahía lo destruyeron. Rasgó la parte
inferior del casco. Todo metal retorcido y bordes afilados. Vi a uno de los chicos
hundirse, así que me sumergí para atraparlo. Las olas eran tan grandes. Linneman hizo
todo lo posible para mantener la Zodiac firme, pero una grande lo golpeó. Casi lo tiró.
Chocó la Zodiac contra el Sea King. Me encontraba entre los dos en el momento. Me
quedé atrapado. Me aplastó las costillas. El acero deformado del casco me golpeó
bastante bien.
—Puedo ver eso. Dios, Sully. Déjame echar un vistazo. —Estaba protegiendo su
costado, el cuerpo un poco inclinado, haciéndome difícil examinar cuán malo era el
daño.
—Está bien. Lang, en serio. Solo siéntate y déjame recuperar el aliento por un
segundo, maldita sea.
—Sully, no estoy bromeando. ¡Muévete!
Se enderezó, suspirando con frustración, sus brazos cayendo flojos a los costados.
El corte era profundo y crudo, de veinte centímetros de largo, y parecía inflamado.
Levanté el brazo de Sully por completo, tratando de obtener una mejor vista para ver si
estaba infectado, y es cuando vi los comienzos de la cicatriz. Rojo, moteado, de aspecto
violento: empezaba en su cadera y subía sobre su costado, y luego sobre su espalda. Le di
vuelta, con la boca abierta, los ojos cada vez más amplios.
—Date la vuelta —pedí.
—¿Por qué?
—Solo hazlo.
—Mi espalda está bien. No hay nada por lo que tengas que preocuparte —dijo en
un tono duro.
—Sully. Lo digo en serio. Date la vuelta. —Dios sabe que sonaba lista para hacerle
daño. Podría haber sido la determinación en mi voz, o podría haber sido el hecho de que
había perdido mucha sangre y no tenía la energía para discutir, pero Sully en realidad
hizo lo que le dije, volviéndose lentamente hacia la pared en la que se había apoyado,
apoyando ambas manos contra el yeso para poder ver la magnitud de la cicatriz que se
extendía hacia arriba y sobre su espalda, acercándose casi hasta su hombro. Piel torcida
y arrugada. Brillante rojo y rosa oscuro. Se curó, una lesión muy antigua, pero parecía
que le había causado mucho dolor en un momento dado.
—Linda, ¿eh? —preguntó Sully. No sonaba amargado, ni enojado. Parecía
resignado. Vacío.
—Maldita sea, Sully. Ni siquiera sé qué decir.
—Bueno. Entonces, ¿qué tal si no dices nada y seguimos adelante?
—¿Cómo?
Se encogió de hombros.
—Un accidente.
—¿Qué clase de accidente?
Sully se inclinó hacia delante aún más, hasta que su frente se presionó contra la
pared. Sus ojos se cerraron. Parecía muy cansado.
—Uno que implicaba fuego, obviamente.
—¿Cuántos años tenías?
Un largo silencio. Y luego, suavemente:
—Lo suficientemente mayor para ser más listo.
Claramente no quería hablar más de eso, pero no podía dejarlo ir. No sin una
explicación adecuada. Las palabras de Fielding seguían resonando en mis oídos y no
pude evitar el pánico. ¿Era este un ejemplo de Sully tratando de deshacerse de su vida, o
era algo completamente diferente?
—¿Fue culpa tuya? —pregunté—. ¿Podrías haberlo impedido si quisieras?
Sully me miró bruscamente. No respondió de inmediato.
—Podría haber sido capaz de hacerlo. Pero el costo de prevenir esta lesión, habría
sido mucho mayor que unos cuantos centímetros de piel quemada.
—Es más de unos centímetros, Sully. Es todo tu costado. Casi toda la espalda.
Habría sido…
—¿Doloroso? Sí, me dolió un poco. Ahora mismo, estoy mucho más preocupado
por el dolor en mi caja torácica y la herida abierta que estoy sosteniendo con mis manos
desnudas, que por algo que ocurrió años atrás, sin embargo. ¿Puedes ir a la cocina y
buscarme un poco de alcohol?
—Beber probablemente no es la mejor opción en este momento.
—No para beber. Para esterilizar de nuevo este corte.
—Ahh, claro. Lo siento. —Corrí a la cocina y empecé a abrir las puertas del
armario, tratando de recordar dónde había dejado el whisky de anoche. Tardé una
eternidad en encontrar el estante donde Sully guardaba su bebida. Tomando una
pequeña botella de vodka sin abrir, también agarré un paño de debajo del fregadero,
nuevo, directamente del envoltorio, y lo llevé conmigo—. Listo. ¿Con esto bastara? —Le
mostré lo que había encontrado.
—Sí, eso es perfecto. —Tomando ambos artículos de mí, rompió la tapa de la
botella de vodka y vertió una gran cantidad de alcohol por todo el paño limpio—. Si
grito, no pienses menos de mí —bromeó.
—Es imposible para mí pensar menos de ti de lo que ya lo hago —le informé,
haciendo una mueca.
Hizo una en respuesta. Al segundo en que plantó el material empapado de alcohol
contra su costado, sus ojos parecieron estar a punto de volverse en su cabeza.
—Ah, mierda. Maldita sea, eso pica.
—No seas un cobarde. Trae, déjame hacerlo. —Le quité el paño. Sully gruñó, pero
no me detuvo; volvió a colocar las manos en la pared, arqueándose de modo que su
espalda se curvara hacia el techo, e hizo una mueca.
—Hazlo rápido.
—Si fuera una persona de corazón frío que disfrutara viendo sufrir a otros, podría
tomar tanto tiempo como fuera posible en esta situación. Por suerte para ti, soy más
delicada que sadomasoquista, ¿eh? —El sarcasmo era espeso en mi voz mientras
limpiaba eficientemente su lado sangrante. Sully cerró los ojos y lo soportó. Su cuerpo se
desplomó un poco, por lo que su cabeza colgaba entre sus brazos, pero aparte de eso, se
mantenía perfectamente inmóvil mientras yo trabajaba. Cuando terminé, soltó una
respiración temblorosa y desigual y se volvió para mirarme.
—Una sadomasoquista deriva placer sexual de infligir dolor a otros, Lang.
Oh, Dios. El fuego explotó en mis mejillas, indudablemente volviéndolas de un
rojo brillante. Perfecto. ¿Por qué la manera en que dijo sexual era tan, bueno, sexual?
Me hizo sentir como si estuviera retorciéndome dentro de mi propia piel.
—Una cosa buena que este momento no pudiera ser menos sexual, entonces —
respondí. ¿Estaba haciendo un trabajo decente al actuar? Era altamente improbable,
dado el ardor en mis mejillas, en lo alto, por mis pómulos.
—¿No podría? —preguntó Sully con voz lenta. Su cabeza seguía colgando entre
sus brazos apoyados, las manos plantadas en lo alto de su cabeza. Me escudriñaba, me
miraba con el rabillo del ojo, y los siguientes segundos que pasaron fueron tan intensos
que estuvieron malditamente cerca de robar el aire de mis pulmones. ¿Por qué me
miraba así? ¿Y qué diablos estaba intentando decir? Respirando hondo, parpadeó esas
pestañas largas y oscuras, tan perfectas, pero no apartó la mirada—. Porque, si me lo
preguntas, este momento definitivamente podría ser menos sexual.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando. —Agarré el vodka y el paño
empapado de sangre en mi mano, lista para huir a la cocina, pero Sully se puso de pie,
derecho, elevándose sobre mí con una mirada confundida en su rostro
—Sí, lo haces. Estoy aquí en una toalla, cubierto de agua y estás jugando a la
niñera, atendiendo mis heridas, tus manos sobre mi piel desnuda... Si esto fuera porno,
básicamente ya estaríamos follando.
—Voy a tener que creerte. No lo sabría. Nunca he visto pornografía.
La diversión destelló en sus rasgos, iluminándolos de una forma esperada y cálida.
—¿Nunca has visto porno? ¿Jamás?
—Eso es lo que nunca significa.
—¿Ni siquiera cuando estás excitada?
—No. Ni siquiera cuando estoy excitada.
—¿Qué haces para quitar la presión, entonces? ¿Solo... te encargas de ello tú
misma? ¿No hay entrada externa? ¿Solo tus dedos y tu imaginación?
Maldito calor. No podía mantener más el contacto visual. Las palabras que salían
de su boca eran suficientes para hacerme mirar al suelo. Mis mejillas no eran las únicas
cosas enrojecidas ahora. Estaba el color de una remolacha desde la línea de mi cabello.
—No creo que sea asunto tuyo —dije en voz baja.
—Supongo que no lo es. Pero todavía puedes decírmelo.
—Solo ponte ropa, Sully. Dios. —Intenté rodearlo para ir a la cocina, pero al
momento en que me moví, Sully también lo hizo, deslizándose a lo largo de la pared
para bloquear la entrada a la otra habitación. Era sorprendente que pudiera moverse con
tanta rapidez, dado el dolor que sentía.
—¿Recuerdas mi política de no mentir, Lang? Pues digo que eso es mentira. Ahora
mismo. Sobre ti.
—No puedes. —Traté de agacharme bajo su brazo, pero de nuevo vio a dónde iba
y bloqueó mi ruta.
—¿Por qué no? —preguntó.
—Porque no te estoy mintiendo, ¿verdad? Simplemente no cedo a lo que quieres.
Miró al techo por un segundo.
—Digo que eso es una mierda.
—Lo llamaría simplemente mala suerte. Ahora saca tu culo de mi camino antes de
que te derribe.
Sonrió… bonitos dientes blancos, un hermoso mohín en sus labios.
—¿Crees que podrías?
—Ahora mismo sí, sí. En un par de semanas tal vez no, pero eres más frágil que un
hombre de noventa años en este momento.
—Todavía podría tomarte, Lang. No me tientes.
La forma en que dijo tomarte envió escalofríos por mi espina dorsal. Estaba fuera
de mi campo aquí. Se me ocurrió que, de alguna manera, Sully y yo estábamos flirteando
y no me encontraba ni equipada ni preparada para una tarea tan peligrosa. Retrocedí,
con las manos en alto.
—No hay necesidad. ¿Qué te parece si te dejo con tus propios recursos y a cargo de
la casa? Sabes cómo usar un microondas, ¿verdad?
—Sé cómo usar uno, claro. Sin embargo, no poseo uno.
—¿Quién diablos no tiene un microondas?
—¿Quién diablos no ve porno? —Estaba disfrutando esto demasiado. Nunca pensé
que vería el día en que Sully Fletcher sonreiría y, aun así, aquí estaba, presenciando el
milagro con mis propios ojos. Todo su rostro cambió. La seriedad dejó sus rasgos y todo
de golpe parecía… ligero. Era como ver a otro hombre, un extraño que aún no había
conocido.
—Me alegra ver que todavía eres capaz de reírte a mis expensas, a pesar de la
pérdida de sangre —le informé. También sonreía, sin embargo. Solo un poco. Solo lo
suficiente para animarlo a continuar.
—Podría estar en mi lecho de muerte y aún no estaría lo bastante enfermo para
resistir criticarte, Lang.
—Estoy honrada. ¿Y por qué discutir conmigo te produce tal inmensa dicha, me
pregunto? —Bromeaba a medias cuando inquirí esto; su constante necesidad de
provocarme, de engatusarme, o simplemente ser totalmente grosero conmigo parecía ser
su única meta cuando estábamos alrededor del otro.
La sonrisa de Sully se redujo. Fue de un flameante nivel diez, a un mucho más
sombrío nivel cuatro. Todavía permanecía en las esquinas de su boca y alrededor de sus
ojos, sin embargo, como un fuego que no se apagaría.
—Sí me produce inmensa dicha. Y sabes muy bien por qué lo hago, Lang.
—No.
—Ahora eso es mentira.
Negué, cruzándome de brazos, y Sully suspiró. Parecía resignado.
—¿Por qué un niño pequeño tira de las coletas de una niña en el patio de la
escuela? ¿Por qué un adolescente con hormonas pretende ignorar a la chica más linda de
la escuela?
—No tienes un flechazo conmigo.
—Claro que sí.
—Estás jugando conmigo.
—No.
—De la manera en que un gato juega con un ratón, imbécil.
—Si es más seguro para ti creer eso, entonces bien, Lang. Estoy jugando contigo.
—No es más seguro. Es la verdad.
Sully no abrió la boca de nuevo. Simplemente me miró con esa pequeña media
sonrisa en su rostro, provocándome. O, al menos, creí que lo estaba. ¡Maldita sea! Las
cosas eran claras como el cristal antes —Sully Fletcher me odiaba— y ahora eran tan
turbias, no tenía ni idea de qué seguía.
Sully sonrió con suficiencia, obviamente disfrutando del hecho de que estaba
avergonzada.
—Así que. ¿Vas a suturarme o qué? —preguntó.
—Absolutamente no. No voy a hacer eso. ¿Estás loco?
—Bueno, no puedo hacerlo yo. Lo intenté la última vez y mira cómo resultó.
¿Por qué no era una sorpresa que hubiera tomado una aguja y se hubiera suturado?
Casi podía imaginar la conversación que había tenido con los doctores en el continente,
cuando les había dicho que se fueran al infierno.
—Siempre puedo ponerle pegamento, si eres demasiado quisquillosa —continuó—
. Tengo algo de Gorilla Glue por aquí en alguna parte.
—¡No puedes!
—Así es como curamos a la gente de campaña. Es el método más efectivo que hay
para prevenir la pérdida de sangre.
Me pregunté si se daba cuenta que ya no estaba de campaña y que había otras
maneras más seguras de hacer las cosas.
—¿Qué tal un poco de comida en su lugar?
Suspiró con resignación.
—Claro.
Me permitió pasar cuando intenté entrar en la cocina esta vez. No me siguió. Puse
el guiso de pollo en el refrigerador y puse a calentar la salsa boloñesa, rebuscando en sus
armarios una vez más, en busca de pasta. Cuando no pude encontrar nada, metí mi
cabeza de nuevo en la sala de estar para preguntar a Sully dónde la guardaba y casi grité
cuando lo encontré desnudo, de pie en medio de la habitación. Por suerte, estaba de
espaldas a mí… Vi su culo en lugar de algo más… bien, más.
Sully no se dio la vuelta, pero pude ver que sus hombros se sacudían. Se estaba
riendo. ¡El bastardo se estaba riendo!
—Puedes ayudarme a vestirme, si quieres —ofreció—. Estoy teniendo problemas
con la parte de agacharse. Si pudieras aguantar mis bóxers, sería un infierno más fácil
ponérmelos. —Vi entonces que sostenía una camiseta limpia en una mano, un par de
calzoncillos bóxers enrollados en la otra.
—Creo que voy a pasar. Uh, ¿dónde guardas la pasta?
Sully debía ser demasiado consciente que seguía mirando su culo, porque se
flexionó, haciendo que su nalga izquierda saltara no una, sino dos veces. Lentamente,
puso en ángulo su cuerpo, casi volviéndose, en ese preciso momento, deliberadamente
miré al suelo de la cocina.
—No tengo espagueti —dijo—. Hay conchas de pasta encima del refrigerador, sin
embargo. —Estaba intentando no reír, pero con demasiado ahínco por el sonido de las
cosas.
Desaparecí de nuevo en la cocina, sacudiendo la cabeza, intentando desalojar la
imagen del culo de Sully que se había quemado en mis retinas. No fue tan fácil, sin
embargo. Tenía la sensación de que podría blanquear mis globos oculares y la vista aún
estaría allí cada vez que parpadeara.
Cuando llevé la humeante comida caliente de nuevo a la sala de estar,
traqueteando y golpeando y haciendo el suficiente ruido para despertar a los muertos,
solo para asegurarme de que me oía esta vez, Sully estaba despatarrado en el sofá,
completamente vestido (gracias a Dios) y tenía mi teléfono en su mano.
Me detuve en seco.
—¿Qué crees que estás haciendo?
Tecleó algo en el teléfono y entonces me miró.
—No entres en pánico, Lang. No estaba leyendo tus mensajes.
—Entonces, ¿qué hacías?
—Llamarme para tener tu número. La próxima vez que traigas comida, quiero ser
capaz de hacer solicitudes.
—¿Quién dice que traeré cualquier cosa de nuevo? —Coloqué los platos de comida
en la pequeña mesa de café delante de él, frunciendo el ceño—. ¿Nadie te ha dicho
nunca que es grosero toquetear el teléfono de otra persona?
—Creí que ya habíamos establecido que soy grosero. ¿No estás loca por esperar
algo más de mí? Mira, si te molesta, toma. Tienes mi teléfono. Haz lo que quieras en el
infierno con él. Mira mis mensajes. Puedes revisar mis fotos. Leer mi correo. No me
importa una mierda. —Lanzó el teléfono en el aire, esperando que lo atrapara, pero dejé
que aterrizara sobre la alfombra a mis pies con un intenso ruido sordo.
—No, gracias.
Sully miró sobre el borde de la mesa, presumiblemente para verificar si su teléfono
estaba roto. Gimió cuando tensó su estómago, entonces se hundió de nuevo en su
asiento cuando vio que su iPhone estaba bien.
—Probablemente es lo mejor. Hay alguna mierda jodida ahí. Eres un enigma,
Lang. ¿Lo sabes?
¿Qué consideraba Sully Fletcher mierda jodida? Estaba cuatro partes intrigada y
seis partes preocupada. Ciertamente no me hacía querer buscar en su teléfono como una
loca novia celosa, sin embargo. Incluso cuando sospeché que algo pasaba con Will,
cuando trabajaba hasta tarde todo el tiempo y recibía extraños mensajes a las dos de la
mañana, nunca llegué tan bajo. No iba a hacerlo ahora, incluso con el permiso de Sully.
—Difícilmente soy un enigma —le dije, dejando un recipiente de queso
parmesano delante de él—. Simplemente no me gusta que la gente se tome libertades.
—Ninguna tomada. Aún —dijo, sonriendo con suficiencia—. Pero siéntete libre
de sobrepasar tantos límites como gustes cuando estés en la cama más tarde, toda
ardiente y molesta, mirando mi número en tu teléfono, preguntándote si deberías
mandarme un mensaje.
—Tienes un alto concepto de ti mismo, ¿no?
Asintió sabiamente.
—Tengo que hacerlo. Nadie más va a molestarse.
Eso me sorprendió como un pensamiento triste. Rose tenía razón; había pintado
una muy solitaria imagen de la vida personal de Sully para que lo visitara en el centro
médico, pero todo había sido verdad. Realmente no tenía a nadie. Sus padres estaban
muertos. Ahora su hermano. Se negaba a dejar que alguien se acercara lo suficiente para
preocuparse por él.
—No parezcas demasiado sensiblera, Lang —dijo, rascando su garganta, todavía
sonriendo—. Créeme. Lo prefiero de esta manera.
Lo creía. Había diseñado esta vida por sí mismo, donde no tenía trabajar con nadie,
hablar con nadie, ver a nadie si no quería. El hombre solitario en el faro. El atormentado
hombre viviendo junto al mar. Era extraño que hubiera vuelto aquí después de dejar
The Causeway por tanto tiempo, formándose en el ejército y siendo desplegado.
Después de todo el caos y la locura de Afganistán, ¿habría querido vivir en una gran
ciudad en alguna parte? O, al menos, un poco más cerca de la civilización. Había oído de
bastantes ex soldados que habían vuelto de la guerra y encontraron que la vida “normal”
en el continente era demasiado lenta. La vida, tanto como podía decir, prácticamente se
había detenido en la isla.
—¿Comemos? —dijo Sully, rompiendo la tensión entre nosotros. O, al menos,
poniéndola a un lado de momento. Dando un golpecito en el sofá a su lado, me hizo un
gesto para que tomara asiento. Habría preferido sentarme en el sillón, bien lejos de su
amplia estructura y su extrañamente embriagador olor, pero sabía qué sucedería si hacía
un punto al sentarme en cualquier parte que no fuera junto a él. Se burlaría de mí, sin
parar, y no sabía si podría soportar mucha más burla en este momento. Mejor
simplemente sentarme y tratar con la cercana proximidad.
Sully parecía desconcertado cuando empezamos a comer. Minutos pasaron
mientras disfrutábamos de la comida sin hablar. Su plato estaba casi limpio cuando
rompió el silencio.
—No los odio, sabes. Sé que no tienen la culpa por nada de lo que sucedió entre
Ronan y yo. Y Magda —explicó, con una voz muy pequeña. Sabía exactamente de
quiénes hablaba. Simplemente me sorprendía muchísimo que los hubiera sacado a
colación. Me había hecho prometer no discutir sobre ellos ayer y, aun así, había sido el
que había roto esa regla. Aquí estábamos, rompiéndola de nuevo.
Cuando no dije nada, continuó:
—La idea de incluso verlos me vuelve loco, sin embargo. Magda siempre me decía
que no quería tener hijos. Y entonces, unos años y tres vidas arruinadas después, tuvo
dos, así de simple. Como si nada. Como si lo hubiera querido toda su vida.
Tenía sentido que hubiera estado resentido por los niños. Cuando lo ponía así,
podía entenderlo. Era inútil guardarles rencor, sin embargo. Como había dicho solo un
momento antes, realmente no era su culpa.
—Lo siento, Sully. Debes haber amado a Magda muchísimo. Debe doler como el
infierno saber que sus hijos están tan cerca ahora.
Bajó su tenedor, mirando el desastre de salsa y pasta que permanecía en su plato…
Tenía la sospecha de que de repente había perdido su apetito.
—No lo hace, sin embargo. No duele en absoluto. He estado entumecido por
mucho tiempo, Lang. Nada me afecta ya. Una bomba nuclear tendría que detonar
dentro de mi cavidad torácica para revolver siquiera la más débil de las respuestas del
bulto de carne que bombea mi sangre por mi cuerpo.
—Estoy segura de que eso es un intencional mec…
—No digas mecanismo de defensa. He terminado de defenderme de las cosas.
Decidí que el asalto era la única manera de avanzar hace mucho tiempo. Enfrentar las
cosas sin rodeos, abordando las cosas que me asustan sin parpadear. Así es como he
tratado con mis problemas desde Afganistán.
—Puedo ver eso.
—¿Puedes, ahora? —Parecía divertido—. Bueno, esa es una idea interesante.
—¿Por qué es eso?
—Porque trabajo duro para asegurarme de que nadie me vea en absoluto, la
mayoría de los días, señorita Ophelia Lang de California. Se me ha dicho en el pasado
que intentar leerme es como intentar ver una imagen clara a través de un caleidoscopio.
Y un jodido y roto caleidoscopio además.
Me reí, imaginando quién podría haberle dicho tal cosa. ¿Algún pobre y afligido
local? ¿Alguna joven turista con ojos de ciervo, esperando convertir un romance de
vacaciones en algo un poco más concreto? Sully era el tipo de hombre que arruinaba
unas vacaciones, y todas las vacaciones por el resto del tiempo, en el momento en que
posabas los ojos sobre él.
—Supongo que la pregunta es, ¿quieres que alguien te vea claramente, Sully? —
Me aseguré de que mi tono fuera ligero, la pregunta claramente retórica. Manteniendo
mi cabeza gacha, comí mientras Sully se sentaba a mi lado, inquietándose. Podía sentirlo
luchar para averiguar qué quería decir. Medio esperaba que me espetara y me dijera que
me preocupara de mis propios malditos asuntos, pero no lo hizo.
Después de un largo, largo silencio en la conversación, Sully finalmente levantó su
tenedor y lo consideró. En voz baja, habló:
—Dijiste que debo haber amado a Magda muchísimo. Me tomó un largo tiempo
darme cuenta, pero nunca la amé. No puedes amar algo que no es real. Alguien que
existe solo en tu cabeza. Era hermosa y era amable a su propia manera, pero flotaba con
la corriente, siendo lo que sea que pensaba que todos necesitaban que fuera. Y, al final,
no tenía personalidad propia. Era un espejo, reflejando lo que querías ver. Así es. Eso es
todo. Una vacía y triste cáscara de una persona, esperando a ser llenada por alguien más.
Así que, no, no la amé muchísimo. Amé la idea de ella. La realidad era sumamente
decepcionante. —Apuñaló sus conchas, pinchando la pasta, recogiendo la carne, y
comió. No dijo otra palabra sobre el asunto.
Limpié los platos y me fui, diciéndole que volvería de nuevo a la misma hora
mañana. Horas después, en la cama, demasiado cansada para dormir y demasiado
despierta para soñar, mi teléfono vibró en mi mesita de noche, iluminando la
habitación.
Era de Sully. O, como al parecer se había nombrado en mi teléfono, el hombre más
sexy del mundo.
Qué imbécil.
Tomándose Libertades
Me quedé por la noche. No tenía otra opción posible, a menos que
estuviera bien con dejar a Sully desmayado en el suelo de la sala de estar
en una piscina de su propio vómito, y no lo estaba. Así que me quedé.
Afortunadamente, Rose estaba teniendo un gran tiempo cuidando de los niños, así que
no fue un problema.
Era un problema que Sully seguía recuperando y perdiendo la consciencia cada
quince o veinte minutos y creía que yo era Magda con más frecuencia. Extrañamente,
no parecía muy feliz de que yo (ella) lo cuidara
—Hiciste tu elección, Mags. Te lo dije. No quiero verte. No quiero saber de ti.
Yo... ¡Déjame jodidamente solo, maldita sea!
Su fiebre bajó a las cuatro de la mañana. Estaba empapado en sudor, su camiseta
mojada, así que subí corriendo a buscarle algo limpio y me encontré teniendo un
momento surrealista de “¿cómo puede estar sucediendo esto?” en su dormitorio al pie de
su cama. No tenía mucho por los muebles en su habitación: una simple cama de dos
plazas, las mantas arrugadas y revueltas (no había estado aquí desde que se despertó para
ver el altercado en la playa la noche de la tormenta), una cómoda, una estantería de tres
niveles llena de libros y una enorme caja de embalaje de plástico negra con Captn. S.
Fletcher escrito en el lateral con pintura gris.
Olía a él aquí arriba. Ronan había olido a Armani Code, desodorante Old Spice y
detergente para lavar ropa. Sully olía a virutas de madera y whisky, y algo que solo
podía describirse específicamente como Sully. Había un par de calcetines en la parte
superior de la cómoda y un libro abierto y boca abajo sobre el piso de madera. "Zen y el
Arte del Mantenimiento de una Motocicleta". Iba por la mitad.
Encontré sus camisetas limpias dobladas y apiladas metódicamente por color en el
segundo cajón de su cómoda. Tomé una, entonces fui a la caza de pantalones cortos
limpios también.
En la planta baja, Sully temblaba silenciosamente en el sofá, cubriéndose con la
manta alrededor de su barbilla. Me miró al pie de su escalera de caracol, parpadeando
con toda la solemnidad de una lechuza enojada.
M
—Así que sigues aquí, ¿eh, Lang? —Su voz era áspera, sin duda por gritar tan
furiosamente a Crowe (yo) durante horas.
—Eso parece, ¿verdad?
Sully miró alrededor de su sala de estar, vacilante.
—Hombre. ¿Supongo que destruí el lugar y no tú?
—Estabas delirando. Te negaste a mantener el culo sentado y mucho menos
acostado. Creo que te jodiste las costillas bastante bien.
—Sí. —Hizo un gesto de dolor. Presionó las yemas de los dedos con cuidado
contra su pecho sobre las cubiertas—. Creo que tienes razón.
—¿Tienes sed? ¿Quieres algo de agua?
Me miró con incertidumbre.
—Sí. Si no te importa, eso sería genial. —Su tono era suave y casi... ¿casi
arrepentido? ¿Podría ser? Nunca pensé que vería el día en que Sully Fletcher podría
mostrar un poco de remordimiento. O gratitud, para el caso.
—No hay problema. Regresaré enseguida.
Le hice una tostada también. Había vomitado otras tres veces mientras estaba con
fiebre, y probablemente podría querer algo de comida ahora. Sin embargo, cuando le
llevé el plato, no me sorprendió que lo rechazara.
—Aun así, gracias. Lo digo en serio. Simplemente ahora no puedo.
—¿Quieres tomar algo para el dolor?
Una sombra de rabia parpadeó en sus ojos.
—Te dije que no, Lang. Podría estar en pedazos, sangrando en la acera, y preferiría
morir antes que tomar algo de esa mierda. No me preguntes de nuevo. —Parecía que se
sentía lo suficientemente bien como para decírmelo. Eso era una mejora—. ¿Qué hora
es, de todos modos? —preguntó, tratando de girar para mirar por la ventana detrás de él.
Puse una mano en su hombro, deteniéndolo.
—Son las cinco y cuarenta —dije—. El amanecer está a la vuelta de la esquina. Ha
transcurrido mucho tiempo desde que he pasado una noche sin dormir dos veces en una
semana.
—Tal rebelde. —Sonrió y dos hoyuelos profundos y perfectos se formaron en sus
mejillas.
—Sí. Si tú lo dices. —Sonreí, agachando la cabeza—. Tengo que irme, Sully. No
puedo dejar a los niños por mucho más tiempo. Me preguntaba si me dejarías
consultarte algo antes de irme, sin embargo.
La cautela apareció en las líneas de su rostro.
—Por supuesto. No significa que responda si no me gusta la pregunta.
—Naturalmente. —Sin mentiras con Sully. Solo rotunda negativa a entregar la
información que habías solicitado. Sonaba bien—. Mientras ardías de fiebre, seguías
gritándole a alguien. Alguien llamado Crowe. Solo quería saber quién era.
Sully estaba muy, muy quieto. Durante un largo instante, contuvo el aliento, sus
ojos en mí, los ojos en el techo, y luego suspiró, largo y pesado.
—Crowe era un tipo con el que servía en el ejército. Era un idiota y un cobarde.
No éramos amigos. ¿Es lo suficientemente bueno para ti, Lang?
No lo era. Quería saber por qué Sully había estado tan enojado con él antes,
cuando había estado gritando y gritando acerca de los hombres en el camión en peligro,
pero sabía que estaba caminando sobre hielo fino. No iba a darme más información. No
hoy, de todos modos.
—Todo bien. De acuerdo. Volveré más tarde para revisarte, ¿de acuerdo? Después
de que Rose haya terminado con el trabajo y pueda cuidar de los niños de nuevo.
—No necesitas hacer eso. Ahora estaré bien. Creo que lo peor ha pasado.
—Aun así. Volveré a las seis.
Los labios de Sully dibujaron una línea plana y apretada. Quería discutir conmigo,
para rehusarse, lo sabía, pero era un tipo inteligente. Sabía que necesitaba la ayuda,
incluso si no quería admitirlo.
Tomé mi chaqueta y me dirigí hacia la puerta.
—¿Oye, Lang?
Me di la vuelta.
—¿Están...? Ya sabes. ¿Están bien? ¿Los hijos de Ronan?
Pensé en la pregunta por un segundo, y luego respondí:
—No. No, no están bien. Su padre acaba de morir.
***
—Si pudieras volver a ver a tu padre, Connor, ¿qué le dirías?
Connor bajó la vista hacia sus manos, y luego hacia la ventana, donde una pequeña
grúa había sido erigida en la playa para transportar los restos retorcidos y maltratados
del Sea King hasta la parte de atrás de un camión de plataforma.
—¿Connor? —La voz del doctor Fielding era clara y perfectamente sonora a través
de los altavoces del ordenador portátil, puesto en la mesa frente al niño, aunque Connor
estaba fingiendo que no lo había oído.
—Connor, cariño. ¿Por qué no contestas al doctor Fielding? —Estaba cansada. Más
allá de cansada. Sin embargo, ya había decidido que los niños no iban a sufrir por el
hecho de que había estado fuera toda la noche, atendiendo a su enfermo y aún
desconocido tío; ahora bebía mi cuarta taza de café.
Connor tosió, mirando sus uñas.
—No le diría nada. Está muerto —dijo en voz baja.
—Connor...
—Está bien, señorita Lang. Tal vez Connor tiene razón. A veces, en las primeras
etapas del dolor, puede ser útil imaginar estos diálogos, las últimas palabras si se quiere,
para cerrar y permitir que los niños se despidan. En otros casos, a veces puede servir
para confundir la situación. Connor, ¿cómo te sientes con tu vida en la isla? ¿Te gusta?
¿Con Ophelia?
Connor me miró por el rabillo del ojo.
—Está bien —le dije—. Puedes decir lo que quieras. No voy a estar enojada, lo
prometo.
—Lo odio —exclamó—. Odio la isla. Odio no ir a la escuela. A veces odio a Amie.
Siempre es muy feliz.
—¿Y Ophelia? ¿Te importa que tu padre la haya dejado a cargo de ti?
Se quedó callado durante mucho tiempo. Podía decir que quería mirarme de
nuevo, pero no cedió. Y luego, después de unos cuantos momentos más de indecisión,
dijo:
—No odio a Ophelia. Lo hice al principio, pero ahora... está bien. No me importa
que esté a cargo. Estar aquí con ella es mejor que estar en un orfanato.
—¿Por qué crees que Amie es demasiado feliz, Connor?
—Porque nunca parece triste. Siempre está jugando y riendo. Es como si ni
siquiera le importara.
—¿No le importa que su padre se haya ido?
Connor volvió a apartar la mirada, con los ojos entrecerrados hacia la ventana.
—Verás, la diferencia entre Amie y tú, Connor, es que es mucho más joven que tú.
Mientras que está muy triste porque tu padre se haya ido, su mente funciona de manera
diferente a la tuya. No siente la ausencia de tu padre tanto como tú. Eso no significa que
no le importe, ¿de acuerdo? Simplemente significa que lidia un poco mejor con la
tristeza que siente dentro. ¿Tiene sentido?
—Supongo que sí.
—Así que, cuando veas a Amie riéndose y jugando la próxima vez, piensa en esto.
Eres su hermano mayor y te admira y te quiere mucho. Definitivamente se siente un
poco asustada a veces, así que tal vez sería bueno para ti sentarte y jugar con ella. Hazle
saber que puede contar contigo para estar allí si te necesita. ¿Crees que es una buena
idea?
Connor alzó la cabeza, mirando directamente al doctor Fielding en la pantalla por
primera vez desde que comenzó la sesión hace cuarenta minutos. Parecía que
finalmente había oído algo que tenía sentido para él.
—Supongo —dijo, su tono cambió por completo—. Quiero decir, tal vez. Si no es
demasiado molesta.
—Eso es muy amable de tu parte, Connor. Eso era exactamente lo que haría un
buen hermano mayor. —Fielding era a veces un poco demasiado suavemente suave en
su enfoque para mi gusto, pero de nuevo, era el psicólogo infantil entrenado y alabado, y
yo era la maestra de escuela que no trabajaba. Probablemente tenía veinte años de
experiencia sobre mí, y la forma en que acababa de manejar la situación con Amie
parecía que podría marcar la diferencia en la casa. Si Connor empezaba a interactuar con
su hermana más, en vez de pelearse con ella cuando fuera alegre, podría terminar
recuperándose de su pena también. Si había esperanza de eso, entonces había esperanza
en general.
—Connor, gracias por pasar algún tiempo conmigo hoy. Me ha gustado mucho
hablar contigo. Creo que hemos hecho grandes progresos —dijo Fielding.
Connor parecía menos seguro de lo que pudo o no pudo haber logrado durante la
sesión. Esbozó la más mínima sugerencia de una sonrisa, aunque no había ningún
indicio en ningún otro lugar en su rostro. Tomó su libro y su gorro de rayas y se fue,
cerrando silenciosamente la puerta tras él. Odiaba esta parte. Ahora era el momento en
que Fielding y yo terminábamos nuestras revisiones y discutíamos la mejor manera de
manejar las cosas con los niños durante la próxima semana, aunque la mayoría del
tiempo sentía que Fielding estaba aprovechando la oportunidad para empujar y picar en
las entrañas de mi cabeza también.
—Bueno, Ophelia. Tengo que decir que realmente veo algún progreso —dijo,
mientras me sentaba en la silla que Connor abandonaba.
—Sí, estoy de acuerdo. Ha estado mucho más hablador los últimos días. Y pide
pasar más tiempo fuera. Aunque eso está relacionado con un accidente que ocurrió
durante una tormenta.
—¿Una tormenta? —Estaba usando su voz falsamente sorprendida de “¡de ninguna
manera!”, que utilizaba con Connor cada vez que el niño le decía algo arbitrario. Esto no
era arbitrario, sin embargo, así que fue un poco frustrante que usara ese tono conmigo.
—Sí, una tormenta. Un barco volcó en el agua cerca de la costa. No lo
suficientemente cerca como para que la tripulación del barco nadara a la orilla, sin
embargo. En el último recuento murieron trece hombres.
Eso pareció llamar su atención.
—Ya veo. ¿Y Connor ha estado demostrando niveles crecientes de interés en el
accidente que parece... fuera de lo ordinario?
—No. No lo creo. Creo que solo tiene curiosidad. Sabe que la gente murió allí. Fue
horrible.
—Mmm. Sí, estoy seguro que sí. Una cosa terrible, por lo que parece.
Ahh, el tono suave y consentidor de un terapeuta. Se las arregló para sonar
profundamente herido por la tragedia y completamente insincero al mismo tiempo.
Quería cerrar el portátil e interrumpirlo, pero eso habría hecho que la sesión de la
próxima semana fuera realmente incómoda. Por el bien de Connor, me las arreglé para
no molestarme con él.
—¿Y a ti, Ophelia? ¿Cómo te afectó el evento? ¿Mentalmente?
Oh, absolutamente no. No iba a ser psicoanalizada por Fielding. De ninguna
manera, no lo haría. Una cosa era estar aquí porque era lo que debía hacer por un niño a
mi cargo y otra que debiera ser despojada y evaluada, para que hiciera anotaciones sobre
mí en su pequeño libro.
Le di mi sonrisa más fría y acerada.
—Estoy bien, doctor. Gracias por su preocupación.
—¿No conocías a ninguno de los difuntos que fueron traídos de los restos?
—No. No lo hacía. La única persona que conocía era Sully y...
Fielding se enderezó en su asiento, como si lo hubiera alcanzado a través de la
pantalla del ordenador y le hubiera dado una bofetada.
—¿Disculpa? ¿Acabas de decir Sully?
—Sí. ¿Hay algún problema? —Definitivamente parecía que había un problema.
—¿Sully Fletcher? ¿El hermano de Ronan?
—Sí.
—Ah. Correcto. Ya veo.
—¿Qué ve, doctor Fielding? Estoy confundida.
—Ronan mencionó a su hermano muchas veces en sus sesiones de terapia
personal. —Parecía incómodo, con el ceño fruncido, como si estuviera buscando qué
decir después y quedándose corto. En el pasillo, el reloj de la pared comenzó a sonar al
mediodía. Las cinco habían sido dadas para el tiempo en que continuó—. Por supuesto,
la confidencialidad del paciente sigue siendo un contrato legalmente vinculante, incluso
después de la muerte de un paciente, señorita Lang, así que no estoy obligado a entrar
en ningún tipo de detalle sobre lo que pasó entre Ronan y yo en nuestras sesiones, sin
embargo, le diré esto.
»De lo que me llevó a creer, Sully es un guerrero, muy valiente, que ha sufrido a
través de una serie de experiencias traumáticas en su vida. Y cuando la gente
experimenta todas las cosas que Sully ha hecho, Ophelia, dejan una marca imborrable
que no desaparece con demasiada facilidad. No sin el deseo de querer curar, de todos
modos. Ronan me dijo a menudo sobre las acrobacias peligrosas que su hermano hacía.
Realmente imprudente, cosas que ponen el vello de punta. Su apetito por lanzarse a la
boca del infierno con tanta frecuencia, aunque admirable, también podría significar que
está poniendo a los que lo rodean en peligro al mismo tiempo. ¿Y si está pasando tiempo
cerca de ti? ¿Alrededor de los niños?
—Ha salvado a tres hombres. Nadie se lastimó porque reaccionó en una situación
difícil. Y usted habla como si Ronan no fuera lo mismo, doctor Fielding. Fue quien
condecoraron con el Corazón Púrpura, ¿recuerda? Estoy segura que no lo ganó al
repartir helado en el aeropuerto de Kabul.
—Sí, bien. La situación es complicada, sea cual sea la forma en que lo mire. Solo
pensé que sería prudente darle una advertencia, si quiere. Una advertencia amistosa. —
Aquí estaba un hombre que nunca había tenido causa para utilizar la frase "advertir"
antes. Era demasiado apropiado, demasiado refinado para tales cosas.
—Bueno, gracias, doctor, por cuidar de mí y de los niños, pero no tiene nada de
qué preocuparse, lo prometo.
***
Rose llegó directamente después del trabajo. Ya había dado a los niños sus cenas y
ambos estaban bañados, así que todo lo que necesitaba hacer era sentarse con ellos
durante un par de horas, viendo la repetición de Marvel Action Hour (el cual Amie
amaba).
Llegué tarde a casa de Sully. Cuando pude entrar en el faro, haciendo
malabarismos con recipientes de salsa casera boloñesa y guiso de pollo que había hecho
esa tarde, tropecé en la sala de Sully para encontrarlo apoyado contra una pared con una
toalla envuelta alrededor de su cintura, agua corriendo por su torso, y una mirada de
agonía en su rostro.
—Jesús, Sully, ¿qué demonios estás haciendo?
—Al principio, estaba tratando de bañarme —dijo con los dientes apretados—.
Ahora solo estoy tratando de no desmayarme.
—¿Qué pasó? Maldita sea, ¿por qué hay sangre por todo el suelo? —Una enorme
mancha en la alfombra estaba empapada de rojo brillante junto a la escalera, y gotas más
pequeñas estaban salpicadas entre allí y el punto donde Sully estaba ahora apoyado
contra la pared.
—Abrí algunos puntos de sutura —explicó, haciendo una mueca—. No es tan
malo como parece.
—¿Dónde? ¿Y por qué necesitabas puntadas en primer lugar? —Dejé los
recipientes de comida que llevaba, me quité mi chaqueta y luego me apresuré a
revisarlo. Al principio, no vi el corte largo y dentado en su costado derecho, porque se
rodeaba el cuerpo con los brazos, sin embargo, la fuente de la hemorragia se hizo
demasiado evidente cuando me acerqué.
—El barco —dijo Sully—. Las rocas en la bahía lo destruyeron. Rasgó la parte
inferior del casco. Todo metal retorcido y bordes afilados. Vi a uno de los chicos
hundirse, así que me sumergí para atraparlo. Las olas eran tan grandes. Linneman hizo
todo lo posible para mantener la Zodiac firme, pero una grande lo golpeó. Casi lo tiró.
Chocó la Zodiac contra el Sea King. Me encontraba entre los dos en el momento. Me
quedé atrapado. Me aplastó las costillas. El acero deformado del casco me golpeó
bastante bien.
—Puedo ver eso. Dios, Sully. Déjame echar un vistazo. —Estaba protegiendo su
costado, el cuerpo un poco inclinado, haciéndome difícil examinar cuán malo era el
daño.
—Está bien. Lang, en serio. Solo siéntate y déjame recuperar el aliento por un
segundo, maldita sea.
—Sully, no estoy bromeando. ¡Muévete!
Se enderezó, suspirando con frustración, sus brazos cayendo flojos a los costados.
El corte era profundo y crudo, de veinte centímetros de largo, y parecía inflamado.
Levanté el brazo de Sully por completo, tratando de obtener una mejor vista para ver si
estaba infectado, y es cuando vi los comienzos de la cicatriz. Rojo, moteado, de aspecto
violento: empezaba en su cadera y subía sobre su costado, y luego sobre su espalda. Le di
vuelta, con la boca abierta, los ojos cada vez más amplios.
—Date la vuelta —pedí.
—¿Por qué?
—Solo hazlo.
—Mi espalda está bien. No hay nada por lo que tengas que preocuparte —dijo en
un tono duro.
—Sully. Lo digo en serio. Date la vuelta. —Dios sabe que sonaba lista para hacerle
daño. Podría haber sido la determinación en mi voz, o podría haber sido el hecho de que
había perdido mucha sangre y no tenía la energía para discutir, pero Sully en realidad
hizo lo que le dije, volviéndose lentamente hacia la pared en la que se había apoyado,
apoyando ambas manos contra el yeso para poder ver la magnitud de la cicatriz que se
extendía hacia arriba y sobre su espalda, acercándose casi hasta su hombro. Piel torcida
y arrugada. Brillante rojo y rosa oscuro. Se curó, una lesión muy antigua, pero parecía
que le había causado mucho dolor en un momento dado.
—Linda, ¿eh? —preguntó Sully. No sonaba amargado, ni enojado. Parecía
resignado. Vacío.
—Maldita sea, Sully. Ni siquiera sé qué decir.
—Bueno. Entonces, ¿qué tal si no dices nada y seguimos adelante?
—¿Cómo?
Se encogió de hombros.
—Un accidente.
—¿Qué clase de accidente?
Sully se inclinó hacia delante aún más, hasta que su frente se presionó contra la
pared. Sus ojos se cerraron. Parecía muy cansado.
—Uno que implicaba fuego, obviamente.
—¿Cuántos años tenías?
Un largo silencio. Y luego, suavemente:
—Lo suficientemente mayor para ser más listo.
Claramente no quería hablar más de eso, pero no podía dejarlo ir. No sin una
explicación adecuada. Las palabras de Fielding seguían resonando en mis oídos y no
pude evitar el pánico. ¿Era este un ejemplo de Sully tratando de deshacerse de su vida, o
era algo completamente diferente?
—¿Fue culpa tuya? —pregunté—. ¿Podrías haberlo impedido si quisieras?
Sully me miró bruscamente. No respondió de inmediato.
—Podría haber sido capaz de hacerlo. Pero el costo de prevenir esta lesión, habría
sido mucho mayor que unos cuantos centímetros de piel quemada.
—Es más de unos centímetros, Sully. Es todo tu costado. Casi toda la espalda.
Habría sido…
—¿Doloroso? Sí, me dolió un poco. Ahora mismo, estoy mucho más preocupado
por el dolor en mi caja torácica y la herida abierta que estoy sosteniendo con mis manos
desnudas, que por algo que ocurrió años atrás, sin embargo. ¿Puedes ir a la cocina y
buscarme un poco de alcohol?
—Beber probablemente no es la mejor opción en este momento.
—No para beber. Para esterilizar de nuevo este corte.
—Ahh, claro. Lo siento. —Corrí a la cocina y empecé a abrir las puertas del
armario, tratando de recordar dónde había dejado el whisky de anoche. Tardé una
eternidad en encontrar el estante donde Sully guardaba su bebida. Tomando una
pequeña botella de vodka sin abrir, también agarré un paño de debajo del fregadero,
nuevo, directamente del envoltorio, y lo llevé conmigo—. Listo. ¿Con esto bastara? —Le
mostré lo que había encontrado.
—Sí, eso es perfecto. —Tomando ambos artículos de mí, rompió la tapa de la
botella de vodka y vertió una gran cantidad de alcohol por todo el paño limpio—. Si
grito, no pienses menos de mí —bromeó.
—Es imposible para mí pensar menos de ti de lo que ya lo hago —le informé,
haciendo una mueca.
Hizo una en respuesta. Al segundo en que plantó el material empapado de alcohol
contra su costado, sus ojos parecieron estar a punto de volverse en su cabeza.
—Ah, mierda. Maldita sea, eso pica.
—No seas un cobarde. Trae, déjame hacerlo. —Le quité el paño. Sully gruñó, pero
no me detuvo; volvió a colocar las manos en la pared, arqueándose de modo que su
espalda se curvara hacia el techo, e hizo una mueca.
—Hazlo rápido.
—Si fuera una persona de corazón frío que disfrutara viendo sufrir a otros, podría
tomar tanto tiempo como fuera posible en esta situación. Por suerte para ti, soy más
delicada que sadomasoquista, ¿eh? —El sarcasmo era espeso en mi voz mientras
limpiaba eficientemente su lado sangrante. Sully cerró los ojos y lo soportó. Su cuerpo se
desplomó un poco, por lo que su cabeza colgaba entre sus brazos, pero aparte de eso, se
mantenía perfectamente inmóvil mientras yo trabajaba. Cuando terminé, soltó una
respiración temblorosa y desigual y se volvió para mirarme.
—Una sadomasoquista deriva placer sexual de infligir dolor a otros, Lang.
Oh, Dios. El fuego explotó en mis mejillas, indudablemente volviéndolas de un
rojo brillante. Perfecto. ¿Por qué la manera en que dijo sexual era tan, bueno, sexual?
Me hizo sentir como si estuviera retorciéndome dentro de mi propia piel.
—Una cosa buena que este momento no pudiera ser menos sexual, entonces —
respondí. ¿Estaba haciendo un trabajo decente al actuar? Era altamente improbable,
dado el ardor en mis mejillas, en lo alto, por mis pómulos.
—¿No podría? —preguntó Sully con voz lenta. Su cabeza seguía colgando entre
sus brazos apoyados, las manos plantadas en lo alto de su cabeza. Me escudriñaba, me
miraba con el rabillo del ojo, y los siguientes segundos que pasaron fueron tan intensos
que estuvieron malditamente cerca de robar el aire de mis pulmones. ¿Por qué me
miraba así? ¿Y qué diablos estaba intentando decir? Respirando hondo, parpadeó esas
pestañas largas y oscuras, tan perfectas, pero no apartó la mirada—. Porque, si me lo
preguntas, este momento definitivamente podría ser menos sexual.
—No tengo ni idea de lo que estás hablando. —Agarré el vodka y el paño
empapado de sangre en mi mano, lista para huir a la cocina, pero Sully se puso de pie,
derecho, elevándose sobre mí con una mirada confundida en su rostro
—Sí, lo haces. Estoy aquí en una toalla, cubierto de agua y estás jugando a la
niñera, atendiendo mis heridas, tus manos sobre mi piel desnuda... Si esto fuera porno,
básicamente ya estaríamos follando.
—Voy a tener que creerte. No lo sabría. Nunca he visto pornografía.
La diversión destelló en sus rasgos, iluminándolos de una forma esperada y cálida.
—¿Nunca has visto porno? ¿Jamás?
—Eso es lo que nunca significa.
—¿Ni siquiera cuando estás excitada?
—No. Ni siquiera cuando estoy excitada.
—¿Qué haces para quitar la presión, entonces? ¿Solo... te encargas de ello tú
misma? ¿No hay entrada externa? ¿Solo tus dedos y tu imaginación?
Maldito calor. No podía mantener más el contacto visual. Las palabras que salían
de su boca eran suficientes para hacerme mirar al suelo. Mis mejillas no eran las únicas
cosas enrojecidas ahora. Estaba el color de una remolacha desde la línea de mi cabello.
—No creo que sea asunto tuyo —dije en voz baja.
—Supongo que no lo es. Pero todavía puedes decírmelo.
—Solo ponte ropa, Sully. Dios. —Intenté rodearlo para ir a la cocina, pero al
momento en que me moví, Sully también lo hizo, deslizándose a lo largo de la pared
para bloquear la entrada a la otra habitación. Era sorprendente que pudiera moverse con
tanta rapidez, dado el dolor que sentía.
—¿Recuerdas mi política de no mentir, Lang? Pues digo que eso es mentira. Ahora
mismo. Sobre ti.
—No puedes. —Traté de agacharme bajo su brazo, pero de nuevo vio a dónde iba
y bloqueó mi ruta.
—¿Por qué no? —preguntó.
—Porque no te estoy mintiendo, ¿verdad? Simplemente no cedo a lo que quieres.
Miró al techo por un segundo.
—Digo que eso es una mierda.
—Lo llamaría simplemente mala suerte. Ahora saca tu culo de mi camino antes de
que te derribe.
Sonrió… bonitos dientes blancos, un hermoso mohín en sus labios.
—¿Crees que podrías?
—Ahora mismo sí, sí. En un par de semanas tal vez no, pero eres más frágil que un
hombre de noventa años en este momento.
—Todavía podría tomarte, Lang. No me tientes.
La forma en que dijo tomarte envió escalofríos por mi espina dorsal. Estaba fuera
de mi campo aquí. Se me ocurrió que, de alguna manera, Sully y yo estábamos flirteando
y no me encontraba ni equipada ni preparada para una tarea tan peligrosa. Retrocedí,
con las manos en alto.
—No hay necesidad. ¿Qué te parece si te dejo con tus propios recursos y a cargo de
la casa? Sabes cómo usar un microondas, ¿verdad?
—Sé cómo usar uno, claro. Sin embargo, no poseo uno.
—¿Quién diablos no tiene un microondas?
—¿Quién diablos no ve porno? —Estaba disfrutando esto demasiado. Nunca pensé
que vería el día en que Sully Fletcher sonreiría y, aun así, aquí estaba, presenciando el
milagro con mis propios ojos. Todo su rostro cambió. La seriedad dejó sus rasgos y todo
de golpe parecía… ligero. Era como ver a otro hombre, un extraño que aún no había
conocido.
—Me alegra ver que todavía eres capaz de reírte a mis expensas, a pesar de la
pérdida de sangre —le informé. También sonreía, sin embargo. Solo un poco. Solo lo
suficiente para animarlo a continuar.
—Podría estar en mi lecho de muerte y aún no estaría lo bastante enfermo para
resistir criticarte, Lang.
—Estoy honrada. ¿Y por qué discutir conmigo te produce tal inmensa dicha, me
pregunto? —Bromeaba a medias cuando inquirí esto; su constante necesidad de
provocarme, de engatusarme, o simplemente ser totalmente grosero conmigo parecía ser
su única meta cuando estábamos alrededor del otro.
La sonrisa de Sully se redujo. Fue de un flameante nivel diez, a un mucho más
sombrío nivel cuatro. Todavía permanecía en las esquinas de su boca y alrededor de sus
ojos, sin embargo, como un fuego que no se apagaría.
—Sí me produce inmensa dicha. Y sabes muy bien por qué lo hago, Lang.
—No.
—Ahora eso es mentira.
Negué, cruzándome de brazos, y Sully suspiró. Parecía resignado.
—¿Por qué un niño pequeño tira de las coletas de una niña en el patio de la
escuela? ¿Por qué un adolescente con hormonas pretende ignorar a la chica más linda de
la escuela?
—No tienes un flechazo conmigo.
—Claro que sí.
—Estás jugando conmigo.
—No.
—De la manera en que un gato juega con un ratón, imbécil.
—Si es más seguro para ti creer eso, entonces bien, Lang. Estoy jugando contigo.
—No es más seguro. Es la verdad.
Sully no abrió la boca de nuevo. Simplemente me miró con esa pequeña media
sonrisa en su rostro, provocándome. O, al menos, creí que lo estaba. ¡Maldita sea! Las
cosas eran claras como el cristal antes —Sully Fletcher me odiaba— y ahora eran tan
turbias, no tenía ni idea de qué seguía.
Sully sonrió con suficiencia, obviamente disfrutando del hecho de que estaba
avergonzada.
—Así que. ¿Vas a suturarme o qué? —preguntó.
—Absolutamente no. No voy a hacer eso. ¿Estás loco?
—Bueno, no puedo hacerlo yo. Lo intenté la última vez y mira cómo resultó.
¿Por qué no era una sorpresa que hubiera tomado una aguja y se hubiera suturado?
Casi podía imaginar la conversación que había tenido con los doctores en el continente,
cuando les había dicho que se fueran al infierno.
—Siempre puedo ponerle pegamento, si eres demasiado quisquillosa —continuó—
. Tengo algo de Gorilla Glue por aquí en alguna parte.
—¡No puedes!
—Así es como curamos a la gente de campaña. Es el método más efectivo que hay
para prevenir la pérdida de sangre.
Me pregunté si se daba cuenta que ya no estaba de campaña y que había otras
maneras más seguras de hacer las cosas.
—¿Qué tal un poco de comida en su lugar?
Suspiró con resignación.
—Claro.
Me permitió pasar cuando intenté entrar en la cocina esta vez. No me siguió. Puse
el guiso de pollo en el refrigerador y puse a calentar la salsa boloñesa, rebuscando en sus
armarios una vez más, en busca de pasta. Cuando no pude encontrar nada, metí mi
cabeza de nuevo en la sala de estar para preguntar a Sully dónde la guardaba y casi grité
cuando lo encontré desnudo, de pie en medio de la habitación. Por suerte, estaba de
espaldas a mí… Vi su culo en lugar de algo más… bien, más.
Sully no se dio la vuelta, pero pude ver que sus hombros se sacudían. Se estaba
riendo. ¡El bastardo se estaba riendo!
—Puedes ayudarme a vestirme, si quieres —ofreció—. Estoy teniendo problemas
con la parte de agacharse. Si pudieras aguantar mis bóxers, sería un infierno más fácil
ponérmelos. —Vi entonces que sostenía una camiseta limpia en una mano, un par de
calzoncillos bóxers enrollados en la otra.
—Creo que voy a pasar. Uh, ¿dónde guardas la pasta?
Sully debía ser demasiado consciente que seguía mirando su culo, porque se
flexionó, haciendo que su nalga izquierda saltara no una, sino dos veces. Lentamente,
puso en ángulo su cuerpo, casi volviéndose, en ese preciso momento, deliberadamente
miré al suelo de la cocina.
—No tengo espagueti —dijo—. Hay conchas de pasta encima del refrigerador, sin
embargo. —Estaba intentando no reír, pero con demasiado ahínco por el sonido de las
cosas.
Desaparecí de nuevo en la cocina, sacudiendo la cabeza, intentando desalojar la
imagen del culo de Sully que se había quemado en mis retinas. No fue tan fácil, sin
embargo. Tenía la sensación de que podría blanquear mis globos oculares y la vista aún
estaría allí cada vez que parpadeara.
Cuando llevé la humeante comida caliente de nuevo a la sala de estar,
traqueteando y golpeando y haciendo el suficiente ruido para despertar a los muertos,
solo para asegurarme de que me oía esta vez, Sully estaba despatarrado en el sofá,
completamente vestido (gracias a Dios) y tenía mi teléfono en su mano.
Me detuve en seco.
—¿Qué crees que estás haciendo?
Tecleó algo en el teléfono y entonces me miró.
—No entres en pánico, Lang. No estaba leyendo tus mensajes.
—Entonces, ¿qué hacías?
—Llamarme para tener tu número. La próxima vez que traigas comida, quiero ser
capaz de hacer solicitudes.
—¿Quién dice que traeré cualquier cosa de nuevo? —Coloqué los platos de comida
en la pequeña mesa de café delante de él, frunciendo el ceño—. ¿Nadie te ha dicho
nunca que es grosero toquetear el teléfono de otra persona?
—Creí que ya habíamos establecido que soy grosero. ¿No estás loca por esperar
algo más de mí? Mira, si te molesta, toma. Tienes mi teléfono. Haz lo que quieras en el
infierno con él. Mira mis mensajes. Puedes revisar mis fotos. Leer mi correo. No me
importa una mierda. —Lanzó el teléfono en el aire, esperando que lo atrapara, pero dejé
que aterrizara sobre la alfombra a mis pies con un intenso ruido sordo.
—No, gracias.
Sully miró sobre el borde de la mesa, presumiblemente para verificar si su teléfono
estaba roto. Gimió cuando tensó su estómago, entonces se hundió de nuevo en su
asiento cuando vio que su iPhone estaba bien.
—Probablemente es lo mejor. Hay alguna mierda jodida ahí. Eres un enigma,
Lang. ¿Lo sabes?
¿Qué consideraba Sully Fletcher mierda jodida? Estaba cuatro partes intrigada y
seis partes preocupada. Ciertamente no me hacía querer buscar en su teléfono como una
loca novia celosa, sin embargo. Incluso cuando sospeché que algo pasaba con Will,
cuando trabajaba hasta tarde todo el tiempo y recibía extraños mensajes a las dos de la
mañana, nunca llegué tan bajo. No iba a hacerlo ahora, incluso con el permiso de Sully.
—Difícilmente soy un enigma —le dije, dejando un recipiente de queso
parmesano delante de él—. Simplemente no me gusta que la gente se tome libertades.
—Ninguna tomada. Aún —dijo, sonriendo con suficiencia—. Pero siéntete libre
de sobrepasar tantos límites como gustes cuando estés en la cama más tarde, toda
ardiente y molesta, mirando mi número en tu teléfono, preguntándote si deberías
mandarme un mensaje.
—Tienes un alto concepto de ti mismo, ¿no?
Asintió sabiamente.
—Tengo que hacerlo. Nadie más va a molestarse.
Eso me sorprendió como un pensamiento triste. Rose tenía razón; había pintado
una muy solitaria imagen de la vida personal de Sully para que lo visitara en el centro
médico, pero todo había sido verdad. Realmente no tenía a nadie. Sus padres estaban
muertos. Ahora su hermano. Se negaba a dejar que alguien se acercara lo suficiente para
preocuparse por él.
—No parezcas demasiado sensiblera, Lang —dijo, rascando su garganta, todavía
sonriendo—. Créeme. Lo prefiero de esta manera.
Lo creía. Había diseñado esta vida por sí mismo, donde no tenía trabajar con nadie,
hablar con nadie, ver a nadie si no quería. El hombre solitario en el faro. El atormentado
hombre viviendo junto al mar. Era extraño que hubiera vuelto aquí después de dejar
The Causeway por tanto tiempo, formándose en el ejército y siendo desplegado.
Después de todo el caos y la locura de Afganistán, ¿habría querido vivir en una gran
ciudad en alguna parte? O, al menos, un poco más cerca de la civilización. Había oído de
bastantes ex soldados que habían vuelto de la guerra y encontraron que la vida “normal”
en el continente era demasiado lenta. La vida, tanto como podía decir, prácticamente se
había detenido en la isla.
—¿Comemos? —dijo Sully, rompiendo la tensión entre nosotros. O, al menos,
poniéndola a un lado de momento. Dando un golpecito en el sofá a su lado, me hizo un
gesto para que tomara asiento. Habría preferido sentarme en el sillón, bien lejos de su
amplia estructura y su extrañamente embriagador olor, pero sabía qué sucedería si hacía
un punto al sentarme en cualquier parte que no fuera junto a él. Se burlaría de mí, sin
parar, y no sabía si podría soportar mucha más burla en este momento. Mejor
simplemente sentarme y tratar con la cercana proximidad.
Sully parecía desconcertado cuando empezamos a comer. Minutos pasaron
mientras disfrutábamos de la comida sin hablar. Su plato estaba casi limpio cuando
rompió el silencio.
—No los odio, sabes. Sé que no tienen la culpa por nada de lo que sucedió entre
Ronan y yo. Y Magda —explicó, con una voz muy pequeña. Sabía exactamente de
quiénes hablaba. Simplemente me sorprendía muchísimo que los hubiera sacado a
colación. Me había hecho prometer no discutir sobre ellos ayer y, aun así, había sido el
que había roto esa regla. Aquí estábamos, rompiéndola de nuevo.
Cuando no dije nada, continuó:
—La idea de incluso verlos me vuelve loco, sin embargo. Magda siempre me decía
que no quería tener hijos. Y entonces, unos años y tres vidas arruinadas después, tuvo
dos, así de simple. Como si nada. Como si lo hubiera querido toda su vida.
Tenía sentido que hubiera estado resentido por los niños. Cuando lo ponía así,
podía entenderlo. Era inútil guardarles rencor, sin embargo. Como había dicho solo un
momento antes, realmente no era su culpa.
—Lo siento, Sully. Debes haber amado a Magda muchísimo. Debe doler como el
infierno saber que sus hijos están tan cerca ahora.
Bajó su tenedor, mirando el desastre de salsa y pasta que permanecía en su plato…
Tenía la sospecha de que de repente había perdido su apetito.
—No lo hace, sin embargo. No duele en absoluto. He estado entumecido por
mucho tiempo, Lang. Nada me afecta ya. Una bomba nuclear tendría que detonar
dentro de mi cavidad torácica para revolver siquiera la más débil de las respuestas del
bulto de carne que bombea mi sangre por mi cuerpo.
—Estoy segura de que eso es un intencional mec…
—No digas mecanismo de defensa. He terminado de defenderme de las cosas.
Decidí que el asalto era la única manera de avanzar hace mucho tiempo. Enfrentar las
cosas sin rodeos, abordando las cosas que me asustan sin parpadear. Así es como he
tratado con mis problemas desde Afganistán.
—Puedo ver eso.
—¿Puedes, ahora? —Parecía divertido—. Bueno, esa es una idea interesante.
—¿Por qué es eso?
—Porque trabajo duro para asegurarme de que nadie me vea en absoluto, la
mayoría de los días, señorita Ophelia Lang de California. Se me ha dicho en el pasado
que intentar leerme es como intentar ver una imagen clara a través de un caleidoscopio.
Y un jodido y roto caleidoscopio además.
Me reí, imaginando quién podría haberle dicho tal cosa. ¿Algún pobre y afligido
local? ¿Alguna joven turista con ojos de ciervo, esperando convertir un romance de
vacaciones en algo un poco más concreto? Sully era el tipo de hombre que arruinaba
unas vacaciones, y todas las vacaciones por el resto del tiempo, en el momento en que
posabas los ojos sobre él.
—Supongo que la pregunta es, ¿quieres que alguien te vea claramente, Sully? —
Me aseguré de que mi tono fuera ligero, la pregunta claramente retórica. Manteniendo
mi cabeza gacha, comí mientras Sully se sentaba a mi lado, inquietándose. Podía sentirlo
luchar para averiguar qué quería decir. Medio esperaba que me espetara y me dijera que
me preocupara de mis propios malditos asuntos, pero no lo hizo.
Después de un largo, largo silencio en la conversación, Sully finalmente levantó su
tenedor y lo consideró. En voz baja, habló:
—Dijiste que debo haber amado a Magda muchísimo. Me tomó un largo tiempo
darme cuenta, pero nunca la amé. No puedes amar algo que no es real. Alguien que
existe solo en tu cabeza. Era hermosa y era amable a su propia manera, pero flotaba con
la corriente, siendo lo que sea que pensaba que todos necesitaban que fuera. Y, al final,
no tenía personalidad propia. Era un espejo, reflejando lo que querías ver. Así es. Eso es
todo. Una vacía y triste cáscara de una persona, esperando a ser llenada por alguien más.
Así que, no, no la amé muchísimo. Amé la idea de ella. La realidad era sumamente
decepcionante. —Apuñaló sus conchas, pinchando la pasta, recogiendo la carne, y
comió. No dijo otra palabra sobre el asunto.
Limpié los platos y me fui, diciéndole que volvería de nuevo a la misma hora
mañana. Horas después, en la cama, demasiado cansada para dormir y demasiado
despierta para soñar, mi teléfono vibró en mi mesita de noche, iluminando la
habitación.
Era de Sully. O, como al parecer se había nombrado en mi teléfono, el hombre más
sexy del mundo.
Qué imbécil.
Rowina- Mensajes : 308
Fecha de inscripción : 24/02/2017
Edad : 28
Re: Lectura #2 Julio 2017
Que triste y feo accidente y que nadie hiciera nada Sully en verdad es todo un héroe
Esta lectura no deja de sorprenderme Sully se fue del hospital y no lo culpo si no tienen ni enfermeras calificadas y vive en el faro, que barbaridad. Me estaba simpatizando Sully hasta que fue cruel con Ophelia aunque sea verdad lo que dijo es muy grosero, ya no me encanta. No cabe duda que ninguna buena obra queda sin castigo, ya no se puede ser buena samaritana.
Sera que si le gustara Ophelia de verdad. Parece que si quiere a sus sobrinos y se interesa por ellos, quizás si se los quede después de todo y eso que aun no los conoce.
No se que sucedió para que Magda se quedara con Ronan pero tambien creo que no amaba a Sully si lo cambio por su hermano …por Dios si eran iguales por que no se quedo con Sully jajaja.
Esta lectura no deja de sorprenderme Sully se fue del hospital y no lo culpo si no tienen ni enfermeras calificadas y vive en el faro, que barbaridad. Me estaba simpatizando Sully hasta que fue cruel con Ophelia aunque sea verdad lo que dijo es muy grosero, ya no me encanta. No cabe duda que ninguna buena obra queda sin castigo, ya no se puede ser buena samaritana.
Sera que si le gustara Ophelia de verdad. Parece que si quiere a sus sobrinos y se interesa por ellos, quizás si se los quede después de todo y eso que aun no los conoce.
No se que sucedió para que Magda se quedara con Ronan pero tambien creo que no amaba a Sully si lo cambio por su hermano …por Dios si eran iguales por que no se quedo con Sully jajaja.
Isa- Mensajes : 401
Fecha de inscripción : 24/02/2017
Edad : 42
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